Constanza y Basilea
En torno al aludido problema ideal del Imperio y su reforma, se culmina en el Concilio de Constanza (1409-1414); bien que todo se esfume en discusiones de ceremonias, al menos desde el punto de vista español.
En Constanza se planteó la cuestión de las precedencias. Llevó la voz cantante, como embajador de Castilla, el Arzobispo D. Diego de Anaya, al que acompañaba D. Martín Fernández de Córdoba.
Antes de proponerse los negocios pertenecientes al sosiego de la Iglesia –cuenta el cronista D. Diego-,
“se encendieron diferentes discordias entre los Embaxadores de los Reyes y Potentados que allí avían concurrido sobre precederse los unos a los otros en los lugares de sus asientos. El primero que intentó aprovecharse fue el Embaxador del Duque de Borgoña... Quiso preceder en el asiento a Martín Fernández de Córdoba, compañero de nuestro Arzobispo, y resistiéndose, llegó el Arzobispo y quitó por fuerza al Embaxador de Borgoña y dijo a Martín Fernández: Yo, como clérigo he hecho lo que debía; vos como caballero haced lo que yo no puedo”.
Y no sólo entre Castilla y Borgoña. “Vencida apenas esta contienda, se despertó otra entre los Embaxadores de Aragón e Inglaterra sobre la misma questión”. Y otra vez Castilla, mediante el Arzobispo Anaya, construía su teoría sobre la precedencia; su discurso es un verdadero “laude” vinculado a la tesis exencionista con vigorosos arrestos cidianos:
“No negaré que por Aragón e Inglaterra pueden dezirse muchas prerrogativas y excelencias. Lo que niego es que puedan concurrir en excelencias y prerrogativas con el mío. Y si acaso se dudare por el Concilio, no faltarán nuevos Rodrigos de Vivar que, penetrando, con las poderosas armas de mi Rey, los Pirineos, las Galias y los Alpes, establezcan ese derecho, como, en otro tiempo, el Cid Ruy Díaz, gloria de mi Nación, volvió por la honra de toda ella, estableciendo la independencia y soberanía de Castilla con el Imperio”.
Se señala así la vigencia tradicional de la versión que iba a dar el padre Mariana, con engarces de Romancero, de la actitud fabulosa del Cid.
El éxito fue indudable: Castilla precedió a Inglaterra, bien que los embajadores de ésta, malcontentos “resucitaron la misma competencia en el Concilio de Basilea”.
Y allí queda, en las actas del Concilio, el testimonio de lo que España empezaba a pesar. Tratóse de la preeminencia del Rey de España sobre el de Inglaterra, y la defendió el Obispo de Burgos, D. Alonso de Cartagena, con tal éxito que no sólo hubo de sentarse en el lugar pedido sino que consiguió una Bula para España.
Las crónicas señalan nuestra presencia en ese momento fundamental de la historia de Europa. La Crónica de don Juan II cuenta que en 1414, estando en Morella el Papa y el rey de Aragón, llegaron los embajadores pidiendo una entrevista para terminar con el Cisma.
San Vicente Ferrer
También participa España por la voz y obra de San Vicente Ferrer (1350-1419), considerado apóstol de Europa, segundo Pablo de la Cristiandad. Su actuación durante el Cisma de Occidente permite apuntarse como triunfo la substracción de la Corona Aragonesa a la obediencia de Benedicto XIII. Su misma tesis de la sumisión al Concilio de Constanza sirve no sólo entonces sino como realidad del substrato europeo.
- Doctrina Bajomedieval hispánica en torno al Imperio -
Las Partidas
Ya en el siglo XIII, y precisamente en relación con las vicisitudes de las pretensiones de Alfonso X al Imperio –recuérdese cuanto pasa entre 1256 y 1263, fecha de la redacción de las Partidas, esta gran compilación de letras y leyes perfila un propio concepto imperial. Habla del Imperio y del Emperador como de gran dignidad y vicaría divina, pero rehuyendo supeditar los Reinos a aquél. Reconoce en éste un excepcional carácter; se dan razones, sin embargo, para anteponerlo a los Reinos.
Se arguye diciendo que el Rey tiene en su Reino, no solo los mismos poderes que el Emperador (tesis galicana), sino aun más extensos, porque el Rey ha recibido el señorío por herencia, y el Emperador por elección. La parificación con el Imperio, en cuanto a lo temporal, se enlaza al concepto del no reconocimiento de superior, con matices. Hay sobre todo, empeño en oponerse a la idea del “dominus mundi” atribuyendo al Emperador territorios determinados.
Queda fijado así que el Imperio que late en las Partidas es el Sacro- Romano-Germánico, enclavado en la Corona alemana, en relación con los proyectos de Alfonso, Emperador; es relevante la coincidencia de la preparación de esta obra con la proclamación hecha por los de Pisa (1256).
Raimundo Lulio
La figura de Raimundo Lulio (1235-1315) tiene ejemplarísima resonancia en el problema del Imperio. Vibra en Lulio la idea de la Cristiandad, y no sólo precisamente reducida al tradicional Orbe, sino con la aspiración a que comprendiera todo el mundo porque todo fuese de cristianos. En su Blanquerna nos da una visión universal bajo la influencia pontificia: considera al papa como heredero del Imperio Romano, en un sentido espiritual y ampliados sus ámbitos hasta el límite del Ecumeno. Configura el Imperio en la típica manera que hace del Emperador el “Defensor Fidei”.
Por otro lado, el Libre del Orde de Cavallería, sitúa el tema en la línea de la “ordinatio ad unum”: así como Dios es Señor de todas las cosas, el Emperador debe ser Señor de todos los caballeros; siendo los Reyes, de tal modo, jerarquía intermedia.
Don Juan Manuel
Con un sentido literario y doctrinal impresionante, la obra de D. Juan Manuel (1282-1349) adquiere gran resonancia. Habiendo vivido tras Alfonso X, considera que el Imperio, al que por antonomasia se refiere la voz común, es el Sacro-Romano-Germánico.
Concuerda con Las Partidas al fijar la distinción entre Rey y Emperador.
Considera que el Emperador no puede actuar sin la confirmación del Papa; que ambos deben estar muy bien avenidos, y para fijar su avenencia, acude –frente a la teoría de las Dos Espadas- a la del Sol y la Luna, tan característica.
Acoge D. Juan Manuel la teoría de las Tres Coronas: tras la confirmación pontificia, el ejercicio del poder imperial exige –dice- la triple coronación; aceptando la construcción norte-italiana, nacida en el siglo XIV, basada en el simbolismo de clasificación de los Metales.
Álvaro Pelayo
De mediados del siglo XIV, fue un erudito monje franciscano, conocido por su obra De planctu Ecclesiae (1335), quien, al servicio de Juan XXII figuró en la preparación de las Decretales.
Gran defensor del Papado, afirma que el Papa es “Monarcha universalis”, el “Dominus mundi” de la glosa renaciente.
El Imperio le está sometido, no como ente autónomo sino adscrito a la propia sustancia pontifical; los Emperadores quedan ligados al papa por ser por éste coronados y confirmados.
Los reyes, por su parte, están obligados a reconocer al Imperio; que pecan quienes no reconocen al Emperador; son, sin embargo, excepción los reyes españoles “qui cum non subessent imperio, regna sua ab hostium faucibus eruerunt”.
La Glosa valenciana
De entre los autores que mantienen la doctrina de “El rey, Emperador en su Reino” destaca Guillermo Durante (1232-1296). Sus opiniones son acogidas de un modo especial en Valencia, donde la Glosa al Código de Jaime I menciona repetidamente a Durante y a su famoso Speculum.
Juan Fdez. de Heredia
El Maestre Heredia (1310-1396), Castellán de Amposta y Gran Maestre de Rodas, personalidad excepcional, escribió la Crónica de los Conqueridores y el Libro de los Emperadores, enlazando a los grandes conquistadores como Ciro, Artajerjes, Alejandro y Anibal con los Emperadores de Roma, considerado el vínculo militar que liga el Caudillaje con el Imperio, y señalando la serie de los Emperadores-Caudillos de Roma: Sila, Pompeyo y César.
Francisco Eximenis (¿1349-1414?)
Obispo de Elna, en su Regiment de princeps, es un decidido partidario del Poder pontifical; hay superioridad del Papa sobre el Emperador; al Papa debe darse la Monarquía universal.
Presenta, como Raimundo Lulio, un concepto orgánico de la sociedad universal estructurada jerárquica y solidariamente.
Y, en enlace con todos los Merlines recogidos en las Crónicas, todavía se detiene Eximenis para rechazar la idea del Imperio Nuevo, inmediato al fin del mundo, y con relación al traspaso del Imperio y del Pontificado a Jerusalén, según la tradición de los Cuatro Imperios.
Las Crónicas castellanas medievales
El origen del Imperio es señalado en la Crónica de Alfonso XI con referencia a Roma, pero su postura se refiere a la famosa discordia de los “esleedores”, tema que preocupa a nuestros doctrinarios.
La Crónica de don Pero Niño (comienzos del siglo XV) nos trae de la idea imperial una versión fascinante, enlazada a las profecías de Merlín; la preocupación de la Cruzada y el rescate de Jerusalén.
Otros textos refieren el título imperial a Monarcas orientales o antiguos. Así Gil González Dávila en su Crónica de Enrique III, en relación con la embajada al khan Tamorlan, le llama Emperador.
Los libros de caballerías
El Amadís de Gaula, arreglado por G. Rdguez. de Montalvo, muestra el vencimiento del emperador de Occidente por el protagonista, recogiendo la tradición bajomedieval, pero enlazándola a la antigua estructura carolingia.
El Tirant lo Blanch (1460-1470), se vincula a las empresas catalano-aragonesas en la Grecia decadente, entrando el protagonista triunfante en Constantinopla y casándose con la hija del Emperador griego y siendo elevado a la dignidad de heredero imperial.
D. Rodrigo Sánchez de Arévalo (1404-1470)
En su obra De Monarchia Orbis ofrece las siguientes tesis: la verdadera Monarquía del Orbe corresponde al Romano Pontífice; los Reyes de España y Francia no están subordinados al Emperador; el poder para castigar a los Reyes que delincan corresponde solamente al Romano Pontífice. Se trata pues, de un libro anti-imperial.
Su construcción es muy interesante: sostiene que los Reyes fueron anteriores y más justos que los Emperadores; que el origen del Imperio Romano fue la usurpación; que el Emperador sólo tiene jurisdicción en las tierras que él somete; y que el principado monárquico verdadero sólo reside en el Papa.
La exención de España radica en la ya conocida tesis de “haber conquistado su propio territorio de las fauces de los enemigos”. Embajador en Francia, la estima en términos encomiásticos.
Juan de Torquemada
Cardenal y teólogo del siglo XV, sostiene la postura favorable al Pontificado, llevando la tesis de la superioridad eclesiástica. No hace referencias concretas al poder imperial sino a la cuestión Iglesia-Estado, reiterando en cien pasajes “quod Imperator aut saecularis potestas”.
(Extraído de Juan Beneyto: "España y el problema de Europa", 1942)
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