Contrarréplica de Manuel de Santa Cruz
Fuente: El Pensamiento Navarro, 12 de Enero de 1975. Páginas 3 y 2.
CARTA ABIERTA A DON IGNACIO DE ORBE Y TUERO
Madrid, 10 de enero de 1975.
Sr. don Ignacio de Orbe y Tuero
Pamplona
Muy señor mío:
He leído la Carta Abierta que Vd. me dirige desde “El Pensamiento Navarro” de 7 de enero a propósito de la afirmación que yo hice en un artículo publicado en este mismo diario el día 12 de diciembre pasado, de que la Santa Sede había impuesto a España la libertad de cultos. Le agradezco la cordialidad de la redacción de su escrito.
Antes de contestar a su carta declaro que celebro mucho las observaciones y aportaciones de Vd. sobre este tema, y cualesquiera otras, porque pueden corregir errores míos, pero sobre todo porque rompen el silencio reinante en torno a esta cuestión de la libertad de cultos. Silencio que es uno de los mayores males que podemos padecer, porque sirve en gran manera a la consolidación de la pérdida de nuestra unidad católica. Al paso que vamos, las nuevas generaciones considerarán la igualdad de derechos civiles entre la verdad y el error como la cosa más natural del mundo. Debemos evitar que nuestro derecho a reivindicar la unidad católica perdida prescriba. Para ello pido a todas aquellas personas que puedan hacerlo, que escriban sobre esta libertad de cultos, que como Vd. muy bien dice lleva a todas las libertades, y de ahí su enorme importancia, harto desatendida. Por mi parte, voy a preparar unos reportajes sobre el particular.
No veo colisión entre mi afirmación y la del párrafo cuarto de su carta que dice: “Por lo tanto, lo que yo niego, mientras no se demuestre lo contrario, es que hubiese imposición del Vicario de Cristo como tal, para promulgar esa Ley”. Yo no me he referido al “Vicario de Cristo como tal”, ni siquiera le he mencionado, sino a la Santa Sede, que Vd. mismo dice en otro lugar “que está muy cerca del Vicario de Cristo, pero que no es Él”. Para mis fines no necesito ir más allá de la Santa Sede, y no he ido. Por eso queda fuera del texto base la pregunta que me hace: “¿Esa imposición fue del Vicario de Cristo?”, y aplazo la respuesta.
Creo que lo que los dos pretendemos es encontrar una definición exacta del papel jugado por la Santa Sede en la génesis de la actual situación. Es una fase previa para establecer responsabilidades y exigir reparaciones. Yo escribí que había “impuesto” a España la libertad de cultos. Vd. define ese papel con dos afirmaciones: una, que por parte de la Santa Sede –a nivel de la Diplomacia Vaticana– , hubo toda clase de facilidades para que el Gobierno español confirmara de Jure una situación de Facto. Otra, que hubo pleno acuerdo entre la Diplomacia Vaticana y el Gobierno español. Vamos a ver si nos ponemos de acuerdo nosotros.
Yo tengo que confesar públicamente que no he visto ningún desembarco aéreo de tropas de zuavos pontificios en nuestro territorio para imponer, como imponen las infanterías, la libertad de cultos. Pero la palabra “imponer” también se usa para designar otras maneras menos llamativas de alcanzar finalmente las mismas situaciones.
Documentos aparte, que ya irán saliendo, recuerdo que pasé muchas horas en los pasillos de las Cortes cuando se debatía la libertad de cultos, y que hablé con mucha gente, allí y en otras partes. Con mínimas diferencias de vocabulario, obispos, religiosos y miembros de Institutos Seculares, me daban la razón en mi oposición, pero como habían decidido, aunque a regañadientes, votar “sí”, coincidían en responderme lo mismo con tono exculpatorio: “¿Cómo nos vamos a enfrentar con la Santa Sede?”. En aquellos días nadie dudaba de que era el Concilio quien había desencadenado la cuestión y la Santa Sede quien inmediatamente después la impulsaba. Lo que no se desvirtuaba por el hecho de que algunos políticos impíos estuvieran en su fuero interno encantados con la situación que se les ofrecía. La mayoría de la gente entendía que la libertad de cultos era una iniciativa, incluso una necesidad, de la Iglesia para “aggiornarse”; los progresistas se jactaban de ella, y nadie les desmentía.
Asegurado mi testimonio de que la gran protagonista de esta tragedia fue la Santa Sede, no tengo inconveniente en rebajar algo la dureza de la palabra “imponer” y en aceptar otra, siempre que tenga la virtud de recordarnos que el papel de la Santa Sede fue decisivo, o cuando menos, predominante.
Un pequeño inciso de política-ficción: ¿Cómo cree Vd. que reaccionaría la Santa Sede si un día de estos el Gobierno suprimiera la libertad de cultos?
Si yo me avengo a suavizar el término “imponer”, creo que Vd. se acercaría más a la realidad si endureciera sus definiciones. Creo que por parte de la Diplomacia Vaticana hubo bastantes más cosas que “toda clase de facilidades”; en general, parece que el que da facilidades es el que juega el papel pasivo, y la Diplomacia Vaticana jugó un papel muy activo. Menos inexacto sería decir que quien dio toda clase de facilidades fue el Gobierno español. Digo menos inexacto, porque se ha publicado un documento que muestra que el Almirante Carrero resistió bastante.
Toda clase de facilidades –dice Vd.– “para que el Gobierno español pudiera confirmar de Jure la libertad religiosa que de Facto hacía años autorizaba, mucho más allá de una lícita tolerancia”. Creo que la Declaración Conciliar y su adopción en nuestra legislación ha supuesto algo muchísimo más grave que un trámite legal. En lo cuantitativo, se produjo bruscamente un impresionante aumento del número de locales de religiones falsas que antes gozaban, ciertamente, de libertad. En lo cualitativo, diversificaron sus propagandas con medios hasta entonces nunca usados: emisiones de radio, pancartas y repartos callejeros, visitas domiciliarias, etc. También se produce una variación cualitativa indisimulable con la aparición de sectas y organizaciones que antes del Concilio no existían entre nosotros; y el espíritu liberal de la Declaración conciliar se extrapola a libertades de otros males, como la pornografía, que desde la Cruzada ni se imprimía ni se vendía masivamente en España hasta 1967.
La otra definición de la participación de la Santa Sede que Vd. ofrece “es que hubo pleno acuerdo entre la Diplomacia Vaticana y el Gobierno español”. Creo que a este pleno acuerdo se llegó por sometimiento del Gobierno a la Santa Sede y no al revés.
Le agradezco nuevamente su atención y le ruego no deje de ofrecernos, a los lectores y a mí, sus valiosas aportaciones.
Manuel de Santa Cruz
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