Europa entre papas y emperadores
La unidad europea, que surge del esquema carolingio y otoniano, es notoria durante la Edad media, con instituciones comunes: municipios, cortes, consejos, asambleas de paz; una misma lengua latina, el mismo estilo gótico, un modo propio caballeresco.
Así, Europa aparece como una concepción política montada sobre la insignia del Imperio e inflamada por el espíritu de la Cristiandad. El Imperio será la estructura de esa concepción al configurarlo como universal y acogiendo al Occidente cristiano; y se señaña el enlace con Roma, que renace porque la Edad Media cree en la mezcla carolingia de lo romano con lo pontificio y hará de san Pedro un nuevo Rómulo.
¡¡Gran pena que la idea no resulte servida pura y desinteresadamente!!: ocúltase por papas y por emperadores cuando no les conviene. El papado la rechaza si no está seguro de tener al emperador a su lado; los emperadores alemanes suelen actuar como si la política imperial no fuera una más que una expansión germana hacia el sur.
Este hecho revela la falta de fe en la idea imperial por parte de quienes pretendían, en tierras rebeldes, el Imperio: es Felipe el hermoso de Francia quien habiendo fracasado en sus tentativas ratifica la soberanía del Rey de Francia y trata de montar una unión internacional igualitaria.
El problema del Imperio va perdiendo interés desde mediados del siglo XIV y durante todo el XV. Las distintas Casas que se disputan la dignidad imperial van más bien a extender sus dominios hereditarios que a ejercer esa superior potestad; el dominio imperial iba siendo cada vez más aparente. Apenas queda como pura idea el recuerdo de Roma.
En la obra de rehacer estructuralmente la idea colaboran los Glosadores, con su técnica, y el Pontificado con su prestigio.
Los glosadores admitían la idea del Imperio como unidad civil total, (idea que se refugia en la doctrina cuando la repudian los políticos); y así, penetrando como concepto en los estudiosos del derecho romano, se iba transformando la idea de Imperio en autoridad potencial, vagamente preeminente, y enderezada a la coordinación y pacífica solución de eventuales conflictos.
El Emperador era considerado como legítimo sucesor de los antiguos césares romanos. Pero el título imperial, aun propio de los romanos, era llevado por los Monarcas alemanes. ¿Qué hacer? Rechazar eso sería suponer el título vacante desde siglos, cosa que contrastaría con las concepciones de la perpetuidad y eternidad del Derecho de Roma. Así, pues, todos sostienen el paso del Imperio de Roma a Alemania, y afirmando al Derecho romano como único derecho ejemplar y afirmando que “ningún Derecho salvo el romano es digno de tal nombre”.
Los glosadores tenderán a considerar al Imperio como a un Estado, abandonando su primera actitud teórica, y pretendiendo configurar un Estado con nombre de Imperio, en vez de un Imperio con sentido y funciones de coordinación universal.
Pero el ambiente no permitía aquellas doradas hipotesis; Pontificado e Imperio dedicaban sus fuerzas a imponerse el uno al otro, con lo que, en vez de apoyarse se debilitaban.
La Bula “Unam Sanctam” (1302) expresó la sujeción del Imperio al Pontificado. Pero frente a Bonifacio VIII y su “Unam Sanctam” se levantó Felipe el Hermoso de Francia, y vienen la paz de Anagni y el cautiverio de Aviñón, mientras se estudia la independencia del reino francés de la autoridad imperial.
Pero en Italia salía entretanto, la tesis de Dante; y una versión italiana es siempre relevante, pues la historia de Italia es inseparable del nombre Imperial. El Soberano que era dueño de Italia ( o más bien del Reino de los Lombardos pasaba tradicionalmente, desde Lotario I, por ser candidato al Imperio. Mézclase en esto la idea de la participación del Senado romano y el título de Rey de Romanos, por más que todo ello fuese yendo a manos de alemanes.
Para Dante, el pueblo romano había adquirido como propio el cargo imperial; que podría hasta podría ser elegido Emperador cualquier príncipe católico aun no alemán.
La escuela de los glosadores (entre los que destaca Bártolo de Sassoferrato) estima que el Imperio es una parte superior a las demás, más digna y unida que puede reivindicar los derechos del todo; aunque reconocen la existencia de reinos al margen del Imperio, las cuales no quedan del todo desligadas de un cierto poder interestatal del “Populus christianus”.
La exención francesa
Desde el siglo XIII los Reinos más poderosos reivindicaron para sí los poderes del Emperador, iniciándose la marcha hacia el absolutismo nacional, bajo la consigna de que el Rey es Emperador en su Reino.
Discútese su lugar de aparición, pero la máxima “Rex est imperator in regno suo” parece de origen francés. La formulan Juan de Blenosco en 1255 y Guillermo Durante en 1272.
Desde que hace su aparición, nacen, con estructura jurídica y particularista coincidente pero teleológicamente diversa de aquella arrogación española declarada por los reyes de León.
El Derecho romano pasa a deformarse en un sentido favorable a los reinos, tal como antes se había deformado para servir las tesis del Emperador.
Pero fue Francia quien más resueltamente significaba la subversión de la idea imperial. Bonifacio VIII culpó de la postura exencionista a la “soberbia galicana” y su empeño de singularizarse.
En virtud de una simbiosis peculiar el Derecho romano apoyaba al Imperio, y éste hacía configurar a aquél como común y superior. Fueron uniéndose Imperio con romanismo de tal manera que los reinos que quisieron alejarse de la construcción imperial tuvieron que prohibir la alegción en tribunales del derecho romano, y aun enseñarlo en las Escuelas.
En base a ello, una Decretal del papa Honorio III prohibió la enseñanza del Derecho romano en París, pero ante la potencia del romanismo, no se pudo impedir que surgiera en Orleans donde, matizando sus tesis en el terreno de la política, descollaron Jacobo de Revigny (1294) y Pedro de Bellapertica (muerto en 1308). La obra de Revigny fue muy divulgada, y con ella corrió la doctrina de la independencia “de iure” del Rey de Francia, planteando el problema de la vigencia del Derecho romano imperial.
Los reyes de Francia no niegan con estas actitudes tanto el Imperio como construcción general “in se” , como el Imperio Romano-Germánico, a cuya cabeza no estaba el Rey de Francia sucesor de Carlomagno, sino un Príncipe alemán; es decir, que Francia combate el Imperio en cuanto no lo posee, y de ahí que considere a los Emperadores alemanes como usurpadores del título. (Por ello el libro De praerrogativa Romani Imperii, atribuido a Alejandro de Roes, argumentará el derecho alemán al título renacido bajo Carlomagno).
Al fin, el fondo de la huella exencionista continuará hasta Maquiavelo, el primero en romper, dos siglos después, resueltamente con la tradición de la inserción imperial de Italia.
La postura española ante el problema
España no está ausente en esta pugna esencial de Universalismo frente a Autonomía, del Imperio frente al particularismo de los reinos.
Juan Gil de Zamora (1241-1318), influido por los glosadores italianos, resalta el concepto de cristiandad, concepto que liga por doble partida respectivamente al súbdito y al poder secular.
El canciller Ayala (1332-1407) consideraba que, en materia política, ya estaba todo dicho por Egidio Romano en su De ecclesiastica potestate con la sumisión de todos los reinos al Imperio.
Sin embargo, no cabe desconocer la presencia en España del tema de la exención, con toda su savia galicana, porque aquí llegaron numerosas obras de autores franceses en tal sentido.
Quizá llegó por ese camino la parificación de España a Francia, a pesar de todos los antecedentes y por cima de todas las Crónicas: nos la recuerda, en 1302, la Quaestio de potestate Papae, y la reiteran, en terminante concordancia, Alvaro Pelayo (1275-1350) y, más tarde, Rodrigo Sánchez de Arévalo (1405-1470).
El Cid, símbolo popular hispánico frente a Europa
En relación con este tema, importa leer, para observar la impresión en las masas populares de esta problemática, frente al frío texto de las Crónicas de la época, lo que nos cuenta el Romancero del Cid, (con su poesía popular) por su apasionado significado en el espíritu del pueblo.
Se testimonian, en él, los anhelos de nuestra política medieval con los carolingios y los sacro-romanos, así como con la Curia de los Pontífices. Son problemas que el Cid no vivió. Sin embargo, el Cid, héroe popular, toma el papel de vivirlos en el romance. Y le tenemos luchando contra el Emperador Enrique y dando un puntapié a la silla que en Roma, ocupaba el rey francés:
El Rey y el Cid, a Roma.
En la capilla de San Pedro, don Rodrigo se ha entrado,viera estar siete sillas de siete reyes cristianos;viera la del rey de Francia par de la del Padre Santo,y vio estar la de su rey un estado más abajo;vase a la del rey de Francia, con el pie la ha derrocado,la silla era de oro, hecho se ha cuatro pedazos;tomara la de su rey, y subióla en lo más alto.Ende hablara un duque que dicen el saboyano:-Maldito seas Rodrigo, del Papa descomulgadoque deshonraste a un rey el mejor y más sonado.Cuando lo oyó el buen Cid, tal respuesta le ha dado:-Dejemos los reyes, duque, ellos son buenos y honrados,y hayámoslo los dos como muy buenos vasallos.Y allegóse cabe al duque, un gran bofetón le ha dado.Allí hablara el duque: -¡Demándetelo el Diablo!El Papa desque lo supo quiso allí descomulgallo.Don Rodrigo que lo supo, tal respuesta le hubo dado:-Si no me absolvéis el Papa, seríaos mal contado,que de vuestras ricas ropas cubriré yo mi caballo.El papa desque lo oyera, tal respuesta le hubo dado:-Yo te absuelvo don Rodrigo, yo te absuelvo de buen grado,que cuanto hicieres en Cortes seas de ello libertado.
El buen pueblo de España, que sentía estos hechos, no supo prescindir del Cid.
Ahora bien, el valor que este enlace de la persona y el mito tienen en nuestra Historia adquiere pronto un relieve insospechado; serán los mismos eruditos quienes, acogiendo la versión poemática, señalarán la superación del mito mismo.
Y otros dos hechos nos lo cuentan: D. Diego de Anaya, en Constanza, proclamando, en análoga situación a la del Cid en Roma, lo que harían otros cides, otros Rodrigos de Vivar que, con huestes, impondrían derecho; así como el padre Mariana, en su Historia, colocando en ella el novelesco suceso de la intervención del Cid frente al Emperador Enrique.
(Extraído de Juan Beneyto: "España y el problema de Europa", 1942)
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