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Tema: Documentos antiguos de los Padres de la Iglesia, y algo más.

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    Documentos antiguos de los Padres de la Iglesia, y algo más.

    EPÍSTOLA A LOS CORINTIOS


    Clemente de Roma


    La Iglesia de Dios que reside en Roma a la Iglesia de Dios que reside en Corinto, a los que son llamados y santificados por la voluntad de Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. Gracia a vosotros y paz del Dios Todopoderoso os sea multiplicada por medio de Jesucristo.


    I. Por causa de las calamidades y reveses, súbitos y repetidos, que nos han acaecido, hermanos, consideramos que hemos sido algo tardos en dedicar atención a las cuestiones en disputa que han surgido entre vosotros, amados, y a la detestable sedición, no santa, y tan ajena y extraña a los elegidos de Dios, que algunas personas voluntariosas y obstinadas han encendido hasta un punto de locura, de modo que vuestro nombre, un tiempo reverenciado, aclamado y encarecido a la vista de todos los hombres, ha sido en gran manera vilipendiado. Porque, ¿quién ha residido entre vosotros que no aprobara vuestra fe virtuosa y firme? ¿Quién no admiró vuestra piedad en Cristo, sobria y paciente? ¿Quién no proclamó vuestra disposición magnífica a la hospitalidad? ¿Quién no os felicitó por vuestro conocimiento perfecto y sano? Porque hacíais todas las cosas sin hacer acepción de personas, y andabais conforme a las ordenanzas de Dios, sometiéndoos a vuestros gobernantes y rindiendo a los más ancianos entre vosotros el honor debido. A los jóvenes recomendabais modestia y pensamientos decorosos; a las mujeres les encargabais la ejecución de todos sus deberes en una conciencia intachable, apropiada y pura, dando a sus propios maridos la consideración debida; y les enseñabais a guardar la regla de la obediencia, y a regir los asuntos de sus casas con propiedad y toda discreción.


    II. Y erais todos humildes en el ánimo y libres de arrogancia, mostrando sumisión en vez de reclamarla, mds contentos de dar que de recibir, y contentos con las provisiones que Dios os proveía. Y prestando atención a sus palabras, las depositabais diligentemente en vuestros corazones, y teníais los sufrimientos de Cristo delante de los ojos. Así se os había concedido una paz profunda y rica, y un deseo insaciable de hacer el bien. Además, había caído sobre todos vosotros un copioso derramamiento del Espíritu Santo; y, estando llenos de santo consejo, en celo excelente y piadosa confianza, extendíais las manos al Dios Todopoderoso, suplicándole que os fuera propicio, en caso de que, sin querer, cometierais algún pecado. Y procurabais día y noche, en toda la comunidad, que el número de sus elegidos pudiera ser salvo, con propósito decidido y sin temor alguno. Erais sinceros y sencillos, y libres de malicia entre vosotros. Toda sedición y todo cisma era abominable para vosotros. Os sentíais apenados por las transgresiones de vuestros prójimos; con todo, juzgabais que sus deficiencias eran también vuestras. No os cansabais de obrar bien, sino que estabais dispuestos para toda buena obra. Estando adornados con una vida honrosa y virtuosa en extremo, ejecutabais todos vuestros deberes en el temor de Dios. Los mandamientos y las ordenanzas del Señor estaban escritas en las tablas de vuestro corazón.


    III. Os había sido concedida toda gloria y prosperidad, y así se cumplió lo que está escrito: Mi amado comió y bebió y prosperó y se llenó de gordura y empezó a dar coces. Por ahí entraron los celos y la envidia, la discordia y las divisiones, la persecución y el tumulto, la guerra y la cautividad. Y así los hombres empezaron a agitarse: los humildes contra los honorables, los mal reputados contra los de gran reputación, los necios contra los sabios, los jóvenes contra los ancianos. Por esta causa la justicia y la paz se han quedado a un lado, en tanto que cada uno ha olvidado el temor del Señor y quedado ciego en la fe en Él, no andando en las ordenanzas de sus mandamientos ni viviendo en conformidad con Cristo, sino cada uno andando en pos de las concupiscencias de su malvado corazón, pues han concebido unos celos injustos e impíos, por medio de los cuales también la muerte entró en el mundo.


    IV. Porque como está escrito: Y aconteció después de unos días, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová. Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda; pero no prestó atención a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante. Entonces Jehová dijo a Caín: ¿Por qué te has ensañado, y por qué ha decaído tu semblante? Si has ofrecido rectamente y no has dividido rectamente, ¿no has pecado? ¡Calla! Con todo esto, él se volverá a ti y tú te enseñorearás de él. Y dijo Caín a su hermano Abel. Salgamos a la llanura. Y aconteció que estando ellos en la llanura, Caín se levantó contra su hermano Abel y lo mató. Veis, pues, hermanos, que los celos y la envidia dieron lugar a la muerte del hermano. Por causa de los celos, nuestro padre Jacob tuvo que huir de delante de Esaú su hermano. Los celos fueron causa de que José fuera perseguido a muerte, y cayera incluso en la esclavitud. Los celos forzaron a Moisés a huir de delante de Faraón, rey de Egipto, cuando le dijo uno de sus paisanos: ¿Quién te ha puesto por juez entre nosotros? ¿Quieres matarme, como ayer mataste al egipcio? Por causa de los celos Aarón y Miriam tuvieron que alojarse fuera del campamento. Los celos dieron como resultado que Datán y Abiram descendieran vivos al Hades, porque hicieron sedición contra Moisés el siervo de Dios. Por causa de los celos David fue envidiado no sólo por los filisteos, sino perseguido también por Saúl [rey de Israel].


    V. Pero, dejando los ejemplos de los días de antaño, vengamos a los campeones que han vivido más cerca de nuestro tiempo. Pongámonos delante los nobles ejemplos que pertenecen a nuestra generación. Por causa de celos y envidia fueron perseguidos y acosados hasta la muerte las mayores y más íntegras columnas de la Iglesia. Miremos a los buenos apóstoles. Estaba Pedro, que, por causa de unos celos injustos, tuvo que sufrir, no uno o dos, sino muchos trabajos y fatigas, y habiendo dado su testimonio, se fue a su lugar de gloria designado. Por razón de celos y contiendas Pablo, con su ejemplo, señaló el premio de la resistencia paciente. Después de haber estado siete veces en grillos, de haber sido desterrado, apedreado, predicado en el Oriente y el Occidente, ganó el noble renombre que fue el premio de su fe, habiendo enseñado justicia a todo el mundo y alcanzado los extremos más distantes del Occidente; y cuando hubo dado su testimonio delante de los gobernantes, partió del mundo y fue al lugar santo, habiendo dado un ejemplo notorio de resistencia paciente.


    VI. A estos hombres de vidas santas se unió una vasta multitud de los elegidos, que en muchas indignidades y torturas, víctimas de la envidia, dieron un valeroso ejemplo entre nosotros. Por razón de los celos hubo mujeres que fueron perseguidas, después de haber sufrido insultos crueles e inicuos, +como Danaidas y Dirces+, alcanzando seguras la meta en la carrera de la fe, y recibiendo una recompensa noble, por más que eran débiles en el cuerpo. Los celos han separado a algunas esposas de sus maridos y alterado el dicho de nuestro padre Adán: Ésta es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne. Los celos y las contiendas han derribado grandes ciudades y han desarraigado grandes naciones.


    VII. Estas cosas, amados, os escribimos no sólo con carácter de admonición, sino también para haceros memoria de nosotros mismos. Porque nosotros estamos en las mismas listas y nos está esperando la misma oposición. Por lo tanto, pongamos a un lado los pensamientos vanos y ociosos; y conformemos nuestras vidas a la regla gloriosa y venerable que nos ha sido transmitida; y veamos lo que es bueno y agradable y aceptable a la vista de Aquel que nos ha hecho. Pongamos nuestros ojos en la sangre de Cristo y démonos çuenta de lo precioso que es para su Padre, porque habiendo sido derramado por nuestra salvación, ganó para todo el mundo la gracia del arrepentimiento. Observemos todas las generaciones en orden, y veamos que de generación en generación el Señor ha dado oportunidad para el arrepentimiento a aquellos que han deseado volverse a Él. Noé predicó el arrepentimiento, y los que le obedecieron se salvaron. Jonás predicó la destrucción para los hombres de Nínive; pero ellos, al arrepentirse de sus pecados, obtuvieron el perdón de Dios mediante sus súplicas y recibieron salvación, por más que eran extraños respecto a Dios.


    VIII. Los ministros de la gracia de Dios, por medio del Espíritu Santo, hablaron referente al arrepentimiento. Sí, y el Señor del universo mismo habló del arrepentimiento con un juramento: Vivo yo, dice el Señor, que no me complazco en la muerte del malvado, sino en que se arrepienta; y añadió también un juicio misericordioso: Arrepentíos, oh casa de Israel, de vuestra iniquidad; decid a los hijos de mi pueblo: Aunque vuestros pecados lleguen desde la tierra al cielo, y aunque sean más rojos que el carmesí y más negros que la brea, y os volvéis a mí de todo corazón y decís Padre, yo os prestaré oído como a un pueblo santo. Y en otro lugar dice de esta manera: Lavaos, limpiaos, quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer lo bueno; buscad la justicia; defended al oprimido, juzgad la causa del huérfano, haced justicia a la viuda. Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta; aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. Si queréis y obedecéis, comeréis el bien de la tierra; si rehusáis y sois rebeldes, seréis consumidos a espada; porque la boca de Jehová Lo ha dicho. Siendo así, pues, que Él desea que todos sus amados participen del arrepentimiento, lo confirmó con un acto de su voluntad poderosa.


    IX. Por lo cual seamos obedientes a su voluntad excelente y gloriosa, y presentémonos como suplicantes de su misericordia y bondad, postrémonos ante Él y recurramos a sus compasiones prescindiendo de labores y esfuerzos vanos y de celos que llevan a la muerte. Fijemos nuestros ojos en aquellos que ministraron de modo perfecto a su gloria excelente. Miremos a Enoc, el cual, habiendo sido hallado justo en obediencia, fue arrebatado al cielo y no fue hallado en su muerte. Noé, habiendo sido fiel en su ministerio, predicó regeneración al mundo, y por medio de él el Señor salvó a las criaturas vivientes que entraron en el arca de la concordia.


    X. Abraham, que fue llamado el «amigo», fue hallado fiel en haber rendido obediencia a las palabras de Dios. Por medio de la obediencia partió de su tierra y su parentela y de la casa de su padre, para que, abandonando una tierra escasa y una reducida parentela y una casa mediocre, pudiera heredar las promesas de Dios. Porque Él le dijo: Vete de tu tierra y de tu parentela y de la casa de tu padre a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré; y engrandeceré tu nombre y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan y a los que te maldigan maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra. Y de nuevo, cuando se separó de Lot, les dijo: Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la doré a ti y a tu descendencia para siempre. Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra; que si alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será contada. Y de nuevo dice: Dios hizo salir a Abraham y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Así será tu descendencia. Y Abraham creyó a Jehová, y le fue contado por justicia. Por su fe y su hospitalidad le fue concedido un hijo siendo anciano, y en obediencia lo ofreció a Dios en sacrificio en uno de los montes que Él le mostró.


    XI. Por su hospitalidad y piedad Lot fue salvado de Sodoma, cuando todo el país de los alrededores fue juzgado por medio de fuego y azufre; el Señor con ello anunció que no abandona a los que han puesto su esperanza en Él, y que destina a castigo y tormento a los que se desvían. Porque cuando la esposa de Lot hubo salido con él, no estando ella de acuerdo y pensando de otra manera, fue destinada a ser una señal de ello, de modo que se convirtió en una columna de sal hasta este día, para que todos los hombres supieran que los indecisos y los que dudan del poder de Dios son puestos para juicio y ejemplo a todas las generaciones.


    XII. Por su fe y su hospitalidad fue salvada Rahab la ramera. Porque cuando Josué hijo de Nun envió a los espías a Jericó, el rey del país averiguó que ellos habían ido a espiar su tierra, y envió a algunos hombres para que se apoderaran de ellos y después les dieran muerte. Por lo que la hospitalaria ramera los recibió y los escondió, en el terrado, bajo unos manojos de lino. Y cuando los mensajeros del rey llegaron y le dijeron: Saca a los hombres que han venido a ti, y han entrado en tu casa; porque han venido para espiar la tierra, ella contestó: Es verdad que los que buscáis vinieron a mt, pero se marcharon al poco y están andando por su camino; y les indicó el camino opuesto. Y ella dijo a los hombres: Sé que Jehová os ha dado esta ciudad; porque el temor de vosotros ha caldo sobre sus habitantes. Cuando esto acontezca y toméis la tierra, salvadme a mí y la casa de mi padre. Y ellos le contestaron: Será tal como tú nos has hablado. Cuando adviertas que estamos llegando, reunirás a los tuyos debajo de tu techo, y serán salvos; porque cuantos sean hallados fuera de la casa, perecerán. Y además le dieron una señal, que debía colgar fuera de la casa un cordón de grana, mostrando con ello de antemano que por medio de la sangre del Señor habrá redención para todos los que creen y esperan en Dios. Veis pues, amados, que se halla en la mujer no sólo fe, sino también profecía.


    XIII. Seamos, pues, humildes, hermanos, poniendo a un lado toda arrogancia y engreimiento, y locura e ira, y hagamos lo que está escrito. Porque el Espíritu Santo dice: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas; mas el que se alabe que lo haga en el Señor, que le busca y hace juicio y justicia; y, sobre toda~ recordando las palabras del Señor Jesús, que dijo, enseñando indulgencia y longanimidad: Tened misericordia, y recibiréis misericordia; perdonad, y seréis perdonados. Lo que hagáis, os lo harán a vosotros. Según deis, os será dado. Según juzguéis, seréis juzgados. Según mostréis misericordia, se os mostrará misericordia. Con la medida que midáis se os volverá a medir. Afiancémonos en este mandamiento y estos preceptos, para que podamos andar en obediencia a sus santas palabras, con ánimo humilde. Porque la palabra santa dice: ¿A quién miraré, sino a aquel que es manso y humilde de espíritu y teme mis palabras?


    XIV. Por tanto, es recto y apropiado, hermanos, que seamos obedientes a Dios, en vez de seguir a los que, arrogantes y díscolos, se han puesto a sí mismos como caudillos en una contienda de celos abominables. Porque nos acarrearemos, no un daño corriente, sino más bien un gran peligro si nos entregamos de modo temerario a los propósitos de los hombres que se lanzan a contiendas y divisiones, apartándonos de lo que es recto. Seamos, pues, buenos los unos hacia los otros, según la compasión y dulzura de Aquel que nos ha hecho. Porque está escrito: Los rectos habitarán la tierra, y los inocentes permanecerán en ella; mas los transgresores serán cortados y desarraigados de ella. Y de nuevo dice: Vi al impío elevado y exaltado como los cedros del Líbano. Y pasé, y he aquí ya no estaba; y busqué su lugar, y no lo encontré. Guarda la inocencia, y mira la justicia; porque hay un remanente para el pacífico.


    XV. Por tanto, hemos de adherirnos a los que practican la paz con la piedad, y no a los que desean la paz con disimulo. Porque Él dice en cierto lugar: Este pueblo de labios me honra, pero su corazón está lejos de mí; y también: Bendicen con la boca, pero maldicen con su corazón. Y de nuevo Él dice: Le lisonjeaban con su boca, y con su lengua le mentían, pues sus corazones no eran rectos con él, ni se mantuvieron firmes en su pacto. Por esta causa, enmudezcan los labios mentirosos, y callen los que profieren insolencias contra el justo. Y de nuevo: Arranque Jehová todos los labios lisonjeros, y la lengua que habla jactanciosamente; a los que han dicho: Engrandezcamos nuestra lengua; nuestros labios son nuestros, ¿quién es señor sobre nosotros? A causa de la opresión del humilde y el gemido de los menesterosos, ahora me levantaré, dice Jehová; le pondré en seguridad; haré grandes cosas por él.


    XVI. Porque Cristo está con los que son humildes de corazón y no con los que se exaltan a sí mismos por encima de la grey. El cetro [de la majestad] de Dios, a saber, nuestro Señor Jesucristo, no vino en la pompa de arrogancia o de orgullo, aunque podría haberlo hecho, sino en humildad de corazón, según el Espíritu Santo habló, diciendo: Porque dijo: ¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Ya quién se ha revelado el brazo de Jehová? Lo anunciamos en su presencia. Era como un niño, como una raíz en tierra seca. No hay apariencia en Él, ni gloria. Y le contemplamos, y no había en Él apariencia ni hermosura, sino que su apariencia era humilde, inferior a la forma de los hombres. Era un hombre expuesto a azotes y trabajo, experimentado en quebrantos; porque su rostro estaba vuelto. Fue despreciado y desechado. Llevó nuestros pecados y sufrió dolor en lugar nuestro; y nosotros le consideramos herido y afligido. Y Él fue herido por nuestros pecados y afligido por nuestras iniquidades. El castigo de nuestra paz es sobre Él. Con sus llagas fuimos nosotros’ sanados. Todos nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su propio camino; y el Señor lo entregó por nuestros pecados. Y Él no abre su boca aunque es afligido. Como una oveja fue llevado al matadero; y como un cordero delante del trasquilador, es mudo y no abre su boca. En su humillación su juicio le fue quitado. Su generación ¿quién la declarará? Porque su vida fue cortada de la tierra. Por las iniquidades de mi pueblo he llegado a la muerte. Daré a los impíos por su sepultura, y a los ricos por su muerte; porque no obró iniquidad, ni fue hallado engaño en su boca. Y el Señor desea limpiarle de sus heridas. Si hacéis ofrenda por el pecado, vuestra alma verá larga descendencia. Y el Señor desea quitarle el padecimiento de su alma, mostrarle luz y moldearle con conocimiento, para justificar al Justo que es un buen siervo para muchos. Y Él llevará los pecados de ellos. Por tanto heredará a muchos, y dividirá despojos con los fuertes; porque su alma fue entregada a la muerte, y fue contado como los transgresores; y Él llevó los pecados de muchos, y por sus pecados fue entregado. Y de nuevo, Él mismo dice: Mas yo soy gusano y no hombre; oprobio de los hombres y despreciado del pueblo. Todos los que me ven me escarnecen; tuercen los labios, menean la cabeza, diciendo: Esperó en el Señor, que le libre; sálvele, puesto que en él se complacía. Veis, queridos hermanos, cuál es el ejemplo que nos ha sido dado; porque si el Señor era humilde de corazón de esta manera, ¿qué deberíamos hacer nosotros; que por Él hemos sido puestos bajo el yugo de su gracia?


    XVII. Iimitemos a los que anduvieron de un lugar a otro en pieles de cabras y pieles de ovejas, predicando la venida de Cristo. Queremos decir Elías y Eliseo y también Ezequiel, los profetas, y aquellos que han merecido un buen nombre. Abraham alcanzó un nombre excelente y fue llamado el amigo de Dios; y contemplando firmemente la gloria de Dios, dice en humildad de corazón: Pero yo soy polvo y ceniza. Además, también se ha escrito con respecto a Job: Y Job era justo y sin tacha, temeroso de Dios y se abstenía del mal. Con todo, él mismo se acusa diciendo: Ningún hombre está libre de inmundicia; no, ni aun si su vida dura sólo un día. Moisés fue llamado fiel en toda su casa, y por medio de su ministración Dios juzgó a Egipto con las plagas y los tormentos que les ocurrieron. Y él también, aunque altamente glorificado, no pronunció palabras orgullosas sino que dijo, al recibir palabra de Dios en la zarza: ¿Quién soy yo para que me envíes a mí? No, yo soy tardo en el habla y torpe de lengua. De nuevo dijo: Yo soy humo de la olla.


    XVII. Pero, ¿qué diremos de David que obtuvo un buen nombre?, del cual dijo: He hallado a un hombre conforme a mi corazón, David, el hijo de Jsaí, con misericordia eterna le he ungido. También dijo David a Dios: Ten misericordia de mí, oh Dios, conforme a tu gran misericordia; y conforme. a la multitud de tus compasiones, borra mi iniquidad. Ltmpiame más aún de mi iniquidad, y lávame de mi pecado. Porque reconozco mi iniquidad, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra Ti sólo he pecado, y he hecho lo malo delante de tu vista; para que Tú seas justificado en tus palabras, y puedas vencer en tu alegación. Porque he aquí fui concebido en iniquidad, y en pecados me llevó mi madre. Porque he aquí Tú amas la verdad; Tú me has mostrado cosas oscuras y escondidas de tu sabiduría. Tú me rociarás con hisopo y seré limpiado. Tú me lavarás, y pasaré a ser más blanco que la nieve. Tú me harás oír gozo y alegría. Los huesos que han sido humillados se regocijarán. Aparta tu rostro de mis pecados, y borra todas mis iniquidades. Hazme un corazón limpio dentro de mí, oh Dios, y renueva un espíritu recto en mis entrañas. No me eches de tu presencia, y no me quites tu Santo Espíritu. Restáurame el gozo de tu salvación, y corrobórame con un espíritu de gobierno. Enseñaré tus caminos a los pecadores, y los impíos se convertirán a Ti. Líbrame de la culpa de sangre, oh Dios, Dios de mi salvación. Mi lengua se regocijará en tu justicia. Señor, tú abrirás mi boca, y mis labios declararán tu alabanza. Porque si Tú hubieras deseado sacrificio, te lo habría dado; de holocaustos enteros no te agradas. El sacrificio para Dios es un espíritu contrito; un corazón contrito y humillado Dios no lo desprecia.


    XIX. Así pues, la humildad y sumisión de tantos hombres y tan importantes, que de este modo consiguieron un buen nombre por medio de la obediencia, nos ha hecho mejores no sólo a nosotros, sino también a las generaciones que fueron antes que nosotros, a saber, las que recibieron sus palabras en temor y verdad. Viendo, pues, que somos partícipes de tantos hechos grandes y gloriosos, apresurémonos a volver al objetivo de la paz que nos ha sido entregado desde el principio, y miremos fijamente al Padre y Autor de todo el mundo, y mantengámonos unidos a sus excelentes dones de paz y beneficios. Contemplémosle en nuestra mente, y miremos con los ojos del alma su voluntad paciente y sufrida. Notemos cuán libre está de ira hacia todas sus criaturas.


    XX. Los cielos son movidos según sus órdenes y le obedecen en paz. Día y noche realizan el curso que Él les ha asignado, sin estorbarse el uno al otro. El sol y la luna y las estrellas movibles dan vueltas en armonía, según Él les ha prescrito, dentro de los límites asignados, sin desviarse un punto. La tierra, fructífera en cumplimiento de su voluntad en las estaciones apropiadas, produce alimento que es provisión abundante para hombres y bestias y todas las criaturas vivas que hay en ella, sin disentir en nada, ni alterar nada de lo que Él ha decretado. Además, las profundidades inescrutables de los abismos y los inexpresables +estatutos+ de las regiones inferiores se ven constreñidos por las mismas ordenanzas. El mar inmenso, recogido por obra suya en un lugar, no pasa las barreras de que está rodeado; sino que, según se le ordenó, así lo cumple. Porque El dijo: Hasta aquí llegarás, y tus olas se romperán dentro de ti. El océano que el hombre no puede pasar, y los mundos más allá del mismo, son dirigidos por las mismas ordenanzas del Señor. Las estaciones de la primavera, el verano, el otoño y el invierno se suceden la una a la otra en paz. Los vientos en sus varias procedencias en la estación debida, cumplen su ministerio sin perturbación; y las fuentes de flujo incesante, creadas para el goce y la salud, no cesan de manar sosteniendo la vida de los hombres. Todas estas cosas el gran Creador y Señor del universo ordenó que se mantuvieran en paz y concordia, haciendo bien a todos, pero mucho más que al resto, a nosotros, los que nos hemos refugiado en las misericordias clementes de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria y la majestad para siempre jamás. Amén


    XXI. Estad atentos, pues, hermanos, para que sus beneficios, que son muchos, no se vuelvan en juicio contra nosotros, si no andamos como es digno de El, y hacemos las cosas que son buenas y agradables a su vista, de buen grado. Porque Él dijo en cierto lugar: El Espíritu del Señor es una lámpara que escudriña las entrañas. Veamos cuán cerca está, y que ninguno de nuestros pensamientos o planes que hacemos se le escapa. Por tanto, es bueno que no nos apartemos de su voluntad. Es mejor que ofendamos a hombres necios e insensatos que se exaltan y enorgullecen en la arrogancia de sus palabras que no que ofendamos a Dios. Sintamos el temor del Señor Jesu[cristo], cuya sangre fue entregada por nosotros. Reverenciemos a nuestros gobernantes; honremos a nuestros ancianos; instruyamos a nuestros jóvenes en la lección del temor de Dios. Guiemos a nuestras mujeres hacia lo que es bueno: que muestren su hermosa disposición de pureza; que prueben su afecto sincero de bondad; que manifiesten la moderación de su lengua por medio del silencio; que muestren su amor, no en preferencias partidistas, sino sin parcialidad hacia todos los que temen a Dios, en santidad. Que nuestros hijos sean participantes de la instrucción que es en Cristo; que aprendan que la humildad de corazón prevalece ante Dios, qué poder tiene ante Dios el amor casto, que el temor de Dios es bueno y grande y salva a todos los que andan en él en pureza de corazón y santidad. Porque Él escudriña las intenciones y los deseos; su aliento está en nosotros, y cuando Él se incline a hacerlo, lo va a quitar.


    XXII. Ahora bien, todas estas cosas son confirmadas por la fe que hay en Cristo; porque Él mismo, por medio del Espíritu Santo, nos invita así: Venid a mí, hijos, escuchadme y os enseñaré el temor del Señor. ¿Quién es el hombre que desea vida, que busca muchos días para ver el bien? Guarda tu lengua del mal y tus labios de hablar engaño. Apártate del mal y haz el bien; busca la paz, y corre tras ella. Los ojos de Jehová están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones. Pero el rostro del Señor está sobre los que hacen mal, para destruir su recuerdo de la tierra. Claman los justos, y Jehová oye, y los libra de todas sus angustias. Muchos son los males del justo, y de todos ellos le librará Jehová. Y también: Muchos dolores habrá para el pecador, mas al que espera en Jehová le rodeará la misericordia.


    XXIII. El Padre, que es compasivo en todas las cosas, y dispuesto a hacer bien, tiene compasión de los que le temen, y con bondad y amor concede sus favores a aquellos que se acercan a Él con sencillez de corazón. Por tanto, no seamos indecisos ni consintamos que nuestra alma se permita actitudes vanas y ociosas respecto a sus dones excelentes y gloriosos. Que no se nos aplique este pasaje de la escritura que dice: Desventurado el de doble ánimo, que duda en su alma y dice: Estas cosas oímos en los días de nuestros padres también, y ahora hemos llegado a viejos, y ninguna de ellas nos ha acontecido. Insensatos, comparaos a un árbol; pongamos una vid. Primero se le caen las hojas, luego sale un brote, luego una hoja, luego una flor, más tarde un racimo agraz, y luego un racimo maduro. Como veis, en poco tiempo el fruto del árbol llega a su sazón. Verdaderamente pronto y súbitamente se realizará su voluntad, de lo cual da testimonio también la escritura, al decir: Su hora está al caer, y no se demorará; y el Señor vendrá súbitamente a su templo; el Santo, a quien vosotros esperáis.


    XXIV. Entendamos, pues, amados, en qué forma el Señor nos muestra continuamente la resurrección que vendrá después; de la cual hizo al Señor Jesucristo las primicias, cuando le levantó de los muertos. Consideremos, amados, la resurrección que tendrá lugar a su debido tiempo. El día y la noche nos muestran la resurrección. La noche se queda dormida, y se levanta el día; el día parte, y viene la noche. Consideremos los frutos, cómo y de qué manera tiene lugar la siembra. El sembrador sale y echa sobre la tierra cada una de las semillas, y éstas caen en la tierra seca y desnuda y se descomponen; pero entonces el Señor en su providencia hace brotar de sus restos nuevas plantas, que se multiplican y dan fruto.


    XXV. Consideremos la maravillosa señal que se ve en las regiones del oriente, esto es, en las partes de Arabia. Hay un ave, llamada fénix. Esta es la única de su especie, vive quinientos años; y cuando ha alcanzado la hora de su disolución y ha de morir, se hace un ataúd de incienso y mirra y otras especias, en el cual entra en la plenitud de su tiempo, y muere. Pero cuando la carne se descompone, es engendrada cierta larva, que se nutre de la humedad de la criatura muerta y le salen alas. Entonces, cuando ha crecido bastante, esta larva toma consigo el ataúd en que se hallan los huesos de su progenitor, y los lleva desde el país de Arabia al de Egipto, a un lugar llamado la Ciudad del Sol; y en pleno día, y a la vista de todos, volando hasta el altardel Sol, los deposita allí; y una vez hecho esto, emprende el regreso. Entonces los sacerdotes examinan los registros de los tiempos, y encuentran que ha venido cuando se han cumplido los quinientos años.


    XXVI. ¿Pensamos, pues, que es una cosa grande y maravillosa si el Creador del universo realiza la resurrección de aquellos que le han servido con santidad en la continuidad de una fe verdadera, siendo así que Él nos muestra incluso por medio de un ave la magnificencia de su promesa? Porque Él dice en cierto lugar: Y tú me levantarás, y yo te alabaré; y: Me acosté y dormí, y desperté; porque Tú estabas conmigo. Y también dice Job: Tú levantarás esta mi carne, que ha soportado todas estas cosas.


    XXVII. Con esta esperanza, pues, que nuestras almas estén unidas a Aquel que es fiel en sus promesas y recto en sus juicios. El que manda que no se mienta, con mayor razón no mentirá; porque nada es imposible para Dios, excepto el mentir. Por tanto, que nuestra fe en Él se enardezca dentro de nosotros, y comprendamos que todas las cosas están cercanas para Él. Con una palabra de su majestad formó el universo; y con una palabra puede destruirlo. Quién le dirá: ¿Qué has hecho?; o ¿quién resistirá el poder de su fuerza? Cuando quiere, y si quiere, puede hacer todas las cosas; y ni una sola cosa dejará de ocurrir de las que Él ha decretado. Todas las cosas están ante su vista, y nada se escapa de su control, puesto que Los cielos declaran la gloria de Dios, y el firmamento proclamo la obra de sus manos. Un día da palabra al otro día, y la noche proclama conocimiento á la otra noche; y no hay palabras ni discursos ni se oye voz alguna.


    XXVIII. Siendo así, pues, que todas las cosas son vistas y oídas, tengámosle temor, y abandonemos todos los deseos abominables de las malas obras, para que podamos ser protegidos por su misericordia en los juicios futuros. Porque, ¿adónde va a escapar cualquiera de nosotros de su mano fuerte? ¿Y qué mundo va a recibir a cualquiera que deserta de su servicio? Porque la santa escritura dice en cierto lugar: ¿Adónde iré, y dónde me esconderé de tu presencia? Si asciendo a los cielos, allí estás tú; si voy a los confines más distantes de la tierra, allí está tu diestra; y si me escondo en las profundidades, allí está tu Espíritu. ¿Adónde, pues, podrá uno esconderse, adónde podrá huir de Aquel que abarca todo el universo?


    XXIX. Por tanto, acerquémonos a Él en santidad de alma, levantando nuestras manos puras e inmaculadas a Él, con amor hacia nuestro Padre bondadoso y compasivo, el cual ha hecho de nosotros su porción elegida. Porque está escrito: Cuando el Altísimo dividió a las naciones, cuando dispersó a los hijos de Adán, estableció los límites de las naciones según el número de los ángeles de Dios. Su pueblo Jacob pasó a ser la porción del Señor, e Israel la medida de su herencia. Y en otro lugar dice: He aquí, el Señor toma para sí una nación de entre las naciones como un hombre toma las primicias de su era; y el lugar santísimo saldrá de esta nación.


    XXX. Viendo, pues, que somos una porción especial de un Dios santo, hagamos todas las cosas como corresponde a la santidad, abandonando las malas palabras, intereses impuros y abominables, borracheras y tumultos y concupiscencias detestables, adulterio abominable, orgullo despreciable; porque Dios (dice la Escritura) resiste al orgulloso y da gracia al humilde. Por tanto mantengámonos unidos a aquellos a quienes Dios da gracia. Vistámonos según corresponde, siendo humildes de corazón y templados, apartándonos de murmuraciones y habladurías ociosas, siendo justificados por las obras y no por las palabras. Porque Él dice: El que habla mucho, tendrá que oír mucho también. ¿Cree que es justo el que habla mucho? Bienaventurado es el nacido de mujer que vive corto tiempo. No seas abundante en palabras. Que nuestra alabanza sea de Dios, no de nosotros mismos; porque Dios aborrece a los que se alaban a sí mismos. Que el testimonio de que obramos bien lo den los otros, como fue dado de nuestros padres que eran justos. El atrevimiento, la arrogancia y la audacia son para los que son malditos de Dios; pero la paciencia y la humildad y la bondad convienen a los que son benditos de Dios.


    XXXI. Por tanto acojámonos a su bendición y veamos cuáles son las formas de bendición. Estudiemos los datos de las cosas que han sucedido desde el comienzo. ¿Por qué fue bendecido nuestro padre Abraham? ¿No fue debido a que obró justicia y verdad por medio de la fe? Isaac, con confianza, como conociendo el futuro, fue llevado a un sacrificio voluntario. Jacob con humildad partió de su tierra a causa de su hermano, y fue a casa de Labán y le sirvió; y le fueron concedidas las doce tribus de Israel.


    XXXII. Si alguno los considera uno por uno con sinceridad, comprenderá la magnificencia de los dones que Él nos concede. Porque de Jacob son todos los sacerdotes y levitas que ministran en el altar de Dios; de él es el Señor Jesús con respecto a la carne; de él son reyes y gobernantes y soberanos de la línea de Judá; sí, y el resto de las tribus son tenidas en un honor no pequeño, siendo así que Dios prometió diciendo: Tu simiente será como las estrellas del cielo. Todos ellos fueron, pues, glorificados y engrandecidos, no por causa de ellos mismos o de sus obras, o sus actos de justicia que hicieron, sino por medio de su voluntad. Y así nosotros, habiendo sido llamados por su voluntad en Cristo Jesús, no nos justificamos a nosotros mismos,o por medio de nuestra propia sabiduría o entendimiento o piedad u obras que hayamos hecho en santidad de corazón, sino por medio de la fe, por la cual el Dios Todopoderoso justifica a todos los hombres que han sido desde el principio; al cual sea la gloria para siempre jamás. Amén.


    XXXIII. ¿Qué hemos de hacer, pues, hermanos? ¿Hemos de abstenemos ociosamente de hacer bien, hemos de abandonar el amor? Que el Señor no permita que nos suceda tal cosa; sino apresurémonos con celo y tesón en cumplir toda buena obra. Porque el Creador y Señor del mismo universo se regocija en sus obras. Porque con su poder sumo Él ha establecido los cielos, y en susabiduría incomprensible los ha ordenado. Y la tierra Él la separó del agua que la rodeaba, y la puso firme en el fundamento seguro de su propia voluntad; y a las criaturas vivas que andan en ella Él les dió existencia con su ordenanza. Habiendo, pues, creado el mar y las criaturas vivas que hay en él, Él lo incluyó todo bajo su poder. Sobre todo, como la obra mayor y más excelente de su inteligencia, con sus manos sagradas e infalibles Él formó al hombre a semejanza de su propia imagen. Porque esto dijo Dios: Hagamos al hombre según nuestra imagen y nuestra semejanza. Y Dios hizo al hombre; varón y hembra los hizo Él. Habiendo, pues, terminado todas estas cosas, las elogió y las bendijo y dijo: Creced y multiplicaos. Hemos visto que todos los justos estaban adornados de buenas obras. Sí, y el mismo Señor, habiéndose adornado Él mismo con obras, se gozó. Viendo, pues, que tenemos este ejemplo, apliquémonos con toda diligencia a su voluntad; hagamos obras de justicia con toda nuestra fuerza.


    XXXIV. El buen obrero recibe el pan de su trabajo con confianza, pero el holgazán y descuidado no se atreve a mirar a su amo a la cara. Es, pues, necesario que seamos celosos en el bien obrar, porque de Él son todas las cosas; puesto que Él nos advierte de antemano, diciendo: He aquí, el Señor, y su recompensa viene con él; y su paga va delante de él, para recompensar a cada uno según su obra. El nos exhorta, pues, a creer en Él de todo corazón, y a no ser negligentes ni descuidados en toda buena obra. Gloriémonos y confiemos en Él; sometámonos a su voluntad; consideremos toda la hueste de sus ángeles, cómo están a punto y ministran su voluntad. Porque la escritura dice: Diez millares de diez millares estaban delante de El, y millares de millares le servían; y exclamaban: Santo, santo, santo es Jehová de los ejércitos; toda la creación está llena de su gloria. Sí, y nosotros, pues, congregados todos concordes y con la intención del corazón, clamemos unánimes sinceramente para que podamos ser hechos partícipes de sus promesas grandes y gloriosas. Porque Él ha dicho: Ojo no ha visto ni oído ha percibido, ni ha entrado en el corazón del hombre, qué grandes cosas Él tiene preparadas para los que pacientemente esperan en Él.


    XXXV. ¡Qué benditos y maravillosos son los dones de Dios, amados! ¡Vida en inmortalidad, esplendor en justicia, verdad en osadía, fe en confianza, templanza en santificación! Y todas estas cosas nosotros las podemos obtener. ¿Qué cosas, pues, pensáis que hay preparadas para los que esperan pacientemente en Él? El Creador y Padre de las edades, el Santo mismo, conoce su número y su hermosura. Esforcémonos, pues, para que podamos ser hallados en el número de los que esperan pacientemente en Él, para que podamos ser partícipes de los dones prometidos. Pero, ¿cómo será esto, amados? Si nuestra mente está fija en Dios por medio de la fe; si buscamos las cosas que le son agradables y aceptables; si realizamos aquí las cosas que parecen bien a su voluntad infalible y seguimos el camino de la verdad, desprendiéndonos de toda injusticia, iniquidad, avaricia, contiendas, malignidades y engaños, maledicencias y murmuraciones, aborrecimiento a Dios, orgullo y arrogancia, vanagloria e inhospitalidad. Porque todos los que hacen estas cosas son aborrecidos por Dios; y no sólo los que las hacen, sino incluso los que las consienten. Porque la escritura dice: Pero al pecador dijo Dios: ¿Por qué declaras mis ordenanzas, y pones mi pacto en tus labios? Tú aborreces mi enseñanza, y echaste mis palabras a tu espalda. Si ves a un ladrón, te unes a él, y con los adúlteros escoges tu porción. Tu boca multiplica maldades y tu lengua teje engaños. Te sientas y hablas mal de tu hermano, y contra el hijo de tu madre pones piedra de tropiezo. Tú has hecho estas cosas y guardas silencio. ¿Pensaste, hombre injusto, que yo sería como tú? Pero te redargüiré y las pondré delante de tus ojos. Entended, pues, estas cosas, los que os olvidáis de Dios, no sea que os desgarre como un león y no haya quien os libre. El sacrificio de alabanza me glorificará, y éste es el camino en que le mostraré la salvación de Dios.


    XXXVI. Ésta es la manera, amados, en que encontramos nuestra salvación, a saber, Jesucristo el Sumo Sacerdote de nuestras ofrendas, el guardián y ayudador en nuestras debilidades. Fijemos nuestra mirada, por medio de Él, en las alturas de los cielos; por medio de Él contemplamos como en un espejo su rostro intachable y excelente; por medio de Él fueron abiertos los ojos de nuestro corazón; por medio de Él nuestra mente insensata y entenebrecida salta a la luz; por medio de Él el Señor ha querido que probemos el conocimiento inmortal; el cual, siendo el resplandor de su majestad, es muy superior a los ángeles, puesto que ha heredado un nombre más excelente que ellos. Porque está escrito: El que hace a sus ángeles espíritus y a sus ministros llama de fuego; pero de su Hijo el Señor dice esto: Mi Hijo eres tú, yo te he engendrado hoy. Pídeme y te daré a los gentiles por heredad, y los extremos de la tierra por posesión tuya. Y también le dice: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. ¿Quiénes son, pues, estos enemigos? Los que son malvados y resisten su voluntad.


    XXXVII. Alistémonos, pues, hermanos, con toda sinceridad en sus ordenanzas intachables. Consideremos los soldados que se han alistado bajo nuestros gobernantes, de qué modo tan exacto, pronto y sumiso ejecutan las órdenes que se les dan. No todos son perfectos, ni jefes de millares, ni aun de centenares, ni de grupos de cmcuenta, etc.; sino que cada hombre en su propio rango ejecuta las órdenes que recibe del rey y de los gobernantes. Los grandes no pueden existir sin los pequeños, ni los pequeños sin los grandes. Hay una cierta mezcla en todas las cosas, y por ello es útil. Pongamos como ejemplo nuestro propio cuerpo. La cabeza sin los pies no es nada; del mismo modo los pies sin la cabeza no son nada; incluso los miembros más pequeños de nuestro cuerpo son necesarios y útiles para el cuerpo entero; pero todos los miembros cooperan y se unen en sumisión, para que todo el cuerpo pueda ser salvo.


    XXXVIII. Así que, en nuestro caso, que todo el cuerpo sea salvado en Cristo Jesús, y que cada hombre esté sometido a su prójimo, según la gracia especial que le ha sido designada. Que el fuerte no desprecie al débil; y el débil respete al fuerte. Que los ricos ministren a los pobres; que los pobres den gracias a Dios, porque Él les ha dado a alguno por medio del cual son suplidas sus necesidades. El que es sabio, dé muestras de sabiduría, no en palabras, sino en buenas obras. El que es de mente humilde, que no dé testimonio de sí mismo, sino que deje que su vecino dé testimonio de él. El que es puro en la carne, siga siéndolo, y no se envanezca, sabiendo que es otro el que le concede su continencia. Consideremos, hermanos, de qué materiales somos hechos; qué somos, y de qué manera somos, y cómo vinimos al mundo; que Él nos ha formado y moldeado sacándonos del sepulcro y la oscuridad y nos ha traído al mundo, habiendo preparado sus beneficios de antemano, antes incluso de que hubiéramos nacido. Viendo, pues, que todas estas cosas las hemos recibido de Él, debemos darle gracias por todo a Él, para quien sea la gloria para siempre jamás. Amén.


    XXXIX. Los hombres insensatos, necios, torpes e ignorantes se burlan de nosotros, deseando ser ellos los que han de ser exaltados, según sus imaginaciones. Porque, ¿qué poder tiene un mortal? O ¿qué fuerza tiene un hijo de tierra? Porque está escrito: No había ninguna forma delante de mis ojos; y oí un aliento y una voz. ¿Qué, pues? ¿Será justo un mortal a la vista de Dios; o será un hombre intachable por sus obras; siendo así que Él no confía ni aun en sus siervos y aun halla faltas en sus ángeles? No. Y ni aun los cielos son puros ante sus ojos. ¡Cuánto más en los que habitan en casas de barro, del cual, o sea del mismo barro, nosotros mismos somosformados! Los quebrantó como la polilla. Porque no pueden valerse de sí mismos, y perecieron. El sopló sobre ellos y murieron, porque no tenían sabiduría. Pero tú da voces, por si alguno te obedece, o si ves a alguno de sus santos ángeles. Porque la ira mata al insensato, y la envidia al que se ha descarriado. Yo he visto al necio que echaba raíces y de repente su habitación fue consumida. Lejos estén sus hijos de la seguridad. Sean burlados en la puerta por personas inferiores, y no haya quien los libre. Porque las cosas preparadas para ellos se las comerá el justo; y ellos mismos no serán librados de males.


    XL. Por cuanto estas cosas, pues, nos han sido manifestadas ya, y hemos escudriñado en las profundidades del conocimiento divino, deberíamos hacer todas las cosas en orden, todas las que el Señor nos ha mandado que hiciéramos a su debida sazón. Que las ofrendas y servicios que Él ordena sean ejecutados con cuidado, y no precipitadamente o en desorden, sino a su tiempo y sazón debida.Y donde y por quien Él quiere que sean realizados, Él mismo lo ha establecido con su voluntad suprema; que todas las cosas sean hechas con piedad, en conformidad con su beneplácito para que puedan ser aceptables a su voluntad. Así pues, los que hacen sus ofrendás al tiempo debido son aceptables y benditos, porque siguiendo lo instituido por el Señor, no pueden andar descaminados. Porque al sumo sacerdote se le asignan sus servicios propios, y a los sacerdotes se les asigna su oficio propio, y a los levitas sus propias ministraciones. El lego debe someterse a las ordenanzas para el lego.


    XLI. Cada uno de nosotros, pues, hermanos, en su propio orden demos gracias a Dios, manteniendo una conciencia recta y sin transgredir la regla designada de su servicio, sino obrando con toda propiedad y decoro. Hermanos, los sacrificios diarios continuos no son ofrecidos en cualquier lugar, o las ofrendas voluntarias, o las ofrendas por el pecado y las faltas, sino que son ofrecidos sólo en Jerusalén. E incluso allí, la ofrenda no es presentada en cualquier lugar, sino ante el santuario en el patio del altar; y esto además por medio del sumo sacerdote y los ministros mencionados, después que la víctima a ofrecer ha sido inspeccionada por si tiene algún defecto. Los que hacen algo contrario a la ordenanza debida, dada por su voluntad, reciben como castigo la muerte. Veis, pues, hermanos, que por el mayor conocimiento que nos ha sido concedido a nosotros, en proporción, nos exponemos al peligro en un grado mucho mayor.


    XLII. Los apóstoles recibieron el Evangelio para nosotros del Señor Jesucristo; Jesucristo fue enviado por Dios. Así pues, Cristo viene de Dios, y los apóstoles de Cristo. Por tanto, los dos vienen de la voluntad de Dios en el orden designado. Habiendo recibido el encargo, pues, y habiéndo sido asegurados por medio de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, y confirmados en la palabra de Dios con plena seguridad por el Espíritu Santo, salieron a proclamar las buenas nuevas de que había llegado el reino de Dios. Y así, predicando por campos y ciudades, por todas partes, designaron a las primicias (de sus labores), una vez hubieron sido probados por el Espíritu, para que fueran obispos y diáconos de los que creyeran. Y esto no lo hicieron en una forma nueva; porque verdaderamente se había escrito respecto a los obispos y diáconos desde tiempos muy antiguos; porque así dice la escritura en cierto lugar: Y nombraré a tus obispos en justicia y a tus diáconos en fe.


    XLIII. Y ¿de qué hay que sorprenderse que aquellos a quienes se confió esta obra en Cristo, por parte de Dios, nombraran ellos a las personas mencionadas, siendo así que el mismo bienaventurado Moisés, que fue un fiel siervo en toda su casa, dejó testimonio como una señal en los sagrados libros de todas las cosas que le fueron ordenadas? Y a él también siguió el resto de los profetas, dando testimonio juntamente con él de todas las leyes que fueron ordenadas por él. Porque Moisés, cuando aparecieron celos respecto al sacerdocio, y hubo disensSión entre las tribus sobre cuál de ellas estaba adornada con el nombre glorioso, ordenó a los doce jefes de las tribus que le trajeran varas, en cada una de las cuales estaba inscrito el nombre de una tribu. Y él las tomó y las ató y las selló con los sellos de los anillos de los jefes de las tribus y las puso en el tabernáculo del testimonio sobre la mesa de Dios. Y habiendo cerrado el tabernáculo, selló las llaves y lo mismo las puertas. Y les dijo: Hermanos, la tribu cuya vara florezca, ésta ha sido escogida por Dios para que sean sacerdotes y ministros para El. Y cuando vino la mañana, llamó a todo Israel, a saber, seiscientos mil hombres, y les mostró los sellos de los jefes de las tribus y abrió el tabernáculo del testimonio y sacó las varas. Y la vara de Aarón no sólo había brotado sino que había dado fruto. ¿Qué pensáis, pues, amados? ¿No sabía Moisés de antemano que esto era lo que pasaría? Sin duda lo sabía. Pero hizo esto para que no hubiera desorden en Israel, para que el nombre del Dios único y verdadero pudiera ser glorificado; a quien sea la gloria para siempre jamás. Amén.


    XLIV. Y nuestros apóstoles sabían por nuestro Señor Jesucristo que habría contiendas sobre el nombramiento del cargo de obispo. Por cuya causa, habiendo recibido conocimiento completo de antemano, designaron a las personas mencionadas, y después proveyeron a continuación que si éstas durmieran, otros hombres aprobados les sucedieran en su servicio. A estos hombres, pues, que fueron nombrados por ellos, o después por otros de reputación, con el consentimiento de toda la Iglesia, y que han ministrado intachablemente el rebaño de Cristo, en humildad de corazón, pacíficamente y con toda modestia, y durante mucho tiempo han tenido buena fama ante todos, a estos hombres nosotros consideramos que habéis injustamente privado de su ministerio. Porque no será un pecado nuestro leve si nosotros expulsamos a los que han hecho ofrenda de los dones del cargo del obispado de modo intachable y santo. Bienaventurados los presbíteros que fueron antes, siendo así que su partida fue en sazón y fructífera: porque ellos no tienen temor de que nadie les prive de sus cargos designados. Porque nosotros entendemos que habéis expulsado de su ministerio a ciertas personas a pesar de que vivían de modo honorable, ministerio que ellos +habían respetado+ de modo intachable.


    XLV. Contended, hermanos, y sed celosos sobre las cosas que afectan a la salvación. Habéis escudriñado las escnturas, que son verdaderas, las cuales os fueron dadas por el Espíritu Santo; y sabéis que no hay nada injusto o fraudulento escrito en ellas. No hallaréis en ellas que personas justas hayan sido expulsadas por hombres santos. Los justos fueron perseguidos, pero fue por los malvados; fueron encarcelados, pero fue por los impíos. Fueron apedreados como transgresores, pero su muerte fue debida a los que habían concebido una envidia detestable e injusta. Estas cosas las sufrieron y se comportaron noblemente. Porque, ¿qué diremos, hermanos? ¿Fue echado Daniel en el foso de los leones por los que temían a Dios? ¿O fueron Ananías y Azarías y Misael encerrados en el horno de fuego por los que profesaban adorar de modo glorioso y excelente al Altísimo? En ninguna manera. ¿Quiénes fueron los que hicieron estas cosas? Hombres abominables y llenos de maldad fueron impulsados a un extremo de ira tal que causaron sufrimientos crueles a los que servían a Dios con intención santa e intachable, sin saber que el Altísimo es el campeón y protector de los que en conciencia pura sirven su nombre excelente; al cual sea la gloria por siempre jamás. Amén. Pero los que sufrieron pacientemente en confianza heredaron gloria y honor, fueron ensalzados, y sus nombres fueron registrados por Dios en memoria de ellos para siempre jamás. Amén.


    XLVI. A ejemplos semejantes, pues, hermanos, hemos de adherirnos también nosotros. Porque está escrito: Allégate a los santos, porque los que se allegan a ellos serán santificados. Y también dice el Señor en otro pasaje: Con el inocente te mostrarás inocente, y con los elegidos serás elegidos y con el ladino te mostrarás sagaz. Por tanto, juntémonos con los inocentes e íntegros; y éstos son los elegidos de Dios. ¿Por qué hay, pues, contiendas e iras y disensiones y facciones y guerra entre vosotros? ¿No tenemos un solo Dios y un Cristo y un Espíritu de gracia que fue derramado sobre nosotros? ¿Y no hay una sola vocación en Cristo? ¿Por qué, pues, separamos y dividimos los miembros de Cristo, y causamos disensiones en nuestro propio cuerpo, y llegamos a este extremo de locura, en que olvidamos que somos miembros los unos de los otros? Recordad las palabras de Jesús nuestro Señor; porque Él dijo: ¡Ay de este hombre; mejor sería para él que no hubiera nacido, que el que escandalice a uno de mis elegidos! Sería mejor que le ataran del cuello una piedra de molino y le echaran en el mar que no que trastornara a uno de mis elegidos. Vuestra división ha trastornado a muchos; ha sido causa de abatimiento para muchos, de duda para muchos y de aflicción para todos. Y vuestra sedición sigue todavía.


    XLVII. Tomad la epístola del bienaventurado Pablo el apóstol. ¿Qué os escribió al comienzo del Evangelio? Ciertamente os exhortó en el Espíritu con respecto a él mismo y a Cefas y Apolos, porque ya entonces hacíais grupos. Pero el que hicierais estos bandos resultó en menos pecado para vosotros; porque erais partidarios de apóstoles que tenían una gran reputación, y de un hombre aprobado ante los ojos de estos apóstoles. Pero ahora fijaos bien quiénes son los que os han trastornado y han disminuido la gloria de vuestro renombrado amor a la hermandad. Es vergonzoso, queridos hermanos, sí, francamente vergonzoso e indigno de vuestra conducta en Cristo, que se diga que la misma Iglesia antigua y firme de los corintios, por causa de una o dos personas, hace una sedición contra sus presbíteros. Y este informe no sólo nos ha llegado a nosotros, sino también a los que difieren de nosotros, de modo que acumuláis blasfemias sobre el nombre del Señor por causa de vuestra locura, además de crear peligro para vosotros mismos.


    XLVIII. Por tanto, desarraiguemos esto rápidamente, y postrémonos ante el Señor y roguémosle con lágrimas que se muestre propicio y se reconcilie con nosotros, y pueda restaurarnos a la conducta pura y digna que corresponde a nuestro amor de hermanos. Porque ésta es una puerta a la justicia abierta para vida, como está escrito: Abridme las puertas de justicia; para que pueda entrar por ellas y alabar al Señor. Esta es la puerta del Señor; por ella entrarán los justos. Siendo así que se abren muchas puertas, ésta es la puerta que es de justicia, a saber, la que es en Cristo, y son bienaventurados todos los que hayan entrado por ella y dirigido su camino en santidad y justicia, ejecutando todas las cosas sin confusión. Que un hombre sea fiel, que pueda exponer conocimiento profundo, que sea sabio en el discernimiento de las palabras, que se esfuerce en sus actos, que sea puro; tanto más ha de ser humilde de corazón en proporción a lo que parezca ser mayor; y ha de procurar el beneficio común de todos, no el suyo propio.


    XLIX. Que el que ama a Cristo cumpla los mandamientos de Cristo. ¿Quién puede describir el vínculo del amor de Dios? ¿Quién es capaz de narrar la majestad de su hermosura? La altura a la cual el amor exalta es indescriptible. El amor nos une a Dios; el amor cubre multitud de pecados; el amor soporta todas las cosas, es paciente en todas las cosas. No hay nada burdo, nada arrogante en el amor. El amor no tiene divisiones, el amor no hace sediciones, el amor hace todas las cosas de común acuerdo. En amor fueron hechos peffectos todos los elegidos de Dios; sin amor no hay nada agradable a Dios; en amor el Señor nos tomó para sí; por el amor que sintió hacia nosotros, Jesucristo nuestro Señor dio su sangre por nosotros por la voluntad de Dios, y su carne por nuestra carne, y su vida por nuestras vidas.


    L. Veis, pues, amados, qué maravilloso y grande es el amor, y que no hay manera de declarar su perfección. ¿Quién puede ser hallado en él, excepto aquellos a quienes Dios se lo ha concedido? Por tanto, supliquemos y pidamos de su misericordia que podamos ser hallados intachables en amor, manteniéndonos aparte de las facciones de los hombres. Todas las generaciones desde Adán hasta este día han pasado a la otra vida; pero los que por la gracia de Dios fueron perfeccionados en el amor residen en la mansión de los píos; y serán manifestados en la visitación del Reino de Dios. Porque está escrito: Entra en tus aposentos durante un breve momento, hasta que haya pasado mi indignación, y yo recordaré un día propicio y voy a levantaros de vuestros sepulcros. Bienaventurados somos, amados, si hacemos los mandamientos de Dios en conformidad con el amor, a fin de que nuestros pecados sean perdonados por el amor. Porque está escrito: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el hombre a quien el Señor no imputará pecado, ni hay engaño en su boca. Esta declaración de bienaventuranza fue pronunciada sobre los que han sido elegidos por Dios mediante Jesucristo nuestro Señor, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.


    LI. Respecto a todas nuestras transgresiones que hemos cometido por causa de las añagazas del adversario, roguemos para que nos sea concedido perdón. Sí, y también los que se hacen cabecillas de facciones y divisiones han de mirar a la base común de esperanza. Porque los que andan en temor y amor prefieren ser ellos mismos los que padecen sufrimiento más bien que sus prójimos; y más bien pronuncian condenación contra sí mismos que contra la armonía que nos ha sido entregada de modo tan noble y justo. Porque es bueno que un hombre confiese sus transgresiones en vez de endurecer su corazón, como fue endurecido el corazón de los que hicieron sedición contra Moisés el siervo de Dios; cuya condenación quedó claramente manifestada, porque descendieron al Hades vivos, y la muerte será su pastor. Faraón y sus huestes y todos los gobernantes de Egipto, sus carros y sus jinetes, fueron sumergidos en las profundidades del Mar Rojo, y perecieron, y ello sólo por la razón de que sus corazones insensatos fueron endurecidos después de las señales y portentos que habían sido realizados en la tierra de Egipto por la mano de Moisés el siervo de Dios.


    LII. El Señor, hermanos, no tiene necesidad de nada. Él no desea nada de hombre alguno, sino que se confiese su Nombre. Porque el elegido David dijo: Confesaré al Señor y le agradará más que becerro con cuernos y pezuñas. Lo verán los oprimidos y se gozarán. Y de nuevo dice: Ofrece a Dios sacrificio de alabanza y paga tus votos al Altísimo; e invócame en el día de la angustia, y yo te libraré, y tú me glorificarás. Porque sacrificio a Dios es el espíritu quebrantado.


    LIII. Porque, amados, conocéis las sagradas escrituras, y las conocéis bien, y habéis escudriñado las profecías de Dios. Os escribimos estas cosas, pues, como recordatorio. Cuando Moisés subió al monte y pasó cuarenta días y cuarenta noches en ayuno y humillación, Dios le dijo: Moisés, Moisés, desciende pronto de aquí, porque mi pueblo que tú sacaste de la tierra de Egipto ha cometido iniquidad; se han apartado rápidamente del camino que tú les mandaste; y se han hecho imágenes de fundición. Y el Señor le dijo: Te he dicho una y dos veces, este pueblo es duro de cerviz. Déjame que los destruya, y borraré su nombre de debajo del cielo, y yo haré de ti una nación grande y maravillosa y más numerosa que ésta. Y Moisés dijo: No lo hagas, Señor. Perdona su pecado, o bórrame también a ml del libro de los vivientes. ¡Oh, qué amor tan poderoso! ¡Oh, qué perfección insuperable! El siervo es osado ante su Señor; y pide perdón por la multitud, o pide que sea incluido él mismo con ellos.


    LIV. ¿Quién hay, pues, noble entre vosotros? ¿Quién es compasivo? ¿Quién está lleno de amor? Que diga: si por causa de mí hay facciones y contiendas y divisiones, me retiro, me aparto adonde queráis, y hago lo que está ordenado por el pueblo: con tal que el rebaño de Cristo esté en paz con sus presbíteros debidamente designados. El que haga esto ganará para sí un gran renombre en Cristo, y será recibido en todas partes; porque la tierra es del Señor y suya es la plenitud de la misma. Esto es lo que han hecho y harán los que viven como ciudadanos de este reino de Dios, que no da motivo de arrepentirse de haberlo hecho.


    LV. Pero para dar ejemplo a los gentiles también, muchos reyes y gobernantes, cuando acaece una temporada de pestilencia entre ellos, habiendo sido instruidos por oráculos, se han entregado ellos mismos a la muerte, para que puedan ser rescatados sus conciudadanos por medio de su propia sangre. Muchos se han retirado de sus propias ciudades para que no haya más sediciones. Sabemos que muchos entre nosotros se han entregado a la esclavitud, para poder rescatar a otros. Muchos se han vendido como esclavos y, recibido el precio que se ha pagado por ellos, han alimentado a otros. Muchas mujeres, fortalecidas por la gracia de Dios, han ejecutado grandes hechos. La bendita Judit, cuando la ciudad estaba sitiada, pidió a los ancianos que se le permitiera ir al campamento de los sitiadores. Y por ello se expuso ella misma al peligro y fue por amor a su país y al pueblo que estaba bajo aflicción; y el Señor entregó a Rolofernes en las manos de una mujer. No fue menor el peligro de Ester, la cual era perfecta en la fe, y se expuso para poder librar a las doce tribus de Israel cuando estaban a punto de perecer. Porque con su ayuno y su humillación suplicó al Señor omnisciente, el Dios de las edades; y Él, viendo la humildad de su alma, libró al pueblo por amor al cual ella hizo frente al peligro.


    LVI. Por tanto, intercedamos por aquellos que están en alguna transgresión, para que se les conceda mansedumbre y humildad, de modo que se sometan, no ante nosotros, sino a la voluntad de Dios. Porque así el recuerdo compasivo de ellos por parte de Dios y los santos será fructífero para ellos y perfecto. Aceptemos la corrección y disciplina, por la cual nadie debe sentirse desazonado, amados. La admonición que nos hacemos los unos a los otros es buena y altamente útil; porque nos une a la voluntad de Dios. Porque así dice la santa palabra: Me castigó ciertamente el Señor, mas no me libró a la muerte. Porque el Señor al que ama reprende, y azota a todo hijo a quien recibe. Porque el justo, se dice, me castigará en misericordia y me reprenderá, pero no sea ungida mi cabeza por la +misericordia+ (óleo) de los pecadores. Y también dice: Bienaventurado es el hombre a quien Dios corrige, y no menosprecia la corrección del Todopoderoso. Porque él es quien hace la herida y él la vendará; él hiere y sus manos curan. En seis tribulaciones te librará de la aflicción; y en la séptima no te tocará el mal. En el hambre te salvará de la muerte, y en la guerra te librará del brazo de la espada. Del azote de la lengua te guardará, y no tendrás miedo de los males que se acercan. De los malos y los injustos te reirás, y de las fieras no tendrás temor. Pues las fieras estarán en paz contigo. Entonces sabrás que habrá paz en tu casa; y la habitación de tu tienda no irá mal (fallará), y sabrás que tu descendencia es numerosa, y tu prole como la hierba del campo. Y llegarás al sepulcro maduro como una gavilla segada en sazón, o como el montón en la era, recogido a su debido tiempo. Como podéis ver, amados, grande es la protección de los que han sido disciplinados por el Señor; porque siendo un buen padre, nos castiga con miras a que podamos obtener misericordia por medio de su justo castigo.


    LVII. Así pues, vosotros, los que sois la causa de la sedición, someteos a los presbíteros y recibid disciplina para arrepentimiento, doblando las rodillas de vuestro corazón. Aprended a someteros, deponiendo la obstinación arrogante y orgullosa de vuestra lengua. Pues es mejor que seáis hallados siendo poco en el rebaño de Cristo y tener el nombre en el libro de Dios, que ser tenidos en gran honor y, con todo, ser expulsados de la esperanza de Él. Porque esto dijo la Sabiduría, suma de todas las virtudes: He aquí yo derramaré un dicho de mi espíritu, y os enseñaré mis palabras. Porque os llamé y no obedecisteis, y os dije palabras y no quisisteis escucharlas, sino que desechasteis todo consejo mío, y no aceptasteis mi reprensión; por tanto, yo también me reiré de vuestra destrucción, y me regocijaré cuando caiga sobre vosotros vuestra ruina, y cuando venga de repente sobre vosotros confusión, y vuestra desgracia llegue como un torbellino, cuando sobre vosotros vengan la tribulación y la angustia. Porque cuando me llamaréis yo no responderé. Los malos me buscarán con afán y no me hallarán; porque aborrecieron la sabiduría y no escogieron el temor del Señor, ni quisieron prestar atención a mis consejos, sino que se mofaron de mis reprensiones. Por tanto, comerán los frutos de su propio camino, y se hartarán de su propia impiedad. Porque el extravío de los ignorantes los matará, y la indolencia de los necios los echará a perder. Mas el que me escucha habitará confiadamente en esperanza, y vivirá tranquilo, sin temor a la desgracia.


    LVIII. Sed obedientes a su Nombre santísimo y glorioso, con lo que escaparéis de las amenazas que fueron pronunciadas antiguamente por boca de la Sabiduría contra los que desobedecen, a fin de que podáis vivir tranquilos, confiando en el santísimo Nombre de su majestad. Atended nuestro consejo, y no tendréis ocasión de arrepentiros de haberlo hecho. Porque tal como Dios vive, y vive el Señor Jesucristo, y el Espíritu Santo, que son la fe y la esperanza de los elegidos, con toda seguridad el que, con humildad de ánimo y mansedumbre haya ejecutado, sin arrepentirse de ello, las ordenanzas y mandamientos que Dios ha dado, será puesto en la lista y tendrá su nombre en el número de los que son salvos por medio de Jesucristo, a través del cual es la gloria para Él para siempre jamás. Amén.


    LIX. Pero si algunas personas son desobedientes a las palabras dichas por Él por medio de nosotros, que entiendan bien que se están implicando en una transgresión y peligro serios; mas nosotros no seremos culpables de este pecado. Y pediremos con insistencia en oración y suplicación que el Creador del universo pueda guardar intacto hasta el fin el número de los que han sido contados entre sus elegidos en todo el mundo, mediante su querido Hijo Jesucristo, por medio del cual nos ha llamado de las tinieblas a la luz, de la ignorancia al pleno conocimiento de la gloria de su Nombre.


    [Concédenos, Señor,] que podamos poner nuestra esperanza en tu Nombre, que es la causa primaria de toda la creación, y abramos los ojos de nuestros corazones para que podamos conocerte a Ti, que eres sólo el más Alto entre los altos, el Santo entre los santos; que abates la insolencia de los orgullosos, y desbaratas los designios de las naciones; que enalteces al humilde, y humillas al exaltado; que haces ricos y haces pobres; que matas y das vida; que eres sólo el benefactor de los espíritus y el Dios de toda carne; que miras en los abismos, y escudriñas las obras del hombre; el socorro de los que están en peligro, el Salvador de los que están en angustia; el Creador y observador de todo espíritu; que multiplicas las naciones sobre la tierra, y has escogido de entre todos los hombres a los que te aman por medio de Jesucristo, tu querido Hijo, por medio del cual nos enseñaste, nos santificaste y nos honraste. Te rogamos, Señor y Maestro, que seas nuestra ayuda y socorro. Salva entre nosotros a aquellos que están en tribulación; ten misericordia de los abatidos; levanta a los caídos; muéstrate a los necesitados; restaura a los apartados; convierte a los descarriados de tu pueblo; alimenta a los hambrientos; suelta a los presos; sostén a los débiles; confirma a los de flaco corazón. Que todos los gentiles sepan que sólo Tú eres Dios, y Jesucristo es tu Hijo, y nosotros somos tu pueblo y ovejas de tu prado.


    LX. Tú, que por medio de tu actividad hiciste manifiesta la fábrica permanente del mundo. Tú, Señor, que creaste la tierra. Tú, que eres fiel de generación en generación, justo en tus juicios, maravilloso en la fuerza y excelencia. Tú, que eres sabio al crear y prudente al establecer lo que has hecho, que eres bueno en las cosas que se ven y fiel a aquellos que confían en Ti, compasivo y clemente, perdónanos nuestras iniquidades y nuestras injusticias y nuestras transgresiones y deficiencias. No pongas a nuestra cuenta cada uno de los pecados de tus siervos y tus siervas, sino límpianos con tu verdad, y guía nuestros pasos para que andemos en santidad y justicia e integridad de corazón, y hagamos las cosas que sean buenas y agradables a tu vista y a la vista de nuestros gobernantes. Sí, Señor, haz que tu rostro resplandezca sobre nosotros en paz para nuestro bien, para que podamos ser resguardados por tu mano poderosa y librados de todo pecado con tu brazo levantado. Y líbranos de los que nos aborrecen sin motivo. Da concordia y paz a nosotros y a todos los que habitan en la tierra, como diste a nuestros padres cuando ellos invocaron tu nombre en fe y verdad con santidad, [para que podamos ser salvos] cuando rendimos obediencia a tu Nombre todopoderoso y sublime y a nuestros gobernantes y superiores sobre la tierra.


    LXI. Tú, Señor y Maestro, les has dado el poder de la soberanía por medio de tu poder excelente e inexpresable, para que nosotros, conociendo la gloria y honor que les has dado, nos sometamos a ellos, sin resistir en nada tu voluntad. Concédeles a ellos, pues, oh Señor, salud, paz, concordia, estabilidad, para que puedan administrar sin fallos el gobierno que Tú les has dado. Porque Tú, oh Señor celestial, rey de las edades, das a los hijos de los hombres gloria y honor y poder sobre todas las cosas que hay sobre la tierra. Dirige Tú, Señor, su consejo según lo que sea bueno y agradable a tu vista, para que, administrando en paz y bondad con piedad el poder que Tú les has dado, puedan obtener tu favor. ¡Oh Tú, que puedes hacer estas cosas, y cosas más excelentes aún que éstas, te alabamos por medio del Sumo Sacerdote y guardián de nuestras almas, Jesucristo, por medio del cual sea a Ti la gloria y la majestad ahora y por los siglos de los siglos! Amén.


    LXII. Os hemos escrito en abundancia, hermanos, en lo que se refiere a las cosas que corresponden a nuestra religión y son más útiles para una vida virtuosa a los que quieren guiar [sus pasos] en santidad y justicia. Porque en lo que se refiere a la fe y al arrepentimiento y al amor y templanza genuinos y sobriedad y paciencia, hemos hecho uso de todo argumento, recordándoos que tenéis que agradar al Dios todopoderoso en justicia y verdad y longanimidad y santidad, poniendo a un lado toda malicia y prosiguiendo la concordia en amor y paz, insistiendo en la bondad; tal como nuestros padres, de los cuales os hemos hablado antes, le agradaron, siendo de ánimo humilde hacia su Padre y Dios y Creador y hacia todos los hombres. Y os hemos recordado estas cosas con mayor placer porque sabemos bien que estamos escribiendo a hombres que son fieles y de gran estima y han escudriñado con diligencia las palabras de la enseñanza de Dios.


    LXIII. Por tanto, es bueno que prestemos atención a ejemplos tan grandes y numerosos, y nos sometamos y ocupemos el lugar de obediencia poniéndonos del lado de los que son dirigentes de nuestras almas, y dando fin a esta disensión insensata podamos obtener el objetivo que se halla delante de nosotros en veracidad, manteniéndonos a distancia de toda falta. Porque vais a proporcionarnos gran gozo y alegría si prestáis obediencia a las cosas que os hemos escrito por medio del Espíritu Santo, y desarraigáis la ira injusta de vuestros celos, en conformidad con nuestra súplica que os hemos hecho de paz y armonía en esta carta. Y también os hemos enviado a hombres fieles y prudentes que han estado en medio de nosotros, desde su juventud a la ancianidad, de modo intachable, los cuales serán testigos entre vosotros y nosotros. Y esto lo hemos hecho para que sepáis que nosotros hemos tenido, y aún tenemos, el anhelo ferviente de que haya pronto la paz entre vosotros.


    LXIV. Finalmente, que el Dios omnisciente, Señor de los espíritus y de toda carne, que escogió al Señor Jesucristo, y a nosotros, por medio de Él, como un pueblo peculiar, conceda a cada alma que se llama según su santo y excelente Nombre, fe, temor, paz, paciencia, longanimidad, templanza, castidad y sobriedad, para que podáis agradarle en su Nombre, por medio de nuestro Sumo Sacerdote y guardián Jesucristo, a través del cual sea a Él la gloria y majestad, la potencia y el honor, ahora y para siempre jamás. Amén.


    LXV. Enviad de nuevo y rápidamente a nuestros mensajeros Claudio Efebo y Valerio Bito, junto con Fortunato, en paz y gozo, con miras a que puedan informar más rápidamente de la paz y concordia que nosotros pedimos y anhelamos sinceramente, para que nosotros también podamos gozarnos pronto sobre vuestro buen orden.


    La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vosotros y con todos los hombres, en todos los lugares, que han sido llamados por Dios y por medio de El, a quien la gloria y honor, poder y. grandeza y dominio eterno, a El, desde todas las edades pasadas y para siempre jamás. Amén.


    Fuente: Los Padres Apostólicos, por J. B. Lightfoot. Editorial CLIE Editorial Clie



    Epstola de Clemente a los Corintios
    La Iglesia es el poder supremo en lo espiritual, como el Estado lo es en el temporal.

    Antonio Aparisi

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    Re: Documentos antiguos de los Padres de la Iglesia, y algo más.

    CARTA DE SAN POLICARPO DE ESMIRNA A LOS FILIPENSES






    Saludo


    Policarpo y los presbíteros que están con él, a la Iglesia de Dios que habita como extranjera en Filipos: que la misericordia y la paz les sean dadas en plenitud por Dios todopoderoso y Jesucristo nuestro Salvador.1


    La fe en Jesucristo


    Me alegré mucho con ustedes, en nuestro Señor Jesucristo, cuando recibieron a las imágenes de la verdadera caridad, y acompañaron, como debían hacerlo, a aquellos que estaban encadenados por ataduras dignas de los santos, que son las diademas de quienes han sido verdaderamente elegidos por Dios nuestro Señor.2


    Y me alegré de que la raíz vigorosa de su fe, de la que se habla desde tiempos antiguos, permanece hasta ahora y da frutos en nuestro Señor Jesucristo, que aceptó por nuestros pecados llegar hasta la muerte; y Dios lo resucitó librándolo de los sufrimientos del infierno.3


    Sin verlo, ustedes creen en él, con un gozo inefable y glorioso (1 P 1,8) al cual muchos desean llegar, y ustedes saben que han sido salvados por gracia, no por sus obras, sino por la voluntad de Dios por Jesucristo (Ef 2,5.8-9).


    Por tanto, cíñanse sus cinturas y sirvan a Dios en el temor y la verdad (1 P 1,13; ver Sal 2,11) dejando a un lado las palabras falsas y el error de la multitud, creyendo en Aquel que ha resucitado a nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos, y le ha dado la gloria (1 P 1,21), y un trono a su derecha.4


    A él le está todo sometido, en el cielo y sobre la tierra (ver Flp 2,10; 3,21); a él le obedece todo lo que respira, él vendrá a juzgar a vivos y muertos (Hch 10,42), y Dios pedirá cuenta de su sangre a quienes no aceptan creer en él. Aquel que lo ha resucitado de entre los muertos, también nos resucitará a nosotros (2 Co 4,14), si hacemos su voluntad y caminamos en sus mandamientos, y si amamos lo que él amó, absteniéndonos de toda injusticia, arrogancia, amor al dinero, murmuración, falso testimonio, no devolviendo mal por mal, injuria por injuria (1 P 3,9), golpe por golpe, maldición por maldición, acordándonos de lo que nos ha enseñado el Señor, que dice: "No juzguen, para no ser juzgados; perdonen y se les perdonará; hagan misericordia para recibir misericordia; la medida con que midan se usará también con ustedes, y bienaventurados los pobres y los que son perseguidos por la justicia, porque de ellos es el reino de Dios.5


    Fe, esperanza y caridad


    No es por mí mismo, hermanos, que les escribo esto sobre la justicia, sino porque ustedes primero me invitaron. Porque ni yo, ni otro como yo, podemos acercarnos a la sabiduría del bienaventurado y glorioso Pablo, que estando entre ustedes, hablándoles cara a cara a los hombres de entonces (sobre el asunto de la predicación de Pablo en Filipos, ver Hch 16,12-40), enseñó con exactitud y con fuerza la palabra de verdad, y luego de su partida les escribió una carta; si la estudian atentamente podrán crecer en la fe que les ha sido dada; ella es la madre de todos nosotros, seguida de la esperanza y precedida del amor por Dios, por Cristo y por el prójimo. El que permanece en estas virtudes ha cumplido los mandamientos de la justicia; pues el que tiene la caridad está lejos de todo pecado.6


    Que todos lleven una vida digna de la fe que profesan


    El principio de todos los males es el amor al dinero.7 Sabiendo, por tanto, que nada hemos traído al mundo y que no nos podremos llevar nada (1 Tm 6,7), revistámonos con las armas de la justicia (ver 2 Co 6,7), y aprendamos primero nosotros mismos a caminar en los mandamientos del Señor.


    Después, enseñen a sus mujeres a caminar en la fe que les ha sido dada, en la caridad, en la pureza, a amar a sus maridos con toda fidelidad, a amar a todos los otros igualmente con toda castidad y a educar a sus hijos en el conocimiento del temor de Dios.8


    Que las viudas sean sabias en la fe del Señor, que intercedan sin cesar por todos, que estén lejos de toda calumnia, murmuración, falso testimonio, amor al dinero y de todo mal; sabiendo que son el altar de Dios, que Él examinará todo y que nada se le oculta de nuestros pensamientos, de nuestros sentimientos, de los secretos de nuestro corazón (ver 1 Co 14,25).9


    Sabiendo que de Dios nadie se burla (Ga 6,7), debemos caminar de una forma digna de sus mandamientos y de su gloria.


    Igualmente que los diáconos sean irreprochables delante de su justicia, como servidores de Dios y de Cristo, y no de los hombres: ni calumnia, ni doblez, ni amor al dinero; sino castos en todas las cosas, misericordiosos, solícitos, caminando según la verdad del Señor que se ha hecho el servidor de todos.10 Si le somos agradables en el tiempo presente, Él nos dará a cambio el tiempo venidero, puesto que nos ha prometido resucitarnos de entre los muertos y que, si nuestra conducta es digna de Él, también reinaremos con Él (2 Tm 2,12), si al menos tenemos fe.


    Del mismo modo, que los jóvenes sean irreprochables en todo, velando ante todo por la pureza, refrenando todo mal que esté en ellos. Porque es bueno cortar los deseos de este mundo, pues todos los deseos combaten contra el espíritu (ver 1 P 2,11), y ni los fornicadores, ni los afeminados, ni los sodomitas tendrán parte en el reino de Dios (ver 1 Co 6,9-10), ni aquellos que hacen el mal. Por eso deben abstenerse de todo esto y estar sometidos a los presbíteros y a los diáconos como a Dios y a Cristo.11


    Las vírgenes deben caminar con una conciencia irreprensible y pura.


    Los presbíteros


    También los presbíteros deben ser misericordiosos, compasivos con todos; que devuelvan al recto camino a los descarriados, que visiten a todos los enfermos, sin olvidar a la viuda, al huérfano, al pobre, sino pensando siempre en hacer el bien delante de Dios y de los hombres.12 Que se abstengan de toda cólera, acepción de personas, juicio injusto; que estén alejados del amor al dinero, que no piensen mal rápidamente de alguien, que no sean duros en sus juicios, sabiendo que todos somos deudores del pecado.


    Si pedimos al Señor que nos perdone, también nosotros debemos perdonar, pues estamos ante los ojos de nuestro Señor y Dios, y todos deberemos comparecer ante el tribunal de Cristo, y cada uno deberá dar cuenta de sí mismo (ver Rm 14,10-12).


    Por tanto, sirvámosle con temor y mucha circunspección, conforme él nos lo ha mandado, al igual que los apóstoles que nos han predicado el Evangelio y los profetas que nos anunciaron la venida de nuestro Señor. Seamos celosos para lo bueno, evitemos los escándalos, los falsos hermanos y los que llevan con hipocresía el nombre del Señor, haciendo errar a los cabezas huecas [kenoys anthrópoys, literalmente: hombres vacíos].


    Advertencia contra el docetismo


    Todo, en efecto, el que no confiesa que Jesucristo vino en la carne es un anticristo, y el que no acepta el testimonio de la cruz es del diablo, y el que tergiversa las palabras del Señor según sus propios deseos y niega la resurrección y el juicio, ése es el primogénito de Satanás.13


    Por eso, abandonemos los vanos discursos de las multitudes y las falsas doctrinas, y volvamos a la enseñanza que nos ha sido transmitida desde el principio. Permaneciendo sobrios para la oración (ver 1 P 4,7), constantes en los ayunos, suplicando en nuestras oraciones a Dios, que lo ve todo, que no nos introduzca en la tentación (Mt 6,13), pues el Señor ha dicho: El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil (Mt 26,41).


    Esperanza y paciencia


    Perseveremos constantemente en nuestra esperanza14 y en las primicias de nuestra justicia, que es Jesucristo, que llevó al madero nuestros pecados en su propio cuerpo (ver 1 P 2,24), él, que no había cometido pecado, en quien no se había encontrado falsedad en su boca (1 P 2,22). Pero por nosotros, para que nosotros viviéramos en él, lo soportó todo.


    Seamos, pues, los imitadores de su paciencia, y si sufrimos por su nombre, glorifiquémoslo. Porque éste es el ejemplo que él nos ha dado en sí mismo, y esto es lo que nosotros hemos creído (ver 1 P 4,16; 2,21).


    Los exhorto a todos a obedecer a la palabra de justicia, y a perseverar con toda paciencia, la que han visto con sus ojos no sólo en los bienaventurados Ignacio, Zósimo y Rufo, sino también en otros de entre ustedes, en Pablo mismo y en los demás apóstoles. Convencidos de que todos éstos no han corrido en vano (Ga 2,2; Flp 2,16), sino en la fe y la justicia, y que están en el lugar que les corresponde junto al Señor con los que han sufrido. Ellos no amaron este siglo presente (ver 2 Tm 4,10), sino a aquel que murió por nosotros y que Dios resucitó por nosotros.


    Caridad fraterna (A partir de este capítulo no tenemos el texto griego de la carta, sino una antigua versión latina)


    Permanezcan, por tanto, en estos (sentimientos) e imiten el ejemplo del Señor, firmes e inconmovibles en la fe, amando a los hermanos, amándose unos a otros, unidos en la verdad, teniéndose paciencia unos a otros con la mansedumbre del Señor, no despreciando a nadie.15


    Cuando puedan hacer el bien, no lo posterguen, pues la limosna libera de la muerte (Tb. 12,9). Todos ustedes estén sometidos los unos a los otros, teniendo una conducta irreprensible entre los paganos, para que por sus buenas obras (también) reciban la alabanza y el Señor no sea blasfemado por causa de ustedes (ver 1 P 2,12). Pero pobre de aquel por quien sea blasfemado el nombre del Señor (ver Is 52,5). Enseñen, pues, a todos la sobriedad en la que viven ustedes mismos.16


    El caso de Valente17


    Estoy muy apenado por Valente, que fue presbítero por algún tiempo entre ustedes, (al ver) que ignora hasta tal punto el cargo que se le había dado. Por tanto, les advierto que se abstengan de la avaricia y que sean castos y veraces. Absténganse de todo mal. Quien no se puede gobernar a sí mismo en esto, ¿cómo puede enseñarlo a los otros? Si alguno no se abstiene de la avaricia, se dejará manchar por la idolatría y será contado entre los paganos que ignoran el juicio del Señor (ver Jr 5,4). ¿O acaso ignoramos que los santos juzgarán al mundo, como lo enseña Pablo? (ver 1 Co 6,2).


    Yo no oí ni vi nada semejante en ustedes, entre quienes trabajó el bienaventurado Pablo, ustedes que están al comienzo de su epístola.18 De ustedes, en efecto, él se gloría delante de todas las iglesias (ver 2 Ts 1,4), las únicas que entonces conocían a Dios, puesto que nosotros todavía no lo conocíamos.19


    Así, pues, hermanos, estoy muy triste por él y por su esposa, a ellos les conceda el Señor la penitencia verdadera (ver 2 Tm 2,25). Ustedes sean sobrios, también en esto, y no los consideren como a enemigos (ver 2 Ts 3,15), sino que vuelvan a llamarlos como a miembros sufrientes y extraviados. Haciendo esto se construyen a sí mismos.20


    Recomendaciones finales


    Confío en que están bien ejercitados en las santas Escrituras, y que nada ignoran. Yo, por mi parte, no tengo este don. Ahora (les digo), como está dicho en las Escrituras: Enójense y no pequen, y que el sol no se ponga sobre su ira (Sal 4,5; Ef 4,26). Feliz quien se acuerda. Creo que sucede así con ustedes.


    Que Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, y él mismo, el pontífice eterno, el Hijo de Dios, Jesucristo (ver Hb 6,20; 7,13), los edifiquen en la fe y en la verdad, en toda mansedumbre, sin cólera, en paciencia y en magnanimidad, en tolerancia y en castidad. Y les den parte en la herencia de sus santos21, y a nosotros con ustedes, y a todos los que están bajo el cielo, que creen en nuestro Señor Jesucristo y en su Padre, que lo resucitó de entre los muertos.


    Oren por todos los santos. Oren también por los reyes, por las autoridades y los príncipes, por los que los persiguen y los odian, y por los enemigos de la cruz (ver Mt 5,44; 1 Tm 2,2; Jn 15,16; 1 Tm 4,15; St 1,4; Col 2,10; Flp 3,18.); de modo que su fruto sea manifiesto para todos, y ustedes sean perfectos en él.


    Un trozo de la primera carta a los Filipenses (Del capítulo 13 se conserva el texto griego merced a Eusebio de Cesárea, HE III,36,14-15. P. N. Harrison, Polycarp's two Epistles to the Philippians, Cambridge, 1936, separó todo este capítulo 13, considerándolo una esquela de Policarpo respondiendo a una carta de los Filipenses. El resto de la actual epístola [caps. 1-12.14] sería una carta de consejo y exhortación escrita más tarde [según Harrison mucho más tarde]. Tendríamos, por tanto, dos epístolas de Policarpo, las cuales habrían sido reunidas en una sola ya antes de Eusebio de Cesárea. En la actualidad los especialistas aceptan la hipótesis de Harrison, pero señalan que la segunda carta [la "larga"] debe colocarse en una fecha muy próxima a la primera [la "breve"]).


    Ustedes e Ignacio me han escrito, para que si alguien va a Siria también lleve la carta de ustedes. Lo haré, si encuentro una ocasión favorable, sea yo mismo, sea aquel que enviaré para que nos represente. (Ignacio de Antioquía le había pedido a Policarpo que enviase un mensajero a Antioquía, a fin de llevarles a los cristianos sus felicitaciones y animándolos [ver Ep. a Policarpo 7,2; 8,1]. La comunidad de Filipos, según parece, les había escrito a los Antioquenos con idéntica finalidad. Policarpo responde con esta primera carta.)


    Conforme me lo pidieron, les mandamos las cartas de Ignacio, las que él nos envió y todas las demás que tenemos entre nosotros. Ellas van unidas a la presente carta, y ustedes podrán obtener gran provecho; porque ellas contienen fe, paciencia y toda edificación relacionada con nuestro Señor. Hágannos saber lo que sepan con certeza del mismo Ignacio y de sus compañeros. ("Les mandamos las cartas de Ignacio." Esta frase parece indicar que, con mucha probabilidad, muy pronto se formó un corpus de las cartas de Ignacio. Policarpo no tenía dificultad en reunir todas las epístolas de Ignacio a las iglesias de Asia. Esto permite conjeturar que no formaba parte del corpus la carta a los Romanos, que ha sido transmitida de forma independiente. - Desde "Hágannos saber..." el texto sólo se conserva en latín. "Ignacio y sus compañeros" es la traducción de "qui cum eo sunt").


    Despedida (A partir de este capítulo se retoma el texto, en su versión latina, de la segunda carta. Crescente no es el secretario de Policarpo, sino el portador de la carta [ver Ignacio de Antioquía, Rom. 10,1; Filad. 11,2; Esmir. 12,1])


    Les escribo esto por Crescente, a quien recientemente les recomendé y ahora (de nuevo) les recomiendo. Se ha conducido entre nosotros de forma irreprochable; y creo que lo hará entre ustedes de la misma manera. También les recomiendo su hermana, cuando ella llegue entre ustedes. Sean perfectos en el Señor Jesucristo, y en su gracia con todos los suyos. Amén. (También se podría traducir, esta última frase, por "Compórtense bien en el Señor Jesucristo" [Incolumes estote in domino Iesu Christo]).


    ....................


    1 Sobre el tema de la "Iglesia de Dios que habita como extranjera" [o peregrina; paroiken], ver Gn 12,10; 17,10; Lc 24,28; Ef 2,19; Hb 11,9-10.13-16; 13,14; 1 P 2,11; Judas 2. Ver asimismo el saludo de la Primera carta de Clemente a los Corintios y la Ep. a Diogneto 5 y 6.


    2 Las diademas de los santos son las cadenas, sufrimientos y persecuciones que sufren por confesar su fe en Jesucristo. Ver Ignacio de Antioquía, Ep. a los Efesios 11,2.


    3 Hch 2,24. Los pasajes subrayados indican una cita más literal de un texto de la Escritura. Pero el lector no debería centrar su atención solamente en las palabras subrayadas, sino más bien en todo el conjunto dentro del cual se inserta el pasaje, y su resonancia particularmente con las epístolas del NT.


    4 Aquí el vocablo multitud se refiere evidentemente a los no cristianos, particularmente a la multitud de los paganos, a los que Policarpo asocia los herejes con sus vanas especulaciones seductoras. (Ver 1 Tm 1,6; Tito 3,9.)


    5 Policarpo combina varias reminiscencias evangélicas, si es que se puede hablar así: Mt 7,1; Lc 6,37; Mt 5,7; Lc 6,38; Mt 5,3.10; Lc 6,20.


    6 No debe leerse este pasaje como si Policarpo estableciese una relación teológica entre las virtudes teologales, más bien apunta a poner de relieve su dignidad; ver 1 Co 13,14.


    7 Ver 1 Tm 6,10. La reacción fuerte de Policarpo contra la avaricia, como un vicio totalmente opuesto al espíritu del Evangelio, es uno de los temas principales de la carta. Puede tomarse como punto de partida para una reflexión sobre la cuestión en la Iglesia de nuestros días.


    8 El párrafo entero parece inspirarse en ciertas exhortaciones paulinas; ver Ef 5,21; 6,4; Col 3,18, entre otras. Ver asimismo la Primera carta de Clemente a los Corintios 1,3; 21,6ss.


    9 Para el tema de las viudas en la Iglesia primitiva ver 1 Tm 5,13-16; Tito 2,3-4; Tertuliano llegará a decir que ellas son "aram Dei mundam", Ad uxorem 1,7.


    10 Para los diáconos, ver 1 Tm 3,8-13. Sobre Cristo servidor de todos, ver Mt 20,28. Ignacio de Antioquía se re- fiere a menudo a los diáconos en sus cartas [ver Magn. 6,1; Trall. 2,3; Esmir. 10,1].


    11 Sobre el tema de la obediencia a los presbíteros [los ancianos], ver 1 P 5,5; Ignacio de Antioquía, Ep. a los Trall. 3,2.


    12 Ver Pr 3,4; Rm 12,17; 2 Co 8,21. La teología pastoral-moral que expone Policarpo tiene mucha similitud con la que hallamos en 1 Tm 3,2-7; Tito 1,6-9, e Ignacio de Antioquía, Ep. a Policarpo 4-5.


    13 Ver 1 Jn 4,2-3. Los docetistas negaban la realidad de la carne de Cristo; por tanto, no admitían su pasión y resurrección, haciendo así vano el testimonio de la cruz [ver 1 Jn 5,6-8; Jn 19-20; Ignacio de Antioquía, Mag. 11; Trall. 9-11; Esmir. 1-7].


    14 Cristo nuestra esperanza: ver 1 Tm 1,1; Col 1,27; Ignacio de Antioquía, Ef. 1,2; 21,2; Mag. 11; Flp. 11,2.


    15 En este párrafo [X,1] Policarpo combina varios pasajes del NT: Col 1,23; 1 Co 15,58; 1 P 2,17; 3,8; 5,9; Jn 13,34; Rm 13,8.


    16 Sobriedad [sobrietas, sophrosynè]: comprende también la salud espiritual, el sentido común y la modera- ción, junto con el control de los sentidos, la templanza y la castidad. Ver Rm 12,3; 1 Tm 2,9.15 [s"phrosynè unida a la fe, caridad y santidad]. Ver asimismo Ignacio de Antioquía, Ef. 10,3 [la une a la pureza].


    17 De este presbítero sólo conocemos aquello que nos dice Policarpo: arrastrado por la avaricia, el amor al dinero, se vio envuelto en una falta grave que le significó la destitución de su ministerio. Sobre la avaricia como una forma de idolatría y una suerte de impureza, ver Ef 5,5; Col 3,5.


    18 Estas palabras, de las que no tenemos el texto griego, son poco claras, y de difícil explicación. Se han presentado tres soluciones: 1) leer evangelio en vez de epístola: los Filipenses son las primicias de la predicación del evangelio en Grecia [ver Flp 4,15]; 2) a partir de 2 Co 3,2, comprender que los Filipenses fueron, desde el inicio, la carta de recomendación de Pablo; 3) suponer una errónea traducción del griego y leer: "ustedes fueron alabados por Pablo al inicio de la carta que él les escribió" [ver Flp 1,3-9].


    19 El evangelio fue predicado en Esmirna después de la conversión de los Filipenses. La primera mención de Esmirna, en campo cristiano, la hallamos en Ap 2,8.


    20 Idéntica actitud hacia los pecadores manifiesta Ignacio de Antioquía, Ef. 10,1-3. Sobre la Iglesia como cuerpo viviente que se construye por medio del crecimiento de cada uno de sus miembros, ver Ef 4,15-16; Col 2,19; Ignacio de Antioquía, Esmir. 11.


    21 Ver Col 12,12; Hch 8,21. Los santos son los cristianos. Se trata de un término heredado del AT [ver, por ejemplo, Ex 19,6], y que aparece con bastante frecuencia en el NT [ver 1 Co 6,1; 2 Co 1,1; Ef 2,19; 3,8; Flp 4,22]. Junto con hermanos, creyentes, discípulos, se convertirá en un nombre propio para designar a los cristianos [ver Ignacio de Antioquía, Magn. 4,1].


    * * * * *


    POLICARPO DE ESMIRNA


    Policarpo, obispo de Esmirna, es, con su larga vida, como un puente entre la generación de los apóstoles y las generaciones que vivieron la expansión doctrinal y numérica del cristianismo. Por una parte fue discípulo del apóstol Juan, y por otra fueron discípulos suyos los grandes maestros Papías e Ireneo. Este último, en un pasaje de singular fuerza evocadora, apela a Policarpo como del transmisor de la doctrina de los apóstoles. Del mismo Policarpo sólo se conserva una carta a la cristiandad de Filipos: está escrita en un estilo sencillo y sobrio, y se reduce a una serie de vigorosas exhortaciones, más bien de orden moral.


    De particular interés histórico y religioso son las Actas del martirio de Policarpo, generalmente reconocidas como auténticas: son un documento por el que la Iglesia de Esmirna daba a conocer a las Iglesias hermanas la manera como su obispo juntamente con muchos de sus fieles había sufrido una muerte ejemplar en la persecución, probablemente hacia el año 155.


    RUIZ BUENO, Padres apostólicos, BAC, Madrid 1950; S. HUBER, Las cartas de san Ignacio de Antioquía y de san Policarpo de Esmirna, Buenos Aires 1945.


    I. Testimonio de Ireneo sobre Policarpo.


    . . . Siendo yo niño, conviví con Policarpo en el Asia Menor. . . Conservo una memoria de las cosas de aquella época mejor que de las de ahora, porque lo que aprendemos de niños crece con la misma vida y se hace una cosa con ella. Podría decir incluso el lugar donde el bienaventurado Policarpo se solía sentar para conversar, sus idas y venidas, el carácter de su vida, sus rasgos físicos y sus discursos al pueblo. Él contaba cómo había convivido con Juan y con los que habían visto al Señor. Decía que se acordaba muy bien de sus palabras, y explicaba lo que había oído de ellos acerca del Señor, sus milagros y sus enseñanzas. Habiendo recibido todas estas cosas de los que habían sido testigos oculares del Verbo de la Vida, Policarpo lo explicaba todo en consonancia con las Escrituras. Por mi parte, por la misericordia que el Señor me hizo, escuchaba ya entonces con diligencia todas estas cosas, procurando tomar nota de ello, no sobre el papel, sino en mi corazón. Y siempre, por la gracia de Dios, he procurado conservarlo vivo con toda fidelidad... Lo que él pensaba está bien claro en las cartas que él escribió a las Iglesias de su vecindad para robustecerlas o, también a algunos de los hermanos, exhortándolos o consolándolos... 1


    Policarpo no sólo recibió la enseñanza de los apóstoles y conversó con muchos que habían visto a nuestro Señor, sino que fue establecido como obispo de Esmirna en Asia por los mismos apóstoles. Yo le conocí en mi infancia, ya que vivió mucho tiempo ydejó esta vida siendo ya muy anciano con un gloriosísimo martirio. Enseñó siempre lo que había aprendido de los apóstoles, que es lo que enseña la Iglesia y la única verdad. De ello son testigos todas las Iglesias de Asia, y los que hasta el presente han sido sucesores de Policarpo... Este, en un viaje a Roma, en tiempos de Aniceto, convirtió a muchos herejes... a la Iglesia de Dios, proclamando que había recibido de los apóstoles la única verdad, idéntica con la que es transmitida en la tradición de la Iglesia. Y hay quienes le oyeron decir que Juan, el discípulo del Señor, una vez que fue al baño en Efeso vio allí dentro al hereje Cerinto; y al punto salió del lugar sin bañarse, diciendo que temía que se hundiesen los baños, estando allí Cerinto, el enemigo de la verdad. El mismo


    ........................


    1. EUSEBIO, Historia Eclesiástica, v. 20, 3-8. _________________________________________________


    Policarpo se encontró una vez con Marción, y éste le dijo: «¿No me conoces?» Pero aquél le contestó: «Te conozco como a primogénito de Satanás...». _________________________________________________


    MARTIRIO DE POLICARPO


    45 Os escribimos, hermanos, sobre los que han sufrido martirio, y particularmente sobre Policarpo, que puso como el sello final e hizo cesar con su martirio la persecución. Se puede decir que todo aconteció a fin de que el Señor nos mostrara de nuevo su martirio, como lo refiere el Evangelio. Porque Policarpo esperó a ser entregado, como lo hizo el Señor, a fin de que también nosotros fuéramos imitadores suyos, mirando no sólo nuestro propio interés, sino también el de nuestros prójimos; porque la caridad verdadera y sólida está en buscar no sólo la propia salvación, sino también la de todos los hermanos


    Los mártires se mantuvieron firmes, después de haber sido desgarrados por los azotes, de suerte que se podía ver la disposición de la carne hasta lo interior de las venas y las arterias, hasta el punto de que todos los circunstantes se sentían movidos a compasión. Ellos, en cambio, se habían levantado a tal nobleza que ninguno de ellos profirió un lamento o un gemido, mostrándonos a todos nosotros que en aquella hora de tormento los nobilísimos mártires de Cristo estaban fuera de su propia carne, o mejor, que el mismo Señor estaba con ellos, conversando con ellos. Sostenidos por la gracia de Cristo, despreciaban los tormentos terrenos, pues con los padecimientos de una sola hora compraban la vida eterna. El fuego de sus inhumanos torturadores les era un refrigerio, pues ante sus ojos estaba el huir del fuego eterno que jamás se extingue, y veían con los ojos del corazón los bienes que les aguardaban... Los que fueron condenados a las fieras sufrieron igualmente tormentos espantosos, siendo extendidos sobre conchas y sometidos a otras formas diversas de tortura...


    En cuanto a Policarpo, hombre digno de nuestra máxima admiración, en primer lugar, en cuanto oyó que se le buscaba, no se turbó, y quería permanecer en la ciudad, pero muchos le persuadieron de que se retirara fuera. Salió, pues, a una pequeña finca que no estaba muy lejos de la ciudad, y allí pasaba el tiempo con unos pocos compañeros, sin hacer otra cosa que orar de día y de noche por todos y por las Iglesias esparcidas por toda la tierra, como lo tenía por costumbre...


    Como persistieran los que le buscaban, tuvo que cambiarse a otra finca, y pronto se presentaron los que iban tras él (en la primera finca). Al no hallarle, prendieron a dos esclavos, y uno de ellos, sometido a tortura confesó su paradero... Acompañados, pues, del esclavo, los perseguidores salieron un viernes a la hora de la cena con caballería y la gente armada que suelen... Y llegando en hora ya tardía, lo encontraron acostado en una pequeña habitación en el piso superior. Todavía hubiera podido huir a otro escondrijo, pero no quiso, diciendo: <<Hágase la voluntad de Dios.» Oyendo el ruido de los que habían llegado, él mismo bajó y se puso a hablar con ellos, los cuales se admiraron de su avanzada edad y de su buen estado, preguntándose si valía la pena tanto aparato para aprehender a tal anciano. Inmediatamente mandó Policarpo que se les diera de comer y de beber cuanto quisieran, siendo la hora que era, rogándoles empero que le dejasen una hora para orar tranquilamente. Ellos se lo concedieron, y él, puesto en pie se puso a orar lleno de tal gracia de Dios que por espacio de unas dos horas no le fue posible callar y todos los que le oían estaban embelesados: algunos incluso empezaron a sentir remordimientos de haber venido a prender a un anciano tan lleno de Dios. Finalmente terminó su oración, no sin haber hecho mención de todos los que durante toda su vida habían tenido trato con él, de los humildes igual que de los grandes, de los ilustres lo mismo que de los sencillos, así como de toda la Iglesia católica esparcida por todo el mundo habitado. Llegada la hora de partir, le pusieron sobre un asno y lo llevaron a la ciudad, en día que era de sábado solemne. En el camino se encontraron con el jefe de policía, Herodes, y con su padre Nicetas, los cuales le hicieron pasar a su carruaje e intentaban persuadirle con las siguientes amonestaciones: ¿Qué mal hay en decir que el Emperador es el Señor y en sacrificar y cumplir las demás ceremonias, para salvar la vida?


    Pero él al principio no les daba respuesta alguna; mas como insistieran, les dijo: «No voy a hacer nada de lo que me aconsejáis.» Ellos entonces, fracasados en su intento de persuadirle empezaron a decirle palabras insultantes y le hicieron descender precipitadamente del carruaje, de suerte que al descender se desgarró la espinilla. Sin volverse, como si no se hubiera hecho daño alguno, caminaba animosamente. Fue conducido al estadio, y fue tanto el tumulto que en él se armó que nadie podia entenderse...


    Llevado a la presencia del procónsul, preguntóle éste si era él Policarpo; y como contestara afirmativamente, intentaba el procónsul hacerle renegar, diciendo: Ten consideración a tu avanzada edad, y las demás cosas que suelen decir: Jura por la fortuna del César, cambia tu modo de pensar y grita: Mueran los ateos.» Pero Policarpo, mirando con un rostro serio a toda la mesa de paganos sin ley que llenaban el estadio, les hizo una seña con la mano, dio un suspiro y levantó los ojos al cielo diciendo: «Mueran los ateos.» Intervino el procónsul diciendo: «Jura, y te pongo en libertad, reniega de Cristo.» Repuso Policarpo: «Hace ochenta y seis años que le sirvo, y ningún mal me ha hecho: ¿Cómo puedo blasfemar de mi rey a quien debo la salvación?»


    El procóncul insistió de nuevo diciendo: «Jura por la fortuna del César.» Policarpo respondió: «Si tienes por punto de honor el hacerme jurar por la fortuna del César, como tú dices, fingiendo ignorar quién soy yo, oye lo que proclamo con toda libertad: Soy cristiano; y si quieres aprender cuál es la doctrina cristiana, dame un día de tregua y escúchame...» Dijo el procónsul: «Convence al pueblo. Replicó Policarpo: A ti te considero digno de una explicación, pues nuestra doctrina nos enseña que hay que dar a los magistrados y autoridades que están establecidas por Dios el honor que les es debido y que no daña a nuestra conciencia. Pero al pueblo no creo que valga la pena presentarles una defensa.» Dijo entonces el procónsul: «Tengo fieras, y te entregaré a ellas si no cambias de parecer.» Respondió Policarpo: «Llámalas, pues para nosotros no puede darse un cambio de lo mejor a lo peor, sino que lo razonable es cambiar de lo malo a lo justo. Insistióle el procónsul: Te haré consumir en el fuego si no cambias de parecer, ya que desprecias a las fieras. Policarpo dijo: Me amenazas con el fuego que dura un momento y al poco rato se apaga, porque desconoces el juicio que ha de venir y el fuego del castigo eterno que aguarda a los impíos. Pero, ¿por qué pierdes el tiempo? Tráeme lo que quieras.»


    Mientras decía estas y otras muchas cosas, Policarpo se mostraba lleno de ánimo y de alegría, y su rostro resplandecía con una gracia tal que no sólo no mostraba desfallecimiento por las amenazas que se le dirigían, sino que por el contrario, era más bien el procónsul el que estaba fuera de sí, mandando a su propio heraldo que en medio del estadio hiciera por tres veces este pregón: Policarpo ha confesado ser cristiano: En cuanto el heraldo hubo dicho esto, toda la turba de judíos y de gentiles que habitaban en Esmirna se puso a gritar con rabia incontenible y a grandes voces: Ese es el maestro del Asia -y el padre de los cristianos, el destructor de nuestros dioses, que ha enseñado a muchos a negarles sus sacrificios y culto. Esto decían a gritos, y pedían al gobernador Felipe que soltara un león contra Policarpo. Pero el gobernador contestó que no le estaba permitido hacerlo una vez que ya se habían terminado los combates de fieras. Entonces se pusieron de acuerdo en gritar todos a la vez que Policarpo fuera quemado vivo... Al punto el populacho se lanzó a recoger leña y maderas de los talleres y barrios, colaborando los judíos, como suelen, con particular diligencia. Cuando la pira estuvo preparada, Policarpo se quitó los vestidos... Como pretendieran clavarle en un poste, les dijo: Dejadme como estoy, pues el que me da fuerzas para soportar el fuego me concederá poder permanecer inmóvil en la hoguera sin necesidad de asegurarme con vuestros clavos. Así pues, no le clavaron, sino que le ataron. Y él, con las manos atrás, atado como un carnero escogido de un gran rebaño para el sacrificio, preparado para ser holocausto acepto a Dios, levantó sus ojos al cielo y dijo: Señor Dios omnipotente, Padre de tu amado y bendito hijo tuyo Jesucristo, por el cual hemos recibido conocimiento de ti, Dios de los ángeles y de las potestades y de toda la creación, de todo el linaje de los justos que viven en tu presencia: Te bendigo porque me has tenido por digno de esta hora en que puedo tomar parte, contado entre el número de los mártires, en el cáliz de Cristo en espera de la resurrección de la vida eterna en alma y cuerpo, en la incorrupción del Espíritu Santo. Sea yo recibido hoy en tu presencia entre ellos, como un sacrificio rico y aceptable. Tú me preparaste de antemano para ello, tú me lo revelaste, y tú me lo has cumplido, Dios de verdad en el que no hay engaño. Por esto, y por todas las cosas, te alabo y te glorifico, por medio del eterno y celestial sumo sacerdote, Jesucristo, tu hijo amado, por el cual y juntamente con el Espíritu Santo sea a ti la gloria ahora y por los siglos venideros. Amén.


    Así que hubo enviado al cielo su Amén, terminando su plegaria, los que cuidaban de la pira prendieron el fuego: y levantándose una gran llamarada nos fue dado a algunos ver un prodigio, y fuimos preservados para dar a conocer a los demás lo que acaeció. Porque el fuego, haciendo una especie de bóveda, como si fuera una vela de barco henchida por el viento, rodeó como con un muro circular el cuerpo del mártir que se hallaba en el centro, no como carne que se quema, sino como pan que se cuece o como oro que se purifica en el horno. Y sentimos un olor tan intenso como si fuera una ráfaga de incienso o de algún otro aroma precioso. Finalmente, viendo aquellos hombres inicuos que el cuerpo del mártir no podía ser consumido por el fuego, dieron orden al verdugo de que se acercara y le hundiera un puñal. Así lo hizo, y brotó una tal cantidad de sangre que se apagó el fuego, quedando toda la multitud pasmada de la diferencia que había entre la muerte de los infieles y la de los elegidos. Al número de éstos pertenece también Policarpo, hombre sobremanera admirable, maestro con espíritu de apóstol y de profeta en nuestros propios tiempos y obispo de la Iglesia católica en Esmirna: toda palabra que salió de su boca, o bien ha tenido ya cumplimiento, o ciertamente lo tendrá.


    Pero el maligno... dispuso las cosas de modo que no nos fuera dejado su cuerpo, aunque muchos eran los que deseaban apoderarse de sus santos restos. En efecto, Nicetas... fue a suplicar al gobernador que no se nos diera el cadáver, diciendo: No vaya a suceder que abandonen al crucificado y empiecen a adorar a éste. Esto era una sugerencia de los judíos, quienes insistían en ello y aun montaron una guardia cuando nosotros fuimos a recogerlo de la pira. Ignoraban que nosotros ni jamás podremos abandonar a Cristo, que padeció por la salvación del mundo entero de los que se salvan, él inocente, por nosotros, pecadores, ni jamás daremos culto a otro alguno. Porque a él le adoramos porque es hijo de Dios, mientras que a los mártires les tributamos un justo homenaje de afecto como a discípulos e imitadores del Señor, a causa del amor insuperable que mostraron por su rey y maestro. ¡Ojalá que nosotros pudiéramos también acompañarles y llegar a ser discípulos con ellos!


    Así pues, el centurión, viendo la porfía de los judíos, hizo colocar el cadáver en el centro y lo hizo quemar, a la manera como ellos suelen hacerlo. Así nosotros más tarde pudimos recoger sus huesos, más valiosos que las piedras preciosas y más estimables que el oro, y los colocamos en lugar adecuado. Allí, nos concederá el Señor celebrar el natalicio de su martirio, reuniéndonos todos en cuanto nos sea posible con júbilo y alegría, para celebrar la memoria de los que ya terminaron su combate, y para ejercerlo y preparación de los que aún han de combatir... 3


    ........................


    3. EUSEBIO, Hist Ecles., I, 15, 3ss.

    CARTA DE SAN POLICARPO DE ESMIRNA A LOS FILIPENSES
    La Iglesia es el poder supremo en lo espiritual, como el Estado lo es en el temporal.

    Antonio Aparisi

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    Re: Documentos antiguos de los Padres de la Iglesia, y algo más.

    EPÍSTOLAS DE IGNACIO


    1 A LOS EFESIOS


    Ignacio, llamado también Teóforo, a la (iglesia) que ha sido bendecida en abundancia por la plenitud de Dios el Padre, que había sido preordenada para los siglos futuros para una gloria permanente e inmutable, unida y elegida en una verdadera pasión, por la voluntad del Padre y de Jesucristo nuestro Dios; a la iglesia que está en Efeso [de Asia], digna de toda felicitación: saludos abundantes en Cristo Jesús y en (su) gozo intachable.


    I. He recibido con albricias, a Dios [vuestro] bien amado nombre, que lleváis por derecho natural, [con mente recta y virtuosa], por fe y amor en Cristo Jesús nuestro Salvador: siendo imitadores de Dios, y habiendo sido encendidos vuestros corazones en la sangre de Dios, habéis cumplido perfectamente la obra que os era apropiada; por cuanto oísteis que yo había emprendido el camino desde Siria, en cadenas, por amor del Nombre y esperanza comunes, y esperaba, por medio de vuestras oraciones, luchar con éxito con las fieras en Roma, para que, habiéndolo conseguido, pudiera tener el poder de ser un discípulo, vosotros sentisteis ansia de visitarme; siendo así que en el nombre de Dios os he recibido a todos vosotros en la persona de Onésimo, cuyo amor sobrepasa toda expresión y que es además vuestro obispo [en la carne], y ruego a Dios que lo améis según Jesucristo y que todos podáis ser como él; porque bendito sea Aquel que os ha concedido en conformidad con vuestros merecimientos el tener un obispo semejante.


    II. Pero, en cuanto a mi consiervo Burrhus, que por la voluntad de Dios es vuestro diácono bendecido en todas las cosas, ruego que pueda permanecer conmigo para vuestro honor y el de vuestro obispo. Sí, y Crocus también, que es digno de Dios y de vosotros, a quien he recibido como una muestra del amor que me tenéis, me ha aliviado en toda clase de maneras —y así quiera el Padre de Jesucristo vivificarle— junto con Onésimo y Burrhus y Euplus y Fronto, en los cuales os vi a todos vosotros con los ojos del amor. Es por tanto apropiado que vosotros, en todas formas, glorifiquéis a Jesucristo que os ha glorificado; para que estando perfectamente unidos en una sumisión, sometiéndoos a vuestro obispo y presbítero, podáis ser santificados en todas las cosas.


    III. No os estoy dando órdenes, como si yo fuera alguien que pudiera hacerlo. Porque aun cuando estoy en cadenas por amor del Nombre, no he sido hecho perfecto todavía en Jesucristo. [Porque] ahora estoy empezando a ser un discípulo; y os hablo como a mis condiscípulos. Porque yo debería ser entrenado por vosotros para la contienda en fe, exhortación, persistencia y longanimidad. Pero como el amor no me permite que quede en silencio con respecto a vosotros, por tanto me atreví a exhortaros, para que corráis en armonía con la mente de Dios; pues Jesucristo, nuestra vida inseparable, es también la mente del Padre, así como los obispos establecidos hasta los extremos de la tierra están en la mente de Jesucristo.


    IV. Por lo tanto es apropiado que andéis en armonía con la mente del obispo; lo cual ya lo hacéis. Porque vuestro honorable presbiterio, que es digno de Dios, está a tono con el obispo, como si fueran las cuerdas de una lira. Por tanto, en vuestro amor concorde y armonioso se canta a Jesucristo. Y vosotros, cada uno, formáis un coro, para que estando en armonía y concordes, y tomando la nota clave de Dios, podáis cantar al unísono con una sola voz por medio de Jesucristo al Padre, para que Él pueda oíros y, reconocer por vuestras buenas obras que sois miembros de su Hijo. Por tanto os es provechoso estar en unidad intachable, a fin de que podáis ser partícipes de Dios siempre.


    V. Porque si en un período tan breve tuve tal trato con vuestro obispo, que no fue a la manera de los hombres sino en el Espíritu, cuánto más os felicito de que estéis íntimamente unidos a él como la Iglesia lo está con Jesucristo y como Jesucristo lo está con el Padre, para que todas las cosas puedan estar armonizadas en unidad. Que nadie se engañe. Si alguno no está dentro del límite del altar, carece de pan [de Dios]. Porque si la oración de uno y otro tiene una fuerza tan grande, ¡cuánto más la del obispo y la de toda la Iglesia! Por lo tanto, todo el que no acude a la congregación, con ello muestra su orgullo y se ha separado él mismo; porque está escrito: Dios resiste a los soberbios. Por tanto tengamos cuidado en no resistir al obispo, para que con nuestra sumisión podamos entregarnos nosotros mismos a Dios.


    VI. Y en proporción al hecho de que un hombre vea que su obispo permanece en silencio, debe reverenciarle aún más. Porque a todo aquel a quien el Amo de la casa envía para ser mayordomo de ella, debe recibírsele como si fuera el que le envió. Simplemente, pues, deberíamos considerar al obispo como al Señor mismo. Ahora bien, Onésimo, de su propia iniciativa os alaba en gran manera por vuestra conducta ordenada en Dios, porque todos vivís en conformidad con la verdad, y no hay herejía alguna que halle albergue entre vosotros; es más, ni aun escucháis a nadie si habla de otras cosas excepto lo que se refiere a Jesucristo en verdad.


    VII. Porque algunos son propensos a engaño malicioso sobre el Nombre, y lo propagan y hacen ciertas cosas indignas de Dios. A éstos tenéis que evitarlos como si fueran fieras; porque son perros rabiosos, que muerden a escondidas; contra los cuales deberíais estar en guardia, porque son difíciles de sanar. Sólo hay un médico, de la carne y del espíritu, engendrado y no engendrado, Dios en el hombre, verdadera Vida en la muerte, hijo de María e Hijo de Dios, primero pasible y luego impasible: Jesucristo nuestro Señor.


    VIII. Que nadie os engañe, pues, y en realidad no estáis engañados, siendo así que pertenecéis totalmente a Dios. Porque cuando no tenéis deseo carnal establecido en vosotros con poder para atormentaros, entonces vivís verdaderamente según Dios. Yo me entrego a vosotros, y me dedico como una ofrenda para vuestra iglesia, efesios, que es famosa por todos los siglos. Los que son de la carne no pueden hacer las cosas del Espíritu, ni tampoco pueden los que son del Espíritu hacer las cosas de la carne; del mismo modo que la fe no puede hacer las cosas de la infidelidad, ni la infidelidad las cosas de la fe. Es más, incluso las cosas que hacéis según la carne son espirituales; porque hacéis todas las cosas en Jesucristo.


    IX. Pero me he enterado que ciertas personas pasaron entre vosotros de lejos, trayendo mala doctrina; a las cuales no permitisteis que sembraran semilla en vosotros, porque os tapasteis los oídos, para no tener que recibir la simiente que ellos sembraban; por cuanto vosotros sois piedras de un templo, preparadas de antemano para un edificio de Dios el Padre, siendo elevadas hacia lo alto por medio del motor (instrumento) de Jesucristo, que es la Cruz, y usando como cuerda el Espíritu Santo; en tanto que la fe es vuestro cabrestante, y el amor es el camino que lleva a Dios. Así pues, todos sois compaiieros en el camino, llevando a vuestro Dios y vuestro santuario, vuestro Cristo y vuestras cosas santas, adornados de pies a cabeza en los mandamientos de Jesucristo. Y a mí también, tomando parte en la festividad, se me permite por carta estar en compañía de vosotros y regocijarme con vosotros, para que no pongáis vuestro amor en nada que sea según la vida de los hombres, sino sólo en Dios.


    X. Y orad sin cesar por el resto de la humanidad (los que tienen en sí esperanza de arrepentimiento) para que puedan hallar a Dios. Por tanto, dejad que tomen lecciones por lo menos de vuestras obras. Contra sus estallidos de ira sed mansos; contra sus palabras altaneras sed humildes; contra sus vilipendios presentad vuestras oraciones; contra sus errores permanccedfirmes en la fe; contra sus furores sed dulces. Y no sintáis celo de imitarles desquitándoos. Mostremos que somos sus hermanos con nuestra mansedumbre; pero seamos celosos en ser imitadores del Señor, emulándonos unos a otros por ser cada uno el que sufre la mayor injusticia, el que es más defraudado, el que es más destituido, para que no quede ni una brizna del diablo entre vosotros, sino que en toda pureza y templanza permanezcáis en Jesucristo con vuestra carne y con vuestro espíritu.


    XI. Estos son los últimos tiempos. Por tanto seamos reverentes; temamos la longanimidad de Dios, para que no resulte en condenación contra nosotros. Porque o bien temamos la ira que ha de venir o amemos la gracia que está presente ahora —lo uno o lo otro—; siempre y cuando seamos hallados en Cristo Jesús como nuestra vida verdadera. Que nada relumbre ante vuestros ojos, aparte de Aquel en quien llevo mis cadenas, mis perlas espirituales, en las cuales quisiera levantarme de nuevo por medio de vuestras oraciones, de las cuales sea suerte poder participar siempre, para que pueda ser hallado en la compañía de los cristianos de Efeso, que han sido siempre unánimes con los apóstoles por medio del poder de Jesucristo.


    XII. Sé quién soy y a quiénes escribo. He sido condenado, pero he recibido misericordia; estoy en peligro, pero soy fortalecido y afianzado. Vosotros sois la ruta de aquellos que están en camino para morir en Dios. Estáis asociados en los misterios con Pablo, que fue santificado, que obtuvo un buen nombre, que es digno de todo parabién; en cuyas pisadas de buena gana quisiera estar andando, cuando llegue a Dios; el cual en cada carta hizo mención de vosotros en Cristo Jesús.


    XIII. Sed, pues, diligentes en congregaros con más frecuencia para dar gracias a Dios y para su gloria. Porque cuando os congregáis con frecuencia, los poderes de Satanás son abatidos; y sus asechanzas acaban en nada frente a la concordia de vuestra fe. No hay nada mejor que la paz, en la cual toda lucha entre las cosas del cielo y las de la tierra queda abolida.


    XIV. Ninguna de estas cosas está escondida de vuestra vista si sois perfectos en vuestra fe y amor hacia Jesucristo, porque ellas son el comienzo y fin de la vida —la fe es el comienzo y el amor el fin—, y las dos halladas en unidad son (de) Dios, en tanto que todas las demás cosas siguen en pos de ellas hacia la verdadera nobleza (vida santa). Ninguno que profesa tener fe peca, y ninguno que tiene amor aborrece. El árbol es manifestado por su fruto; así también los que profesan ser de Cristo se manifiestan por medio de sus acciones. Porque la Obra no es una cuestión de profesar ahora, sino que se ve cuando uno es hallado (continuando) en el poder de la fe hasta el fin.


    XV. Es mejor guardar silencio y ser, que hablar y no ser. Es bueno enseñar, si el que habla lo practica. Ahora bien, hay un maestro que habló y lo que dijo sucedió; sí, e incluso las cosas que hizo en silencio son dignas del Padre. El que posee la palabra de Jesús es capaz de prestar atención a su silencio, para que pueda ser hecho perfecto; para que por medio de su palabra pueda actuar y por medio de su silencio pueda ser conocido. No hay nada escondido del Señor, sino que incluso nuestros secretos están cerca de Él. Hagamos todas las cosas considerando que El vive en nosotros, para que podamos ser sus templos, y Él mismo pueda estar en nosotros como nuestro Dios. Esto es así, y será manifestado a nuestra vista por el amor que debidamente le tenemos a Él.


    XVI. No nos engañemos, hermanos. Los que corrompen las casas (familias) no van a heredar el reino de Dios. Así pues, si a los que hacen estas cosas según la carne se les da muerte, cuánto más si un hombre, con mala doctrina, corrompe la fe de Dios por la cual Jesucristo fue crucificado. Este hombre, habiéndose corrompido a sí mismo, irá al fuego que nunca se apaga; y lo mismo irán los que le escuchan y hacen caso de él.


    XVII. Por esta causa recibió el Señor ungüento sobre su cabeza, para que pueda soplar (instilar) incorrupción a la Iglesia. No seáis ungidos con el mal olor de la enseñanza del príncipe de este mundo, para que no se os lleve cautivos y os robe la vida que está puesta ante vosotros. Y ¿por qué no andamos prudentemente, recibiendo el conocimiento de Dios, que es en Jesucristo? ¿Por qué perecer en nuestra locura, no haciendo caso del don de gracia que el Señor ha enviado verdaderamente?


    XVIII. Mi espíritu es cual un desecho por razón de la Cruz, que es una piedra de tropiezo para los que no creen, pero para nosotros salvación y vida eterna. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el que disputa? ¿En qué se glorían los que son llamados prudentes?, Porque nuestro Dios, Jesús el Cristo, fue concebido en la matriz de María según una dispensación de la simiente de David, pero también del Espíritu Santo; y nació y fue bautizado para que por su pasión pudiera purificar el agua.


    XIX. Y escondidos del príncipe de este mundo fueron la virginidad de María y el que diera a luz, y asimismo la muerte del Señor —tres misterios que deben ser proclamados—, que fueron obrados en el silencio de Dios. ¿En qué forma fueron manifestados a las edades? Brilló una estrella en el cielo por encima de todas las demás estrellas; y su luz era inefable, y su novedad causaba asombro; y todas las demás constelaciones con el sol y la luna formaron un coro alrededor de la estrella; pero la estrella brilló más que todas ellas; y hubo perplejidad sobre la procedencia de esta extraña aparición que era tan distinta de las otras. A partir de entonces toda hechicería y todo encanto quedó disuelto, la ignorancia de la maldad se desvaneció, el reino antiguo fue derribado cuando Dios apareció en la semejanza de hombre en novedad de vida eterna; y lo que había sido perfeccionado en los consejos de Dios empezó a tener efecto. Por lo que todas las cosas fueron perturbadas, porque se echó mano de la abolición de la muerte.


    XX. Si Jesucristo me considerara digno por medio de vuestra oración, y fuera la voluntad divina, en un segundo tratado, que intento escribiros, os mostraré más acerca de la dispensación de la cual he empezado a hablar, con referencia al nuevo hombre Jesucristo, que consiste en fe hacia Él y en amor hacia Él, en su pasión y resurrección, especialmente si el Señor me revelara algo. Congregaos en común, cada uno de vosotros por su parte, hombre por hombre, en gracia, en una fe y en Jesucristo, el cual según la carne fue del linaje de David, que es el Hijo del Hombre y el Hijo de Dios, con miras a que podáis obedecer al obispo y al presbiterio sin distracción de mente; partiendo el pan, que es la medicina de la inmortalidad y el antídoto para que no tengamos que morir, sino vivir para siempre en Jesucristo.


    XXI. siento gran afecto hacia vosotros y por los que enviasteis a Esmirna para el honor de Dios; por lo cual también os escribo con agradecimiento al Señor, y teniendo amor a Policarpo lo tengo también a vosotros. Recordadme, tal como yo deseo que Jesucristo os recuerde. Orad por la iglesia que está en Siria, desde donde soy llevado preso a Roma —yo que soy el último de los fieles allí; aunque fui considerado digno de ser hallado para el honor de Dios—. Pasadlo bien en Dios el Padre y en Jesucristo nuestra esperanza común.


    2 A LOS MAGNESIANOS


    Ignacio, llamado también Teóforo, a la (iglesia) que ha sido bendecida por la gracia de Dios el Padre en Cristo Jesús nuestro Salvador, en quien saludo a la iglesia que está en Magnesia junto al Meandro, y le envío abundantes salutaciones en Dios el Padre y en Jesucristo.


    I. Cuando me enteré del superabundante buen orden de vuestro amor en los caminos de Dios, me alegré y decidí comunicarme con vosotros en la fe de Jesucristo. Porque siendo contado digno de llevan un nombre piadoso, en estas cadenas que estoy llevando, canto la alabanza de las iglesias; y ruego que pueda haber en ellas unión de la carne y del espíritu que es de Jesucristo, nuestra vida siempre segura: una unión de fe y de amor preferible a todas las cosas, y —lo que es más que todas ellas— una unión con Jesús y con el Padre; en el cual, si sufrimos con paciencia todas las asechanzas del príncipe de este mundo y escapamos de ellas, llegaremos a Dios.


    II. Por cuanto, pues, me fue permitido el veros en la persona de Damas vuestro piadoso obispo y vuestros dignos presbíteros Bassus y Apolonio y mi consiervo el diácono Socio, en quien de buena gana me gozo, porque está sometido al obispo como a la gracia de Dios y al presbiterio como a la ley de Jesucristo.


    III. Sí, y os corresponde a vosotros también no tomaros libertades por la juventud de vuestro obispo, sino, según el poder de Dios el Padre, rendirle toda reverencia, tal como he sabido que los santos presbíteros tampoco se han aprovechado de la evidente condición de su juventud, sino que le han tenido deferencia como prudente en Dios; no ya a él, sino al Padre de Jesucristo, a saber, el Obispo de todos. Por tanto, por el honor de Aquel que os ha deseado, es apropiado que seáis obedientes sin hipocresía. Porque un hombre no engaña a este obispo que es visible, sino que intenta engañar al otro que es invisible; y en este caso debe contar no con carne sino con Dios, que conoce las cosas escondidas.


    IV. Por tanto, es apropiado que no sólo seamos llamados cristianos, sino que lo seamos; tal como algunos tienen el nombre del obispo en sus labios, pero en todo obran aparte del mismo. Estos me parece que no tienen una buena conciencia, por cuanto no se congregan debidamente según el mandamiento.


    V. Siendo así que todas las cosas tienen un final, y estas dos —vida y muerte— están delante de nosotros, y cada uno debe ir a su propio lugar, puesto que sólo hay dos monedas, la una de Dios y la otra del mundo, y cada una tiene su propia estampa acuñada en ella, los no creyentes la marca del mundo, pero los fieles en amor la marca de Dios el Padre por medio de Jesucristo, si bien a menos que aceptemos libremente morir en su pasión por medio de El, su vida no está en nosotros.


    VI. Siendo así, pues, que en las personas antes mencionadas yo os contemplé a todos vosotros en fe y os abracé, os aconsejo que seáis celosos para hacer todas las cosas en buena armonía, el obispo presidiendo a la semejanza de Dios y los presbíteros según la semejanza del concilio de los apóstoles, con los diáconos también que me son muy caros, habiéndoles sido confiado el diaconado de Jesucristo, que estaba con el Padre antes que los mundos y apareció al fin del tiempo. Por tanto, esforzaos en alcanzar conformidad con Dios y tened reverencia los unos hacia los otros; y que ninguno mire a su prójimo según la carne, sino que os améis los unos a los otros siempre en Jesucristo. Que no haya nada entre vosotros que tenga poder para dividiros, sino permaneced unidos con el obispo y con los que presiden sobre vosotros como un ejemplo y una lección de incorruptibilidad.


    VII. Por tanto, tal como el Señor no hizo nada sin el Padre, [estando unido con Él], sea por sí mismo o por medio de los apóstoles, no hagáis nada vosotros, tampoco, sin el obispo y los presbíteros. Y no intentéis pensar que nada sea bueno para vosotros aparte de los demás: sino que haya una oración en común, una suplicación, una mente, una esperanza, un amor y un gozo intachable, que es Jesucristo, pues no hay nada que sea mejor que El. Apresuraos a congregaros, como en un solo templo, Dios; como ante un altar, Jesucristo, que vino de un Padre y está con un Padre y ha partido a un Padre.


    VIII. No os dejéis seducir por doctrinas extrañas ni por fábulas anticuadas que son sin provecho. Porque si incluso en el día de hoy vivimos según la manera del Judaísmo, confesamos que no hemos recibido la gracia; porque los profetas divinos vivían según Cristo Jesús. Por esta causa también fueron perseguidos, siendo inspirados por su gracia a fin de que los que son desobedientes puedan ser plenamente persuadidos de que hay un solo Dios que se manifestó a través de Jesucristo su Hijo, que es su Verbo que procede del silencio, el cual en todas las cosas agradó a Aquel que le había enviado.


    IX. Así pues, silos que habían andado en prácticas antiguas alcanzaron una nueva esperanza, sin observar ya los sábados, sino moldeando sus vidas según el día del Señor, en el cual nuestra vida ha brotado por medio de Él y por medio de su muerte que algunos niegan —un misterio por el cual nosotros obtuvimos la fe, y por esta causa reSistimos con paciencia, para que podamos ser hallados discípulos de Jesucristo, nuestro solo maestro-, si es así, ¿cómo podremos vivir aparte de Él, siendo así que incluso los profetas, siendo sus discípulos, estaban esperándole como su maestro por medio del Espíritu? Y por esta causa Aquel a quien justamente esperaban, cuando vino, los levantó de los muertos.


    X. Por tanto, no seamos insensibles a su bondad. Porque si Él nos imitara según nuestros hechos, estaríamos perdidos. Por esta causa, siendo así que hemos pasado a ser sus discípulos, aprendamos a vivir como conviene al Cristianismo. Porque todo el que es llamado según un nombre diferente de éste, no es de Dios. Por tanto, poned a un lado la levadura vil que se había corrompido y agriado y echad mano de la nueva levadura, que es Jesucristo. Sed salados en Él, que ninguno entre vosotros se pudra, puesto que seréis probados en vuestro sabor. Es absurdo hablar de Jesucristo y al mismo tiempo practicar el Judaísmo. Porque el Cristianismo no creyo (se unió) en el Judaísmo, sino el Judaísmo en el Cristianismo, en el cual toda lengua que creyó fue reunida a Dios.


    XI. Ahora bien, digo estas cosas, queridos, no porque haya tenido noticias de que alguno entre vosotros las piense, sino que, como siendo menos que cualquiera de vosotros, quisiera que estuvierais en guardia en todo tiempo, para que no caigáis en los lazos de la doctrina yana; sino estad plenamente persuadidos respecto al nacimiento y la pasión y la resurrección, que tuvieron lugar en el tiempo en que Poncio Pilato era gobernador; porque estas cosas fueron hechas verdadera y ciertamente por Jesucristo nuestra esperanza; de cuya esperanza ninguno de vosotros se desvíe.


    XII. Dejadme que me regocije a causa de vosotros en todas las cosas, si soy digno de ello. Porque aunque me hallo en prisiones, con todo no soy comparable a ninguno de vosotros que estáis en libertad, Sé que no sois engreídos; porque tenéis a Jesucristo en vosotros. Y, cuando os alabo, sé que por ello sentís más modestia; como está escrito: El justo se acusa a sí mismo.


    XIII. Que vuestra diligencia sea, pues, confirmada en las ordenanzas del Señor y de los apóstoles, para que podáis prosperar en todas las cosas que hagáis en la carne y en el espíritu, por la fe y por el amor, en el Hijo y Padre en el Espíritu, en el comienzo y en el fin, con vuestro reverenciado obispo y con la guirnalda espiritual bien trenzada de vuestro presbiterio, y con los diáconos que andan según Dios. Sed obedientes al obispo y los unos a los otros, como Jesucristo lo era al Padre [según la carne], y como los apóstoles lo eran a Cristo y al Padre, para que pueda haber unión de la carne y el espíritu.


    XIV. Sabiendo que estáis llenos de Dios, os he exhortado brevemente. Recordadme en vuestras oraciones, para que yo pueda llegar a Dios; y recordad también a la iglesia que está en Siria, de la cual no soy digno de ser llamado miembro. Porque tengo necesidad de vuestra oración unida y vuestro amor en Dios, para que se le conceda a la iglesia que está en Siria el ser reavivada por el rocío de vuestra ferviente suplicación.


    XV. Los efesios de Esmirna os saludan, desde donde os estoy escribiendo. Están aquí conmigo para la gloria de Dios, como tambien estáis vosotros; y me han confortado en todas las cosas, junto con Policarpo, obispo de los esmirneanos. Sí, y todas las otras iglesias os saludan en el honor de Jesucristo. Pasadlo bien en piadosa concordia, y poseed un espíritu firme, que es Jesucristo.


    3 A LOS TRALLIANOS


    Ignacio, llamado también Teóforo, a la que es amada por Dios el Padre de Jesucristo; a la santa iglesia que está en Tralles de Asia, elegida y digna de Dios, teniendo paz en la carne y el espíritu por medio de la pasión de Jesucristo, que es nuestra esperanza por medio de nuestra resurrección en Él; iglesia a la cual yo saludo también en la plenitud divina según la forma apostólica, y le deseo abundantes parabienes.


    I. He sabido que tenéis una mente intachable y sois firmes en la paciencia, no como hábito, sino por naturaleza, según me ha informado Polibio vuestro obispo, el cual por la voluntad de Dios y de Jesucristo me visitó en Esmirna; y así me regocijé mucho en mis prisiones en Jesucristo, que en él pude contemplar la multitud de todos vosotros. Por tanto, habiendo recibido vuestra piadosa benevolencia de sus manos, di gloria, pues he visto que sois imitadores de Dios, tal como me habían dicho.


    II. Porque cuando sois obedientes al obispo como a Jesucristo, es evidente para mí que estáis viviendo no según los hombres sino según Jesucristo, el cual murió por nosotros, para que creyendo en su muerte podamos escapar de la muerte. Es necesario, por tanto, como acostumbráis hacer, que no hagáis nada sin el obispo, sino que seáis obedientes también al presbiterio, como los apóstoles de Jesucristo nuestra esperanza; porque si vivimos en El, también seremos hallados en Él. Y, del mismo modo, los que son diáconos de los misterios de Jesucristo deben complacer a todos los hombres en todas las formas. Porque no son diáconos de carne y bebida sino siervos de la Iglesia de Dios. Es propio, pues, que se mantengan libres de culpa como si fuera fuego.


    III. De la misma manera, que todos respeten a los diáconos como a Jesucristo, tal como deben respetar al obispo como tipo que es del Padre y a los presbíteros como concilio de Dios y como colegio de los apóstoles. Aparte de ellos no hay ni aun el nombre de iglesia. Y estoy persuadido que pensáis de esta forma en lo que respecta a estas cuestiones; porque he recibido la muestra de vuestro amor, y la tengo conmigo, en la persona de vuestro obispo, cuyo comportamiento es una gran lección, cuya mansedumbre es poder; un hombre a quien creo que incluso los impíos prestan reverencia. Siendo así que os amo, os trato con blandura, aunque es posible que escriba de modo más estricto en su favor; pero no creí que tuviera competencia para hacerlo, y que, siendo un reo, os dé órdenes como si fuera un apóstol.


    IV. Tengo muchos pensamientos profundos en Dios; pero procuro tener mesura, no sea que perezca a causa de mi jactancia. Porque ahora debería tener más miedo y no prestar atención a los que quisieran que me enorgulleciera; porque los que me halagan son para mi como un azote. Porque aunque deseo sufrir, con todo no sé seguro si soy digno de ello: porque la envidia del diablo verdaderamente muchos no la ven, pero contra mí está librando una guerra encarnizada. Así pues, ansío ser manso, con lo cual el príncipe de este mundo es reducido a la nada.


    V. ¿No soy capaz de escribiros de cosas celestiales? Pero temo que pudiera causaros daño siendo vosotros aún niños. Así que tened paciencia conmigo, para que no os atragantéis no siendo aún capaces de ingerirlas. Porque yo mismo también, a pesar de que estoy en cadenas y puedo comprender cosas celestiales y las formaciones de los ángeles y las revistas de los príncipes, cosas visibles y cosas invisibles, yo mismo, no por esta razon soy un discípulo. Porque carecemos de muchas cosas, para que no nos falte Dios.


    VI. Os exhorto, pues —aunque no yo, sino el amor de Jesucristo-, que toméis sólo el alimento cristiano, y os abstengáis de forraje extraño, que es herejía; porque estos hombres incluso mezclan veneno con Jesucristo, imponiéndose a los otros con la pretensión de honradez y sinceridad, como personas que administran una porción letal con vino y miel, para que uno no lo reconozca, y no tema, y beba la muerte con un deleite fatal.


    VII. Estad, pues, en guardia contra estos hombres. Y será así ciertamente si no os envanecéis y si sois inseparables de [Dios] Jesucristo y del obispo y de las ordenanzas de los apóstoles. El que está dentro del santuario es limpio; el que está fuera del santuario no es limpio; esto es, el que hace algo sin el obispo y el presbiterio y los diáconos, este hombre no tiene limpia la conciencia.


    VIII. No es, realmente, que haya sabido de alguna cosa así entre vosotros, pero estoy velando sobre vosotros siempre, como amados míos, porque veo con antelación los lazos del diablo. Por tanto armaos de mansedumbre y cubríos de la fe que es la carne del Señor, y el amor que es la sangre de Jesucristo. Que ninguno tenga inquina o rencor alguno contra su prójimo. No deis ocasión a los gentiles, para que no ocurra que por algunos necios la multitud de los píos sea blasfemada; porque Ay de aquel por cuya vanidad mi nombre es blasfemado delante de algunos.


    IX. Sed sordos, pues, cuando alguno os hable aparte de Jesucristo, que era de la raza de David, que era el Hijo de María, que verdaderamente nació y comió y bebió y fue ciertamente perseguido bajo Poncio Pilato, fue verdaderamente crucificado y murió a la vista de los que hay en el cielo y los que hay en la tierra y los que hay debajo de la tierra; el cual, además, verdaderamente resucitó de los muertos, habiéndolo resucitado su Padre, el cual, de la misma manera nos levantará a nosotros los que hemos creído en El —su Padre, digo, nos resucitará—, en Cristo Jesús, aparte del cual no tenemos verdadera vida.


    X. Pero si fuera como ciertas personas que no son creyentes, sino impías, y dicen que Él sufrió sólo en apariencia, siendo ellos mismos mera apariencia, ¿por qué, pues, estoy yo en cadenas? Y ¿por qué también deseo enfrentarme con las fieras? Si es así, muero en vano. Verdaderamente estoy mintiendo contra el Señor.


    XI. Evitad, pues, estos viles retoños que producen un fruto mortal, que si uno lo prueba, al punto muere. Porque estos hombres no son plantados por el Padre; porque si lo fueran, se vería que son ramas de la cruz, y su fruto imperecedero —la cruz por la cual El, por medio de su pasión, nos invita, siendo sus miembros—. Ahora bien, no es posible hallar una cabeza sin miembros, siendo así que Dios promete unión, y esta unión es Él mismo.


    XII. Os saludo desde Esmirna, junto con las iglesias de Dios que están presentes conmigo; hombres que me han confortado en todas formas, tanto en la carne como en el espíritu. Mis cadenas, que llevo por amor a Jesucristo, os exhortan suplicando que yo pueda llegar a Dios; permaneced en vuestra concordia y en oración los unos con los otros. Porque os conviene a cada uno de vosotros, y de modo más especial a los presbíteros, el alegrar el alma de vuestro obispo en el honor del Padre [y en el honor] de Jesucristo y de los apóstoles. Ruego que me prestéis atención en amor, para que no sea yo testimonio contra vosotros por haberos escrito estas cosas. Y rogad, también, vosotros por mí, que tengo necesidad de vuestro amor en la misericordia de Dios, para que me sea concedida la suerte que ansío alcanzar, a fin de que no sea hallado reprobado.


    XIII. El amor de los esmirneanos y los efesios os saluda. Recordad en vuestras oraciones a la iglesia que está en Siria; de la cual [además] no soy digno de ser llamado miembro, siendo el último de ellos. Pasadlo bien en Jesucristo, sometiéndoos al obispo como al mandamiento, y del mismo modo al presbiterio; y cada uno de vosotros ame al otro con corazón indiviso. Mi espíritu es ofrecido por vosotros, no sólo ahora, sino también cuando llegue a Dios. Porque todavía estoy en peligro; pero el Padre es fiel en Jesucristo para satisfacer mi petición y la vuestra. Que podamos ser hallados intachables en Él.


    4 A LOS ROMANOS


    Ignacio, que es llamado también Teóforo, a aquella que ha hallado misericordia en la benevolencia del Padre Altísimo y de Jesucristo su único Hijo; a la iglesia que es amada e iluminada por medio de la voluntad de Aquel que quiso todas las cosas que son, por la fe y el amor a Jesucristo nuestro Dios; a la que tiene la presidencia en el territorio de la región de los romanos, siendo digna de Dios, digna de honor, digna de parabienes, digna de alabanza, digna de éxito, digna en pureza, y teniendo la presidencia del amor, andando en la ley de Cristo y llevando el nombre del Padre; iglesia a la cual yo saludo en el nombre de Jesucristo el Hijo del Padre; a los que en la carne y en el espíritu están unidos a cada uno de sus mandamientos, siendo llenos de la gracia de Dios sin fluctuación, y limpiados de toda mancha extraña; salutaciones abundantes en Jesucristo nuestro Dios en su intachabilidad.


    I. Por cuanto como respuesta de mi oración a Dios me ha sido concedido ver vuestros rostros piadosos, de modo que he obtenido aún más de lo que había pedido; porque llevando cadenas en Cristo Jesús espero saludaros, si es la divina voluntad que sea contado digno de llegar hasta el fin; porque el comienzo ciertamente esta bien ordenado, si es que alcanzo la meta, para que pueda recibir mi herencia sin obstáculo. Porque temo vuestro mismo amor, que no me cause daño; porque a vosotros os es fácil hacer lo que queréis, pero para mí es difícil alcanzar a Dios, a menos que seáis clementes conmigo.


    II. Porque no quisiera que procurarais agradar a los hombres, sino a Dios, como en realidad le agradáis. Porque no voy a tener una oportunidad como ésta para llegar a Dios, ni vosotros, si permanecéis en silencio, podéis obtener crédito por ninguna obra más noble. Porque si permanecéis en silencio y me dejáis solo, soy una palabra de Dios; pero si deseáis mi carne, entonces nuevamente seré un mero grito (tendré que correr mi carrera). [Es más], no me concedáis otra cosa que el que sea derramado como una libación a Dios en tanto que hay el altar preparado; para que formando vosotros un coro en amor, podáis cantar al Padre en Jesucristo, porque Dios ha concedido que (yo) el obispo de Siria se halle en el Occidente, habiéndolo llamado desde el Oriente. Es bueno para mí emprender la marcha desde el mundo hacia Dios, para que pueda elevarme a Él.


    III. Nunca habéis recibido a nadie de mala gana; fuisteis los instructores de otros. Y mi deseo es que las lecciones que impartís como maestros las confirméis. Rogad, sólo, que yo tenga poder por dentro y por fuera, de modo que no sólo pueda decirlo, sino también desearlo; que pueda no sólo ser llamado cristiano, sino que lo sea de veras. Porque si resulto serlo, entonces puedo ser tenido como tal, y considerado fiel, cuando ya no sea visible al mundo. Nada visible es bueno. Porque Dios nuestro Dios Jesucristo, estando en el Padre, es el que es más fácilmente manifestado. La obra no es ya de persuasión, sino que el Cristianismo es una cosa de poder, siempre que sea aborrecido por el mundo.


    IV. Escribo a todas las iglesias, y hago saber a todos que de mi propio libre albedrío muero por Dios, a menos que vosotros me lo estorbéis. Os exhorto, pues, que no uséis de una bondad fuera de sazón. Dejadme que sea entregado a las fieras puesto que por ellas puedo llegar a Dios. Soy el trigo de Dios, y soy molido por las dentelladas de las fieras, para que pueda ser hallado pan puro [de Cristo]. Antes atraed a las fieras, para que puedan ser mi sepulcro, y que no deje parte alguna de mi cuerpo detrás, y así, cuando pase a dormir, no seré una carga para nadie. Entonces seré verdaderamente un discípulo de Jesucristo, cuando el mundo ya no pueda ver mi cuerpo. Rogad al Señor por mí, para que por medio de estos instrumentos pueda ser hallado un sacrificio para Dios. No os mando nada, cosa que hicieron Pedro y Pablo. Ellos eran apóstoles, yo soy un reo; ellos eran libres, pero yo soy un esclavo en este mismo momento. Con todo, cuando sufra, entonces seré un hombre libre de Jesucristo, y seré levantado libre en Él. Ahora estoy aprendiendo en mis cadenas a descartar toda clase de deseo.


    V. Desde Siria hasta Roma he venido luchando con las fieras, por tierra y por mar, de día y de noche, viniendo atado entre diez leopardos, o sea, una compañía de soldados, los cuales, cuanto más amablemente se les trata, peor se comportan. Sin embargo, con sus maltratos paso a ser de modo más completo un discípulo; pese a todo, no por ello soy justificado. Que pueda tener el gozo de las fieras que han sido preparadas para mí; y oro para que pueda hallarlas pronto; es más, voy a atraerlas para que puedan devorarme presto, no como han hecho con algunos, a los que han rehusado tocar por temor. Así, si es que por sí mismas no están dispuestas cuando yo lo estoy, yo mismo voy a forzarlas. Tened paciencia conmigo. Sé lo que me conviene. Ahora estoy empezando a ser un discípulo. Que ninguna de las cosas visibles e invisibles sientan envidia de mí por alcanzar a Jesucristo. Que vengan el fuego, y la cruz, y los encuentros con las fieras [dentelladas y magullamientos], huesos dislocados, miembros cercenados, el cuerpo entero triturado, vengan las torturas crueles del diablo a asaltarme. Siempre y cuando pueda llegar a Jesucristo.


    VI. Los confines más alejados del universo no me servirán de nada, ni tampoco los reinos de este mundo. Es bueno para mí el morir por Jesucristo, más bien que reinar sobre los extremos más alejados de la tierra. A Aquél busco, que murió en lugar nuestro; a Aquél deseo, que se levantó de nuevo [por amor a nosotros]. Los dolores de un nuevo nacimiento son sobre mí. Tened paciencia conmigo, hermanos. No me impidáis el vivir; no deseéis mi muerte. No concedáis al mundo a uno que desea ser de Dios, ni le seduzcáis con cosas materiales. Permitidme recibir la luz pura. Cuando llegue allí, entonces seré un hombre. Permitidme ser un imitador de la pasión de mi Dios. Si alguno le tiene a Él consigo, que entienda lo que deseo, y que sienta lo mismo que yo, porque conoce las cosas que me están estrechando.


    VII. El príncipe de este mundo de buena gana me despedazaría y corrompería mi mente que mira a Dios. Que ninguno de vosotros que estéis cerca, pues, le ayude. Al contrario, poneos de mi lado, esto es, del lado de Dios. No habléis de Jesucristo y a pesar de ello deseéis el mundo. Que no haya envidia en vosotros. Aun cuando yo mismo, cuando esté con vosotros, os ruegue, no me obedezcáis; sino más bien haced caso de las cosas que os he escrito. [Porque] os estoy escribiendo en plena vida, deseando, con todo, la muerte. Mis deseos personales han sido crucificados, y no hay fuego de anhelo material alguno en mí, sino sólo agua viva +que habla+ dentro de mí, diciéndome: Ven al Padre. No tengo deleite en el alimento de la corrupción o en los deleites de esta vida. Deseo el pan de Dios, que es la carne de Cristo, que era del linaje de David; y por bebida deseo su sangre, que es amor incorruptible.


    VIII. Ya no deseo vivir según la manera de los hombres; y así será si vosotros lo deseáis. Deseadlo, pues, y que vosotros también seáis deseados (y así vuestros deseos serán cumplidos). En una breve carta os lo ruego; creedme. Y Jesucristo os hará manifiestas estas cosas (para que sepáis) que yo digo la verdad —Jesucristo, la boca infalible por la que el Padre ha hablado [verdaderamente]—. Rogad por mí, para que pueda llegar [por medio del Espíritu Santo]. No os escribo según la carne, sino según la mente de Dios. Si sufro, habrá sido vuestro (buen) deseo; si soy rechazado, habrá sido vuestro aborrecimiento.


    IX. Recordad en vuestras oraciones a la iglesia que está en Siria, que tiene a Dios como su pastor en lugar mío. Jesucristo sólo será su obispo —El y vuestro amor—. Pero en cuanto a mí, me avergüenzo de ser llamado uno de ellos; porque ni soy digno, siendo como soy el último de todos ellos y nacido fuera de sazón; pero he hallado misericordia para que sea alguien si es que llego a Dios. Mi espíritu os saluda, y el amor de las iglesias que me han recibido en el nombre de Jesucristo, no como mero transeúnte: porque incluso aquellas iglesias que no se hallan en mi ruta según la carne vinieron a verme de ciudad en ciudad.


    X. Ahora os escribo estas cosas desde Esmirna por mano de los efesios, que son dignos de todo parabién. Y Crocus también, un nombre que me es muy querido, está conmigo, y muchos otros también.


    Por lo que se refiere a los que fueron antes que yo de Siria a Roma para la gloria de Dios, creo que ya habéis recibido instrucciones; hacedles saber que estoy cerca; porque ellos son todos dignos de Dios y de vosotros, y es bueno que renovéis su vigor en todas las cosas. Estas cosas os escribo el día 9º antes de las calendas de septiembre. Pasadlo bien hasta el fin en la paciente espera de Jesucristo.


    5 A LOS FILADELFIANOS


    Ignacio, llamado también Teóforo, a la iglesia de Dios el Padre y de Jesucristo, que está en Filadelfia de Asia, que ha hallado misericordia y está firmemente afianzada en la concordia de Dios y se regocija en la pasión de nuestro Señor y en su resurrección sin vacilar, estando plenamente provista de toda misericordia; iglesia a la cual saludo en la sangre de Jesucristo, que es gozo eterno y permanente; más especialmente si son unánimes con el obispo y los presbíteros que están con él, y con los diáconos que han sido nombrados en conformidad con la mente de Jesucristo, a los cuales Él de su propia voluntad ha confirmado y afianzado en su Santo Espíritu.


    I. He hallado que este obispo vuestro ostenta el ministerio que pertenece al bienestar común, no por sí mismo o por medio de hombres, ni para vanagloria, sino en el amor de Dios y el Padre y el Señor Jesucristo. Estoy maravillado de su longanimidad; cuyo silencio es más poderoso que el hablar de los otros. Porque está en consonancia y armonía con los mandamientos como una lira con sus cuerdas. Por lo cual mi alma bendice su mente piadosa, porque he visto que es virtuoso y perfecto —incluso su temperamento calmado y sereno, viviendo en toda tolerancia de piedad—.


    II. Como hijos, pues, [de la luz] de la verdad, evitad las divisiones y las doctrinas falsas; y allí donde está el pastor, seguidle como ovejas. Porque muchos lobos engañosos con deleites fatales se llevan cautivos a los que corren en la carrera de Dios; pero, cuando estéis unidos, no hallarán oportunidades.


    III. Absteneos de las plantas nocivas, que no son cultivadas por Jesucristo, porque no son plantadas por el Padre. No que haya hallado divisiones entre vosotros, pero sí filtración. Porque todos los que son de Dios y de Jesucristo están con los obispos; y todos los que se arrepientan y entren en la unidad de la Iglesia, éstos también serán de Dios, para que puedan vivir según Jesucristo. No os dejéis engañar, hermanos míos. Si alguno sigue a otro que hace un cisma, no heredará el reino de Dios. Si alguno anda en doctrina extraña, no tiene comunión con la pasión.


    IV. Sed cuidadosos, pues, observando una eucanstía (porque hay una carne de nuestro Señor Jesucristo y una copa en unión en su sangre; hay un altar, y hay un obispo, junto con el presbiterio y los diáconos mis consiervos), para que todo lo que hagáis sea según Dios.


    V. Hermanos míos, mi corazón rebosa de amor hacia vosotros; y regocijándome sobremanera velo por vuestra seguridad; con todo, no soy yo, sino Jesucristo; y el llevar sus cadenas aún me produce más temor, por cuanto aún no he sido perfeccionado. Pero vuestras oraciones me harán perfecto [hacia Dios], refugiándome en el Evangelio como la carne de Jesús, y en los apóstoles como el presbiterio de la Iglesia. Sí, y amamos a los profetas también, porque nos señalaron el Evangelio en su predicación y ponían su esperanza en Él y le aguardaban; y teniendo fe en Él fueron salvados en la unidad de Jesucristo, siendo dignos de todo amor y admiración como hombres santos, aprobados por Jesucristo y contados juntos en el Evangelio de nuestra esperanza común.


    VI. Pero si alguno propone el Judaísmo entre vosotros no le escuchéis, porque es mejor escuchar el Cristianismo de uno que es circuncidado que escuchar el Judaísmo de uno que es incircunciso. Pero si tanto el uno como el otro no os hablan de Jesucristo, yo los tengo como lápidas de cementerio y tumbas de muertos, en las cuales están escritos sólo los nombres de los hombres. Evitad, pues, las artes malvadas y las intrigas del príncipe de este mundo, no suceda que seáis destruidos con sus ardides y os debilitéis en vuestro amor. Sino congregaos en asamblea con un corazón indiviso. Y doy gracias a mi Dios que tengo buena conciencia de mis tratos con vosotros, y nadie puede jactarse, sea en secreto o en público, de que yo haya impuesto carga para ninguno, sea en cosas pequeñas o grandes. Sí, y ruego a Dios, para todos aquellos a quienes haya hablado, que no transformen mis palabras en testimonio en contra de ellos mismos.


    VII. Porque aun cuando ciertas personas han deseado engañarme según la carne, con todo, el espíritu no es engañado, siendo de Dios; porque sabe de dónde viene y adónde va, y escudriña las cosas escondidas. Porque, cuando estuve entre vosotros, clamé, hablé en voz alta, con la voz propia de Dios: Prestad atención al obispo y al presbiterio y a los diáconos. Pese a ello, había algunos que sospechaban que yo decía esto porque conocía de antemano la división de algunas personas. Pero Aquel por quien estoy atado me es testigo de que no lo supe por medio de carne de hombre; fue la predicación del Espíritu que hablaba de esta forma: No hagáis nada sin el obispo; mantened vuestra carne como un templo de Dios; amad la unión; evitad las divisiones; sed imitadores de Jesucristo como Él mismo lo era de su Padre.


    VIII. Yo hice, pues, mi parte, como un hombre amante de la unión. Pero allí donde hay división e ira, allí no reside Dios. Ahora bien, el Señor perdona a todos los hombres cuando se arrepienten, si al arrepentirse regresan a la unidad de Dios y al concilio del obispo. Tengo fe en la gracia de Jesucristo, que os librará de toda atadura; y os ruego que no hagáis nada en espíritu de facción, sino según la enseñanza de Cristo. Porque he oído a ciertas personas que decían: Si no lo encuentro en las escrituras fundacionales (antiguas), no creo que esté en el Evangelio. Y cuando les dije: Está escrito, me contestaron: Esto hay que probarlo. Pero, para mí, mi escritura fundacional es Jesucristo, la carta inviolable de su cruz, y su muerte, y su resurrección, y la fe por medio de Él; en la cual deseo ser justificado por medio de vuestras oraciones.


    IX. Los sacerdotes también eran buenos, pero mejor es el Sumo Sacerdote al cual se encomienda el lugar santísimo; porque sólo a El son encomendadas las cosas escondidas de Dios; siendo Él mismo la puerta del Padre, por la cual entraron Abraham e Isaac y Jacob, y los profetas y los apóstoles y toda la Iglesia; y todas estas cosas se combinan en la unidad de Dios. Pero el Evangelio tiene una preeminencia singular en el advenimiento del Salvador, a saber, nuestro Señor Jesucristo, y su pasión y resurrección. Porque los amados profetas en su predicación le señalaban a Él; pero el Evangelio es el cumplimiento y perfección de la inmortalidad. Todas las cosas juntas son buenas si creéis por medio del amor.


    X. Siendo así que, en respuesta a vuestra oración y a la tierna simpatía que tenéis en Jesucristo, se me ha dicho que la iglesia que está en Antioquía de Siria tiene paz, os corresponde, como iglesia de Dios, el designar a un diácono que vaya allí como embajador de Dios, para que pueda darles el parabién cuando se congreguen y puedan glorificar el Nombre. Bienaventurado en Jesucristo es el que será considerado digno de este servicio; y vosotros seréis glorificados. Ahora, pues, si lo deseáis, no os será imposible hacer esto por el nombre de Dios; tal como las iglesias que están más cerca han enviado obispos, y otras presbíteros y diáconos.


    XI. Pero, por lo que se refiere a Filón, el diácono de Cilicia, un hombre de buen nombre, que ahora también me sirve a mí en el nombre de Dios, junto con Rhaius Agathopus, uno de los elegidos que me sigue desde Siria, que se ha despedido de esta vida presente; éstos dan testimonio en favor vuestro —y yo mismo doy gracias a Dios por causa de vosotros, porque los recibisteis, como confío que el Señor os recibirá a vosotros—. Pero que los que los han tratado con desprecio sean redimidos (perdonados) por la gracia de Jesucristo. El amor de los hermanos que están en Troas os saluda; desde donde yo también os escribo por mano de Burrhus, que fue enviado conmigo por los efesios y los esmirneanos como marca de honor. El Señor los honrará, a saber, Jesucristo, en quien está puesta su esperanza en la carne, el alma y el espíritu, por la fe, el amor y la concordia. Pasadlo bien en Cristo Jesús, nuestra común esperanza.


    6 A LOS ESMIRNEANOS


    Ignacio, llamado también Teóforo, a la iglesia de Dios el Padre y de Jesucristo el Amado, que ha sido dotada misericordiosamente de toda gracia, y llena de fe y amor y no careciendo de ninguna gracia, reverente y ostentando santos tesoros; a la iglesia que está en Esmirna, en Asia, en un espíritu intachable y en la palabra de Dios, abundantes salutaciones.


    I. Doy gloria a Jesucristo el Dios que os concede tal sabiduría; porque he percibido que estáis afianzados en fe inamovible, como si estuvierais clavados a la cruz del Señor Jesucristo, en carne y en espíritu, y firmemente arraigados en amor en la sangre de Cristo, plenamente persuadidos por lo que se refiere a nuestro Señor que Él es verdaderamente del linaje de David según la carne, pero Hijo de Dios por la voluntad y poder divinos, verdaderamente nacido de una virgen y bautizado por Juan para que se cumpliera en El toda justicia, verdaderamente clavado en cruz en la carne por amor a nosotros bajo Poncio Pilato y Herodes el Tetrarca (del cual somos fruto, esto es, su más bienaventurada pasión); para que Él pueda alzar un estandarte para todas las edades por medio de su resurrección, para sus santos y sus fieles, tanto si son judíos como gentiles, en el cuerpo único de su Iglesia.


    II. Porque Él sufrió todas estas cosas por nosotros [para que pudiéramos ser salvos]; y sufrió verdaderamente, del mismo modo que resucitó verdaderamente; no como algunos que no son creyentes dicen que sufrió en apariencia, y que ellos mismos son mera apariencia. Y según sus opiniones así les sucederá, porque son sin cuerpo y como los demonios.


    III. Porque sé y creo que El estaba en la carne incluso después de la resurrección; y cuando El se presentó a Pedro y su compañía, les dijo: Poned las manos sobre mí y palpadme, y ved que no soy un demonio sin cuerpo. Y al punto ellos le tocaron, y creyeron, habiéndose unido a su carne y su sangre. Por lo cual ellos despreciaron la muerte, es más, fueron hallados superiores a la muerte. Y después de su resurrección Él comió y bebió con ellos como uno que está en la carne, aunque espiritualmente estaba unido con el Padre.


    IV. Pero os amonesto de estas cosas, queridos, sabiendo que pensáis lo mismo que yo. No obstante, estoy velando siempre sobre vosotros para protegeros de las fieras en forma humana —hombres a quienes no sólo no deberíais recibir, sino, si fuera posible, ni tan sólo tener tratos [con ellos]; sólo orar por ellos, por si acaso se pueden arrepentir—. Esto, verdaderamente, es difícil, pero Jesucristo, nuestra verdadera vida, tiene poder para hacerlo. Porque si estas cosas fueron hechas por nuestro Señor sólo en apariencia, entonces yo también soy un preso en apariencia. Y ¿por qué, pues, me he entregado a mí mismo a la muerte, al fuego, a la espada, a las fieras? Pero cerca de la espada, cerca de Dios; en compañía de las fieras, en compañía de Dios. Sólo que sea en el nombre de Jesucristo, de modo que podamos sufrir juntamente con Él. Sufro todas las cosas puesto que Él me capacita para ello, el cual es el Hombre perfecto.


    V. Pero ciertas personas, por ignorancia, le niegan, o más bien han sido negadas por Él, siendo abogados de muerte en vez de serlo de la verdad; y ellos no han sido persuadidos por las profecías ni por la ley de Moisés, ni aun en esta misma hora por el Evangelio, ni por los sufrimientos de cada uno de nosotros; porque ellos piensan también lo mismo con respecto a nosotros. Porque, ¿qué beneficio me produce [a mí] si un hombre me alaba pero blasfema de mi Señor, no confesando que Él estaba en la carne? Pero el que no lo afirma, con ello le niega por completo y él mismo es portador de un cadáver. Pero sus nombres, siendo incrédulos, no considero apropiado registrarlos por escrito; es más, lejos esté de mí el recordarlos, hasta que se arrepientan y regresen a la pasión, que es nuestra resurreción.


    VI. Que ninguno os engañe. Incluso a los seres celestiales y a los ángeles gloriosos y a los gobernantes visibles e invisibles, si no creen en la sangre de Cristo [que es Dios], les aguarda también el juicio. El que recibe, que reciba. Que los cargos no envanezcan a ninguno, porque la fe y el amor lo son todo en todos, y nada tiene preferencia antes que ellos. Pero observad bien a los que sostienen doctrina extraña respecto a la gracia de Jesucristo que vino a vosotros, que éstos son contrarios a la mente de Dios. No les importa el amor, ni la viuda, ni el huérfano, ni el afligido, ni el preso, ni el hambriento o el sediento. Se abstienen de la eucaristía (acción de gracias) y de la oración, porque ellos no admiten que la eucaristía sea la carne de nuestro Salvador Jesucristo, cuya carne sufrió por nuestros pecados, y a quien el Padre resucitó por su bondad.


    VII. Así pues, los que contradicen el buen don de Dios perecen por ponerlo en duda. Pero sería conveniente que tuvieran amor, para que también pudieran resucitar. Es, pues, apropiado, que os abstengáis de los tales, y no les habléis en privado o en público; sino que prestéis atención a los profetas, y especialmente al Evangelio, en el cual se nos muestra la pasión y es realizada la resurrección.


    VIII. [Pero] evitad las divisiones, como el comienzo de los males. Seguid todos a vuestro obispo, como Jesucristo siguió al Padre, y al presbiterio como los apóstoles; y respetad a los diáconos, como el mandamiento de Dios. Que nadie haga nada perteneciente a la Iglesia al margen del obispo. Considerad como eucaristía válida la que tiene lugar bajo el obispo o bajo uno a quien él la haya encomendado. Allí donde aparezca el obispo, allí debe estar el pueblo; tal como allí donde está Jesús, allí está la iglesia universal. No es legítimo, aparte del obispo, ni bautizar ni celebrar una fiesta de amor; pero todo lo que él aprueba, esto es agradable también a Dios; que todo lo que hagáis sea seguro y válido.


    IX. Es razonable, pues, que velemos y seamos sobrios, en tanto que tengamos [todavía] tiempo para arrepentimos y volvernos a Dios. Es bueno reconocer a Dios y al obispo. El que honra al obispo es honrado por Dios; el que hace algo sin el conocimiento del obispo rinde servicio al diablo. Que todas las cosas, pues, abunden para vosotros en gracia, porque sois dignos. Vosotros fuisteis para mí un refrigerio en todas las cosas; que Jesucristo lo sea para vosotros. En mi ausencia y en mi presencia me amasteis. Que Dios os recompense; por amor al cual sufro todas las cosas, para que pueda alcanzarle.


    X. Hicisteis bien en recibir a Filón y a Rhaius Agathopus, que me siguieron en la causa de Dios como ministros de [Cristo] Dios; los cuales también dan gracias al Señor por vosotros, porque les disteis refrigerio en toda forma. No se perderá nada para vosotros. Mi espíritu os es devoto, y también mis ataduras, que no despreciasteis ni os avergonzasteis de ellas. Ni tampoco Él, que es la fidelidad perfecta, se avergonzará de vosotros, a saber, Jesucristo.


    XI. Vuestra oración llegó a la iglesia que está en Antioquía de Siria; de donde, viniendo como preso en lazos de piedad, saludo a todos los hombres, aunque yo no soy digno de pertenecer a ella, siendo el último de ellos. Por la voluntad divina esto me fue concedido, no que yo contribuyera a ello, sino por la gracia de Dios, que ruego pueda serme dada de modo perfecto, para que por medio de vuestras oraciones pueda llegar a Dios. Por tanto, para que vuestra obra pueda ser perfeccionada tanto en la tierra como en el cielo, es conveniente que vuestra iglesia designe, para el honor de Dios, un embajador de Dios que vaya hasta Siria y les dé el parabién porque están en paz, y han recobrado la estatura que les es propia, y se les ha restaurado a la dimensión adecuada. Me parece apropiado, pues, que enviéis a alguno de los vuestros con una carta, para que pueda unirse a ellos dando gloria por la calma que les ha llegado, por la gracia de Dios, y porque han llegado a un asilo de paz por medio de vuestras oraciones. Siendo así que sois perfectos, que vuestros consejos sean también perfectos; porque si deseáis hacer bien, Dios está dispuesto a conceder los medios.


    XII. El amor de los hermanos que están en Troas os saluda; de donde también os escribo por la mano de Burrhus, a quien enviasteis vosotros a mí juntamente con los efesios vuestros hermanos. Burrhus ha sido para mí un refrigerio en todas formas. Quisiera que todos le imitaran, porque es un ejemplo del ministerio de Dios. La gracia divina le recompense en todas las cosas. Os saluda. Saludo a vuestro piadoso obispo y a vuestro venerable presbiterio [y] a mis consiervos los diáconos, y a todos y cada uno y en un cuerpo, en el nombre de Jesucristo, y en su carne y sangre, en su pasión y resurrección, que fue a la vez carnal y espiritual, en la unidad de Dios y de vosotros. Gracias a vosotros, misericordia, paz, paciencia, siempre.


    XIII. Saludo a las casas de mis hermanos con sus esposas e hijos, y a las vírgenes que son llamadas viudas. Os doy la despedida en el poder del Padre. Filón, que está conmigo, os saluda. Saludo a la casa de Gavia, y ruego que esté firme en la fe y el amor tanto de la carne como del espíritu. Saludo a Alce, un nombre que me es querido, y a Daphnus el incomparable, y a Eutecnus, y a todos por su nombre. Pasadlo bien en la gracia de Dios.


    7 A POLICARPO


    Ignacio, llamado también Teóforo, a Policarpo, que es obispo de la iglesia de Esmirna, o más bien que tiene por su obispo a Dios el Padre y a Jesucristo, saludos en abundancia.


    I. Dando la bienvenida a tu mente piadosa que está afianzada como si fuera en una roca inconmovible, doy gloria sobremanera de que me haya sido concedido ver tu faz intachable, por la cual tengo gran gozo en Dios. Te exhorto por la gracia de la cual estás revestido que sigas adelante en tu curso y en exhortar a todos los hombres para que puedan ser salvos. Reivindica tu cargo con toda diligencia de carne y de espíritu. Procura que haya unión, pues no hay nada mejor que ella. Soporta a todos, como el Señor te soporta. Toléralo todo con amor, tal como haces. Entrégate a oraciones incesantes. Pide mayor sabiduría de la que ya tienes. Sé vigilante, y evita que tu espíritu se adormile. Habla a cada hombre según la manera de Dios. Sobrelleva las dolencias de todos, como un atleta perfecto. Allí donde hay más labor, hay mucha ganancia.


    II. Si amas a los entendidos, esto no es nada que haya que agradecérsete. Más bien somete a los más impertinentes por medio de la mansedumbre. No todas las heridas son sanadas por el mismo ungüento. Suaviza los dolores agudos con fomentos. Sé prudente como la serpiente en todas las cosas e inocente siempre como la paloma. Por esto estás hecho de carne y espíritu, para que puedas desempeñar bien las cosas que aparecen ante tus ojos; y en cuanto a las cosas invisibles, ruega que te sean reveladas, para que no carezcas de nada, sino que puedas abundar en todo don espiritual. Los tiempos te lo requieren, como los pilotos requieren vientos, o un marino zarandeado por la tormenta (busca) un asilo, para poder llegar a Dios. Sé sobrio, como atleta de Dios. El premio es la incorrupción y la vida eterna, con respecto a la cual ya estás persuadido. En todas las cosas te soy afecto, yo y mis cadenas, que tú estimaste.


    III. No te desmayes por los que parecen ser dignos de crédito y, pese a todo, enseñan doctrina extraña. Mantente firme como un yunque cuando lo golpean. A un gran atleta le corresponde recibir golpes y triunfar. Pero por amor de Dios hemos de soportar todas las cosas, para que El nos soporte a nosotros. Sé, pues, más diligente de lo que eres. Marca las estaciones. Espera en Aquel que está por encima de toda estación, el Eterno, el Invisible, que se hizo visible por amor a nosotros, el Impalpable, el Impasible, que sufrió por amor a nosotros, que sufrió en todas formas por amor a nosotros.


    IV. Que no se descuide a las viudas. Después del Señor sé tú su protector. Que no se haga nada sin tu consentimiento; ni hagas nada tú sin el consentimiento de Dios, como no lo haces. Mantente firme. Que se celebren reuniones con más frecuencia. Dirígete a todos por su nombre. No desprecies a los esclavos, sean hombres o mujeres. Pero no permitas que éstos se engrían, sino que sirvan más fielmente para la gloria de Dios, para que puedan obtener una libertad mejor de Dios. Que no deseen ser puestos en libertad a expensas del pueblo, para que no. sean hallados esclavos de su (propia) codicia.


    V. Evita las malas artes, o más bien evita incluso la conversación o plática sobre ellas. Di a mis hermanas que amen al Señor y estén contentas con sus maridos en la carne y en el espíritu. De la misma manera encargo a mis hermanos en el nombre de Jesucristo que amen a sus esposas, como el Señor amó a la Iglesia. Si alguno puede permanecer en castidad para honrar la carne del Señor, que lo haga sin jactarse. Si se jacta, está perdido; y si llega a ser conocido más que el obispo, está contaminado. Es apropiado que todos los hombres y mujeres, también, cuando se casan, se unan con el consentimiento del obispo, para que el matrimonio sea según el Señor y no según concupiscencia. Que todas las cosas se hagan en honor de Dios.


    VI. Prestad atención al obispo, para que Dios también os ténga en cuenta. Yo soy afecto a los que están sometidos al obispo, a los presbíteros y a los diáconos. Que me sea concedido el tener mi porción con ellos en la presencia de Dios. Laborad juntos los unos con los otros, luchad juntos, corred juntos, sufrid juntos, reposad juntos, levantaos juntos, como mayordomos y asesores y ministros de Dios. Agradad al Capitán en cuyo ejército servís, del cual también habéis de recibir la paga. Que ninguno sea hallado desertor. Que vuestro bautismo permanezca en vosotros como vuestro escudo; vuestra fe como vuestro yelmo; vuestro amor como vuestra lanza; vuestra paciencia como la armadura del cuerpo. Que vuestras obras sean vuestras garantías, para que podáis recibir los haberes que se os deben. Por tanto, sed pacientes unos con otros en mansedumbre, como Dios con vosotros. Que siempre pueda tener gozo de vosotros.


    VII. Siendo así que la iglesia que está en Antioquía de Siria tiene paz, según se me ha informado, por medio de vuestras oraciones, ello ha sido una gran consolación para mí, puesto que Dios ha eliminado mi preocupación; si es posible, que a través del sufrimiento pueda llegar a Dios, para que sea tenido como discípulo, mediante vuestra intercesión. Te conviene, muy bienaventurado Policarpo, convocar un concilio piadoso y elegir a alguno entre vosotros, a quien tú quieras y que sea celoso también, y que sea digno de llevar el nombre de correo de Dios —para que se le nombre, digo, y que vaya a Siria y glorifique vuestro celoso amor para la gloria de Dios—. Un cristiano no tiene autoridad sobre sí mismo, sino que da su tiempo a Dios. Esta es la obra de Dios, y la vuestra también, cuando la terminéis; porque confío en la gracia divina que estáis dispuestos a hacer un acto benéfico que es apropiado para Dios. Conociendo el fervor de tu sinceridad, te he exhortado en una carta breve.


    VIII. Como no he podido escribir a todas las iglesias debido a que parto súbitamente de Troas para Neápolis, según manda la voluntad divina, escribirás tú a las iglesias nombradas delante, como uno que conoce el propósito de Dios, con miras a que ellos hagan también lo mismo: que los que puedan, envíen mensajeros, y el resto canas por las personas enviadas por ti, para que puedan ser glorificados por un acto que siempre sera recordado; porque esto es digno de ti.


    Saludo a todos por nombre, en especial a la esposa de Epitropo, con toda su casa y sus hijos. Saludo a Attalus, amado mío. Saludo también al que será designado para ir a Siria. La gracia será con él siempre, y con Policarpo que le envía. Mis mejores deseos siempre en nuestro Dios Jesucristo, en quien permanecéis en la unidad y supervisión de Dios. Saludo a Alce, un nombre muy querido para mí. Pasadlo bien en el Señor.


    Fuente: Los Padres Apostólicos, por J. B. Lightfoot. Editorial CLIE Editorial Clie


    Epstolas de Ignacio
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  4. #4
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    Re: Documentos antiguos de los Padres de la Iglesia, y algo más.

    Excelentes documentos, salvo que quizás sería conveniente la versión de la Biblioteca de Autores Cristianos. Clie es una editorial evangélica y algunas partes podrían traducirlas conforme a sus creencias o incluso censurarlas. Por ejemplo, en la epístola de San Ignacio a los esmirniotas (nunca había oído eso de esmirneanos, pero en fin) veo que menciona a la iglesia universal, que no es que esté mal traducido, pero es que se trata precisamente de la mención escrita más antigua que se conoce de la Iglesia Católica (en griego, como sabemos, universal se dice katolikós), y lógicamente a ellos no les interesa que se sepa que la iglesia ya se conocía con ese nombre hacia el año 100 d.C., ¡apenas cuatro décadas después de la muerte y resurrección de Cristo!

  5. #5
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    Re: Documentos antiguos de los Padres de la Iglesia, y algo más.

    Cita Iniciado por Hyeronimus Ver mensaje
    Excelentes documentos, salvo que quizás sería conveniente la versión de la Biblioteca de Autores Cristianos. Clie es una editorial evangélica y algunas partes podrían traducirlas conforme a sus creencias o incluso censurarlas. Por ejemplo, en la epístola de San Ignacio a los esmirniotas (nunca había oído eso de esmirneanos, pero en fin) veo que menciona a la iglesia universal, que no es que esté mal traducido, pero es que se trata precisamente de la mención escrita más antigua que se conoce de la Iglesia Católica (en griego, como sabemos, universal se dice katolikós), y lógicamente a ellos no les interesa que se sepa que la iglesia ya se conocía con ese nombre hacia el año 100 d.C., ¡apenas cuatro décadas después de la muerte y resurrección de Cristo!
    Gracias por la matización, hermano. Buscaré esa editorial de la que me hablas.


    Abrazos en Cristo.
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    Antonio Aparisi

  6. #6
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    Re: Documentos antiguos de los Padres de la Iglesia, y algo más.

    Las Dos Espadas:


    Carta del Papa Gelasio al emperador Anastasio I (año 494)


    Hay, en verdad, augustísimo emperador, dos poderes por los cuales este mundo es particularmente gobernado: la sagrada autoridad de los papas y el poder real. De ellos, el poder sacerdotal es tanto más importante cuanto que tiene que dar cuenta de los mismos reyes de los hombres ante el tribunal divino.
    Pues has de saber, clementísimo hijo, que, aunque tengas el primer lugar en dignidad sobre la raza humana, empero tienes que someterte fielmente a los que tienen a su cargo las cosas divinas, y buscar en ellos los medios de tu salvación. Tú sabes que es tu deber, en lo que pertenece a la recepción y reverente administración de los sacramentos, obedecer a la autoridad eclesiástica en vez de dominarla. Por tanto, en esas cuestiones debes depender del juicio eclesiástico en vez de tratar de doblegarlo a tu propia voluntad. Pues si en asuntos que tocan a la administración de la disciplina pública, los obispos de la iglesia, sabiendo que el imperio se te ha otorgado por la disposición divina, obedecen tus leyes para que no parezca que hay opiniones contrarias en cuestiones puramente materiales, ¿con qué diligencia, pregunto yo, debes obedecer a los que han recibido el cargo de administrar los divinos misterios? De la misma manera que hay gran peligro para los papas cuando no dicen lo que es necesario en lo que toca al honor divino, así también existe no pequeño peligro para los que se obstinan en resistir (que Dios no lo permita) cuando tienen que obedecer. Y si los corazones de los fieles deben someterse generalmente a todos los sacerdotes, los cuales administran las cosas santas, de una manera recta, ¿cuánto más asentimiento deben prestar al que preside sobre esa sede, que la misma Suprema Divinidad deseó que tuviera la supremacía sobre todos los sacerdotes, y que el juicio piadoso de toda la Iglesia ha honrado desde entonces?


    Fuente: Joannes B. Lo Grasso, Ecclesia et Status, Roma (1952), p. 50, traducción en Enrique Gallego Blanco, Las relaciones entre la Iglesia y el Estado en la Edad Media, Ediciones de la Revista de Occidente, Biblioteca de Política y Sociología, Madrid 1973, pp. 82-83.

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    Antonio Aparisi

  7. #7
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    Re: Documentos antiguos de los Padres de la Iglesia, y algo más.

    Apología de Aristides de Atenas:


    Yo, !oh rey !, por providencia de Dios, vine a este mundo y, habiendo contemplado el cielo y la tierra y el mar, el sol y la luna y lo demás, me quedé maravillado de su orden. Pero, viendo que el mundo y todo cuanto en el hay se mueve por necesidad, entendí que el que lo mueve y lo mantiene es más fuerte que lo mantenido. Digo, pues, ser Dios, el mismo que lo ha ordenado todo y lo mantiene fuertemente asido, sin principio y eterno, inmortal y sin necesidades, por encima de todas las pasiones y defectos, de la ira y del olvido y de la ignorancia y de todo lo demás; por El, empero, subsiste todo. No necesita de sacrificio ni de libación ni de nada de cuanto aparece; todos, empero, necesitan de El.


    Dichas estas cosas acerca de Dios, tal como yo he alcanzado a hablar sobre El, pasemos también al género humano, para ver quienes de entre los hombres participan de la verdad y quienes del error. Porque para nosotros es evidente, !oh rey!, que hay tres géneros de hombres en este mundo: los adoradores de los que entre ustedes llaman dioses, los judíos y los cristianos; y a su vez, los que veneran a muchos dioses se dividen también en tres géneros: los caldeos, los griegos y los egipcios, porque éstos fueron los guías y maestros de las demás naciones en el culto y adoración de los dioses de muchos hombres.


    Veamos, pues, quienes de éstos participan de la verdad y quienes del error. Los caldeos, en efecto, por no conocer a Dios, se extraviaron tras los elementos y empezaron a adorar a las criaturas en lugar de Aquel que los había creado. Y haciendo de aquellos ciertas representaciones, los llamaron imágenes del cielo y de la tierra y del sol y de la luna y de los demás elementos o luminares: y, encerrándolos en templos, los adoran, dándoles nombre de dioses, y los guardan con toda seguridad para que no sean robados por ladrones, sin caer en la cuenta que lo que guarda es mayor que lo guardado, y el que hace, mayor que su propia obra. Porque si los dioses de ellos son impotentes para su propia salvación, ¿cómo podrán dar la salvación a otros? Luego, se extraviaron los caldeos, dando culto a imágenes muertas e inútiles.


    Y se me ocurre maravillarme, !oh rey!, como los llamados entre ellos filósofos no comprendieron en absoluto que también los mismos elementos son corruptibles. Si, pues, los elementos son corruptibles y sometidos por necesidad, ¿cómo son dioses? Y si los elementos no son dioses, ¿cómo lo son las imágenes hechas en honor de aquellos?


    Pasemos, pues, !oh rey!, a los elementos mismos, para demostrar que no son dioses, sino corruptibles y mudables, sacados de la nada por mandato del Dios verdadero, el que es incorruptible, inmutable e invisible, pero El todo lo ve, y todo lo cambia y transforma como quiere. ¿Qué digo, pues, acerca de los elementos?


    Los que creen que la tierra es diosa, se equivocan, pues la vemos injuriada y dominada por los hombres, cavada y ensuciada y que se vuelve inútil. Porque si se la cuece se convierte en muerta, pues de una teja nada nace. Además, si se la riega demasiado, se corrompe lo mismo ella que sus frutos. Es también pisada por los hombres y por los otros animales, se mancha de la sangre de los asesinatos, es cavada y se llena de cadáveres y se convierte en depósito de muertos. Siendo esto así, no es posible que la tierra sea diosa, sino obra de Dios para utilidad de los hombres.


    Los que piensan que el agua es Dios, yerran, pues también ella fue echa para utilidad de los hombres y es por ellos dominada; se mancha y se corrompe, y se cambia al hervir y se muda en colores y se congela por el frío. Y es conducida para el lavado de todas las inmundicias. Por eso, imposible que el agua sea Dios, sino obra de Dios.


    Los que creen que el fuego es Dios, se equivocan; porque el fuego fue hecho para utilidad de los hombres, y es dominado por ellos, al llevarle de un lugar a otro para conocimiento y asación de toda clase de carnes y hasta para la cremación de los cadáveres. Se corrompe además y de muchos modos al ser apagado por los hombres. Por eso, no es posible que el fuego sea Dios, sino obra de Dios.


    Los que creen que el soplo de los vientos es Dios, se equivocan, pues es evidente que está al servicio de otro y que ha sido preparado por Dios en gracia a los hombres para mover las naves y transportar los alimentos y para sus demás necesidades. Además crece y cesa en ordenación de Dios. Por tanto, no es posible pensar que el viento es Dios, sino obra de Dios.


    Los que creen que el sol es Dios, se equivocan, pues vemos que se mueve por necesidad y que cambia y que pasa de signo, poniéndose y saliendo, para calentar las plantas y las hierbas en utilidad de los hombres. Vemos también que tiene divisiones con los demás astros, que es mucho menor que el cielo, que sufre eclipses de luz y que no goza de autonomía alguna. Por eso, no es posible pensar que el sol sea Dios, sino obra de Dios.


    Los que piensan que la luna es diosa, se equivocan, pues vemos que se mueve por necesidad y que pasa de signo en signo, poniéndose y saliendo para utilidad de los hombres, que es menor que el sol, que crece y mengua y sufre eclipses. Por eso, no es posible pensar que la luna sea diosa, sino obra de Dios.


    Los que creen que el hombre es Dios, yerran; pues vemos que es concebido (cd. "movido") por necesidad y que se alimenta y envejece aun contra su voluntad. Unas veces está alegre, otras triste, y necesita de comida y bebida y vestidos. Vemos además que es iracundo y envidioso y codicioso, que cambia en sus propósitos y tiene mil defectos. Se corrompe también de muchos modos por obra de los elementos y de los animales y de la muerte, que le está impuesta. No es, pues, admisible que el hombre sea Dios, sino obra de Dios.


    Se extraviaron, pues, los caldeos en pos de sus concupiscencias, pues adoran a los elementos corruptibles y a las imágenes muertas y no se dan cuenta de que las divinizan.


    Vengamos, pues, también a los griegos, para ver si tienen alguna idea sobre Dios. Ahora bien, los griegos, que dicen ser sabios, se mostraron más necios que los caldeos, introduciendo muchedumbre de dioses que nacieron, unos varones, otros hembras, esclavos de todas las pasiones y obradores de toda especie de iniquidades; dioses, de quienes ellos mismos contaron haber sido adúlteros y asesinos, iracundos y envidiosos y rencorosos, parricidas y fratricidas, ladrones y rapaces, cojos y jorobados, y hechiceros y locos. De ellos unos murieron, otros fueron fulminados, otros sirvieron a los hombres como esclavos, otros anduvieron fugitivos, otros se golpearon de dolor y se lamentaron, otros se transformaron en animales.


    Por donde se ve, !oh rey!, cuán ridículas y necias e impías palabras introdujeron los griegos al dar nombre de dioses a seres tales, que no lo son, lo que hicieron siguiendo sus malos deseos, a fin de que, teniendo a aquellos por abogados de su maldad, pudieran ellos entregarse al adulterio, a la rapiña, al asesinato y a toda clase de vicios. Porque si todo eso lo hicieron los dioses, cómo no habrán de hacerlo también los hombres que les dan culto? Consecuencia, pues, de todas estas obras del error fue que los hombres sufrieron guerras continuas y matanzas y amargas cautividades.


    Mas si queremos ir recorriendo con nuestro discurso cada uno de sus dioses, verás absurdos sin cuento. De este modo, introducen antes que todos un dios Crono, y a este le sacrifican sus propios hijos. Crono tuvo muchos hijos de Rea y, finalmente volviéndose loco, se come a sus propios hijos. Dicen también que Zeus le cortó las partes viriles y las arrojó al mar, de donde se cuenta que nació Afrodita. Atando, pues, Zeus a su propio padre, lo arrojó al Tártaro.


    ¿Ves el extravío e imprudencia que introducen contra su propio Dios? Conque es admisible que Dios sea atado y mutilado? !Oh insensatez! Quien, en su sano juicio, puede decir tales cosas?


    El segundo introducen a Zeus, de quien dicen que es rey de todos sus dioses y que toma la forma de animales para unirse con mujeres mortales. Y, en efecto, cuentan que se transforma en toro para Europa y Pasfae; en oro para Danae, en cisne para Leda; en sátiro para Antiope, y en rayo para Smele, y que luego de estas le nacieron muchos hijos: Dionisio, Zeto, Anfin, Heracles, Apolo y Artemisa, Perseo, Castor, Helena y Plux, Minos, Radamante, Sarpedn y las siete hijas que llamaron musas. Luego igualmente introducen la fábula de Ganimedes. Sucedió, pues, !oh rey!, que los hombres imitaron todo esto y se hicieron adúlteros y pervertidos e, imitando a su dios, cometieron toda clase de actos viciosos. ¿Cómo, pues, es concebible que Dios sea adúltero y pervertido y parricida?


    Con este introducen a un cierto Hefesto como Dios, y este, cojo y empujando martillo y tenazas, y haciendo de herrero para ganarse la vida. ¿Es que está necesitado? Cosa inadmisible, que Dios sea cojo y esté necesitado de los hombres.


    Luego introducen como Dios a Hermes, que es codicioso y ladrón y avaro y hechicero y estropeado e intérprete de discursos. No se concibe que Dios pueda ser tales cosas.


    También introducen como Dios a Asclepio, médico de profesión, y dedicado a preparar medicamentos y a componer emplastos para ganarse el sustento, pues estaba necesitado; luego dicen que fue fulminado por Zeus a causa del hijo del lacedemonio Tindreo y que así murió. Mas si Asclepio, siendo Dios, no pudo, fulminado, ayudarse a sí mismo, ¿cómo ayudar a los otros?


    También introducen como Dios a Ares, que es guerrero y envidioso y codicioso de rebaños y de otras cosas, del que cuentan que, cometiendo más tarde un adulterio con Afrodita, fue atado por el niño Eros y por Hefesto. ¿Cómo, pues, era Dios el que fue codicioso y guerrero y atado y adúltero?


    También introducen como Dios a Dionisio, el que celebra las fiestas nocturnas y es maestro en embriaguez, y arrebata las mujeres ajenas y que más tarde fue degollado por los titanes. Si, pues, Dionisio, degollado, no pudo ayudarse a sí mismo, sino que se volvió loco y era borracho, y anduvo fugitivo, ¿cómo puede ser Dios?


    También introducen a Heracles, que cuentan haberse embriagado y que se volvió loco y se comió a sus propios hijos, y que, consumido luego por el fuego, así murió. Mas, ¿cómo puede ser Dios un borracho, que mata a sus hijos y es devorado por el fuego? Y ¿cómo podrá socorrer a los otros el que no pudo socorrerse a sí mismo?


    1. También introducen como Dios a Apolo, que es envidioso y que unas veces empuja el arco y la aljaba, y la cítara y la flauta, y se dedica a la adivinación para los hombres a cambio de paga. ¿Es que está necesitado? Cosa imposible de admitir que Dios esté necesitado y sea envidioso y citaredo.


    Luego introducen a Artemisa, hermana suya, cazadora de oficio, que lleva arco y aljaba, y anda errante por los montes, sola con sus perros, para cazar algún ciervo o jabalí. ¿Cómo, pues, puede ser diosa una mujer así, cazadora y errante con sus perros?


    También dicen que es diosa Afrodita, que es una adúltera y una vez tuvo por compañero de adulterio a Ares, otra a Anquises, otra a Adonis, cuya muerte lloró, yendo en busca de su amante. y hasta cuentan que bajó al Hades para rescatar a Adonis, de Persfone, la hija de Hades. ¿Has visto, oh rey, insensatez mayor que la de introducir una diosa que es adúltera y se lamenta y llora?


    También introducen como Dios a Adonis, cazador de oficio y adúltero, que murió violentamente, herido por un jabalí, y no pudo ayudarse en su desgracia. ¿Cómo se preocupará, pues, de los hombres el adúltero, cazador y muerto violentamente?


    Todo esto y muchas cosa más, más vergonzosas y peores introdujeron los griegos, !oh rey!, fantaseando sobre sus dioses cosas que no es lícito ni decirlas ni llevarlas en absoluto a la memoria. De ahí, tomando ocasión los hombres de sus propios dioses, practicaron todo género de iniquidad, de imprudencia e impiedad, mancillando la tierra y el aire con sus horribles acciones.


    2. En cuanto a los egipcios, que son más torpes y más necios que los griegos, erraron peor que todas las naciones. Porque no se contentaron con los cultos de los caldeos y de los griegos, sino que introdujeron como dioses aun animales irracionales, tanto de la tierra como de agua, y árboles y plantas; y se mancillaron en toda locura e imprudencia peor que todas las naciones sobre la tierra.


    Porque al principio dieron culto a Isis, que tenía por hermano y marido a Osiris, el que fue degollado por su hermano Tifón. Y por esta causa, huyó Isis con su hijo Horus a Biblo de Siria, buscando a Osiris y llorando amargamente hasta que creció Horus y mató a Tifón. Así, pues, ni Isis tuvo fuerza para ayudar a su propio hermano y marido, ni Osiris, degollado por Tifón, pudo protegerse asimismo, ni el mismo Tifón, fratricida, muerto por Horus y por Isis, halló medio de librarse a sí mismo de la muerte. Y conocidos por tales desgracias fueron tenidos por dioses por los insensatos egipcios, los cuales, no contentos con esto o con los demás cultos de las naciones, introdujeron como dioses hasta los animales irracionales.


    Porque unos de ellos adoraron a la oveja, otros al macho cabrío, otros al novillo y al cerdo, otros al cuervo y al gavilán y al buitre y al águila, otros al cocodrilo, otros al gato, al perro y al lobo, y al mono y a la serpiente y al áspid, y otros a la cebolla y al ajo y a las espinas y a las demás criaturas. Y no se dan cuenta los desgraciados que ninguna de esas cosas tiene poder alguno; pues viendo a sus dioses que son comidos por otros hombres y quemados y degollados y que se pudren, no comprendieron que no son dioses.


    3. Se extraviaron grandemente, pues, los egipcios, los caldeos y los griegos, introduciendo tales dioses, haciendo imágenes de ellos y divinizando a los ídolos sordos e insensibles.


    Y me maravilla como viendo a sus dioses aserrados y devastados con hacha y cortados por artífices, y como por el tiempo se hacen viejos, y como se disuelven y funden, no comprendieron que no había tales dioses. Porque cuando ninguna fuerza poseen para su propia salvación, ¿cómo tendrán providencia de los hombres?


    Más sus poetas y filósofos, queriendo con sus poemas y escritos glorificar a sus dioses, no han hecho sino descubrir mejor su vergüenza y ponerla desnuda a la vista de todos. Porque si el cuerpo del hombre, aun siendo compuesto de muchas partes, no desecha ninguno de sus propios miembros, sino que, conservando con todos unidad irrompible, se mantiene acorde consigo mismo, ¿cómo podrá darse en la naturaleza de Dios lucha y discordia tan grande? Porque si la naturaleza de los dioses era una sola, no deba perseguir un dios a otro dios ni degollarle ni dañarle. Y si los dioses se han perseguido unos a otros, y se han degollado, y se han robado y se han fulminado, ya no hay una sola naturaleza, sino pareceres divididos y todos maleficios. De modo que ninguno de ellos es Dios. Luego es patente, !oh rey!, que toda la teoría sobre la naturaleza de los dioses es puro extravío.


    Y ¿cómo no comprendieron los sabios y eruditos de entre los griegos que, al establecer leyes, sus dioses son condenados por esas leyes? Porque si las leyes son justas, son absolutamente injustos sus dioses que hicieron cosas contra ley, como mutuas muertes, hechiceras, adulterios, robos y uniones contra natura; y si es que todo esto lo hicieron bien, entonces son injustas las leyes, como puestas contra los dioses. Pero no, las leyes son buenas y justas, pues alaban lo bueno y prohíben lo malo, y las obras de los dioses son inicuas. Inicuos son, pues, los dioses de ellos, y reos todos de muerte, e impíos los que introducen dioses semejantes. Porque si las historias que sobre ellos corren son míticas, entonces los dioses no son más que palabras; y si son físicas, ya no son dioses los que tales cosas hicieron y sufrieron; y si son alegóricas, son cuento y nada más.


    Queda, pues, !oh rey!, demostrando que todos estos cultos de muchos dioses son obras de extravío y de perdición. Porque no se debe llamar dioses a los que son visibles y no ven, sino que hay que adorar como Dios al que es invisible y todo lo ve y todo lo ha fabricado.


    4. Vengamos, pues, también, !oh rey!, a los judíos, para ver que es lo que éstos también piensan acerca de Dios. Porque éstos, siendo descendientes de Abraham, Isaac y Jacob, vivieron como forasteros en Egipto y de allí los sacó Dios con mano poderosa y brazo excelso por medio de Moisés, legislador de ellos, y por muchos prodigios y señales les dio a conocer su poder; pero mostrándose también ellos desconocidos e ingratos, muchas veces sirvieron a los cultos de las naciones y mataron a los justos y profetas que les fueron enviados. Luego, cuando al Hijo de Dios le plugo venir a la tierra, después de insultarle, le entregaron a Poncio Pilato, gobernador de los romanos, y le condenaron a muerte de cruz, sin respeto alguno a los beneficios que les había hecho y a las incontables maravillas que entre ellos haba obrado; y perecieron por su propia iniquidad. Adoran, en efecto, aun ahora a Dios solo omnipotente, pero no según cabal conocimiento, pues niegan a Cristo, Hijo de Dios; son semejantes a los gentiles, por más que en cierto modo parecen acercarse a la verdad, de la que realmente se alejaron. Esto baste sobre los judíos...


    5. Los cristianos, empero, cuentan su origen del Señor Jesucristo, y éste es confesado por su Hijo de Dios Altísimo en el Espíritu Santo, bajado del cielo por la salvación de los hombres. Y engendrado de una virgen santa sin germen ni corrupción, tomó carne y apareció a los hombres, para apartarlos del error de los muchos dioses. Y habiendo cumplido su admirable dispensación, gustó la muerte por medio de la cruz con voluntario designio, según una grande economía, y después de tres días resucitó y subió a los cielos. La gloria de su venida, puedes, !oh rey!, conocerla, si lees la que entre ellos se llama santa Escritura Evangélica.


    Este tuvo doce discípulos, los cuales, después de su ascensión a los cielos, salieron a las provincias del Imperio y enseñaron la grandeza de Cristo, al modo que uno de ellos recorrió nuestros mismos lugares predicando la doctrina de la verdad. De ahí que los que todavía sirven a la justicia de su predicación, son llamados cristianos. Y éstos son los que más que todas las naciones de la tierra han hallado la verdad, pues conocen al Dios creador y artífice del universo en su Hijo Unigénito y en el Espíritu Santo, y no adoran a otro Dios fuera de éste. Los mandamientos del mismo Señor Jesucristo los tienen grabados en sus corazones y los guardan, esperando la resurrección de los muertos y la vida del siglo por venir. No adulteran, no fornican, no levantan falso testimonio, no codician los bienes ajenos, honran al padre y a la madre, aman a su prójimo y juzgan con justicia. Los que no quieran se les haga a ellos no lo hacen a otros. A los que los agravian, los exhortan y tratan de hacérselos amigos, ponen empeño en hacer bien a sus enemigos, son mansos y modestos... Se contienen de toda unión ilegítima y de toda impureza... No desprecian a la viuda, no contristan al huérfano; el que tiene, le suministra abundantemente al que no tiene. Si ven a un forastero, le acogen bajo su techo y se alegran con él como con un verdadero hermano. Porque no se llaman hermanos según la carne, sino según el alma...


    Están dispuestos a dar sus vidas por Cristo, pues guardan con firmeza sus mandamientos, viviendo santa y justamente según se lo ordenó el Señor Dios, dándole gracias en todo momento por toda comida y bebida y por los demás bienes... Este es, pues, verdaderamente el camino al reino eterno, prometido por Cristo en la vida venidera.


    Y para que conozcas, !oh rey!, que no digo estas cosas por mí propia cuenta, inclínate sobre las Escrituras de los cristianos y hallarás que nada digo fuera de la verdad.


    6 Con razón, pues, comprendió tu hijo y fue enseñado a servir al Dios vivo y salvarse en el siglo que está por venir. Porque grandes y maravillosas son las cosas por los cristianos dichas y obradas, pues no hablan palabras de hombres, sino de Dios. Las demás naciones, en cambio, yerran y a sí mismas se engañan, pues andando entre tinieblas chocan unos con otros como borrachos.


    7. Hasta aquí, !oh rey!, se ha dirigido a ti mí discurso, el que por la verdad ha sido mandado a mi mente. Por eso, cesen ya tus sabios insensatos de hablar contra el Señor; porque les conviene a vosotros venerar al Dios Creador y dar todo a sus palabras incorruptibles, a fin de que, escapando al juicio y a los castigos, sean declarados herederos de la vida imperecedera.





    LA APOLOGA DE ARSTIDES
    La Iglesia es el poder supremo en lo espiritual, como el Estado lo es en el temporal.

    Antonio Aparisi

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    Re: Documentos antiguos de los Padres de la Iglesia, y algo más.

    El Pastor de Hermas

    Visión Primera

    [1] I. El amo que me crió me vendió a una tal Roda en Roma. Al cabo de muchos años la encontré de nuevo, y empecé a amarla como a una hermana. Después de cieno tiempo la vi bañándose en el río Tíber; y le di la mano, y la saqué del río. Y, al ver su hermosura, razoné en mi corazón, diciendo: «Cuán feliz sería si tuviera una esposa así, en hermosura y en carácter.» Y reflexioné meramente sobre esto, y nada más. Después de cieno tiempo, cuando estaba dirigiéndome a Cumas, y glorificando las criaturas de Dios por su grandeza y esplendor y poder, mientras andaba me quedé dormido. Y el Espíritu cayó sobre mí y se me llevó por un terreno sin caminos, por el cual no podía pasar nadie: porque el lugar era muy abrupto, y quebrado por hendiduras a causa de las aguas. Así pues, cuando hube cruzado el río, llegué a un país llano, y me arrodillé, y empecé a orar al Señor y a confesar mis pecados. Entonces, mientras oraba, se abrió el cielo vi a la señora, a quien había deseado, saludándome desde el cielo, diciendo: «Buenos días, Hermas». Y, mirándóla, le dije: «Señora, ¿qué haces aquí?» Entonces ella me contestó: «Se me ha traído aquí para que te redarguyera de tus pecados delante del Señor. » Le dije: «¿Es acerca de ti que me acusas?» «No», dijo ella, «pero oye estas palabras que te diré. Dios, que reside en los cielos, y creó de la nada las cosas que son, y aun las aumentó y multiplicó por amor a su santa Iglesia, está enojado contigo, porque pecaste contra mí.» Yo le contesté y dije: «¿Pequé contra ti? ¿En qué forma? ¿Te dije alguna vez alguna palabra inconveniente? ¿No te consideré siempre como si fueras una diosa? ¿No te respeté siempre como una hermana? ¿Cómo pudiste acusarme falsamente, señora, de tal villanía e impureza?» Riendo, ella me dijo: «El deseo hacia el mal entró en tu corazón. Es más, ¿no crees que es un acto malo para un justo si el mal deseo entra en su corazón? Es verdaderamente un pecado, y un pecado grande», dijo ella; «porque el justo tiene sólo propósitos justos. En tanto que sus propósitos son rectos, pues, su reputación se mantiene firme en el cielo, y halla al Señor fácilmente propicio en todo lo que hace. Pero los que albergan malos propósitos en sus corazones, se acarrean la muene y la cautividad, especialmente los que reclaman para sí mismos este mundo presente, y se jactan de sus riquezas, y no se adhieren a las cosas buenas que han de venir. Sus almas lo lamentarán, siendo así que no tienen esperanza, sino que se han abandonado a sí mismos y su vida. Pero ora a Dios, y Él sanará tus pecados, y los de toda tu casa, y de todos los santos.»


    [2] II. Tan pronto como hubo dicho estas palabras se cerraron los cielos; y yo fui presa de horror y de pena. Entonces dije dentro de mí: «Si este pecado es consignado contra mí, ¿cómo puedo ser salvo? ¿O cómo voy a propiciar a Dios por mis pecados que son patentes y burdos? ¿O con qué palabras voy a rogar al Señor que me sea propicio?» En tanto que consideraba y ponderaba estas cosas en mi corazón, vi delante de mí una gran silla blanca de lana como la nieve; y allí vino una señora anciana en vestido resplandeciente, con un libro en las manos, y se sentó sola, y me saludó: «Buenos días, Hermas.» Entonces yo, apenado y llorando, dije: «Buenos días, señora.» Y ella me dijo: «¿Por qué estás tan abatido, Hermas, tú que eres paciente y bien templado, y siempre estás sonriendo? ¿Por qué estás tan caído en tu mirada y distante de la alegría?» Y le dije: «A causa de una de las palabras de una dama excelente contra la cual he pecado.» Entonces ella dijo: «¡En modo alguno sea así en un siervo de Dios! Sin embargo, el pensamiento entró en tu corazón respecto a ella. En los siervos de Dios una intención así acarrea pecado. Porque es un propósito malo e insano, en un espíritu devoto que ya ha sido aprobado, el desear algo malo, y especialmente si es Hermas el templado, que se abstiene de todo mal deseo y está lleno de toda simplicidad y de gran inocencia.


    [3] III. »Con todo, no es por esto que Dios está enojado contigo, sino con miras a que puedas convenir a tu familia, que ha obrado mal contra el Señor y contra vosotros sus padres. Pero por apego a tus hijos tú no les amonestaste, sino que toleraste que se corrompieran de un modo espantoso. Por tanto, el Señor está enojado contigo. Pero Él quiere curar todos tus pecados pasados, que han sido cometidos en tu familia, jorque a causa de sus pecados e iniquidades tú has sido corrompido por las cosas de este mundo. Pera la gran misericordia del Señor tuvo piedad de ti y de tu familia, y te corroborará, y te afianzará en su gloria. Sólo que no seas descuidado, sino que cobres ánimo y robustezcas a tu familia. Porque como el herrero trabajando a martillazos triunfa en la tarea que quiere, así también el recto discurso repetido diariamente vence todo mal. No dejes, pues, de reprender a tus hijos; porque sé que si se arrepienten de todo corazón, serán inscritos en los libros de vida con los santos.» Después que hubieron cesado estas palabras suyas, me dijo: «¿Quieres escucharme mientras leo?» Entonces le dije: «Sí, señora.» Ella me dijo: «Está atento, y escucha las glorias de Dios.» Yo escuché con atención y con asombro lo que no tuve poder de recordar; porque todas las palabras eran terribles, que ningún hombre puede resistir. Sin embargo, recordé las últimas palabras, porque eran apropiadas para nosotros y suaves. «He aquí, el Dios de los ejércitos, que con su poder grande e invisible y con su gran sabiduría creó el mundo, y con su glorioso propósito revistió su creación de hermosura, y con su palabra estableció los cielos, y fundó la tierra sobre las aguas, y con su propia sabiduría y providencia formó su santa Iglesia, a la cual Él también bendijo; he aquí, quita los cielos y los montes y las colinas y los mares, y todas las cosas serán allanadas para sus elegidos, para que Él pueda cumplirles la promesa que había hecho con gran gloria y regocijo, siempre y cuando ellos guarden las ordenanzas de Dios, que han recibido con gran fe.»


    [4] IV. Cuando hubo terminado de leer y se levantó de su silla, se acercaron cuatro jóvenes, y se llevaron la silla, y partieron hacia Oriente. Entonces ella me dijo que me acercara y me tocó el pecho, y me dijo: «¿Te gustó lo que te leí?» Y yo le dije: «Señora, estas últimas palabras me agradaron, pero las primeras eran difíciles y duras.» Entonces ella me habló y me dijo: «Estas últimas palabras son para los justos, pero las primeras eran para los paganos y rebeldes.» En tanto que ella me estaba hablando, aparecieron dos hombres y se la llevaron, tomándola por los brazos, y partieron hacia el punto adonde había ido la silla, hacia Oriente. Y ella sonrió al partir y, mientras se marchaba, me dijo: «Pónate como un hombre, Hermas.»


    Visión Segunda


    [5] I. Yo iba camino a Cumas, en la misma estación como el año anterior, y recordaba mi visión del año anterior mientras andaba; y de nuevo me tomó un Espíritu, y se me llevó al mismo lugar del año anterior. Cuando llegué al lugar, caí de rodillas y empecé a orar al Señor, y a glorificar su nombre, porque me había tenido por digno, y me había dado a conocer mis pecados anteriores. Pero después que me hube levantado de orar, vi delante de mí a la señora anciana, a quien había visto el año anterior, andando y leyendo un librito. Y ella me dijo: «¿Puedes transmitir estas cosas a los elegidos de Dios?» Y yo le contesté: «Señora, no puedo recordar tanto; pero dame el librito, para que lo copie.» «Tómalo», me dijo, «y asegúrate de devolvérmelo.» Yo lo tomé, y me retiré a ciesto lugar en el campo y lo copié letra por letra; porque no podía descifrar las sílabas. Cuando hube terminado las letras del libro, súbitamente me arrancaron el libro de la mano; pero no pude vér quién lo había hecho.


    [6] II. Y después de quince días, cuando hube ayunado y rogado al Señor fervientemente, me fue revelado el conocimiento del escrito. Y esto es lo que estaba escrito: «Hermas, tu simiente ha pecado contra Dios, y han blasfemado del Señor, y han traicionado a sus padres a causa de sus grandes maldades, sí, han conseguido el nombre de traidores de los padres, y, con todo, no sacaron provecho de su traición; y aun añadieron a sus pecados actos inexcusables y maldades excesivas; así que la medida de sus transgresiones fue colmada. Pero da a conocer estas palabras a todos tus hijos, y tu esposa será como tu hermana; porque ella tampoco se ha refrenado en el uso de la lengua, con la cual obra mal. Después que tú les hayas dado a conocer todas estas palabras, que el Señor me mandó que te revelara, entonces todos los pecados que ellos han cometido con anterioridad les serán perdonados; sí, y también a todos los santos que han pecado hasta el día de hoy, si se arrepienten de todo corazón, y quitan la doblez de ánimo de su corazón. Porque el Señor juró por su propia gloria, con respecto a sus elegidos: que si, ahora que se ha puesto este día como límite, se comete pecado, después no habrá para ellos salvación; porque el arrepentimiento para los justos tiene un fin; los días del arrepentimiento se han cumplido para todos los santos; en tanto que para los gentiles hay arrepentimiento hasta el último día. Por consiguiente, tú dirás a los gobernantes de la Iglesia, que enderecen sus caminos en justicia, para que puedan recibir en pleno las promesas con gloria abundante. Los que obráis justicia, pues, estad firmes, y no seáis de doble ánimo, para que podáis ser admitidos con los santos ángeles. Bienaventurados seáis, pues, cuantos sufráis con paciencia la gran tribulación que viene, y cuantos noiiiieguen su vida. Porque el Señor juró con respecto. a, su Hijo, que todos los que nieguen a su Señor serán rechazados de su vida, incluso los que ahora están a punto de negarle en los días venideros; pero a los que le negaron antes de ahora, a ellos les fue concedida misericordia por causa de su gran bondad.


    [7] III. »Pero, Hermas, no guardes ya rencor contra tus hijos, ni permitas que tu hermana haga lo que quiera, para que puedan ser purificados de sus pecados anteriores. Porque ellos serán castigados con castigo justo, a menos que les guardes rencor tú mismo. El guardar un rencor es causa de muerte. Pero tú, Hermas, has pasado por grandes tribulaciones tú mismo, por causa de las transgresiones de tu familia, debido a que no te cuidaste de ellos. Porque tú les descuidaste, y te mezclaste a ellos con tus propias actividades malas. Pero en esto consiste tu salvación: en que no te apanes del Dios vivo, y en tu sencillez y tu gran continencia. Estas te han salvado si permaneces en ellas; y salvan a todos los que hacen tales cosas, y andan en inocencia y simplicidad. Estas prevalecen sobre toda maldad y persisten hasta la vida eterna. Bienaventurados todos los que obran justicia. Nunca serán destruidos. Pero tú dirás a Máximo: "He aquí viene tribulación (sobre ti) si tú crees apropiado negarme por segunda vez. El Señor está cerca de todos los que se vuelven a Él, como está escrito en Eldad y Modat, que profetizaron al pueblo en el desierto"»


    [8] IV. Luego, hermanos, un joven de extraordinaria hermosura en su forma me hizo una revelación en mi sueño, y me dijo: «¿Quién crees que es la señora anciana, de la cual recibiste el libro?» Y yo dije: «La Sibila». «Te equivocas», me dijo, «no lo es». «¿Quién es, pues?», le dije. «La Iglesiá», dijo él. Yo le dije: «¿Por qué, pues, es de avanzada edad?» «Porque», me contestó, «ella fue creada antes que todas las cosas; ésta es la causa de su edad; y por amor a ella fue formado el mundo.» Y después vi una visión en mi casa. Vino la anciana y me preguntó si ya había dado el libro a los ancianos. Yo le dije que no se lo había dado. «Has hecho bien», me contestó, «porque tengo algunas palabras que añadir. Cuando habré terminado todas las palabras, será dado a conocer, mediante ti, a todos los elegidos. Por tanto, tú escribirás dos libritos, y enviarás uno a Clemente, y uno a Grapte. Y Clemente lo enviará a las ciudades extranjeras, porque éste es su deber; en tanto que Grapte lo enseñará a las viudas y huérfanos. Pero tú leerás (el libro) a esta ciudad junto con los ancianos que presiden sobre la Iglesia.»


    Visión Tercera


    [9] I. La tercera visión que vi, hermanos, fue como sigue: Después de ayunar con frecuencia, y rogar al Señor que me declarara la revelación que El había prometido mostrarme por boca de la señora anciana, aquella misma noche vi a la señora anciana, y ella me dijo: «Siendo así que eres tan insistente y estás ansioso de conocer todas las cosas, ven al campo donde resides, y hacia la hora quinta apareceré ante ti, y te mostraré lo que debes ver.» Yo le pregunté, diciendo: «Señora, ¿a qué parte del campo?» «Adonde quieras», me dijo. Yo seleccioné un lugar retirado y hermoso; pero, antes de hablarle y mencionarle el lugar, ella me dijo: «Iré allí donde tú quieras.» Fui, pues, hermanos, al campo, y conté las horas, y llegué al lugar que yo había designado para que ella viniera, y vi un sofá de marfil colocado allí, y sobre el sofá había un cojín de lino, y sobre el cojín una cobertura de lino fino.


    Cuando vi estas cosas tan ordenadas, y que no habla nadie allí, me asombré, y me puse a temblar, y se me erizó el pelo; y un acceso de temor cayó sobre mí, porque estaba solo. Cuando me recobré, y recordé la gloria de Dios, y me animé, me arrodillé y confesé mis pecados al Señor una vez más, como había hecho en la ocasión anterior.


    Entonces vinieron seis jóvenes, los mismos que había visto antes, y se quedaron de pie junto a mí, y me escucharon atentamente mientras oraba y confesaba mis pecados al Señor. Y ella me tocó y me dijo: «Hermas, termina ya de rogar constantemente por tus pecados; ruega también pidiendo justicia, para que puedas dar parte de ella a tu familia.» Entonces me levantó con la mano y me llevó al sofá, y dijo a los jóvenes: «Id, y edifica». Y después que los jóvenes se hubieron retirado y nos quedamos solos, ella me dijo: «Siéntate aquí.» Y yo le dije: «Señora, que se sienten los ancianos primero.» «Haz lo que te mando», dijo ella, «siéntate». Entonces, cuando yo quería sentarme en el lado derecho, ella no me lo permitió, sino que me hizo una seña con la mano de que me sentara en el lado izquierdo. Como yo estaba entonces pensando en ello y estaba triste, porque ella no me habla permitido sentarme en el lado derecho, me dijo ella: «¿Estás triste, Hermas? El lugar de la derecha es para otros, los que han agradado ya a Dios y han sufrido por su Nombre. Pero a ti te falta mucho para poder sentarte con ellos; pero así como permaneces en tu sencillez, continúa en ella, y te sentarás con ellos, tú y todos aquellos que han hecho sus obras y han sufrido lo que ellos sufrieron. »


    [10] II. «¿Qué es lo que sufrieron?», pregunté yo. «Escucha», dijo ella: «Azotes, cárceles, grandes tribulaciones, cruces, fieras, por amor al Nombre. Por tanto, a ellos pertenece el lado derecho de la Santidad -a ellos, y a los que sufrirán por el Nombre-. Pero para el resto hay el lado izquierdo. No obstante, para unos y otros, para los que se sientan a la derecha como para los que se sientan a la izquierda, hay los mismos dones, y las mismas promesas, sólo que ellos se sientan a la derecha y tienen cierta gloria. Tú, verdaderamente, deseas sentarte a la derecha con ellos, pero tienes muchos defectos; con todo, serás purificado de estos defectos tuyos; sí, y todos los que no son de ánimo indeciso, serán purificados de todos sus pecados en este día.»


    Cuando hubo dicho esto, ella deseaba partir; pero, cayendo a sus pies, yo le rogué por el Señor que me mostrara la visión que me había prometido. Entonces ella me tomó de nuevo por la mano, y me levantó, y me hizo sentar en el sofá en el lado izquierdo, en tanto que ella se sentaba en el derecho. Y levantando una especie de vara reluciente, me dijo: «¿Ves algo muy grande?» Y yo le dije: «Señora, no veo nada.» Ella me dijo: «Mira, ¿no ves enfrente de ti una gran torre que es edificada sobre las aguas, de piedras cuadradas relucientes?» Y la torre era edificada cuadrada por los seis jóvenes que habían venido con ella. Y muchísimos otros traían piedras, y algunos de ellos de lo profundo del mar y otros de la tierra, y las iban entregando a los seis jóvenes. Y éstos las tomaban y edificaban. Las piedras que eran arrastradas del abismo las colocaban, en cada caso, tal como eran, en el edificio, porque ya se les había dado forma; y encajaban en sus junturas con las otras piedras; y se adherían tan juntas la una a la otra que no se podía ver la juntura; y el edificio de la torre daba la impresión como si fuera edificado de una sola piedra. Pero, en cuanto a las otras piedras que eran traídas de tierra firme, algunas las echaban a un lado, otras las ponían en el edificio, y otras las hacían pedazos y las lanzaban lejos de la torre. Había también muchas piedras echadas alrededor de la torre, y no las usaban para el edificio; porque algunas tenían moho, otras estaban resquebrajadas, otras eran demasiado pequeñas, y otras eran blancas y redondas y no encajaban en el edificio. Y vi otras piedras echadas a distancia de la torre, y caían en el camino y, con todo, no se quedaban en el camino, sino que iban a parar a un lugar donde no había camino; y otras caían en el fuego y ardían allí; y otras caían cerca de las aguas y, pese a todo, no podían rodar dentro del agua, aunque deseaban rodar y llegar al agua.


    [11] III. Cuando ella me hubo mostrado estas cosas, quería irse con prisa. Yo le dije: «Señora, ¿qué ventaja tengo en haber visto estas cosas, si no sé lo que significan?» Ella me contestó y me dijo: «Tú eres muy curioso, al desear conocer todo lo que se refiere a la torre.» «Sí, señora», le dije, «para que pueda anunciarlo a mis hermanos, y que ellos [puedan gozarse más y] cuando oigan [estas cosas] puedan conocer al Señor en gran gloria.» Entonces me dijo: «Muchos (las) oirán; pero cuando oigan, algunos estarán contentos y otros llorarán. Sin embargo, incluso estos últimos, si oyen y se arrepienten, también estarán contentos. Oye, pues, las parábolas de la torre; porque te revelaré todas estas cosas. Y no me molestes más sobre la revelación; porque estas revelaciones tienen un término, siendo así que ya han sido completadas. No obstante, no cesarás de pedirme revelaciones; porque eres muy atrevido.


    »La torre, que ves que se está edificando, soy yo misma, la Iglesia, a quien viste antes y ves ahora. Pregunta, pues, lo que quieras respecto a la torre, y te lo revelaré, para que puedas gozarte con los santos.» Yo le digo: «Señora, como me consideraste digno, una vez por todas, de revelarme todas estas cosas, revélamelas.» Entonces ella me dijo: «Todo lo que se te pueda revelar, se te revelará. Sólo que tu corazón esté con Dios, y no haya dudas en tu mente sobre las cosas que veas.» Le pregunté: «¿Por qué es edificada la torre sobre las aguas, señora?» «Ya te lo dije antes», dijo ella, «y verdaderamente tú inquieres diligentemente. Así que por tus preguntas descubrirás la verdad. Oye, pues, por qué la torre es edificada sobre las aguas: es porque vuestra vida es salvada y será salvada por el agua. Pero la torre ha sido fundada por la palabra del Todopoderoso y el Nombre glorioso, y es fortalecida por el poder invisible del Señor.»


    [12] IV. Yo le contesté y le dije: «Señora, esto es grande y maravilloso. Pero los seis jóvenes que edifican, ¿quiénes son, señora?»


    «Estos son los santos ángeles de Dios, que fueron creados antes que cosa alguna; a ellos el Señor entregó toda su creación para que la aumentaran y edificaran, y para ser señores de toda la creación. Por sus manos, pues, es realizada la edificación de la torre.». «Y ¿quiénes son los otros que acarrean las piedras?» «Son también ángeles de Dios; pero estos seis son superiores a ellos. El edificio de la torre, pues, será terminado, y todos juntos se regocijarán en el corazón (cuando estén) alrededor de la torre, y glorificarán a Dios que la edificación de la torre haya sido realizada.» Yo inquirí de ella, diciendo: «Señora, me gustaría saber con respecto al fin de las piedras y su poder, de qué clase son.» Ella me contestó y dijo: «No es que tú entre todos los hombres seas especialmente digno de que te sea revelado; porque hay otros antes que tú, y mejores que tú, a los cuales deberían haber sido reveladas estas visiones. Pero para que sea glorificado el nombre de Dios, se te ha revelado y se te revelará, por causa de los de ánimo indeciso, que preguntan en sus corazones si estas cosas son así o no. Diles, pues, que estas cosas son verdaderas, y que no hay nada apane de la verdad, sino que todas son firmes, y válidas, y establecidas sobre un fundamento seguro.
    La Iglesia es el poder supremo en lo espiritual, como el Estado lo es en el temporal.

    Antonio Aparisi

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    Re: Documentos antiguos de los Padres de la Iglesia, y algo más.

    [13] V. »Oye ahora respecto a las piedras que entran en el edificio. Las piedras que son cuadradas y blancas, y que encajan en sus junturas, éstas son los apóstoles y obispos y maestros y diáconos que andan según la santidad de Dios, y ejercen su oficio de obispo, de maestro y diácono en pureza y santidad para los elegidos de Dios, algunos de los cuales ya duermen y otros están vivos todavía. Y, debido a que siempre están de acuerdo entre sí, tuvieron paz entre sí y se escucharon el uno al otro. Por tanto, sus junturas encajan en el edificio de la torre.» «Pero hay las que son sacadas de la profundidad del mar, y colocadas en el edificio y que encajan en sus junturas con las otras piedras que ya estaban colocadas; éstos, ¿quiénes son?» «Estos son los que han sufrido por el nombre del Señor.» «Pero las otras piedras que son traídas de tierra seca, me gustaría saber quiénes son éstos, señora.» Ella contestó: «Los que entran en el edificio, y todavía no están labrados, a éstos el Señor ha aprobado porque anduvieron en la rectitud del Señor y ejecutaron rectamente sus mandamientos.» «Pero los que van siendo traídos y colocados en el edificio, ¿quiénes son?» «Son jóvenes en la fe, y fieles; pero fueron advertidos por los ángeles que obren bien, porque en ellos fue hallada maldad.» «Pero los que fueron desechados y puestos a un lado, ¿quiénes son?» «Estos han pecado, y desean arrepentirse, por tanto no son lanzados a gran distancia de la torre, porque serán útiles para la edificación si se arrepienten. Los que se arrepienten, pues, silo hacen, serán fuertes en la fe si se arrepienten ahora en tanto que se construye la torre. Este privilegio lo tienen solamente los que se hallan cerca de la torre.


    [14] VI. »Pero, ¿quisieras saber acerca de los que son hechos pedazos y lanzados fuera de la torre? Estos son los hijos del libertinaje. Estos recibieron la fe hipócritamente, y no hubo maldad que no se hallara en ellos. Por tanto, no tienen salvación, porque no son útiles para edificar, por razón de su maldad. Por tanto son desmenuzados y tirados por causa de la ira del Señor, porque le provocaron a ira. En cuanto al resto de las piedras que tú has visto echadas en gran número y que no entran en el edificio, de ellas, las que son mohosas son las que conocieron la verdad, pero no permanecieron en ella ni se mantuvieron adheridos a los santos. Por lo tanto, son inservibles.»


    «Pero las que están resquebrajadas, ¿quiénes son?» «Estos son los que tienen discordia en su corazón el uno respecto al otro, y no hay paz entre ellos; tienen una apariencia de paz, pero cuando se separan el uno del otro, los malos pensamientos permanecen en sus corazones. Éstas son las rajas que tienen las piedras. Pero las que están cortadas y son más pequeñas, éstos han creído, y tienen su mayor parte en justicia, pero hay en ellos partes de iniquidad; por tanto, son demasiado pequeñas, y no son perfectas.»


    «Pero, ¿quiénes son, señora, las piedras blancas y redondas que no encajaron en el edificio?» Ella me contestó: «¿Hasta cuándo vas a seguir siendo necio y obtuso, y lo preguntarás todo, y no entenderás nada? Éstos son los que tienen fe, pero también tienen las riquezas de este mundo. Cuando viene la tribulación, niegan a su Señor por razón de sus riquezas y sus negocios.» Y yo contesté y le dije: «¿Cuándo serán, pues, útiles en el edificio?» Ella me contestó: «Cuando les sean quitadas las riquezas que hacen descarriar sus almas, entonces serán útiles a Dios. Porque tal como la piedra redonda, a menos que sea cortada y pierda alguna parte de sí misma, no puede ser cuadrada, del mismo modo los que son ricos en este mundo, a menos que sus riquezas les sean quitadas, no pueden ser útiles al Señor. Aprende primero de ti mismo. Cuando tenías riquezas no eras útil; pero ahora eres útil y provechoso para vida. Sé útil a Dios, porque tú mismo también eres sacado de las mismas piedras.


    [15] VII. »Pero las otras piedras que viste echadas lejos de la torre y que caen en el camino y van a parar fuera del camino a las regiones en que no hay camino, éstos son los que han creído, pero por razón de su corazón indeciso han abandonado el verdadero camino. De esta manera, ellos, pensando que pueden hallar un camino mejor, se extravían y son gravemente afligidos, cuando andan por las regiones en que no hay camino. Pero los que caen en el fuego y son quemados, éstos son los que finalmente se rebelaron contra el Dios vivo, y ya no entró más en sus corazones el arrepentirse, por causa de sus deseos atrevidos y de las maldades que han obrado. Pero los otros, que caen cerca de las aguas y, con todo, no pueden rodar al agua, ¿quieres saber cuáles son? Estos son los que han oído la palabra y quisieran ser bautizados en el nombre del Señor. Luego, cuando recapacitan sobre la pureza requerida por la verdad, cambian de opinión y vuelven a sus malos deseos.» Así terminó ella la explicación de la torre. Siendo yo importuno todavía, le pregunté aún si para todas aquellas piedras que fueron rechazadas y no encajaban en el edificio de la torre había arrepentimiento y un lugar en esta torre. «Pueden arrepentirse», me dijo, «pero no pueden encajar en esta torre. Serán encajados en otro lugar mucho más humilde, pero no hasta que hayan sufrido tormentos por esta razón y hayan cumplido los días de sus pecados. Y serán sacados por esta razón, porque participaron en la Palabra justa; y entonces serán aliviados de sus tormentos si se arrepienten de los actos malos que han cometido; pero si éstos no les llegan al corazón, no son salvos a causa de la dureza de sus corazones.»


    [16] VIII. Cuando cesé de preguntarle sobre todas estas cosas, pues, ella me dijo: «¿Quisieras ver otra cosa?» Teniendo deseos de contemplarla, me gocé en gran manera de poder verla. Ella me miró, y sonrió, y me dijo: «¿Ves a siete mujeres alrededor de la torre?» «Las veo, señora», le dije. «Esta torre es sostenida por ellas, según orden del Señor. Oye ahora sus ocupaciones. La primera, la mujer de las manos fuertes, se llama Fe, por medio de la cual son salvados los elegidos de Dios. Y la segunda, la que está ceñida y tiene el aspecto enérgico de un hombre, se llama Continencia; es la hija de la Fe. Todo el que la sigue, pues, será feliz en su vida, porque se abstendrá de todo acto malo, creyendo que, si se abstiene de todo mal deseo, heredará la vida eterna.» «Y las otras, señora, ¿quiénes son?» «Son hijas la una de la otra. El nombre de la primera es Sencillez; el de la siguiente, Conocimiento; la próxima es Inocencia; la otra, Reverencia; la siguiente, Amor. Cuando tú, pues, hagas todas las obras de su madre, podrás vivir.» «Me gustaría saber, señora», le dije, «qué poder tiene cada una de ellas.» «Escucha, pues», dijo ella, «los poderes que tienen. Sus poderes son dominados cada una por la otra, y se siguen una a otra en el orden en que nacieron. De Fe nace Continencia; de Continencia, Simplicidad; de Simplicidad, Inocencia; de Inocencia, Reverencia; de Reverencia, Conocimiento; de Conocimiento, Amor. Sus obras, pues, son puras y reverentes y divinas. Todo aquel que sirva a estas mujeres, y tenga poder para dominar sus obras, tendrá su morada en la torre con los santos de Dios.» Entonces le pregunté, con respecto a las sazones, si la consumación es ya ahora. Pero ella gritó en alta voz: «Necio, ¿no ves que la torre va siendo construida? Cuando la torre haya sido edificada, habrá llegado el fin; pero será edificada rápidamente. No me hagas más preguntas: este recordatorio es suficiente para ti y para los santos, y es la renovación de vuestros espíritus. Pero no te fue revelado sólo a ti, sino para que puedas mostrar estas cosas a todos. Después de tres días -porque tú has de entender primero, y te encargo, Hermas, con las palabras que voy a decirte- (a ti te encargo) di todas estas cosas a los oídos de los santos, para que las oigan y las hagan y puedan ser purificados de sus maldades, y tú mismo con ellos.


    [17] IX. »Oídme, hijos míos. Os crié en mucha simplicidad e inocencia y reverencia, por medio de la misericordia del Señor, que instiló justicia en vosotros, para que pudierais ser justificados y santificados de toda maldad y perversidad. Ahora pues, oídme y haya paz entre vosotros, y tened consideración el uno al otro, y ayudaos el uno al otro, y no participéis de lo creado por Dios a solas en la abundancia, sino también compartid con los que están en necesidad. Porque algunos, a causa de sus excesos en la comida, acarrean debilidad a la carne, y dañan su carne, mientras que la carne de los que no tienen nada que comer es dañada por no tener suficiente nutrición, y su cuerpo es echado a perder. Este exclusivismo, pues, es perjudicial para vosotros los que tenéis y no compartís con los que tienen necesidad. Advenid el juicio que viene. Así pues, los que tenéis más que suficiente, buscad a los hambrientos, en tanto que la torre no está terminada; porque una vez que la torre haya sido terminada, desearéis hacer bien y no hallaréis oportunidad de hacerlo. Mirad, pues, los que os alegráis en vuestra riqueza, que los que están en necesidad no giman, y su gemido se eleve al Señor, y vosotros con vuestra [abundancia de] cosas buenas halléis cerrada la puerta de la torre. Ahora, pues, os digo a vosotros los que gobernáis la Iglesia y que ocupáis sus asientos principales, no seáis como los charlatanes. Los charlatanes, verdaderamente, llevan sus drogas en cajas, pero vosotros lleváis vuestra droga y vuestro veneno en el corazón. Estáis endurecidos, y no queréis limpiar vuestros corazones, y mezclar vuestra sabiduría en un corazón limpio, para que podáis conseguir misericordia del Gran Rey. Mirad, pues, hijos, que estas divisiones no os priven de vuestra vida. ¿Cómo es posible que queráis instruir a los elegidos del Señor, en tanto que vosotros no tenéis instrucción? Instruíos unos a otros, pues, y tened paz entre vosotros, que yo también pueda estar contento delante del Padre, y dar cuenta de todos vosotros a vuestro Señor.»


    [18] X. Así pues, cuando ella hubo cesado de hablarme, los seis jóvenes que edificaban vinieron y se la llevaron a la torre, y otros cuatro levantaron el sofá y se lo llevaron también a la torre. No les vila cara a éstos, porque la tenían vuelta al otro lado. Y cuando ella se iba, yo le pedí que me revelara qué significaban las tres formas en que ella se me había aparecido. Ella me contestó y dijo: «Con respecto a estas cosas has de preguntar a otro, para que puedan serte reveladas.» Pues yo la vi, hermanos, en mi primera visión del año pasado, como una mujer muy anciana y sentada en una silla. En la segunda visión su rostro era juvenil, pero su carne y su cabello eran añosos, y me hablaba estando de pie; y ella estaba más contenta que antes. Pero en la tercera visión era del todo joven y de extraordinaria hermosura, y sólo su cabello se veía de edad; y estaba contenta en gran manera y sentada sobre un sofá. Y yo estaba muy deseoso de saber la revelación de estas cosas. Y veo a la anciana en una visión de la noche, diciéndome: «Toda pregunta requiere humildad. Ayuna, pues, y recibirás del Señor lo que has pedido.» Así que ayuné un día; y aquella noche se me apareció un joven y me dijo: «Siendo así que insistes pidiendo revelaciones, vigila que con tu mucho preguntar no dañes tu carne. Bástente estas revelaciones. ¿No puedes ver otras revelaciones más poderosas que las que has visto?» Y yo le dije en respuesta: «Señor, sólo pregunto una cosa, con respecto a las tres formas de la anciana: que me sea concedida una revelación completa.» El me dijo como respuesta: «¿Hasta cuándo serás sin entendimiento? Es tu ánimo indeciso que hace que no tengas entendimiento, y que tu corazón no esté puesto hacia el Señor.» Yo le contesté y le dije de nuevo: «De ti, Señor, sabré las cosas con más precisión.»


    [19] XI. «Escucha», me dijo, «con referencia a las tres formas sobre las cuales preguntas. En la primera visión, ¿por qué no se te apareció como una anciana y sentada en una silla? Porque tu espíritu era añoso, y ya decaído, y no tenía poder por razón de tus debilidades y actos de indecisión. Porque como un anciano, no teniendo ya esperanza de renovar su juventud, no espera nada sino caer dormido, así vosotros también, siendo debilitados con las cosas de este mundo, os entregáis a lamentaciones, y no echáis vuestros cuidados sobre el Señor, sino que vuestro espíritu está quebrantado, y sois achacosos con vuestras aflicciones.» «¿Por qué, pues, estaba sentada en una silla, quisiera saber, Señor?» «Porque toda persona débil se sienta en una silla por causa de su debilidad, para que sea sostenida la debilidad de su cuerpo. Así que tú tienes el simbolismo de la primera visión.


    [20] XII. »Pero en la segunda visión la viste de pie, y con el rostro más juvenil y más alegre que antes; pero su carne y su cabello eran añosos. Escucha esta parábola también», me dijo. «Imagfnate a un anciano que ha perdido toda esperanza de sí mismo, por razón de su debilidad y su pobreza, y no espera nada más que su último día en la vida. De repente le dejan una herencia. Oye las noticias, se levanta y, lleno de gozo, se viste con energia, y ya no está echado, sino de pie, y su espíritu, que estaba quebrantado hace un momento por razón de sus circunstancias anteriores, es renovado otra vez, y ya no está sentado, sino que se siente animoso; así también era contigo, cuando oíste la revelación que el Señor te reveló. Porque Él tuvo compasión de ti, y renovó tus ánimos, y puso a un lado tus dolencias, y te vino fuerza, y fuiste hecho poderoso en la fe, yel Señor se regocijó en verte fortalecido. Y, por tanto, El te mostró la edificación de la torre; si, y también otras cosas te mostrará si de todo corazón tenéis paz entre vosotros.


    [21] XIII. »Pero en la tercera visión la viste más joven y hermosa y alegre, y su forma hermosa. Porque tal como uno que está lamentándose, al recibir buenas noticias, inmediatamente olvida sus penas anteriores y no admite nada sino las noticias que ha oído, y es fortalecido por ellas en lo que es bueno, y su espíritu es renovado por razón del gozo que ha recibido, del mismo modo también vosotros habéis recibido una renovación de vuestros espíritus al ver estas cosas buenas. Y si la viste sentada en un sofá, la posición es firme; porque el sofá tiene cuatro patas y se mantiene firme; porque el mundo también es sostenido por medio de cuatro elementos. Así pues, los que se han arrepentido plenamente serán jóvenes de nuevo, y afianzados firmemente, siendo así que se han arrepentido de todo su corazón. Ahí tienes la revelación entera y completa. No pidas más revelaciones; pero si aún te falta algo, te será revelado.»


    Visión Cuarta


    [22] I. La cuarta visión la vi, hermanos, veinte días después de la anterior que había tenido, y era un tipo de la tribulación inminente. Yo andaba por la Vía de la Campania, hacia el campo. Desde la carretera (al lugar adonde iba) hay unos diez estadios; el terreno es fácil de andar. Iba solo, y rogaba al Señor que completara las revelaciones y las visiones que me había mostrado por medio de su santa Iglesia, para que Él me fortaleciera a mí mismo y diera arrepentimiento a sus siervos que han tropezado, para que su Nombre grande y glorioso pueda ser glorificado, pues me había considerado digno de mostrarme sus maravillas. Y mientras le daba gloria y acción de gracias, me contestó como si fuera el sonido de una voz: «No dudes en tu mente, Hermas.» Empecé a preguntarme y decirme: «¿Cómo puedo dudar en mi mente siendo así que he sido tan firmemente afianzado por el Señor y he visto cosas gloriosas?» Y seguí un poco adelante, hermanos, y he aquí, vi una nube de polvo que se levantaba hacia el cielo, y empecé a decirme: «¿Es posible que sea ganado que se acerca, y levanten una nube de polvo?», porque estaba.a un estadio de distancia. Cuando la nube de polvo se fue haciendo cada vez mayor, sospeché que se trataba de algo sobrenatural. Entonces el sol brilló un poco, y he aquí, vi una gran bestia como un monstruo marino, y de su boca salían langostas de fuego. Y la bestia tenía unos cien pies de longitud, y su cabeza era como si fuera de arcilla. Y empecé a llorar y a rogar al Señor que me rescatara de ella. Y recordé la palabra que había oído: «No tengas dudas en tu mente, Hermas.» Así que, hermanos, habiéndome revestido de la fe del Señor y recordado las obras poderosas que Él me había enseñado, cobré ánimos y me dirigí hacia la bestia. Ahora bien, la bestia se acercaba con tal furia que podría haber dejado en ruinas una ciudad. Llegué cerca de ella, y aunque el monstruo era enorme, se tendió en el suelo, y meramente sacó la lengua y no se movió en lo más mínimo hasta que yo hube pasado por su lado. Y la bestia tenía en su cabeza cuatro colores: negro, luego color de fuego y sangre, luego oro, luego blanco.


    [23] II. Así pues, una vez hube pasado la bestia y avanzado unos treinta pasos, he aquí, vino hacia mí una virgen ataviada como si saliera de la cámara nupcial, toda blanca y con sandalias blancas, velada hasta la frente, y la cobertura de su cabeza era un turbante, y su cabello era blanco. Sabía por visiones anteriores que era la Iglesia, y me alegré algo. Ella me saludó y me dijo: «Buenos días, buen hombre»; yo la saludé a mi vez: «Buenos días, señora.» Ella me contestó y me dijo: «¿No has encontrado nada?» Yo le dije: «Señora, una bestia enorme, que podría haber destruido pueblos enteros; pero, por el poder del Señor y por su gran misericordia, escapé de ella.» «Tú escapaste de ella, cieno», dijo ella, «porque pusiste en Dios todos tus cuidados, y abriste tu corazón al Señor, creyendo que puedes ser salvado sólo por medio de su Nombre grande y glorioso. Por tanto, el Señor envió a su ángel, que está sobre las bestias, cuyo nombre es Segri, y le cerró la boca para que no pudiera causarte daño. Tú has escapado de una gran tribulación por causa de tu fe, y porque, aunque viste una bestia tan inmensa, no dudaste en tu mente. Ve, pues, y declara a los elegidos del Señor sus obras poderosas, y diles que esta bestia es un tipo de la gran tribulación que ha de venir. Por tanto, si os preparáis de antemano, y os arrepentís (y os volvéis) al Señor de todo corazón, podréis escapar de ella si vuestro corazón es hecho puro y sin mácula y si durante el resto de los días de vuestra vida servís al Señor de modo intachable. Echa tus cuidados sobre el Señor y Él se hará cargo de ellos. Confiad en el Señor, hombres de poco ánimo, porque El puede hacer todas las cosas, sí, puede apanar su ira de vosotros, y también enviar sus plagas sobre vosotros los que sois de ánimo indeciso. Ay de aquellos que oyen estas palabras y son desobedientes; sería mejor para ellos que no hubieran nacido.»


    [24] III. Le pregunté con respecto a los cuatro colores que la bestia tenía sobre la cabeza. Entonces ella me contestó y me dijo: «Otra vez eres curioso sobre estas cosas.» «Sí, señora», le dije, «hazme saber qué son estas cosas.» «Escucha», me dijo; «el negro es este mundo en el cual vivís; y el fuego y el color del fuego y la sangre muestran que este mundo perecerá a sangre y fuego; y el dorado son los que han escapado de este mundo. Porque así como el oro es probado por el fuego y es hecho útil, así también vosotros [que habitáis en él] sois probados. Los que permanecen y pasan por el fuego serán purificados por él. Porque como el oro pierde su escoria, así vosotros también vais a desprenderos de toda aflicción y tribulación, y seréis purificados, y seréis útiles para la edificación de la torre. Pero la parte blanca es la edad venidera, en la cual residirán los elegidos de Dios; porque los elegidos de Dios serán sin mancha y puros para la vida eterna. Por lo tanto, no ceses de hablar a los oídos de los santos. Ahora tenéis el simbolismo también de la tribulación que se avecina potente. Pero si estáis dispuestos, no será nada. Recordad las cosas que han sido escritas de antemano.» Con estas palabras partió, y no vi en qué dirección había partido; porque se hizo un ruido; y me volví atemorizado, pensando que la bestia venía hacia mí.


    Visión Quinta


    [25] Mientras oraba en la casa y estaba sentado en el sofá, entró un hombre de rostro glorioso, vestido como un pastor, envuelto en una piel blanca, y con su zurrón al hombro y un cayado en la mano. Y me saludó, y yo le devolví el saludo. E inmediatamente se sentó a mi lado y me dijo: «Me ha enviado el ángel más santo, para que viva contigo el resto de los días de tu vida.» Yo pensé que había venido a tentarme y le dije: «¿Por qué?, ¿quién eres? Porque sé», le dije, «a quién he sido confiado.» Él me dijo: «¿No me reconoces?» «No», le contesté. «Yo», me dijo, «soy el pastor a quien has sido confiado.» En tanto que me estaba hablando, su forma cambió, y le reconocí como el mismo a quien había sido confiado; e inmediatamente quedé confundido, y el temor se apoderó de mí, y quedé anonadado por la aflicción de haberle contestado de modo tan malvado e insensato. Pero él me contestó y dijo: «No te quedes azorado, sino sé confirmado en los mandamientos que estoy a punto de darte. Porque yo he sido enviado», dijo, «para mostrarte de nuevo las cosas que viste antes, en especial las que sean convenientes para ti. Ante todo, escribe mis mandamientos y mis parábolas; y las otras cosas las escribirás según te mostraré. Y me dijo: La razón por la que te mando que escribas primero los mandamientos y las parábolas es que puedas leerlas sobre la marcha, y así puedas guardarlas.» Así que escribí los mandamientos y las parábolas, tal como me mandó. Por tanto, si, cuando las oís, las guardáis y andáis en ellas, y las hacéis con el corazón puro, recibiréis del Señor todas las cosas que Él ha prometido; pero si, cuando las oís, no os arrepentís, sino que añadís todavía a vuestros pecados, recibiréis del Señor lo opuesto. Todas estas cosas me mandó que escribiera el pastor, el ángel del arrepentimiento.


    Primer Mandato


    [26] «Ante todo, cree que Dios es uno, y que Él creó todas las cosas y las puso en orden, y trajo todas las cosas de la no existencia al ser, que comprende,todas las cosas siendo Él solo incomprensible. Cree en Él, pues, y témele, y en este temor ejerce dominio sobre ti mismo. Guarda estas cosas, y te verás libre de toda maldad, y serás revestido de toda excelencia y justicia, y vivirás para Dios si guardas este mandamiento.»


    Segundo Mandato


    [27] Y me dijo: «Mantén la simplicidad y la inocencia, y serás como un niño pequeño, que no conoce la maldad que destruye la vida de los hombres. Ante todo, no digas mal de ningún hombre, ni tengas placer en escuchar a un calumniador. De otro modo, tú que escuchas serás también responsable del pecado de aquel que habla mal, si crees la calumnia que oyes; porque, al creerla, tú también tendrás algo que decir contra tu hermano. Así que serás responsable del pecado del que dice el mal. La calumnia es mala; es un demonio inquieto, que nunca está en paz, sino que siempre se halla entre divisiones. Abstente, pues, de ella, y tendrás paz en todo tiempo con todos los hombres. Pero revístete de reverencia, en la cual no hay tropiezo, sino que todas las cosas son suaves y alegres. Haz lo que es bueno, y de todas tus labores, que Dios te da, da a todos los que están en necesidad generosamente, sin hacer preguntas sobre a quién has de dar y a quién no has de dar. Da a todos, porque Dios desea que todos reciban de su abundancia. Los que reciben, pues, tendrán que dar cuenta a Dios de por qué lo han recibido y a qué fin; porque los que reciben en necesidad no serán juzgados, pero los que reciben con pretextos simulados recibirán el castigo. Así pues, el que da es inocente; porque como recibe del Señor el servicio a ejecutar, lo ha ejecutado en sinceridad, sin hacer distinción entre a quién da y a quién no da. Esta ministración, pues, cuando es ejecutada sinceramente, pasa a ser gloriosa a la vista de Dios. El que ministra así sinceramente, pues, vivirá para Dios. Por tanto, guarda este mandamiento que te he dado: que tu propio arrepentimiento y el de tu casa puedan ser hallados sinceros, y [tu] corazón puro y sin mancha.»
    La Iglesia es el poder supremo en lo espiritual, como el Estado lo es en el temporal.

    Antonio Aparisi

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    Re: Documentos antiguos de los Padres de la Iglesia, y algo más.

    Tercer Mandato


    [28] De nuevo dijo: «Ama la verdad, y que no salga de tu boca otra cosa que la verdad, que el espíritu que Dios hizo residir en esta tu carne pueda ser hallado veraz a la vista de todos los hombres; y así el Señor, que reside en ti, será glorificado; porque el Señor es fiel en toda palabra, y en Él no hay falsedad. Por tanto, los que dicen mentiras niegan al Señor, y pasan a ser ladrones del Señor, porque no le entregan a Él el depósito que han recibido. Porque ellos recibieron de Él un espíritu libre de mentiras. Si devuelven un espíritu mentiroso, han faltado al mandamiento del Señor y han pasado a ser ladrones.» Cuando oí estas cosas, lloré amargamente. Pero, viéndome llorar, dijo: «¿Por qué lloras?» «Señor», le contesté, «porque no sé si puedo ser salvo.» «¿Por qué?», me dijo. «Señor», contesté, «porque nunca en mi vida he dicho una palabra de verdad, sino que siempre he vivido engañosamente con todos los hombres y he cubierto mi falsedad como verdad delante de todos los hombres; y nadie me ha contradicho nunca, sino que se ha puesto confianza en mi palabra. Señor, ¿cómo, pues, puedo vivir siendo así que he hecho estas cosas?» Él me contestó: «Tu suposición es cierta y verdadera, porque te corresponde como siervo de Dios andar en la verdad, y el Espíritu de verdad no puede tener complicidad con el mal, ni afligir al Espíritu que es santo y verdadero.» Y le dije: «Nunca, Señor, oí claramente palabras semejantes.» Y me contestó: «Ahora, pues, las oyes. Guárdalas, para que las falsedades anteriores que dijiste en tus asuntos y negocios puedan por sí mismas pasar a ser creíbles, ahora que éstas son halladas verdaderas; porque también pueden pasar aquéllas a ser dignas de confianza. Si guardas estas cosas y, en adelante, no dices otra cosa que la verdad, podrás alcanzar la vida para ti mismo. Y todo el que oiga este mandamiento y se abstenga de falsedad —este hábito tan pernicioso— vivirá para Dios.»


    Cuarto Mandato


    [29] I. «Te encargo», me dijo, «que guardes la pureza, y no permitas que entre en tu corazón ningún pensamiento con referencia a la mujer de otro, o referente a fornicación, u otros actos malos semejantes; porque al hacerlo cometes un gran pecado. Pero recuerda siempre a tu propia esposa, y no irás descaminado nunca. Porque si este deseo entra en tu corazón, irás descaminado, y si entra otro alguno tan malo como éste, cometes pecado. Porque este deseo en un siervo de Dios es un gran pecado; y si un hombre hace esta maldad, obra muerte para sí mismo. Mira bien, pues. Abstente de este deseo; porque allí donde reside la santidad, la licencia no debe entrar en el corazón de un hombre justo.» Y le dije: «Señor, ¿me permites hacer algunas preguntas más?» «Pregunta», me contestó. Y yo le dije: «Señor, si un hombre que tiene una esposa que confía en el Señor la descubre en adulterio, ¿comete pecado el marido que vive con ella?» «En tanto que esté en la ignorancia», me dijo, «no peca; pero si el marido sabe que ella peca, y la esposa no se arrepiente, sino que continúa en la fornicación, y el marido vive con ella, él se hace responsable del pecado de ella y es un cómplice en su adulterio.» Y le dije: «¿Qué es, pues, lo que ha de hacer el marido si la esposa sigue en este caso?» «Que se divorcie de ella», dijo él, «y que el marido viva solo; pero si después de divorciarse de su esposa se casa con otra, él también comete adulterio». «Así pues, Señor», le dije, «si después qve la esposa es divorciada se arrepiente y desea regresar a su propio marido, ¿no ha de ser recibida?» «Sin duda ha de serlo», me dijo; «si el marido no la recibe, peca y acarrea gran pecado sobre sí; es más, el que ha pecado y se arrepiente debe ser recibido, pero no varias veces, porque sólo hay un arrepentimiento para los siervos de Dios. Por amor a su arrepentimiento, pues, el marido no debe casarse con otra. Esta es la manera de obrar que se manda al esposo y a la esposa. No sólo», dijo él, «es adulterio si un hombre contamina su carne, sino que todo el que hace cosas como los paganos comete adulterio. Por consiguiente, si hechos así los sigue haciendo un hombre y no se arrepiente, mantente aparte de él y no vivas con él. De otro modo, tú también eres partícipe de su pecado. Por esta causa, se os manda que permanezcáis solos, sea el marido o la esposa; porque en estos casos es posible el arrepentimiento. Yo», me dijo, «no doy oportunidad para que la cosa se quede así, sino con miras a que el pecador no peque más. Pero, con respecto al pecado anterior, hay Uno que puede dar curación: El es el que tiene autoridad sobre todas las cosas.»


    [30] II. Y le pregunté de nuevo, y dije: «Siendo así que el Señor me tuvo por digno de que permanecieras siempre conmigo, permíteme todavía decir unas pocas palabras, puesto que no entiendo nada, y mi corazón se ha vuelto más denso por mis actos anteriores. Hazme entender, porque soy muy necio, y no capto absolutamente nada.» El me contestó, diciéndome: «Yo presido sobre el arrepentimiento y doy comprensión a todos los que se arrepienten. Es más, ¿no crees», me dijo, «que este mismo acto es comprensión? El arrepentirse es una gran comprensión», dijo él. «Porque el hombre que ha pecado comprende que ha hecho lo malo delante del Señor, y el hecho que ha cometido entra en su corazón y se arrepiente y ya no obra mal, sino que hace bien en abundancia, y humilla su propia alma, y la atormenta porque ha pecado. Ves, pues, que el arrepentimiento es una gran comprensión.» «Es por esto, pues, Señor», le dije, «que lo pregunto todo minuciosamente de ti; primero, porque soy un pecador; segundo, porque no sé qué obras he de hacer para poder vivir, porque mis pecados son muchos y varios.» «Tú vivirás», me dijo, «si guardas mis mandamientos y andas en ellos; y todo el que oye estos mandamientos y los guarda, vivirá ante Dios.»


    [31] III. Y le dije: «Todavía voy a hacer otra pregunta, Señor.» «Di», me contestó. «He oído, Señor», le dije, «de ciertos maestros, que no hay otro arrepentimiento aparte del que tuvo lugar cuando descendimos ab agua y obtuvimos remisión de nuestros pecados anteriores.» El me contestó: «Has oído bien; porque es así. Porque el que ha recibido remisión de pecados ya no debe pecar más, sino vivir en pureza. Pero como tú inquieres sobre todas las cosas con exactitud, te declararé esto también, para que no tengan excusa los que crean, a partir de ahora, en el Señor, o los que ya hayan creído. Pues los que ya han creído, o van a creer en adelante, no tienen arrepentimiento para los pecados, sino que tienen sólo remisión de sus pecados anteriores. A los que Dios llamó, pues, antes de estos días, el Señor les designó arrepentimiento. Porque el Señor, discerniendo los corazones y sabiendo de antemano todas las cosas, conoció la debilidad de los hombres y las múltiples añagazas del diablo, en qué forma él procurará engañar a los siervos de Dios, y se portará con ellos perversamente. El Señor, pues, siendo compasivo, tuvo piedad de la obra de sus manos y designó esta (oportunidad para) arrepentirse, y a mí me dio la autoridad sobre este arrepentimiento. Pero te digo», me añadió, «si después de este llamamiento grande y santo, alguno, siendo tentado por el diablo, comete pecado, sólo tiene una (oportunidad de) arrepentirse. Pero si peca nuevamente y se arrepiente, el arrepentimiento no le aprovechará para nada; porque vivirá con dificultad.» Yo le dije: «He sido vivificado cuando he oído estas cosas de modo tan preciso. Porque sé que, si no añado a mis pecados, seré salvo.» «Serás salvo», me dijo, «tú y todos cuantos hagan todas estas cosas.»


    [32] IV. Y le pregunté de nuevo, diciendo: «Señor, como has tenido paciencia conmigo hasta aquí, declárame esta otra cuestión también.» «Di», me contestó. «Si una esposa», le dije, «o supongamos un marido, muere, y el otro se casa, ¿comete pecado el que se casa?» «No peca», me dijo; «pero si se queda sin casar, se reviste de un honor mucho mayor y de gran gloria delante del Señor; con todo, si se casa, no peca. Preserva, pues, la pureza y la santidad, y vivirás ante Dios. Todas estas cosas, pues, que te digo ahora y te diré después, guárdalas desde ahora en adelante, desde el día en que me fuiste encomendado, y yo viviré en tu casa. Pero, para tus transgresiones anteriores habrá remisión si guardas mis mandamientos. Sí, y todos tendrán remisión si guardan estos mandamientos y andan en esta pureza.»


    Quinto Mandato


    [33] I. «Sé paciente y entendido», dijo, «y tendrás dominio sobre todo lo malo, y obrarás toda justicia. Porque si eres sufrido, el Espíritu Santo que habita en ti será puro, no siendo oscurecido por ningún espíritu malo, sino que residiendo en un gran aposento se regocijará y alegrará con el vaso en que reside, y servirá a Dios con mucha alegría, teniendo prosperidad. Pero si sobreviene irascibilidad, al punto el Espíritu Saiito, siendo delicado, es puesto en estrechez, no teniendo [el] lugar despejado, y procura retirarse del lugar porque es ahogado por el mal espíritu, y no tiene espacio para ministrar para el Señor como desea, ya que es contaminado por el temperamento irascible. Porque el Señor mora en la longanimidad, pero el diablo en la irascibilidad. Así pues, que los dos espíritus habiten juntos es inconveniente, y malo para el hombre en el cual residen. Porque si tomas un poco de ajenjo y lo viertes en un tarro de miel, ¿no se echa a perder toda la miel, y esto por una cantidad muy pequeña de ajenjo? Porque destruye la dulzura de la miel, y ya no tiene el mismo atractivo para el que lo posee, porque se ha vuelto amarga y ya es inservible. Pero si no se pone el ajenjo en la miel, la miel es dulce y es útil para su dueño. Ves [pues] que la longanimidad es muy dulce, más aún que la dulzura de la miel, y es útil al Señor, y El reside en ella. Pero la irascibilidad es amarga e inútil. Si el temperamento irascible se mezcla, pues, con la paciencia, la paciencia es contaminada y la intercesión del hombre ya no es útil a Dios.» «Quisiera conocer, Señor», le dije, «la obra del temperamento irascible, para que pueda guardarme de él.» «Sí, verdaderamente», me contestó; «si tú no te guardas de él —tú y tu familia— has perdido toda esperanza. Pero guárdate de él; porque yo estoy contigo. Sí, y todos los hombres deben mantenerse alejados de él, todos los que de todo corazón se han arrepentido. Porque yo estoy con ellos y los preservaré; porque todos fueron justificados por el ángel santísimo.


    [34] II. »Oye ahora», me dijo, «cuán mala es la obra de la irascibilidad, y en qué forma subvierte a los siervos de Dios por sí misma, y cómo les lleva a extraviarse de la justicia. Pero no descarría a aquellos que están plenamente en la fe, ni puede obrar sobre ellos, porque el poder del Señor está con ellos; pero a los que están vacíos y son de ánimo indeciso les hace descarriar. Porque cuando ve a estos hombres en prosperidad se insinúa en el corazón del hombre, y sin ningún otro motivo, el hombre o la mujer es agraviada a causa de las cosas seculares, sea sobre comidas o alguna cosa trivial, o algún amigo, o sobre dar o recibir, o sobre cuestiones de este estilo. Porque todas estas cosas son necias y vanas y sin sentido e inconvenientes para los siervos de Dios. Pero la paciencia es grande y fuerte, y tiene un poder vigoroso y grande, y es próspera en gran crecimiento, alegre, gozosa y libre de cuidado, glorificando al Señor en toda sazón, no teniendo amargura en sí, permaneciendo siempre tranquila y dulce. Esta paciencia, pues, reside en aquellos cuya fe es perfecta. Pero el temperamento irascible es en primer lugar necio, voluble e insensato; luego, de la necedad se engendra rencor; del rencor, enojo; del enojo, ira; de la ira, despecho; entonces el despecho es un compuesto de todos estos elementos viles y pasa a ser un pecado grande e incurable. Porque cuando todos estos espíritus residen en un vaso en que reside también el Espíritu Santo, este vaso no puede contenerlos, sino que rebosa. El espíritu delicado, pues, no estando acostumbrado a residir con un espíritu malo, ni con aspereza, se aparta del hombre de esta clase, y procura residir en tranquilidad y calma. Entonces, cuando se ha apartado de aquel hombre en el cual reside, este hombre se queda vacío del espíritu justo, y a partir de entonces, siendo lleno de malos espíritus, es inestable en todas sus acciones, siendo arrastrado de acá para allá por los espíritus malos, y se ve del todo cegado y privado de sus buenas intenciones. Esto, pues, ha sucedido a todas las personas de temperamento irascible. Abstente, así, del temperamento irascible, el peor de los espíritus malos. Pero revístete de paciencia, y resiste la irascibilidad y la aspereza, y te hallarás en compañía de la santidad que es amada por el Señor. Procura, por tanto, no descuidar nunca este mandamiento; porque si dominas este mandamiento, podrás asimismo guardar los restantes mandamientos que estoy a punto de darte. Mantente firme en ellos dotado de poder; y que todos estén dotados de poder, todos cuantos deseen andar en ellos.»


    Sexto Mandato


    [35] I. «Te encargué», me dijo, «en mi primer mandamiento que guardes la fe y el temor y la templanza.» «Sí, señor», le dije. «Pero ahora», insistió, «quiero mostrarte sus poderes también, para que puedas comprender cuál es el poder y efecto de cada una de ellas. Porque sus efectos son dobles y hacen referencia tanto a lo justo como a lo injusto. Por consiguiente, tú confía en la justicia, pero no confíes en la injusticia; porque el camino de la justicia es estrecho, pero el camino de la injusticia es torcido. Pero anda en el camino estrecho [y llano] y deja el torcido. Porque el camino torcido no tiene veredas claras, sino lugares sin camino marcado, tiene piedras en que tropezar, y es áspero y lleno de espinos. Así pues, es perjudicial para los que andan en él. Pero los que andan en el camino recto, andan en terreno llano y sin tropezar: porque no es ni áspero ni tiene espinos. Ves, pues, que es más conveniente andar en este camino.» «Estoy contento, señor», le dije, «de andar en este camino.» «Tú andarás, sí», dijo, «y todo el que se vuelva al Señor de todo corazón andará en él.»


    [36] II. «Oye ahora», me dijo, «con respecto a la fe. Hay dos ángeles en cada hombre: uno de justicia y otro de maldad.» «Señor», le dije, «¿cómo voy, pues, a conocer sus actividades si los ángeles moran en mí?» «Escucha», me contestó, «y entiende sus obras. El ángel de justicia es delicado y tímido, manso y sosegado. Por lo tanto, cuando éste entra en tu corazón, inmediatamente habla contigo de justicia, de pureza, santidad, contento, de todo acto justo y toda virtud gloriosa. Cuando todas estas cosas entran en tu corazón, sabe que el ángel de justicia está contigo. [Estas, pues, son las obras del ángel de justicia.] Confía en él, pues, y en sus obras. Ahora, ve las obras del ángel de maldad también. Ante todo, es iracundo y rencoroso e insensato, y sus obras son malas y nocivas para los siervos de Dios. Siempre que éste entra en tu corazón, conócele por las palabras.» «No sé cómo voy a discernirle, Señor», le contesté. «Escucha», dijo él. «Cuando te viene un acceso de irascibilidad o rencor, sabe que él está en ti. Luego, cuando te acucia el deseo de muchos negocios y el de muchas y costosas comilonas y borracheras y de varias lujurias que son impropias, y el deseo de mujeres, y la codicia y la altanería y la jactancia, y de todas las cosas semejantes a éstas; cuando estas cosas, pues, entran en tu corazón, sabe que el ángel de maldad está contigo. Tú, pues, reconociendo sus obras, mantente apanado de él, y no confíes en él en nada, porque sus obras son malas e impropias de los siervos de Dios. Aquí, pues, tienes las obras de los dos ángeles. Entiéndelas, y confía en el ángel de justicia. Pero del ángel de maldad mantente apanado, porque su enseñanza es mala en todo sentido; porque aunque uno sea un hombre de fe, si el deseo de este ángel entra en su corazón, este hombre, o esta mujer, ha de cometer algún pecado. Y si además un hombre o una mujer es en extremo malo, y las obras del ángel de justicia entran en el corazón de este hombre, por necesidad ha de hacer algo bueno. Ves, pues», dijo, «que es bueno seguir al ángel de justicia y despedirse del ángel de maldad. Este mandamiento declara lo que hace referencia a la fe, para que puedas confiar en las obras del ángel de justicia y, haciéndolas, puedas vivir para Dios. Pero cree que las obras del ángel de maldad son difíciles; así que, al no hacerlas, vivirás ante Dios.»


    Séptimo Mandato


    [37] «Teme al Señor», me dijo, «y guarda sus mandamientos. Así que guardando los mandamientos de Dios serás poderoso en toda obra, y tus actos serán incomparables. Porque en tanto que temas al Señor, harás todas las cosas bien. Este es el temor con el cual deberías temer y ser salvo. Pero no temas al diablo; pues si temes al Señor, te enseñorearás del diablo, porque no hay poder en él. [Porque] de aquel en quien no hay poder, tampoco hay temor; pero a aquel cuyo poder es glorioso, a éste hay que temer. Porque todo aquel que tiene poder es temido, en tanto que el que no tiene poder es despreciado por todos. Pero teme las obras del diablo, porque son malas. Cuando tú temas al Señor, temerás las obras del diablo y no las harás, sino que te abstendrás de ellas. El temor es, pues, de dos clases. Si deseas hacer lo malo, teme al Señor, y no lo hagas. Pero si deseas hacer lo bueno, teme al Señor y hazlo. Por tanto, el temor del Señor es poderoso y grande y glorioso. Teme al Señor, pues, y vivirás para El; sí, y todos los que guardan sus mandamientos y le temen, vivirán para Dios.» «¿Por qué, Señor», le pregunté, «has dicho con respecto a los que guardan sus mandamientos: "Vivirán para Dios"?» «Porque», me dijo, «toda criatura teme al Señor, pero no todos guardan sus mandamientos. Así pues, los que le temen y guardan sus mandamientos, tienen vida ante Dios; pero los que no guardan sus mandamientos no tienen vida en sí.»


    Octavo Mandato


    [38] «Te dije», prosiguió, «que las criaturas de Dios tienen dos aspectos; porque la templanza también los tiene. Porque en algunas cosas es justo ser templado, pero en otras no lo es.» «Dame a conocer, señor», le dije, «en que cosas es recto ser templado y en qué cosas no lo es.» «Escucha», me dijo: «Sé templado respecto a lo que es malo, y no lo hagas; pero no seas templado respecto a lo que es bueno, sino hazlo. Porque si eres templado para lo que es bueno, de modo que no lo haces, cometes un gran pecado; pero si eres templado respecto a lo que es malo, de modo que no lo ejecutas, haces una gran justicia. Sé templado, por consiguiente, absteniéndote de toda maldad, y haz lo que es bueno.» «¿Qué clases de maldad, Señor», le dije, «son aquellas de que hemos de abstenernos siendo templados?» «Oye», me dijo; «del adulterio y la fornicación, del libertinaje y la embriaguez, de la lujuria perversa, de las muchas viandas y lujos de los ricos, del jactarse y la altivez y el orgullo, de la falsedad y hablar mal y la hipocresía, la malicia y toda blasfemia. Estas obras son las más perversas de todas en la vida de los hombres. De estas obras, pues, el siervo de Dios debe abstenerse, siendo templado; porque el que no es templado de modo que no se abstiene de ellas, tampoco vive para Dios. Escucha, pues, lo que ocurre a éstos.» «¡Cómo!», dije, «¿hay otros actos malos todavía, Señor?» «Sí», me dijo, «hay muchos ante los cuales el siervo de Dios ha de ser templado y abstenerse: hurtos, falsedades, privaciones, falsos testimonios, avaricia, malos deseos, engaño, vanagloria, jactancia, y todas las cosas que son semejantes. ¿No crees que estas cosas son malas, sí, muy malas», [dijo Él], «para los siervos de Dios? En todas estas cosas el que sirve a Dios debe ejercer templanza y abstenerse de ellas. Sé, pues, templado, y abstente de todas estas cosas, para que puedas vivir para Dios y ser contado entre los que ejercen dominio propio en ellas. Estas son, por tanto, las cosas de las cuales debes abstenerte. Ahora escucha», dijo, «las cosas en que no deberías ejercer abstención, sino hacerlas. No ejerzas abstención en lo que es bueno, sino hazlo.» «Señor», le dije, «muéstrame el poder de las cosas buenas también, para que pueda andar en ellas, y servirlas, para que haciéndolas me sea posible ser salvo.» «Oye también», me dijo, «las cosas buenas que debes hacer, de las cuales no tienes que abstenerte. Primero están la fe, el temor del Señor, el amor, la concordia, las palabras de justicia, verdad, paciencia; no hay nada mejor que estas cosas en la vida de los hombres. Si un hombre las guarda, y no se abstiene de ellas, es bienaventurado en esta vida. Oye ahora las otras que se sigue de ellas: ministrar a las viudas, visitar a los huérfanos y necesitados, rescatar a los siervos de Dios en sus aflicciones, ser hospitalario (porque en la hospitalidad se ejerce la benevolencia una y otra vez), no resistir a otros, ser tranquilo, mostrarse más sumiso que todos los demás, reverenciar a los ancianos, practicar la justicia, observar el sentimiento fraternal, soportar las ofensas, ser paciente, no guardar rencor, exhortar a los que están enfermos del alma, no echar a los que han tropezado en la fe, sino convertirlos y darles ánimo, reprender a los pecadores, no oprimir a los deudores e indigentes, y otras acciones semejantes. ¿Te parecen buenas?», me preguntó. «¿Cómo, Señor! ¿Puede haberlas mejores», le contesté. «Entonces anda con ellas», me dijo, «y no te abstengas de ellas, y vivirás para Dios. Guarda este mandamiento, pues. Si obras bien y no te abstienes de hacerlo, vivirás para Dios; sí, y todos los que obren así vivirán para Dios. Y de nuevo, si no obras mal, sino que te abstienes de él, vivirás para Dios; sí, y vivirán para Dios todos los que guardan estos mandamientos y andan en ellos.»


    Noveno Mandato


    [39] Y él me dijo: «Aparta de ti todo ánimo indeciso y no dudes en absoluto de si has de hacer suplicar a Dios, diciéndote a ti mismo: "¿Cómo puedo pedir una cosa del Señor y recibirla siendo así que he cometido tantos pecados contra Él?" No razones de esta manera, sino vuélvete al Señor de todo corazón, y no le pidas nada vacilando, y conocerás su gran compasión, pues Él, sin duda, no te abandonará, sino que cumplirá la petición de tu alma. Porque Dios no es como los hombres que guardan rencores, sino que El mismo es sin malicia y tiene compasión de sus criaturas. Limpia, pues, tu corazón de todas las vanidades de esta vida, y de las cosas mencionadas antes; y pide al Señor, para que recibas todas las cosas, y no se te negará ninguna de todas tus peticiones si no pides al Señor las cosas vacilando. Pero si fluctúas en tu corazón no recibirás ninguna de tus peticiones. Porque los que vacilan respecto a Dios son los de ánimo indeciso, y éstos nunca obtienen sus peticiones. Pero los que están llenos en la fe, hacen todas sus peticiones confiando en el Señor, y reciben porque piden sin vacilación, sin dudar; porque todo hombre de ánimo indeciso, si no se arrepiente, difícilmente se salvará. Purifica, pues, tu corazón de toda duda en tu ánimo, y ten fe, porque es fuerte, y confía en Dios para que recibas todas las peticiones que haces; y si después de pedir algo al Señor recibes tu petición con alguna demora, no vaciles en tu ánimo porque no has recibido la petición de tu alma al instante. Porque es por razón de alguna tentación o alguna transgresión de la que tú no sabes nada que no recibes la petición sino con demora. Por tanto, no ceses en hacer la petición de tu alma, y la recibirás. Pero si te cansas, y dudas cuando pides, cúlpate a ti mismo y no a Aquel que te lo da. Resuelve esta indecisión; porque es mala y sin sentido, y desarraiga a muchos de la fe, sí, incluso a hombres fieles y fuertes. Porque verdaderamente esta duda en el ánimo es hija del diablo y causa gran daño a los siervos de Dios. Por tanto, desprecia estas dudas del ánimo y domínalas en todo, revistiéndote de fe, que es fuerte y poderosa. Puesto que la fe promete todas las cosas, realiza todas las cosas; pero el ánimo indeciso, que no tiene confianza en sí mismo, falla en todas las obras que hace. Ves, pues», dijo, «que la fe viene de arriba, del Señor, y tiene gran poder; pero el ánimo vacilante es un espíritu terreno del diablo, y no tiene poder. Por tanto, sirve a la fe que tiene poder, y mantente lejos del ánimo vacilante, y vivirás para Dios; sí, y todos los que piensan igual vivirán para Dios.»


    Décimo Mandato


    [40] I. «Ahuyenta de ti la tristeza», me dijo, «porque es la hermana del ánimo indeciso y el temperamento irascible.» «¿Cómo, Señor», le dije, «es hermana de éstos? Porque el temperamento irascible me parecer ser una cosa; el ánimo vacilante, otra; la pena, otra.» «Eres un necio», me contestó, «[y] no te das cuenta que la tristeza es peor que todos los espíritus, y muy fatal para los siervos de Dios, y más que todos los espíritus destruye al hombre, y apaga al Espíritu Santo, y por otro lado lo salva.» «Yo, Señor», le dije, «no tengo entendimiento, y no comprendo estas parábolas. Porque ¿cómo puede destruir y salvar?, esto no lo comprendo.» «Escucha», me dijo: «Los que nunca han investigado respecto a la verdad, ni inquirido respecto a la divinidad, sino meramente creído, y se han mezclado en negocios y riquezas y amigos paganos y muchas otras cosas de este mundo; cuantos, digo, se dedican a estas cosas, no comprenden las parábolas de la deidad; porque han sido entenebrecidos por sus acciones, y se han corrompido y hecho infructuosos. Como las viñas buenas, que cuando se las abandona y descuida se vuelven infructuosas por las zarzas y hierbas de todas clases, lo mismo los hombres que, después de haber creído, caen en estas muchas ocupaciones que hemos mencionado antes, pierden su entendimiento y no comprenden nada en absoluto con respecto a la justicia; porque si oyen acerca de la deidad y la verdad, su mente está absorta en sus ocupaciones, y no perciben nada en absoluto. Pero si tienen el temor de Dios, e investigan con respecto a la deidad y a la verdad, y dirigen su corazón hacia el Señor, perciben y entienden todo lo que se les dice más rápidamente, porque el temor del Señor está en ellos; porque donde reside el Señor, allí también hay gran entendimiento. Adhiérete, pues, al Señor, y comprenderás y advertirás todas las cosas.


    [41] II. »Escucha ahora, hombre sin sentido», me dijo, «en qué forma la tristeza oprime al Espíritu Santo y le apaga, y en qué forma salva. Cuando el hombre de ánimo indeciso emprende alguna acción, y fracasa en ella debido a su ánimo indeciso, la tristeza entra en el hombre, y contrista al Espíritu Santo y lo apaga. Luego, cuando el temple irascible se adhiere al hombre con respecto a algún asunto, y está muy contrariado, de nuevo la tristeza entra en el corazón del hombre que estaba contrariado y es compungido por el ácto que ha cometido, y se arrepiente de haber obrado mal. Esta tristeza, pues, parece traer salvación, porque se arrepiente de haber hecho el mal. Así pues, las operaciones entristecen al Espíritu, primero, el ánimo indeciso entristece al Espíritu, porque no consigue el asunto que quiere, y el temple irascible también, puesto que hizo algo malo. Por consiguiente, los dos contristan al Espíritu: el ánimo indeciso y el temple irascible. Ahuyenta de ti, pues, tu tristeza, y no aflijas al Espíritu Santo que mora en ti, para que no suceda que interceda a Dios [contra ti] y se aparte de ti. Porque el Espíritu de Dios, que fue dado a esta carne, no soporta la tristeza ni el ser constreñido.


    [42] III. »Por tanto, revístete de alegría y buen ánimo, que siempre tiene favor delante de Dios, y le es aceptable, y regocíjate en ellos. Porque todo hombre animoso obra bien, y piensa bien, y desprecia la tristeza; pero el hombre triste está siempre cometiendo pecado. En primer lugar comete pecado, porque contrista al Espíritu Santo, que fue dado al hombre siendo un espíritu animoso; y en segundo lugar, al contristar al Espíritu Santo, pone por obra iniquidad, ya que ni intercede ante Dios ni le confiesa. Porque la intercesión de un hombre triste nunca tiene poder para ascender al altar de Dios.» «¿Por qué», pregunté yo, «la intercesión del que está triste no asciende al altar?» Me contestó: «Porque la tristeza está situada en su corazón. Por ello, la tristeza mezclada con la intercesión no permite que la intercesión ascienda pura al altar. Porque como el vinagre cuando se mezcla con vino en el mismo (vaso) no tiene el mismo sabor agradable, del mismo modo la tristeza mezclada con el Espíritu Santo no produce la misma intercesión (que produciría el Espíritu Santo solo). Por consiguiente, purifícate de tu malvada tristeza, y vivirás para Dios; si, y todos viven para Dios, los que echan de sí la tristeza y se revisten de buen ánimo y alegría.»


    Undécimo Mandato


    [43] Y me mostró a unos hombres sentados en un sofá, y a otro hombre sentado en una silla. Y me dijo: «¿Ves a éstos que están sentados en el sofá?» «Los veo, Señor», le dije. «Estos», me contestó, «dan fruto, pero el que está sentado en la silla es un falso profeta que destruye la mente de los siervos de Dios —es decir, los de ánimo vacilante, no de los fieles—. Estos de ánimo indeciso, por tanto, van a él como un adivinador e inquieren de él lo que les sucederá. Y él, el falso profeta, no teniendo poder de un Espíritu divino en sí, habla con ellos en concordancia con sus preguntas [y en concordancia con las concupiscencias de su maldad], y llena sus almas según ellos desean que sean llenadas. Porque, siendo vacío él mismo, da respuestas vacías a los inquiridores vacíos; porque a toda pregunta que se le haga, responde en conformidad con lo vacío del hombre. Pero dice también algunas palabras de verdad; porque el diablo le llena de su propio espíritu, por si acaso le es posible abatir a algunos de los justos. Así pues, todos los que son fuertes en la fe del Señor, revestidos de la verdad, no se unen a estos espíritus, sino que se mantienen a distancia de ellos; pero cuantos son de ánimo vacilante y cambian su opinión con frecuencia, practican la adivinación como los gentiles y acarrean sobre sí mismos mayor pecado con sus idolatrías. Porque el que consulta a un profeta falso sobre alguna cosas, es un idólatra y está exento de la verdad y de sentido. Porque a ningún Espíritu dado por Dios hay necesidad de consultarle, sino que, teniendo el poder de la deidad, dice todas las cosas de sí mismo, porque es de arriba, a saber, del poder del Espíritu divino. Pero el espíritu que es consultado, y habla en conformidad con los deseos de los hombres, es terreno y voluble, no teniendo poder; y no habla en absoluto, a menos que sea consultado.» «¿Cómo, pues, señor», le dije, «sabrá un hombre quién es un profeta y quién es un profeta falso?» «Escucha», me contestó, «respecto a estos dos profetas; y, como te diré, así pondrás a prueba al profeta y al falso profeta. Por medio de su vida pon a prueba al hombre que tiene el Espíritu divino. En primer lugar, el que tiene el Espíritu [divino], que es de arriba, es manso y tranquilo y humilde, y se abstiene de toda maldad y vano deseo de este mundo presente, y se considera inferior a todos los hombres, y no da respuesta a ningún hombre cuando inquiere de él, ni habla en secreto (porque tampoco habla el Espíritu Santo cuando un hombre quiere que lo haga), sino que este hombre habla cuando Dios quiere que lo haga. Así pues, cuando el hombre que tiene el Espíritu divino acude a una asamblea de hombres justos, que tienen fe en el Espíritu divino, y se hace intercesión a Dios en favor de la congregación de estos hombres, entonces el ángel del espíritu profético que está con el hombre llena al hombre, y éste, siendo lleno del Espíritu Santo, habla a la multitud, según quiere el Señor. De esta manera, pues, el Espíritu de la deidad será manifestado. Esta, por tanto, es la grandeza del poder que corresponde al Espíritu de la divinidad que es del Señor.» «Oye ahora», me dijo, «respecto al espíritu terreno y vano, que no tiene poder, sino que es necio. En primer lugar, este hombre que parece tener un espíritu, se exalta a sí mismo, y desea ocupar un lugar principal, e inmediatamente es imprudente y desvergonzado y charlatán y habla familiarizado en -muchas cosas lujuriosas y muchos otros engaños, y recibe dinero por su actividad profética, y si no lo recibe, no profetiza. Ahora bien, ¿puede un Espíritu divino recibir dinero y profetizar? No es posible que un profeta de Dios haga esto, sino que el espíritu de estos profetas es terreno. En segundo lugar, nunca se acerca a una asamblea de justos; sino que los evita, y se junta con los de ánimo indeciso y vacíos, y profetiza para ellos en los rincones, y los engaña, diciéndoles toda clase de cosas en vaciedad, para gratificar sus deseos; porque también son vacíos aquellos a los que contesta. Porque el vaso vacío es colocado junto con el vacío, y no se rompe, sino que están de acuerdo el uno con el otro. Pero cuando este hombre entra en una asamblea llena de justos, que tienen un Espíritu de la divinidad, y ellos hacen intercesión, este hombre es vacío, y el espíritu terreno huye de él con temor, y el hombre se queda mudo y se queda desconcertado, sin poder decir una sola palabra. Porque si colocas vino o aceite en una alacena, y pones una vasija vacía entre ellos, y luego deseas vaciar la alacena, la vasija que habías colocado allí vacía la vas a sacar vacía. Del mismo modo, también, los profetas vacíos, siempre que se ponen en contacto con los espíritus de los justos, después quedan igual que antes. Te he mostrado la vida de las dos clases de profetas. Por lo tanto, pon a prueba, por su vida y sus obras, al hombre que dice que es movido por el Espíritu. Así pues, confía en el Espíritu que viene de Dios y tiene poder; pero en el espíritu terreno y vacío no pongas confianza alguna; porque en él no hay poder, puesto que viene del diablo. Escucha [pues] la parábola que te diré. Toma una piedra y échala hacia arriba al cielo, ve si puedes alcanzarlo; o también, lanza un chorro de agua hacia el cielo, y mira si puedes penetrar en el cielo.» Y le dije: «Señor, ¿cómo pueden hacerse estas cosas? Porque las dos cosas que has mencionado están más allá de nuestro poder.» «Bien, pues», me dijo, «del mismo modo que estas cosas están más allá de nuestro poder, igualmente los espíritus terrenos no tienen poder y son débiles. Ahora toma el poder que viene de arriba. El granizo es una piedrecita pequeña y, con todo, cuando cae sobre la cabeza de un hombre, ¡cuánto dolor causa! O, también, toma una gota que cae del tejado al suelo y hace un hueco en la piedra. Ves, por consiguiente, que las cosas pequeñas de arriba caen sobre la tierra con gran poder. De la misma manera, el Espíritu divino, viniendo de arriba, es poderoso. Confía, pues, en este Espíritu, pero mantente lejos del otro.»


    Duodécimo Mandato


    [44] I. Y me dijo: «Aparta de ti todo mal deseo, y revístete del deseo que es bueno y santo; porque revestido de este deseo podrás aborrecer el mal deseo, y le pondrás brida y lo dirigirás según quieras. Porque el mal deseo es salvaje, y sólo se domestica con dificultad; porque es terrible, y por su tosquedad es muy costoso a los hombres; más especialmente, si un siervo de Dios se enmaraña en él y no tiene entendimiento, le es en extremo costoso. Además, es costoso a los hombres que no están revestidos del buen deseo, sino que están enzarzados en esta vida. A estos hombres, por tanto, los entrega a la muerte.» «Oh Señor», dije yo, «ide qué clase son las obras del mal deseo, que entrega al hombre a la muerte? Dame a conocer estas obras para que pueda mantenerme alejado de ellas.» «Escucha», [dijo él], «a través de qué obras el mal deseo acarrea muerte a los siervos de Dios.


    [45] II. »Ante todo, el deseo de la esposa o marido de otro, y de los extremos de riqueza, y de muchos lujos innecesarios, y de bebidas y otros excesos, muchos y necios. Porque todo lujo es necio y vano para los siervos de Dios. Estos deseos, pues, son malos, y causan la muerte a los siervos de Dios. Porque este mal deseo es un hijo del diablo. Por lo tanto, tenéis que absteneros de los malos deseos, para que, absteniéndoos, podáis vivir para Dios. Pero todos los que son dominados por ellos, y no los resisten, son puestos a muerte del todo; porque estos deseos son mortales. Pero tú revístete del deseo de justicia, y habiéndote armado con el temor del Señor, resístelos. Porque el temor de Dios reside en el buen deseo. Si el mal deseo te ve armado con el temor de Dios y resistiéndole, se irá lejos de ti y no le verás más, pues teme tus armas. Por tanto, tú, cuando seas recompensado con la corona de victoria sobre él, ven al deseo de justicia, y entrégale el premio del vencedor que has recibido, y sírvele, según ha deseado. Si tú sirves al buen deseo, y estás sometido a él, tendrás poder para dominar al mal deseo, y someterle, según quieras.»


    [46] III. «Me gustaría saber, Señor», le dije, «en qué formas debería servir al buen deseo». «Escucha», me dijo; «practica la justicia y la virtud, la verdad y el temor del Señor, la fe y la mansedumbre, y otros actos buenos así. Practicándolos, serás agradable como siervo de Dios, y vivirás para El; sí, y todo el que sirve al buen deseo vivirá para Dios.»


    Así completó él los doce mandamientos, y me dijo: «Tú tienes estos mandamientos; anda en ellos, y exhorta a los que te escuchan a que se arrepientan y sean puros durante el resto de los días de su vida. Cumple este ministerio que te encargo, con toda diligencia, hasta el fin, y habrás hecho mucho. Porque hallarás favor entre aquellos que están a punto de arrepentirse, y obedecerán tus palabras. Porque estaré contigo, y yo les constreñiré a que te obedezcan.»


    Y yo le dije: «Señor, estos mandamientos son grandes y hermosos y gloriosos, y pueden alegrar el corazón del hombre que es capaz de observarlos. Pero no sé si estos mandamientos pueden ser guardados por un hombre, porque son muy difíciles.» El me contestó y me dijo: «Si te propones guardarlos, los guardarás fácilmente, y no serán difíciles; pero si entran alguna vez en tu corazón que no pueden ser guardados por el hombre, no los guardarás. Pero ahora te digo: si no los guardas, sino que los descuidas, no tendrás salvación, ni tus hijos ni tu casa, puesto que ya has pronunciado juicio contra ti que estos mandamientos no pueden ser guardados por el hombre. »


    [47] IV. Y me dijo estas cosas muy enojado, de modo que yo estaba consternado, y en extremo espantado; porque su aspecto cambió, de modo que un hombre no podía soportar su ira. Y cuando vio que yo estaba perturbado y confundido, empezó a hablar de modo más amable [y jovial], y me dijo: «Necio, vacío de entendimiento y de ánimo indeciso, ¿no te das cuenta de la gloria de Dios, lo grande y poderosa y maravillosa que es, que ha creado el mundo por amor al hombre, y le ha sometido su creación, y le ha dado toda autoridad para que se enseñoree de todas las cosas debajo del cielo? Si, pues», [dijo],«el hombre es señor de todas las criaturas de Dios y domina todas las cosas, ¿no puede también dominar estos mandamientos? Sí», dijo él, «el hombre que tiene al Señor en su corazón puede dominar [todas las cosas y] todos estos mandamientos. Pero los que tienen al Señor en sus labios, en tanto que su corazón está endurecido y lejos del Señor, para ellos estos mandamientos son duros e inaccesibles. Por tanto, vosotros los que sois vacíos y volubles en la fe, poned a vuestro Señor en vuestro corazón, y os daréis cuenta que no hay nada más fácil que estos mandamientos, ni más dulce ni más agradable. Convertíos los que andáis según los mandamientos del diablo, (los mandamientos del cual son) difíciles y amargos y extremosos y disolutos; y no temáis al diablo, porque no hay poder en él contra vosotros. Porque yo estaré con vosotros, yo, el ángel del arrepentimiento, que tiene dominio sobre él. El diablo sólo tiene temor, pero este temor no es fuerza. No le temáis, pues, y huirá de vosotros.»


    [48] V. Y yo le dije: «Señor, escúchame unas pocas palabras.» «Di lo que quieras», me contestó. «Señor», le dije, «el hombre está ansioso de guardar los mandamientos de Dios, y no hay uno solo que no pida al Señor que le corrobore en sus mandamientos, y sea sometido a ellos; pero el diablo es duro y se enseñorea de ellos.» «No puede enseñorearse de los siervos de Dios», dijo él, «cuando ponen su esperanza en El de todo su corazon. El diablo puede luchar con ellos, pero no puede vencerlos. Así pues, si le resistís, será vencido, y huirá de vosotros avergonzado. Pero todos cuantos sean por completo vacíos», dijo él, «que teman al diablo como si tuviera poder. Cuando un hombre ha llenado suficiente número de jarras de buen vino, y entre estas jarras hay unas pocas que han quedado vacías, él se llega a las jarras, y no examina las llenas, porque sabe que están llenas; sino que examina las vacías, temiendo que se hayan vuelto agrias. Porque las jarras vacías pronto se vuelven agrias, y echan a perder el sabor del vino. Así también el diablo viene a todos los siervos de Dios para tentarles. Todos los que tienen una fe completa, se le oponen con poder, y él los deja, no teniendo punto por el cual pueda entrar en ellos. Así que va a los otros que están vacíos y, hallando un lugar, entra en ellos, y además hace lo que quiere en ellos, y pasan a ser sus esclavos sumisos.


    [49] VI. »Pero yo, el ángel del arrepentimiento, os digo: No temáis al diablo; porque yo fui enviado para estar con vosotros los que os arrepentís de todo corazón, y para confirmaros en la fe. Creed, pues, en Dios, vosotros los que por razón de vuestros pecados habéis desesperado de vuestra vida, y estáis añadiendo a vuestros pecados, y haciendo que se hunda vuestra vida; porque si os volvéis al Señor de todo corazón, y obráis justicia los días que os quedan de vida, y le servís rectamente según su voluntad, Él os sanará de vuestros pecados anteriores y tendréis poder para dominar las obras del diablo. Pero no hagáis ningún caso de las amenazas del diablo; porque sus tendones son impotentes, como los de un muerto. Oídme, pues, y temed a Aquel que puede hacer todas las cosas para salvar y para destruir, y observad estos mandamientos y viviréis para Dios.» Y yo le dije: «Señor, ahora me siento fortalecido en todas las ordenanzas del Señor, porque tú estás conmigo; y sé que tú vas a aplastar todo el poder del diablo, y nos enseñorearemos de él y prevaleceremos sobre todas sus obras. Y espero, Señor, que ahora seré capaz de guardar estos mandamientos que tú has mandado, capacitado por el Señor.» «Los guardarás», me dijo, «si tu corazón es puro ante el Señor, sí, y los guardarán todos cuantos purifiquen sus corazones de los deseos vanos de este mundo y vivan para Dios.»


    Parábolas que me explicó


    [Parábola primera]


    [50] Me dijo: «Sabéis que vosotros los siervos de Dios estáis viviendo en un país extranjero; porque vuestra ciudad está muy lejos de esta ciudad. Así pues, si conocéis vuestra ciudad, en la cual viviréis, ¿por qué os procuráis campos aquí, y hacéis costosas preparaciones, y acumuláis edificios y habitaciones que son superfluos? Por tanto, el que prepara estas cosas para esta ciudad no tiene intención de regresar a su propia ciudad. ¡Oh hombre necio, de ánimo indeciso y desgraciado!, ¿no ves que todas estas cosas son extrañas, y están bajo el poder de otro? Porque el señor de esta ciudad dirá: "No quiero que éste resida en mi ciudad; vete de esta ciudad, porque no te conformas a mis leyes." Tú, pues, que tienes campos y moradas y muchas otras posesiones, cuando serás echado por él, ¿qué harás con tu campo y tu casa y todas las otras cosas que has preparado para ti? Porque el señor de este país te dice con justicia: "O bien te conformas a mis leyes, o abandonas mi país." ¿Qué harás, pues, tú que estás bajo la ley de tu propia ciudad? ¿Por amor a tus campos y el resto de tus posesiones repudiarás tu ley y andarás conforme a la de esta ciudad? Vigila que no te sea inconveniente el repudiar tu ley; porque si quieres regresar de nuevo a tu propia ciudad, con toda seguridad no serás recibido [porque has repudiado la ley de tu ciudad], y se te excluirá de ella. Vigila, pues; como residente en una tierra extraña no prepares más para ti, como no sea lo estrictamente necesario y suficiente, y está preparado para que, cuando el señor de esta ciudad desee echarte por tu oposición a su ley, puedas partir de esta ciudad e ir a tu propia ciudad, y usar tu propia ley gozosamente, libre de toda ofensa. Procura, pues, que sirvas a Dios y le tengas en tu corazón; haz las obras de Dios teniendo en cuenta sus mandamientos y las promesas que Él ha hecho, y cree en Él que Él las realizará si guardas sus mandamientos. Por tanto, en vez de campos, compra almas que estén en tribulación, como puede cada cual, y visita a las viudas y los huérfanos, y no lo descuides; y gasta tus riquezas y todos tus recursos, que has recibido de Dios, en campos y casas de esta clase. Porque para este fin os ha enriquecido el Señor, para que podáis ejecutar estos servicios suyos. Es mucho mejor comprax campos [y posesiones] y casas de esta clase, que hallarás en tu propia ciudad cuando vayas a residir a ella. Este dispendio abuñdante es hermoso y gozoso y no trae tristeza ni temor, sino gozo. El gasto del pagano, pues, no lo practiques; porque no es conveniente para los siervos de Dios. Sino practica tu propio dispendio en el cual puedes gozarte; y no corrompas, ni toques lo que es de otro, ni lo desees; porque es malo desear las posesiones de otro. Pero ejecuta tu propia tarea y serás salvo.»


    Otra Parábola [segunda]


    [51] Mientras andaba por el campo noté un olmo y una vid, y estando distinguiéndolos a los dos y a sus frutos, el pastor se me apareció y me dijo: «¿Qué estás meditando dentro de ti?» «Estoy pensando, [señor]», le dije, «sobre el olmo y la vid, que son en extremo apropiados el uno al otro.» «Estos dos árboles», me dijo, «son designados como un (ejemplo) para los siervos de Dios.» «Quisiera saber [señor]», le dije, «el ejemplo contenido en estos árboles de los cuales estás hablando.» «Mira», me dijo, «el olmo y la vid.» «Los veo, señor», le dije. «Esta vid», dijo él, «da fruto, pero el olmo es de un tronco que no produce fruto. Con todo, esta vid, a menos que se encarame por el olmo, no puede llevar mucho fruto cuando se arrastra por el suelo; y el fruto que produce entonces es malo, porque no está suspendida del olmo. Cuando la vid se adhiere al olmo, pues, da fruto de sí y desde el olmo. Ves, pues, que el olmo también da [mucho] fruto, no menos que la vid, sino más aún.» «¿Cuánto más, señor?», pregunté yo. «Porque», dijo él, «la vid, cuando cuelga del olmo, da fruto en abundancia y en buena condición; pero cuando se arrastra por el suelo, da poco fruto y éste se pudre. Esta parábola, por lo tanto, es aplicable a los siervos de Dios, a los pobres y a los ricos por un igual.» «¿Cómo?, señor», le pregunté; «dímelo». «Escucha», contestó; «el rico tiene mucha riqueza pero en las cosas del Señor es pobre, pues las riquezas le distraen y su confesión e intercesión al Señor es muy escasa; y aun cuando da, es poco y débil, y no tiene poder de arriba. Así pues, cuando el rico va al pobre y le ayuda en sus necesidades, creyendo que por lo que hace al pobre recibirá recompensa de Dios —porque el pobre es rico en intercesión [y confesión], y su intercesión tiene gran poder con Dios—, el rico, pues, suple todas las cosas al pobre sin titubear. Pero el pobre, siendo provisto por el rico, hace intercesión por él, dando gracias a Dios por el (rico) que le ha dado a él. Y el otro es todavía más celoso de ayudar al pobre, para que pueda seguir viviendo; porque sabe que la intercesión del pobre es aceptable y rica delante de Dios. Los dos, pues, cumplen su obra; el pobre haciendo intercesión, en que es rico [y que él recibe del Señor]; y la devuelve, otra vez, al Señor que se la proporciona. El rico, también, de igual manera provee al pobre, sin vacilar, las riquezas que ha recibido del Señor. Y esta obra es grande y aceptable a Dios, porque (el rico) entiende (el objeto) de sus riquezas, y provee para el pobre de los tesoros del Señor, y realiza el servicio del Señor rectamente. A la vista de los hombres, pues, el olmo parece no llevar fruto, y no saben ni perciben que si viene una sequía, el olmo, teniendo agua, nutrirá a la vid, y la vid, teniendo provisión constante de agua, dará doble cantidad de fruto, tanto para sí como para el olmo. De la misma manera el pobre, al interceder ante el Señor por el rico, afianza sus riquezas, y también el rico, supliendo las necesidades del pobre, afianza su alma. Así pues, los dos participan en la obra justa. Por tanto, el que hace estas cosas no será abandonado por Dios, sino que será inscrito en los libros de los vivos. Bienaventurados son los ricos que entienden también que son enriquecidos por el Señor. Porque los que piensan así podrán hacer una buena obra.»


    Otra Parábola [tercera]


    [52] Y me mostró muchos árboles que no tenían hojas, sino que me parecía a mí como si estuvieran secos; porque todos parecían lo mismo. Y él me dijo: «¿Ves estos árboles?» «Los veo, señor», le dije; «todos son iguales, y están secos.» El me contestó y me dijo: «Estos árboles que ves son los que residen en este mundo.» «¿Por qué es así, señor», le pregunté, «que es como si estuvieran secos, y todos igual?» «Porque en este mundo, ni el justo es distinguible ni el pecador; todos son iguales. Porque este mundo es invierno para el justo, y no son distinguibles, pues residen con los pecadores. Porque así como en el invierno los árboles, habiendo perdido sus hojas, son semejantes, y no se puede distinguir cuáles están secos y cuáles están vivos, así también en este mundo, ni el justo ni los pecadores son distinguibles, sino que todos son iguales.»


    Otra Parábola [cuarta]


    [53] Y me volvió a mostrar muchos árboles, algunos que estaban brotando, otros secos, y me dijo: «¿Ves estos árboles?» «Los veo, señor», le contesté; «algunos están brotando y otros están secos.» «Estos árboles», me contestó, «que están brotando son los justos, que residirán en el mundo venidero; porque el mundo venidero es verano para los justos, pero invierno para los pecadores. Así, cuando la misericordia del Señor resplandezca, entonces los que sirven a Dios serán manifestados; sí, y todos los hombres serán manifestados. Porque como en verano los frutos de cada árbol son manifestados, y son reconocidos y se distingue de qué clase son, así también los frutos de los justos serán manifestados, y todos [incluso el más pequeño] se verá que florecen en el otro mundo. Pero los gentiles y los pecadores, tal como viste los árboles que estaban secos, así se hallarán también, secos y sin fruto, en el otro mundo, y serán quemados como combustible, y serán puestos de manifiesto, porque su conducta cuando vivían había sido mala. Porque los pecadores serán quemados, porque pecaron y no se arrepintieron; y los gentiles serán quemados, porque no conocieron al que les había creado. Da, pues, fruto, para que en el verano pueda ser conocido tu fruto. Pero abs-tente del exceso de negocios, y nunca caerás en pecado alguno. Porque los que están ocupados en exceso, pecan mucho también, siendo distraídos de sus ocupaciones, y en modo alguno sirven a su propio Señor. ¿Cómo es posible», preguntó él, «que un hombre tal pueda pedir algo del Señor y recibirlo, siendo así que no sirve al Señor? [Porque] los que le sirven, éstos recibirán sus peticiones, pero los que no sirven al Señor, éstos no recibirán nada. Pero si alguno se ocupa de una sola acción, es capaz de servir al Señor; porque su mente no es desviada de (seguir) al Señor, sino que le sirve, porque guarda su mente pura. Por consiguiente, si haces estas cosas, podrás dar fruto para el mundo venidero; sí, y todo el que hace estas cosas dará fruto.»


    Otra Parábola [quinta]


    [54] I. Mientras estaba ayunando y sentado en cierta montaña, y dando gracias al Señor por todo lo que Él había hecho por mí, vi al pastor sentado junto a mí, que me decía: «¿Por qué vienes aquí tan temprano por la mañana?» «Señor», le contesté, «porque estoy guardando "una temporada"» Y me preguntó: «¿Qué es "una temporada"?» «Estoy ayunando, señor», le contesté. «¿Y qué es este ayuno», dijo él, [que estás observando]?» «El que estoy acostumbrado a observar, señor», dije yo; «así ayuno.» Y me contestó: «No sabes cómo ayunar ante el Señor, ni es ayuno este ayuno sin provecho ni valor que estas haciendo ante Él.» «¿Por qué, señor», pregunté yo, «dices esto?» «Te digo», me contestó, «que esto que observas no es un ayuno; pero yo te enseñaré que es un ayuno completo y aceptable al Señor. Escucha», dijo; «Dios no desea un ayuno tan vano; porque al ayunar así ante Dios no haces nada por la justicia. Pero observa [ante Dios] un ayuno así: no hagas maldad en tu vida, y sirve al Señor de puro corazón; observa sus mandamientos y anda en sus ordenanzas, y que ningún mal deseo se levante en tu corazón; sino cree en Dios. Entonces, si haces estas cosas y le temes y te abstienes de todo mal, vivirás para Dios; y si haces estas cosas, guardarás un gran ayuno, un ayuno aceptable a Dios.


    [55] II. »Escucha la parábola que te contaré con relación al ayuno. Cierto hombre tenía una hacienda, muchos esclavos, y una porción de su hacienda la había plantado de viñas; y escogiendo a cierto esclavo que era de confianza y agradable (y) tenido en honor, llamándole, le dijo: "Toma esta viña [que yo he plantado] y ponle una valla alrededor [hasta que yo venga], pero no hagas nada más a la viña. Ahora bien, guarda este mi mandamiento, y serás libre en mi casa." Entonces el amo de los siervos se fue a viajar al extranjero. Cuando se hubo ido, el siervo puso una valla, alrededor de la viña; y habiendo terminado de poner el vallado a la viña notó que estaba llena de malas hierbas. Así que razonó dentro de sí: "Esta orden de mi señor ya la he cumplido. Ahora voy a cavar esta viña, y estará más limpia cuando termine; y cuando no tenga malas hierbas rendirá más fruto, porque no será ahogada por las malas hierbas." Así que cayó la viña, y todas las raíces que había en la viña fueron arrancadas. Y la viña se veía limpia y floreciente cuando no tenía raíces que la ahogaban. Después de cieno tiempo el amo del siervo [y de la finca] regresó y fue a ver la viña. Y viendo la viña con su vallado alrededor, y [todas] las malas hierbas arrancadas, y las vides floreciendo, se regocijó [muchísimo] por lo que el siervo había hecho. Así que llamó a su querido hijo, que era su heredero, y los amigos que eran sus consejeros, y les dijo lo que él había mandado a su siervo, y cuánto había encontrado. Y ellos se regocijaron con el siervo por el testimonio que su amo había dado de él. Y el amo les dijo: "Yo prometí a este siervo la libertad si él guardaba los mandamientos que le había mandado; pero él guardó mis mandamientos e hizo una buena obra, además, a la viña, y me agradó muchísimo. Por esta obra que ha hecho, pues, deseo hacerle coheredero con mi hijo, porque, cuando tuvo esta buena idea, no la descuidó, sino que la cumplió." El hijo del amo estuvo de acuerdo con este propósito de su padre, que el siervo debía ser hecho coheredero con el hijo. Después de algunos días, su amo hizo una fiesta, y le envió muchos manjares exquisitos de la fiesta. Pero cuando el siervo recibió [los manjares que le enviaba el amo], tomó lo que era suficiente para él y distribuyó el resto entre sus consiervos. Y sus consiervos, cuando hubieron recibido los manjares, se regocijaron, y empezaron a orar por él, para que pudiera hallar mayor favor ante el amo, porque los había tratado con largueza. Su amo oyó todas estas cosas que tuvieron lugar, y de nuevo se regocijó sobremanera de su acto. Así, el amo llamó de nuevo a sus amigos y a su hijo, y les anunció lo que el siervo había hecho con respecto a los manjares que había recibido; y ellos aprobaron todavía más su decisión, que su siervo debía ser hecho coheredero con su hijo.»


    [56] III. Yo le dije: «Señor, no comprendo estas parábolas, ni puedo captarlas, a menos que me las expliques.» «Te lo explicaré todo», me dijo; «y te mostraré todas las cosas que te diga. Guarda los mandamientos del Señor, y serás agradable a Dios, y serás contado entre el número de los que guardan sus mandamientos. Pero si haces algo bueno aparte del mandamiento de Dios, ganarás para ti una gloria más excelente, y serás más glorioso a la vista de Dios que si no lo hubieras hecho. Así pues, si mientras guardas los mandamientos de Dios añades estos servicios también, te regocijarás si los observas en conformidad con mi mandamiento.» Yo le dije: «Señor, todo lo que me mandaste lo guardaré; porque sé que tú estás conmigo.» «Yo estaré contigo», me dijo él, «porque tú tienes tanto celo por hacer lo bueno; sí, y yo estaré con todos los que tienen un celo semejante. Este ayuno», dijo él, «si se guardan los mandamientos del Señor, es bueno. Esta es, pues, la manera en que has de guardar este ayuno [que estás a punto de observar]. Ante todo, guárdate de toda mala palabra y de todo mal deseo, y purifica tu corazón de todas las vanidades de este mundo. Si guardas estas cosas, este ayuno será perfecto para ti. Y así harás. Habiendo cumplido lo que está escrito, en el día en que ayunes no probarás sino pan y agua; y contarás el importe de lo que habrías gastado en la comida aquel día, y lo darás a una viuda o a un huérfano, o a uno que tenga necesidad, y así pondrás en humildad tu alma, para que el que ha recibido de tu humildad pueda satisfacer su propia alma, y pueda orar por ti al Señor. Así pues, si cumples así tu ayuno, según te ha mandado, tu sacrificio será aceptable a la vista de Dios, y este ayuno será registrado; y el servicio realizado así es hermoso y gozoso y aceptable al Señor. Estas cosas observarás, tú y tus hijos y toda tu casa; y, observándolas, serás bendecido; sí, y todos los que lo oigan y lo vean serán bendecidos, y todas las cosas que pidan al Señor las recibirán.»


    [57] IV. Le rogué mucho que me explicara la parábola de la hacienda y del amo, y de la viña, y del siervo que puso vallado a la viña, [y del vallado], y de las malas hierbas que había arrancado de la viña, y del hijo, y de los amigos los consejeros. Porque me di cuenta que todas estas cosas eran una parábola. Pero él me contestó y dijo: «Eres excesivamente importuno con tus preguntas. No deberías», [dijo él], «hacer ninguna pregunta en absoluto; porque si es justo que se te explique una cosa, se te explicará.» Y le dije: «Señor, todas las cosas que me muestres y no me las expliques las habré visto en vano.» Pero de nuevo me contestó, diciendo: «Todo el que es un siervo de Dios, y tiene a su Señor en su corazón, pide entendimiento de Él y lo recibe, e interpreta cada parábola, y las palabras que el Señor dice en parábola le son dadas a conocer. Pero todos aquellos que son lentos y débiles en la intercesión, éstos vacilan en preguntar al Señor. Pero el Señor es abundante en compasión, y da a los que le piden sin cesar. Pero tú, que has sido vigorizado por el santo ángel, y has recibido estos (poderes de) intercesión, y no eres descuidado, ¿por qué, pues, no pides entendimiento al Señor, y lo obtienes de Él?» Yo le dije: «Señor, yo que te tengo a ti conmigo (sólo) tengo que preguntarte a ti e inquirir de ti; porque tú me muestras todas las cosas, y me hablas; pero si yo las hubiera de ver u ofr aparte de ti, habría pedido al Señor que me fueran mostradas.»


    [58] V. «Ya te dije hace un momento», continuó, «que tú eres poco escrupuloso e importuno al inquirir sobre las interpretaciones de las parábolas. Pero como eres tan obstinado, voy a interpretarte la parábola de la hacienda y todo lo que la acompaña, para que puedas darla a conocer a todos. Oye, ahora, y entiende. La hacienda es este mundo, y el señor de la hacienda es el que creó todas las cosas, y las ordenó, y las dotó de su poder, y el siervo es el Hijo de Dios, y las vides son este pueblo a quien Él mismo plantó; y las vallas son los [santos] ángeles del Señor que guardan juntos a su pueblo; y las malas hierbas, que son arrancadas de la viña, son las transgresiones de los siervos de Dios; y los manjares que Él envió de la fiesta son los mandamientos que Él dio a su pueblo por medio de su Hijo; y los amigos y consejeros son los santos ángeles que fueron creados primero; y la ausencia del amo es el tiempo que queda hasta su venida.» Yo le dije: «Señor, grandes y maravillosas son todas las cosas, y todas las cosas son gloriosas; ¿había alguna probabilidad, pues, de que yo pudiera haberlas captado?» «No, ni ningún otro hombre, aunque estuviera lleno de entendimiento, podría haberlas captado.» «Con todo, señor», insistí, «explícame lo que estoy a punto de inquirir de ti.» «Sigue», me dijo, «si deseas algo.» «¿Por qué, [Señor]», dije yo, «es el Hijo de Dios representado en esta parábola en la forma de un siervo?»


    [59] VI. «Escucha», me contestó; «el Hijo de Dios no está representado en la forma de un siervo, sino que está representado en gran poder y señorío.» «¿Cómo, señor?», dije yo; «no lo comprendo.» «Porque», dijo él, «Dios plantó la viña, esto es, creó al pueblo y lo entregó a su Hijo. Y el Hijo colocó a los ángeles a cargo de ellos, para que velaran sobre ellos; y el Hijo mismo limpió sus pecados, trabajando mucho y soportando muchas labores; porque cavar sin trabajar o esforzarse. Habiendo, pues, Él limpiado a su pueblo, les mostró los caminos de vida, dándoles la ley que Él recibió de su Padre. Ves, pues», me dijo, «que Él es el mismo Señor del pueblo, habiendo recibido todo el poder de su Padre. Pero escucha en qué forma el señor tomó a su hijo y sus gloriosos ángeles como consejeros respecto a la herencia del siervo. Dios hizo que el Espíritu Santo preexistente, que creó toda la creación, morara en carne que Él deseó. Esta carne, pues, en que reside el Espíritu Santo, fue sometida al Espíritu, andando honorablemente en santidad y pureza, sin contaminar en modo alguno al Espíritu. Cuando hubo vivido, pues, honorablemente en castidad, y trabajado con el Espíritu, y hubo cooperado con él en todo, comportándose él mismo osada y valerosamente, Él lo escogió como colaborador con el Espíritu Santo; porque el curso de esta carne agradó [al Señor], siendo así que, poseyendo el Espíritu Santo, no fue contaminado en la tierra. Por tanto, tomó a su Hijo como consejero y a los gloriosos ángeles también, para que esta carne, además, habiendo servido al Espíritu intachablemente, pudiera tener algún lugar de residencia, y no pareciera que había perdido la recompensa por su servicio; porque toda carne que es hallada sin contaminación ni mancha, en que reside el Espíritu Santo, recibirá una recompensa. Ahora tienes la interpretación de esta parábola también.»


    [60] VII. «Estoy muy contento, señor», le dije, «de ofr esta interpretación.» «Escucha ahora», dijo él. «Guarda esta tu carne pura e incontaminada, para que el Espíritu que reside en ella pueda dar testimonio de ella, y tu carne pueda ser justificada. Procura que nunca entre en tu corazón que esta carne tuya es perecedera, y con ello abuses de ella en alguna contaminación. [Porque] si tú contaminas tu carne, contaminarás al Espíritu Santo también; pero si contaminas + la carne +, no vivirás.» «Pero, señor», dije yo, «si ha habido alguna ignorancia en tiempos pasados, antes de haber oído estas palabras, ¿cómo será salvado un hombre que ha contaminado su carne?» «Sólo Dios tiene poder de sanar los antiguos hechos de ignorancia», dijo él, «porque toda autoridad es suya. [Pero ahora guárdate, y el Señor Todopoderoso, que está lleno de compasión, dará curación para los antiguos hechos de ignorancia] si a partir de ahora no contaminas tu carne ni el Espíritu; porque ambos comparten en común, y el uno no puede ser contaminado sin el otro. Por tanto, mantente puro, y vivirás para Dios.»


    Sexta Parábola


    [61] I. Estando sentado en mi casa, y glorificando a Dios por todas las cosas que había visto; y considerando, respecto a los mandamientos, que eran hermosos y poderosos y gozosos y gloriosos y capaces de salvar el alma de un hombre, dije para mí: "Bienaventurado seré si ando en estos mandamientos; sí, y todo el que ande en ellos será bienaventurado". Mientras decía estas cosas dentro de mí, súbitamente vi que él estaba sentado junto a mí, y me decía lo siguiente: «¿Por qué eres de ánimo indeciso con respecto a los mandamientos que yo te he mandado? Son hermosos. No dudes en absoluto; pero revístete de la fe del Señor, y andarás en ellos. Porque yo voy a corroborarte en ellos. Estos mandamientos son apropiados para los que intentan arrepentirse; porque si no andan en ellos, su arrepentimiento es vano. Los que os arrepentís, pues, arrojad de vosotros las maldades de este mundo que os oprimen; y, revistiéndoos de toda excelencia de justicia, podréis observar estos mandamientos y no añadir más a vuestros pecados. Si no añadís, pues, ningún otro pecado, os apartaréis de vuestros pecados anteriores. Andad, pues, en estos mandamientos míos, y viviréis para Dios. Estas cosas ya te las he dicho [todas].» Y después que él me hubo dicho estas cosas, me dijo: «Vayamos al campo, y te mostraré los pastores de las ovejas.» «Vayamos, señor», le contesté. Y fuimos a cierta llanura, y él me mostró a un joven, un pastor, vestido con un leve manto de color de azafrán; y estaba apacentando un gran número de ovejas, y estas ovejas se veía que estaban bien alimentadas y eran muy retozonas, y estaban contentas y daban saltos de un lado a otro; y el mismo pastor estaba muy contento acerca de su rebaño; y la misma mirada del pastor era alegre en extremo; y corría por entre las ovejas.


    [62] II. Y me dijo: «¿Ves este pastor?» «Le veo, señor», le contesté. «Éste es el ángel de la indulgencia propia y del engaño», me dijo. «Destruye las almas de los siervos de Dios, y las pervierte de la verdad, descarriándolas con malos deseos, en los cuales perecen. Porque se olvidan de los mandamientos del Dios vivo, y andan en engaños vanos y actos de complacencia propia, y son destruidos por este ángel, algunos de ellos a muerte, y otros a corrupción.» Y yo le dije: «Señor, no comprendo lo que esto significa: "a muerte" y "a corrupción".» «Escucha», me dijo; «las ovejas que viste contentas y juguetonas, son las que se han apartado de Dios por completo, y se han entregado a sus propios deleites y deseos de este mundo. En ellas, pues, no hay arrepentimiento para vida. Porque el Nombre de Dios es blasfemado entre ellas. La vida de estas personas es muerte. Pero las ovejas que viste que no están dando saltos, sino que están paciendo en un lugar, éstas son las que se han entregado a actos de autoindulgencia y engaño, pero no han pronunciado ninguna blasfemia contra el Señor. Estas, pues, han sido corrompidas de la verdad. En éstas hay esperanza de arrepentimiento, por el cual pueden vivir. La corrupción, por tanto, tiene esperanza de una renovación posible, pero la muerte tiene destrucción eterna.» Y seguimos un poco más adelante, y me mostró un gran pastor, como un hombre tosco en apariencia, con una gran piel de cabra, blanca, echada sobre su cuerpo; y tenía una especie de zurrón sobre los hombros, y un cayado muy duro, con nudos en él, y un gran látigo. Y su mirada era muy agria, de modo que tuve miedo de él a causa de su mirada. Este pastor, entonces, fue recibiendo del pastor joven aquellas ovejas juguetonas y bien alimentadas, pero que no saltaban, y las ponía en cierto lugar que era muy abrupto y cubierto de espinos y zarzas, de modo que las ovejas no podían desenredarse de los espinos y zarzas, sino que [se enmarañaban entre los espinos y zarzas. Y así estas ovejas] pacían enmarañadas en los espinos y zarzas, y su estado era en extremo desgraciado, pues él las azotaba; y las hacía avanzar de un lado a otro, sin darles descanso, y en conjunto aquellas ovejas lo pasaban muy mal.


    [63] III. Cuando las vi tan maltratadas por el látigo y desgraciadas, me dio pena su situación, porque eran atormentadas y no tenían reposo alguno. Y dije al pastor que estaba hablando conmigo: «Señor, ¿quién es este pastor, que es [tan] cruel y severo, y no tiene la menor compasión de estas ovejas?» «Este», me dijo, «es el ángel del castigo, y es uno de los ángeles justos, y preside sobre el castigo. Así que recibe a los que se apartan de Dios y van en pos de sus concupiscencias y engaños en esta vida, y los castiga, según merecen, con castigos espantosos y variados.» «Me gustaría saber de qué clase son estos castigos diversos, señor», le dije. «Escucha», me respondió; «las diversas torturas y castigos son torturas que pertenecen a la vida presente; porque algunos son castigados con pérdidas, y otros con necesidades, y otros con enfermedades variadas, y otros con [toda clase] de turbaciones, y otros con insultos de personas dignas y con sufrimiento en muchos otros aspectos. Porque muchos, viéndose perturbados en sus planes, ponen mano en muchas cosas, y nada les prospera. Y entonces ellos dicen que no prosperan en sus actos, y no entra en sus corazones que han cometido malas acciones, sino que echan la culpa al Señor. Cuando son afligidos, pues, con toda clase de aflicción, entonces me los entregan a mí para recibir buena instrucción, y son corroborados en la fe del Señor, y sirven al Señor con un corazón puro el resto de los días de su vida. Y cuando se arrepienten, las malas obras que han hecho se levantan en sus corazones, y entonces glorifican a Dios, diciendo que Él es un Juez justo, y que sufren justamente cada uno según sus actos. Y sirven al Señor a partir de entonces con un corazón puro, y prosperan en sus actos, recibiendo del Señor todas las cosas que piden; y entonces glorifican al Señor porque les ha entregado a mí y ya no sufren ningún mal.»


    [64] IV. Y yo le digo: «Señor, declárame más sobre esta cuestión.» «~,Qué es lo que quieres saber?», me preguntó. «Señor, dime silos que viven en la autoindulgencia y son engañados sufren tormentos durante el mismo período de tiempo en que han vivido en la autoindulgencia y son engañados.» El me contestó: «Sufren tormentos durante el mismo período de tiempo.» Y le dije yo: «Entonces, señor, sufren tormentos muy leves; porque los que viven así en autoindulgencia y se olvidan de Dios deberían ser atormentados a razón de siete por uno.» Él me dijo: «Tú eres un necio, y no comprendes el poder del tormento.» «Es verdad», le respondí, «porque si lo hubiera comprendido, no te habría pedido que me lo declararas.» «Escucha», me dijo: «el poder de los dos, [de la autoindulgencia y del tormento]. El tiempo de la autoindulgencia y el engaño es una hora. Pero una hora de tormento tiene el poder de. treinta días. Si uno vive en la autoindulgencia y es engañado durante un día, y es atormentado un día, el día de tormento es equivalente a todo un año. Porque un hombre es atormentado durante tantos años como días ha vivido en la autoindulgencia. Ves, pues», me dijo «que el tiempo de la autoindulgencia y el engaño es muy corto, pero el tiempo del castigo y el tormento es largo.»


    [65] V. «Señor», le dije, «como no comprendo del todo lo que hace referencia al tiempo del engaño y la auto indulgencia y tormento, muéstramelo más claramente.» Él me respondió y me dijo: «La necedad está pegada a ti; porque no quieres limpiar tu corazón y servir a Dios. Vigila», [me dijo], «que el tiempo no se cumpla y seas hallado en tu necedad. Escucha, pues», [me dijo], «según quieres, para poder comprender esto. El que vive en la autoindulgencia y es engañado durante un día, y hace lo que quiere, está revestido de mucha locura y no comprende lo que está haciendo; porque el día de mañana olvida lo que hizo el día anterior. Porque la autoindulgencia y el engaño, por razón de su locura, no tienen recuerdos con los cuales revestirse; pero cuando el castigo y el tormento están unidos al hombre durante un solo día, este hombre es castigado y atormentado durante todo un año; porque el castigo y el tormento tienen recuerdos prolongados. Así que, siendo atormentado y castigado durante todo un año, el hombre recuerda largo tiempo su autoindulgencia y engaño, y se da cuenta de que es a causa de ellas que está sufriendo estos males. Todo hombre que vive en la autoindulgencia y es engañado, pues, es atormentado de esta manera porque, aunque posee la vida, se ha entregado a sí mismo a la muerte.» «¿Qué clase de autoindulgencia es perjudicial, señor?» «Toda acción que hace con placer es autoindulgencia para el hombre», me contestó; «para el hombre irascible, cuando da rienda suelta a su pasión, es autoindulgencia; y el adúltero y el borracho y el calumniador y el mentiroso y el avaro y el defraudador y el que hace cosas semejantes a éstas, da las riendas a su pasión peculiar, por lo que es autoindulgente en su acción. Todos estos hábitos de autoindulgencia son perjudiciales para los siervos de Dios; a causa de estos engaños sufren, pues, los que son castigados y atormentados. Pero hay hábitos de autoindulgencia, también, que salvan a los hombres; porque muchos son autoindulgentes en hacer bien, siendo arrastrados por el placer que les produce. Esta autoindulgencia, por consiguiente, es conveniente para los siervos de Dios, y trae vida a un hombre de esta disposición; pero las autoindulgencias perjudiciales antes mencionadas producen a los hombres tormentos y castigos; y si continúan en ellas y no se arrepienten, les acarrean la muerte.»


    Séptima Parábola


    [66] Después de unos días le vi en la misma llanura donde había visto también a los pastores, y me dijo: «¿Qué buscas?» «Señor», le contesté, «estoy aquí para que mandes al pastor que castiga que salga de mi casa; porque me aflige mucho.» «Te es necesario», me dijo, «ser afligido; porque así lo ha ordenado respecto a ti el ángel glonoso, porque quiere que seas probado.» «¿Por qué?, ¿qué he hecho que sea tan malo, señor», le dije, «que deba ser entregado a este ángel?» «Escucha», me dijo: «Tus pecados son muchos; con todo, no son tantos que hayas de ser entregado a este ángel; pero tu casa ha cometido grandes iniquidades y pecados, y el ángel glorioso está enojado por estos actos, y por esta causa ha mandado que seas afligido durante cierto tiempo, para que ellos puedan también arrepentirse y ser limpiados de todo deseo de este mundo. Por consiguiente, cuando ellos se arrepientan y sean limpiados, entonces el ángel del castigo partirá.» Y yo le dije: «Señor, si ellos han perpetrado estos actos por los que el ángel glorioso está enojado, ¿qué he hecho yo?» «Ellos no pueden ser afligidos de otra manera», dijo él, «a menos que tú, la cabeza de [toda] la casa, seas afligido; porque si tú eres afligido, ellos también por necesidad serán afligidos; pero si tú eres próspero, ellos no pueden sufrir aflicción alguna.» «Pero, mira, señor», le dije, «ellos se han arrepentido de todo corazón.» «Me doy perfecta cuenta», contestó él, «que ellos se han arrepentido de todo corazón; ahora bien, ¿crees tú que los pecados de los que se arrepienten son perdonados inmediatamente? No lo son en modo alguno; sino que la persona que se arrepiente ha de torturar a su propia alma, y ha de ser del todo humilde en cada una de sus acciones, y afligido con toda clase de aflicción; y si soporta las aflicciones que le vienen, sin duda el que creó todas las cosas y las dotó de poder será movido a compasión y concederá algún remedio. Y esto (hará Dios) si en alguna forma ve el corazón del penitente puro de todo mal. Pero es conveniente que tú y toda tu casa seáis afligidos ahora. Pero, ¿por qué platicar tanto contigo? Tú has de ser afligido como ordena el ángel del Señor, el que te entrega a mí; y por esto da gracias al Señor, que te ha considerado digno de que yo te revele de antemano la aflicción, para que sabiéndolo con antelación la soportes con entereza.» Yo le dije: «Señor, sé tú conmigo, y podré soportar toda aflicción [fácilmente].» «Yo estaré contigo», me dijo; «y pediré al ángel que castiga que te aflija más levemente; pero tú serás afligido durante un tiempo corto, y serás restaurado de nuevo a tu casa. Sólo sigue siendo humilde y sirve al Señor con el corazón puro, tú y tus hijos y tu casa, y anda en mis mandamientos que te ordeno, y de este modo será posible que tu arrepentimiento sea fuerte y puro. Y si guardas estos mandamientos con tu casa, será apartada de ti toda aflicción; sí, y la aflicción será apartada de todo aquel que anda en estos mis mandamientos.
    La Iglesia es el poder supremo en lo espiritual, como el Estado lo es en el temporal.

    Antonio Aparisi

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    Re: Documentos antiguos de los Padres de la Iglesia, y algo más.

    Octava Parábola

    [67] I. Y me mostró un [gran] sauce, que hacía sombra a llanuras y montañas, y bajo la sombra del sauce se habían congregado los que son llamados por el nombre del Señor. Y junto al sauce había de pie un ángel del Señor, glorioso y muy alto, que tenía una gran hoz, y estaba cortando ramas del sauce, y dándolas a la gente que se resguardaba debajo del sauce; y les daba varas pequeñas de un codo de longitud. Y después que todos hubieron tomado las varas, el ángel puso a un lado la hoz, y el árbol estaba sano, tal como yo lo había visto al principio. Entonces me maravillé dentro de ml y dije: «¿Cómo es posible que el árbol esté sano, después que le han cortado tantas ramas». El pastor me dijo: «No te asombres que el árbol permanezca sano después que se le han cortado tantas ramas?» sino espera hasta que veas todas las cosas, y se te mostrará lo que es.» El ángel que dio las varas a la gente les mandó que se las devolvieran; y tal como cada uno de ellos las había recibido, así también fue citándolos, y cada uno le devolvió la vara. Pero el ángel del Señor las tomaba y las examinaba. De algunos recibía varas secas y como comidas por larvas; el ángel les ordenaba a los que entregaban varas así que se pusieran a un lado. Y otros las entregaban medio marchitas; éstos también eran puestos aparte. Y Otros entregaban varas medio secas y con grietas; éstos eran puestos también aparte. Y otros entregaban sus varas verdes y con grietas; éstos también se quedaban aparte. Y otros entregaban sus varas medio secas y medio verdes; éstos también quedaban aparte. Y otros entregaban las varas dos tercios verdes y la otra tercera parte seca; éstos se quedaban aparte. Y otros entregaban varas con dos panes secas y la tercera verde; éstos también se quedaban aparte. Y otros entregaban sus varas casi todas verdes, pero una pequeña porción seca en el extremo; pero había grietas en ellas; éstos también se quedaban aparte. Y en las de otros había una pequeña parte verde, pero el resto de la vara estaba seca; éstos también estaban aparte. Y otros venían trayendo sus varas verdes, tal como las habían recibido del ángel; y la mayor parte de la multitud entregaba sus varas en este estado; y el ángel se regocijaba en gran manera en éstos; éstos también estaban aparte. Y otros entregaban sus varas verdes y con retoños; éstos también eran puestos aparte; y ante éstos también el ángel se regocijaba grandemente. Y otros entregaban sus varas verdes y con retoños; y los retoños tenían lo que parecía una especie de fruto. Y éstos estaban contentos en extremo de que sus varas estuvieran en este estado. Y sobre éstos el ángel se gozaba, y el pastor estaba muy contento con ellos.


    [68] II. Y el ángel del Señor ordenó que trajeran coronas. Y trajeron coronas, hechas como si fuera de ramas de palmera; y coronaba a los hombres que habían entregado las varas que tenían retoños y algo de fruto, y los enviaba a la torre. Y los otros eran también enviados a la torre, a saber, los que habían traído las varas verdes y con retoños, pero los retoños no tenían fruto; y ponía un sello sobre ellos. Y todos los que iban a la torre tenían el mismo vestido, blanco como la nieve. Y los que habían entregado sus varas verdes tal como las habían recibido fueron despedidos, y se les dio un vestido [blanco] y sellos. Después que el ángel hubo terminado estas cosas, dijo al pastor: «Me voy; pero a éstos los enviarás a sus (lugares dentro) de los muros, según lo que cada uno merezca; pero examina las varas cuidadosamente, y envíalos. Mas sé muy cuidadoso al examinarlas. Asegúrate que ninguno escape de ti», le dijo. «Con todo, si alguno se escapa, yo le probaré en el altar.» Cuando hubo dicho esto al pastor se marchó. Y después que el ángel hubo partido, el pastor me dijo: «Tomemos las varas de todos y plantémoslas, para ver si algunas de ellas pueden vivir.» Y, yo le dije: «Señor, estas cosas secas, ¿pueden vivir?» Él me contestó y dijo: «Este árbol es un sauce, y esta clase de árboles se aferra a la vida. Si se plantan las varas y tienen un poco de humedad, muchas de ellas viven. Y después procuremos poner algo de agua sobre ellas. Si alguna de ellas puede vivir, yo me gozaré de ello; pero si no vive, por lo menos no habré sido negligente.» Así que el pastor me mandó que los llamara, a cada uno según estaba colocado. Y ellos vinieron, fila tras fila, y entregaron sus varas al pastor. Y el pastor tomó las varas y las plantó en hileras, y después de haberlas plantado vertió mucha agua sobre ellas, de modo que no se podían ver las varas por el agua. Y después que hubo regado las varas, me dijo: «Vayámonos ahora, y dentro de unos pocos días regresemos e inspeccionemos todas las varas; porque el que ha creado este árbol quiere que vivan todo os que han recibido varas de este árbol. Y yo mismo espero que estas pequeñas varas, después de haber recibido humedad y haber sido regadas, vivan la mayor parte de ellas.»


    [69] III. Y yo le dije: «Señor, infórmame de qué es este árbol. Porque estoy perplejo por su causa, porque aunque se le cortaron tantas ramas, el árbol está sano, y no parece que se le haya cortado ninguna; por tanto, estoy perplejo por ello.» «Escucha», me dijo; «este gran árbol que hace sombra sobre llanuras y montañas y toda la tierra es la ley de Dios, que fue dada a todo el mundo; y esta ley es el Hijo de Dios predicado a todos los extremos de la tierra. Pero el pueblo que está bajo la sombra son los que han oído la predicación y han creído en Él; pero el ángel grande y glorioso es Miguel, que tiene poder sobre esta gente y es su capitán. Porque es él el que pone la ley en los corazones de los creyentes; por tanto, él mismo inspecciona a aquellos a quienes la ha dado, por ver si la han observado. Pero, tú ves las varas de cada uno; porque las varas son la ley. Tú ves muchas de estas varas por completo echadas a perder; y notarás a todos los que no han observado la ley, y verás el lugar (destino) de cada uno en particular.» Yo le dije: «Señor, ¿por qué envió a algunos a la torre y dejó a otros para ti?» El me dijo: «Todos los que transgredieron la ley que han recibido de él, a éstos los ha dejado bajo mi autoridad, para que se arrepientan; pero a cuantos ya han satisfecho la ley y la han observado, a éstos los tiene bajo su propia autoridad.» «¿Quiénes son, pues, señor», le dije, «los que han sido coronados y entrado en la torre?» [«Todos los que han luchado con el diablo y le han vencido en la lucha», me dijo, «éstos son coronados]: éstos son los que han sufrido por la ley. Pero los otros, que también entregaron sus varas verdes y con retoños, aunque no con fruto, son los que fueron perseguidos por la ley pero no sufrieron ni tampoco negaron la ley. Mas los que las entregaron verdes, tal como las habían recibido, son hom bres sobrios y rectos, que anduvieron del todo en un corazón puro y han guardado los mandamientos del Señor. Pero todo lo demás lo sabrás cuando examine estas varas que he plantado y regado.»


    [70] IV. Y después de varios días llegamos al lugar, y el pastor se sentó en el lugar del ángel, en tanto que yo estaba de pie a su lado. Y él me dijo: «Cíñete con una ropa de lino crudo, y ayúdame. » Así que me ceñí con una ropa limpia de lino crudo hecha de material tosco. Y cuando me vio ceñido y dispuesto a servirle, me dijo: «Llama a los hombres cuyas varas han sido plantadas, según la fila en que cada un presentó su vara.» Y yo salí a la llanura y los llamé a todos; y ellos estaban de pie según sus filas. Y él les dijo: «Que cada uno arranque su propia vara, y me la traiga.» Y los primeros que la entregaron fueron los que habían tenido las varas secas y agrietadas, y seguían igual: secas y agrietadas. El les ordenó que se quedaran aparte. Luego las entregaron los que las tenían secas pero no agrietadas; y algunos entregaron varas verdes, y otros secas y como roídas por larvas. A los que le dieron varas verdes él les ordenó que se quedaran aparte; pero a los que se las dieron secas y agrietadas les ordenó que se unieran a los primeros. Entonces las entregaron los que tenían las varas medio secas y con grietas; y muchos de ellos las entregaban verdes y sin grietas; y muchos las entregaban verdes y con retoños y fruto en los retoños, como los que habían ido a la torre coronados; y algunos de ellos las entregaban secas y roídas, y algunos secas y no roídas, y algunos tal como eran, medio secas y con grietas. El les ordenó que se pusieran a un lado, algunos en sus propias filas y otros aparte de ellas.


    [71] V. Entonces las entregaron los que tenían sus varas verdes pero con grietas. Estos las entregaron todos verdes, y se quedaron en su propia compañía. Y el pastor se regocijó sobre éstos, porque estaban todos cambiados y habían eliminado las grietas. Y las entregaron también los que tenían la mitad verde y la otra mitad seca. Las varas de algunos fueron halladas verdes del todo, las de algunos medio secas, las de y roídas, y las de algunos verdes y con retoños. Estos fueron todos enviados cada uno a su compañía. Luego las entregaron los que tenían dos partes verdes y la otra seca; muchos de ellos las entregaban verdes, y muchos medio secas, y otros secas y roídas. Todos éstos se quedaron en su propia compañía. Luego las entregaron los que tenían dos partes secas y la tercera parte verde. Muchos de ellos las entregaban medio secas, algunos secas y roídas, y otros medio secas y con grietas, y unos pocos verdes. Todos éstos se quedaron en su propia compañía. Luego las entregaron los que habían tenido sus varas verdes pero con una pequeña porción [seca] y con grietas. De éstos, algunos las entregaron verdes, otros verdes y con retoños. Estos también fueron enviados a su propia compañía. Entonces las entregaron los que tenían una pequeña parte verde y las otras partes secas. Las varas de éstos fueron halladas en su mayor parte verdes y con retoños y fruto en los retoños, y otras del todo verdes. Ante estas varas el pastor se regocijó [sobremanera] porque fueron halladas así. Y éstos fueron enviados a su propia compañía.


    [72] VI. Cuando [el pastor] hubo examinado las varas de todos, me dijo: «Ya te dije que este árbol es tenaz en mantenerse vivo. ¿Ves», me dijo, «como muchos se arrepintieron y fueron salvados?» «Lo veo, señor», le contesté. Y él me dijo: «Es para que tú puedas ver la abundante compasión del Señor, cuán grande es y gloriosa, y Él ha dado (su) Espíritu a los que eran dignos de arrepentimiento.» «¿Por qué, pues, señor», le pregunté, «no se arrepintieron todos?» «A aquellos cuyo corazón Él vio que estaba a punto de volverse puro y de servirle a Él de todo corazón, Él les dio arrepentimiento; pero a aquellos en los que vio astucia y maldad, que intentaban arrepentirse en hipocresía, a éstos no les dio arrepentimiento, para que no profanaran de nuevo su nombre.» Y yo le dije: «Señor, ahora muéstráme, con referencia a los que han entregado sus varas, qué clase de hombre era cada uno de ellos, y su morada, para que cuando oigan esto los que han creído y recibido el sello y lo han roto y no lo han guardado entero, puedan entender lo que están haciendo, y arrepentirse, recibiendo de ti un sello, y puedan glorificar al Señor, que tuvo compasión de ellos y te envió a ti para renovar su espíritu.» «Escucha», me dijo: «Aquellos cuyas varas fueron halladas secas y comidas de larvas, éstos son los renegados y traidores de la Iglesia, que han blasfemado al Señor en sus pecados, y todavía más, se avergonzaron del Nombre del Señor, que fue invocado sobre ellos. Estos, pues, perecerán del todo para Dios. Pero tú ves también que ninguno de ellos se arrepintió, aunque oyeron las palabras que les dijiste, que yo te había mandado. De hombres de esta clase ha partido la vida. Pero los que entregaron (varas) verdes y sin marchitar, éstos están también cerca de ellos; porque eran hipócritas, y trajeron doctrinas extrañas, y pervirtieron a los siervos de Dios, especialmente a los que no habían pecado, no permitiéndoles que se arrepintieran, sino persuadiéndoles con sus doctrinas insensatas. Éstos, pues, tienen esperanza de arrepentirse. Pero ves que muchos de ellos verdaderamente se han arrepentido desde que tú les hablaste de mis mandamientos; sí, y (otros) todavía se arrepentirán. Y todos los que no se arrepientan, habrán perdido la vida; pero cuantos de ellos se arrepintieron se volvieron buenos; y su morada fue colocada dentro de los primeros muros, y alguno de ellos, incluso, ascendió dentro de la torre. Ves, pues», [me dijo], «que el arrepentimiento de los pecados trae vida, pero el no arrepentirse trae muerte.


    [73] VII. »Pero, en cuanto a los que entregaron (varas) medio secas y con gnetas en ellas, oye respecto a los mismos. Aquellos cuyas varas estaban medio marchitas del todo, eran los indecisos; porque ni viven ni están muertos. Pero los que las tienen medio secas y con grietas, éstos son los indecisos y calumniadores, y nunca están en paz entre sí, sino que siempre causan disensiones. Con todo, incluso éstos», [dijo él], «reciben arrepentimiento. Ves, [me dijo], que algunos de ellos se han arrepentido; y todavía hay», me dijo, «esperanza de arrepentimiento entre ellos. Y todos los que de ellos», me dijo, «se han arrepentido, tienen su residencia dentro de la torre; pero todos los que se han arrepentido tardíamente morarán dentro de los muros; y los que no se arrepintieron, sino que continuaron en sus actos, morirán de muerte. Pero los que han entregado sus varas verdes y con grietas, éstos fueron hallados fieles y buenos en todo tiempo, [pero] tienen cierta emulación los unos de los otros para obtener el primer lugar y gloria de alguna clase; pero todos ellos son necios al mostrar (rivalidad) el uno del otro por los primeros lugares. Pese a todo, éstos también, cuando oyeron mis mandamientos, siendo buenos, se purificaron a si mismos y se arrepintieron rápidamente. Tienen, por tanto, su habitación dentro de la torre. Pero si alguno vuelve otra vez a la disensión, será echado fuera de la torre y perderá su vida. La vida es para todos los que guardan los mandamientos del Señor. Pero en los mandamientos no hay nada sobre los primeros lugares, ni sobre gloria de alguna clase, sino sobre paciencia y humildad en el hombre. En estos hombres, pues, hay la vida del Señor, pero en el sedicioso y libertino hay muerte.


    [74] VIII. »Pero los que entregaron sus varas medio verdes y medio secas, éstos son los que están mezclados en negocios y no se unen a los santos. Por lo tanto, la mitad de ellos vive, pero la otra mitad está muerta. Muchos de ellos cuando oyeron mi mandamiento se arrepintieron. Todos los que se arrepintieron tienen su morada dentro de la torre. Pero algunos de ellos están puestos aparte. Estos, pues, no tienen arrepentimiento; porque a causa de sus negocios blasfemaron al Señor y le negaron. Así que perdieron su vida por la maldad que cometieron. Pero muchos de ellos eran de ánimo indeciso. Estos todavía tienen oportunidad para el arrepentimiento; si se arrepienten rápidamente, su morada será dentro de la torre; y si tardan en arrepentirse, morarán dentro de los muros; pero si no se arrepienten, ellos también habrán perdido la vida. Pero los que han entregado varas dos partes verdes y la tercera seca, éstos son los que han negado con negaciones múltiples. Muchos de ellos se han arrepentido, pues, y han partido hacia el interior de la torre; pero muchos se rebelaron del todo contra Dios; éstos perdieron finalmente la vida. Y algunos de ellos eran de ánimo indeciso y causaban disensiones. Para éstos, por tanto, hay arrepentimiento si se arrepienten rápidamente y no siguen en sus placeres; pero si siguen en sus acciones, éstos también se procurarán ellos mismos la muerte.


    [75] IX. »Pero los que han entregado sus varas dos tercios secas y un tercio verde, éstos son los que han sido creyentes, pero se hicieron ricos y tuvieron renombre entre los gentiles. Se revistieron de gran orgullo y se volvieron arrogantes, y abandonaron la verdad y no se juntaron con los justos, sino que vivieron del todo a la manera de los gentiles, y su camino les pareció más placentero a ellos; pese a todo no se apartaron de Dios, sino que continuaron en la fe, aunque no hicieron las obras de la fe. Muchos de ellos, por consiguiente, se arrepintieron y tuvieron su habitación dentro de la torre. Pero otros, al final, viviendo con los gentiles y siendo corrompidos por las opiniones vanas de los gentiles, se apartaron de Dios e hicieron las obras de los gentiles. Estos, pues, son nombrados con los gentiles. Pero otros entre ellos eran de ánimo indeciso, no esperando ser salvos por razón de algunos actos que habían cometido; y otros eran indecisos y hacían divisiones entre ellos. Para los que eran indecisos a causa de sus hechos hay todavía arrepentimiento; mas, su arrepentimiento debería ser rápido, para que su morada pueda ser dentro de la torre; pero para los que no se arrepienten, sino que siguen en sus pasiones, la muerte está cerca.


    [76] X. »Mas los que entregaron sus varas verdes, pero con el extremo seco y con grietas, son los que fueron hallados en todo tiempo buenos y fieles y gloriosos a la vista de Dios, pero pecaron en un grado leve por causa de deseos triviales y porque tenían algo los unos contra los otros. Pero, cuando oyeron mis palabras la mayor parte se arrepintió rápidamente, y su morada fue asignada dentro de la torre. Pero algunos de ellos eran indecisos, y algunos, siendo indecisos, causaron una mayor disensión. En éstos, por lo tanto, hay todavía esperanza de arrepentimiento, porque fueron hallados buenos; y apenas habrá alguno de ellos que muera. Pero los que entregaron sus varas secas, pero con una pequeña porción verde, éstos son los que creyeron pero practicaron las obras de injusticia. Con todo, no se separaron nunca de Dios, sino que llevaron el nombre alegremente, y alegremente recibieron en sus casas a los siervos de Dios. Así que, al oír de este arrepentimiento, se arrepintieron sin vacilar, y practicaron toda excelencia y justicia. Y algunos de ellos, incluso, sufrieron persecución voluntariamente, sabiendo los hechos que hacían. Todos éstos, por tanto, tendrán su morada en la torre.»


    [77] XI. Y después que hubo completado la interpretación de todas las varas, me dijo: «Ve y di a todos los hombres que se arrepientan, y vivirán para Dios; porque el Señor en su compasión me envió a dar arrepentimiento a todos, aunque algunos no lo merecen por sus actos; pero, siendo el Señor paciente, quiere que sean llamados por medio de su Hijo para que sean salvos.» Y le dije: «Señor, espero que todos los que oigan estas palabras se arrepentirán; porque estoy persuadido de que cada uno, cuando conozca plenamente sus propios actos y tema a Dios, se arrepentirá.» El me respondió diciéndome: «Todos cuantos», [dijo él], «se [arrepientan] de todo corazón [y] se limpien de todas las malas acciones antes mencionadas, y no añadan ningún peéado más a los anteriores, recibirán curación del Señor para sus pecados anteflore a menos que sean de ánimo indeciso con respecto a estos mandamientos, y vivirán para Dios. [Pero cuantos añadan a sus pecados», me dijo, «y anden en las concupiscencias de este mundo, se condenarán a sí mismos a muerte.] Pero tú anda en mis mandamientos, y vive [para Dios; sí, y cuantos anden en ellos y obren rectamente, vivirán para Dios.]» Habiéndome mostrado todas estas cosas [y habiéndomelas dicho] me dijo: «Mira, te declararé el resto dentro de unos días.»


    Novena Parábola


    [78] I. Después de haber escrito los mandamientos y parábolas del pastor, el ángel del arrepentimiento vino a mí y me dijo: «Deseo mostrarte todas las cosas que el Espíritu Santo, que habló contigo en la forma de la Iglesia, te mostró. Porque este Espíritu es el Hijo de Dios. Porque cuando tú eras más débil en la carne, no te fue declarado a través de un ángel; pero cuando fuiste capacitado por el Espíritu, y te hiciste fuerte en tu fortaleza de modo que pudiste incluso ver un ángel, entonces te fue manifestada de modo claro, a través de la Iglesia, la edificación de la torre. En forma justa y apropiada has visto todas las cosas, (instruido) como si fuera por una virgen; pero ahora ves (siendo instruido) por un ángel, aunque es por el mismo Espíritu; pese a ello, has de aprenderlo todo con más exactitud de mí. Porque para esto también fui designado por el ángel glorioso para permanecer en tu casa, para que pudieras ver todas las cosas con poder, sin sentirte aterrado en nada, no como antes.» Y él me llevó a Arcadia, a cierta montaña redondeada, y me puso en la cumbre de la montaña, y me mostró una gran llanura, y alrededor de la llanura doce montañas, las cuales tenían cada una un aspecto diferente. La primera era negra como hollín; la segunda, desnuda, sin vegetación; la tercera, llena de espinos y zarzas; la cuarta tenía la vegetación medio mustia, la parte superior de la hierba era verde, pero la parte cercana a las raíces, seca, y parte de la hierba se había marchitado, siempre que el sol la había quemado; la quinta montaña tenía hierba verde y era áspera; la sexta montaña estaba llena de barrancos por todas partes, algunos pequeños y otros grandes, y en las hendiduras había vegetación, pero la hierba no era muy lozana, sino más bien marchita; la séptima montaña tenía vegetación sonriente, y toda la montaña estaba en condición próspera, y había ganado y aves de todas clases que se alimentaban en esta montaña; y cuanto más ganado y aves alimentaba, más florecía la hierba de esta montaña. La octava montaña estaba llena de fuentes, y toda clase de criaturas del Señor bebían en las fuentes de esta montaña. La novena montaña no tenía agua alguna y era por completo un desierto; y tenía fieras y reptiles mortíferos, que destruían a la humanidad. La décima montaña tenía árboles muy grandes y mucha umbría, y bajo la sombra había ovejas echadas y paciendo y reposando. La montaña undécima tenía una gran espesura de bosques por todas partes, y los árboles de la misma eran muy productivos, cubiertos de varias clases de frutos, de modo que uno al verlos deseaba comer estos frutos. La duodécima montaña era del todo blanca y su aspecto era alegre; y la montaña era en extremo hermosa de por si.


    [79] II. Y en la mitad de la llanura me mostró una gran roca blanca, que se levantaba sobre la llanura. La roca era más elevada que las montañas, y tenía cuatro lados, de modo que podía contener a todo el mundo. Ahora bien, esta roca era antigua y tenía una puerta excavada en ella; pero la puerta me pareció haber sido excavada muy recientemente. Y la puerta brillaba más que el resplandor del sol., de modo que me maravillé del brillo de la puerta. Y alrededor de la puerta había doce vírgenes. Las cuatro que estaban en los extremos me parecieron más gloriosas (que el resto); pero las otras también eran gloriosas; y (las cuatro) estaban de pie en las cuatro partes de la puerta, y había vírgenes, en parejas, entre ellas. E iban vestidas de túnicas de lino y ceñidas de manera apropiada, teniendo el hombro derecho libre, como si intentaran llevar alguna carga. Así estaban preparadas, porque eran muy animosas y alegres. Después que vi estas cosas, me maravillé de la grandeza y la gloria de lo que estaba viendo. Y de nuevo me quedé perplejo con respecto a las vfrgenes, que, aunque fueran delicadas, estaban de pie como hombres, como si intentaran llevar todo el cielo. Y el pastor me dijo: «¿Por qué te haces preguntas y estás perplejo, y te pones triste? Porque las cosas que no puedes comprender no te las propongas, si eres prudente; pero ruega al Señor, para que puedas recibir entendimiento para comprenderlas. Lo que hay detrás de ti tú no puedes verlo, pero lo que hay delante de ti lo contemplas. Las cosas que no puedes ver, por tanto, déjalas, y no te preocupes de ellas; pero las cosas que puedes ver, éstas domínalas, y no tengas curiosidad sobre el resto; pero voy a explicarte todas las cosas que te mostraré. Observa, pues, lo que queda.»


    [80] III. Y vi seis hombres que venían, altos y gloriosos y de aspecto semejante, y éstos llamaron a una gran multitud de hombres. Y los otros que habían venido también eran altos y hermosos y poderosos. Y los seis hombres les ordenaron que edificaran una torre sobre la puerta. Y hacían un gran ruido estos hombres que habían venido para edificar la torre, cuando corrían de un lado a otro alrededor de la puerta. Porque las vírgenes que había junto a la puerta dijeron a los hombres que se apresuraran a edificar la torre. Y las vírgenes tendieron las manos como para recibir algo de los hombres. Y los seis hombres ordenaron que subieran piedras de cierto hoyo profundo, que habían de servir para la edificación de la torre. Y subieron diez piedras cuadradas y pulimentadas, [no] labradas de una cantera. Y los seis hombres llamaron a las vfrgenes, y les ordenaron que llevaran todas las piedras que habían de entrar en la edificación de la torre, y que las pasaran por la puerta y las entregaran a los hombres que estaban a punto de edificar la torre. Y las vírgenes se cargaron las primeras diez piedras que habían aparecido de lo profundo del hoyo, y las transportaron entre todas, piedra por piedra.


    [81] IV. Y tal como estaban juntas alrededor de la puerta, en este orden las llevaron; las que parecían ser bastante fuertes se habían inclinado a los ángulos de la piedra, en tanto que las otras se inclinaban a los lados de la piedra. Y así acarrearon todas las piedras. Y las trasladaron a través de la puerta, tal como se les había ordenado, y las entregaron a los hombres para la torre; y éstos tomaron las piedras y edificaron. Y la edificación de la torre era sobre la gran roca y sobre la puerta. Estas diez piedras fueron entonces juntadas, y cubrían toda la roca. Y éstas formaron un fundamento para el edificio de la torre. Y [la roca y] la puerta sostenían toda la torre. Y después de las diez piedras subieron de la profundidad otras veinticinco piedras, y éstas fueron encajadas en el edificio de la torre, siendo acarreadas por las vírgenes, como las anteriores. Y después de éstas subieron treinta y cinco piedras. Y éstas, asimismo, fueron encajadas en la torre. Y después de éstas vinieron otras cuarenta piedras, y éstas fueron puestas todas en el edificio de la torre. Así que se pusieron cuatro hileras en los fundamentos de la torre. Y (las piedras) dejaron de subir de la profundidad, y los edificadores también cesaron un rato. Y entonces los seis hombres ordenaron a la multitud de gente que trajera piedras de las montañas para la edificación de la torre. Fueron traídas, pues, de todas las montañas, de varios colores, labradas por los hombres, y entregadas a las vírgenes; y las vírgenes las acarreaban a través de la puerta y las entregaban para la edificación de la torre. Y cuando las distintas piedras fueron colocadas en el edificio, se hicieron semejantes todas y blancas, y perdieron sus muchos colores. Pero algunas piedras fueron entregadas por los hombres para el edificio, y éstas no se volvieron brillantes; sino que tal como eran colocadas, así permanecían; porque no eran entregadas por las vírgenes ni habían sido acarreadas a través de la puerta. Estas piedras, pues, eran disformes y desagradables a la vista en el edificio de la torre. Entonces los seis hombres vieron que las piedras eran impropias en el edificio, y ordenaron que fueran quitadas y fueran llevadas (abajo) a su lugar propio, de donde habían sido traídas. Y dijeron a los hombres que estaban trayendo piedras: «Absteneos del todo de entregar piedras para la edificación; pero colocadlas junto a la torre, para que las vfrgenes las acarreen a través de la puerta y las entreguen a los que edifican. Porque», [dijeron ellos], «si no son acarreadas a través de la puerta por las manos de estas vírgenes no pueden cambiar su color. No trabajéis, pues», [dijeron], «en vano.»


    [82] V. Y el edificio quedó terminado en aquel día; con todo, la torre no quedó terminada por completo, porque había de ser elevada [todavía] un poco más; y hubo una interrupción en la edificación. Y los seis hombres ordenaron a los edificadores que se retiraran un rato [todos ellos] y descansaran; pero a las vírgenes no les ordenaron que se retiraran de la torre. Y yo pensé que las vírgenes se habían quedado para guardar la torre. Y después que todos se hubieron retirado [y descansado], yo le dije al pastor: «Señor, ¿por qué no ha sido completada la edificación de la torre?» «La torre», me contestó, «no puede ser completamente terminada hasta que su Señor venga y ponga a prueba este edificio, con el fin de que, si hay algunas piedras que se desmenuzan, las pueda cambiar porque la torre es edificada según su voluntad.» «Quisiera saber, señor», le dije, «qué es el edificio de esta torre, y respecto a la roca y la puerta, y las montañas, y las vírgenes, y las piedras que vinieron de lo profundo y no fueron labradas, sino que fueron usadas tal como estaban en la edificación; y porqué fueron colocadas primero diez piedras en los fundamentos, luego veinticinco, luego treinta y cinco, luego cuarenta; y respecto a las piedras que han entrado en la edificación y fueron quitadas otra vez y devueltas a su lugar; con respecto a todas estas cosas da descanso a mi alma, señor, y explícamelas.» Y me dijo: «Si no eres dominado por una curiosidad yana, conocerás todas estas cosas. Porque después de unos pocos días vendremos aquí, y verás lo que a continuación ocurrirá a esta torre y entenderás todas las parábolas con exactitud.» Y después de unos días volvimos al lugar en que nos habíamos sentado, y él me dijo: «Vayamos a la torre, porque el propietario de la torre viene para inspeccionarla.» Y fuimos a la torre y no había nadie allí cerca, excepto las vírgenes. Y el pastor preguntó a las vírgenes si el amo de la torre había llegado. Y ellas le dijeron que llegaría pronto para inspeccionar el edificio.


    [83] VI. Y he aquí, después de poco vi un despliegue de muchos hombres que venían, y en medio un hombre de una estatura tal que sobrepujaba la torre. Y los seis hombres que habían dirigido la edificación andaban con él a su derecha y a su izquierda, y todos los que habían trabajado en la edificación estaban con él, y muchos otros gloriosos ayudantes alrededor. Y las vírgenes que vigilaban la torre se adelantaron y le besaron, y empezaron a caminar a su lado alrededor de la torre. Y este hombre inspeccionó el edificio tan cuidadosamente, que palpó cada una de las piedras, y empuñaba una vara en la mano, con la cual golpeaba cada una de las piedras que estaba colocada en el edificio. Y cuando golpeaba, algunas de las piedras se volvían negras como hollín, otras mohosas, otras se resquebrajaban, otras se rompían, otras no se volvían ni blancas ni negras, otras deformes y no encajaban con las otras piedras, y otras mostraban muchas manchas; éstos eran los aspectos diversos de las piedras que se veía eran impropias para el edificio. Así que ordenó que todas ellas fueran quitadas de la torre, y fueran colocadas junto a la torre, y fueran traídas otras piedras y colocadas en lugar de aquéllas. Y los edificadores le preguntaron de qué montaña deseaba que fueran traídas las piedras y puestas en su lugar. Y él no quiso que fueran traídas de las montañas, sino que mandó que fueran traídas de cierta llanura que había muy cerca. Y cavaron en la llanura, y se hallaron piedras allí brillantes y cuadradas, pero algunas de ellas eran demasiado redondeadas. Y todas las piedras que había por todas panes en aquella llanura fueron traídas, y fueron acarreadas a través de la puerta por las vírgenes. Y las piedras cuadradas fueron labradas y puestas en el lugar de las que habían sido quitadas; pero las redondeadas no fueron colocadas en el edificio, porque era difícil darles forma, y el trabajo en ellas era lento. Así que fueron colocadas al lado de la torre, como si se intentara darles forma y colocarlas en el edificio; porque eran muy brillantes.


    [84] VII. Así que, habiendo realizado estas cosas, el hombre glorioso que era el señor de toda la torre llamó al pastor hacia sí, y le entregó todas las piedras que había puestas al lado de la torre, y que fueron quitadas del edificio, y le dijo: «Limpia estas piedras cuidadosamente, y ponlas en el edificio de esta torre; se entiende las que puedan encajar con el resto; pero las que no puedan encajar, échalas lejos de la torre.» Habiendo dado estas órdenes al pastor, se marchó de la torre con todos los que habían venido con él. Y las vírgenes estaban alrededor de la torre observándole. Yo le dije al pastor: «¿Cómo pueden estas piedras entrar otra vez en el edificio de la torre, siendo así que han sido desaprobadas?» Él me contestó: «¿Ves estas piedras?» «Las veo, señor», le dije. «Yo mismo daré forma a la mayor parte de estas piedras y las pondré en el edificio, y encajarán con las piedras restantes.» «¿Cómo es posible», le dije, «cuando sean recortadas con el cincel, que encajen en el mismo espacio?» El me dijo como respuesta: «Todas las que sean halladas pequeñas, serán puestas en medio del edificio; pero las que sean mayores, serán colocadas cerca del exterior, y se enlazarán con las otras.» Con estas palabras me dijo: «Vayámonos, y después de dos días volvamos y limpiemos estas piedras y pongámoslas en el edificio; porque todas las cosas alrededor de la torre han de ser limpiadas, no sea que el señor venga súbitamente y halle los alrededores de la torre sucios y se enoje, y resulte que estas piedras no entren en la edificiación de la torre y yo sea tenido por descuidado a los ojos de mi señor.»


    Y después de dos días fuimos a la torre, y él me dijo: «Inspeccionemos todas las piedras, y veamos cuáles pueden servir para la edificación.» Yo le dije: «Señor, inspeccionémoslas.»


    [85] VIII. Y así, empezando, primero inspeccionamos las piedras negras; y tal como habían sido descartadas del edificio, así las hallamos. Y el pastor ordenó que fueran quitadas de la torre y fueran puestas a un lado. Luego inspeccionó las que eran mohosas, y las tomó y moldeó muchas de ellas, y ordenó a las vírgenes que las tomaran y las pusieran en el edificio. Y las vírgenes las tomaron y las colocaron en el edificio de la torre en una posición media. Pero para las restantes ordenó que fueran colocadas con las negras, porque éstas también eran negras. Luego empezó a inspeccionar las que tenían rajas; y de éstas moldeó algunas, y ordenó que fueran llevadas por las manos de las vírgenes para el edificio. Y fueron colocadas hacia fuera, porque se vio que eran sanas. Pero el resto no pudo ser moldeado debido al número de rajas. Por esta razón, pues, fueron echadas fuera del edificio de la torre. Luego siguió inspeccionando (las piedras) de tamaño reducido, y muchas de ellas estaban negras, y algunas tenían grandes rajas; y ordenó que éstas también fueran colocadas con las que habían sido descartadas. Pero las que quedaban, él las limpió y les dio forma, y ordenó que fueran colocadas en el edificio. Así que las vírgenes las tomaron y las encajaron en medio del edificio de la torre; porque eran algo débiles. Luego empezó a inspeccionar las que eran medio blancas y medio negras, y muchas de ellas (ahora) eran del todo negras; y ordenó que éstas fueran llevadas con las que habían sido descartadas antes. +Pero todas las restantes fueron [halladas blancas, y fueron] llevadas por las vírgenes; porque siendo blancas fueron encajadas por las mismas [vírgenes] en el edificio.+ Pero fueron colocadas hacia fuera, porque estaban sanas, de modo que podían unirse a las que habían sido colocadas en medio; porque ni una sola de ellas era demasiado pequeña. Entonces empezó a inspeccionar las duras y deformes; y unas pocas fueron descartadas, debido a que no se podían moldear, porque eran demasiado duras. Pero moldeó las restantes, les dio forma [y fueron llevadas por las vírgenes], y fueron encajadas en medio del edificio de la torre, porque eran algo débiles. Luego siguió inspeccionando las que tenían manchas, y algunas de éstas se habían vuelto negras y fueron echadas con el resto; pero las restantes eran brillantes y sanas, y fueron encajadas por las vírgenes en el edificio; pero fueron colocadas hacia fuera debido a su fuerza.


    [86] IX. Entonces fue a inspeccionar las piedras blancas y redondas, y me dijo: «¿Qué haremos con estas piedras?» «¿Cómo puedo saberlo yo, señor?», le respondí. [Y él me dijo]: «j,No te das cuenta de nada con respecto a las mismas?» Y le dije: «Señor, no entiendo en este arte, ni soy cantero, ni puedo decir nada.» «¿No ves», me dijo, «que son muy redondas, y si quiero hacerlas cuadradas es necesario quitar de ellas mucho con el cincel? Con todo, algunas tienen que ser colocadas por necesidad en el edificio.» «Señor», dije, «si ha de ser así, ¿por qué te desazonas, y por qué no escoges para el edificio las que quieras y las encajas en él?» El escogió de entre las grandes y brillantes algunas y las picó; y las vírgenes las tomaron y las encajaron en las panes exteriores del edificio. Pero las restantes que habían quedado se las llevaron y las pusieron en la llanura de donde habían sido traídas; éstas no fueron echadas, sin embargo, porque», dijo él, «queda todavía parte de la torre para ser construida. Y el señor de la torre desea muchísimo que estas piedras sean encajadas en el edificio, porque son muy brillantes.» Así que fueron llamadas doce mujeres, de muy hermosa figura, vestidas de negro, [ceñidas y con los hombros desnudos], con el pelo colgando. Y estas mujeres, pensé yo, tenían un aspecto arisco. Y el pastor ordenó que tomaran las piedras que habían sido desechadas del edificio, y las llevaran a las mismas montañas de las cuales habían sido traídas; y ellas las tomaron con alegría, y se llevaron todas las piedras y las pusieron en el lugar de donde habían sido sacadas. Y después que habían sido quitadas todas las piedras, y no quedaba una sola alrededor de la torre, el pastor me dijo: «Demos la vuelta a la torre y veamos que no haya defecto en ella.» Y yo di la vuelta con él. Y cuando el pastor vio que la torre era muy hermosa en la edificación, se puso en extremo contento; porque la torre estaba tan bien edificada que, cuando yo la vi, deseé con ansia la edificación de la misma; porque estaba edificada como si fuera de una sola piedra, encajada toda junta. Y la obra de piedra parecía como si hubiera sido excavada de la roca; porque me parecía como si fuera todo una sola piedra.


    [87] X. Y cuando andaba con él yo estaba contento al ver una vista tan airosa. Y el pastor me dijo: «Ve y trae yeso y arcilla fina, para que pueda rellenar las formas de las piedras que han sido tomadas y puestas en el edificio; porque toda la torre alrededor ha de ser lisa.» E hice lo que me mandó, y se lo traje. «Ayúdame», me dijo, «y la obra será realizada rápidamente.» Así que él llenó las formas de las piedras que habían entrado en el edificio, y ordenó que los alrededores de la torre fueran barridos y limpiados. Y las vírgenes tomaron escobas y barrieron, y quitaron todos los escombros alrededor de la torre, y rociaron con agua, y el terreno alrededor de la torre quedó alegre y muy hermoso. El pastor me dijo: «Todo ha quedado limpio ahora. Si el señor viene a inspeccionar la torre, no tiene nada de qué acusarnos.» Diciendo esto, quería marcharse. Pero yo eché mano de su zurrón y le conjuré por el Señor que me explicara [todo] lo qüe me había mostrado. El me dijo: «Estoy ocupado durante un rato; luego te lo explicaré todo. Espérame aquí hasta que vuelva.» Yo le dije: «Señor, cuando esté solo aquí, ¿qué es lo que tengo que hacer?» «Tú no estás solo», me contestó, «porque estas vírgenes están aquí contigo.» «Encomiéndame, pues, a ellas», le dije. El pastor las llamó y les dijo: «Os encomiendo a este hombre hasta que vuelva», y se marchó. Así que yo quedé solo con las vírgenes; y ellas estaban muy alegres, y amablemente dispuestas hacia mí, especialmente las cuatro que eran más gloriosas en apariencia.


    [88] XI. Las vírgenes me dijeron: «Hoy el pastor no viene aquí.» «¿Qué haré yo, pues?», dije. «Espérale», dijeron, «hasta el anochecer; y si viene, él hablará contigo; pero si no viene, te quedarás aquí con nosotras hasta que venga.» Yo les dije: «Le esperaré hasta el anochecer, y si no viene, me marcharé a casa y regresaré temprano por la mañana.» Pero ellas contestaron y me dijeron: «Él te encomendó a nosotras, y no puedes marcharte de nosotras.» «¿Dónde me quedaré, pues?» «Tú pasarás la noche con nosotras», dijeron, «como un hermano, no como un marido; porque tú eres nuestro hermano, y a partir de ahora nosotras moraremos contigo; porque te amamos entrañablemente.» Pero yo tenía vergüenza de quedarme con ellas. Y la que parecía ser la principal empezó a besarme y abrazarme; y las otras, viendo que ella me abrazaba, empezaron también a besarme, y me llevaban alrededor de la torre y jugaban conmigo. Y yo me había vuelto como si fuera un joven, y comencé yo mismo a jugar con ellas. Porque algunas de ellas empezaron a danzar, [otras a dar saltos], otras a cantar. Pero yo me quedé en silencio y andaba con ellas alrededor de la torre, y estaba contento con ellas. No obstante, cuando llegó la noche, deseaba irme a casa; pero ellas no me dejaron, sino que me detuvieron. Y yo pasé la noche con ellas, y dormí al lado de la torre. Porque las vírgenes esparcieron sus túnicas de lino sobre el suelo, y me hicieron echar en medio de ellas, y ellas no hacían otra cosa que orar; y yo oraba con ellas sin cesar, y no menos que ellas. Y las vírgenes se regocijaban de que yo orara. Y yo estuve con las vírgenes allí hasta la mañana a la segunda hora. Entonces vino el pastor y dijo a las vírgenes: «¿Le habéis hecho algún daño?» «Pregúntaselo», dijeron. Y yo le dije: «Señor, estuve contento de estar con ellas.» «¿Qué comiste para cenar?», me preguntó. «Cené, señor, las palabras del Señor durante toda la noche», le dije. «¿Te trataron bien?», preguntó él. «Sí, señor», contesté. «Ahora», dijo él, «¿qué es lo que quieres oír primero?» «En el orden en que me lo has mostrado, señor, desde el principio», le dije; «te ruego, señor, que me lo expliques exactamente en el orden en que te lo preguntaré.» «Según tu deseo, así te lo interpretaré», me dijo, «y no te esconderé nada a ti.»


    [89] XII. «Primero, señor», le dije, «explícame esto. La roca y la puerta, ¿qué son?» «Esta roca», me contestó, «y la puerta, son el Hijo de Dios.» «Señor», le dije, «¿cómo es que la roca es antigua pero la puerta reciente?» «Escucha», me dijo, «y entiende, hombre insensato. El Hijo de Dios es más antiguo que toda su creación, de modo que fue el consejero del Padre en la obra de su creación. Por tanto, también El es antiguo.» «Pero la puerta, ¿por qué es reciente, señor?», le pregunté. «Porque», dijo él, «El fue manifestado en los últimos días de la consumación; por tanto, la puerta es hecha recientemente, para que los que son salvos puedan entrar por ella en el reino de Dios. ¿Viste», me dijo, «que las piedras que pasaron por la puerta han entrado en la edificación de la torre, pero las que no pasaron por ella fueron echadas otra vez a su lugar?» «Lo vi, señor», dije yo. «Así, pues», dijo él, «nadie entrará en el reino de Dios a menos que haya recibido el nombre de su Hijo. Porque si tú quieres entrar en una ciudad, y esta ciudad está amurallada por completo y sólo tiene una puerta, ¿puedes entrar en esta ciudad como no sea por medio de la puerta que tiene?» «Señor, ¿cómo sería posible hacerlo de otra manera», le pregunté yo. «Así pues, si no puedes entrar en la ciudad excepto a través de la puerta que tiene, lo mismo», dijo él, «ninguno puede entrar en el reino de Dios excepto en el nombre de su Hijo que es amado por Él. ¿Viste», me dijo, «la multitud que está edificando la torre?» «La vi, señor», le contesté. «Estos», dijo él, «son todos ángeles gloriosos. De éstos, pues, está rodeado por todas panes el Señor. Pero la puerta es el Hijo de Dios; sólo hay esta entrada al Señor. Nadie puede entrar hasta Él de otra manera que por medio de su Hijo. ¿Viste», me dijo, «los seis hombres, y el hombre glorioso y poderoso en medio de ellos, que andaba alrededor de la torre y rechazaba las piedras del edificio?» «Le vi, señor», le dije. «El hombre glorioso», dijo él, «es el hijo de Dios, y los seis son los gloriosos ángeles que le guardan a su derecha y a su izquierda. De estos gloriosos ángeles ni uno entrará ante Dios aparte de Él; todo el que no recibe su nombre, no entrará en el reino de Dios.»


    [90] XIII. «Pero la torre», dije yo, «¿qué es?» «La torre», contestó él, «¡cómo!, es la Iglesia.» «Y estas vírgenes, ¿quiénes son?» Y me dijo: «Son los espíritus santos; y ningún hombre puede hallarse en el reino de Dios a menos que éstos le revistan con su vestido; porque si tú recibes sólo el nombre, pero no recibes el vestido de ellos, no te sirve de nada. Porque estas vírgenes son poderes del Hijo de Dios. [Por lo tanto] si tú llevas el Nombre, y no llevas su poder, llevarás el Nombre sin ningún resultado. Y las piedras», dijo él, «que viste que eran echadas, éstas llevaban el Nombre, pero no estaban vestidas con el vestido de las vírgenes.» «¿De qué clase, señor», pregunté yo, «es su vestido?» «Los mismos nombres», dijo él, «son su vestido. Todo el que lleva el nombre del Hijo de Dios, debería llevar los nombres de éstos también; porque incluso el Hijo mismo lleva los nombres de estas vírgenes. Todas las piedras que viste que entraban en el edificio de la torre», me dijo, «siendo dadas por sus manos y esperando para la edificación, han sido revestidas del poder de estas vírgenes. Por esta causa tú ves la torre hecha de una sola piedra con la roca. Así también los que han creído en el Señor por medio de su Hijo y están revestidos de estos espíritus, pasarán a ser un espíritu y un cuerpo, y sus vestidos son todos de un color. Pero estas personas que llevan los nombres de las vírgenes tienen su morada en la torre.» «Las piedras que son echadas, pues», dije yo, «¿por qué fueron echadas? Porque pasaron por la puerta y fueron colocadas en el edificio de la torre por manos de las vírgenes.» «Como todas estas cosas te interesan», dijo él, «e inquieres con diligencia, escucha lo que se refiere a las piedras que han sido echadas. Todas éstas», [dijo él], «recibieron el nombre del Hijo de Dios, y recibieron también el poder de estas vírgenes. Cuando recibieron, pues, estos espíritus, fueron fortalecidas, y estaban con los siervos de Dios, y tenían un espíritu y un cuerpo [y un vestido]; porque eran de un mismo pensar, y obraban justicia. Después de cierto tiempo, pues, fueron persuadidas por las mujeres que viste vestidas en ropa negra, y tenían los hombros desnudos y el pelo suelto, y eran de hermosa figura. Cuando las vieron las desearon, y se revistieron de su poder, pero se despojaron del poder de las vírgenes. Estos, por tanto, fueron echados de la casa de Dios y entregados a estas (mujeres). Pero los que no fueron engañados por la hermosura de estas mujeres permanecieron en la casa de Dios. Aquí tienes la interpretación de las que fueron descartadas», dijo él.


    [91] XIV. «¿Qué pasa, pues, señor», dije yo, «si estos hombres, siendo lo que son, se arrepienten y se desprenden de su deseo hacia estas mujeres, y regresan a las vírgenes, y andan en su poder y en sus obras? ¿No entrarán en la casa de Dios?» «Entrarán», dijo él, «si se desprenden de las obras de estas mujeres y vuelven a tomar el poder de las vírgenes y andar en sus obras. Porque ésta es la razón por la que hubo una interrupción en la edificación, para que si éstos se arrepienten, puedan entrar en el edificio de la torre; pero si no se arrepienten, entonces otros ocuparán su lugar, y ellos serán expulsados finalmente.» Por todas estas cosas yo di gracias al Señor, porque Él tuvo compasión de todos los que invocan su nombre, y nos envió al ángel del arrepentimiento a los que habíamos pecado contra Él, y reavivó nuestro espiritu, y cuando ya estábamos echados a perder y no teníamos esperanza de vida, restauró nuestra vida.» «Ahora, señor», dije yo, «muéstrame por qué la torre no está edificada sobre el suelo, sino sobre la roca y sobre la puerta.» «Porque careces de sentido», dijo él, «y eres sin entendimiento [haces esta pregunta].» «Me veo obligado, señor», dije yo, «a preguntarte todas las cosas a ti porque yo soy totalmente incapaz de comprender nada en absoluto; porque todas estas cosas son grandes y gloriosas y difíciles de entender para los hombres.» «Escucha», continúo él. «El nombre del Hijo de Dios es grande e incomprensible, y sostiene a todo el mundo. Así pues, si toda la creación es sostenida por el Hijo [de Dios], ¿qué piensas tú de los que son llamados por Él, y llevan el nombre del Hijo de Dios y andan conforme a sus mandamientos? ¿Ves tú en qué manera Él sostiene a los hombres? Los que llevan su nombre de todo corazón. Él mismo, pues, es su fundamento, y Él los sustenta alegremente, porque ellos no están avergonzados de llevar su nombre.»


    [92] XV. «Declárame, señor», le dije, «los nombres de las vírgenes y de las mujeres vestidas de ropas negras.» «Escucha», respondió él, «los nombres de las vírgenes más poderosas, las que se hallaban situadas en los extremos. La primera es Fe; la segunda, Continencia; la tercera, Poder; y la cuarta, Paciencia. Pero las otras estacionadas entre ellas tienen por nombres: Simplicidad, Inocencia, Pureza, Alegría, Verdad, Entendimiento, Concordia, Amor. El que lleva estos nombres y el nombre del Hijo de Dios podrá entrar en el reino de Dios. Escucha», me dijo, «también los nombres de las mujeres que llevan las ropas negras. De ellas hay también cuatro que son más poderosas que el resto: la primera es Incredulidad; la segunda, Intemperancia; la tercera, Desobediencia; la cuarta, Mentira; y las que siguen son llamadas Tristeza, Maldad, Lascivia, Irascibilidad, Falsedad, Locura, Calumnia, Rencor. El siervo de Dios que lleva estos nombres verá el reino de Dios, pero no entrará en él.» «Pero las piedras, señor», dije yo, «que vinieron de lo profundo y fueron encajadas en el edificio, ¿quiénes son?» «Las primeras», dijo él, «a saber, las diez, que fueron colocadas en los fundamentos, son la primera generación; las veinticinco son la segunda generación de los justos; las treinta y cinco son los profetas de Dios y sus ministros; las cuarenta son los apóstoles y maestros de la predicación del Hijo de Dios.» «¿Por qué, pues, señor», pregunté yo, «entregaron las vírgenes también estas piedras para la edificación de la torre y las llevaron a través de la puerta?» «Porque estas primeras», contestó él, «llevaban estos espíritus, y nunca se separaron los unos de los otros, ni los espíritus de los hombres ni los hombres de los espíritus, sino que los espíritus permanecieron con ellos hasta que durmieron; y si ellos no hubieran tenido estos espíritus con ellos, no habrían sido hallados útiles para la edificación de esta torre.»


    [93] XVI. «Muéstrame algo más aún, señor», le dije. «¿Qué deseas saber además», me dijo. «¿Por qué, señor», le pregunté «salieron las piedras de lo profundo, y por qué fueron colocadas en el edificio aunque traían estos espíritus?» «Les era necesario que se levantaran a través del agua, para que pudieran recibir vida; porque de otro modo no habrían podido entrar en el reino de Dios, a menos que hubieran puesto a un lado lo mortal de su vida [previa]. Lo mismo, pues, los que durmieron recibieron el sello del Hijo de Dios y entraron en el reino de Dios. Porque antes que un hombre lleve el nombre [del Hijo de] Dios, es muerto; pero cuando ha recibido el sello, deja a un lado la mortalidad y asume otra vez la vida. El sello, pues, es el agua; así que descienden en el agua muertos y salen vivos. Así que, también a ellos fue predicado este sello, y ellos se beneficiaron de él para poder entrar en el reino de Dios.» «¿Por qué, señor», le pregunté, «salieron las cuarenta piedras también de lo profundo, aunque ya habían recibido el sello?» «Porque éstas», dijo él, «los apóstoles y los maestros que predicaron el nombre del Hijo de Dios, después que hubieron dormido en el poder y la fe del Hijo de Dios, predicaron también a los que habían quedado dormidos antes que ellos, y ellos mismos les dieron el sello de la predicación. Por tanto, descendieron con ellos en el agua y salieron de nuevo. Pero éstos descendieron vivos [y de nuevo salieron vivos]; en tanto que los otros que habían dormido antes que ellos descendieron muertos y salieron vivos. Así que por medio de ellos fueron vivificados y llegaron al pleno conocimiento del nombre del Hijo de Dios. Por esta causa también subieron con ellos, y fueron encajados con ellos en el edificio de la torre y fueron edificados con ellos, sin que se les diera nueva forma; porque ellos durmieron en justicia y gran pureza. Sólo que no tenían este sello. Tú tienes, pues, la interpretación de estas cosas también.» «Las tengo, señor», le dije.


    [94] XVII. «Ahora pues, señor, explícame respecto a las montañas. ¿Por qué son sus formas distintas la una de la otra, y son varias?» «Escucha», me dijo. «Estas doce montañas son [doce] tribus que habitan todo el mundo. A estas (tribus), pues, fue predicado el Hijo de Dios por los apóstoles.» «Pero explícame, señor, por qué son varias —estas montañas— y cada una tiene un aspecto diferente.» «Escucha», me respondió. «Estas doce tribus que habitan todo el mundo son doce naciones; y son diversas en entendimiento y en mente. Siendo diversas, pues, según viste, estas montañas, también lo son las variedades de la mente de estas naciones, y su entendimiento. Y yo te mostraré la conducta de cada una.» «Primero, señor», le dije, «muéstrame esto: por qué las montañas, siendo tan distintas, pese a todo, cuando sus piedras fueron puestas en el edificio, se volvieron brillantes y de un color como el de las piedras que habían ascendido de lo profundo.» «Porque», me dijo, «todas las naciones que habitan bajo el cielo, cuando oyeron y creyeron, fueron llamadas por el nombre único de [el Hijo de] Dios. Así que, habiendo recibido el sello, tenían un entendimiento y una mente, y pasó a ser suya una fe y [un] amor, y llevaron los espíritus de las vírgenes junto con el Nombre; por lo tanto, el edificio de la torre pasó a ser de un color brillante como el sol. Pero después que estuvieron juntas y se hicieron un cuerpo, algunas de ellas se contaminaron, y fueron echadas de la sociedad de los justos, y pasaron de nuevo a ser igual que eran antes, o aún peor.»


    [95] XVIII. «Señor», le pregunté, «¿cómo se hicieron peor después de haber conocido plenamente a Dios?» «El que no conoce a Dios», respondió él, «y comete maldad, tiene cierto castigo por su maldad; pero el que conoce a Dios plenamente ya no debería cometer más maldad, sino hacer lo bueno. Así pues, si el que debería obrar bien comete maldad, ¿no parece cometer una maldad mayor que el que no conoce a Dios? Por tanto, los que no habían conocido a Dios y cometen maldad son condenados a muerte, pero los que han conocido a Dios y visto sus obras poderosas, y, con todo, cometen maldad, recibirán un castigo doble y morirán eternamente. De esta forma, pues, será purificada la Iglesia de Dios. Y así como tú viste las piedras quitadas de la torre y entregadas a los espíritus malos, ellos también serán echados fuera; y habrá un cuerpo de ellos que son purificados, tal como la torre, después de haber sido purificada, pasó a ser como si fuera una sola piedra. Así será la Iglesia de Dios también después de haber sido purificada, y los malvados e hipócritas y blasfemos e indecisos y los que cometen varias clases de maldad hayan sido echados fuera. Cuando éstos hayan sido echados fuera, la Iglesia de Dios será un cuerpo, un entendimiento, una mente, una fe, un amor. Y entonces el Hijo de Dios se regocijará y se gozará en ellos, porque Él ha vuelto a recibir a su pueblo puro.» «Grandes y gloriosas son, señor, todas estas cosas. Una vez más, señor», [le dije], «muéstrame la fuerza y las acciones de cada una de las montañas, para que cada alma que confía en el Señor, cuando lo oiga, pueda glorificar su nombre grande, maravilloso y glorioso.» «Escucha», me dijo, «la variedad de las montañas y de las doce naciones.


    [96] XIX. »De la primera montaña, que era negra, los que han creído son como sigue: rebeldes y blasfemos contra el Señor, y traidores de los siervos de Dios. Para éstos no hay arrepentimiento, sino que hay muerte. Por esta causa son también negros; porque su raza es rebelde. Y de la segunda montaña, la desolada, los que han creído son así: hipócritas y maestros de maldad. Y éstos, pues, son como los primeros en no tener el fruto de la justicia. Porque, tal como su montaña es sin fruto, del mismo modo estos hombres tienen un nombre, verdaderamente, pero están vacíos de fe, y no hay fruto de verdad en ellos. A éstos, por tanto, se les ofrece arrepentimiento si se arrepienten presto; pero si lo demoran, morirán con los anteriores.» «¿Por qué, señor», pregunté yo, «es posible el arrepentimiento para ellos, pero no lo es para los anteriores? Porque sus actos son casi los mismos.» «Por esto», me dijo, «les es ofrecido arrepentimiento a éstos, porque no han blasfemado de su Señor ni han traicionado a los siervos de Dios; pese a todo, por afán de lucro actúan de modo hipócrita, y se enseñan el uno al otro [según] los deseos de los pecadores. No obstante, éstos recibirán cierto castigo; con todo, hay arrepentimiento ordenado para ellos, porque no han sido blasfemos o traidores.


    [97] XX. »Y de la tercera montaña, la que tiene espinos y zarzas, los que han creído son así: algunos de ellos son ricos, y otros están enzarzados en muchos asuntos de negocios. Las zarzas son los ricos, y los espinos son los que están mezclados en varios asuntos de negocios. Estos [pues, que están mezclados en muchos y varios asuntos de negocios] no se juntan con los siervos de Dios, sino que se descarrían, siendo ahogados por sus asuntos; por su parte, los ricos no están dispuestos a unirse a los siervos de Dios, no sea que se les pueda pedir algo. Estos hombres, pues, difícilmente entrarán en el reino de Dios. Porque tal como es difícil andar entre espinos con los pies descalzos, también es difícil que estos hombres entren en el reino de Dios. Pero para todos éstos es posible el arrepentimiento, aunque ha de ser rápido, para que lo que omitieron hacer en días pasados, puedan ahora compensarlo y hacer algo bueno. Si se arrepienten, pues, y hacen algo bueno, vivirán para Dios; pero si continúan en sus actos, serán entregados a aquellas mujeres, las cuales les darán muerte.


    [98] XXI. »Y con respecto a la cuarta montaña, la que tenía mucha vegetación, la parte superior de la hierba era verde y la parte hacia las raíces seca, y alguna había sido secada por el sol, los que han creído son así: los indecisos y los que tienen al Señor en sus labios pero no lo tienen en su corazón. Por tanto, sus fundamentos son secos y sin poder, y sólo viven sus palabras, pero sus obras son muertas. Estos hombres no son ni vivos ni muertos. Son, por consiguiente, como los indecisos; porque el indeciso no es ni verde ni seco; porque ellos no están vivos ni muertos. Porque como su hierba se secó cuando vio el sol, así también el hombre indeciso, cuando oye que se acerca tribulación, por su cobardía adora a los ídolos y se avergüenza del nombre de su Señor. Éstos no están ni vivos ni muertos. Pese a todo, éstos también, si se arrepienten presto, podrán vivir; pero si no se arrepienten, han sido entregados ya a las mujeres que les quitan la vida.


    [99] XXII. »Y de la quinta montaña, la que tenía la hierba verde y era abrupta, los que han creído son así: son fieles, pero lentos para aprender y obstinados, y procuran agradarse a sí mismos, deseando saber todas las cosas y, con todo, no saben nada en absoluto. A causa de su obstinación, el entendimiento se mantuvo alejado de ellos, y entró en ellos una insensatez sin sentido; y se alaban a sí mismos como si tuvieran entendimiento, y desean ser maestros que se han nombrado a sí mismos, aunque carezcan de sentido. Debido, pues, a este orgullo del corazón de muchos, aunque se exaltan a sí mismos, han sido vaciados; porque la obstinación y la yana confianza son un demonio poderoso. De éstos, pues, muchos fueron echados, pero algunos se arrepintieron y creyeron y se sometieron a los que tenían entendimiento, habiéndose dado cuenta de su propia insensatez. Con todo, y para el resto que pertenece a esta clase, se les ofrçce arrepentimiento; porque ellos no se hicieron malos, sino más bien insensatos y sin entendimiento. Si éstos, por tanto, se arrepienten, vivirán para Dios; pero si no se arrepienten, tendrán su morada con las mujeres que obran mal contra ellos.


    [100] XXIII. »Pero los que han creído de la sexta montaña, que tiene barrancos grandes y pequeños, y en las hendiduras la hierba se ha secado, son así: los que se hallan en las hendiduras pequeñas, éstos son los que tienen algo el uno contra el otro, y por sus murmuraciones se han secado en la fe; pero muchos de éstos se arrepienten. Sí, y el resto de ellos se arrepentirá cuando oigan mis mandamientos; porque sus murmuraciones son pequeñas y se arrepentirán pronto. Pero los que se hallan en las grandes hendiduras, éstos persisten en sus murmuraciones y guardan rencores, manteniendo la ira el uno contra el otro. Estos, pues, fueron quitados inmediatamente de la torre y rechazados de su edificación. Estas personas, pues, con dificultad vivirán. Si Dios y nuestro Señor, que gobierna sobre todas las cosas y tiene autoridad sobre toda su creación, no guarda rencor contra los que confiesan sus pecados, sino que es misericordioso, ¿debe el hombre, que es mortal y lleno de pecado, guardar rencor contra otro hombre, como si pudiera destruirle o salvarle? Os digo yo el —ángel del arrepentimiento— a cuantos sostenéis esta herejía, apartadla de vosotros y arrepentíos, y el Señor curará vuestros pecados anteriores si os purificáis de este demonio; pero si no, seréis entregados a él para que os dé muerte.


    [101] XXIV. »Y de la séptima montaña, en la cual había hierba verde y sonriente, y toda la montaña prosperaba, y había ganado de todas clases y las aves del cielo se alimentaban de la hierba de esta montaña, y la hierba verde de la cual se alimentaban crecía aún más lozana, los que creyeron son así: son simples e inocentes y benditos, no teniendo nada los unos contra los otros, sino regocijándose siempre en los siervos de Dios, y revestidos del santo Espíritu de estas vfrgenes, y teniendo compasión siempre de todo hombre, y de sus propias labores suplen la necesidad de todos sin reproches y sin recelos. El Señor, pues, viendo su simplicidad y su humildad, hizo que abundaran en las labores de sus manos, y les ha concedido favor sobre ellos en todas sus acciones. Pero os digo a los que sois como los tales —yo, el ángel del arrepentimiento—, permaneced hasta el fin como sois, y vuestra simiente nunca será borrada. Porque el Señor os ha puesto a prueba, y os ha contado entre su número, y toda vuestra simiente morará con el Hijo de Dios; porque recibisteis de su Espíritu.


    [102] XXV. »Y de la octava montaña, la que tenía muchas fuentes, y todas las criaturas del Señor bebían de las fuentes, los que creyeron son así: apóstoles y maestros, que predican a todo el mundo, y que enseñan la palabra del Señor en sobriedad y pureza, y no retienen parte alguna por mal deseo, sino que anduvieron siempre en rectitud y verdad, y también recibieron el Espíritu Santo. Estos, por tanto, tendrán entrada con los ángeles.


    [103] XXVI. »Y de la novena montaña, que estaba desierta, que tenía [los] reptiles y las fieras que destruyen a los hombres, los que creyeron son así: los que tienen las manchas son diáconos que ejercieron mal su oficio, y saquearon la sustancia de viudas y huérfanos, e hicieron ganancia para sí con las ministraciones que habían recibido para ejecutar. Estos, pues, si permanecen en el mismo mal deseo, son muertos y no hay esperanza de vida para ellos; pero si se vuelven y cumplen sus ministraciones con pureza les será posible vivir. Pero los que están mohosos, éstos son los que han negado al Señor y no se han vuelto a Él, sino que se han vuelto estériles y desérticos, porque no se juntan con los siervos de Dios, sino que viven en soledad, éstos destruyen sus propias almas. Porque como la vid dejada a solas en un seto, si se la descuida es destruida y echada a perder por las malas hierbas, y con el tiempo se vuelve silvestre y ya no es útil para su dueño, así también los hombres de esta clase se han entregado al abatimiento y se vuelven inútiles para su Señor, haciéndose silvestres. A éstos, pues, les llega el arrepentimiento, a menos que hayan negado en su corazón; y yo no sé si uno que ha negado en su corazón es posible que viva. Y esto no lo digo con referencia a estos días, que un hombre después de haber negado haya de recibir arrepentimiento; porque es imposible que sea salvo el que ahora intente negar a su Señor; pero para los que le han negado hace mucho tiempo, el arrepentimiento parece posible. Si un hombre se arrepiente, por tanto, que lo haga rápidamente antes que la torre sea completada; pues si no, será destruido por las mujeres y le darán muerte. Y las piedras de tamaño reducido, éstos son los traidores y los murmuradores; y las fieras que viste en la montaña son éstos. Porque como las fieras con su veneno envenenan y matan a un hombre, así también las palabras de estos hombres envenenan y matan a un hombre. Estos, pues, están mutilados en su fe, a causa de lo que se han hecho a sí mismos; pero algunos de ellos se arrepintieron y fueron salvos; y el resto que son de esta clase pueden ser salvos si se arrepienten; pero si no se arrepienten, hallarán la muerte en las manos de aquellas mujeres, por cuyo poder son poseídos.


    [104] XXVII. »Y de la décima montaña, en que había árboles que cobijaban a ciertas ovejas, los que creyeron son así: obispos, personas hospitalarias, que reciben alegremente en sus casas en todo tiempo a los siervos de Dios sin hipocresía. [Estos obispos] en todo tiempo sin cesar dieron albergue a los necesitados y a las viudas en sus ministraciones, y se condujeron con pureza en todo momento. A [todos] éstos, pues, les dará asilo el Señor para siempre. Los que han hecho estas cosas, por consiguiente, son gloriosos a la vista de Dios, y su lugar es ahora con los ángeles si siguen hasta el fin sirviendo al Señor.


    [105] XXVIII. »Y de la undécima montaña, en que había árboles llenos de fruto, adornados con varias clases de frutos, los que creyeron son así: sufrieron por el Nombre [del Hijo de Dios], y también sufrieron dispuestos de todo corazón, y entregaron sus vidas.» «¿Por qué, pues, señor», pregunté yo, «tienen todos los árboles frutos, pero algunos de estos frutos son más hermosos que otros?» «Escucha», me dijo: «todos cuantos han sufrido por amor al Nombre son gloriosos a la vista de Dios, y los pecados de ellos fueron quitados porque sufrieron por el nombre del Hijo de Dios. Ahora escucha por qué sus frutos son diversos y algunos sobrepujan a otros. Todos cuantos fueron torturados y no negaron», dijo él, «cuando fueron puestos delante del magistrado, sino que sufrieron dispuestos, éstos son los más gloriosos a la vista del Señor; su fruto es el que sobrepasa. Pero todos los que se acobardaron, y se perdieron en la incertidumbre, y consideraron en sus corazones si debían negar o confesar, y pese a todo sufrieron, sus frutos son menores, porque este designio entró en su corazón; porque este designio es malo, que un siervo niegue a su propio señor. Procurad, pues, los que albergáis esta idea, que este designio no permanezca en vuestros corazones y, con todo, muráis para el Señor. Pero, el que sufre por amor al Nombre debería glorificar a Dios, porque Dios te considera digno de que lleves este nombre, y que todos tus pecados sean sanados. Consideraos, pues, bienaventurados; sí, pensad, más bien, que habéis hecho una gran obra si alguno de vosotros sufre por amor a Dios. El Señor os concede vida, y no la echáis de ver; porque vuestros pecados os hunden, y si no hubierais sufrido por el Nombre [del Señor] habríais muerto para Dios por razón de vuestros pecados. Estas cosas os digo a los que vaciláis con respecto a la negación o la confesión. Confiesa que tienes al Señor, para que Él no te niegue, no sea que, denegándole, seas entregado a la cárcel. Si los gentiles castigan a sus esclavos, si uno de ellos niega a su señor, ¿qué pensáis que os hará el Señor que tiene autoridad sobre todas las cosas? ¡Fuera estos designios de vuestros corazones, para que podáis vivir para siempre en Dios!


    [106] XXIX. »Y de la montaña duodécima, que era blanca, los que creyeron eran así: eran como verdaderos recién nacidos, en cuyo corazón no hay astucia alguna, ni han aprendido lo que es maldad, sino que permanecen siendo niños para siempre. Estos, pues, moran, sin duda, en el reino de Dios, porque no contaminaron los mandamientos de Dios en nada, sino que siguen siendo niños todos los días de su vida en su mentalidad. Cuantos de vosotros, por tanto, continuéis así», dijo él, «siendo como niños que no tienen malicia, seréis más gloriosos [aún] que los que han sido mencionados antes; porque los niños son gloriosos a la vista de Dios, y se hallan primero ante su vista. Bienaventurados sois, pues, cuantos habéis ahuyentado la maldad de vosotros yos habéis revestido de inocencia; viviréis para Dios más que todos los demás.»


    Y después que hubo terminado las parábolas de las montañas, le dije: «Señor, explícame ahora respecto a las piedras que fueron sacadas de la llanura y colocadas en el edificio en lugar de las piedras que habían sido quitadas de la torre, y respecto a las (piedras) redondas que fueron colocadas en el edificio, y respecto a las que son todavía redondas.»


    [107] XXX. «Oye también», me dijo, «con respecto a todas estas cosas. Las piedras que fueron traídas de la llanura y colocadas en el edificio de la torre en lugar de las que fueron rechazadas, son las raíces de esta montaña blanca. Cuando los que creyeron de esta montaña fueron hallados todos sinceros, el señor de la torre ordenó que estos de la raíz de esta montaña fueran puestos en el edificio de la torre. Porque sabía que si estas piedras entraran en el edificio [de la torre] permanecerían brillantes y ni una de ellas se volvería negra. Pero si hubiera añadido (piedras) de otras montañas, se habría visto obligado a visitar la torre de nuevo y purificarla. Así pues, todos éstos han sido hallados blancos, que han creído y que creerán; porque son de la misma clase. ¡Bienaventurada es esta clase, porque es inocente! Oye ahora, asimismo, respecto a las piedras redondas y brillantes. Todas éstas son de esta montaña blanca. Ahora oye por qué fueron halladas redondas. Sus riquezas las han oscurecido y ofuscado un poco de la verdad; pese a todo, nunca se han apartado de Dios ni ha salido ningún mal de su boca, sino toda equidad y virtud que viene de la verdad. Por lo tanto, cuando el Señor percibió su mente, +que ellos podían favorecer la verdad+ y al mismo tiempo permanecer buenos, Él mandó que les fuera quitada parte de sus posesiones, aunque no que se las quitaran del todo, de modo que pudieran hacer algún bien con lo que les había quedado, y pudieran vivir para Dios, porque vienen de una clase buena. Así pues, han sido recortadas un poco y colocadas en el edificio de esta torre.


    [108] XXXI. »Pero las otras (piedras), que han permanecido redondas y no han sido encajadas en el edificio porque no han recibido todavía el sello, han sido vueltas a su propio lugar, porque fueron halladas muy redondas. Porque hay que separarlas de este mundo y de las vanidades de sus posesiones, y entonces van a encajar en el reino de Dios. Porque es necesario que entren en el reino de Dios; porque el Señor ha bendecido a esta clase inocente. De esta clase, pues, ninguno perecerá. Sí, incluso si alguno de ellos, habiendo sido tentado por el demonio más malvado, haya cometido alguna falta, retornará rápidamente a su Señor. A todos os digo que sois bienaventurados —yo, el ángel del arrepentimiento—, que sois sinceros e inocentes como niños, porque vuestra parte es buena y honrosa a la vista de Dios. Además, os mando a todos, cualesquiera que recibáis este sello, manteneos sin doblez, no guardéis rencor, y no sigáis en vuestra maldad ni en el recuerdo de las ofensas de amargura; sino tened un solo espíritu, y sanad estas malas divisiones y quitadlas de entre vosotros, para que el dueño de los rebaños pueda regocijarse respecto a vosotros. Porque él se gozará si halla todas las cosas bien. Pero si halla alguna parte del rebaño desparramada, ¡ay de los pastores! Porque si resulta que los mismos pastores están esparcidos, ¿cómo van a responder de los rebaños? ¿Dirán que fueron hostigados por el rebaño? Nadie los creería. Porque es algo increíble que un pastor sea herido por su rebaño, y aún será castigado más a causa de su falsedad. Y yo soy el pastor, y me corresponde estrictamente rendir cuentas de vosotros.


    [109] XXXII. »Enmendaos, pues, en tanto que la torre está en curso de edificación. El Señor mora con los hombres que aman la paz; porque El ama la paz; pero de los contenciosos y de los que son dados a la maldad, manteneos lejos. Restaurad, pues, a El íntegro vuestro espíritu tal como lo recibisteis. Porque supongamos que has dado a un lavandero un vestido entero, y deseas recibirlo de nuevo entero, pero el lavandero te lo devuelve rasgado, ¿vas a aceptarlo? ¿No vas al punto a indignarte, y le llenarás de reproches, diciendo: "El vestido que te di estaba entero; por qué lo has rasgado y lo has hecho inútil? Como ves, a causa del desgarro que has hecho en él ya no puede ser usado." ¿No dirás, pues, todo esto a un lavandero a causa del desgarro que ha hecho en tu vestido? Por tanto, si tú te enojas tanto a causa de tu vestido, y te quejas porque no lo recibiste entero, ¿qué crees que te hará el Señor a ti, El, que te dio el espíritu entero, y tú lo has dejado absolutamente inútil, de modo que no puede servir para nada a su Señor? Porque su utilidad se volvió inutilidad cuando tú lo echaste a perder. ¿No va, pues, el Señor de este espíritu a castigarte [a ti con la muerte] por este hecho?» «Ciertamente», le dije, «a todos aquellos a quienes Él halla persistiendo en la malicia, Él los castigará.» «No pisotees su misericordia», dijo él, «sino glorifícale, porque Él es tan paciente con tus pecados, y no es como tú. Practica, pues, el arrepentimiento que es apropiado para ti.


    [110] XXXIII. »Todas estas cosas que he escrito antes yo, el pastor, el ángel del arrepentimiento, las he declarado y dicho a los siervos de Dios. Así pues, creeréis y escucharéis mis palabras, y andaréis en ellas, y enmendaréis vuestros caminos y podréis vivir. Pero si seguís en la maldad y en albergar malicia, ninguno de esta clase vivirá para Dios. Todas las cosas que yo había de decir (ahora) te las he dicho a ti.» El pastor me dijo: «¿Me has hecho todas tus preguntas?» Y yo le contesté: «Sí, señor.» «¿Por qué, pues, no me has preguntado respecto a la forma de las piedras colocadas en el edificio cuando llenamos sus formas?» Y le dije: «Señor, me olvidé.» «Oye ahora», me dijo, «respecto a ellas. Estas son los que han oído mis mandamientos, y han practicado arrepentimiento con todo su corazón. Por ello, cuando el Señor vio que su arrepentimiento era bueno y puro, y que podían continuar en él, ordenó que sus pecados anteriores fueran borrados. Sus formas, pues, eran sus pecados anteriores, y han sido borrados con cincel para que no puedan aparecer más.»
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    Antonio Aparisi

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    Décima Parábola


    [111] I. Después de haber escrito este libro por completo, el ángel que me había puesto en manos del pastor vino a la casa en que yo estaba, y se sentó en un sofá, y el pastor estaba de pie a su mano derecha. Entonces me llamó y me habló de esta manera: «Te he puesto en las manos de este pastor», me dijo, «a ti y a tu casa, para que puedas ser protegido por él.» «Cierto, señor», le contesté. Y él me dijo: «Así pues, si deseas ser protegido de toda molestia y toda crueldad, tener éxito también en toda buena obra y palabra, y todo el poder de la justicia, anda en sus mandamientos, que te he dado, y podrás dominar toda maldad. Porque si guardas sus mandamientos, se te someterá todo mal deseo y dulzura de este mundo; además, te acompañará el éxito en toda buena empresa. Abraza su seriedad y moderación, y proclama a todos los hombres que él es tenido en gran honor y dignidad por el Señor, y es un gobernante de gran autoridad y poderoso en su cargo. A él solo, en todo el mundo, se le ha asignado autoridad sobre el arrepentimiento. ¿Te parece, pues, que es poderoso? Con todo, tú desprecias la seriedad y moderación que él usa hacia ti.»


    [112] II. Yo le dije: «Pregúntale, señor, a él mismo, si desde el momento en que él llegó a mi casa he hecho algo impropio con lo cual le haya ofendido.» «Yo ya sé», me contestó él, «que no has hecho nada impropio ni estás a punto de hacerlo. Y por ello te digo estas cosas, para que perseveres. Porque él me ha presentado un buen informe acerca de ti. Tú, pues, dirás estas palabras a otros, para que aquellos que también practican o practicarán el arrepentimiento puedan ser del mismo sentir que tú; y él pueda darme un buen informe de ellos a mí y al Señor.» «Yo también, señor», le dije, «declaro a todo hombre las poderosas obras del Señor; porque espero que todos los que han pecado en el pasado, si oyen estas cosas, se arrepentirán con gozo y recobrarán la vida.» «Sigue, pues», me dijo él, «en tu ministerio, y complétalo hasta el fin. Porque todo el que cumple sus mandamientos tendrá vida; sí, este hombre (tendrá) gran honor ante el Señor. Pero todos los que no guardan sus mandamientos huyen de su propia vida, y se oponen a Él, y no siguen sus mandamientos, sino que se entregan ellos mismos a la muerte; y cada uno de ellos pasa a ser culpable de su propia sangre. Pero a ti te digo que obedezcas estos mandamientos, y tendrás remedio para tus pecados.


    [113] III. »Además, te he enviado a estas vfrgenes para que puedan morar contigo; porque he visto que son propicias hacia ti. Tenlas, pues, como ayudadoras, para que seas más capaz de guardar sus mandamientos; porque es imposible guardar estos mandamientos sin la ayuda de estas vfrgenes. Veo también que están contentas de estar contigo. Pero te encargo que no se aparten en absoluto de tu casa. Sólo que purifiques tu casa; porque en una casa limpia ellas residen contentas. Porque son limpias y castas y diligentes, y todas son favorecidas por el Señor. Por tanto, si hallan tu casa pura, permanecerán contigo; pero si ocurre la más leve contaminación, abandonarán tu casa al instante. Porque estas vírgenes no toleran la contaminación en forma alguna.» Y yo le dije: «Señor, espero que les seré agradable, de modo que puedan residir contentas en mi casa para siempre; y tal como aquel a quien tú me encomendaste reside en mi casa para siempre, del mismo modo ellas no se quejarán.» Y él dijo al pastor: «Veo que desea vivir como siervo de Dios, y que guardará estos mandamientos y dará a estas vfrgenes una habitación limpia.» Con estas palabras, una vez más me encomendó al pastor, y llamó a las vírgenes, y les dijo: «Por cuanto veo que estáis contentas de residir en la casa de este hombre, os lo encomiendo, a él y a su casa, para que no os apartéis en absoluto de su casa.» Y ellas escucharon estas palabras con alegría.


    [114] IV. Entonces el ángel me dijo a mí: «Pórtate como un hombre en este servicio; declara a todos las poderosas obras del Señor, y tendrás favor en este ministerio. Todo el que anda en sus mandamientos, pues, vivirá y será feliz en su vida; pero todo el que los descuida, no vivirá y será desgraciado en su vida. Encarga a todos los hombres que pueden obrar rectamente que no cesen en la práctica de las buenas obras; porque es útil para ellos. Digo, además, que todo hombre debe ser rescatado de la desgracia; porque el que tiene necesidad, y sufre desgracias en su vida diaria, está en gran tormento y necesidad. Así pues, todo el que rescata de la penuria una vida de esta clase, obtiene un gran gozo para sí mismo. Porque el que es hostigado por la desgracia de esta clase es afligido y torturado con igual tormento que el que está en cadenas. Porque muchos hombres, a causa de calamidades de esta clase, como ya no lo pueden resistir más, recurren a la violencia contra ellos mismos. Por tanto, el que conoce la calamidad de un hombre de esta clase y no lo rescata, comete un gran pecado, y se hace culpable de la sangre del mismo. Haced, pues, buenas obras todos los que hayáis recibido (beneficios) del Señor, no sea que, demorándoos en hacerlas, sea completada entretanto la edificación de la torre. Porque es a causa de vosotros que ha sido interrumpida la obra de edificación. A menos que os apresuréis a obrar bien, la torre será completada entretanto, y vosotros os quedaréis fuera.»


    Cuando hubo terminado de hablar conmigo, se levantó del sofá y se marchó, llevándose consigo al pastor y a las vírgenes. Me dijo, sin embargo, que enviaría al pastor y a las vírgenes de nuevo a mi casa.



    El Pastor de Hermas
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    Venga a nosotros tu reino
    Del Opúsculo de Orígenes, presbítero, sobre la oración
    Cap 25






    Si, como dice nuestro Señor y Salvador, el reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí, sino que el reino de Dios está dentro de nosotros, pues la palabra está cerca de nosotros, en los labios y en el corazón, sin duda, cuando pedimos que venga el reino de Dios, lo que pedimos es que este reino de Dios, que está dentro de nosotros, salga afuera, produzca fruto y se vaya perfeccionando. Efectivamente, Dios reina ya en cada uno de los santos, ya que éstos se someten a su ley espiritual, y así Dios habita en ellos como en una ciudad bien gobernada. En el alma perfecta está presente el Padre, y Cristo reina en ella, junto con el Padre, de acuerdo con aquellas palabras del Evangelio: Vendremos a él y haremos morada en él.


    Este reino de Dios que está dentro de nosotros llegará, con nuestra cooperación, a su plena perfección cuando se realice lo que dice el Apóstol, esto es, cuando Cristo, una vez sometidos a él todos sus enemigos, entregue a Dios Padre su reino, y así Dios lo será todo para todos. Por esto, rogando incesantemente con aquella actitud interior que se hace divina por la acción del Verbo, digamos a nuestro Padre que está en los cielos: Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino.


    Con respecto al reino de Dios, hay que tener también esto en cuenta: del mismo modo que no tiene que ver la luz con las tinieblas, ni la justicia con la maldad, ni pueden estar de acuerdo Cristo y el diablo, así tampoco pueden coexistir el reino de Dios y el reino del pecado.


    Por consiguiente, si queremos que Dios reine en nosotros, procuremos que de ningún modo el pecado siga dominando nuestro cuerpo mortal, antes bien, mortifiquemos todo lo terreno que hay en nosotros y fructifiquemos por el Espíritu; de este modo, Dios se paseará por nuestro interior como por un paraíso espiritual y reinará en nosotros él solo con su Cristo, el cual se sentará en nosotros a la derecha de aquella virtud espiritual que deseamos alcanzar: se sentará hasta que todos sus enemigos que y en nosotros sean puestos por estrado de sus pies, y sean reducidos a la nada en nosotros todos los principados, todos los poderes y todas las fuerzas.


    Todo esto puede realizarse en cada uno de nosotros, y el último enemigo, la muerte, puede ser reducido a la nada, de modo que Cristo diga también en nosotros: ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? Ya desde ahora este nuestro ser, corruptible, debe vestirse de santidad y de incorrupción, y este nuestro ser, mortal, debe revestirse de la inmortalidad del Padre, después de haber reducido a la nada el poder de la muerte, para que así, reinando Dios en nosotros, comencemos a disfrutar de los bienes de la regeneración y de la resurrección






    Cristo Rey
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    Antonio Aparisi

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    Re: Documentos antiguos de los Padres de la Iglesia, y algo más.

    Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad


    Del tratado de san Cipriano sobre el Padrenuestro
    Cap. 13-15


    Prosigue la oración que comentamos: Venga a nosotros tu reino. Pedimos que se haga presente en nosotros el reino de Dios, del mismo modo que suplicamos que su nombre sea santificado en nosotros. Porque no hay un solo momento en que Dios deje de reinar, ni puede empezar lo que siempre ha sido y nunca dejará de ser. Pedimos a Dios que venga a nosotros nuestro reino que tenemos prometido, el que Cristo nos ganó con su sangre y su pasión, para que nosotros, que antes servimos al mundo, tengamos después parte en el reino de Cristo, como él nos ha prometido, con aquellas palabras: Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.


    También podemos entender, hermanos muy amados, este reino de Dios, cuya venida deseamos cada día, en el sentido de la misma persona de Cristo, cuyo próximo advenimiento es también objeto de nuestros deseos. Él es la resurrección, ya que en él resucitaremos, y por esto podemos identificar el reino de Dios con su persona, ya que en él hemos de reinar. Con razón, pues, pedimos el reino de Dios, esto es, el reino celestial, porque existe también un reino terrestre. Pero el que ya ha renunciado al mundo está por encima de los honores y del reino de este mundo.


    Pedimos a continuación: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, no en el sentido de que Dios haga lo que quiera, sino de que nosotros seamos capaces de hacer lo que Dios quiere. ¿Quién, en efecto, puede impedir que Dios haga lo que quiere? Pero a nosotros sí que el diablo puede impedirnos nuestra total sumisión a Dios en sentimientos y acciones; por esto pedimos que se haga en nosotros la voluntad de Dios, y para ello necesitamos de la voluntad de Dios, es decir, de su protección y ayuda, ya que nadie puede confiar en sus propias fuerzas, sino que la seguridad nos viene de la benignidad y misericordia divinas. Además, el Señor, dando pruebas de la debilidad humana, que él había asumido, dice: Padre mío, si es posible, que pase y se aleje de mi ese cáliz, y, para dar ejemplo a sus discípulos de que hay que anteponer la voluntad de Dios a la propia, añade: Pero, no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.


    La voluntad de Dios es la que Cristo cumplió y enseñó. La humildad en la conducta, la firmeza en la fe, el respeto en las palabras, la rectitud en las acciones, la misericordia en las obras, la moderación en las costumbres; el no hacer agravio a los demás y tolerar los que nos hacen a nosotros, el conservar la paz con nuestros hermanos; el amar al Señor de todo corazón, amarlo en cuanto Padre, temerlo en cuanto Dios; el no anteponer nada a Cristo, ya que él nada antepuso a nosotros; el mantenernos inseparablemente unidos a su amor, el estar junto a su cruz con fortaleza y confianza; y, cuando está en juego su nombre y su honor, el mostrar en nuestras palabras la constancia de la fe que profesamos, en los tormentos, la confianza con que luchamos y, en la muerte, la paciencia que nos obtiene la corona. Esto es querer ser coherederos de Cristo, esto es cumplir el precepto de Dios y la voluntad del Padre.



    11 mircoles ordinario
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    Re: Documentos antiguos de los Padres de la Iglesia, y algo más.

    ¡Mirad cómo se aman! (Apologético 39)


    Habiendo refutado las perversidades que se atribuyen [al cristianismo], mostraré ahora sus excelencias. Somos un cuerpo unido por una común profesión religiosa, por una disciplina divina y por una comunión de esperanza. Nos reunimos en asamblea o congregación con el fin de recurrir a Dios como una fuerza organizada. Esta fuerza es agradable a Dios. Oramos hasta por los emperadores, por sus ministros y autoridades, por el bienestar temporal, por la paz general (...).


    Aunque tenemos una especie de caja, sus ingresos no provienen de cuotas fijas, como si con ello se pusiera un precio a la religión, sino que cada uno, si quiere o si puede, aporta una pequeña cantidad el día señalado de cada mes, o cuando desea. En esto no hay coacción alguna, sino que las aportaciones son voluntarias, y constituyen como un fondo de caridad. En efecto, no se gasta en banquetes, bebidas, o en despilfarros mundanos, sino en alimentar o enterrar a los pobres; en ayudar a los niños y niñas que han perdido a sus padres y sus fortunas, a los ancianos confinados en sus casas, a los náufragos, a los que trabajan en las minas o están desterrados en islas o prisiones. Éstos reciben pensión a causa de su fe, si sufren como seguidores de Dios.


    Pero es precisamente esta eficacia del amor entre nosotros lo que nos atrae el odio de algunos que dicen: mirad cómo se aman, mientras ellos se odian entre sí. Mira cómo están dispuestos a morir el uno por el otro, mientras ellos están dispuestos, más bien, a matarse unos a otros. El hecho de que nos llamemos hermanos lo toman como una infamia, sólo porque entre ellos, a mi entender, todo nombre de parentesco se usa con falsedad afectada. Sin embargo, somos incluso hermanos vuestros en cuanto hijos de una misma naturaleza, aunque vosotros seáis poco hombres, pues sois tan malos hermanos. Con cuánta mayor razón se llaman y son verdaderamente hermanos los que reconocen a un único Dios como Padre, los que bebieron un mismo Espíritu de santificación, los que de un mismo seno de ignorancia salieron a una misma luz de verdad (...), los que compartimos nuestras mentes y nuestras vidas, los que no vacilamos en comunicar todas las cosas. Todas las cosas son comunes entre nosotros, excepto las mujeres: en esta sola cosa en que los demás practican tal consorcio, nosotros renunciamos a todo consorcio (...).


    ¿Qué tiene de extraño, pues, que tan gran amor se exprese en un convite? Digo esto, porque andáis por ahí chismorreando acerca de nuestras modestas cenas, diciendo que son no sólo infames y criminales, sino también opíparas 1 (...). Pero su mismo nombre muestra lo que son nuestras cenas, pues se llaman ágapes, que en griego significa amor. En ellas, todo se gasta en nombre y en beneficio de la caridad, ya que con tales refrigerios ayudamos a los indigentes de toda suerte, no a los jactanciosos parásitos que se dan entre vosotros (...). Considerad el orden que en ellas se sigue, para que veáis su carácter religioso: no se admite nada vil o contrario a la templanza. Nadie se sienta a la mesa sin haber antes gustado una oración a Dios. Se alimentan teniendo presente que incluso durante la noche han de adorar a Dios, y hablan teniendo presente que les oye su Señor (...).


    El convite termina con la oración, como comenzó. De allí nos alejamos, no para unirnos a grupos de bandidos, ni para andar vagabundeando, ni para cometer obscenidades, sino en busca del mismo cuidado de la modestia y de la pureza, como quienes han cenado más disciplina que alimento. ........................


    1. El ágape era una comida de fraternidad que precedía a la celebración de la Eucaristía, por un motivo de caridad con los más pobres. Posteriormente, esa costumbre dio lugar a las instituciones de beneficencia de la Iglesia. La calumnia de que eran objeto los cristianos no se limitaba a una supuesta glotonería, sino que también llegaba a imputarles conductas licenciosas e incluso antropofágicas.



    TERTULIANO textos
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    Re: Documentos antiguos de los Padres de la Iglesia, y algo más.

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    SAN CIPRIANO


    I. El hombre nuevo.
    De Dios viene la fuerza para vivir santamente.
    Cuando yo me encontraba sumido en las tinieblas y en la noche cerrada bamboleándome y fluctuando en el mar agitado del mundo, lleno de dudas en pos de señales perdedoras, ignorante de mi propia vida, extraño a la verdad y a la luz, me parecía que según era en aquel momento mi modo de vida había de serme sumamente difícil y duro lo que la misericordia divina me prometía para mi salvación, a saber, poder renacer de nuevo y con el lavatorio del agua salvadora comenzar una nueva vida, deshaciéndome de todo lo de antes y cambiar el modo de sentir y de entender del hombre, aunque el cuerpo permaneciera el mismo. ¿Cómo puede ser posible, me decia, una conversión tan grande, por la que de repente y en un momento se despoje uno de aquellas cosas congénitas que han adquirido la solidez de la misma naturaleza, o de aquellas cosas adquiridas desde largo tiempo y que han arraigado y envejecido con los años? Estas cosas están sólidamente arraigadas, con raíces sólidas y profundas. ¿Cuándo aprenderá la templanza el que ya está acostumbrado a las buenas cenas y a los grandes banquetes? El que solía brillar por su elegancia, vestido ricamente de oro y púrpura, ¿cuándo podrá ponerse el vestido sencillo del pueblo? El que tenía sus delicias en los honores y dignidades, no puede permanecer como simple privado y sin gloria. El que iba siempre rodeado de una piña de clientes y se sentía honrado con su numeroso séquito y su escuadrón de servidores, piensa ser un castigo el tener que andar solo. Se han hecho imprescindibles los tenaces estímulos a que uno se había acostumbrado: el animarse con el vino, hincharse con la soberbia, inflamarse de ira, preocuparse por la rapacidad, excitarse con la crueldad, deleitarse en la ambición, entregarse al placer.
    Esto pensaba yo muchas veces dentro de mi, pues yo mismo me encontraba enredado en los muchos errores de mi vida anterior, y no pensaba que pudiera llegar a despojarme de ellos... Pero cuando la suciedad de mi vida anterior fue lavada por medio del agua regeneradora, una luz de arriba se derramó en mi pecho ya limpio y puro. Después que hube bebido del Espíritu celeste, me encontré rejuvenecido con un segundo nacimiento y hecho un hombre nuevo: de manera milagrosa desaparecieron de repente las dudas, se abrió la cerrazón, se iluminaron las tinieblas, se hizo posible lo que antes parecía imposible... Reconocí que mi anterior vida carnal y entregada al pecado era cosa de la tierra, mientras que la que ya había empezado a vivir del Espiritu Santo era cosa de Dios... El alabarse a si mismo es odiosa soberbia, pero no es soberbia, sino agradecimiento, el proclamar lo que se atribuye, no al esfuerzo del hombre, sino al don de Dios. El dejar de pecar es cosa de Dios, mientras que el anterior pecado era cosa del error humano. Nuestro poder, repito, todo nuestro poder, es cosa de Dios. De él es nuestra vida, de él nuestra fuerza, de éI tomamos y asimilamos nuestra vitalidad por la que, estando todavía en este mundo, reconocemos los signos de las cosas futuras.
    La persecución es una purificación de la vida cristiana.
    El Señor ha querido poner a prueba a sus hijos. Una larga paz había corrompido en nosotros las enseñanzas que el mismo Dios nos había dado, y tuvo que venir la reprensión del cielo para levantar la fe que se encontraba decaída y casi diría aletargada; y aunque nuestros pecados merecían mayor severidad, el Dios piadosisimo ha ordenado de tal manera todas las cosas, que todo lo que ha acontecido parece ser más una prueba que una persecución. Cada uno se preocupaba de aumentar su hacienda, y olvidándose de su fe y de lo que antes se solía practicar en tiempo de los apóstoles y que siempre deberían seguir practicando, se entregaban con codicia insaciable y abrasadora a aumentar sus posesiones. En los sacerdotes ya no había religiosa piedad, no había aquella fe íntegra en el desempeño de su ministerio, aquellas obras de misecordia, aquella disciplina en las costumbres. Los hombres se corrompían cuidando de su barba, las mujeres preocupadas por su belleza y sus maquillajes: se adulteraba la forma de los ojos, obra de las manos de Dios; los cabellos se teñían con colores falsos. Con astutos fraudes se engañaba a los sencillos, y con intenciones torcidas se abusaba de los hermanos. Se concertaban matrimonios con los infieles, y se prostituían a los gentiles los miembros de Cristo. No sólo se juraba temerariamente, sino que se perjuraba; se despreciaba a los superiores con hinchada soberbia, se blasfemaba con lengua venenosa, se desgarraban unos a otros con odios pertinaces. Muchos obispos, que debían ser ejemplo y exhortación para los demás, se olvidaban de su divino ministerio, y se hacían ministros de los poderosos del siglo: abandonaban su sede. dejaban destituido a su pueblo, recorriendo las provincias extranjeras siguiendo los mercados en busca de negocios lucrativos, con ansia de poseer abundancia de dinero mientras los hermanos de sus iglesias padecían hambre; se apoderaban de haciendas con fraudes y ardides, y aumentaban sus intereses con crecida usura... Nosotros, al olvidarnos de la ley que se nos había dado, hemos dado con nuestros pecados motivo para lo que ocurre: ya que hemos despreciado los mandamientos de Dios, somos llamados con remedios severos a que nos enmendemos de nuestros delitos y demos muestra de nuestra fe. Por lo menos, aunque sea tarde, nos hemos convertido al temor de Dios, dispuestos a sufrir con paciencia y fortaleza esta amonestación y prueba que de Dios nos viene...
    Sólo con una verdadera penitencia se alcanza el perdón del Señor.
    Ha brotado, hermanos amadísimos, un nuevo género de estrago. Como si hubiera sido poco cruel la tormenta de la persecución, se ha añadido como colmo de males una blandura engañosa y destructora que se presenta bajo el titulo de misericordia. Contra el vigor del evangelio, contra la ley de Dios y del Señor, la audacia de algunos concede laxamente la comunión a los incautos, como una paz nula y falsa, llena de peligros para los que la otorgan, y de ningún provecho para los que la reciben. No buscan la penitencia que restablece la salud, ni la verdadera medicina que está en la satisfacción. La penitencia queda excluida de los corazones, borrándose la memoria de un delito gravísimo y supremo. Se encubren las heridas de los moribundos y la llaga mortal latente en lo más profuso de las entrañas se tapa con un falso dolor. Los que vuelven de los altares del diablo, se acercan al santuario del Señor con sus manos sucias e infectas de los olores, casi eructando todavia los manjares mortíferos de los ídolos: sus fauces despiden todavía ahora el aliento de un crimen, precipitándose sobre el cuerpo del Señor cuando su respiración huele todavía a aquellos contagios funestos... Antes de que hayan expiado sus delitos, antes de que hayan hecho confesión de su pecado, antes de que su conciencia haya sido purificada con el sacrificio y con la mano del sacerdote, antes de aplacar la ofensa del Dios indignado y amenazante, se hace violencia a su cuerpo y a su sangre, cometiendo entonces con sus manos y con su boca un crimen contra el Señor, mayor que el que cometieron cuando le negaron. No es aquello paz, sino guerra: no se adhiere al evangelio el que se separa de la Iglesia... Nadie se engañe, nadie se deje sorprender. Sólo el Señor puede perdonar. Sólo él puede dar el perdón de los pecados que se han cometido contra él: él, que cargó con nuestros pecados, que padeció por nosotros, que fue entregado por Dios para nuestros pecados. No puede estar el hombre por encima de Dios, ni puede el esclavo perdonar o conceder indulgencia de los delitos graves cometidos contra su Señor, no sea que al que ha caído se le añada el pecado de no entender lo que está predicho: «Maldito el hombre que pone su esperanza en otro hombre» (Jer 17, 5). Al Señor se ha de rogar, el Señor ha de ser aplacado con nuestra satisfacción, pues él dijo que negaría al que le negase, y que sólo él recibió del Padre el poder de juzgar a todos. Ciertamente creemos que los méritos de los mártires y las obras de los justos tienen mucho poder ante este juez: pero esto será cuando venga el día del juicio, cuando después del ocaso de este mundo su pueblo se presente ante su tribunal.
    II. La Iglesia.
    La unidad de la Iglesia.
    Los manuscritos ofrecen dos versiones del pasaje siguiente: una de ellas insiste más directamente sobre la unión con el primado de Pedro como principio de unidad de la Iglesia, mientras que la otra parece recomendar la unidad en sí misma sin tan directa relación con el primado. Por mucho tiempo existió la sospecha de que el texto que favorecía más al primado de Pedro era un texto manipulado por alguien interesado en la exaltación del primado romano. Sin embargo, la crítica más reciente parece concluir que probablemente ambas versiones pertenecen al mismo san Cipriano: la primera sería la versión original de Cipriano tal como escribió su tratado enviándolo a Roma para ayudar a combatir el cisma por el que Novaciano intentaba oponerse al legitimo obispo de Roma: de ahí la insistencia en la unión con la sede de Pedro. La otra versión sería la que el mismo Cipriano puso en circulación por Africa después de sus disensiones con el papa Esteban acerca del rebautismo de los herejes. Con todo, ni una ni otra parecen apoyar la preeminencia del obispo de Roma sobre los demás, sino más bien la autoridad apostólica de cada uno de los obispos en sus Iglesias en cuanto que son participantes de la única autoridad que el Señor confirió a Pedro sobre la única Iglesia.
    Dice el Señor a Pedro: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia...» (/Mt/16/18). Sobre uno solo edifica el Señor su Iglesia, y aunque a todos los apóstoles les atribuye una potestad igual, con todo establece una única cátedra y un solo principio de unidad con la autoridad de su palabra. Ciertamente los demás apóstoles eran lo que era Pedro, pero el primado es dado a Pedro a fin de que quedase patente que hay una sola Iglesia y una sola cátedra. Todos son pastores, pero queda patente que uno solo es el rebaño, que es apacentado por todos los apóstoles con unanimidad de sentimientos... El que abandona esta cátedra de Pedro, sobre la cual está fundada la Iglesia, ¿puede creer que está todavía en la Iglesia? ¿El que se rebela contra la Iglesia y se opone a ella, puede pensar que está en ella? El mismo apóstol Pablo enseña idéntica doctrina declarando el misterio de la unidad con estas palabras: «Un solo cuerpo y un solo espíritu, una sola esperanza en vuestra vocación, un solo Señor, una fe, un bautismo, un solo Dios» (ce Ef 4, 4). Esta unidad hemos de mantener y vindicar particularmente aquellos que estamos al frente de la Iglesia como obispos, mostrando con ello que el mismo episcopado es uno e indiviso.
    Nadie engañe a los hermanos con falsedades; nadie corrompa la verdad de nuestra fe con desleal prevaricación: el episcopado es uno, y cada uno de los que lo ostentan tiene una parte de un todo sólido; la Iglesia es una, aunque al crecer por su fecundidad se extienda hasta formar una pluralidad. El sol tiene muchos rayos, pero su luz es una; muchas son las ramas de un árbol, pero uno es el tronco, bien fundado sobre sólidas raíces; muchos son los arroyos que fluyen de la fuente, pero aunque la abundancia del caudal parezca difundirse en pluralidad, se mantiene la unidad en el origen. Si separas un rayo del cuerpo del sol, la unidad no permitirá que se divida la luz; si rompes una rama del árbol, ya no podrá brotar una vez rota; si cortas el arroyo de la fuente, se seca al punto. De la misma manera la Iglesia, compenetrada de la luz del Señor, lanza sus rayos por todo el mundo: pero una misma es la luz que se esparce por todas partes, ni sufre división la unidad del cuerpo total. Ella, con su fértil abundancia, extiende sus ramas sobre toda la tierra, y generosamente derrama a lo lejos los arroyos que de ella fluyen: sin embargo, una es su cabeza, uno es su origen, una es la madre abundante en frutos de fertilidad: de su vientre nacemos, de su leche nos alimentamos, su aliento es el que nos da la vida.
    La que es esposa de Cristo, no puede cometer adulterio, sino que permanece íntegra y casta. No conoce más que una casa, y guarda con casto pudor la santidad de un solo tálamo. Ella nos guarda para Dios, ella nos inscribe en el reino de los hijos que ella ha engendrado. Todo el que se separa de la Iglesia, se une a una adúltera, se separa de las promesas de la Iglesia, es un extraño, un excomulgado, un enemigo. No llegará a los premios de Cristo el que abandona la Iglesia de Cristo. No puede tener a Dios por padre el que no tiene a la Iglesia por madre. Tanto puede uno pretender salir a salvo fuera de la Iglesia, cuanto podía uno salvarse fuera del arca de Noé. Así nos lo avisa el Señor diciendo: «El que no está conmigo está contra mi, y el que no recoge conmigo, desparrama» (Mt 12, 30). El que rompe la paz y la concordia de Cristo, lucha contra Cristo... El que no guarda aquella unidad, no guarda la ley de Dios, no guarda la fe del Padre y del Hijo, no conserva la vida y la salvación.
    En cuanto a la persona de Novaciano, sobre el que me pediste que te escriba cuál es la herejía que ha introducido, has de saber en primer lugar que nosotros ni debemos tener curiosidad de saber qué es lo que él enseña, toda vez que enseña fuera de la Iglesia. Quienquiera y comoquiera que sea, no es cristiano el que no está en la Iglesia de Cristo. Aunque ande orgulloso y predique con voces altaneras su filosofía o su retórica, el que no guarda la caridad fraterna y la unidad eclesiástica ha perdido incluso lo que antes era. A no ser que tengas por obispo al que por maquinación se esfuerza en que los desertor'es le hagan obispo, habiendo en la Iglesia otro obispo consagrado por dieciséis de sus colegas. Habiendo sido establecida por Cristo una sola Iglesia por todo el mundo, dividida en muchos miembros, también el episcopado es uno, extendido sobre muchos obispos en concorde pluralidad (episcoporum multorum concordi numerositate diffusus). Pero él, una vez que ya existe la tradición divina, una vez que se da la unidad de la Iglesia católica bien trabada y aunada, que se esfuerce por hacer una iglesia humana y por enviar a numerosas ciudades esos nuevos apóstoles suyos, colocando así esta especie de fundamentos recientes de su institución. Estando ya previamente consagrados obispos en todas las provincias y ciudades, hombres de edad provecta, íntegros en la fe, probados en la adversidad, perseguidos en la persecución, que tenga él la audacia de crear por encima de ellos otros pseudo-obispos...
    La Iglesia, constituida sobre los obispos.
    El Señor nuestro, cuyos mandatos debemos reverenciar y guardar, al regular la posición del obispo y la estructura de la Iglesia habla en el Evangelio y dice a Pedro: <<Tú eres Pedro...» (Mt 16, 18-19). En virtud de esto, a lo largo de los tiempos va continuándose la sucesión de los obispos y la administración de la Iglesia, de suerte que la Iglesia siempre esté establecida sobre los obispos, y todo acto de la Iglesia sea dirigido por estos prepósitos (ut ecclesia super episcopos constituatur et omnis actus ecclesiae per eosdem praepositos gubernetur). Estando esto fundado en la ley divina, me maravilla que algunos. con audacia temeraria, hayan intentado escribirme presentando su carta en nombre de la Iglesia, siendo así que la Iglesia está constituida por el obispo, el clero y todos los fieles (quando ecclesia in episcopo et clero et in omnibus stantibus sit constituta). Lejos de nosotros, y no lo permita la misericordia y el poder invencible de Dios, que la Iglesia se diga ser el conjunto de los herejes, ya que está escrito: «No es Dios de muertos, sino de vivos» (Lc 17, 10). Ciertamente queremos que todos vuelvan a la vida, y con nuestras oraciones y gemidos rogamos que vuelvan a su primer estado. Pero si algunos quieren ser la Iglesia, y si la Iglesia está entre ellos y la forman ellos, ¿qué remedio nos queda sino que nosotros les roguemos a ellos que se dignen admitirnos en la Iglesia? Conviene pues que sean sumisos, pacíficos y modestos aquellos que, conscientes de su pecado, han de hacer penitencia ante Dios. Y no han de escribir cartas en nombre de la Iglesia, constándoles que son ellos más bien los que escriben a la Iglesia.
    El Espíritu Santo en la Iglesia.
    En la casa de Dios, en la Iglesia de Cristo, se habita por la unanimidad, se persevera por la concordia y la simplicidad. Y por esta razón vino el Espiritu Santo en forma de paloma: ésta es un animal sencillo y alegre, sin amargor de hiel, que no muerde con malicia, ni araña violentamente con las uñas, sino que ama la hospitalidad que le dan los hombres y se siente vinculado a una sola morada; cuando engendra hijos, todos ven la luz a la vez; cuando vuelan, lo hacen todas juntas; hacen su vida en convivencia común y tienen el beso de la boca como señal de la concordia y la paz, de suerte que en todos los detalles cumplen la ley de la unanimidad. Tal es la simplicidad que hay que procurar sea patente en la Iglesia; tal es la caridad que hay que conseguir: el amor fraterno ha de imitar al de las palomas, y la mansedumbre y la suavidad han de ser semejantes a las de los corderos y ovejas. ¿Qué sentido tiene en un pecho cristiano la ferocidad del león, o la rabia del perro, o el veneno mortífero de la serpiente, o la sangrienta crueldad de las fieras? Nos hemos de alegrar cuando los tales se separan de la Iglesia, ya que así las ovejas de Cristo no recibirán el contagio de su maligno veneno. Es imposible que coexistan y se confundan la amargura y la dulzura, la tiniebla y la luz, la tormenta y el tiempo sereno, la guerra y la paz, la fecundidad y la esterilidad, los manantiales y las sequías, la tempestad y la calma. No piense nadie que los buenos puedan salirse de la Iglesia: al trigo no se lo lleva el viento, y la tempestad no arranca al árbol arraigado con sólida raíz. A éstos incrimina y ataca el apóstol Juan cuando dice: «Se marcharon de nosotros, pero es que no eran de los nuestros: porque si hubiesen sido de los nuestros, se habrían quedado con nosotros» (/1Jn/02/19). De ahí nacieron y nacen a menudo las herejías: de una mente retorcida, que no tiene paz; de una perfidiosa discordia que no guarda la unidad...
    Hay que guardar las tradiciones apostólicas.
    Con toda diligencia hay que guardar la tradición divina y las prácticas apostólicas, y hay que atenerse a lo que se hace entre nosotros que es lo que se hace casi en todas las provincias del mundo, a saber, que para hacer una ordenación bien hecha, los obispos más próximos de la misma provincia se reúnan con el pueblo al frente del cual ha de estar el obispo ordenando, y éste se elija en presencia del pueblo, ya que éste conoce muy bien la vida de cada uno y ha podido observar por la convivencia el proceder de sus actos. Así vemos que se hizo también entre vosotros en la ordenación de nuestro colega Sabino: se le confirió el episcopado y se le impusieron las manos para que sustituyera a Basilides por el sufragio de toda la comunidad de hermanos y el de los obispos que estuvieron presentes y el de los que os enviaron su voto por carta. No puede invalidar esta ordenación jurídicamente bien hecha el que Basilides, después que sus crímenes quedaron patentes y que él mismo confesó su culpa, fuera a Roma y engañase a nuestro colega Esteban —que reside lejos y no tenía conocimiento de los hechos ni de la verdad—, a fin de conseguir que fuera injustamente repuesto en el episcopado del que con justicia había sido desposeído. Esto sólo significa que los crímenes de Basilides no sólo no han sido borrados, sino que se han aumentado, puesto que a sus faltas anteriores se ha añadido el crimen de engaño e impostura. No hay que culpar tanto a aquel que por descuido se dejó sorprender cuanto hay que anatematizar a éste que lo sorprendió con sus fraudes. Pero si Basilides pudo sorprender a los hombres, no puede sorprender a Dios, pues está escrito que «de Dios nadie se burla» (Gál 6, 7) .
    Sobre la legitimidad de la apelación a Roma.
    Ellos no tuvieron bastante con apartarse del Evangelio, con arrancar a los herejes la esperanza del perdón y la penitencia, con apartar de todo sentimiento y fruto de penitencia a los enredados en robos, o manchados con adulterios, o contaminados con el funesto contagio de los sacrificios, de suerte que éstos ya no ruegan a Dios ni confiesan sus pecados en la Iglesia; no se contentaron con constituir fuera de la Iglesia y contra la Iglesia un conventículo de facción corrompida, al que pudieran acogerse la caterva de los que tienen mala conciencia y no quieren ni rogar a Dios ni hacer penitencia. Después de todo esto, todavía, habiéndose dado un falso obispo, creación de los herejes, han tenido la audacia de hacerse a la vela y de llevar cartas de parte de los cismáticos y profanos a la cátedra de Pedro, a la Iglesia principal de la que brotó la unidad del sacerdocio (ad ecclesiam principalem unde unitas sacerdotalis exorta est); y nisiquiera pensaron que aquellos son los mismos romanos cuya fe alabó el Apóstol cuando les predicó, a los que no debería tener acceso la perfidia. ¿Por qué fueron allá a anunciar que había sido creado un pseudo-obispo contra los obispos?
    Porque, o se sienten satisfechos de lo que hicieron y con ello perseveran en su crimen, o se arrepienten y se retractan y ya saben adónde han de volver. Porque fue establecido por todos nosotros que es cosa a la vez razonable y justa que la causa de cada uno se trate allí donde se cometió el crimen y que cada uno de los pastores tenga adscrita una porción de la grey, que cada uno ha de regir y gobernar dando cuenta de sus actos al Señor.
    Por tanto, los que son nuestros súbditos, no han de andar de acá para allá, ni han de lacerar la coherente concordia de los obispos con su audacia astuta y engañosa, sino que han de defender su causa allí donde pueda haber acusadores y testigos de su crimen. A no ser que se crea que la autoridad de los obispos establecidos en Africa es demasiado pequeña para esos pocos desesperados y pervertidos.
    Aquellos ya los juzgaron, y ya condenaron poco ha su conciencia, enredada en muchos criminales enredos.
    Cipriano y el papa Esteban.
    ...Te envío una copia de la respuesta de Esteban, nuestro hermano. Con su lectura te persuadirás cada vez más del error de aquel que se esfuerza por defender la causa de los herejes contra los cristianos y contra la Iglesia de Dios. Porque, entre otras expresiones soberbias, o que no tienen que ver con la cuestión, o que son contradictorias entre si, que él escribió con ignorancia e imprudencia, añade todavía lo siguiente: «En el caso de cualesquiera que de cualquier herejia vengan a vosotros, no se introduzca innovación, sino seguid la tradición. Imponedles las manos para recibir la penitencia, ya que los mismos herejes, cuando se pasan de unos a otros entre si, no se bautizan propiamente, sino que sólo se conceden la comunión.»
    Prohibe que se bauticen «de cualquier herejía que vengan»: esto es, juzga que los bautismos de todos los herejes son justos y legitimos.
    Y puesto que cada herejía tiene su bautismo peculiar y sus pecados propios, éste, al entrar en comunión con el bautismo de todos carga en bloque sobre su espalda los pecados de todos. Manda además «que no se introduzca innovación alguna, sino se siga la tradición»: como si introdujera innovación el que, defendiendo la unidad, defiende el único bautismo en la única Iglesia, y no más bien el que olvidando la unidad hace uso de la mentira y la peste de la inmersión profana. «No se introduzca innovación alguna —dice— sino se siga la tradición.» ¿De dónde viene tal tradición? ¿Acaso de la autoridad del Señor y del Evangelio, o de las ordenaciones y cartas de los apóstoles? Dios declara y advierte a Jesús de Navé que lo que hay que hacer es lo que está escrito, cuando dice (Jos 1, 8): «Que este libro de la ley no se aparte de tu boca: meditarás sobre él de día y de noche, para que tengas el cuidado de hacer todo lo que en él está escrito.» Asimismo, el Señor, al enviar a sus apóstoles les encarga bautizar a las gentes y enseñarles a observar todo lo que él ha mandado (cf. Mt 28, 20). Asi pues, si se manda en el Evangelio, o se contiene en las cartas o Hechos de los apóstoles que los que vengan de cualquier herejía no sean bautizados, sino que se les impongan sólo las manos para recibir la penitencia, que se observe esta tradición santa y divina. Pero si en todas partes los herejes no se nombran sino como enemigos y anticristos, si son declarados vitandos «perversos y condenados por boca propia» (Tit 3, 11), ¿por qué creen algunos que nosotros no los hemos de condenar, teniendo claro testimonio apostólico de que ellos mismos ya se han condenado? Nadie ha de infamar a los apóstoles, como si ellos hubiesen aprobado el bautismo de los herejes, o hubiesen entrado en comunión con ellos sin el bautismo de la Iglesia; porque tales cosas escribieron los apóstoles acerca de los herejes, y esto cuando todavía no habían surgido las pestes heréticas más agudas, ni el póntico Marción había surgido de las aguas del Ponto...
    ...¡Magnifica realmente y legítima es la tradición que nos propone como maestro nuestro hermano Esteban, avalada por una autoridad suficiente! Porque en el mismo pasaje de su carta añade como complemento: «Ya que los mismos herejes, cuando se pasan de unos a otros entre si, no se bautizan propiamente, sino que sólo se conceden la comunión.» Tal es el colmo de males en que ha caído la Iglesia de Dios y la Esposa de Cristo: ella se acomoda a los ejemplos de los herejes; en la celebración de los sacramentos celestes, la luz va a aprender de las tinieblas, y los cristianos hacen lo que los anticristos. ¡Qué ceguera mental, qué perversión supone no querer reconocer la unidad de la fe que viene de Dios Padre, y de nuestro Señor Jesucristo, y de la tradición de nuestro Dios! Porque si precisamente no está la Iglesia en los herejes por el hecho de que ella es una y no puede dividirse, y si precisamente no está el Espiritu Santo con ellos, porque es uno y no puede estar entre los profanos y extraños, tampoco el bautismo, que tiene esencialmente la misma unidad, no puede estar entre los herejes, ya que no puede separarse ni de la Iglesia ni del Espíritu Santo...
    III. La eucaristía.
    Algunos, por ignorancia o por inadvertencia, al consagrar el cáliz del Señor y al administrarlo al pueblo no hacen lo que hizo y enseñó a hacer Jesucristo Señor y Dios nuestro, autor y maestro de este sacrificio... Ahora bien, cuando Dios inspira y manda alguna cosa, es necesario que el siervo fiel obedezca al Señor, manteniéndose libre de culpa delante de todos en no arrogarse nada por su cuenta, pues ha de temer no sea que ofenda al Señor si no hace lo que está mandado... Al ofrecer el cáliz ha de guardarse la tradición del Señor, ni hemos de hacer nosotros otra cosa más que la que el Señor hizo primeramente por nosotros, a saber, que en el cáliz que se ofrece en su conmemoración se ofrezca una mezcla de agua y vino... No puede creerse que está en el cáliz la sangre de Cristo, con la cual hemos sido redimidos y vivificados, si no hay en el cáliz el vino por el que se manifiesta la sangre de Cristo...
    Vemos el misterio (sacramenrum) del sacrificio del Señor prefigurado en el sacerdote Melquisedec, según el testimonio de la Escritura cuando dice: “Y Melquisedec, rey de Salem, ofreció pan y vino», siendo sacerdote del Dios altísimo, y bendijo a Abraham (cf. Gén 14, 18). Ahora bien, que Melquisedec fuera figura de Cristo lo declara el Espíritu Santo en los salmos, cuando el Padre dice al Hijo: «Yo te engendré antes de la estrella de la mañana: tú eres sacerdote según el orden de Melquisedec» (Sal 109, 3-4). Este orden procede y desciende evidentemente de aquel sacrificio, por el hecho de que Melquisedec fue sacerdote del Dios altísimo, y de que ofreció pan y vino y bendijo a Abraham. En efecto, ¿qué sacerdote del Dios altísimo lo es más que nuestro Señor Jesucristo, quien ofreció a Dios Padre un sacrificio, el mismo sacrificio que había ofrecido Melquisedec, a saber, pan y vino, es decir, su cuerpo y su sangre?...
    Puesto que Cristo nos llevaba en sí a todos nosotros, ya que hasta llevaba nuestros pecados, vemos que el agua representa al pueblo, mientras que el vino representa la sangre de Cristo. Así pues, cuando en el cáliz se mezclan el agua y el vino, el pueblo se une con Cristo, y la multitud de los creyentes se une y se junta a aquel en quien cree. Esta unión y conjunción de agua y vino en el cáliz del Señor hace una mezcla que ya no puede deshacerse. Por esto la Iglesia, es decir la multitud que está constituida en Iglesia y persevera fiel y firmemente en su fe no podrá por nada ser separada de Cristo, ni nada podrá hacer que no permanezca adherida a él e indivisa en el amor. Por esto al consagrar el cáliz del Señor no se puede ofrecer ni agua sola ni vino solo: si uno ofrece solo vino, se hará presente la sangre de Cristo sin nosotros; si sólo hay agua, se hará presente el pueblo sin Cristo. En cambio, cuando se mezclan ambas cosas hasta formar un todo sin distinción y perfectamente uno, entonces se consuma el misterio (sacramentum) celestial y espiritual...
    Dice el Señor: «El que quebrantare uno de estos mandamientos mínimos y enseñare a hacerlo a los hombres, será llamado el más pequeño en el reino de los cielos» (Mt 5, 19): ahora bien, si no se pueden quebrantar ni los mínimos mandamientos del Señor, cuánto más esos que son tan grandes, tan importantes, que tocan tan de cerca al misterio de la pasión del Señor y de nuestra redención no podrán quebrantar ni cambiar lo que en ellos hay de institución divina por institución humana alguna. Si Cristo Jesús, Dios y Señor nuestro es él mismo el sumo sacerdote de Dios Padre, y se ofreció el primero a sí mismo en sacrificio al Padre, y mandó que esto se hiciera en memoria de él, tendrá realmente las veces de Cristo aquel sacerdote que imita lo que Cristo hizo, y ofrecerá un sacrificio verdadero y pleno en la Iglesia a Dios Padre cuando se ponga a hacer la oblación tal como vea que la hizo Cristo...
    IV. El sentido de nuestra oración.
    Decimos «hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo», no para que Dios haga lo que él quiere, sino para que nosotros podamos hacer lo que él quiere. Porque, ¿quién puede oponerse a que Dios haga lo que quiere? En cambio el diablo se opone en nosotros a que nuestros deseos y nuestros actos obedezcan en todo a Dios, y por esto rogamos y pedimos que se haga en nosotros la voluntad de Dios. El que esta voluntad se haga en nosotros, es obra de la misma voluntad de Dios, es decir, de su ayuda y protección, ya que nadie es fuerte por sus propias fuerzas, sino que nuestra seguridad nos viene de la benevolencia y misericordia de Dios... Los que queremos perdurar para siempre debemos hacer la voluntad de Dios, que es eterno * * * * *
    Las maravillas del Bautismo (A Donato, 3-5)
    Cuando yacía postrado en las tinieblas de la noche, cuando zozobraba en medio del mar borrascoso de este mundo y andaba vacilante en el camino del error sin saber qué sería de mi vida, desviado de la luz de la verdad, imaginaba que sería difícil y duro, en mi situación, lo que me prometia la divina misericordia: que uno pudiera renacer y que—animado de una nueva vida por el baño del agua de salvación—dejara lo que había sido y cambiara el hombre viejo de espíritu y mente, aunque permaneciera en el mismo cuerpo humano. ¿Cómo es posible, me decía, tal transformación? ¿Cómo es posible que de la noche a la mañana, tan de repente, se despoje uno de lo que es congénito a la misma naturaleza, o se ha endurecido por hábitos inveterados? Estas disposiciones son inquebrantables, estan arraigadas con raíces muy hondas. ¿Cuándo aprenderá a ser sobrio quien se ha acostumbrado a espléndidas cenas y ricos banquetes? ¿Cuándo se va a contentar con corriente y sencillo atuendo quien siempre destacó por el oro y la púrpura de sus preciosos vestidos? Quien goza de dignidades y cargos no soporta verse privado de ellos y vivir en la oscuridad. Aquel que suele ir rodeado de una escolta de clientes, cortejado por una numerosa comitiva de aduladores, considera como un tormento el verse solo. Quienes se han apegado a los halagos de las pasiones es necesario que, como de costumbre, los arrastre la embriaguez, los hinche la soberbia, los exalte la ira, los despedace la codicia, los provoque la crueldad, los alucine la ambición, los precipite la lujuria.
    Esto me decía una y mil veces a mí mismo. Pues, como me hallaba retenido y enredado en tantos errores de mi vida anterior, de los que no creía poder desprenderme, yo mismo condescendía con mis vicios inveterados y, desesperando de enmendarme, fomentaba mis males como hechos naturales en mí. Pero después que quedaron borradas con el agua de regeneración las manchas de la vida pasada y se infundió la luz en mi espíritu transformado y purificado, después que me cambió en un hombre nuevo por un segundo nacimiento la infusión del Espíritu celestial, al instante se aclararon las dudas de modo maravilloso, se abrió lo que estaba cerrado, se disiparon las tinieblas, se volvió fácil lo que antes me parecía difícil, se hizo posible lo que creía imposible. De modo que pude reconocer que provenía de la tierra mi anterior vida carnal sujeta a los pecados, y que era cosa de Dios lo que ahora estaba animado por el Espíritu Santo.
    Tú mismo puedes comprender y reconocer conmigo qué nos ha quitado y qué nos ha traído esta muerte de los vicios y esta vida de las virtudes. Tú bien lo sabes, sin que yo lo pregone. Siempre es odiosa la propia alabanza; si bien no puede decirse en este caso que sea propia alabanza, sino gratitud, porque se atribuye a don de Dios y no a las fuerzas del hombre, de manera que el no pecar ahora es favor de la gracia, y el haber pecado antes fue efecto de la miseria humana. Don de Dios es todo lo que ahora podemos. De Él vivimos, por El tenemos fuerzas, de Él recibimos y sentimos aquel vigor por el cual, aun en esta vida, gustamos los preludios de la futura. Solamente debemos tener el temor de perder la inocencia, para que el Señor, que por su misericordia infundió la gracia en nuestras almas, permanezca complacido por nuestras buenas obras en nuestro espíritu, como en su morada, no sea que la seguridad concedida nos haga descuidados y se introduzca de nuevo el antiguo enemigo.
    Por lo demás, si tú te asientas con pie firme en el camino de la inocencia, de la justicia, si unido tan sólo a Dios con todas tus fuerzas y con toda tu alma, no eres más que lo que has empezado a ser, cuanto mayor sea en ti el aumento de gracia, mayores fuerzas tendrás. No hay medida alguna en las mercedes que recibimos de Dios, como suele haberla en los beneficios humanos. El Espíritu, que se derrama con abundancia, no se ve oprimido por límites, ni encerrado en espacio estrecho que lo frene. Fluye sin cesar, rebosa su abundancia, solamente tiene que abrirse nuestro corazón y estar sediento. Cuanta fe seamos capaces de presentar, tanta abundancia de gracia recogeremos.
    Entonces ya podemos, mediante una castidad austera, un alma pura, unas palabras limpias, remediar a los dolientes, destruir la ponzoña, purificar las almas de los enfermos devolviéndoles la salud, imponer la paz a los enemigos, la calma a los violentos, la mansedumbre a los iracundos. Ya podemos obligar a los espíritus inmundos y vagabundos—que se introdujeron en los hombres para atormentarlos—a que confiesen increpándolos con amenazas, forzarlos con duros azotes a que salgan, aumentarles el castigo si se resisten; si aúllan, si gimen, sacudirles con látigos, abrasarlos con el fuego. Este combate se produce allí, pero no se ve. El mal está oculto, aunque el castigo es manifiesto. Por eso, desde que empezamos a ser suyos, el Espíritu que hemos recibido obra con toda libertad. Pero, como no hemos cambiado de cuerpo ni de miembros, nuestros ojos carnales están todavía oscurecidos con las nubes del siglo. ¡Qué gran dignidad tiene el alma! ¡Qué grande su poder! No sólo ha quedado desprendida del pernicioso apego del mundo, hasta estar libre por su expiación y pureza de la peste esparcida por el enemigo, sino que ha adquirido mayor y más poderosa pujanza de fuerzas, que se impone con imperio a todas las legiones del enemigo atacante.
    * * * * *
    Una sola Iglesia
    (Sobre la unidad de la Iglesia Católica, 4-6)
    Habló el Señor a Pedro de esta manera: Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno nada podrán contra Ella. Y te daré a ti las llaves del reino de los cielos, y lo que atares sobre la tierra será atado en el cielo, y lo que desatares sobre la tierra será también desatado en el cielo (Mt 16, 18-19). Otra vez, después de resucitado, le dijo: apacienta mis ovejas (Jn 21, 47). Edifica su Iglesia sobre uno solo y le ordena apacentar a sus ovejas. Y aunque después de resucitar otorga el mismo poder a todos los Apóstoles, cuando les dice: como el Padre me envió, así os envío Yo a vosotros; recibid el Espíritu Santo, y a quien perdonareis los pecados, le serán perdonados; mas a quienes se los retuviereis, les serán retenidos (Jn 20, 21-23); sin embargo, para manifestar la unidad estableció una sola cátedra, y con su autoridad decidió que el origen de la unidad estuviese en uno solo.
    Cierto que los demás Apóstoles eran lo mismo que Pedro, y estaban dotados—como él—de la misma dignidad y poder; pero el principio nace de la unidad, y se le otorga el primado a Pedro para manifestar que es una la Iglesia y una la cátedra de Jesucristo. También son todos pastores y, a la vez, uno solo es el rebaño, que debe ser apacentado por todos los Apóstoles de común acuerdo, para mostrar que es única la Iglesia de Cristo.
    Esta unidad de la Iglesia está prefigurada por la persona de Cristo en el Cantar de los Cantares, cuando el Espíritu Santo dice: una sola es mi paloma, mi hermosa, única es para su madre, la elegida de ella (Cant 6, 8). Quien no guarda esta unidad de la Iglesia, ¿piensa acaso que conserva la fe? Quien resiste obstinadamente a la Iglesia, quien abandona la cátedra de Pedro, sobre la que está cimentada la Iglesia, ¿puede confiar que se halla en la Iglesia? El santo Apóstol Pablo enseña esto mismo y declara el misterio de la unidad con estas palabras: un solo cuerpo y un solo espíritu, una sola esperanza de vuestra vocación, un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios (Ef 4, 4-6).
    Debemos mantener y defender con toda energía esta unidad, especialmente los obispos, que hemos sido puestos al frente de la Iglesia, para probar que el mismo episcopado es uno e indivisible. Nadie engañe con mentiras a los hermanos, nadie corrompa la pureza de la fe con una pérfida prevaricación. Como el episcopado es único, y cada uno participa de él por entero, así es única la Iglesia, que se extiende sobre muchos por el crecimiento de su fecundidad. Muchos son los rayos del sol, pero una sola es la luz; muchas son las ramas del árbol, pero uno solo es el tronco clavado en la tierra con fuerte raíz; y cuando de un solo manantial fluyen muchos arroyos, aunque aparezcan muchas corrientes desparramadas por la abundancia de las aguas, con todo una sola es la fuente en su origen. Si separas un rayo de la masa del sol, no subsiste la luz a causa de la separación; si cortas la rama del árbol, no podrá germinar la rama cortada; si atajas el arroyo aislándolo de la fuente, se secará. Del mismo modo la Iglesia del Señor esparce sus rayos, difundiendo la luz por todo el mundo; y esa luz que se esparce por todas partes es, sin embargo, una, y no se divide la unidad de su masa. Extiende sus ramos frondosamente por toda la tierra, y sus arroyos fluyen con abundancia en todas direcciones. Con todo, uno solo es el principio y la fuente, y una sola la madre exuberante de fecundidad. De su seno nacemos, con su leche nos alimentamos, de su espíritu vivimos.
    La Esposa de Cristo no puede ser adúltera, pues es incorruptible y pura. Sólo una casa conoce, guarda la inviolabilidad de un solo tálamo con pudor casto. Ella nos conserva para Dios y destina para el reino a los hijos que ha engendrado. Todo el que se separa de la Iglesia se une a una adúltera, se aleja de sus promesas y no conseguirá las recompensas de Cristo. El que abandona la Iglesia de Cristo es un extraño, un profano, un enemigo. No puede tener a Dios por Padre quien no tiene a la Iglesia como Madre.
    Si alguien pudo salvarse fuera del arca de Noé, entonces lo podrá también quien estuviere fuera de la Iglesia. Nos lo advierte el Señor cuando dice: el que no está conmigo, está contra mi; y el que no recoge conmigo, desparrama (Jn 10, 30). Quien rompe la paz y la concordia de Cristo está contra Cristo. Quien recoge en otra parte, fuera de la Iglesia, disipa la Iglesia de Cristo. Dice el Señor: Yo y el Padre somos una sola cosa (Jn 10, 30); y también está escrito del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: estos tres son una sola cosa (I Jn 5, 8). ¿Y piensa alguno que esta unidad que procede del poder de Dios, que se halla firmemente asegurada por los misterios celestiales, puede romperse en la Iglesia y escindirse por la discusión y el choque de voluntades? Quien no mantiene esta unidad, no cumple la ley de Dios, no guarda la fe en el Padre y en el Hijo, no obtiene la vida y la salvación.
    Frutos de la paciencia
    (El bien de la paciencia, 13-16, 19-20)
    Se es cristiano por la fe y la esperanza; mas para lograr el fruto de ellas, se necesita la paciencia. En efecto, no vamos tras la gloria de acá, sino tras la futura, conforme a lo que nos avisa el Apóstol Pablo cuando dice: hemos sido salvados por la esperanza. La esperanza que se ve, ya no es esperanza; si uno ya lo ve, ¿cómo va a esperar lo que está viendo ? Mas, si esperamos lo que no vemos, nos sostenemos por la espera de ello (Rm 8, 24-25)
    La espera y la paciencia nos son necesarias para completar lo que hemos empezado a ser y para conseguir, por la bondad de Dios, lo que creemos y esperamos. En otro lugar, el mismo Apóstol recomienda y enseña a los varones justos y limosneros, y que guardan sus tesoros en el cielo con el ciento por uno, que tengan paciencia, diciendo: no dejemos de hacer el bien, pues a su tiempo recogeremos la cosecha. Así que, mientras tenemos tiempo, obremos el bien a todos, principalmente a los de nuestra fe (Gal 6 9-10). Avisa que nadie, por impaciencia, decaiga en el obrar bien; que nadie, solicitado o vencido por la tentación, renuncie en medio de su gloriosa carrera y eche a perder el fruto de lo ganado, por dejar incompleto lo comenzado, como está escrito: la justicia del justo no le librará en cualquier día que se desviare (Ez 33, 12); y en otro lugar: guarda lo que tienes, no vaya otro a recibir tu corona (Ap 3, 11). Estas palabras exhortan a continuar con paciencia y tenacidad, para que el que se encuentra próximo a alcanzar la corona, la logre mediante la perseverancia.
    Así que la paciencia, hermanos amadísimos, no sólo conserva el bien sino que repele el mal. Quien sigue el impulso del Espíritu Santo y se adhiere a lo divino y celestial, lucha ardorosamente embrazando el escudo de sus virtudes contra las fuerzas de la carne, que asaltan y rinden al alma. Echemos una mirada a algunos de los muchos vicios, para que lo dicho de pocos se entienda de los demás. El adulterio, el fraude, el homicidio son delitos mortales. Tenga la paciencia robustas y hondas raíces en el corazón, y nunca se manchará con el adulterio el cuerpo consagrado como templo de Dios, ni un alma dedicada a la justicia se corromperá con el espíritu de fraude, ni jamás se teñirán de sangre las manos que han llevado la Eucaristía.
    La caridad es el lazo que une a los hermanos, el cimiento de la paz, la trabazón que da firmeza a la unidad; la que es superior a la esperanza y a la fe, la que sobrepuja a la limosna y al martirio; la que quedará con nosotros para siempre en el Cielo. Quítale, sin embargo, la paciencia, y quedará devastada; quítale el jugo del sufrimiento y resignación, y perderá las raíces y el vigor. Cuando el Apóstol habla de la caridad, le junta el sufrimiento y la paciencia: la caridad, dice, es magnánima, es benigna, no es envidiosa, no se hincha, no se encoleriza, no piensa el mal; todo lo ama, todo lo cree, todo lo, espera, lo soporta todo (1 Cor 13, 4-7). Con esto nos indica que la caridad puede permanecer, porque es capaz de sufrir todo. Y en otro pasaje exclama: sobrellevándonos con caridad, poniendo interés en conservar la unión del espíritu con el vínculo de la paz (Ef 4, 2). Enseña que no puede conservarse ni la unidad ni la paz, si no se ayudan mutuamente los hermanos y mantienen el vínculo de la unidad con el auxilio de la paciencia.
    ¿Y qué decir de que no debes jurar, ni hablar mal, ni exigir lo que te han quitado; lo de ofrecer la otra mejilla después de recibir la bofetada; que debes perdonar a tu hermano que te ha ofendido no sólo setenta veces siete, sino todas las ofensas; que debes amar a tus enemigos, que debes rogar por los adversarios y perseguidores? ¿Podrías acaso sobrellevar todos estos preceptos si no fuera por la fortaleza de la paciencia? Esto lo cumplió, según sabemos, Esteban: siendo asesinado a pedradas por los judíos, no pedía venganza para sus asesinos, sino perdón con estas palabras: Señor, no les imputes esto como pecado (Hech 7, 60). Tal convenía que fuese el primer mártir de Cristo, para que—por ser el modelo de los mártires venideros con su gloriosa muerte—no sólo se hiciese el pregonero de la pasión del Señor, sino su imitador en la inmensa mansedumbre y paciencia.
    ¿Qué diré de la ira, de la discordia, de las enemistades, que no deben tener cabida en el cristiano? Haya paciencia en el corazón y estas pasiones no entrarán en él, o, si intentaren forzar la entrada, enseguida serán rechazadas y se retirarán, de modo que continúe el asiento de la paz en el corazón, donde tiene Dios sus delicias en habitar (...).
    Y para que resplandezcan mejor, hermanos amadísimos, los beneficios de la paciencia, consideremos por contraposición los males que acarrea la impaciencia.
    Así como la paciencia es un don de Cristo, así la impaciencia, por el contrario, es un don del diablo; y al modo como aquél en quien habita Cristo es paciente, lo mismo siempre es impaciente aquél cuya mente está poseída por la maldad del demonio.
    En resumen, tomemos las cosas por sus principios. El diablo no pudo sufrir con paciencia que el hombre fuese creado a imagen de Dios; por eso se perdió a sí mismo primero, y luego perdió a los demás. Adán, impaciente por gustar el mortal bocado, contra la prohibición de Dios, se precipitó en la muerte y no guardó la gracia recibida del Cielo con la ayuda de la paciencia. Caín, por no poder soportar la aceptación de los sacrificios y ofrendas, mató a su hermano. Esaú bajó de su mayorazgo a segundón y perdió su primacía por su impaciencia en comer un plato de lentejas.
    ¿Por qué el pueblo judío, infiel e ingrato con los favores de Dios, se apartó del Señor, sino por la impaciencia? No pudiendo llevar con paciencia la tardanza de Moisés, que estaba hablando con Dios, osó pedir dioses sacrílegos, llamando guías de su peregrinación a una cabeza de toro y a un simulacro de arcilla, y nunca desistió de mostrar su impaciencia, puesto que no aguantaba nunca las amonestaciones y gobierno de Dios, llegando a matar a sus profetas y justos y hasta llevar a la cruz y al martirio al Señor.
    La impaciencia también es la madre de los herejes; ella, a semejanza de los judíos, los hace rebelarse contra la paz y caridad de Cristo y los lanza a funestos y rabiosos odios. Y para no ser prolijo: todo lo que la paciencia edifica con su conformidad en orden a la gloria, lo destruye la impaciencia por la ruina.
    Por tanto, hermanos amadísimos, una vez vistas con atención las ventajas de la paciencia y las consecuencias de la impaciencia, debemos mantener en todo su vigor la paciencia, por la que estamos en Cristo y podemos llegar con Cristo a Dios.
    Por ser tan rica y variada, la paciencia no se ciñe a estrechos límites ni se encierra en breves términos. Esta virtud se difunde por todas partes, y su exuberancia y profusión nacen de un solo manantial; pero al rebosar las venas del agua se difunde por multitud de canales de méritos y ninguna de nuestras acciones puede ser meritoria si no recibe de ella su estabilidad y perfección. La paciencia es la que nos recomienda y guarda para Dios; modera nuestra ira, frena la lengua, dirige nuestro pensar, conserva la paz, endereza la conducta, doblega la rebeldía de las pasiones, reprime el tono del orgullo, apaga el fuego de los enconos, contiene la prepotencia de los ricos, alivia la necesidad de los pobres, protege la santa virginidad de las doncellas, la trabajosa castidad de las viudas, la indivisible unión de los casados.
    La paciencia mantiene en la humildad a los que prosperan, hace fuertes en la adversidad y mansos frente a las injusticias y afrentas. Enseña a perdonar enseguida a quienes nos ofenden, y a rogar con ahinco e insistencia cuando hemos ofendido. Nos hace vencer las tentaciones, tolerar las persecuciones, consumar el martirio. Es la que fortifica sólidamente los cimientos de nuestra fe, la que levanta en alto nuestra esperanza, la que encamina nuestras acciones por la senda de Cristo, para seguir los pasos de sus sufrimientos. La paciencia nos lleva a perseverar como hijos de Dios imitando la paciencia del Padre.
    Sin miedo a la muerte
    (Tratado sobre la peste, 15-26)
    Es verdad que perecen en esta [epidemia de] peste muchos de los nuestros; esto quiere decir que muchos de los cristianos se libran de este mundo. Esta mortandad es una pestilencia para los judíos, gentiles y enemigos de Cristo; mas para los servidores de Dios es salvadora partida para la eternidad. Por el hecho de que sin discriminación alguna de hombres mueran buenos y malos, no hay que creer que es igual la muerte de unos y de otros. Los justos son llevados al lugar del descanso, los malos son arrastrados al suplicio; a los fieles se les otorga en seguida la seguridad; a los infieles, sin tardar el castigo (...).
    MU/LUTOS/CIPRIANO: Cuántas veces me fue revelado, cuántas y más claras veces se me ordenó por la bondad de Dios que clamase sin cesar, que predicara en público que no debía llorarse por nuestras hermanos llamados por el Señor y libres de este mundo, sabiendo que no se pierden, sino que nos preceden; que, como viajeros, como navegantes, van delante de los que quedamos atrás; que se puede echarlos de menos, pero no llorarlos y cubrirnos de luto, puesto que ellos ya se han vestido vestidos blancos; que no debe darse a los gentiles ocasión de que nos censuren con toda razón, de que viven con Dios y los lloremos como perdidos y aniquilados, y no demos pruebas con verdaderos sentimientos de lo que predicamos con las palabras. Somos prevaricadores de nuestra esperanza y fe si aparece como fingido y simulado lo que estamos afirmando. De nada sirve mostrar en la boca la virtud y desacreditar su verdad con la práctica.
    Por último el Apóstol Pablo reprueba y recrimina, reprende a los que se contristan desmesuradamente por la pérdida de los suyos. No queremos, dice, que os olvidéis, hermanos, a propósito de los que fallecen, que no debéis lamentaros como los demás que no tienen esperanza. Pues si creemos que Jesús murió y resucitó, también Dios llevará con Él a los que han muerto con Jesús (/1Ts/04/13-14). Dice que se entristecen en demasía de los suyos los que no tienen esperanza. Pero los que vivimos con esperanza y creemos en Dios y que Cristo padeció por nosotros y resucitó, y confiamos en permanecer con Cristo y resucitar en Él y por Él, ¿por qué rehusamos salir de este mundo o lloramos y nos dolemos de los nuestros que parten, como ya perdidos, cuando el mismo Cristo y Señor y Dios nuestro nos avisa y dice: Yo soy la resurrección; el que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mi no morirá nunca? (/Jn/11/25-26). Si creemos en Cristo, tengamos fe en sus palabras y promesas de modo que, no habiendo de morir nunca, vayamos alegres y tranquilos a Cristo, con el cual hemos de triunfar y reinar siempre
    Si morimos, cuando nos toque, entonces pasamos por la muerte a la inmortalidad, y no puede empezar la vida eterna hasta que no salgamos de ésta. No es ciertamente una salida, sino un paso y traslado a la eternidad, después de correr esta carrera temporal. ¿Quién hay que no vaya a lo mejor? ¿Quién no deseará transformarse y mudarse cuanto antes en la forma de Cristo y merecer el don del cielo, predicando el Apóstol Pablo: nuestra vida, dice, está en el cielo, de donde esperamos al Señor Jesucristo, que transformará nuestro vil cuerpo en un cuerpo resplandeciente como el suyo? (Fil 3, 20-21). Para que estemos con Él y con Él nos gocemos en las moradas eternas y en el reino del cielo, Cristo Señor promete que seremos tales cuando ruega al Padre por nosotros, diciendo: Padre, quiero que los que me entregaste estén conmigo donde estoy Yo y vean la gloria que me diste antes de crear al mundo (Jn 17, 24). El que ha de llegar a la morada de Cristo, a la gloria del reino celestial, no debe derramar llanto y plañir, sino más bien regocijarse en esta partida y traslado, conforme a la promesa del Señor y a la fe en su cumplimiento (...).
    Hemos de pensar, hermanos amadísimos, y reflexionar sobre lo mismo: que hemos renunciado al mundo y que vivimos aquí durante la vida como huéspedes y viajeros. Abracemos el día que a cada uno señala su domicilio, que nos restituye a nuestro reino y paraíso, una vez escapados de este mundo y libres de sus lazos. ¿Quién, estando lejos, no se apresura a volver a su patria? ¿Quién, a punto de embarcarse para ir a los suyos, no desea vientos favorables para poder abrazarlos cuanto antes? Nosotros tenemos por patria el paraíso, por padres a los patriarcas; ¿por qué, pues, no nos apresuramos y volvemos para ver a nuestra patria para poder saludar a nuestros padres? Nos esperan allí muchas de nuestras personas queridas, nos echa de menos la numerosa turba de padres, hermanos, hijos, seguros de su salvación, pero preocupados todavía por la nuestra. ¡Qué alegría tan grande para ellos y nosotros llegar a su presencia y abrazarlos, qué placer disfrutar allá del reino del cielo sin temor de morir y qué dicha tan soberana y perpetua con una vida sin fin! Allí el coro giorioso de los apóstoles, allí el grupo de los profetas gozosos, allí la multitud de innumerables mártires que están coronados por los méritos de su lucha y sufrimientos, allí las vírgenes que triunfaron de la concupiscencia de la carne con el vigor de la castidad, allí los galardonados por su misericordia, que hicieron obras buenas, socorriendo a los pobres con limosnas, que, por cumplir los preceptos del Señor, transfirieron su patrimonio terreno a los tesoros del cielo. Corramos, hermanos amadísimos, con insaciable anhelo tras éstos, para estar enseguida con ellos; deseemos llegar pronto a Cristo. Vea Dios estos pensamientos, y que Cristo contemple estos ardientes deseos de nuestro espíritu y fe; Él otorgará mayores mercedes de su amor a los que tuvieren mayores deseos de Él.
    Sin miedo a la muerte
    (Tratado sobre la peste, 15-26)
    Es verdad que perecen en esta [epidemia de] peste muchos de los nuestros; esto quiere decir que muchos de los cristianos se libran de este mundo. Esta mortandad es una pestilencia para los judíos, gentiles y enemigos de Cristo; mas para los servidores de Dios es salvadora partida para la eternidad. Por el hecho de que sin discriminación alguna de hombres mueran buenos y malos, no hay que creer que es igual la muerte de unos y de otros. Los justos son llevados al lugar del descanso, los malos son arrastrados al suplicio; a los fieles se les otorga en seguida la seguridad; a los infieles, sin tardar el castigo (...).
    MU/LUTOS/CIPRIANO: Cuántas veces me fue revelado, cuántas y más claras veces se me ordenó por la bondad de Dios que clamase sin cesar, que predicara en público que no debía llorarse por nuestras hermanos llamados por el Señor y libres de este mundo, sabiendo que no se pierden, sino que nos preceden; que, como viajeros, como navegantes, van delante de los que quedamos atrás; que se puede echarlos de menos, pero no llorarlos y cubrirnos de luto, puesto que ellos ya se han vestido vestidos blancos; que no debe darse a los gentiles ocasión de que nos censuren con toda razón, de que viven con Dios y los lloremos como perdidos y aniquilados, y no demos pruebas con verdaderos sentimientos de lo que predicamos con las palabras. Somos prevaricadores de nuestra esperanza y fe si aparece como fingido y simulado lo que estamos afirmando. De nada sirve mostrar en la boca la virtud y desacreditar su verdad con la práctica.
    Por último el Apóstol Pablo reprueba y recrimina, reprende a los que se contristan desmesuradamente por la pérdida de los suyos. No queremos, dice, que os olvidéis, hermanos, a propósito de los que fallecen, que no debéis lamentaros como los demás que no tienen esperanza. Pues si creemos que Jesús murió y resucitó, también Dios llevará con Él a los que han muerto con Jesús (/1Ts/04/13-14). Dice que se entristecen en demasía de los suyos los que no tienen esperanza. Pero los que vivimos con esperanza y creemos en Dios y que Cristo padeció por nosotros y resucitó, y confiamos en permanecer con Cristo y resucitar en Él y por Él, ¿por qué rehusamos salir de este mundo o lloramos y nos dolemos de los nuestros que parten, como ya perdidos, cuando el mismo Cristo y Señor y Dios nuestro nos avisa y dice: Yo soy la resurrección; el que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mi no morirá nunca? (/Jn/11/25-26). Si creemos en Cristo, tengamos fe en sus palabras y promesas de modo que, no habiendo de morir nunca, vayamos alegres y tranquilos a Cristo, con el cual hemos de triunfar y reinar siempre
    Si morimos, cuando nos toque, entonces pasamos por la muerte a la inmortalidad, y no puede empezar la vida eterna hasta que no salgamos de ésta. No es ciertamente una salida, sino un paso y traslado a la eternidad, después de correr esta carrera temporal. ¿Quién hay que no vaya a lo mejor? ¿Quién no deseará transformarse y mudarse cuanto antes en la forma de Cristo y merecer el don del cielo, predicando el Apóstol Pablo: nuestra vida, dice, está en el cielo, de donde esperamos al Señor Jesucristo, que transformará nuestro vil cuerpo en un cuerpo resplandeciente como el suyo? (Fil 3, 20-21). Para que estemos con Él y con Él nos gocemos en las moradas eternas y en el reino del cielo, Cristo Señor promete que seremos tales cuando ruega al Padre por nosotros, diciendo: Padre, quiero que los que me entregaste estén conmigo donde estoy Yo y vean la gloria que me diste antes de crear al mundo (Jn 17, 24). El que ha de llegar a la morada de Cristo, a la gloria del reino celestial, no debe derramar llanto y plañir, sino más bien regocijarse en esta partida y traslado, conforme a la promesa del Señor y a la fe en su cumplimiento (...).
    Hemos de pensar, hermanos amadísimos, y reflexionar sobre lo mismo: que hemos renunciado al mundo y que vivimos aquí durante la vida como huéspedes y viajeros. Abracemos el día que a cada uno señala su domicilio, que nos restituye a nuestro reino y paraíso, una vez escapados de este mundo y libres de sus lazos. ¿Quién, estando lejos, no se apresura a volver a su patria? ¿Quién, a punto de embarcarse para ir a los suyos, no desea vientos favorables para poder abrazarlos cuanto antes? Nosotros tenemos por patria el paraíso, por padres a los patriarcas; ¿por qué, pues, no nos apresuramos y volvemos para ver a nuestra patria para poder saludar a nuestros padres? Nos esperan allí muchas de nuestras personas queridas, nos echa de menos la numerosa turba de padres, hermanos, hijos, seguros de su salvación, pero preocupados todavía por la nuestra. ¡Qué alegría tan grande para ellos y nosotros llegar a su presencia y abrazarlos, qué placer disfrutar allá del reino del cielo sin temor de morir y qué dicha tan soberana y perpetua con una vida sin fin! Allí el coro giorioso de los apóstoles, allí el grupo de los profetas gozosos, allí la multitud de innumerables mártires que están coronados por los méritos de su lucha y sufrimientos, allí las vírgenes que triunfaron de la concupiscencia de la carne con el vigor de la castidad, allí los galardonados por su misericordia, que hicieron obras buenas, socorriendo a los pobres con limosnas, que, por cumplir los preceptos del Señor, transfirieron su patrimonio terreno a los tesoros del cielo. Corramos, hermanos amadísimos, con insaciable anhelo tras éstos, para estar enseguida con ellos; deseemos llegar pronto a Cristo. Vea Dios estos pensamientos, y que Cristo contemple estos ardientes deseos de nuestro espíritu y fe; Él otorgará mayores mercedes de su amor a los que tuvieren mayores deseos de Él.



    http://www.franciscanos.net/patristi...s/cipriano.htm
    Última edición por Michael; 21/08/2014 a las 11:27
    La Iglesia es el poder supremo en lo espiritual, como el Estado lo es en el temporal.

    Antonio Aparisi

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