Kontrapoder. Ya conocía la literatura de Jesús Palacios (es un historiador que ha tenido y tiene las puertas abiertas de la Fundación Francisco Franco para investigar en sus archivos, y poseo varios de sus libros que han sido fruto de dichas investigaciones), así como el libro de memorias del General Monzón (que también poseo). Por desgracia, no he tenido tiempo de poder leer ni éste ni los otros (ni creo que pueda leerlos a corto plazo
).
La figura del almirante Carrero Blanco es, ciertamente, muy peculiar. Y las circunstancias de su asesinato han dado pábulo a varias hipótesis y teorías para todos los gustos. Por ejemplo, sin ir más lejos, me encuentro con esto en una biografía de Mauricio de Sivatte:
El 20 de noviembre [sic] de 1973 es asesinado el almirante Luis Carrero Blanco. Felipe Vives Suriá nos comentó que el 3 de enero de 1974, en un viaje que éste realizó con Sivatte a Pamplona, le comentó que acababa de visitar en Madrid a la viuda del Almirante. La viuda le comentó a Sivatte que el asesinato de su marido había sido «un crimen de palacio». Sivatte estaba convencido que, si no directamente, Franco había dejado que se cometiera aquel asesinato y, por lo tanto, sabía sobre él y el resultado del mismo. Otras fuentes consultadas por Felipe Vives y Sivatte les aseguraron que, en aquellos días, sólo la CIA tenía la infraestructura suficiente para poderlo realizar. Sivatte, según Vives, sintió la obligación moral de visitar a aquella viuda, aunque políticamente su marido no hubiera estado nunca en la misma línea de actuación que él. Para Sivatte era un deber y, por eso, visitaba a personalidades políticas situadas muy lejos de su pensamiento político.
Fuente: D. Mauricio de Sivatte. Una biografía política (1901 – 1980), César Alcalá, Cuadernos Carlistas, páginas 184 – 185.
¿Qué pensar de Carrero Blanco, pues?
Manuel de Santa Cruz lo consideraba como un elemento de oposición a las políticas demoliberalizadoras de los gobiernos de Franco (políticas potenciadas, sobre todo, a partir del Gobierno del ´57), y ponía como ejemplo paradigmático su personal oposición al proyecto de Ley de Libertad Religiosa del ´67, destructora de la unidad católica española (sobre esto, si Dios quiere, ampliaré en otro hilo en una interesantísima discusión que M. de Santa Cruz tuvo con Ignacio de Orbe Tuero).
También podemos aducir como ejemplos de oposición personal (y recalco lo de personal, para que se me entienda el tipo de oposición que pudo haber estado haciendo Carrero Blanco), muchos de los informes que elevaba a Franco sobre la cada vez peor situación político-social (algunos de los cuales se recogen en los Apéndices de La larga marcha hacia la Monarquía). O los informes del mismo tipo que Blas Piñar le enviaba sólo a él, en tanto que única persona en la que podía confiar dentro del podrido aparato político oficial del régimen franquista.
Yo creo que la clave para entender esa aparente contradicción entre un Carrero Blanco que trata, por un lado, de denunciar y oponerse al desmoronamiento demoliberalizador, y, por otro lado, el hecho de que toda esa oposición, a la hora de la verdad y a efectos prácticos, quede en nada, está precisamente en su lealtad a Franco es decir, en su lealtad al primario y principal promotor de la susodicha debacle.
Es esa contradicción que late en el alma del almirante entre, por un lado, el desastre político-social que sus ojos pueden percibir y, por el otro, una mal entendida lealtad hacia aquél que precisamente promueve desde el poder dicho desastre. Es ahí donde creo yo que radica la tragedia (porque no se puede si no calificar de tragedia) personal latente en la figura de Carrero Blanco.
Carrero Blanco no entendía de esa lealtad verdadera a la que en un discurso hizo referencia Don José Miguel Gambra.
Manuel de Santa Cruz cuenta que, en una reunión de altos mandos del Ejército, el Coronel Sanz de Diego, que en la guerra había sido comandante del Tercio del Alcázar, hizo algunas críticas al régimen anterior y fue interpelado en voz alta por el General Medrano, un pelota oficial, que le dijo: «No nos cabe duda de que es usted incondicional del Caudillo ¿verdad, Coronel?», a lo cual, tras un ominoso silencio, Sanz de Diego contestó: «No lo crea, mi general, yo no soy incondicional más que de Nuestro Señor Jesucristo». A ejemplo de ese carlista admirable, que de esa manera se la jugó en unos momentos en que la devoción a Franco estaba en su cúspide, debemos no reconocer más lealtad incondicional que la que a Dios debemos.
Por eso, aunque parezca contradictorio, de Carrero Blanco se puede predicar tanto su oposición a los efectos del proceso demoliberalizador, como su casi segura eventual falta de oposición hacia un Juan Carlos que, tras la muerte de Franco, simplemente se limitó a llevar ese mismo proceso demoliberalizador hasta sus últimas consecuencias. Futurible falta de oposición esta última que habría venido dada a consecuencia de su lealtad (lealtad, repito, mal entendida y deplorable para cualquier católico) hacia precisamente la causa promotora originaria del proceso demoliberalizador, esto es, Franco.
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