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Tema: El revolucionario rey Don Javier traicionó al legitimismo

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  1. #23
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
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    Re: El revolucionario rey Don Javier traicionó al legitimismo

    Pasemos ahora a los testimonios de terceros. ALACRAN ha subido al estrado al testigo Santiago Carrillo y da por buena su declaración. Yo simplemente me limito a señalar el valor real que pueda tener el testimonio de un hombre como él que afirmaba no saber qué era Paracuellos del Jarama cuando le preguntaban sobre esta localidad madrileña.


    Voy a traer testimonios de personas que, a diferencia de Santiago Carrillo, sí son respetables y pueden ser tomados sus respectivas declaraciones más en serio.

    1º. Empezemos con la persona que mejor podía conocer el verdadero pensamiento político de Don Javier en tanto en cuanto era la persona que podía tener mayor intimidad y confidencia con él, esto es, su esposa Doña Magdalena. Esto es lo que decía su augusta esposa en unas declaraciones en el periódico El Alcázar de 4 de mayo de 1978:

    EL ALCÁZAR 4 de mayo 1978

    Por decisión de doña Magdalena de Borbón, duquesa de Parma

    LOS TRADICIONALISTAS NO ASISTIRÁN ESTE AÑO A MONTEJURRA

    “Ultraje a la memoria de don Javier”

    Juan Sáenz-Díez, jefe delegado de la Comunión Tradicionalista, ha ordenado a todos los carlistas en nombre de doña Magdalena, duquesa de Parma, que se abstengan de asistir a los actos de Montejurra el próximo domingo. La carta de doña Magdalena de Borbón estipula que el día 7 se cumple el aniversario de la muerte de Javier y que por este motivo se debería celebrar un homenaje “a los requetés que, obedeciendo su orden, lucharon y murieron en nuestra Cruzada”. Añade el escrito de la duquesa de Parma: “Sé, con dolor, que algunos miembros de mi familia profanarán su memoria acudiendo a un Montejurra que se celebrará en una concepción política radicalmente opuesta a aquellos ideales por los que Javier luchó toda su vida.”

    Por todo ello, doña Magdalena de Borbón expresa su deseo de que “en estas circunstancias no asistan los verdaderos carlistas a este Montejurra, que constituye un ultraje a su memoria”.

    2º. El testimonio de Don José Arturo Márquez de Prado, último Jefe Nacional de Requetés (por ahora) de la Comunión. Se puede escuchar en el portal de AUDIO CRISTIANDAD, bajo el texto Montejurra 76.



    3º. Testimonio de Blas Piñar en su libro “La pura verdad”. Tercera parte de “Escrito para la Historia”. Blas Piñar. Páginas 95-99.

    Aunque nada tiene que ver directamente con nuestras relaciones con los tradicionalistas, no omito, porque me parece de un valor histórico inestimable, la carta que, fechada en París, el 30 de abril de 1937, dirigió a Franco el Príncipe Javier, en la que expresaba su punto de vista sobre el Decreto de Unificación de las fuerzas políticas que se sumaron al Alzamiento nacional. La carta, que tengo en mi poder, y que aclara muchas cosas dice así:

    “Excmo. Sr. Don Francisco Franco. Jefe del Estado Español. Mi general: Vengo –bien los sabe– unido al Movimiento Nacional desde el primer día, con la más íntima y fervorosa participación.

    Al hacerlo así, pongo por obra no sólo mis propios designios sino el mandato de honor y confianza de que fui investido por mi inolvidable Jefe y tío el Príncipe Alfonso Carlos (g.s.g.h.).

    Me siento orgulloso de la lealtad y el brío con que las fuerzas tradicionalistas y sus magníficos requetés respondieron al mismo impulso, con una grandeza esculpida ya en la Historia por la sangre generosa de millares de héroes.

    Quiero, por mi parte, acreditar en todos mis actos el mismo elevado espíritu de desinterés y de sacrificio. En tal estado de ánimo y de voluntad, como un soldado más de la Santa Causa de España, le envío estas líneas a fin de rogarle que señale día para una conferencia.

    A ella habré de asistir con el único empeño de cooperar eficazmente al anhelo de unidad política a que responden sus últimas disposiciones.

    Quiero hacerlo así también como el mejor medio de inspirar el documento que haya de dirigir más tarde a las fuerzas tradicionalistas.

    Confío esta carta a mi dilecto amigo el señor don Rafael Olazábal, a quien puede entregar su respuesta.

    Le reitero, mi General, el testimonio de mi sincera simpatía y amistad.

    Príncipe Javier de Borbón.

    París, 30 de abril de 1937”.


    Es evidente que tanto esta Carta, como la declaración del Príncipe Francisco Javier de Borbón Parma, de 10 de marzo de 1955, hecha en Trieste, están en la misma línea ideológica y táctica.

    En las declaraciones de Trieste, el príncipe aseguraba que “la monarquía tradicional es el Régimen estable que asegura el orden jerárquico de la sociedad, sin partidos únicos o varios interpuestos y disociadores”, agregando que “no es tan siquiera nuestra propia legitimidad la que en última instancia garantizará la continuidad de la Cruzada. Lo que la hará inconmovible es la fidelidad absoluta al 18 de Julio”. (Por su parte, Carlos VII, consideró como “una alta empresa que acometería, en cuanto le fuera posible, la de acabar con los partidos políticos”).

    Ello no obstante, en la Declaración de Principios de 1 de mayo de 1971, formulada en Pamplona, se relacionan varios puntos, muy distintos y hasta contradictorios y, entre ellos, el cuarto y el sexto, que manifiestan que el carlismo aspira a “reconocer todos los grupos políticos y garantizar su libre ejercicio, sin condicionarlos a un asociacionismo restringido, y a reconocer el pleno derecho de los pueblos que configuran a España para que puedan voluntariamente constituir la Federación de Repúblicas sociales que aseguren su unidad”.

    Al requerimiento del príncipe a la Hermandad Nacional de Requetés para que aceptara la Declaración de Principios, aquélla contestó negativamente, por entender, con acierto, que tales Principios cortaban de raíz con la ideología y la conducta de la Comunión. Ante esta negativa, señalaba Miguel Angel Forruriz, inspector nacional de Requetés, comenzaron “las dimisiones y expulsiones de los hombres más representativos de la Comunión tradicionalista (y) sus puestos fueron ocupados por hombres ajenos al carlismo (algunos de ellos fichados como pertenecientes al Partido Comunista) y algún que otro resentido que, dejándose llevar por las adulaciones de don Hugo, no le importó traicionar sus sagrados ideales”.

    La impresión deducida de esta información no podía ser otra que la de entender que el Príncipe Francisco Javier estaba identificado con la ideología y la táctica de su hijo Carlos Hugo y de sus hermanas.

    Las cosas, sin embargo, no eran así. Rafael Gambra Ciudad, brillante y documentado –tal y como él acostumbra a serlo– nos ha desvelado lo sucedido. Confieso que a mí, personalmente, me parecía imposible este cambio tan radical en quien, como hemos visto, había expresado su adhesión entusiasta a Franco y a la Tradición.

    A raíz de la publicación de un libro titulado: Don Javier, una vida al servicio de la Libertad, del que fueron coautores Josep-Carles Clemente y Joaquín Cubero, Rafael Gambra escribí en nuestra revista (nº 1168, del 28 de junio al 12 de julio de 1997) un artículo: Historia para no dormir… Honrarás a tu padre y a tu madre. De su artículo copio lo siguiente: “En el prólogo, don Carlos Hugo se reafirma en su inverosímil empeño de transformar lo que él llama “Partido Carlista”, en un partido de “izquierda”, socialista y autogestionario, del que él mismo se titula líder. Este libro –continúa Gambra– atribuye esa maniobra de deserción a don Javier, su piadosísimo padre. Fue doloroso el papel que aceptó doña Magdalena, al hacer público un testimonio y una protesta (que publicó El Alcázar, de 8 de marzo de 1977), por el hecho imperdonable (de) que Carlos Hugo, obligara a su esposo a hacer una declaración contraria al auténtico tradicionalismo, empleando el chantaje y presiones innobles, llegando a decir a don Javier que la vida de su hijo Sixto se vería amenazada si no firmaba esa declaración”.

    Por su parte, Miguel Ayuso, abundando en el tema, publicó en ABC, el 11 de noviembre de 1997, una artículo titulado Una biografía falsaria, en el que, luego de aludir a la orden del príncipe a los Requetés a sumarse “con todas sus fuerzas” al Alzamiento Nacional, y a “sus manifestaciones durante tres decenios de purísima doctrina tradicionalista”, se opone a cuanto se afirma en el libro citado de Clemente y Cubero, al que califica de “manipulación grosera (y) falsificación de la historia”, además de suponer, por parte de Carlos Hugo y de doña María Teresa, una “irrisión de su propio padre” y un desconocimiento de “la oposición de su madre (esposa de don Javier) doña Magdalena”.

    Nuestra inquietud por el daño evidente que una disidencia tan radical estaba produciendo en las filas del tradicionalismo, con el que estábamos estrechamente vinculados, dio origen, sin duda, a un trabajo, que agradecí muy de veras, de J.A. Ferrer Bonet, publicado en ¿Qué Pasa?, del 23 de julio de 1972, en el que se decía:

    “Una vez más la amarga realidad da toda la razón a don Blas Piñar, que afirmó en una conferencia política, pronunciada hace poco en Guadalajara, no admitir “la tesis fatídica y fatalista de que una dinastía carlista produzca siempre príncipes leales a la Tradición.”

    Son manifiestamente contrarias al Credo Tradicionalista las siguientes declaraciones de don Carlos Hugo hechas a la revista Familia Nueva de diciembre de 1970:

    `Un estado confesional es, hoy día, de alguna manera anticatólico.

    En el carlismo hay un abanico de opiniones totalmente abierto, desde los diversos integrismos a los progresismos más avanzados.`

    Dialéctica marxista más clara ya no puede desmentirse.

    Una traición y perjurio más grave hacia el pensamiento y la conducta obligada en los que de verdad quieren ser carlistas lo constituye el sumarse los seguidores de don Javier y don Carlos Hugo a la campaña internacional antiespañola con motivo del proceso de Burgos.

    Jamás, antes del mandato javierista y carloshuguista, fue posible en el carlismo semejante actitud de probada convergencia con los enemigos de España. Ni habían sido concebibles los elogios de Mundo Obrero, órgano del Comité Central del Partido Comunista de España, como los viene prodigando hacia dicho “sedicente” carlismo de unos años a esta parte.

    Montejurra, de abril de 1971, publicó una encuesta a la juventud carlista muy del estilo de la escuela de Carlos Hugo, en la que afirma que un 78 por ciento –casi cuatro de cada cinco encuestados– piensan que se puede ser carlista y ateo a la vez, y nada menos que un 92 por ciento de los encuestados afirman no es ninguna herejía hablar de un carlismo socialista… y el más alto porcentaje piensa que el carlismo, principalmente, es un partido político.

    Como muy bien ha dicho Aurelio de Gregorio, la Comunión Tradicionalista se desmorona, las infiltraciones marxistas se instalan en los mandos y se objetivan en los escritos de la organización. Los carlistas más distinguidos por su saber y su dedicación se marchan en distintas direcciones, y son reemplazados rápidamente, y sin pena, por advenedizos de ideología marxista y progresista, que desplazan a los ortodoxos que aún no se habían ido.

    Lo hasta aquí expuesto prueba fehacientemente que a Blas Piñar le asiste toda la razón. Don Javier y su hijo Carlos Hugo son príncipes que después de proclamar que su monarquía era la del 18 de Julio, se han pasado con armas y bagajes al socialismo, y don Javier ha hecho expresa afirmación de MONARQUÍA SOCIALISTA”.

    Hemos dejado constancia de la lealtad del príncipe Javier. Sólo nos queda decir que Carlos Hugo dimitió como presidente del Partido Carlista, en la reunión extraordinaria de su Comité Federal celebrado en Madrid en noviembre de 1979.

    Dos matizaciones sobre este texto:

    1ª. Blas Piñar dice: "Confieso que a mí, personalmente, me parecía imposible este cambio tan radical en quien, como hemos visto, había expresado su adhesión entusiasta a Franco y a la Tradición". Don Javier, ciertamente era fiel a la Tradición y, por ende, a los Principios del 18 Julio, que no es lo mismo que ser fiel a Franco. La carta que pone al principio del texto Blas Piñar de Don Javie a Franco no supone ninguna subordinación o acatamiento del Decreto de Unificación sino que sólo es una petición de entrevista para la discusión sobre el futuro político español (y es lógico que fuera así, pues Don Javier, naturalmente, en virtud de la cooperación militar como hermanos de guerra que eran, solicitaba la cooperación política para el establecimiento de los lineamientos de la futura reconstrucción social española). Huelga decir que, en cuanto vio por dónde iban los tiros del Decreto de Unificación de Franco, lo rechazó completamente y así lo hizo llegar a la Comunión dicho rechazo de una medida política tan contraria al espíritu político del 18 de Julio.


    2ª. Blas Piñar es citado diciendo: "la tesis fatídica y fatalista de que una dinastía carlista produzca siempre príncipes leales a la Tradición". La Comunión, que yo sepa, nunca ha dicho eso (y estaba el ejemplo del Rey Juan III -hijo de Carlos V y padre de Carlos VII- para confirmar lo contrario). Lo que sí decía la Comunión es que se debe presumir que, en principio, la dinastía legítima-tradicionalista produzca siempre príncipes leales a la Tradición y, por lo tanto, sea lo normal que así ocurra. Lo que no se puede hacer es tomar las excepciones que pueda haber (Juan III, Carlos Hugo) como regla porque entonces se caería en un puro escepticismo esterilizador donde nada sería seguro en virtud de la elevación a norma de esas excepciones. Mutatis mutandis, dígase lo mismo de la dinastía liberal-revolucionaria, donde se ha de presumir (como siempre ha recordado la Comunión) que de ella sólo salgan "príncipes" revolucionarios (y la triste experiencia, con Juan Carlos, ha dado la razón a los tradicionalistas una vez más).


    El texto completo del artículo de Don Miguel Ayuso a que hace referencia Blas Piñar es el siguiente:



    UNA BIOGRAFÍA FALSA


    La experiencia del hombre muestra con usura lo que fue objeto de la enseñanza de Pablo de Tarso: que hay diversidad de carismas que se nos dan en el servicio de múltiples vocaciones para la común utilidad. Así, el secreto de la vida no es otro que el del discernimiento de cuál sea nuestro don y la perseverancia en su desenvolvimiento. La fecundidad se halla precisamente ahí, al igual que en el desprecio o el abandono de lo propio radica la inautenticidad y a la postre la esterilidad.

    El carlismo tiene una larga historia. Que puede gustar o repugnar, pero que es la que es. Como su nítido signo intelectual. Y que, desde luego, excede de la coyuntura histórica de un hoy hasta pintoresco pleito dinástico, que en puridad no pasó de simple banderín de enganche, para venir a encarnar la vieja España en la continuidad —durante los dos últimos siglos— de la defensa del régimen histórico español y de la religión como fundamento de la comunidad política. Este carácter es precisamente el que ha teñido la trayectoria del carlismo, singularizándolo de otros legitimismos. Y aun así, ¡qué entrega a sus reyes la de los leales de la Causa, envidia tantas veces de la rama reinante! Porque en el primado de la que, con toda intención anticarlista, llamó el gran historiador Jesús Pabón «la otra legitimidad», se alimentaba al tiempo el fervor por la originaria legitimidad dinástica.

    Como quiera que sea, en la vitalidad tanto tiempo sostenida del carlismo, así como en sus numerosas reviviscencias posteriores, late la «diferencia» de la historia contemporánea española —de la guerra de la Convención a la de 1936—, fundada en la resistencia del comunitarismo religioso y tradicional frente a la laicización y desvinculación introducidas por la revolución liberal. Al fin y al cabo, el profesor Palacio Atard pudo escribir, con referencia a la España del barroco, que «nosotros, los que no somos europeos», «tuvimos un programa político con validez para el mundo», y «no solamente lo tuvimos: lo sostuvimos». El carlismo es cabalmente la continuidad de esa vieja España.

    Ahora, cierto sector de la familia de Don Javier de Borbón Parma —que, a la muerte de don Alfonso Carlos en 1936, abanderó la Comunión Tradicionalista—, a comenzar por el heredero Carlos Hugo, no contento con la acción profundamente desnaturalizadora desarrollada ya en el seno de ésta desde finales de los sesenta, pretende «recrear» la figura de Don Javier con una biografía delirante. ¿Por qué no había de llegar hasta Don Javier la piqueta que no respetó elemento alguno del entero edificio del carlismo? La desaparición durante los últimos años de sus muñidores de la escena española, la retirada —al menos— a un discreto segundo plano, permitieron concebir durante algún tiempo la esperanza de que, ya que no el arrepentimiento, el desánimo hubiera cundido entre ellos. Pero ya se sabe que en el infierno hay que dejar toda esperanza, y —así— ha terminado por resultar vana.

    La figura de un gran príncipe cristiano, confidente y agente de Pío XII, que dio a la Comunión Tradicionalista la orden de sumarse «con todas sus fuerzas» al Alzamiento Nacional, que dirigió las actividades de aquélla durante tres decenios con centenares de manifestaciones de purísima doctrina tradicionalista —pueden exhumarse acudiendo a la oceánica recopilación de Manuel de Santa Cruz en 28 tomos, alguno de varios volúmenes—, se convierte en el libro que comento en «el hombre que osó enfrentarse a Franco y situó al carlismo a la izquierda». Raya lo grotesco lo primero, pues —aparte del tono— la oposición carlista al régimen fue oscilante, precisamente porque el propio Don Javier durante algún tiempo defendió la «colaboración», y siempre sui generis. Y lo segundo es una manipulación grosera, porque tal es lo que intentó hacer Carlos Hugo, sin más éxito que la «gloria» de haber contribuido a desarbolar un carlismo demasiado azotado ya por el franquismo, el cambio social y, sobre todo, el concilio Vaticano II. Pero, Don Javier... Los gestos que trabajosamente se ayuntan en tal sentido, no sólo son de un raquitismo extremo, que delata el fraude, sino que en todo caso desacreditan a quien los utiliza por la falta de piedad que implica. Francamente, son actos arrancados por su hijo don Hugo en la avanzada ancianidad de Don Javier. Silenciándose, en cambio, entre otras, la frontal oposición de su esposa, Doña Magdalena de Borbón Busset.

    Sobre el resto no merece la pena volver ahora. Es el carlismo socialista de una «historia-ficción» que, a fuerza de repetirla durante veinticinco años, temo que ha comenzado, ya que no a calar, a dejar algunos tics. La impresión que deja esta sedicente biografía de Don Javier no puede ser sino de nostalgia y hasta de tristeza. Por la falsificación de la historia, por la ingratitud de unos príncipes que —tras haberse burlado de la lealtad heroica de un pueblo que lo ha dado todo por sus antepasados— no dudan ahora en hacer irrisión de su propio padre. Por la misma postración del carlismo. José María Pemán dijo de los carlistas que habían mantenido intacta, por encima de toda claudicación, «la castidad de su pensamiento y de su esperanza». Parece que algunos, por contra, han hecho su propia revolución sexual.

    Entre el carlismo y la corriente histórica de la contemporaneidad media un abismo. La situación de la Iglesia católica, la presión internacional y las propias tendencias sociales más acusadas —en buena medida inducidas comunicacionalmente— marchan en dirección opuesta a la del pensamiento tradicional. Lo que no quita para que sea posible descubrir en la situación presente otra serie de rasgos que abren brechas en el sistema de la modernidad: la crisis moral profundísima que ha puesto en primer plano la necesidad de la «comunidad»; la crisis del Estado-nación, que abre vías a nuevas formas de integración territorial, que recuerdan al foralismo; la crisis del parlamentarismo y de la partitocracia, que lleva a fórmulas presidencialistas y a la quiebra de la monopolización de la representación por los partidos. He ahí un camino abierto para, auscultando los signos de los tiempos, y sin renunciar a un acervo amasado en dos siglos de heroísmo y sacrificios sin cuento, lanzar el grito de «aún vive el carlismo». El rescoldo queda en muchas viejas y nobles familias adormecidas hoy en la plácida vida de sociedad. Y el pueblo... La senda esforzada conduciría a avivarlo. Otros, a lo que se ve, se afanan en extinguirlo.

    M. Ayuso

    Fuente: TETRALEMA - BITÁCORA LEALTAD
    Última edición por Martin Ant; 14/06/2014 a las 16:22
    muñoz y Xaxi dieron el Víctor.

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