Fuente: ¿Qué Pasa?, 25 de Septiembre de 1971, página 11.


LA REFORMA DEL SEGURO DE ENFERMEDAD

Por el Doctor Pablo Castillo


Se han promulgado últimamente decretos conducentes –dicen– a una importante reforma del Seguro de Enfermedad. Es aún difícil imaginar el nuevo perfil de éste, después de la reforma. Pero sí cabe, desde ahora, un comentario político por exclusión. Por lo que ya se ve, no se trata de conducir el Seguro de Enfermedad hacia una concepción tradicionalista sino de perfeccionarlo –dicen– dentro del mismo lugar fronterizo con el socialismo que siempre ha ocupado. Como una reforma de la pregonada ahora no se puede hacer a menudo, hay que perder la esperanza próxima de ver un síntoma, siquiera aislado, de conversión política nacional al tradicionalismo. Queda aplazada sine die la restitución a la sociedad de la gestión sanitaria que pasó a la administración del Estado.


SOCIALISMO Y TRADICIONALISMO.– El socialismo es la propiedad por el Estado de los medios de producción y de los servicios como paso previo para que posea también los bienes de consumo, lo cual sería cabal en el comunismo. El Tradicionalismo está en las antípodas. Relega al Estado a una función subsidiaria de la propiedad e iniciativas individuales y de los cuerpos naturales de la sociedad, impropiamente llamados ahora cuerpos intermedios. En el Tradicionalismo es la sociedad la que predomina sobre el Estado. En los «socialismos» sucede al revés; el Estado devora a la sociedad.

Se ha señalado entre las causas de la ruina del Imperio Romano la confusión entre gobierno y administración. Esta confusión, hasta fundir los dos conceptos, se da en el socialismo y en el comunismo, y también, más atenuada, en el fascismo y en otros totalitarismos. En cambio, en el tradicionalismo están siempre muy claramente separados el gobierno y la administración: la sociedad, estructurada espontánea y naturalmente es la que se administra, y también la que se autogobierna. En este caso el Estado tendría que limitarse a gobernar, y poco, nunca a administrar lo que no fuera su propia organización, por cierto, mínima. Gobernar es «hacer-hacer»; no es hacer; administrar es hacer directamente; «hacer», a secas.

Entre estos dos polos opuestos, tradicionalismo y socialismo, se han situado importantes asuntos contemporáneos. Cerca del tradicionalismo ha estado la gestión del señor Silva Muñoz en el Ministerio de Obras Públicas; varios e importantes trabajos han sido hechos no por los funcionarios de ese Ministerio, por empleados del Estado, sino por contrata con compañías particulares. Disfrutamos hoy de ellos sin que la administración pública haya aumentado sus plantillas en una mecanógrafa, ni sus oficinas en un metro cuadrado. También en el Ministerio de la Vivienda se ha hecho una política próxima al tradicionalismo. No ha construido casas directamente, sino a través de incentivos dados a individuos o a grupos naturales y espontáneos de ellos. No empezó su política por construir gigantescas oficinas desde donde dirigir a batallones de albañiles estatales, como en Rusia. El papel de ambos ministerios se ha centrado en que la redacción de los contratos fuera correcta y ventajosa para el Estado y en que las subvenciones fueran fructíferas.

El Seguro de Enfermedad, por el contrario, fue situado en el polo opuesto, próximo al socialismo, desde su nacimiento, y después ha faltado valor para rectificar. Ha sido el propio Ministerio de Trabajo quien ha construido las instalaciones, ha nombrado a sus empleados y ha llevado la gerencia directamente. En vez de «hacer-hacer», ha «hecho», simple y directamente. Y ahora se reafirma en esta política estatista.


EL FRACASO DE LA MEDICINA SOCIALISTA.– El fracaso de la medicina socialista es un fracaso doble. En él se suman el fracaso de cualquier administración socialista, irresponsable en su anonimato, ahogada en la frondosidad de su burocracia, reprochada de todo por parte de los hombres a quienes «liberó» de sus responsabilidades personales. Y el fracaso de una medicina hecha de forma esencialmente incapaz de establecer una correcta y satisfactoria relación personal entre el médico y el enfermo.

Las gestiones socialistas, en general, son carísimas, y buscan la salida de su fracaso económico en el crecimiento. Están en equilibrio inestable. O crecen, o mueren. El socialismo es expansivo, invasor, devorador. Entre otros rasgos señalaré únicamente el intento, renovado ahora, pero antiguo, de invadir la enseñanza de la medicina, que debe corresponder exclusivamente al Ministerio de Educación. Ya en tiempos de Girón de Velasco quedó claramente definido que no hay por qué convertir a los productores en material pedagógico. Ni hay por qué dotar económicamente mal a numerosos puestos de trabajo trepidante con el pretexto de lo mucho que aprenden quienes los cubren con la generosidad de su vigor juvenil.

El fracaso de la medicina socialista se vería aún más claramente si se publicaran los costes reales y comprobables de sus servicios concretos y se examinara la calidad de los servicios que por costes inferiores aportaría la iniciativa privada.


UN SEGURO DE ENFERMEDAD TRADICIONALISTA.– Se basaría en tres puntos principales, a saber: 1.º Solamente sería obligatorio para los económicamente débiles. Conviene respetar la libertad humana al máximo; para aquéllos que tienen capacidad económica para afrontar eventualidades, el resolverles, aunque sólo fuera aparente y deficientemente, esos problemas, es privarles de la gimnasia de la iniciativa y del autogobierno, empobrecerles mentalmente, masificarles, prepararles para el marxismo. Es importante que el actual Seguro de Enfermedad defina qué entiende por económicamente débil. Esto no quiere decir que los económicamente pudientes no puedan prevenir su asistencia médica, pero si prefieren el seguro al ahorro o al riesgo, ese seguro habría de ser libérrimo y privado. 2.º El seguro obligatorio de enfermedad habría de ser atendido por cualquier médico o grupo de médicos elegidos libremente por los asegurados o sus empresas; tendrían éstos la obligación de asegurarse con carácter genérico, conservando la libertad de la manera concreta de cumplir esa obligación. La competencia que así surgiría entre médicos sería regulada por las autoridades y los Colegios de Médicos. Así se hace en muchos países no socialistas. En el nuestro, muchos grupos de médicos de seguro libre han probado con creces que se puede hacer a plena satisfacción, y no digamos si fueran subvencionados por las empresas, los Sindicatos y el Estado con cantidades aún inferiores al déficit del actual seguro estatal. Cuanto más se nos arguya por parte del Estado de que no es así, más le invitaríamos a que probara la confianza en sí mismo dando libertad de elección de sistema. 3.º El actual aparato estatal quedaría reducido al cuerpo de inspectores, que velarían por que todo español económicamente débil estuviera debidamente atendido en su salud por cualquiera de los infinitos mecanismos de asistencia privada, vigilarían el funcionamiento de estos servicios, especialmente si estaban subvencionados, y por la pureza y eficiencia general del sistema. Algún lector habrá pensado ya en la posibilidad de que un seguro libremente concertado por individuos económicamente débiles o por las empresas acabaría por explotar al trabajador. Es cierta. Sería cierta en un Estado liberal que tuviera por lema el de «laissez faire, laissez passer», pero no sería probable en un Estado serio y fuerte que contara con un cuerpo de inspectores eficaces.

Por supuesto que la transición a esta concepción habría de hacerse con plenas garantías económicas para el personal de las actuales estructuras, y con una lentitud y prudencias antitéticas a los sobresaltos revolucionarios propios del socialismo.