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Tema: Tú y el Estado Doctor (Charles Mellick, 1944)

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    Re: Tú y el Estado Doctor (Charles Mellick, 1944)

    Fuente: Punta Europa, Número 39, Marzo 1959, páginas 77 a 85.


    LA DESHUMANIZACIÓN DE LA MEDICINA

    Por el Dr. Antonio Arbelo

    Asesor de Demografía en los Servicios Centrales de Higiene Infantil


    Al hacer público a una minoría intelectual el fenómeno de cambio de signo del ejercicio de la Medicina en nuestro tiempo, pienso en la valiosa ayuda que con ello puede recibir mi más querida meta profesional: defender la salud del niño desde la atalaya sanitaria donde habitualmente contemplo y estudio la población infantil de España.

    A los no médicos que esto leyeren puede que cause sorpresa lo que aquí decimos. Es natural que así sea al no conocer otra Medicina que la tradicional, la del sacerdocio del médico, de la que todavía siguen recibiendo asistencia. Sin embargo, espero que ningún profesional de la Medicina de mi época o de la época anterior a ella, se sorprenderá porque un pediatra, un médico de niños como generalmente se le denomina, un pediatra-puericultor o simplemente puericultor como ahora se llama, y que hace veintisiete años se incorporó al ejercicio de la Medicina infantil en nuestra patria, formule hoy día la afirmación que da título a este artículo, con el que pretende únicamente dar a conocer las impresiones que la evolución de la práctica de la medicina viene determinando en su espíritu, con el fin de poner remedio a los males –y en lo sucesivo evitarlos– que su mal realizada colectivización viene causando, por su deplorable organización e imperfecta asistencia a la infancia, en la mente y sentir de muchos padres y de los pediatras.

    Ignoro si soy el primer médico que en España hace público esta exteriorización de su sentir en relación con la nueva Medicina. Si así fuera, debería tenerse muy presente lo que creo la razón de ello. Todos los médicos, en general, de las distintas especialidades, en particular otorrinolaringólogos, tisiólogos, radiólogos, analistas, etc., conocen bien el exceso de trabajo que determina el alto cupo de familias asignadas, pero saben solamente de las impresiones recogidas en consultas por faltarles, en general, las percepciones múltiples de la asistencia domiciliaria del enfermo.

    La más fina detectación del ambiente –espíritu, pureza, inocencia, cariño, ternura, desinterés, etc.– y circunstancias –pobreza, humildad, enfermedad, etc.– del niño permiten al pediatra ser quien, antes, mejor y más hondamente perciba las reacciones humanas de la familia y las de sus compañeros frente a la decadente evolución de la Medicina, que debemos evitar.

    Los errores programáticos de nuestra Medicina Social –mejor sería llamarla colectivizada o de masas en tanto no se mereciera el calificativo de social– no debe tener nunca el silencio de quienes cada día ejecutamos los actos más valiosos de ella, porque podían ser interpretados como asentimiento, conformidad. Además, si seguimos casi callados como hasta ahora, la Medicina en nuestra Patria corre el riesgo de sucumbir, o lo que es peor, de transformarse en su «conato». De continuar la Medicina como hasta hoy, no siendo recibida y encausada con la inteligencia puesta al servicio de lo más grandioso y perfecto que alienta el corazón y anima el espíritu del hombre, de proseguir arrastrada anónimamente por los equivocados servidores de la marea demográfica, no la podemos vislumbrar otro fin. ¡Y en estas circunstancias se pretende la Seguridad Social!... Nunca existirá una seguridad social si nuestra Medicina Social no cambia de signo, si sigue con su mala estructuración, si el espíritu del médico se sigue perdiendo, si la vida de los humildes en sus depresiones no encuentra que hay algo organizado de carácter selecto y superior para atenderlas, y sólo ve en quien asiste aquéllas la rapidez y la prisa, mientras el médico, día tras día en la contemplación de estas imágenes se forja la idea de la deshumanización de la Medicina y de las vidas humanas transformadas en un hormiguero.

    Por ahora el fenómeno está en su comienzo y sólo afecta a la tercera parte de la población española. Diez millones de habitantes están obligatoriamente servidos por esta medicina colectivizada, de los cuales alrededor de la cuarta parte palian las imperfecciones de la misma en Sociedades Médicas o en médicos particulares.


    LA FALSA MEDICINA SOCIAL

    Con la industrialización del siglo XIX se inició la época de la creciente intensidad evolutiva, cuyo ritmo progresivo ignoramos hasta cuándo y dónde podrá proseguir. Como consecuencia de ello, hoy vivimos una época de ritmo acelerado, de casi continuo cambio, sin que se prevea signo alguno de disminución ni detención.

    A la Medicina y al médico también les ha correspondido ser transformados. El ritmo impetuoso del demografismo impera y manda en lo social, cuyo «cuantum» todo lo determina.

    Sus servidores se sirven del avance terapéutico para interpretar al médico en sus actuaciones sobre mayor número de familias y de asistencias, mayor espacio, en el que ven sólo un simple servidor de la deslumbrante farmacología. Sobre esta base, Medicina y médico han sido adentrados y aprisionados en el campo de lo social. Resulta paradójico que, en el nombre de la Medicina y Seguridad Social, se cree una falsa Medicina y un médico también falso; a la medicina se la “masifica” y al médico, al desposeerle de sus deberes tradicionales, al profesional de la individualidad humana, se le convierte en un “adocenado”.

    El pediatra, como todos los médicos, excesivamente agobiado por el excesivo cupo de familias asignadas, está materialmente imposibilitado para hacer una anamnesis, una exploración meticulosa, ha de molestar a las pobres madres con traslados a que obliga los envíos al radiólogo, analista, etc., siempre que precisa estos valiosos métodos auxiliares…

    Por esta causa se le ha puesto en el camino que conduce a actuar con prisa, a explorar con rapidez, lo que poco a poco le ha ido tergiversando el patrón de su deber y, por lo tanto, de su conciencia de médico, a participar de la angustia de la época, como si no fuera ya bastante con el peso que cada día mantiene en su conciencia y sentimientos.

    Tenemos que ir contra la tendencia actual de la creación de un falsa Medicina Social, de una medicina de masas, de una Medicina de colectividades, en la que se ignora lo individual, lo personal; tenemos que ir contra el engendro de «una Medicina que es la antítesis de la misma Medicina, que sólo ve la enfermedad y no al enfermo», donde se pierden los mejores matices del ser, de sus dolencias, matices que mejor definen la individualidad, y es la razón suprema de ser del médico.

    Hasta ahora la Medicina sólo fue colectiva sanitariamente, sobre la base primordial de haberse ejercido bien, individualmente, agrupando y clasificando luego los casos, bajo la visión conjunta que interesa, en general, de una protección sanitaria. El apellido de lo social, ni una superior colectivización y menos una obligatoria subordinación de enfermos, autoriza a nadie a tergiversar la Medicina, a olvidar sus eternos principios, pues siempre fue aquélla social en cada una y en todas sus magníficas actuaciones individuales, pues en ellas mismas radica el mejor y el más excelso exponente de lo social. Sólo tratando al ser humano como siempre, en su grandiosidad, es decir, individualmente, se está autorizado para considerarlo bajo la visión colectiva de relaciones de características, incluyendo hasta las presupuestarias, y sólo entonces tendremos en verdad una Medicina que, justamente, desea ser social.

    A nosotros católicos debe importarnos mucho, más que a nadie, que la organización del movimiento de la Medicina Social sea auténticamente social, inspirado en la más grandiosa fe que poseemos los humanos, ya que de no ser así sabemos bien a dónde conducirá el camino de lo empezado: a la contribución del desarrollo de los pensamientos políticos que en los humildes abren las puertas de la negación, mediante la creación del medio preferido por los políticos de la negación: la falta o la falsa asistencia médica a los niños que integran el actual arrollador ímpetu demográfico (40.000 nacidos cada día en el mundo, de los cuales 1.780 pertenecen a España) que interpretan mal y angustian a algunas naciones, tergiversando y explotando en el mundo, lo que es más puro y grandioso del sentimiento humano.

    Desde que comenzó la especialidad Pediatría-puericultura en nuestra llamada Medicina Social, tanto en la primera como en la segunda etapa o actual, el pediatra-puericultor y la enfermera puericultora han estado siempre agobiados por el excesivo trabajo y no disponer de tiempo para el mismo.

    Pese a ello, los buenos resultados obtenidos en la Asistencia Infantil del S.O.E. se deben, como hace años he puesto de manifiesto, exclusivamente a los pediatras-puericultores y enfermeras, quienes, luchando con adversidades de toda índole, no considerados y mal remunerados, vencieron miles dificultades e incomprensiones, movidos de sus sentimientos cristianos y profesionales hacia los niños que cada día habían de atender.

    La calidad del ejercicio diario del pediatra-puericultor, en lucha constante con las adversidades que origina la falta de tiempo por sobrecargas de asistencias, la están todavía manteniendo el espíritu cristiano, el deber y la mentalidad profesional de otra época, camino de desaparecer, ayudados por el grandioso progreso de la terapéutica que ha permitido con su mayor eficacia un periodo menor de control médico, un número menor de asistencias.

    Causa profundo pesar ver a los hombres no médicos que dirigen nuestra naciente Medicina Social, indiferentes o complacidos en lo inmediato, en resultados engañosos sólo aparentemente buenos, y en hechos de posibles repercusiones políticas personales, mientras no ven o no quieren ver los importantísimos detalles prácticos del desarrollo del programa trazado, los males que ocasionan en el alma de los humildes, la proyección de los mismos en el futuro, las posibilidades para corregir sus imperfecciones, con el afán superior y eterno de toda obra bajo la inspiración de Dios.

    ¿Hasta cuándo durará este ambiente negativo que malforma, en general, a las nuevas generaciones pediátricas desde sus primeros pasos en el ejercicio profesional, y desencanta el espíritu de las viejas?

    La nueva generación médica no debe tener miedo, debe tener fe en que todo se arreglará, en que la Medicina Social será auténticamente social y el médico será, de siempre, el protector constante sanitario-clínico de la individualidad humana. Esta seguridad nos la debe de dar el conocimiento que tenemos del poder espiritual de la vocación de prevenir a los sanos, de aliviar, cuidar y curar a los enfermos, fuerza espiritual que nadie podrá vencer, ni arrebatarnos, y menos los que pretenden servirse falsamente de ella.

    Claro es que todo esto se arreglará por la acción profiláctica social de los mismos médicos, ayudados por el hecho de que el sistema de Seguridad Social no puede existir sin la seguridad de la auténtica Medicina. El sistema colectivo de la Medicina Social no podrá vivir sin la consulta tradicional, individual, médico-tiempo, médico-enfermo. El sistema Social no podrá vivir si los médicos encuentran sus posibilidades limitadas y sus fuerzas vocacionales no están satisfechas de los medios y forma en que actúan.


    LA RELACIÓN MÉDICO-TIEMPO

    No se nos esconde el hecho básico de los medios económicos en la realización de cualquier programa. Hace ya tiempo lo señalamos para la Medicina Social con la frase que sigue: «La piedra angular del Seguro radica en la relación médico-tiempo, donde todas las relaciones se encuentran limitadas por el trasfondo de posibilidades económicas».

    Pese a las advertencias que entonces se hicieron, se llegó a la estructuración tan deseada de pediatras-puericultores convertidos en médicos generales de niños, pero en la forma absurda en que ha sido ordenada, dando origen a lo peor que la medicina ha podido ver en nuestro tiempo.

    Los tradicionales valores del espíritu en la «relación médico-enfermo-familia» han descendido grandemente desde que la relación médico-tiempo ha menguado por imperativo del abuso del colectivismo médico. Es cierto que el progreso de la Medicina, especialmente el terapéutico, permite hoy un menor tiempo en el acto médico, pero no al extremo que absurdamente han supuesto los malos organizadores de nuestra Medicina Social, y pese a las advertencias que para la Medicina Infantil sobre este particular se le formularon antes de llevar a la práctica la segunda etapa de la misma.

    Con la obligación «menor tiempo» que han impuesto al acto médico se ha iniciado el comienzo de la desaparición o tergiversación de lo más excelso de la Medicina, la atmósfera cristiana, deber-dignidad, consejo-guía, que siempre reinó con el médico en la relación médico-enfermo-familia, hasta el extremo de hacer innecesario el prestigio del médico.

    La medicina, al despersonalizarse, se deshumaniza, o lo que es peor, se descristianiza, se desposee del espíritu religioso que siempre signa y determina los actos del médico. Todo parece conducirnos a un estado igual a lo que existe en los países materialistas, ateos, de allende el telón: el acto práctico formulario, sin repetición, sin trascendencia ante el valor de los resultados, dada la nula o escasa importancia de la vida individual familiar, cuando sólo se finge, o cree inspirarse en la superioridad de una comunidad rebosante, como si ello fuera posible sin la elemental, básica, previa y cristiana consideración individual del sujeto humano.

    El problema de la asistencia sanitaria médica a nuestra infancia adquiere máxima importancia porque el espíritu católico y el carácter emigratorio de nuestra patria, exigen un esfuerzo para obtener la más perfecta y ejemplar organización, que sirviera de modelo a las naciones europeas y facilitara la adopción de nuestra fe y de nuestro sistema en Hispanoamérica y en el resto del mundo. Además, en la nueva idea unitaria que la necesidad de pervivir ha hecho brotar en la cristiana Europa, la nación más representativa no puede concurrir sin el matiz propio de su tradicional sentir y hacer por la infancia, que la concepción de una falsa Medicina Social comienza arrebatarle, minando la más poderosa base del hogar familiar.

    Faltaron hombres bien dotados y dispuestos en el planteamiento de la estructuración de la especialidad de Pediatra-puericultura, y más juiciosos y experimentados al ordenar su realización. Es cierto que en los puestos directrices no faltaron médicos bien dispuestos, por cuyos espíritus vive la Medicina tradicional, que vieron las medidas superficiales e incompletas, y hasta que previeron los males que iban a causar, pero sus opiniones no fueron suficientes, nada pudieron evitar.

    El momento actual es que los médicos de niños llevamos a cabo el ejercicio de la segunda etapa de la Pediatría-puericultura del S.O.E., descontentos, pero fieles cumplidores a nuestros tradicionales deberes, resignados, silenciosos, pero llenos de caridad y agradecimiento hacía los pobres y humildes padres, que toda comprensión nos ayuda grandemente en nuestra labor, reduciéndonos el número de asistencias, etc., mientras el alma se nos impresiona angustiosamente ante los males que determina la decadente evolución de la Medicina.

    La existencia de una buena o mala Medicina Social es un problema de civilización y organización cristiano social, bien resuelto en la mayoría de los países civilizados occidentales. A nosotros nos urge mucho tener una buena Medicina Social, para lo que bastaría una transformación profunda de nuestra actual Medicina Social, especialmente de la Infantil, que permita en las familias que asistimos y en nuestro «yo» profesional la pervivencia del espíritu cristiano tradicional en nuestra patria.

    En la formación de la infancia, es donde mejor se deposita la esperanza para el futuro; por ello, desde el puesto que Dios me ha permitido alcanzar en la vida, una vez más, bajo la inspiración de la divisa católica «Por un mundo mejor», lucho para lograr una mejor asistencia sanitario-médica del niño español.

  2. #2
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    Re: Tú y el Estado Doctor (Charles Mellick, 1944)

    Fuente: ¿Qué Pasa?, 25 de Septiembre de 1971, página 11.


    LA REFORMA DEL SEGURO DE ENFERMEDAD

    Por el Doctor Pablo Castillo


    Se han promulgado últimamente decretos conducentes –dicen– a una importante reforma del Seguro de Enfermedad. Es aún difícil imaginar el nuevo perfil de éste, después de la reforma. Pero sí cabe, desde ahora, un comentario político por exclusión. Por lo que ya se ve, no se trata de conducir el Seguro de Enfermedad hacia una concepción tradicionalista sino de perfeccionarlo –dicen– dentro del mismo lugar fronterizo con el socialismo que siempre ha ocupado. Como una reforma de la pregonada ahora no se puede hacer a menudo, hay que perder la esperanza próxima de ver un síntoma, siquiera aislado, de conversión política nacional al tradicionalismo. Queda aplazada sine die la restitución a la sociedad de la gestión sanitaria que pasó a la administración del Estado.


    SOCIALISMO Y TRADICIONALISMO.– El socialismo es la propiedad por el Estado de los medios de producción y de los servicios como paso previo para que posea también los bienes de consumo, lo cual sería cabal en el comunismo. El Tradicionalismo está en las antípodas. Relega al Estado a una función subsidiaria de la propiedad e iniciativas individuales y de los cuerpos naturales de la sociedad, impropiamente llamados ahora cuerpos intermedios. En el Tradicionalismo es la sociedad la que predomina sobre el Estado. En los «socialismos» sucede al revés; el Estado devora a la sociedad.

    Se ha señalado entre las causas de la ruina del Imperio Romano la confusión entre gobierno y administración. Esta confusión, hasta fundir los dos conceptos, se da en el socialismo y en el comunismo, y también, más atenuada, en el fascismo y en otros totalitarismos. En cambio, en el tradicionalismo están siempre muy claramente separados el gobierno y la administración: la sociedad, estructurada espontánea y naturalmente es la que se administra, y también la que se autogobierna. En este caso el Estado tendría que limitarse a gobernar, y poco, nunca a administrar lo que no fuera su propia organización, por cierto, mínima. Gobernar es «hacer-hacer»; no es hacer; administrar es hacer directamente; «hacer», a secas.

    Entre estos dos polos opuestos, tradicionalismo y socialismo, se han situado importantes asuntos contemporáneos. Cerca del tradicionalismo ha estado la gestión del señor Silva Muñoz en el Ministerio de Obras Públicas; varios e importantes trabajos han sido hechos no por los funcionarios de ese Ministerio, por empleados del Estado, sino por contrata con compañías particulares. Disfrutamos hoy de ellos sin que la administración pública haya aumentado sus plantillas en una mecanógrafa, ni sus oficinas en un metro cuadrado. También en el Ministerio de la Vivienda se ha hecho una política próxima al tradicionalismo. No ha construido casas directamente, sino a través de incentivos dados a individuos o a grupos naturales y espontáneos de ellos. No empezó su política por construir gigantescas oficinas desde donde dirigir a batallones de albañiles estatales, como en Rusia. El papel de ambos ministerios se ha centrado en que la redacción de los contratos fuera correcta y ventajosa para el Estado y en que las subvenciones fueran fructíferas.

    El Seguro de Enfermedad, por el contrario, fue situado en el polo opuesto, próximo al socialismo, desde su nacimiento, y después ha faltado valor para rectificar. Ha sido el propio Ministerio de Trabajo quien ha construido las instalaciones, ha nombrado a sus empleados y ha llevado la gerencia directamente. En vez de «hacer-hacer», ha «hecho», simple y directamente. Y ahora se reafirma en esta política estatista.


    EL FRACASO DE LA MEDICINA SOCIALISTA.– El fracaso de la medicina socialista es un fracaso doble. En él se suman el fracaso de cualquier administración socialista, irresponsable en su anonimato, ahogada en la frondosidad de su burocracia, reprochada de todo por parte de los hombres a quienes «liberó» de sus responsabilidades personales. Y el fracaso de una medicina hecha de forma esencialmente incapaz de establecer una correcta y satisfactoria relación personal entre el médico y el enfermo.

    Las gestiones socialistas, en general, son carísimas, y buscan la salida de su fracaso económico en el crecimiento. Están en equilibrio inestable. O crecen, o mueren. El socialismo es expansivo, invasor, devorador. Entre otros rasgos señalaré únicamente el intento, renovado ahora, pero antiguo, de invadir la enseñanza de la medicina, que debe corresponder exclusivamente al Ministerio de Educación. Ya en tiempos de Girón de Velasco quedó claramente definido que no hay por qué convertir a los productores en material pedagógico. Ni hay por qué dotar económicamente mal a numerosos puestos de trabajo trepidante con el pretexto de lo mucho que aprenden quienes los cubren con la generosidad de su vigor juvenil.

    El fracaso de la medicina socialista se vería aún más claramente si se publicaran los costes reales y comprobables de sus servicios concretos y se examinara la calidad de los servicios que por costes inferiores aportaría la iniciativa privada.


    UN SEGURO DE ENFERMEDAD TRADICIONALISTA.– Se basaría en tres puntos principales, a saber: 1.º Solamente sería obligatorio para los económicamente débiles. Conviene respetar la libertad humana al máximo; para aquéllos que tienen capacidad económica para afrontar eventualidades, el resolverles, aunque sólo fuera aparente y deficientemente, esos problemas, es privarles de la gimnasia de la iniciativa y del autogobierno, empobrecerles mentalmente, masificarles, prepararles para el marxismo. Es importante que el actual Seguro de Enfermedad defina qué entiende por económicamente débil. Esto no quiere decir que los económicamente pudientes no puedan prevenir su asistencia médica, pero si prefieren el seguro al ahorro o al riesgo, ese seguro habría de ser libérrimo y privado. 2.º El seguro obligatorio de enfermedad habría de ser atendido por cualquier médico o grupo de médicos elegidos libremente por los asegurados o sus empresas; tendrían éstos la obligación de asegurarse con carácter genérico, conservando la libertad de la manera concreta de cumplir esa obligación. La competencia que así surgiría entre médicos sería regulada por las autoridades y los Colegios de Médicos. Así se hace en muchos países no socialistas. En el nuestro, muchos grupos de médicos de seguro libre han probado con creces que se puede hacer a plena satisfacción, y no digamos si fueran subvencionados por las empresas, los Sindicatos y el Estado con cantidades aún inferiores al déficit del actual seguro estatal. Cuanto más se nos arguya por parte del Estado de que no es así, más le invitaríamos a que probara la confianza en sí mismo dando libertad de elección de sistema. 3.º El actual aparato estatal quedaría reducido al cuerpo de inspectores, que velarían por que todo español económicamente débil estuviera debidamente atendido en su salud por cualquiera de los infinitos mecanismos de asistencia privada, vigilarían el funcionamiento de estos servicios, especialmente si estaban subvencionados, y por la pureza y eficiencia general del sistema. Algún lector habrá pensado ya en la posibilidad de que un seguro libremente concertado por individuos económicamente débiles o por las empresas acabaría por explotar al trabajador. Es cierta. Sería cierta en un Estado liberal que tuviera por lema el de «laissez faire, laissez passer», pero no sería probable en un Estado serio y fuerte que contara con un cuerpo de inspectores eficaces.

    Por supuesto que la transición a esta concepción habría de hacerse con plenas garantías económicas para el personal de las actuales estructuras, y con una lentitud y prudencias antitéticas a los sobresaltos revolucionarios propios del socialismo.

  3. #3
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    Re: Tú y el Estado Doctor (Charles Mellick, 1944)

    Fuente: ¿Qué Pasa?, 30 de Diciembre de 1972, página 8.


    1972: Final del carácter liberal de la profesión médica

    Por el Dr. Fernández Arqueo


    Unos sucesos políticos se destacan con grandes titulares en los diarios sensacionalistas y otros influyen mucho más en nuestra manera de vivir desde la penumbra de la letra pequeña del «Boletín Oficial del Estado». Ejemplo de los primeros son las fechorías de la ETA, que son agua que no mueve molino; y de los segundos, la Ley de Perfeccionamiento de la Seguridad Social de 21-6-72, que ha incorporado al Seguro Obligatorio de Enfermedad, de manera imperativa, a los pocos españoles con posibilidades económicas que aún acudían a las consultas particulares de los médicos. Vamos a discurrir sobre este segundo caso, de trascendencia y significación muy superiores a las que se podrían suponer si únicamente se valorara la escasa cantidad de comentarios que ha suscitado.

    En tres períodos se puede esquemáticamente dividir la asistencia médica en la España posterior a la Cruzada: 1.º, desde ésta a la creación del Seguro Obligatorio de Enfermedad, 11-XI-43; 2.º, desde éste a la Ley de Reforma de la Seguridad Social de 21-VI-72; y 3.º, de aquí en adelante.

    1.º Después de la Cruzada y hasta el nacimiento del SOE, continúa el régimen anterior a la misma, en la cual los españoles se distribuyen en tres grupos: Uno, formado por quienes se entienden directamente con sus médicos, sin ninguna clase de intermediarios, en la forma más puramente liberal de la relación médico-enfermo. Sería una estimación grosera decir que son los ricos y los de la clase media alta, porque pudientes hay que pueden, pero no quieren, costearse unas relaciones personales con sus médicos; contrariamente, otras personas de menos posibilidades prefieren ahorrar y sacrificarse en otros sectores de su economía para poder, en cambio, costearse una asistencia médica directa. Hay aquí un problema de mentalidad: el de cuál es el orden de preferencia que a cada necesidad se le asigna en un presupuesto familiar limitado; siempre ha habido partidarios de gastar más en tabaco, fútbol y diversiones que en prever la enfermedad o en mejorar la enseñanza de los hijos; el número de los tales aumentará enormemente en la sociedad de consumo; es un problema de educación, de mala educación.

    En un extremo opuesto están los indigentes, sin capacidad, ni económica ni mental, para tratar sus enfermedades. Son atendidos por las beneficencias municipal, provincial y estatal, y también, cosa muy importante, por asociaciones espontáneas y libres de ciudadanos de carácter caritativo, de economía autónoma unas veces, y subvencionada otras. Reconocen su indigencia, y de este reconocimiento brota una gratitud manifiesta hacia los médicos, monjas, mecenas, etc., que les asisten, y hay en dichos centros una atmósfera de cierta cordialidad.

    Entre esos dos extremos, está un sector mayoritario de la población que no puede o no quiere costearse una asistencia singular, sobre todo si es larga, y que, por otra parte, no tiene títulos para recibirla gratuita, ni lo pretende. Es la clase media, la pequeña burguesía, los artesanos, que se «iguala» o asegura por una cuota mensual con uno o varios médicos asociados espontáneamente o convocados por un empresario mercantil que organiza y financia, con ánimo de lucro legítimo, la organización. Muchos colegios profesionales, gremios y asociaciones de todo tipo cubren de análoga manera las necesidades médicas de sus miembros, y fructificaban organizaciones tan perfectamente concebidas y gobernadas que, por cuotas modestas, proporcionaban servicios de alta calidad técnica. Especial mención merece a este respecto el antiguo servicio médico de la Unión General de Trabajadores de Madrid. Después de la Cruzada se creó, con análoga concepción, la Obra Sindical 18 de Julio, pero no llegó a desarrollarse por la aparición del SOE, que, finalmente, con su reciente ampliación y pretensiones (tercer período), la ha liquidado.

    2.º 11 de noviembre de 1943. Se promulga el Reglamento del Seguro Obligatorio de Enfermedad. Durante los primeros años se asegura mil veces a los médicos alarmados que sólo afectará a los económicamente débiles que no pueden formar en sus clientelas, que seguirán intactas. Pero realmente se ha violado el Principio de Subsidiariedad, y esto es no sólo grave, sino complicado. Dice así dicho principio: «Como es ilícito quitar a los particulares lo que con su propia iniciativa y su propia actividad pueden realizar para encomendarlo a una comunidad, así también es injusto, y al mismo tiempo de grave perjuicio y perturbación para el recto orden social, confiar a una sociedad mayor y más elevada lo que comunidades menores e inferiores pueden hacer y procurar». (Pío XI, en la Quadragesimo anno).

    La intención proclamada con la que se estableció este Seguro Obligatorio de Enfermedad era mejorar la asistencia sanitaria de los económicamente débiles; no podía ser establecerla ni asegurarla, porque ya existía de la manera señalada en el período anterior. Pero la manera de llevarla a la práctica fue errónea. Se incurrió en la confusión, totalitaria, marxista y esencialmente antitética de la esencia del Tradicionalismo, entre gobernar y administrar, que ya le había costado la vida al Imperio Romano.

    Un cuerpo de inspectores y una legislación adecuada hubieran bastado por sí solos para asegurar la asistencia médica a todos los económicamente débiles mediante las beneficencias y los servicios médicos sindicales, empresariales u otros; para vigilar las deficiencias y abusos de las sociedades «libres» en las que las empresas hubieran podido, a elegir, pero obligatoria y vigiladamente, asegurar su personal. Y para dirigir hacia el mejoramiento de la asistencia sanitaria parte del esfuerzo del Estado para redistribuir la riqueza, mediante un plan de variadas subvenciones controladas.

    Pero no. Se procedió a la gestión estatal directa, construyendo edificios, montando instalaciones y escalafonando médicos. Lo cual es como si el Ministerio de Vivienda hubiera empleado a millares de albañiles, fontaneros, etc., y hubiera construido para sí fábricas de cemento. O como que el Ministerio de Obras Públicas, en vez de contratar las obras, hubiera reclutado y dispuesto de un ejército permanente de encofradores, hormigoneros y metalúrgicos.

    El Seguro Obligatorio de Enfermedad crece solapadamente mediante discretas y desapercibidas ampliaciones del concepto inicial de «económicamente débil». Este forzado reclutamiento se hace al principio entre la población asistida por las beneficencias oficiales y privadas, y en la formada por los afiliados más modestos de los servicios sanitarios gremiales y libres; pero después, a expensas de otros nuevos «económicamente débiles» que ya no lo son tanto, y constituyen el armazón de los seguros concertados y libres, que se resienten y enferman por estas mermas en todo caso, y, en algunos casos, mueren. Es verdad que a esa muerte y a esas languideces también contribuye, y no poco, la inflación monetaria, que dificulta o impide la renovación y la ampliación de sus instalaciones; pero esta dificultad se hubiera podido salvar mediante subvenciones y créditos severamente controlados.

    Esta inflación monetaria, y el aumento de los costes de los medicamentos y exploraciones clínicas, dificulta también el desarrollo de las beneficencias, que resultan insuficientes con su planteamiento clásico. Unos de sus gestores las dejan seguir el curso de su agonía, y otros las dedican a producir dinero para su autofinanciamiento; éstos invierten grandes sumas en su modernización, pero es para poder alquilar sus instalaciones; se montan tinglados de tal envergadura que el propósito inicial de autofinanciación se olvida y los nuevos monstruos inmanentes son nuevos violadores del Principio de Subsidiariedad a su alrededor. No es sólo el Estado el posible violador de este principio, sino cualquier Diputación, Municipio u organismo cualquiera que haga competencia a particulares.

    El retroceso de todas esas actividades sanitarias es directo generador de un estado de subdesarrollo de los cuerpos intermedios que las mantenían y en ellas daban fe de vida. Calcúlese la importancia y significación política de estas lesiones a los cuerpos intermedios.

    Los médicos son víctimas por partida triple: de la inflación monetaria general; del incremento velocísimo de los gastos de farmacia y exploraciones, que agotan económicamente a los clientes; y del trasvase de sus clientes particulares a los seguros obligatorios y libres. Una ineludible elevación de sus honorarios alimenta y cierra un círculo vicioso. La profesión deja de ser liberal «de facto», aunque lo sea aún «de iure».

    Tercera y actual etapa.– La Ley de Financiación y Reforma de la Seguridad Social de 21 de junio de 1972 suprime la barrera móvil que separaba en las empresas a los «económicamente débiles» (más o menos auténticos), que formaban en el Seguro Obligatorio de Enfermedad, de los pudientes, e incluye a los más altamente retribuidos empleados en sus servicios. Es la puntilla de las clientelas, y también el final de las asociaciones médicas de colegios profesionales, entidades y libres, que sufrirán una duplicidad onerosa e inútil. Así, el año 1972 pasará a nuestra historia política como el año del final de la socialización de la medicina iniciada en 1943.

    Con este proceso termina de consolidarse un sofisma clásico para disimular la violación del Principio de Subsidiariedad. Ahora ya se podrá decir con toda verdad que la iniciativa privada es incapaz para asegurar la asistencia médica moderna, y que, para suplirla, la gestión del Estado es necesaria, legítima, loable, y ya no viola el Principio de Subsidiariedad. Esta Ley es la hebilla que cierra un círculo vicioso. La Seguridad Social ha destruido la iniciativa privada, y la muerte de ésta pide un incremento de la Seguridad Social. El sofisma radia en silenciar por qué la iniciativa privada ha sido hecha insuficiente, y a manos de quién.

    La última noticia es que el Arzobispo de Zaragoza, Dr. Cantero, ha pedido al Ministerio de Trabajo que facilite al clero el acceso a la Seguridad Social, lo cual implica la renuncia a salvar y perfeccionar la Mutual del Clero.

  4. #4
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    Re: Tú y el Estado Doctor (Charles Mellick, 1944)

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 9 de Enero de 1979, página 3.


    MEDICINA SOCIALISTA Y MEDICINA HUMANA

    Por el Dr. F. Fernández Arqueo


    Durante el año que ha terminado se ha repetido mucho un poco por todas partes que la medicina moderna está deshumanizada. El Ministerio de Sanidad estudia además de su abaratamiento, su humanización.

    Hay en este asunto una media verdad que no es toda la verdad y que conviene aclarar y precisar. La medicina en sí no se ha deshumanizado. Es la medicina socialista la que es inhumana: no se puede llamarla deshumanizada, porque nunca fue humana sino que nació, como el mismo socialismo, ya inhumana. Calificarla de deshumanizada es hacerle el favor de reconocer en ella una esperanza de arreglo. Otros favores son, llamarla «socializada», y hablar de un socialismo «con rostro humano», que es una irremediable contradicción; favores inútiles.

    Aunque la mayor parte de la medicina se ejerce en España de manera socialista, y esto ya desde los tiempos de Girón y de Franco, queda otra forma de hacer medicina que no es inhumana, sino simplemente humana, y que es la medicina libre o privada. Su existencia y su posibilidad de crecer, impiden generalizar los calificativos que merece la medicina socialista, que, aunque mayoritaria, no es la única.

    Parece ser que en el Ministerio de Sanidad se han dado cuenta de esto, con la sola luz natural y sin especiales devociones al derecho público cristiano y al tradicionalismo. Pasa lo mismo que con la enseñanza: el Estado no puede con toda ella; ya lo advirtió en los albores del socialismo concreto en España, que fueron durante la segunda República, persona tan poco sospechosa como don Gregorio Marañón. Ahora estamos viendo, de manera más clara y concreta, dolorosa, que el Estado no puede con toda la asistencia médica o reprivatización de la asistencia médica.

    La única forma de humanizar la medicina es pasarla del socialismo a la libertad. Es aplicar el gran principio tradicionalista de que el Estado debe restituir a la sociedad la gestión sanitaria que le usurpó en una situación excepcional. Toda la seguridad social, de la que es parte la asistencia sanitaria, debe ser igualmente restituida. Pero poco a poco y con gran cuidado, sin lesionar derechos adquiridos e intereses creados que se han ido legitimando con el tiempo.

    Algunos ideólogos marxistas han tocado a rebato en cuanto han oído que en los pasillos del Ministerio de Sanidad se hablaba de «reprivatizar» una parte de la asistencia médica actualmente a cargo del Estado. Hacen ver que la medicina libre, privada, humana, es sólo para ricos, y eso es una criminal mentira.

    Si los sindicatos obreros fueran auténticamente libres, en vez de dedicarse al servicio de los partidos políticos marxistas, tendrían organizada la asistencia médica para sus afiliados en plan libre y privado, estupendamente bien. No les faltaría capacidad, y si les faltara, el Estado debería completarla. De todo esto hay abundantes ejemplos en España antes de la guerra y actualmente en el extranjero.

    Una cosa es predicar, y otra, dar trigo. A las centrales obreras actuales les resulta más fácil y cómodo el incesante politiqueo abstracto, disimulado con las distracciones electorales, que dirigir sus inmensos recursos al servicio concreto y claro, humano, de las necesidades reales y diarias de sus afiliados.

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