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Tema: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil

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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


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    30-I-1937

    Nadie duda, ni entre nosotros, y seguramente ni entre los enemigos –sean los que quieran sus esfuerzos para ocultárselo a sí mismos- de que España ganará la guerra contra el marxismo invasor. Sea el que quiera el número de combatientes que Rusia y sus aliados pongan frente a España, sea la que quiera la cuantía y la calidad de los medios combativos que el oro robado acumule, todo será impotente para vencer la fuerza arrolladora con que España cuenta en esta ocasión: la fe firme, inquebrantable en su destino, que profesada por el caudillo ha incendiado los corazones de sus huestes, haciendo de cada soldado un héroe y de cada ciudadano de la retaguardia una fortaleza inexpugnable, dispuesta a todos los sacrificios menos al rendimiento. Este es un hecho tan patente que no necesita razonamientos para su demostración.

    En lo que no es tan unánime el convencimiento es en otra cosa. La guerra se ganará, nadie lo duda. Pero no basta ganar la guerra para que la victoria sea completa y, sobre todo, definitiva. No se lucha sólo contra el enemigo que combate en los frentes, se lucha –y esta es la lucha más difícil- contra la España –o mejor dicho- la anti-España anterior a la guerra y que acabó por encender la guerra. Aquella anti-España, ya vieja en años, de siglo y medio de existencia que había logrado sobreponerse a la España verdadera. ¿Resucitará, mejor dicho, resurgirá la España auténtica en la postguerra con el mismo vigor, con la esplendorosa energía que ha resurgido en los campos de batalla? Siglo y medio de corrupción, de abyecciones democráticas y parlamentarias, de falta de fe en sí mismo y en Dios, ¿podrán borrarse con la esponja de la victoria, sin que quede una costra de lepra tan antigua y tan arraigada? Así discurren los espíritus temerosos y desacostumbrados a deambular por los caminos de la Historia, y aun a estudiar en escondido y elocuente fondo de los acontecimientos que se desarrollan a su vista.

    En estos acontecimientos está ya en parte la respuesta. Esa España maltrecha, trabajada por tantos años de corrupción, de escepticismo, ¿no ha logrado a la voz de un caudillo que le supo inspirar fe, sacudir sus lacras y levantarse, limpia y heroica, para asombrar al mundo con esta nueva gesta, tan cuajada de abnegaciones, de sacrificios y de virtudes como las de sus más gloriosos días? ¿Creería alguien –adoptando el criterio de los vacilantes-, creería alguien hace quince años o hace cinco la posibilidad del acontecimiento que presenciamos?

    Para juzgar de lo que es capaz un pueblo hay que mirar lo eterno, lo permanente de su ser, que permanece inmutable bajo el bullir de las vicisitudes de los tiempos. El que mirase con ese criterio superficial a Castilla y a Aragón en los días de Enrique IV y de don Juan II, ¿podría sospechar que con la misma generación en pie esos dos pueblos constituirían pocos años más tarde la nación que con los Reyes Católicos asombró al mundo por su grandeza, por su poderío y… ¡por sus virtudes!?

    Era que debajo de las vicisitudes corruptoras de los tiempos palpitaba, pura y fuerte, el alma de la Castilla de Fernando III y del Aragón de Jaime I y de Pedro el Grande. El cetro de Isabel y de Fernando limpió la costra de las abyecciones y se levantaron y se unieron aquellos pueblos gigantes.

    El caudillo de hoy, con su acendrada fe en España, con su fe en Dios y con la intuición de su genio, ha descubierto el secreto con que se obran esos milagros, y lo ha utilizado y lo está utilizando con esforzado valor y con genial destreza. No sólo sabe lograr la victoria, sino que sabe consolidarla y hacerla fecunda. Para esto se necesita que, además de limpiar a España de los enemigos que intentaron hacerla desaparecer del mundo como nación, se mate en ella definitivamente el morbo corruptor que hizo posible el advenimiento del peligro que conjuró la victoria. Y esto se logra “sólo cuando se enciende una nueva fe en las antiguas verdades y se emplea una actividad enérgica en la supresión del desorden que se convirtió en norma fija”, como ha dicho Landsberg.

    Los hechos y las palabras del caudillo revelan cómo va recto por el camino que conduce a ese fin. De la posibilidad de lograrlo, como hemos visto, nos habla la Historia. De la energía y firmeza de voluntad de que dispone el caudillo nos documentan elocuentemente los hechos. No hay, pues, fundamento alguno para morbosas inquietudes.

    J. LÓPEZ PRUDENCIO


    Última edición por ALACRAN; 21/12/2020 a las 20:35
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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