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Tema: España y el Imperio

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    Re: España y el Imperio

    Castilla y el “fecho del Imperio”

    Al enlace ideal con el Imperio, patente entonces, precede y sigue desde tiempo atrás el vínculo del parentesco. Así, si mientras proclamábamos la exención del Imperio no estábamos alejados del Sacro Romano Imperio, cuando se advierten pretensiones, la relación parental es decisiva.
    Así tuvo España tradición de bodas con la familia de Suabia: en 1188 Alfonso VIII pactó el matrimonio de su hija Berenguela con el Príncipe Conrado, hijo de Federico Barbarroja. Aunque esa boda no se realizó, sí se realiza más tarde, en 1219, la boda de Fernando III con Beatriz hija del Emperador Felipe.

    De allí arrancan los derechos hereditarios de Alfonso X de Castilla, que le llevan a la primera intervención hispana en los asuntos de la Europa Central.
    Con el cambio habido en Roma tras el papa Alejandro IV, interviene la ciudad electora de Pisa enviando una embajada a Alfonso en Soria, en 1256, proclamándole para el Sacro Imperio, y firmándose un Tratado por el que Pisa reconoce a Alfonso como Emperador de Romanos:
    “el Municipio de Pisa, toda Italia y casi todo el mundo os reconoce... por el más excelso sobre todos los Reyes”.
    Tan “gran fama” juega un papel singular, constatable en textos de la época, así al relatar la visita de la Emperatriz de Constantinopla, buscando dinero para el rescate de su marido, cautivo en tierras del Sultán, a lo que accede Alfonso, pregonándose tras ello, la bondad y nobleza de Alfonso.

    Mientras la fama de Alfonso corría, no dormían los demás pretendientes al Imperio; Ricardo de Cornualles aparecía como un poderoso candidato, recorriendo Europa Central en busca de adhesiones.
    Meses después llegaba a Castilla una embajada para dar noticia a Alfonso de su elección. Pero aquella elección no era tan decisiva que le diera la Corona. Por contra, amigos influyentes de Ricardo cotizaban los éxitos alemanes de éste, influyendo en el Papa contra Alfonso. Para empeorarlo, la pretensión de Pisa fue derrotada frente a Luca, Florencia y Génova, y además, frente a Alfonso se lanzan entonces fuertes campañas difamadoras.

    En 1262, los pretendientes convienen en someterse a la decisión pontificia. La discusión era larga, y en 1267 duraba todavía. En Roma, todo seguía como en un interminable ajedrez.
    Pero el nuevo Papa Gregorio X se muestra hostil a Alfonso, instigando a los electores y consiguiendo que éstos elijan en Francfort a Rodolfo de Habsburgo. El Pontífice ofrecía al Rey el diezmo eclesiástico durante seis años si éste renunciaba al Imperio.
    Alfonso no cedía y fue a hablar directamente con el Papa. Atravesó Aragón entrevistándose con Jaime I, que trató de demostrarle la inutilidad de sus esfuerzos. Alfonso insistió, y en 1275 entró en Francia y llegó a Belcaire, donde se encontró con Gregorio X. Pero todo en vano, Alfonso salió, según el historiador P. Mariana, “bufando de coraje”.

    ¿Por qué cedió Alfonso? No por cansancio, sino debido a su política africana; mientras en Belcaire trataba sobre el Imperio, desembarcaban en Tarifa los benimerines. Africa ocupaba en la mente de Alfonso un preeminente lugar: hay cartas del Rey granadino, vasallo entonces, quien al pedirle consejo Alfonso, repuso que si el Imperio no se lo dieran ventajosamente, que fuese hacia el Sur, donde tendría otro Imperio mayor y mejor que aquel.

    La opinión de Castilla

    Con la “gran fama” exterior de Alfonso X contrastó, si creemos a los analistas, la actitud castellana. En la Crónica se enlaza esa misma fama con el empobrecimiento de Castilla, dando a entender que se basaba en mercedes y presentes: “E como quier que esto fue grand e buena fama del rey D. Alfonso en las otras tierras..., pero esto e otras cosas atales que el rey fizo trajieron grand empobrecimiento en los Reinos de Castilla e de León”.
    Hay, desde luego, el testimonio de los tributos que se piden para aquel “fecho del Imperio”, y llama la atención que la Crónica considere como ajeno a España lo que se refiere a tal empresa. Por ello, se ha hablado de la impopularidad que tuvo en Castilla el “fecho del Imperio”. Y se ha pensado en el obstáculo que podían suponer las Cortes. Aunque más que las Cortes, quien se opuso fue la Nobleza, que trataba de sacar partido de las dificultades del Monarca.
    También se ha hablado de esa impopularidad sobre la base de que en ningún documento nacional (si se exceptúa el que crea la Orden de Santa María) se llame Emperador de Alemania ni Rey de Romanos, títulos utilizados por la Cancillería para las relaciones internacionales.

    ¡Gran pena que Alfonso viese fallidas sus pretensiones! Tenía una idea exacta entre Imperio y prestigio. Pudo ser para él una de las Empresas descritas por Saavedra Fajardo, aquella de la reputación, que es tan expresiva.
    De su obra, aparte de esa doctrina, no queda sino el elogio de España. En insistencia sobre los “laudes”, sus “loores” deben ser notados en este esquema de preocupaciones imperiales para enlazarlos con los de San Isidoro y llevarlos hasta la época de Carlos V, y aun a la de Felipe III, cuando la “laudatio Hispaniae” es base reiterada de ilusiones de preponderancia en Europa y en el mundo.

    Sírvanos esto para subrayar la divulgación de la concepción imperial romano-germánica y el término de la idea imperial leonesa.

    Aragón ante la política de Alfonso X

    La colaboración de Jaime I con Alfonso X se concretó exclusivamente a la lucha contra el Islam, a pesar de sus vínculos parentales, si bien la política imperial alfonsina revelaba preocupación en Aragón; dirigida hacia Italia produciría un verdadero cerco de cara a las actividades de expansión aragonesa.
    Por ello no extraña que Jaime I apareciera frente a Alfonso X ante las pretensiones imperiales de éste, en las que entraba ser un nuevo Alfonso VII, en tanto no renunciaba Alfonso a la antigua versión del Imperio como supremacía jerárquica peninsular. Un texto catalán deja ver que, envuelta en su pretensión a la Corona de Francfort, iba la aspiración a ser supremo Monarca de España. Aparece así en un documento de mandato para protestar cerca de la Curia, sobre semejantes actitudes, y lo otorga Jaime I en 1259.
    También conviene recordar el proyecto de Cruzada a Tierra Santa. Inspirado en la tendencia de expansión hacia Italia, Jaime I procura intimar con la Curia pontificia; acude al II Concilio General de Lyon, en Francia (1274) donde es recibido por aquel Gregorio X que tan mal miraba a Alfonso. Jaime ofrece al Pontífice servicio personal y pecuniario si iba a la Cruzada de Tierra Santa, y declara cuánto le complacería ser coronado por su mano ante asamblea tan ilustre. Pero Gregorio pone como condición para esto último que ratificase el feudo y tributo que había ofrecido Pedro II, a lo que Jaime contestó que eso sería en perjuicio de la libertad de sus Reinos, que en lo temporal no reconocían superior. No pudo llegarse a un acuerdo.

    Pedro III de Aragón

    El mayor influjo aragonés en Europa arranca de Pedro III el Grande (1276-1285), el cual muestra los derechos de sucesión a la Casa de los Staufen, tras la muerte de Federico II (1250). Pedro de Aragón, casado con la nieta del Emperador Federico, pretende la herencia suritaliana. Así, su lucha contra los Anjou, franceses, es de significación decisiva para la historia europea.
    Tras las vísperas sicilianas, en 1282, Pedro consigue señorear Sicilia como miembro de su dinastía nacional. La figura de Pedro obtiene resonancia especialísima, y pasa a Bocaccio y al mismo Dante. Si oimos a los sicilianos, Pedro fue objeto de una fervorosa acogida, cuando todo el mundo se congregaba aplaudiéndole y aclamándole.
    La incorporación de Sicilia es decisiva para el porvenir de la idea imperial y para el asiento del poderío aragonés. Sin Pedro III no se concibe Alfonso V en Nápoles. Recuérdese que el Imperio pretendía siempre el “regnum itálico”. Pero Pedro III, nuevo Federico, no trataba tanto de crear un Imperiocomo de afirmar una Monarquía. Acostumbrado a la concepción propia de su confederación aragonesa, quería mantener con toda libertad un Reino italiano. Principalmente por eso tuvo en contra al Pontífice, francés, y los ejércitos franceses.

    Con Pedro III se ofrecieron muy difíciles las relaciones con Alfonso X, incluso en asuntos puramente peninsulares. Muerto ya Alfonso, sigue siendo Italia el problema que separa a Castilla y Aragón. Sancho IV había heredado los anhelos internacionales de Alfonso, bien que desde otro punto de vista: trata de ser árbitro entre Aragón y Francia, con las vistas que tuvo en Logroño (1293) con Carlos de Francia y Jaime II de Aragón, que constituirán el embrión de la paz de Anagni.

    Jaime II de Aragón

    En Logroño se pretendía que Jaime II (1291-1327) renunciase a Sicilia. La política de Alfonso X seguía impresionando en Aragón, donde produjo una prevención hacia Castilla que no consiguió evitar Sancho IV.
    Realmente el cerco que Aragón podía poner a Francia en el Mediterráneo occidental, tuvo su réplica en el que Castilla puso a Aragón en sus pretensiones italianas.
    Lo saben y lo cultivan quienes acarician el Imperio: tal es el caso de Federico de Austria, que casa con Isabel, hija de Jaime II, para cotizar la influencia de Jaime II en la Curia romana. Este caso revela un interesante ejemplo de la actividad política de la Casa de Aragón en territorios de Europa central. Dicho matrimonio fue decidido por Jaime II por el peso de Federico en Italia: su cuñado Roberto era Rey de Nápoles; su hermano Federico, Rey de Sicilia. Y lo que más privaba: uno era gibelino, y oro, güelfo.
    Tras la elección como papa de Juan XXII, la influencia aumentó ostensiblemente. Y se puso al servicio de la Casa de Austria, poseedora de la Sacro-romana herencia imperial.

    Terminemos estas notas a la actitud alfonsina con la observación de que, lo mismo que en el caso Portugal, también en Aragón, las Siete Partidas, obra del pretendiente castellano, encuentran una acogida afectuosa, quizá en razón de sus tesis sobre el problema entre Reino e Imperio. Pedro IV de Aragón las designa, en un documento, como las “Leys del Emperador”, y encarga a su notario que se las traduzca.

    (Extraído de Juan Beneyto: "España y el problema de Europa", 1942)
    Última edición por Gothico; 08/01/2008 a las 21:12
    ReynoDeGranada dio el Víctor.

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