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Tema: El camino hacia la aceptación oficiosa en la Iglesia del copernicanismo

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  1. #1
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    Re: El camino hacia la aceptación oficiosa en la Iglesia del copernicanismo

    DOCUMENTO 1

    Certificado de San Roberto Belarmino expedido a Galileo, de 26 de Mayo de 1616


    Nos, Roberto Cardenal Belarmino, habiendo oído que el Señor Galileo Galilei ha sido calumniado e imputado de haber abjurado en nuestra mano, y también de haberle sido, por esta razón, impuestas penitencias saludables; y habiendo sido interrogados acerca de la verdad, decimos que el referido Señor Galileo no ha abjurado, ni en nuestra mano, ni en manos de ningún otro, ni aquí en Roma, ni tampoco en otro lugar, que nosotros sepamos, de ninguna opinión suya o doctrina, ni tampoco ha recibido penitencias saludables, ni de otro tipo, sino sólo le ha sido comunicada la declaración hecha por Nuestro Señor [el Papa], y publicada por la Congregación del Índice, en la cual se dice que la doctrina atribuida a Copérnico, de que la Tierra se mueve en torno al Sol y de que el Sol está en el centro del mundo sin moverse de Oriente a Occidente, es contraria a las Sagradas Escrituras, y, por esta razón, no se puede defender ni sostener.

    Y en fe de esto, hemos escrito y firmado la presente [declaración] de nuestra propia mano, este día de 26 de Mayo de 1616.



    El mismo arriba mencionado,

    Roberto Cardenal Belarmino

  2. #2
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    Re: El camino hacia la aceptación oficiosa en la Iglesia del copernicanismo

    DOCUMENTO 2

    Actas de la Sagrada Congregación del Índice en donde se prescribe la inclusión del Epitome de Kepler en el Índice de Libros Prohibidos


    Acta de la Sesión de la Congregación del Índice de 28 de Febrero de 1619


    La Congregación tuvo lugar en el Palacio del Ilustrísimo y Reverendísimo Señor Cardenal Belarmino, estando presentes los Ilustrísimos y Reverendísimos Señores Cardenales Belarmino, Barberini, Millini, Lancelloti, Trejo, Orsini, Cobelluzi (por primera vez), [y] el Maestro del Sacro Palacio.

    […]

    Igualmente, tras el Informe hecho por el Señor Francesco Ingoli sobre el libro de Johannes Kepler titulado Epitome Astronomiae Copernicanae, los Ilustrísimos Señores [Cardenales] han ordenado prohibir el libro.

    […]




    [Nota mía. En el Decreto-Edicto de la Sagrada Congregación del Índice de 10 de Mayo de 1619, se establece la inclusión del libro Epitome Astronomiae Copernicanae de Kepler en el Índice de Libros Prohibidos].

  3. #3
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    Re: El camino hacia la aceptación oficiosa en la Iglesia del copernicanismo

    DOCUMENTO 3

    Decreto de corrección del De revolutionibus orbium coelestium de Copérnico


    Acta de la Sesión de la Congregación del Índice de 1 de Mayo de 1620


    La Congregación tuvo lugar en el Palacio del Ilustrísimo y Reverendísimo Señor Cardenal Belarmino, estando presentes los Ilustrísimos y Reverendísimos Señores Cardenales Belarmino, Barberini, Millini, Lancelloti, Ubaldini, Cobelluzi, Orsini, y el Maestro del Sacro Palacio.

    […]

    Igualmente, el Secretario [de la Sagrada Congregación del Índice] propuso, si así placía a Sus Ilustrísimas Señorías, que la corrección [del libro] de Copérnico sea finalmente publicada, etc.

    Y los Ilustrísimos Señores han decidido que ésta pueda publicarse.

    […]






    Decreto-Edicto de 15 de Mayo de 1620


    Advertencia [Monitum] al lector [del libro] de Nicolás Copérnico, y corrección del mismo.

    Los Padres de la Sagrada Congregación del Índice decretaron que el escrito del distinguido astrónomo Nicolás Copérnico, Sobre las revoluciones de los orbes celestes, había de ser prohibido absolutamente, porque no trata como hipótesis, sino que expone como completamente ciertos, principios acerca de la posición y el movimiento del globo terrestre que son repugnantes a la verdadera y católica interpretación de la Sagrada Escritura; esto difícilmente ha de tolerarse en un cristiano. Sin embargo, puesto que la obra de Copérnico contiene muchas cosas que son muy útiles al común público, en aquella decisión les plugo, por unánime consentimiento, permitir que se imprimiera con ciertas correcciones conformes a la enmendación abajo adjuntada, en aquellos lugares en donde él discute la posición y el movimiento de la Tierra, no como una hipótesis, sino como una aserción. En efecto, las copias que se impriman de aquí en adelante sólo serán permitidas con los antedichos lugares enmendados conforme a como se indica seguidamente, y con esta corrección añadida al Prefacio de Copérnico.



    Enmendación de los pasajes del libro de Copérnico que son considerados dignos de corrección:

    En el Prefacio, hacia el final.

    Suprímase todo desde “Si por casualidad” hasta las palabras “estos trabajos nuestros”, y aquí se encaja lo siguiente: “Por lo demás, estos trabajos nuestros”.


    En el Libro 1, Capítulo 1, página 6 [1].

    A partir de donde dice “si consideramos la cosa con más atención”, corríjase por “si consideramos la cosa con más atención, es indiferente que la Tierra esté en el centro del mundo o fuera del centro, siempre que se salven las apariencias de los movimientos celestes. Pues, todo cambio, etc.”


    En el Capítulo 8 del mismo Libro.

    Todo este Capítulo podría ser expurgado ya que expresamente trata del movimiento de la Tierra al tiempo que refuta los antiguos argumentos que prueban su estabilidad; sin embargo, ya que es preferible hablar en sentido problemático, así como satisfacer a los estudiosos y mantener íntegro el orden secuencial de los Libros, puede ser enmendado como se indica seguidamente.

    Primero, en la página 6, suprímase la oración desde “Luego, por qué” hasta la palabra “salimos”, y corríjase el pasaje de esta manera: “Luego, por qué dudamos aún en concederle un movimiento por naturaleza congruente con su forma, en vez de deslizarse todo el mundo, cuyos límites se ignoran y no se pueden conocer; y que lo que aparece en el cielo ocurre de la misma manera que lo que dijera el Eneas de Virgilio, cuando afirma: etc.”.

    Segundo, en la página 7, la oración que comienza con la palabra “Añado”, debe corregirse de esta manera: “Añado también que no supone mayor dificultad adjudicar un movimiento al contenido y localizado, que es la Tierra, que al continente”.

    Tercero, en la misma página, al final del Capítulo, el pasaje desde la palabra “Adviertes” hasta el final del Capítulo ha de ser suprimido.


    En el Capítulo 9, página 7.

    Corríjase el comienzo de este Capítulo hasta la frase “Pues, que”, de esta forma: “En consecuencia, si asumo que la Tierra se mueve, pienso que ahora hay que ver si también le pueden convenir varios movimientos. Pues, que etc.”


    En el Capítulo 10, página 9.

    Corríjase la oración que comienza con “Por ello”, de esta forma: “Por ello, no nos avergüenza asumir etc.”.

    Y un poco más abajo de ella, donde dice “se verifica aún mejor con la movilidad de la Tierra”, corríjase por: “se verifica consecuentemente con la movilidad de la Tierra”.


    En la página 10, al final de ese Capítulo, suprímanse las últimas palabras: “Tan admirable es esta divina obra de [Dios] Óptimo Máximo”.


    En el Capítulo 11.

    El título del Capítulo se ha de cambiar de este modo: “De la hipótesis del triple movimiento de la Tierra, y su demostración”.


    En el Libro 4, Capítulo 20, página 122.

    En el título del Capítulo suprímanse las palabras “estos tres astros”, ya que la Tierra no es un astro, como lo pretende Copérnico.




    Fray Francesco Maddaleni Capiferro, O. P., Secretario de la Sagrada Congregación del Índice.

    Roma, Prensa del Palacio Apostólico, 1620.







    [1]
    En realidad, es el Libro 1, Capítulo 5, página 3.



    Nota mía complementaria. Para ver mejor las correcciones realizadas en el libro de Copérnico, reproduciremos las partes del texto original que fueron eliminadas, presentándolas en rojo; y añadiremos las partes de texto nuevas que fueron introducidas, presentándolas subrayadas.

    La primera corrección se limitaba a suprimir varias de las primeras oraciones del último párrafo del Prefacio de Copérnico:

    […] Pero, para que tanto los doctos como los ignorantes por igual vieran que yo no evitaba el juicio de nadie, preferí dedicar estas lucubraciones a Su Santidad, antes que a cualquier otro, puesto que también en este remotísimo rincón de la Tierra, donde yo vivo, es considerado como Eminentísimo por la dignidad de Vuestra Orden, y también por Vuestro amor a todas las letras y a las matemáticas, de modo que fácilmente con Vuestra autoridad y juicio podéis reprimir las mordeduras de los calumniadores, aunque esté en el Proverbio que no hay remedio contra la mordedura de un sicofante.

    Si por casualidad hay charlatanes que, aun siendo ignorantes de todas las matemáticas, presumiendo de un juicio sobre ellas por algún pasaje de las Escrituras, malignamente distorsionado de su sentido, se atrevieran a rechazar y atacar esta estructuración mía, no hago en absoluto caso de ellos, hasta el punto de que condenaré su juicio como temerario. Pues no es desconocido que Lactancio, por otra parte célebre escritor, aunque matemático mediocre, habló puerilmente de la forma de la Tierra, al reírse de los que transmitieron que la Tierra tiene forma de globo. Y así, no debe parecernos sorprendente a los estudiosos, si ahora otros de esa clase se ríen de nosotros. Las matemáticas se escriben para los matemáticos, a los que Por lo demás, estos trabajos nuestros, si mi opinión no me engaña, les parecerán que aportan algo a la república eclesiástica, cuyo principado tiene ahora Su Santidad. […]

    La segunda corrección cambiaba el siguiente pasaje del Libro I, Capítulo 5, página 3 (anverso):

    Aunque entre los autores, una mayoría conviene en que la Tierra descansa en medio del mundo, de manera que juzgan inopinable y hasta ridículo pensar lo contrario, sin embargo, si consideramos la cosa con más atención, esta cuestión todavía no ha sido resuelta, y por tanto no es nada despreciable. es indiferente que la Tierra esté en el centro del mundo o fuera del centro, siempre que se salven las apariencias de los movimientos celestes. Pues, todo cambio según la posición que aparece […]

    La tercera corrección es en el Libro I, Capítulo 8, en las siguientes frases de la página 6 (anverso):

    Luego, por qué dudamos aún en concederle [a la Tierra] un movimiento por naturaleza congruente con su forma, en vez de deslizarse todo el mundo [el Universo], cuyos límites se ignoran y no se pueden conocer; y no confesamos, sobre la revolución diaria, que es apariencia en el cielo y verdad en la Tierra; y que estas cosas son como y que lo que aparece en el cielo ocurre de la misma manera que lo que dijera el Eneas de Virgilio, cuando afirma: salimos del puerto, y las tierras y las ciudades retroceden.

    La cuarta corrección se refiere al final del Capítulo 8 del Libro 1, en la página 7 (anverso):

    Añado también que parecería bastante absurdo adjudicar un movimiento al continente o localizante, y no más bien al contenido y localizado, que es la Tierra. no supone mayor dificultad adjudicar un movimiento al contenido y localizado, que es la Tierra, que al continente.

    La quinta corrección se refiere a la última frase de ese mismo Capítulo 8 del Libro 1, la cual había de ser suprimida por completo:

    Adviertes, por tanto, a partir de todas estas cosas, que es más probable la movilidad de la Tierra que su quietud, sobre todo con respecto a la revolución diaria, en tanto que mucho más propia de la Tierra.

    La sexta corrección concierne a la primera oración del siguiente Capítulo 9 del Libro 1:

    En consecuencia, como nada impide la movilidad de la Tierra si asumo que la Tierra se mueve, pienso que ahora hay que ver si también le convienen pueden convenir varios movimientos, de modo que pueda considerarse uno de los astros errantes [planetas]. Pues, que no es el centro de todas las revoluciones […]

    Los dos siguientes cambios se producen en el Capítulo 10 del Libro 1, página 9 (anverso). Los dos consisten en sustituir una palabra por otra en una oración.

    Así pues, la séptima corrección se realiza en esta oración:

    Por ello, no nos avergüenza confesar asumir que este todo que abarca la Luna, incluido el centro de la Tierra, se traslada a través de aquella gran órbita entre las otras estrellas errantes [planetas], en una revolución anual alrededor del Sol, y alrededor del mismo está el centro del mundo: […]

    Y la octava corrección tiene lugar en la oración inmediatamente siguiente:

    […] por lo que, permaneciendo el Sol inmóvil, cualquier cosa que aparezca relacionada con el movimiento del Sol se verifica aún mejor consecuentemente con la movilidad de la Tierra; […]

    La novena corrección consiste en suprimir la última frase del Capítulo 10, Libro 1, en la página 10 (anverso):

    Tan admirable es esta divina obra de [Dios] Óptimo Máximo.

    La décima corrección se limitaba a cambiar el título del Capítulo 11 del Libro 1. El título que aparecía era el de: «De la demostración del triple movimiento de la Tierra». Y debía ser sustituido por el de: «De la hipótesis del triple movimiento de la Tierra, y su demostración».

    Por último, debía ser suprimido parte del título del Capítulo 20 del Libro 4, quedando de la siguiente forma:

    «De la magnitud de estos tres astros, el Sol, la Luna y la Tierra, y de su comparación mutua».


    .
    Última edición por Martin Ant; 24/05/2019 a las 11:53

  4. #4
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    Re: El camino hacia la aceptación oficiosa en la Iglesia del copernicanismo

    DOCUMENTO 4

    Sentencia de la Sagrada Congregación de la Santa Inquisición contra Galileo, y Abjuración de éste


    [Nota mía. La intervención de Galileo en este proceso tuvo lugar del 12 de Abril al 21 de Junio de 1633].



    Sesión de la Sagrada Congregación del Santo Oficio de 16 de Junio de 1633

    Feria V. Día 16 de Junio de 1633.

    Se celebró la Congregación del Santo Oficio en el Palacio Apostólico del Monte Quirinal, en presencia del Santísimo Señor y Señor Nuestro Urbano, por Divina Providencia Papa VIII, y de los Eminentísimos y Reverendísimos Señores Inquisidores Generales, Cardenales Bentivoglio, Scaglia, [Antonio] Barberini, Gessi, Verospi [y] Ginetti; estando presentes los Reverendos Padres Señores Comisario General y Asesor del Santo Oficio; en el curso de la cual fueron presentados los casos abajo relatados, de los que este mismo Señor Asesor ha tomado nota y que me ha transmitido a mí, Notario, a saber:

    […]

    Respecto al caso del florentino Galileo Galilei, detenido en este Santo Oficio, y, a causa de su mala salud y de su vejez, con permiso en las habitaciones de la casa elegida en Roma, con orden de no alejarse y de presentarse siempre que fuere requerido, etc., bajo penas al arbitrio de la Sagrada Congregación; propuesta la causa, expuesto el proceso, etc., y oídos los votos, Su Santidad decretó que el mismo Galileo Galilei debía ser interrogado sobre la intención, incluso bajo amenaza de tortura; y si perseveraba [en lo declarado], previa abjuración por vehemente sospecha de herejía ante la asamblea plenaria del Santo Oficio, debía ser condenado a cárcel al arbitrio de la Sagrada Congregación, ordenándole que, de ahora en adelante, no trate más, de ningún modo, ni por escrito ni de palabra, sobre la movilidad de la Tierra o sobre la estabilidad del Sol, y viceversa, bajo pena de relapso.

    En cuanto al libro escrito por él, que se titula Dialogo di Galileo Galilei Linceo, debía ser prohibido.

    Y, además, para que todas estas cosas fueran conocidas por todos, ordenó que se enviaran copias de la Sentencia arriba impuesta a todos los Nuncios Apostólicos y a todos los Inquisidores de la depravación herética, y especialmente al Inquisidor de Florencia, para que éste la lea en público ante el pleno de su Congregación, convocando, además, a todos los Profesores de Ciencias Matemáticas.






    Sentencia de la Sagrada Congregación del Santo Oficio, reunida como Tribunal, dada el 22 de Junio de 1633

    Nosotros,

    Gaspar Borgia, con el título de la Santa Cruz en Jerusalén;

    Fray Felice Centini, con el título de Santa Anastasia, llamado d´Ascoli;

    Guido Bentivoglio, con el título de Santa María del Popolo;

    Fray Desiderio Scaglia, con el título de San Carlo, llamado de Cremona;

    Fray Antonio Barberini, llamado de San Onofrio;

    Laudivio Zacchia, con el título de San Pietro in Vincoli, llamado de San Sisto;

    Berlinghiero Gessi, con el título de San Agostino;

    Fabrizio Verospi, con el título de San Lorenzo in Panisperna, de la Orden de los Presbíteros;

    Francesco Barberini, con el título de San Lorenzo in Damaso;

    Y Marzio Ginetti, con el título de Santa Maria Nuova, de la Orden de los Diáconos.

    Por la gracia de Dios, Cardenales de la Santa Iglesia Romana, especialmente nombrados por la Santa Sede Apostólica Inquisidores Generales contra la depravación herética en toda la República Cristiana;

    Sucediendo que tú, Galileo, hijo del ascendiente Vincenzo Galilei, florentino, de 70 años de edad, fuiste denunciado en 1615 en este Santo Oficio por afirmar como verdadera la falsa doctrina, enseñada por algunos, de que el Sol es el centro del mundo y está inmóvil, y que la Tierra se mueve, también con movimiento diurno; que tuviste algunos discípulos a los que enseñaste la misma doctrina; que trataste de ésta en tu correspondencia con algunos matemáticos de Alemania; que publicaste unas cartas tituladas Sobre las manchas solares, en las cuales explicaste la misma doctrina como verdadera; y que a las objeciones que entonces te eran hechas, sacadas de la Sagrada Escritura, respondiste glosando dicha Escritura conforme a tu propia interpretación; y, posteriormente, se presentó copia de un escrito tuyo, en forma de carta, de la que se decía que había sido escrita por ti a un cierto discípulo tuyo, y que en ésta, siguiendo la posición de Copérnico, están contenidas varias proposiciones contra el verdadero sentido y autoridad de las Sagradas Escrituras.

    Queriendo, por ello, este Santo Tribunal, remediar el desorden y el daño que de ello provenía e iba creciendo, con perjuicio de la Santa Fe, por orden de Nuestro Señor [el Papa], y de los Eminentísimo y Reverendísimos Señores Cardenales de esta Suprema y Universal Inquisición, las dos proposiciones de la estabilidad del Sol y del movimiento de la Tierra fueron calificadas por los Calificadores Teólogos como sigue:

    Que el Sol sea el centro del mundo, e inmóvil de movimiento local, es proposición absurda y falsa en Filosofía, y formalmente herética por ser expresamente contraria a la Sagrada Escritura.

    Que la Tierra no sea el centro del mundo, ni sea inmóvil, sino que se mueva, incluso con movimiento diurno, es igualmente una proposición absurda y falsa en Filosofía, y considerada en Teología al menos errónea en la Fe.

    Pero deseándose, en aquel momento, proceder benévolamente contigo, se decretó en la Sagrada Congregación celebrada ante Nuestro Señor [el Papa], el 25 de Febrero de 1616, que el Eminentísimo Señor Cardenal Belarmino te ordenase que debías abandonar totalmente dicha opinión falsa; y, si rehusabas hacerlo, que se te debía imponer, por parte del Comisario del Santo Oficio, el precepto de dejar la mencionada doctrina, y de que no podías enseñarla a otros, ni defenderla, ni tratar de ella; y que, si no te sometías a dicho precepto, debías ser encarcelado. Y en ejecución del mismo decreto, al día siguiente, en el Palacio y en presencia del mencionado Excelentísimo Señor Cardenal Belarmino, tras haber sido benignamente avisado y amonestado por el mencionado Señor Cardenal, te fue impuesto el precepto por el Padre Comisario del Santo Oficio de aquel entonces, con Notario y testigos, de que debías abandonar totalmente la mencionada opinión falsa, y que, en lo sucesivo, no la podías sostener, ni defender, ni enseñar de ningún modo, ni de palabra ni por escrito. Y habiendo prometido tú obedecer, fuiste despedido.

    Y con el fin de que se eliminase totalmente tan perniciosa doctrina, y no siguiera difundiéndose con grave perjuicio de la católica verdad, se publicó un Decreto de la Sagrada Congregación del Índice, con el que fueron prohibidos los libros que trataban de tal doctrina, y ésta declarada falsa y totalmente contraria a la Sagrada y Divina Escritura.

    Y habiendo aparecido últimamente, aquí, un libro impreso en Florencia el año pasado, cuya inscripción mostraba que tú eras el autor, rezando el título de Diálogo de Galileo Galilei sobre los dos máximos sistemas del mundo: tolemaico y copernicano, e informada inmediatamente la Sagrada Congregación de que, con la edición de dicho libro, ganaba cada día más terreno y se diseminaba la falsa doctrina del movimiento de la Tierra y de la estabilidad del Sol, dicho libro fue diligentemente examinado, y en él se halló expresamente la transgresión del antes mencionado precepto que te fue impuesto, habiendo tú defendido en dicho libro la mencionada opinión ya condenada y ante ti declarada como tal, por más que en dicho libro trates, con distintos recursos, de convencer de que la dejas como dudosa y expresamente probable. Lo cual, no obstante, es un error gravísimo, no pudiendo de ningún modo ser probable una opinión declarada y definida como contraria a la Escritura Divina.

    Que por ello, por orden nuestra, fuiste llamado a este Santo Oficio, en el cual, interrogado bajo juramento, reconociste que habías escrito el libro y lo habías dado a la imprenta.

    Confesaste que hace unos diez o doce años, después de habérsete impuesto el precepto mencionado más arriba, comenzaste a escribir dicho libro; que pediste autorización para publicarlo, sin mencionar, sin embargo, a aquéllos que te dieron tal autorización, que tú tenías precepto de no sostener, defender ni enseñar de ningún modo tal doctrina.

    Confesaste, igualmente, que la redacción del mencionado libro, en muchos pasajes, está hecha de tal forma que el lector se podría hacer la idea de que los argumentos aportados por la parte falsa fueron expuestos de tal modo que, por su eficacia, más bien eran capaces de obligar que fáciles de rechazar; excusándote de haber incurrido en error tan alejado, según dijiste, de tu intención, por haber escrito en forma de diálogo, y por la natural complacencia que todos tenemos en las propias sutilezas y en mostrarnos más agudos que la mayoría de los hombres al hallar, incluso para proposiciones falsas, ingeniosos argumentos que las hacen parecer probables.

    Y, habiéndosete dado un plazo adecuado para preparar tu defensa, presentaste un Certificado escrito por la mano del Eminentísimo Cardenal Belarmino, que te habías procurado, según dijiste, para defenderte de las calumnias de tus enemigos, que te criticaban que habías abjurado y que el Santo Oficio te había impuesto penitencias. En dicho Certificado se dice que tú no había abjurado, y que tampoco se te había impuesto penitencia alguna, sino que sólo se te había notificado la Declaración hecha por Nuestro Señor [el Papa] y publicada por la Sagrada Congregación del Índice, en la cual se contiene que la doctrina del movimiento de la Tierra y de la estabilidad del Sol es contraria a las Sagradas Escrituras, y que por ello no se puede defender ni sostener; y que por ello, no haciéndose mención en dicho Certificado de las dos expresiones del precepto, es decir, “enseñar” y “de ningún modo”, se debe creer que, en el curso de 14 o 16 años, lo habías olvidado totalmente, y que, por esta misma razón, habías silenciado el precepto cuando pediste autorización para poder imprimir el libro; y que no decías todo esto para excusar el error, sino para que sea atribuido, no a la malevolencia sino a la vana ambición. Pero con este Certificado que presentaste en tu defensa agravaste más tu situación, puesto que, al decirse en éste que dicha opinión es contraria a la Sagrada Escritura, sin embargo, has osado tratarla, defenderla, y persuadir de su probabilidad; y no te excusa la autorización que sonsacaste artificiosa y aduladoramente, no habiendo informado del precepto que tenías.

    Y, pareciéndonos que tú no habías dicho toda la verdad acerca de tu intención, juzgamos que era necesario actuar contra ti mediante un riguroso examen, en el cual respondiste católicamente, aunque sin perjuicio alguno de las cosas confesadas por ti y deducidas contra ti –citadas más arriba– acerca de tu mencionada intención.

    Por tanto, vistos, y maduramente considerados, los méritos de esta causa tuya, con las ya mencionadas confesiones y excusas tuyas, y cuanto debía verse y ser tomado en consideración razonablemente, hemos llegado a la Sentencia definitiva y abajo escrita.

    Así pues, invocado el Santísimo Nombre de Nuestro Señor Jesucristo, y de su Gloriosísima Madre siempre Virgen María, para esta nuestra definitiva Sentencia, que, reunidos como Tribunal, con el consejo y el parecer de nuestros Consultores los Reverendísimo Maestros de Sagrada Teología y Doctores de uno y otro Derecho, nosotros pronunciamos sobre estos escritos de la causa y causas presentadas ante nosotros por el magnífico Cario Sinceri, Doctor en ambos Derechos, Procurador Fiscal de este Santo Oficio, por una parte, y por ti, el mencionado Galileo Galilei, reo aquí presente, interrogado, procesado y confeso como consta más arriba, por la otra:

    Decimos, pronunciamos, sentenciamos y declaramos que tú, el mencionado Galileo, por las cosas deducidas en el proceso y confesadas por ti como consta más arriba, te has hecho, para este Santo Oficio, vehementemente sospechoso de herejía, a saber, de haber mantenido y creído una doctrina falsa y contraria a las Sagradas y Divinas Escrituras: que el Sol es el centro de la Tierra [sic] y que no se mueve de Oriente a Occidente, y que la Tierra se mueve y no es el centro del mundo, y que se puede sostener y defender como probable una opinión después de que haya sido declarada y definida como contraria a la Sagrada Escritura, y, consecuentemente, has incurrido en todas las censuras y penas impuestas y promulgadas por los Sagrados Cánones y otras Constituciones generales y particulares contra semejantes delincuentes. De las cuales nos alegramos de que seas absuelto, siempre que previamente, con corazón sincero y fe no fingida, ante nosotros, abjures, maldigas y detestes los mencionados errores y herejías, y cualquier otro error y herejía contraria a la Iglesia Católica y Apostólica, del modo y forma que por nosotros te será indicado.

    Y, con el fin de que tu grave y pernicioso error y transgresión no quede del todo impune, y seas más cauto en el porvenir, y ejemplo para que otros se abstengan de similares delitos, ordenamos que, mediante público Edicto, sea prohibido el libro de los Diálogos de Galileo Galilei.

    Te condenamos a cárcel formal en este Santo Oficio por tiempo a nuestro arbitrio.

    Y, como penitencias medicinales, te imponemos que, durante los próximos tres años, digas una vez a la semana los siete Salmos penitenciales.

    Reservándonos la facultad de moderar, cambiar o quitar, totalmente o en parte, las mencionadas penas y penitencias.

    Y así lo decimos, pronunciamos, sentenciamos, declaramos, ordenamos, concedemos y reservamos de éste o de cualquier otro mejor modo y forma que razonablemente podamos y debamos.

    Así lo pronunciamos los Cardenales abajo mencionados:

    Felice, Cardenal d´Ascoli.

    Guido, Cardenal Bentivoglio.

    Fray Desiderio, Cardenal de Cremona.

    Fray Antonio, Cardenal de San Onofrio.

    Berlinghiero, Cardenal Gessi.

    Fabrizio, Cardenal Verospi.

    Marzio, Cardenal Ginetti.







    Abjuración de Galileo

    Yo, Galileo, hijo del difunto Vincenzo Galilei de Florencia, de 70 años de edad, presente personalmente en el Juicio, y arrodillado ante vosotros, Eminentísimos y Reverendísimos Señores Cardenales, Inquisidores Generales contra la depravación herética en toda la República Cristiana; teniendo ante mis ojos los Sacrosantos Evangelios, que toco con mis propias manos, juro que siempre he creído, creo ahora, y, con la ayuda de Dios, creeré en el porvenir, todo aquello que sostiene, predica y enseña la Iglesia Santa, Católica y Apostólica.

    Pero, tras haberme sido jurídicamente requerido, con precepto, por este Santo Oficio, que debía abandonar completamente la falsa opinión de que el Sol es el centro del mundo y que no se mueve, y que la Tierra no es el centro del mundo y que se mueve, y que no podía sostener, defender ni enseñar de ningún modo, ni de palabra ni por escrito, la mencionada falsa doctrina, y tras haberme sido notificado que dicha doctrina es contraria a la Sagrada Escritura, por haber yo escrito y publicado un libro en el cual trato esta misma doctrina ya condenada, y aporto razones con gran eficacia en favor de ésta, sin aportar ninguna solución [contra ellas], he sido juzgado vehementemente sospechoso de herejía, esto es, de haber sostenido y creído que el Sol es el centro del mundo y es inmóvil, y que la Tierra no es el centro y que se mueve.

    Por tanto, queriendo yo apartar de la mente de Vuestras Eminencias y de todo fiel cristiano, esta vehemente sospecha razonablemente concebida contra mí, con corazón sincero y fe no fingida, abjuro, maldigo y detesto los mencionados errores y herejías, y, en general, todos y cualquier otro error, herejía y secta contraria a la Santa Iglesia. Y juro que en el porvenir no diré nunca más ni afirmaré, de palabra o por escrito, cosas tales por las que se pueda tener de mí semejante sospecha, sino que, si conociera a algún hereje o que sea sospechoso de herejía, lo denunciaré a este Santo Oficio, o bien al Inquisidor u Ordinario del lugar en el que me encuentre.

    Juro, además, y prometo cumplir y observar enteramente, todas las penitencias que me han sido, o me serán, impuestas por este Santo Oficio. Y si contravengo alguna de mis mencionadas promesas y juramentos, Dios no lo quiera, me someto a todas las penas y castigos impuestos y promulgados por los Sagrados Cánones y otras Constituciones generales y particulares contra semejantes delincuentes. Así me ayude Dios y estos Santos Evangelios suyos, que toco con mis propias manos.

    [Tras pronunciar esta abjuración, se levantó y firmó debajo del siguiente texto]:

    Yo, el mencionado Galileo Galilei, he abjurado, jurado, prometido, y me he comprometido como se menciona arriba, y, en testimonio de la verdad, con mi propia mano he firmado la presente Cédula de mi abjuración, y la he pronunciado palabra por palabra en Roma, en el Convento de la Minerva, este día 22 de Junio de 1633.

    Yo, Galileo Galilei, he abjurado como consta arriba, con mi propia mano.




    [Nota mía. En el Decreto-Edicto de la Sagrada Congregación del Índice de 23 de Agosto de 1634, se establece la inclusión del libro Dialogo sopra i due massimi sistema del mondo, Tolemaico e Copernicano de Galileo Galilei en el Índice de Libros Prohibidos].

  5. #5
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    Re: El camino hacia la aceptación oficiosa en la Iglesia del copernicanismo

    DOCUMENTO 5

    Carta del Cardenal Antonio Barberini a todos los Nuncios e Inquisidores, de 2 de Julio de 1633


    La Congregación del Índice había suspendido el tratado de Nicolás Copérnico Sobre las revoluciones de los orbes celestes, porque dicho libro sostiene que la Tierra se mueve, y no el Sol, el cual es el centro del mundo, opinión contraria a la Sagrada Escritura; y hace varios años esta Sagrada Congregación del Santo Oficio había prohibido a Galileo Galilei de Florencia sostener, defender, o enseñar de ningún modo, de palabra o por escrito, la dicha opinión.

    Sin embargo, este mismo Galileo se atrevió a escribir un libro titulado [Dialogo di] Galileo Galilei Linceo; sin revelar la antedicha prohibición, sonsacó el permiso para imprimirlo y lo obtuvo impreso; afirmando, al principio, en el cuerpo, y al final del libro, querer tratar hipotéticamente la dicha opinión de Copérnico (si bien él no podía tratarla de ningún modo), sin embargo, la trató de forma tal que se hizo vehementemente sospechoso de haber sostenido la tal opinión.

    Así pues, fue juzgado y detenido en este Santo Oficio, y la Sentencia de estos Eminentísimos Señores [Cardenales] le condenó a abjurar la dicha opinión, a quedar bajo arresto formal sometido al arbitrio de Sus Eminencias, y a realizar otras penitencias saludables.

    Vuestra Reverencia puede ver todo esto en la copia adjunta de la Sentencia y la Abjuración; este documento se os envía para que podáis transmitirlo a vuestros Vicarios, y pueda ser conocido por ellos y por todos los Profesores de Filosofía y de Matemáticas; para que, conociendo la forma en que el dicho Galileo ha sido tratado, puedan entender la seriedad del error que cometió, y para evitarlo juntamente con la pena que vendrían a recibir si cayeran en él.

    Para terminar, que Dios el Señor os guarde.

  6. #6
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    Re: El camino hacia la aceptación oficiosa en la Iglesia del copernicanismo

    DOCUMENTO 6

    Afirmación de Honoré Fabri S. J.

    Eustachius de Divinis Septempedanus pro sua annotatione in systema Saturnium Christiani Hugenii adversus eiusdem assertiones, Eustachio Divini, Roma, 1661, página 49.

    [Nota mía. El autor nominal del libro, Eustachio Divini, relata haber consultado al Padre Fabri en busca de consejo sobre cómo replicar las afirmaciones de Huygens concernientes al movimiento de la Tierra, y que Fabri le dijo que podía replicarle como a continuación se indica]:


    No una vez sola se ha preguntado a vuestros corifeos si tienen alguna demostración que afirme el movimiento de la Tierra, y nunca se atrevieron a decir que sí. Por tanto, no hay impedimento para que la Iglesia entienda aquellos pasajes de la Escritura [que hablan de este tema] en un sentido literal, y declare que así han de entenderse, mientras no se evidencie lo contrario por demostración; si algún día encontrarais alguna (lo cual a duras penas creeré), en ese caso de ningún modo dudará la Iglesia en declarar que aquellos pasajes se deben entender en un sentido figurado e impropio, como aquello del poeta: las tierras y las ciudades retroceden.

  7. #7
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    Re: El camino hacia la aceptación oficiosa en la Iglesia del copernicanismo

    DOCUMENTO 7

    Comentario de Adrien Auzout a la afirmación de Honoré Fabri S. J.

    Lettre à Monsieur l´Abbé Charles, sur le “Ragguaglio di due nuove osservationi, etc., da Giuseppe Campani”, Adrien Auzout, 1665, contenido en Memoires de l´Academie Royale des Sciences, Depuis 1666 jusqu´à 1699, Tomo VII, Parte 1, París, 1729, páginas 58 – 66.



    Creí que debía citar aquí las palabras del Reverendo Padre Fabri, para que así se supiera cómo explicar las prohibiciones que la Inquisición formalmente emitió contra la defensa del movimiento de la Tierra en relación a Galileo, quizás porque era sospechoso de querer introducir novedades en la Religión así como en la Filosofía; pues encontró mucho que criticar en la de Aristóteles, la cual casi todo el mundo seguía en aquel tiempo como la única verdadera filosofía, y sobre la cual se habían injertado casi todos los misterios de la Teología. [1]

    […]

    Este pasaje les ha parecido extraño a todos los que lo han examinado; pues, ¿cómo se puede decir que no hay nada que impida a la Iglesia interpretar, y declarar que se debe interpretar, literalmente los pasajes en cuestión, si resulta que Ella puede más tarde declarar que se pueden interpretar de otra manera?; y, ¿cómo declarará que se pueden interpretar en un sentido figurado e impropio, si anteriormente declaró que se deben interpretar literalmente? Me parece que de todo esto se puede concluir, por lo menos, que el Padre Fabri creía que esta cuestión no se había decidido absolutamente, sino sólo provisionalmente, «mientras no se evidencie lo contrario por demostración», a fin de prevenir el escándalo que la novedad estaba causando o podía causar. Pues no es probable que hubiera explicado su opinión sobre un asunto tan delicado en Roma sin haber explorado los sentimientos que prevalecían en aquel momento. Si uno creyera que la cuestión se decidió absolutamente, entonces estaría obligado a afirmar que no se podría encontrar una demostración contraria, y no decir «que si se encontrara una demostración entonces la Iglesia declararía etc».

    Pues en verdad, esos pasajes deben interpretarse literalmente o no. Si se han de interpretar literalmente y enseñan la inmovilidad de la Tierra, nunca pueden interpretarse en un sentido figurado e impropio (éstos son sus términos), como las palabras del poeta: «las tierras y las ciudades retroceden». Si se pueden interpretar figurativamente de alguna forma, no se puede declarar ahora que deben interpretarse literalmente, y únicamente se puede considerar este Decreto como un juicio disciplinario destinado a prevenir el escándalo que esta doctrina estaba causando. Pues sería imposible querer decidir absolutamente algo respecto de lo cual se puede temer o esperar obtener una demostración contraria en el futuro; siendo eterna la verdad, uno no puede decir que en un momento las palabras deben interpretarse literalmente, y que en otro momento pueden interpretarse figurativamente.

    Dado esto, y dado que el argumento del Padre Fabri nos asegura que la Inquisición no declaró absolutamente que estos pasajes escriturísticos debían interpretarse literalmente ya que la Iglesia puede realizar una declaración contraria, no veo que se haya de temer el seguir la hipótesis del movimiento de la Tierra; lo único que quizás habría de cumplirse sería el no defenderlo públicamente hasta que la prohibición fuera retirada. Es de desear que esto se haga lo más pronto posible, de tal forma que los astrónomos eruditos que desafortunadamente no siguen a la Iglesia Católica no nos culpen ya más de ser hasta tal punto esclavos que seguimos Sus decisiones no sólo en materias de Religión sino también en lo que concierne a la Física y la Astronomía. No parece en absoluto que Dios haya querido enseñarnos algo en particular sobre la naturaleza; al contrario, casi todos aquéllos que han querido encontrar los principios de su filosofía en la Escritura han caído en errores insostenibles; en ella únicamente deberíamos buscar las máximas de la Religión y la Moral, y no los principios de la Física o la Astronomía, que son tan inútiles para la otra vida como útiles para ésta.

    Sería también de desear que el Padre Fabri procurase esta libertad a todos los astrónomos, pues, estando en la posición en que está y siendo tan instruido como lo es, quizás podría testimoniar de manera más efectiva que otros que esta hipótesis no es absurda ni falsa en Filosofía, como se creía en un principio; ni que tampoco es de ningún modo perjudicial para la Fe, pues ni el más sutil dialéctico ni el más enojoso sofista podría sacar de aquélla ninguna conclusión que estuviera en conflicto con el más mínimo artículo de nuestra Religión; y que cuando se interpreta estos pasajes escriturísticos en un sentido figurado y de acuerdo con las apariencias, no se hace nada contrario a la Escritura, ya que habrían de interpretarse de esta manera si uno fuera a encontrar en el futuro aquella demostración de la cual el Padre Fabri no desespera enteramente. […] [2].

    También se puede mostrar de una manera diferente al argumento del Padre Fabri que el Decreto tiene que haber sido provisional; pues se basaba en la común opinión de aquel tiempo; esto es, aquella hipótesis fue declarada también «absurda y falsa en Filosofía». Pero el Padre Fabri y todos los eruditos de su partido saben bien, y han de reflexionar en consecuencia, que aquélla no es absurda ni falsa en Filosofía, y que no está en conflicto con la Física ni con la Astronomía. Se puede observar lo que se ha de pensar sobre el asunto a partir de las réplicas expresamente dadas por el Padre Riccioli en su largo tratado Sobre el sistema de la Tierra móvil [3] a los absurdos y falsedades alegados por los Peripatéticos; ciertamente, dice que no ha encontrado réplica sólida a dos argumentos que él presenta, uno tomado a partir de la percusión de los cuerpos graves que descienden, y el otro a partir de cuerpos proyectados en diferentes direcciones del mundo; pero es una ventaja que haya tomado sus razones a partir de la Mecánica, pues se le puede demostrar lo incorrecto de su razonamiento, como es costumbre de hacer en Matemáticas, en donde los principios están afianzados. Lo haría en extenso, si este fuera el lugar apropiado. Pero por decir simplemente una palabra de paso, cuando suponemos que varios movimientos compuestos serán iguales. […] [4].

    Sin embargo, éstas son las dos únicas cosas que han dado problema al Padre Riccioli y al Padre Grimaldi en la hipótesis del movimiento de la Tierra, habiendo desechado o contestado a todas las demás. A partir de esto es fácil observar que él no creía que esa hipótesis implicara absurdos ni falsedades. Si bien es cierto que en aquel tiempo fue declarada absurda y falsa en Filosofía, así como contraria a la Escritura, se puede incluso pensar que fue declarada contraria al sentido de la Escritura únicamente porque se creía que era absurda y falsa. Pues hay muchos pasajes de la Escritura que no necesitan interpretarse literalmente; y en materia de Física, Astronomía, etc., es bien sabido que ella no habla con el fin de instruirnos, sino que habla únicamente de acuerdo con las apariencias y la ordinaria opinión humana, y no de acuerdo con la verdad de las cosas. Más aún, incluso si los autores de los Sagrados Libros hubieran sabido que la Tierra gira alrededor del Sol como hacen los otros planetas, no deberíamos sorprendernos de que hubieran hablado como lo hicieron, esto es, de acuerdo con lo que se nos aparece y lo que la gente cree; pues ellos hablan a personas la mayoría de las cuales son en gran parte ignorantes en Astronomía y no tienen necesidad alguna de ser instruidas en estas cosas; y así es como hablan en su lenguaje ordinario aquéllos que siguen aquella opinión, en tanto que, fuera de aquellos contextos en donde tratan profesionalmente de los movimientos celestes, hablan de la salida del Sol, de la puesta del Sol, de su elevación al mediodía, de su acercamiento a las estrellas, etc., como si éste estuviera en movimiento; ya que los mismos efectos ocurren en la experiencia, ya esté él o la Tierra en movimiento, y esto basta como explicación en la vida ordinaria y siempre y cuando no se quiere enseñar Astronomía.

    Esto debería persuadirnos de que el Decreto sólo fue emitido provisionalmente, por el miedo que se sentía de que esta hipótesis tuviera malas consecuencias por trastocar la Filosofía que se aceptaba en aquel tiempo; de acuerdo con ésta, uno estaba acostumbrado a interpretar los pasajes en cuestión de acuerdo con lo que parecían significar, aunque no había ni uno solo que pudiera interpretarse literalmente en todas sus partes, y aunque la mayoría de ellos habían de interpretarse figurativamente en todas sus partes. Sería fácil mostrar esto, si no me hubiera extendido ya demasiado y si muchos otros no lo hubieran hecho ya.

    Quisiera detenerme sobre este asunto a fin de desengañar a aquéllos que no han examinado cuidadosamente las circunstancias de ese Decreto y no han explorado los sentimientos que prevalecieron en él (tal y como el Padre Fabri ha sido capaz de hacer), y los cuales, por ello, condenan inapropiadamente a aquéllos que sostienen el movimiento de la Tierra y hablan como si la Iglesia hubiera decidido esta cuestión absolutamente; pero esto está muy alejado de la verdad, e, incluso, del expreso o tácito reconocimiento de aquéllos que se han interesado más en el asunto.

    Pero uno debe esperar y examinar si el movimiento del último cometa puede convencernos de algún modo del movimiento de la Tierra; ésta no sería una convicción metafísica o matemática, que implica lo imposible (como se dice ordinariamente), pues no se necesita esperar una de ese tipo; sino que más bien sería una convicción razonable, igual que la que nos hace juzgar que el Sol con los otros planetas no gira alrededor de Júpiter o Saturno, sino que estos planetas giran alrededor de él; ya que si se quisiera buscar una demostración del primer tipo, desafío a todos los astrónomos del mundo a que me prueben que el Sol y la Tierra no giran alrededor de Júpiter, Saturno, o incluso la Luna, si bien todos ellos están bien seguros de ser falso que Júpiter o Saturno sea el centro, y extravagante que lo sea la Luna. Y aun así, si hubiera habitantes en la Luna, ellos tendrían la sensación de estar inmóviles, tal y como nosotros nos creemos estar aquí cuando nos basamos únicamente en las apariencias, y atribuirían a otros cuerpos todo el movimiento que se les apareciera, puesto que no podrían percibir lo contrario; y nos reiríamos de ellos si quisieran afirmar que el Sol con todo su sistema, y las estrellas, estuvieran obligadas a girar alrededor de ellos, en lugar de ser ellos los que giraran con la Tierra alrededor del Sol; los habitantes de los otros planetas, de suponerse que hubiera alguno, tendrían la misma razón para reírse de nosotros por querer obligarles a girar alrededor nuestro cada día junto con el Sol (que es el principio de su movimiento), en lugar de querer seguir, junto con ellos, el movimiento del vórtice en el que, tanto nosotros como ellos, nos encontramos. Y ciertamente Júpiter (que posee cuatro lunas) y Saturno (que tiene una, así como un anillo, el cual es un cuerpo tan extraordinario) tendrían buenas razones para disputársela [la centralidad] a la Tierra (que no tiene un séquito tan bello como ellos, y que es quizás mil veces más pequeña).

    Sin embargo, en todo esto no pretendo tomar partido obstinadamente, y estoy dispuesto a someterme y a seguir todo lo que la Iglesia ordene. Pero pensé que sería bueno mostrar que aquéllos que suponen el movimiento de la Tierra lo pueden hacer (me parece a mí) sin que se les falte al respeto, y sin incurrir en la censura de los que nunca han examinado a fondo lo ocurrido; éstos no conocen las intenciones que subyacen a la temporal prohibición de defender esa hipótesis, «mientras no se evidencie lo contrario por demostración» (como dice el Padre Fabri), o bien hasta que hubiera pasado el miedo que podría acarrear consigo alguna novedad perniciosa para la Religión; a esto debía haberse llegado hace ya tiempo. Sin embargo, debemos darnos por satisfechos con una demostración razonable, con respecto al asunto, pues es imposible presentar razón alguna de por qué el Sol con su sistema debiera girar alrededor de la Tierra en lugar de hacerlo alrededor de Saturno, Júpiter, Marte, Venus o Mercurio; y sin embargo todos están bien seguros de que no gira alrededor de ninguno de éstos.

    Así, puesto que estamos seguros de que, si la Tierra girara, no podríamos percibirlo con nuestros sentidos, y de que, si el Sol con la Tierra girara alrededor de otro planeta, no podríamos percibirlo tampoco, no podemos sino darnos por satisfechos con pruebas razonables y analogías. Éstas concuerdan tan bien con esa hipótesis que no hay ninguna que se pueda imaginar que, debiendo existir, no exista efectivamente; y no hay efecto alguno que, debiendo ocurrir, supuesto el movimiento de la Tierra, no ocurra.






    [1] Se suprime el siguiente párrafo, en donde Auzout recoge la cita en cuestión de Fabri, que ya hemos reproducido antes.

    [2] Se suprime el resto de este párrafo, en donde Auzout trata acerca del cambio de opinión que tuvo Fabri en relación a los anillos de Saturno.

    [3] En realidad no es un tratado aparte, sino la Sección 4, del Libro 9, del Volumen 2 de su magna obra Almagestum Novum.

    [4] Se suprime el resto de este párrafo, en donde Auzout trata acerca de las dos incontestadas objeciones de Riccioli al movimiento de la Tierra.

  8. #8
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    Re: El camino hacia la aceptación oficiosa en la Iglesia del copernicanismo

    DOCUMENTO 8

    Comentario de Gottfried Leibniz a la afirmación de Honoré Fabri S. J.

    Nouveaux Essais sur l´entendement humain, Gottfried Leibniz; publicado póstumamente por primera vez en Oeuvres philosophiques latines et françoises de feu Mr. de Leibnitz (editores Rudolf Erich Raspe y Abrahan Gotthelf Kaestner), Ámsterdam y Leipzig, 1765. Se toma la cita de Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano, edición castellana de J. Echeverría Ezponda, Editora Nacional, 1983, páginas 629 – 630.



    Filaletes.– […] Pero de los principios establecidos pasemos a las hipótesis admitidas. Los que admiten que sólo se trata de hipótesis, no por ello dejan de sostenerlas frecuentemente con calor, más o menos como si fuesen principios seguros, despreciando las probabilidades contrarias. A un profesor sabio le resultaría insoportable ver cómo un recién llegado echa por el suelo su autoridad en un instante al rechazar sus hipótesis; su autoridad, decía, que se mantiene en boga desde hace treinta o cuarenta años, que fue adquirida a costa de muchas vigilias, sostenida con cantidad de griego y latín, y confirmada por una tradición general y por una barba venerable. Todos los argumentos que se puedan utilizar para convencerle de la falsedad de su hipótesis serán tan poco capaces de imponerse a su espíritu como los esfuerzos que hizo Bóreas para obligar al viajero a quitarse su capa, que éste sujetó tanto más firmemente conforme dicho viento soplaba con mayor violencia.

    Teófilo.– En efecto, los copernicanos han podido comprobar en sus adversarios que las hipótesis reconocidas como tales no dejan por ello de ser defendidas con un celo ardiente. Y los cartesianos no muestran menos celo por sus partículas estriadas y por las bolitas del segundo elemento que si se tratase de teoremas de Euclides; parece que el celo por nuestras hipótesis no es más que una consecuencia de la pasión que tenemos por hacernos respetar a nosotros mismos. Es verdad que quienes juzgaron a Galileo creyeron que el reposo de la Tierra constituía algo más que una hipótesis, pues lo juzgaban conforme a la Escritura y la razón. Pero posteriormente se ha comprobado que por lo menos la razón no la apoyaba; y en cuanto a la Escritura, el Padre Fabri, Penitenciario de San Pedro, excelente teólogo y filósofo, que llegó incluso a publicar en Roma una apología de las observaciones de Eustaquio Divini, el famoso óptico, no tuvo reparos en declarar que si en el Texto Sagrado se entendía un auténtico movimiento del Sol era sólo provisionalmente, y que si la forma de pensar de Copérnico fuese verificada, no habría dificultad en explicarlo como el siguiente pasaje de Virgilio: «las tierras y las ciudades retroceden».

    Sin embargo, en Italia, en España, e incluso en los países del Emperador, se continúa suprimiendo la doctrina de Copérnico, con gran detrimento para las naciones, cuyos espíritus podrían llegar a descubrimientos mucho más bellos si gozasen de una libertad racional y filosófica.

  9. #9
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    Re: El camino hacia la aceptación oficiosa en la Iglesia del copernicanismo

    DOCUMENTO 9

    Actas de la Sagrada Congregación del Santo Oficio, previas a la edición e impresión de la obra Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo, tolemaico e copernicano de Galileo Galilei, en 1744, por el Seminario de Padua


    Decreto de la Sagrada Congregación del Santo Oficio de 6 de Junio de 1742

    Los Eminentísimos [Cardenales] dijeron que se buscara el Decreto de esta Sagrada Congregación –y cuya autoría fuera del Reverendísimo Padre Comisario– por el cual se dictaminó, después del año 1633, que el Sistema copernicano podría ser admitido a modo de hipótesis.





    Informe del Consultor del Santo Oficio Fray Luigi Maria Giovasco, en respuesta a la anterior demanda de la Sagrada Congregación

    Roma y Padua

    Al principio del pasado siglo, apareció impresa la obra de Nicolás Copérnico, Sobre las revoluciones de los orbes celestes, famoso autor en el campo de la Astronomía, y el libro de Diego de Zúñiga, comentarista de los libros de Job, en los cuales se sostenía la antigua opinión de Pitágoras, que enseñaba que el Sol era el centro inmóvil del mundo, alrededor del cual giraba con movimiento perpetuo el globo terráqueo de la Tierra. El Padre Carmelita Paolo Antonio Foscarini adoptó ese Sistema, defendiéndolo contra la censura de los teólogos, que lo juzgaban falso y contrario a la Sagrada Escritura.

    Este Sistema, vulgarmente llamado “copernicano” –por haber sido despertado nuevamente de las cenizas de la antigua filosofía de Pitágoras por el antedicho Copérnico–, fue denunciado a la Sagrada Congregación del Índice, la cual, el 5 de Marzo de 1616, publicó un Decreto prohibiendo ese Sistema como falsa doctrina pitagórica contraria a la Sagrada Escritura y perjudicial a la verdad católica. Pero con esta diferencia: que la Carta del Padre Foscarini fue absolutamente prohibida, mientras que la obra de Copérnico y el Comentario sobre Job de Diego de Zúñiga sólo fueron suspendidos, hasta ser corregidos.

    Entonces, los impresores acudieron a esa misma Sagrada Congregación del Índice para obtener las correcciones de las obras arriba mencionadas, y poderlas publicar exentas de la referida suspensión; para lo cual, confiada la corrección al Padre Maestro Capiferro, Secretario de esa Congregación en aquel tiempo, salió otro Decreto, en el cual se declaraba que ese Sistema debía entenderse como condenado sólo cuando se expusiera como tesis absoluta, pero no cuando se expusiera como hipótesis para mejor conocer las revoluciones de los orbes celestes.

    Estas correcciones aparecieron en otro Decreto de la Sagrada Congregación del Índice del año 1620; y por el mismo se enmiendan los Capítulos de la obra de Copérnico de tal forma que el texto impreso se deja intacto allí donde hable problemáticamente, y se reduce a simple hipótesis allí donde hable a la manera de tesis doctrinal y absoluta; y así corregida, la obra de Copérnico está también hoy día libre de cualquier condenación.

    Y, de hecho, todos los astrónomos que hacen [la Efemérides de] la Luna siguiendo a Copérnico, nos dicen que siguen ese Sistema a modo de hipótesis, y no a modo de tesis, porque a ellos les parece que sirve más fácilmente para predecir las oposiciones, y los fenómenos de las estrellas.

    En el año 1633, habiendo aparecido el Diálogo de Galileo Galilei Linceo sobre los dos máximos sistemas del mundo, tolemaico y copernicano, en donde establecía el Sistema pitagórico a modo de tesis, fue igualmente prohibido por la misma Sagrada Congregación del Índice el 23 de Agosto de 1634, porque defendía y propugnaba ese Sistema a modo de tesis, y no ya a modo de hipótesis imaginaria; es más, puesto que este autor mostró obstinación de no someterse a la antedicha censura, tuvo la desgracia de que el Santo Oficio procediese contra él, encarcelándolo y obligándolo a una retractación pública.

    Toda esta historia se puede leer en la Philosophia Neo-Palaea, impresa en Roma, del Padre Maestro Agnani, bibliotecario [de la Biblioteca] Casanatense, [publicado] por Mainardi en el año 1734, de la página 159 (§ Respondeo secundum) hasta la página 165.

    Este autor defiende egregia y doctamente la condena romana de tal Sistema cuando es expuesto a modo de tesis y no ya a modo de hipótesis, en contra de los filósofos modernos ultramontanos, los cuales pretenden que no es un Sistema contrario a la Sagrada Escritura, sino que es opinable, en el cual pueden equivocarse los filósofos que luchan entre sí a favor y en contra de tal Sistema, como San Agustín se equivocó al sostener firmemente la imposibilidad de las antípodas.

    Así pues, parece que, reimprimiendo en Padua las obras de Galileo Galilei –entre las cuales está el Diálogo prohibido– en la forma referida arriba; e insertando –como promete el impresor– los Decretos y la retractación hecha por Galileo, junto con las notas marginales en las que se señale la prohibición de hablar de ello a modo de tesis y que sólo se puede hablar de ello a modo de hipótesis, y junto con la adición de la Disertación del Padre Calmet, quien por su parte refuta tal Sistema [tomado] a modo de tesis; se remedia muy bien el [potencial] daño de esta impresión, y se corrige la audacia de los filósofos modernos que acusan de injusticia la condena y censura romana de tal Sistema.



    Fray Luigi Maria Giovasco,

    Consultor del Santo Oficio








    Decreto de la Sagrada Congregación del Santo Oficio, de 13 de Junio de 1742

    Tuvo lugar la congregación del Santo Oficio en el Convento de Santa María sopra Minerva, ante los Eminentísimos y Reverendísimos Señores Cardenales de la Santa Iglesia Romana, Petra, Gotti, Gentili, Guadagni y Corsini, Inquisidores Generales; estando presentes el Reverendo Padre Señor Asesor, el Padre Comisario General Lucini, y el Señor Innocenzi, [Procurador] Fiscal; en la cual fueron presentados [los puntos] de abajo, de los cuales el Reverendo Padre Señor Asesor ha tomado nota y me ha transmitido a mí, Notario, a saber:

    […]

    Habiendo sido leída la carta del Padre Inquisidor [Paolo A. Ambrogi] de Padua, fechada el 20 de Mayo último, mediante la cual él envió el frontispicio del libro que los impresores de la dicha ciudad tienen la intención de imprimir, [y] cuyo título es “Dialogo di Galileo Galilei sopra i due sistemi del mondo, Tolemaico e Copernicano, nel quale si propongono indeterminatamente le ragione filosofiche tanto per l´una, quanto per l´altra parte”; los Eminentísimos [Cardenales] han dictaminado que se escriba al Comisario General de Padua que sí permita la obra en cuestión, a condición de que se observen las últimas condiciones propuestas por el impresor.






    Carta del Asesor del Santo Oficio Giuseppe Maria Ferroni al Inquisidor de Padua Paolo A. Ambrogi, fechada el 6 de Junio de 1742

    Mi Reverendísimo y Veneradísimo Padre,

    Ya que estos impresores van a observar con la fidelidad debida las precauciones enunciadas en su último Proyecto en torno a la meditada nueva edición del Diálogo de Galileo Galilei sobre los dos sistemas del mundo, tolemaico y copernicano, conforme a lo que su Reverencia indica en su carta del día 20 de Mayo último, y ya que así se ataja el mal que esta impresión por sí misma podría producir, no se debería retrasar su curso, sino permitirla libremente.

    Por lo tanto, la atención que de vos se ha de dar en este asunto se restringe a exigir que los dichos impresores observen plenamente todas las condiciones suyas expuestas en la mencionada Hoja, a saber, adjuntando el Decreto de la Suprema Congregación y la retractación de Galileo; eliminando absolutamente, o reduciendo a forma hipotética, las notas marginales del mismo autor; omitiendo la Perioquae de Kepler y las dos cartas teológicas agregadas, y añadiendo en lugar de esos documentos la Disertación italiana del Padre Calmet impresa en Lucca, en la cual se refuta el dicho Sistema copernicano.

    Y esto es cuanto me incumbe responderos sobre tal materia; y me confirmo en ello.


    De Vuestra Reverencia

    Padre Inquisidor de Padua

    Roma, a 6 de Junio de 1742

    Humildísimo Servidor

    Giuseppe Maria [Ferroni], Arzobispo de Damasco

  10. #10
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    DOCUMENTO 10

    Prefacio de Giuseppe Toaldo a la edición del Diálogo de Galileo de 1744


    AL LECTOR

    Este famosísimo Diálogo, tantas veces impreso clandestinamente, sale finalmente al libre uso público con la debida licencia. Lo merecía, de hecho, por la rara y exquisita doctrina que contiene, y por la feliz forma con que se explica.

    En cuanto a la cuestión principal del movimiento de la Tierra, aunque nos ajustamos a la retractación y protesta del autor, declaramos de la forma más solemne que no puede ni debe admitirse sino como pura hipótesis matemática, que sirve para explicar más fácilmente ciertos fenómenos. Por ello hemos suprimido, o reducido a forma hipotética, las apostillas marginales que no eran o no parecían del todo indeterminadas [neutrales]; y por la misma razón hemos añadido la Disertación del P. Calmet, en la cual se explica el sentido de aquellos pasajes de la Sagrada Escritura relacionados a esta materia conforme a la común creencia católica.

    Por lo demás, el Diálogo aparece en su integridad; si bien en algunos lugares, para mayor ilustración, se ha hecho alguna adición, dejada escrita por el propio autor en uno de sus ejemplares impresos, el cual se conserva en esta Biblioteca del Seminario. Estas adiciones están impresas en caracteres diferentes, en razón de la buena fe con que procedemos. Sobre esto también volvemos a repetir la protesta escrita más arriba, no queriendo apartarnos lo más mínimo de las veneradas prescripciones de la Santa Iglesia Romana.

  11. #11
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    DOCUMENTO 11

    Prólogo y epílogo de la Disertación del benedictino francés Augustin Calmet, inserta en la edición del Diálogo de Galileo de 1744

    Dissertation sur le Système du Monde des Anciens Hébreux, originalmente publicada en Dissertations Qui Peuvent Servir de Prolégomènes de l´Écriture Sainte, Volumen 1, Augustin Calmel, París, 1720. La traducción italiana Dissertazione sovra il sistema del mondo degli antichi ebrei, aparece inserta en Opere di Galileo Galilei, Tomo IV, Padua, 1744, páginas 1 – 20.



    [Prólogo]

    Es algo realmente asombroso que el Mundo sea tan poco conocido. Después de tantos siglos en que el Universo ha sido objeto de investigaciones y disputas humanas –entregó el mundo a sus disputas [Vulgata, Eclesiastés, III, 11]–, apenas se conoce la disposición y estructura de la Tierra que habitamos; y sólo conocemos su superficie, y la menor parte de ésta. En cuanto a todo el resto del Universo, nos limitamos a idear Sistemas y a construir simples hipótesis, sin esperanza de llegar nunca a un exacto conocimiento demostrativo de las cosas que estudiamos.

    Todo lo que los antiguos habían inventado en este campo, todos los descubrimientos que creían haber hecho, todos sus Sistemas del Mundo, han sido refutados o reformados en estos últimos siglos. ¿Quién duda que algún día nosotros, a su vez, seremos refutados y abandonados por aquéllos que nazcan después de nosotros? Siempre habrá, en esta materia, oscuridades e insuperables dificultades. Parece como si Dios, celoso (por así decirlo) de la belleza y magnificencia de su obra, se hubiera reservado para Sí solo el perfecto conocimiento de su estructura y los secretos de sus movimientos y revoluciones. Él nos ha dejado ver lo suficiente como para obligarnos a reconocer la Sabiduría, y para hacernos admirar el infinito Poder, del Artífice; pero no para satisfacer nuestra curiosidad y nuestro deseo. El estudio del Mundo y de sus partes, es una de esas penosas ocupaciones que el Señor ha dado a los hombres a fin de que se ejerciten: Esta ocupación penosísima ha dado Dios a los hijos de los hombres, para que trabajen en ella [Vulgata, Eclesiastés, I, 13]. A pesar del enorme progreso que se ha hecho en este estudio, siempre quedará bien mucho por conocer: Muchas son sus obras que ignoramos, mayores que las ya dichas; pues es poco lo que de sus obras sabemos [Vulgata, Eclesiástico, XLIII, 36].

    No se debería requerir nunca, ni pretenderse, que los Escritores Sagrados se explicaran con el rigor filosófico y con la exactitud que los Profesores de las ciencias humanas exigen de sus discípulos. El Espíritu Santo habla para todos, y quiere ser entendido tanto por los ignorantes como por los doctos. Éstos últimos entienden las expresiones populares como el pueblo; pero el pueblo no podría entender las expresiones filosóficas y sublimes. Por eso, para que nadie se perdiera nada, y todos se aprovecharan, quiso la Sabiduría de Dios adaptarse a los sencillos en su manera de hablar, y dar a los doctos algo con lo que ejercitarse, en la grandeza y majestad de las cosas que se les presenta. Se debe, por tanto, tener un profundísimo respeto hacia una conducta tan plena de condescendencia y de bondad.

    Los comentadores que se metieron a declarar los sentidos ocultos de los Libros Sagrados, y a explicar sus términos oscuros, no siempre cuidaron este principio. Tan pronto como caían sobre aquellos pasajes en los que el Autor Sagrado se expresa de una manera popular, en vez de estudiar los sentimientos que él presuponía en el espíritu de aquéllos a los que hablaba, se dedicaban a mostrar la verdad de aquello que ellos querían decir, y a reformar las expresiones en base a las ideas que en torno a aquéllas les suministraban la Religión y la Filosofía. Cuando, por ejemplo, la Escritura atribuye inteligencia a los animales, un cuerpo a Dios, un alma a las cosas sensibles, no dejan de advertir los intérpretes que éstas son maneras de hablar populares y poco exactas. Muy bien hecho. Pero también sería necesario decirnos qué es lo que el pueblo pensaba en torno a eso; cuáles eran sus ideas, verdaderas o falsas; y a continuación refutarlas, si lo merecían. Pero en lugar de esto, cada comentador ha querido estirar al Autor Sagrado hacia su propia opinión, haciéndole decir lo que quería; y se hizo hablar a Moisés o a Salomón como lo hubiera hecho Tolomeo, Galileo, Copérnico o Descartes. Encontraron en el primer Capítulo del Génesis, que trata sobre la creación del Mundo, todos los Sistemas que tuvieran en su cabeza. Esto es tan cierto que ha estado impreso hace pocos años un libro titulado: Cartesius Mosaisans [Descartes mosaísta], en donde el autor pretende mostrar que el Mundo de Moisés es el mismísimo que el de Descartes.

    No pretendemos ya aquí imponer leyes a otros, ni hacer creer que tengamos mayores luces que aquéllos que nos han precedido. De hecho, confesamos que bien a menudo hemos seguido la corriente, y que, prevenidos de las opiniones de las escuelas, hemos supuesto que el Autor Sagrado quería decir lo que pensábamos. Pero, comparando las diversas expresiones de la Escritura acerca de la disposición de las partes del Universo, hemos observado que el Sistema del Mundo de los antiguos hebreos era muy diferente del nuestro, y que a menudo hacemos sin ninguna razón violencia al Texto, queriéndolo ajustar a nuestras presuposiciones. Lo que ha ayudado mucho a desengañarnos, y a determinar nuestras dudas en torno a esta materia, ha sido la lectura de los antiguos filósofos y de los Padres [de la Iglesia]. Los primeros, ya sea por tradición, ya por otro modo, tuvieron casi las mismas opiniones que los israelitas sobre la estructura del Mundo. Penetrados, los segundos, de respeto hacia la Divina Escritura, y no tomándose tan fácilmente la libertad de que nosotros usamos de conformarla a sus opiniones, sino tomándola a la letra, y siguiendo la primera idea que se presenta al intelecto, se formaron un Sistema corriente, y conformísimo al de los antiguos hebreos.

    Después de haber desplegado los términos de los Escritores Sagrados, convalidaremos su hipótesis con la semejanza de la de los antiguos filósofos y de los Padres. He aquí el método que nos hemos propuesto en la presente Disertación.





    [Epílogo]

    De cuanto hasta aquí se ha dicho, parece que el Sistema del Mundo de los hebreos, tal como lo hemos expuesto, tiene una grandísima conformidad con el de los filósofos antiguos; que esta hipótesis es simple, fácil, inteligible, proporcionada a la capacidad de los pueblos, apta para ofrecerles una gran idea de la Sabiduría y Poder de Dios, y para inspirar a los mismos vivos sentimientos acerca de la propia flaqueza y de su total dependencia. Es, por lo tanto, la más ventajosa en la intención del Espíritu Santo, que es la de conducirnos a Dios, merced al temor y al amor; siendo éste el fin de toda la Escritura: Ahora oigamos todos juntos el fin y compendio de este sermón: teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre [Vulgata, Eclesiastés, XII, 13]. El error cometido en este tipo de cosas no tiene consecuencia ninguna en orden a la eternidad. Está fuera de toda duda, dice San Agustín, que nuestros Autores Sagrados conocían con certeza toda la verdad acerca del Sistema del Mundo, pero el Divinísimo Espíritu, que hablaba por su boca, no juzgó a propósito instruirnos de él a los hombres; siendo cosas que en nada pertenecen a la salvación, ni en grado alguno influyen para hacernos más justos y mejores: Debe decirse que nuestros autores conocían la verdad sobre la forma del cielo, pero el Espíritu de Dios, que hablaba a través de ellos, no quiso enseñar a los hombres estas cosas, que no son de ninguna utilidad para la salvación [San Agustín, De Genesi ad Litteram, Libro 2, Capítulo 9].

    No se nos diga ahora que, siendo contrario a la verdad y a la experiencia cuanto nos han enseñado ellos en torno a esto, no puede darse fundamento ninguno al resto de sus discursos, por no haberse cerciorado de que las cosas eran tal cual como las habían dicho. Ellos simplemente las asumieron; y expusieron, no ya sus propios sentimientos, sino la opinión del pueblo. No se encuentra un solo Capítulo en toda la Escritura destinado a precisamente instruirnos acerca de estas materias, tan indiferentes respecto de nuestro fin último. ¿Por ventura se ven obligados los filósofos y los teólogos, cuando hablan al pueblo, a valerse de las mismas expresiones que en la escuela, y que en los libros compuestos adrede para enseñar los secretos de la naturaleza o los misterios de la Religión? Y, si esto se permite diariamente a los doctos y a los filósofos, ¿por qué no se les permitirá a los Autores, que querían hacerse útiles a muchos, y expresarse en modo que fuese entendido por los más simples?







    [Nota mía. A quien le interese leer el texto completo de la Disertación, lo puede consultar traducido al castellano en Sagrada Biblia en latín y español, con notas literales, críticas e históricas, prefacios y disertaciones, Tomo 23, Méjico, 1833, páginas 332-351.

    Disertación de Calmet.pdf……………………….].

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    Re: El camino hacia la aceptación oficiosa en la Iglesia del copernicanismo

    DOCUMENTO 11

    Informe de Pietro Lazzari S. J., Consultor de la Sagrada Congregación del Índice, acerca de la posible omisión de la cláusula de prohibición general: “todos los libros que enseñan el movimiento de la Tierra y la inmovilidad del Sol”, en la nueva edición del Índice que el Papa Benedicto XIV proyectaba realizar


    Reflexiones en torno a la cláusula “todos los libros que enseñan el movimiento de la Tierra y la inmovilidad del Sol” (Decreto de 5 de Marzo de 1616)

    Hay tres reflexiones que planeo realizar acerca de esta cláusula: (I) que, en aquel tiempo, se prescribió prudentemente y con buenas razones; (II) que estas razones ya no existen en orden a su conservación; (III) que en la presente situación es conveniente suprimirla.

    [I.] Así pues, se puede decir que en aquel tiempo había buenas razones o motivos para que prudentemente se prescribiera. De estas razones para prescribirla, considero tres. En primer lugar, esta opinión del movimiento de la Tierra era nueva, y fue rechazada y estigmatizada con serias objeciones por los más excelentes astrónomos y físicos. En segundo lugar, fue considerada contraria a la Escritura, cuando ésta se toma en sentido propio y literal; y esto lo admitían incluso los defensores de dicha opinión. En tercer lugar, no se presentó ninguna razón o demostración sólida que nos obligara o aconsejara a no considerar de dicha forma la Escritura y a apoyar esa opinión. No se puede negar que el conjunto de estas razones constituía un motivo bueno y fuerte para añadir esa cláusula al Index. Y si bien los Decretos normalmente no incluyen razones, sin embargo en aquél que se emitió entonces se tiene lo suficiente como para entender que éstos fueron los motivos de la prohibición; pues éste decía:

    «Y también llegó a conocimiento de dicha Sagrada Congregación que aquella falsa doctrina pitagórica, contraria totalmente a la Divina Escritura, sobre el movimiento de la Tierra y la inmovilidad del Sol […] Por ello, para que de este modo no se extienda poco a poco una ulterior opinión en perjuicio de la verdad católica, la Sagrada Congregación ha decretado […]».

    Explicaré brevemente estos motivos.

    Primero, en aquel entonces la opinión de Copérnico estaba siendo en realidad notoria y se la escuchaba con contento, especialmente por la juventud, que es lo que el Decreto indica; esto incluso ocurría cuando el mismo Copérnico la explicó en Roma «a una gran audiencia de oyentes» (como se lee en la biografía que Gassendi hizo de él [Tychonis Brahei, Equitis Dani, Astronomorum Coryphaei Vita, París, 1654]), y existen informaciones de que a veces la audiencia alcanzaba a más de mil; sin embargo, los matemáticos la consideraban una opinión nueva, y los más serios profesores y expertos la rechazaban y criticaban. Kepler da fe de esto, si bien él era uno de sus principales defensores; en el Capítulo 3, del Libro 5, de Harmonices, una obra que publicó en 1619 (es decir, tres años después de nuestro Decreto), dice:

    «Que la Tierra es uno de los planetas y se mueve entre las estrellas alrededor del Sol inmóvil, constituye todavía una cosa nueva para las masas de los eruditos, y la más absurda doctrina jamás oída por la mayoría de ellos».

    Lo que él llama, con cierto desdeñoso desprecio, “las masas de los eruditos”, eran los astrónomos y filósofos de aquel tiempo, tal como se desprende a partir de los escritos de aquéllos que vivieron en aquellos tiempos. Así, los Padres del Colegio de Coímbra, en sus comentarios al libro de Aristóteles Sobre el Cielo de 1608 (Capítulo 14, Cuestión 5, Artículo 1), escribían [En realidad, la cita es de Comentarii Collegii Conimbricensis Societati Iesu in Quatuor Libros de Coelo Aristotelis Stagiritate, Lyon, 1594):

    «Se debe afirmar con Aristóteles, y con el común de las escuelas de físicos como de matemáticos, que la Tierra está quieta en el centro del mundo».

    En 1617, en Sphaera Mundi (Libro 4, Capítulo 2), Giuseppe Biancani decía [En realidad, la edición es de 1620, Bolonia]:

    «Finalmente, la común autoridad de casi todos los filósofos y matemáticos está de acuerdo en situarla completamente inmóvil en el centro del mundo».

    Léase el Capítulo 7 de la Descriptionis Universae Naturae [París, 1560], de Charpentier. Léase a los filósofos y matemáticos de aquellos tiempos; encontraréis que todos ellos hablaban de esta manera. No solamente hablan de esta manera acerca de su propia opinión o de la de otros, sino que también critican con serias objeciones la opinión del movimiento de la Tierra. En el libro De Coelestibus Globis ac Motibus, Giovanni Antonio Delfino la denominaba «estúpida, absurda, y hace ya tiempo refutada por las escuelas». Jean Morin, Real Profesor de Matemáticas en París, la denominaba «absurdísima y errónea»; y cuando Gassendi le replicó en relación a otras cosas en las que estaban en desacuerdo, Gassendi se declaró él mismo abiertamente a favor de la Tierra inmóvil e incapaz de aprobar lo contrario, si bien cuando Gassendi escribía a Galileo alababa sus ideas (como usualmente se hace), y alabó a Copérnico en su biografía. En el Libro 4, Cuestión 25, de Pensieri diversi [Carpi, 1620], Alessandro Tassoni la denominó opinión «contra la naturaleza, contra los sentidos, contra las razones físicas, contra la Astronomía y las Matemáticas, y contra la Religión». Fue expresamente tildada de contraria a la Fe, a la Religión y la Escritura, por hombres prudentes y estudiosos como Justus Lipsius (Physiologia, Libro 2, Disertación 19 [Physiologiae Stoicorum Libri Tres, Paris, 1604]), Marin Mersenne, Nicolaus Serarius, etc. Esto se originó a partir de la segunda cosa que propuse, es decir, que tal opinión se consideraba contraria a la Sagrada Escritura tomada en su sentido propio y literal.

    Esto resultaba claro, tanto para los autores que se oponían a ella como para aquéllos que la apoyaban. Incluso antes de nuestro Decreto, los muy elogiados Padres del Colegio de Coímbra dijeron [en la obra antes citada]:

    «Es legítimo recoger esta inmovilidad a partir de algunos testimonios de las Sagradas Escrituras, como el versículo del Salmo 74: Yo fui quien di firmeza a sus columnas».

    Hacia 1584, François Valles, en el Capítulo 62 del Libro De Sacra Philosophia [En realidad, es De Iis, Quae Scripta Sunt Physice in Libris Sacris, Turín, 1587], explicaba el pasaje del Eclesiastés “sale el Sol y se pone” [I, 5] y añadía a continuación:

    «En consecuencia, se elimina en seguida la opinión de algunos antiguos y las sutilezas de Copérnico; de hecho, la Tierra está quieta, y el Sol gira».

    Los defensores de Copérnico replicaban únicamente diciendo que la Escritura no usaba una manera propia de hablar que tuviera que tomarse con todo el rigor con el que se toman otras locuciones, sino una manera impropia que era figurativa y adaptada al común de la gente. Galileo usó esta réplica en la larga carta que escribió sobre este asunto y que fue traducida al latín y publicada en Alemania [Carta a Cristina de Lorena]. Introdujo como fundamento que el sentido de la Sagrada Escritura resulta «frecuentemente recóndito y muy diferente del que parece ser el sentido literal de las palabras». Pone el ejemplo de que se habla de Dios como si tuviera pies, manos, ojos, sensaciones corporales, y sentimientos humanos como enfado, lamento, odio y, a veces, incluso el olvido de cosas pasadas y la ignorancia de las futuras. Según sus palabras,

    «puesto que estas proposiciones dictadas por el Espíritu Santo fueron expresadas por los Autores Sagrados en tal forma que se acomodaran a la capacidad de las muy toscas e indisciplinadas masas, es necesario, por tanto, para aquéllos que merecen ascender por encima del común de la gente, que sabios intérpretes formulen el verdadero sentido e indiquen las razones específicas por las que aquéllas se expresan con tales palabras».

    Otros han seguido a Galileo. Por sólo citar a uno de ellos, en el Capítulo 5, del Libro 1, de Geographia, el célebre Varenius escribía [Geographia Generalis in qua Affectiones Generales Telluris Explicantur, Amsterdam, 1650]:

    «Se replica que, en materias físicas, la Sagrada Escritura habla de acuerdo con las apariencias y con lo es entendido por el pueblo, como, por ejemplo, cuando a la Luna y al Sol se las denomina grandes luminarias, etc. Así, la Escritura dice que el Sol viene de un extremo y retorna hacia otro extremo, cuando en realidad no existen tales extremos. Así, en el Libro de Job, a la Tierra se le atribuye una forma plana y cuadrada, bajo la cual están situadas columnas que la soportan […] De hecho, la Sagrada Escritura está dirigida, no al filosofar, sino a mejorar la piedad».

    Estas dos proposiciones disgustaron muchísimo a los teólogos: esto es, el afirmar que de la Escritura sólo se debería recoger aquello que pertenezca a los dogmas y la moral cristianas, y el explicar la Escritura atribuyéndoles un sentido impropio a tales palabras. Este disgusto les hizo proferir serias censuras. Así, Riccioli (y con Riccioli otros) llega a esta conclusión contra los copernicanos [Volumen 2 de Almagestum Novum, Bolonia, 1651]:

    «Las proposiciones de la Sagrada Escritura que adscriben movimiento al Sol y reposo a la Tierra han de ser tomadas literalmente, de acuerdo con el sentido propio de las palabras».

    Esto debe hacerse en general, cuando no tenemos, por otro lado, o bien proposiciones de la Escritura que sean claras y ciertas, o bien definiciones de la Iglesia, o bien un argumento que sea cierto y evidente; esto es lo que tenemos en aquel caso en que se considera a la Tierra plana y soportada por columnas.

    Y ésta es la tercera cosa que dije, a saber, que los copernicanos no adujeron ninguna razón o demostración sólida por la que se tuviera que explicar la Escritura de esa manera y sostener su opinión en contra del sentido propio y expreso de las palabras. La verdad de esto la muestran los autores de aquel tiempo con las razones que presentan. Incluso mucho más tarde, cuando Varenius presentaba todos los argumentos en favor del movimiento de la Tierra, concluía que no eran en absoluto demostrativos, y que simplemente conseguían hacer probable la opinión, «no apodíctica», según sus palabras [obra citada]. Y el que se tomara la molestia de leerlos y valorarlos, quizás incluso no concedería tanto como lo hace Varenius. Pues fueron refutados por Riccioli [obra citada], por De Chales [Volumen 3, Cursus seu Mundus Mathematicus, Lyon, 1674], y por muchos otros. Debería añadirse que, no sólo no había ninguna demostración a su favor, sino que se juzgaba que había sólidos argumentos en contra de ella. En el Capítulo 1, del Libro 4, de De Augmentis Scientarum, Bacon de Verulam dijo [De Dignitate, ed Augmentis Scientarum, París, 1624]:

    «Del mismo modo, es manifiesto que la opinión de Copérnico del movimiento de la Tierra (que recientemente se ha hecho más fuerte) no puede evidenciarse por principios astronómicos sólo porque no contradiga los fenómenos, pero sí se puede correctamente asumir a partir de los principios de la Filosofía Natural».

    Esos argumentos se pueden observar discutidos por los citados autores y por Charpentier.

    Tomando todas estas razones juntas, no se puede negar que constituían un prudentísimo motivo para proscribir la opinión copernicana. Por tanto, es verdad que esta cláusula se emplazó en aquel tiempo en el Index prudentemente y con buenas razones.


    II. Vengo ahora al segundo punto y reflexión: que ninguna de estas razones, y todavía menos todo su conjunto, persisten hoy día como para conservar la cláusula. Al decir esto, digo menos de lo que podría, pues algunas de estas razones son tales que su opuesta es la correcta.

    Así pues, en primer lugar, la opinión del movimiento de la Tierra es predominante en las principales academias, incluso en Italia, y entre los más célebres y competentes físicos y matemáticos. En segundo lugar, ellos explican la Escritura en un sentido que es más propio y literal. En tercer lugar, presentan una clase de demostración en su favor.

    Ahora bien, en primer lugar, digo que la opinión del movimiento de la Tierra es hoy una común opinión en las principales academias y entre los más célebres filósofos y matemáticos. Poco después de nuestro Decreto, o aproximadamente, esta opinión comenzó a quedarse establecida, principalmente a través de la obra de Kepler, como él mismo nos dice en el Epitome Astronomiae Copernicanae [Linz, 1618]. Bacon de Verulam también dijo, como hemos visto, que en su tiempo la opinión estaba comenzando a extenderse y expandirse. En el Libro 1 de Kosmotheoros, Christiaan Huygens afirmaba [Kosmotheoros, sive de Terris Coelestibus, Earumque Ornatu, Conjecturae, La Haya, 1698]:

    «Hoy día, todos los astrónomos, excepto aquéllos que son de mente retardada o cuyas creencias están sujetas a la voluntad de los hombres, aceptan sin duda alguna el movimiento de la Tierra y su localización entre los planetas».

    Esto es aún más cierto hoy, después de los descubrimientos de Newton o de los realizados con la ayuda de su sistema. Basta con leer las actas y revistas de las academias, incluso las católicas, y las obras de los más célebres filósofos y matemáticos, o incluso los diccionarios y libros similares que informan de las opiniones más ampliamente aceptadas. Y en efecto, en el artículo sobre Copérnico en la Enciclopedia, o Diccionario Razonado de las Ciencias, el famoso matemático D´Alembert escribe [Encyclopédie, ou Dictionnaire Raisonné des Sciences, des Arts et des Métiers, Tomo 4, París, 1751-1780]:

    «Hoy día, este Sistema es generalmente seguido en Francia e Inglaterra, especialmente después de que Descartes y Newton trataran de confirmarlo cada uno por medio de explicaciones físicas. […] ¡Sería deseable que un país tan lleno de inteligencia y estudioso como Italia reconociera un error tan dañino para el progreso científico, y que meditara sobre este asunto igual que lo hacemos en Francia! Semejante cambio sería digno del ilustrado Pontífice [Benedicto XIV] que gobierna la Iglesia hoy día. Amigo de las ciencias, y él mismo un erudito, debería legislar a los Inquisidores sobre este asunto, como ya ha hecho para asuntos más importantes. […] En Francia se defiende el Sistema copernicano sin miedo […]».

    En el Diccionario Universal de Chambers, de acuerdo con la traducción y edición de Venecia del año 1749, la entrada “Sol” dice [Cyclopaedia, or an Universal Dictionary of Arts and Sciences, Londres, 1ª ed. 1728]:

    «De acuerdo con la hipótesis de Copérnico, que ahora parece generalmente aceptada e incluso posee una demostración, el Sol es el centro del sistema de planetas y cometas; y todos los planetas, los cometas, y nuestra Tierra entre ellos, giran alrededor suyo en diferentes Períodos de acuerdo con sus diferentes distancias al Sol».

    Leemos aproximadamente lo mismo en el Capítulo 2 de la Gramática de las Ciencias, publicada en el año 1750, también en Venecia [The Philosophical Grammar, Benjamin Martin, Londres, 1ª ed. 1735]. Debiera indicarse, como dije, que éstos son libros elementales compilados para el uso de personas jóvenes o de aquéllos que poseen una mediana educación, en los que un autor particular no enseña sus a veces peculiares opiniones, sino que, para que estén bien hechos, estos libros deben informar de lo que más predomine en la república de las letras y en el mundo de los eruditos, por decirlo así. Y, como también mencioné, algunos de estos libros fueron publicados en Italia, y así se puede observar lo bien establecido que está ese Sistema incluso en Italia, dado que ahora se publica sin ninguna reserva o protesta. También he visto un libro publicado el año pasado, 1756, en Pisa, por el Padre Barnabita Paolo Frisi, bajo el título de De Motu Diurno Terrae Dissertatio [Disertación sobre el movimiento diurno de la Tierra]; las primeras palabras del Prefacio son exactamente éstas:

    «Los fenómenos que han venido a conocerse en todas partes en nuestro siglo a través de los estudios de los más distinguidos hombres en Astronomía, Mecánica, y Física, no sólo confirman la más elegante y célebre opinión del gran Galileo, sino también […]».

    Y este libro fue publicado, no sólo con las aprobaciones ordinarias, sino también con el imprimatur del General de su Orden; y éste fue firmado en «Roma, en el Colegio de los Santos Blas y Carlos, el 24 de Enero de 1756», y se apoyaba en los informes y aprobaciones de dos de sus teólogos. No hay necesidad de hablar de otros libros, pues está claro y es sabido por cualquiera de mediana educación que hoy día la opinión predominante entre los más competentes astrónomos y físicos es la de que la Tierra se mueve alrededor del Sol. Aquí, en la misma Roma, podemos encontrar que esto es verdad. Con frecuencia he tenido ocasión de hablar con los dos célebres matemáticos de la Orden de San Francisco de Paula [François Jacquier y Thomas Le Seur, coeditores y comentadores de los Principia de Newton, edición de 1739-1742], con los Padres Boscovich y [Christopher] Maire, y con el Arcipreste Monseñor [Benedetto] Stay. Puedo dar fe de que ésta es también su opinión. Y el mencionado Padre Boscovich, que ha intentado reconciliar los descubrimientos modernos con el reposo de la Tierra, me ha dicho varias veces que él considera su reconciliación y el reposo de la Tierra muy improbables desde el punto de vista de la pura razón natural, y que para creer esto sería necesario cegar el intelecto en deferencia a la Fe.

    En segundo lugar, por la otra parte, los defensores del Sistema copernicano niegan semejante necesidad; la niegan, no porque (como hacían en el pasado) afirmen que los pasajes escriturísticos deberían tomarse en un sentido que sea impropio y alejado del sentido natural de las palabras, sino porque creen más bien que defendiendo tal Sistema pueden mantener un sentido que es más propio y natural que cualquier otro.

    Se deben distinguir dos clases de personas, y, correlativamente, también dos formas de hablar. La primera clase se compone de la gente común, de los que son incultos así como de los que son cultos cuando hablan a los incultos o a cualquier otro acerca de sucesos corrientes y de cualquier cosa perteneciente a la vida cívica y humana. La segunda clase de personas son los filósofos, que examinan con sutileza las cosas en sí mismas, así como las palabras usadas para describirlas, la correspondencia entre ambas, y también los conceptos que se forman en la mente para este propósito; y así, poseen su propia vía filosófica y especial de hablar. Por ejemplo, sin pensar la gente común habla de “un hombre sano, un color sano, y una comida sana”, y no hacen ninguna distinción; y así también “arreglar la cabeza o la barba”, o “hacer la casa y la Escritura”. Aquí los filósofos explican diferentes formas de hablar, y con sutileza distinguen y diferencian unas de otras.

    Es más, debemos distinguir dos clases de movimiento y de reposo. La primera es absoluta; implica aquello a lo que se llama “espacio imaginario”; y no está sujeta a ninguna sensación. La otra es relativa a los cuerpos que están involucrados y que determinan la ubicación, a la cual se le llama también relativa. Así, cuando un barco está en movimiento, quienquiera que esté sentado en la popa se mueve con movimiento absoluto, y está quieto, en reposo, en relación al barco. Ahora bien, es el movimiento absoluto el que constituye el objeto de reflexión de los filósofos, ya que no es posible aprehenderlo con ninguna sensación; el movimiento relativo es el único que es objeto del sentido ordinario. De esta forma, la sociedad civil ha acuñado las palabras “movimiento” y “reposo” para expresar, de acuerdo con el uso común de las palabras, el movimiento relativo y el reposo relativo. Y, de acuerdo con esta común manera de hablar, este significado no es impropio sino realmente muy apropiado.

    Esto se puede ver reflexionando sobre lo que ocurre en aquellas situaciones en que se mezcla el movimiento absoluto con el reposo relativo, o viceversa. Uno dice, con toda propiedad: “Yo estaba quieto en la popa del barco que estaba navegando”. Y si alguien desde la proa viene hacia mí a la velocidad con que el barco está avanzando y me golpea con su mano, uno no relata el hecho de esta forma: “Mientras yo estaba corriendo rápido, aquel hombre, mediante un esfuerzo constante, evitó que su ser fuera transportado por el barco como lo estaba siendo anteriormente, y dispuso su mano de forma que siempre permaneciera inmóvil en el mismo lugar, de manera que yo, con aquel movimiento rápido mío, terminé impactando con esa mano”. Todo el mundo se reiría y quizás se disgustaría por semejante manera de narrar la historia. Sin embargo, ésta fue la forma en que ocurrió el incidente en relación al “espacio imaginario”; y quienquiera que lo hubiera observado desde la costa con unos binoculares habría visto esto. Pero esta descripción debería quedar reservada para el estrado de las lecciones y para la clase, y no para los clubs sociales y las conversaciones y relaciones comunes; en estos últimos contextos, se diría: “Mientras yo estaba quieto en la popa, él estuvo corriendo rápido y me pegó con su mano”. Así, la manera propia de hablar en situaciones sociales comunes implica que el movimiento y el reposo se consideran y entienden que son relativos a nosotros o a las cosas que están cerca de nosotros, y no relativos a puntos fijos ideales y al “espacio imaginario”.

    De esta forma, si la Sagrada Escritura se interpreta de esta manera cuando habla del movimiento del Sol y del reposo de la Tierra, es decir, significando movimiento y reposo relativos, en relación a nosotros y al lugar donde estamos, exactamente igual que como en aquel barco, entonces la estoy interpretando en un sentido que es propio, obvio, natural, y en armonía con la común definición de las palabras. Por lo demás, si lo que es verdadero movimiento relativo del Sol y verdadero reposo relativo de la Tierra es también movimiento absoluto del primero y reposo absoluto del segundo, o al revés, ésa es una cuestión en la que las palabras “movimiento” y “reposo” son consideradas bajo la forma en que los filósofos las usan en la escuela cuando usan un lenguaje que es filosófico y no común.

    Tenemos de los filósofos mismos una prueba de todo esto. Pues, aun cuando atribuyen el movimiento diurno y anual a la Tierra y no al Sol, con todo dicen: “El Sol se ha movido tantos grados; ha subido por encima del horizonte; etc.”; puesto que el movimiento que están afirmando aquí del Sol es movimiento relativo, de ahí se sigue que por la palabra “movimiento” entienden movimiento relativo.

    Creo que esta discusión es sencilla, fácil, verdadera, y sólida. Sin embargo, no se debería olvidar indicar que hoy día tenemos otra ventaja sobre los tiempos de Copérnico y Galileo, en relación a esa sumamente problemática proposición de que el Sol no se mueve. Pues, en verdad, los astrónomos y filósofos modernos no lo consideran tan absolutamente inmóvil como lo hacían antes; esto es, suponían que su centro estaba inmóvil, y como mucho suponían que se movía sólo alrededor de su propio eje. Después de Newton, los modernos generalmente consideran inmóvil sólo el común centro de gravedad del Sol y de todos los planetas y cometas; y piensan que el Sol, así como la Tierra y los planetas, giran alrededor de este centro, si bien el Sol posee una tal mayor masa, y está tanto más cerca de dicho centro, que se mueve mucho menos que todos los otros planetas.

    Pero no hay necesidad de persistir en esto, y no le doy mucha importancia. Subrayo sólo lo que propuse al principio. Esto es, que hoy día el principal fundamento de la prohibición ya no subsiste, en particular la cuestión que tan a menudo se hacía contra los copernicanos, y respecto a la cual parecían darse por vencidos: la de que, de acuerdo con su Sistema, la Sagrada Escritura podría explicarse sólo de una manera que fuera impropia y alejada del sentido natural y comúnmente entendido de las palabras; en lugar de ello, como ya dije, la explican en el sentido más propio y natural.

    En tercer lugar, queda el punto de que, si bien anteriormente los copernicanos presentaron en favor de su opinión razones que no eran muy convincentes, ahora sí presentan algunas a las que se les puede llamar demostraciones; así pues, éstas serían suficientes para persuadirnos aun si la Escritura tuviera que tomarse en un sentido y significado no común.

    No hay duda de que, si en el tiempo de Galileo se hubiera aducido alguna demostración, no se habría procedido a la prohibición de su libro y del Sistema copernicano. Sobre esto hay un testimonio explícito y una carta del Padre Honoré Fabri publicada en las Transactions de Junio de 1665 [“A further account by Monsieur Auzout of Signor Campani´s book, and performances about optick-glasses”, Libert Froidmont]. Wolff la reimprimió en sus Elementos de Astronomía [Volumen 3, Halle de Magdeburgo, 1735, 2ª ed.]:

    «Reescribiendo lo que el Padre Fabri afirmó públicamente una vez, la Iglesia no obra contra la evidencia, sino que declarará que el Sistema de una Tierra móvil no es contrario a la Escritura tan pronto como se ponga delante una demostración».

    Hay dos formas de probar que existe esta clase de demostración. La primera y más efectiva forma es aducir las demostraciones mismas. Pero esto no es para alguien que quiere proponer solamente algunas breves, sencillas y fáciles reflexiones; y quizás no beneficiaría mucho nuestro propósito. La segunda forma es, pues, mostrarla mediante la autoridad de las más reputadas y competentes personas en tales temas.

    Esto es extremadamente sencillo, puesto que ésta constituye la común opinión entre tales personas. Hace un rato reproduje las palabras de Chambers, quien decía que el Sistema copernicano ahora parece generalmente aceptado e «incluso posee una demostración». La Gramática Filosófica mencionada anteriormente dice lo mismo al hablar sobre la creencia de que el Sol se mueve de Este a Oeste: «No tenemos ninguna razón para creerlo; en cambio, tenemos algunas demostraciones de lo contrario»; y da algunas de ellas. En las Instituciones de Física [Institutions de physique, París, 1740], traducidas y publicadas en Venecia en el año 1743, en la página 63, mientras habla sobre el Sistema tolemaico, Madame du Châtelet dice:

    «Las insuperables dificultades de las consecuencias que se sacan de él, indujeron a Copérnico a abandonarlo enteramente y adoptar la hipótesis contraria, que se corresponde tan bien con los fenómenos que ahora su certeza no está lejos de una demostración».

    A su vez están las Introducciones a las Verdaderas Física y Astronomía de Keill [Introductiones ad veram physicam et veram astronomiam, Leyden, 1739], Lección 4, en donde, tras informar de algunas razones, concluye:

    «Inducidos por estas indudables razones, trajimos la Tierra al cielo, colocándola entre los planetas, y empujamos el Sol hacia el centro. Y así, a partir de principios indudables y argumentos invencibles, proclamamos el verdadero Sistema del mundo, su disposición, y el movimiento de los cuerpos del Universo».

    Añádase a esto la Carta de Bradley a Halley sobre la aberración de las estrellas fijas, y el Capítulo 3, del Libro 3, del Relato de los descubrimientos filosóficos de Sir Isaac Newton de MacLaurin [An account of Sir Isaac Newton´s philosophical discoveries, Londres, 1748]. Y hay una enorme multitud de otros que hablan en una vena similar o más acusada. Y adviértase que son, o bien autores de introducciones, diccionarios y obras similares, las cuales presentan opiniones comunes y hablan con una voz común, como es el caso de las dos primeras que mencioné, que también se han reimprimido en Italia; o bien son célebres y profundos matemáticos (como se le considera especialmente al último citado), que insisten en penetrar el razonamiento correcto y en separar los falsos argumentos. ¿Queremos creer que esas razones que ellos reconocen ser extremadamente fuertes y sólidas no lo son? ¿Fueron incapaces de distinguirlas de los paralogismos más burdos? ¿Cómo es que, después de tantos años, ellos continúan escribiendo y expresándose de esta manera? Es bien cierto que nunca convenceremos de esto a la comunidad de eruditos, y que ellos siempre considerarán como demostraciones aquellas razones a las cuales nosotros contradecimos con tal prohibición. Esto es especialmente cierto porque, como mencioné, durante un largo tiempo las más competentes personas en los campos de la Física y las Matemáticas han hablado de esta manera, y el mundo les ha creído; por el otro lado, aquellos hombres que ahora niegan el Sistema de la Tierra en movimiento con el mayor fervor y compromiso, o bien son extraños en sus otras opiniones, o bien apenas están instruidos en los elementos básicos de la Geometría y la Mecánica; podría fácilmente probar esto, si éste fuera el lugar.

    Pero, ¿por qué hablo de “esta clase de demostración” y de “razones que pueden llamarse demostraciones”? Con el fin de conformarme a la manera de hablar de algunos, para quienes, sin embargo, no era necesario mostrar semejante consideración. Estas personas quieren reconocer como demostración sólo una prueba geométrica o lo que se le parezca, que haga que algo sea tan evidente a todos como decir que tres más tres es igual a seis. Me gustaría recordar a esta gente que nosotros también llamamos demostraciones a los argumentos para la existencia de Dios, para su unidad, y para la inmortalidad de alma; y, con todo, resulta cierto que ninguno de éstos alcanza semejante grado de evidencia. Así pues, debemos admitir varias clases, o quizás grados, de demostraciones, y una de ellas es la que procede de una variedad de cosas tomadas conjuntamente.

    Explicaré esto por medio de un ejemplo muy ordinario, que experimentamos hace algún tiempo en Roma, y que yo observé y sobre el cual pensé bastante. Se trata de un bello altar de mármol fino que pasó por las fases de planificación, inicio, montaje, erección, y puesta a la vista del público; a continuación, fue desmontado, y las varias piezas de mármol fueron empaquetadas para que se embarcaran y transportaran a Lisboa. La cuestión es: supóngase que se construye un objeto compuesto de muchas, muchas partes de diferente tamaño y cualidad; a continuación, hágase que se desmonte el objeto y que se mezclen y redispongan sus partes; a continuación, supóngase que, después de algún tiempo, se quiere reconstruir el objeto y se logra conjuntar todas las partes, de tal forma que se ajusten muy bien y el objeto quede rehecho; yo pregunto: ¿no tendríamos la certeza, y, por decirlo así, una cierta demostración, de que las partes son las mismas y el todo es el mismo que antes? Es verdad que, hablando en sentido absoluto, es posible que haya otra combinación (o hipótesis) tal que las partes se correspondan las unas con las otras y todo encaje igualmente bien, y sin embargo no estén colocadas en su anterior posición; pero cuando el número de partes desiguales y disímiles es grande, estas posibilidades no se toman en cuenta como tales, sino que más bien se las considera como verdaderas imposibilidades; y nadie dudaría, sino que más bien se sentiría seguro, muy seguro, de que el asunto era así. Nosotros estamos en una situación similar. Copérnico revivió el Sistema de la Tierra en movimiento para acomodar mejor algunas partes del Sistema del mundo; y lo mismo hicieron Galileo y Kepler para acomodar mejor otras partes. Pero muchas otras se quedaron. Cuando este Sistema fue elaborado por Newton, se descubrió que éstas también tenían su lugar en él y que los fenómenos se correspondían muy bien con el Sistema. Después de Newton, se continuaron haciendo otros descubrimientos. Todas estas cosas particulares que se han observado y descubierto recientemente se ha encontrado también que se corresponden maravillosamente con lo que ya se había establecido.

    Hay algo más que resulta verdaderamente sorprendente. Pues, una vez que se estableció el Sistema, se buscaron las más minuciosas e individuales consecuencias que se derivaban de él; estas consecuencias abrazan una prodigiosa cantidad de cosas las cuales son tan complejas que por medio de la pura observación no hubiera sido posible inferir sus leyes, y calcularlas y predecirlas; solamente en ese Sistema se las veía producirse como una legítima consecuencia. Habiendo visto esto, se comenzaron a observar cuidadosamente los fenómenos y a examinar si se correspondían con las consecuencias que se habían legítimamente deducido; una cuidadosa observación reveló que esto en efecto ocurría, y que en la naturaleza y en el mundo ocurrían las cosas que, sentándose a una mesa con pluma y papel, se habían mostrado a partir del adoptado Sistema. Tales observaciones son innumerables, por decirlo así; cada una de ellas suficiente para desmentir el asumido Sistema, si no hubieran estado en concordancia con las consecuencias. Por citar unos pocos casos, tales son las leyes de las aberraciones de la Luna, que son muchas; el movimiento de las estrellas fijas, llamado aberración de la luz estelar; la nutación del eje ecuatorial; las leyes de las mareas; los movimientos de los cometas; etc. Se ha encontrado que en este Sistema todo se explica simple y maravillosamente, y todo se corresponde con todo lo demás. Y así, a medida que gradualmente se hacen similares descubrimientos y se investigan sus más minuciosos y particulares detalles, se encuentra que todo encaja en tal Sistema con la mayor facilidad y claridad.

    ¿Y no es este encaje una clase de certeza y demostración de que éste es el verdadero Sistema del mundo? Esta demostración es exactamente como la que se tiene en Astronomía en relación a cómo ocurren los eclipses; éstos pueden predecirse con tanta antelación que, en consecuencia, ya nadie duda de que dependen de aquellas causas a partir de las cuales son calculados. Es una demostración como la que yo tengo por pensar que el Sol ascenderá mañana, si bien no se puede presentar una demostración geométrica.

    Por el contrario, en el Sistema de una Tierra inmóvil, o bien no se pueden explicar todas estas cosas (y de hecho nadie las ha explicado hasta ahora), o bien para explicarlas se deben adoptar hipótesis que son muy enrevesadas, puramente arbitrarias, o, en resumen, tales que parecen inherentemente improbables para el puro sentido común. De esta forma, los defensores del movimiento de la Tierra poseen una clase de certeza y demostración muy plausible en su favor.


    III. Ahora debo hablar brevemente del tercer punto: que es conveniente, en la presente situación, para el Índice, suprimir esa cláusula, (1) porque conservarla no hace ningún bien, sino más bien enorme daño; y (2) porque suprimirla no hace considerable daño, sino que engendra mucho bien.

    Conservarla no hace ningún bien. ¿Qué bien puede traer esta cláusula? ¿Asegurarse de que libros similares no se lean, no se extiendan, y no se reimpriman? Habiendo tenido la cláusula, hasta el momento no ha proporcionado ese beneficio. ¿Quién entre la juventud estudiante de Matemáticas no lee los Elementos de Wolff? ¿Quién la Geografía de Varenius? ¿Quién las Introducciones de Keill, de Musschenbroek, y de Madame du Châtelet? ¿Quién no consulta el Diccionario de Chambers? Todos estos libros mencionados han sido hasta el momento republicados en Italia; todos se encuentran en cualquier librería de mediano inventario; todos se venden, compran y prestan. ¿Quién no quiere estar informado sobre el Sistema de Newton, o no tiene a su disposición el libro de algún newtoniano?

    Así pues, vayamos a la otra razón, es decir, la de que conservar esta expresa prohibición causa enorme daño: esto es, desprecio, desconsideración, ridículo y mofa por los Decretos contenidos en el Index; esto crecerá más y más a medida que se observe que son desobedecidos abiertamente y con impunidad a través de la republicación de libros similares en Italia. ¿Qué haremos? ¿Renovaremos esos Decretos? ¿Insistiremos en que sean obedecidos? Llevar a cabo esto en la mayoría de las áreas de Italia, y especialmente en las Universidades con su mayor reputación, es completamente imposible; y constituiría una imprudente e infundada esperanza. ¿Nos aseguraremos de que se inserte alguna reserva cada pocas páginas, usando esa singular palabra de “hipótesis” como una panacea? Ocasionalmente he visto y leído tales libros, y siempre pensé que ese remedio era casi peor que la enfermedad, y creaba una situación ridícula. Pues todos saben, todos ven, y todos perciben que el autor apoya esa opinión con todas sus fuerzas, que él cree en ella, y que él quiere convencer de ella a otros; y, con todo, se inserta y se lee “hipótesis”.

    Hay otro muy considerable daño. Esto es, que los protestantes están muy profundamente convencidos de la falsedad del Sistema de la Tierra inmóvil y de la existencia de demostraciones de lo contrario, y esta prohibición siempre está en sus bocas y en sus escritos con la intención de mostrar que en Roma existe la mayor ignorancia de la mayoría de cosas bien conocidas, o la más ciega obstinación. Y así, esto lo explotan (falsísimamente, es cierto; pero con una especiosa apariencia de plausibilidad) en conexión con otros puntos concernientes, o bien a la interpretación de la Escritura, o bien a la definición de los dogmas, o bien al entendimiento de los Padres de la Iglesia. Cuán perjudicial es esto a la Religión, es conocido por cualquiera que se haya topado con uno de estos libros. Repito que su argumento es malo, y que están completamente equivocados. Pero es lo cierto que ellos lo promueven. Así pues, ¿por qué no debiéramos impedirles que lo hagan, y quitarles tan poderosa arma?

    Veamos ahora qué daño podría resultar; éste es el segundo punto que he propuesto aquí. Primeramente, parece de alguna forma indigno para el Tribunal [del Santo Oficio] realizar algo así como una retractación en tan famosa cuestión, y someterse a los oponentes, los cuales celebrarán el triunfo. Pero esto constituye una sombra sin cuerpo y sin substancia.

    Primero, retractarse de un juicio cuando todo el mundo, o la mayoría de él y las personas más instruidas, lo ha hecho así, significa seguir ahora, como antes, sus pasos y sus indicaciones; ello no debe, ni puede, atribuirse a algún defecto ni ser fuente de culpa, si un tribunal finalmente no afirma ser infalible en sus juicios. De esta forma, pienso que ganaría respeto mostrando que cede siempre que pueda, y que si no lo hace así para otras cosas, el motivo no es obstinación sino constancia. Vemos cómo se practica esto a menudo por otros tribunales. ¿Hay libros que sean más famosos y más disponibles para todos que el Misal y el Breviario? ¡Cuántas cosas se han cambiado en ellos aceptando las recomendaciones de críticos eruditos! No hace mucho se estuvo pensando realizar otros cambios y muy considerables. A veces los herejes han sido los primeros, o los más precisos, en darnos algunas percepciones sobre materias eclesiásticas; no han sido rechazadas.

    Y eso es correcto, ya que eso está implícito en el amor y custodia de la verdad. Así, en relación a las cartas de los primeros Papas que se encuentran únicamente en la Colección de Isidoro, nadie mejor que el calvinista Blondel las ha estudiado y nos las ha enseñado para evaluarlas; y los católicos han generalmente aceptado y aprobado sus esfuerzos. ¿Acaso hemos sufrido en reputación? ¿Qué es más famoso que La Donación de Constantino, que fue una vez creída, mencionada y promovida en toda ocasión?
    ¿Por qué ahora estamos de acuerdo en rechazarla y someternos a sus críticos? ¿Ha sufrido nuestra reputación? Nuestra reputación sí habría sufrido si nos hubiéramos aferrado obstinadamente a esa opinión, y hubiéramos decidido no abandonarla a menos de ser forzados por una demostración geométrica; la habríamos esperado en vano allá, como la esperamos aquí.

    Tampoco es relevante decir que aquí estamos tratando con la interpretación de la Escritura y con una opinión que se considera contraria a la Fe. Sería desafortunado que, siempre que hubiera habido un consenso en el pasado, intentáramos ahora mantener las viejas opiniones compartidas. Una vez fue opinión común, la cual se defendía citando la Escritura, que los cielos eran movidos por seres inteligentes. Así, aproximadamente por el mismo tiempo, en el Parágrafo 4, del Libro 2, de su Curso Filosófico, el Cardenal Sfondrati decía [Cursus Philosphici Monasterii S. Calli. Tomo 3: Physica Pars Posterior, cum Metaphysica, San Galo, 1695]:

    «Fue y es la opinión de casi todos los filósofos y teólogos que los cielos son movidos por seres inteligentes; en la Cuestión 6, del Artículo 3, de De Potentia, Santo Tomás dice que eso pertenece a la Fe».

    ¿Quién de entre los más eruditos e ilustrados filósofos o teólogos sostiene eso ahora? Tampoco creo que un libro que lo negara representaría una crítica a la Sagrada Congregación.

    Segundo, se debería examinar si, cualquiera que sea el daño que pudiera resultar, éste es mayor que el daño que se produciría conservando la cláusula en la nueva edición [del Index], o que el que se ha producido teniéndola ahí; pues todos dicen que ésta deriva de la ignorancia, inflexibilidad y obstinación, y todos proclaman nuestra oposición y enemistad hacia las artes y ciencias más refinadas, y nuestra supuesta tiranía sobre los intelectos más avanzados. Anteriormente cité a Huygens diciendo que

    «Hoy día, todos los astrónomos, excepto aquéllos que son de mente retardada o cuyas creencias están sujetas a la voluntad de los hombres, aceptan sin duda alguna el movimiento de la Tierra y su localización entre los planetas».

    En la Enciclopedia, D´Alembert afirmaba [obra citada]:

    «No hay Inquisidor que no deba enrojecerse al ver una esfera copernicana, decía un célebre autor. Este furor de la Inquisición contra el movimiento de la Tierra daña a la Religión misma. De hecho, ¿qué pensarán los débiles y los simples acerca de los dogmas reales que la Fe nos obliga a creer, si estos dogmas están mezclados con opiniones dudosas o falsas?».

    Incluso si en el pasado hubiera habido algún daño en suprimir esta cláusula, hoy no lo puede haber porque de facto ya está suprimida. Se ha empezado a publicar con impunidad sobre esta materia en Italia, como he mostrado; y esa ley se considera tácitamente que está anticuada. En realidad, este sentimiento no sólo es tácito, sino que ha sido escrito en letra impresa en obras famosas que pasan por las manos de los lectores: esto es, que esta prohibición ya no está sujeta al antiguo rigor; que ahora se piensa de modo diferente; y que como mucho se necesita esconder la materia lanzando alrededor la palabra “hipótesis”. Así escribe Serry en sus Lecciones Teológicas (Vol. 1, Parte 2, Lección 1) [Praelectiones Theologicae Dogmaticae Polemicae Scholasticae Habitae in Celeberrima Patavina Academia, Venecia, 1742]:

    «Tras Copérnico y los antiguos pitagóricos, una gran parte (y quizás la mejor parte) de los recientes astrónomos muestran el movimiento de la Tierra alrededor de un Sol inmóvil mediante razones que no han de menospreciarse en absoluto. En cierto sentido, la Iglesia no lo prohíbe o condena: “en cierto sentido”, repitamos. Aunque es verdad que Galileo, que estableció y propugnó este Sistema, no encontró propicio el cielo de Roma al principio, sin embargo, después de aquel tiempo, y en nuestra propia era, a muchos hombres que sobresalen en piedad y religión (incluyendo varios Cardenales) se les permite sentir libremente con Galileo y Copérnico; […]».

    A continuación añade, aparentemente por temor a ser censurado:

    «[…] en el sentido de que no pueden decir que el Sistema es cierto e indudable, sino que deben decir que sirve como una hipótesis conveniente para uso de la Astronomía».

    En la Disertación sobre las cualidades de los cuerpos (Parágrafo 159), el Padre Fortunato de Brescia informa con aprobación de lo mismo [De qualitatibus corporum sensibilibus dissertatio physico-theologica, Brescia, 1749, 1ª ed.]. Así pues, en la actualidad, no estamos realmente en un estado en el que podamos sufrir ese daño, pero renovando y confirmando el Decreto sí que nos colocamos en ese estado, el cual no es en absoluto deseable.

    Queda por probar que un gran beneficio seguiría a la supresión de esta cláusula. Pero esto es evidente a partir de lo que se ha dicho hasta ahora. Por lo que sólo mencionaré algunos de los puntos explicados arriba: (1) Suprimiremos el obvio desprecio (el cual no podemos ya contener) y la indiferencia hacia los Decretos de la Congregación (indiferencia que es visible a todos, pero que no es condenada y se considera bien fundada); este desprecio y esta indiferencia son el resultado de la impresión y lectura de tales libros. (2) Aliviaremos las preocupaciones de mucha gente que quiere estar informada de los mejores descubrimientos físicos y astronómicos, y que no saben cómo proceder; ya que, cuando encuentran el movimiento de la Tierra en todos esos libros, o bien paran y abandonan la lección, o bien se llenan de perplejidades, escrúpulos y dudas. (3) Nos apartaremos fuera del camino de los mejores autores y del de aquellos libros considerados como clásicos; y las antiguas Instrucciones y Decretos siempre han tenido un gran respeto por ellos. (4) Desmentiremos la mala reputación de los autores de estos Decretos y prohibiciones: competencia cuestionable en materias físicas y astronómicas; precipitada severidad emitiendo prohibiciones; y obstinación en defender decisiones anteriores incluso contra la razón manifiesta. (5) Conferiremos una mayor autoridad al nuevo Index, o al menos evitaremos un mayor desprecio.

    Termino con dos reflexiones más. Primero, nos vemos obligados a, o bien confirmar solemnemente este Decreto (en cuyo caso, ¿qué autoridad traerá consigo el nuevo Index entre los filósofos y matemáticos, especialmente los extranjeros?), o bien aprovechar una situación favorable y deseable (que no vendrá de nuevo en mucho tiempo) y suprimirlo con el mínimo daño. Pues ya se ha decidido realizar otros cambios y suprimir otras prohibiciones generales; es más, aquéllas que se conservan serán trasladadas de su antiguo lugar en medio del Index, en donde están ahora (es decir, en la entrada “Libri omnes”), y transferidas al principio, tras las Reglas Generales, y delante [de la lista de libros particulares]; si lo situáramos entre ellas, sería más leído y advertido que antes, mientras que si lo suprimimos, no habrá problema de que ya no esté más ahí y sea eliminado junto con otras. No hay vía media entre estas dos alternativas; ya que publicar la reserva de que el movimiento de la Tierra está prohibido como tesis pero no como hipótesis, no proporcionaría beneficio alguno y produciría el mismo daño que antes, o peor; claramente parecería como un frívolo subterfugio del que se burlarían los oponentes, porque saben muy bien que hoy día nadie piensa o escribe así.

    La segunda reflexión es que, si alguien pensara que lo opuesto a lo que yo he dicho hasta ahora es verdad, y que todos esos libros debieran permanecer prohibidos porque el Sistema copernicano es contrario a la autoridad de la Escritura, repugnante a la Fe, etc., incluso entonces esta cláusula sería innecesaria porque las Reglas Generales serían suficientes; de hecho, ellas prohíben cualquier libro que contenga cosas repugnantes a la Escritura y a la Fe.



    Padre Pietro Lazzari, S. J.

  13. #13
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    Re: El camino hacia la aceptación oficiosa en la Iglesia del copernicanismo

    Cita Iniciado por Martin Ant Ver mensaje
    DOCUMENTO 1

    Certificado de San Roberto Belarmino expedido a Galileo, de 26 de Mayo de 1616


    Nos, Roberto Cardenal Belarmino, habiendo oído que el Señor Galileo Galilei ha sido calumniado e imputado de haber abjurado en nuestra mano, y también de haberle sido, por esta razón, impuestas penitencias saludables; y habiendo sido interrogados acerca de la verdad, decimos que el referido Señor Galileo no ha abjurado, ni en nuestra mano, ni en manos de ningún otro, ni aquí en Roma, ni tampoco en otro lugar, que nosotros sepamos, de ninguna opinión suya o doctrina, ni tampoco ha recibido penitencias saludables, ni de otro tipo, sino sólo le ha sido comunicada la declaración hecha por Nuestro Señor [el Papa], y publicada por la Congregación del Índice, en la cual se dice que la doctrina atribuida a Copérnico, de que la Tierra se mueve en torno al Sol y de que el Sol está en el centro del mundo sin moverse de Oriente a Occidente, es contraria a las Sagradas Escrituras, y, por esta razón, no se puede defender ni sostener.

    Y en fe de esto, hemos escrito y firmado la presente [declaración] de nuestra propia mano, este día de 26 de Mayo de 1616.



    El mismo arriba mencionado,

    Roberto Cardenal Belarmino
    Que se sepa no hay otro NUESTRO SEÑOR que CRISTO JESÚS o JESUCRISTO, pero a la hora de seguir con del mismo mantra da lo mismo. Y es que usted le rezará a San Belarmino, pero yo no le reconozco tal santidad, porque esto aburre ya a las moscas.
    "He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.

    <<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>

    Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.

    Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."

    En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47


    Nada sin Dios

  14. #14
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    Re: El camino hacia la aceptación oficiosa en la Iglesia del copernicanismo

    Cita Iniciado por Valmadian Ver mensaje
    Que se sepa no hay otro NUESTRO SEÑOR que CRISTO JESÚS o JESUCRISTO, pero a la hora de seguir con del mismo mantra da lo mismo. Y es que usted le rezará a San Belarmino, pero yo no le reconozco tal santidad, porque esto aburre ya a las moscas.
    Pues en España siempre se habló de "el Rey Nuestro Señor" y hasta hace nada era muy común en las cartas escribir "Muy señor mío", sin que a nadie se le ocurriese pensar que decir esas cosas podía ser poco menos que... ¿blasfemo?

    Luego no entiendo el ataque ni la falta de respeto al forista Martin Ant, puesto que en este hilo se ha limitado a recoger interesantes documentos acerca de la postura de la Iglesia a lo largo del tiempo respecto al copernicanismo. No veo que haya calificado de no católicos o cosa por el estilo a los que no sostienen el geocentrismo.

    Por lo demás, no está de más recordar que la Sagrada Escritura es palabra de Dios, y por tanto no puede faltar un ápice a la verdad, por más que algunos pasajes requieran interpretación (la cual solo puede darla con autoridad la Iglesia).

    Lo que sin duda no es católico es negar santidad a quien está en los altares. Como tampoco lo es sostener que Dios no ha creado a una primera pareja de la cual procede todo el género humano (como dicen los darwinistas, que consideran inaceptable que en un momento del supuesto proceso evolutivo haya habido una sola pareja de la que descienda toda la humanidad) o afirmar que la vida se genera de manera espontánea y que, por tanto, por fuerza deba haber algún tipo de vida en algún otro de los innumerables planetas que hay en el universo.

    Quien prefiera quedarse con la ciencia atea (supuestamente "empírica" en teoría y elucubradora de innumerabes y extravagantes teorías no demostradas en la práctica) en lugar de la teología católica (que también es una ciencia), allá él. Pero solo esta última lleva el sello de la infalibilidad.
    Última edición por Rodrigo; 25/05/2019 a las 01:50
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  15. #15
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    Re: El camino hacia la aceptación oficiosa en la Iglesia del copernicanismo

    Cita Iniciado por Rodrigo Ver mensaje
    Pues en España siempre se habló de "el Rey Nuestro Señor" y hasta hace nada era muy común en las cartas escribir "Muy señor mío", sin que a nadie se le ocurriese pensar que decir esas cosas podía ser poco menos que... ¿blasfemo?
    No es lo mismo decir "Muy Señor Mío" al inicio de un escrito, por puro formulismo, porque en España, como en otros países, a las autoridades ya sean reyes, señores feudales, cargos públicos civiles, que llamar "Nuestro Señor" a un Papa que es el representante de Cristo en el mundo. Vamos, como si al "senescal" del rey se le da tratamiento de "su majestad".


    Luego no entiendo el ataque ni la falta de respeto al forista Martin Ant, puesto que en este hilo se ha limitado a recoger interesantes documentos acerca de la postura de la Iglesia a lo largo del tiempo respecto al copernicanismo. No veo que haya calificado de no católicos o cosa por el estilo a los que no sostienen el geocentrismo.
    Ni hay ataque, ni falta de respeto, pero si hay crítica, porque ¿cómo se llama a colgar 74 páginas de textos sin dar oportunidad razonable de respuesta, o es que este asunto se va a convertir en un diálogo de sordos? Por otra parte, el tema del geocentrismo está más que debatido en el Foro de Ciencia entre este señor y yo mismo. Pero, de forma para mi intencionada, cada equis tiempo vuelve a la carga con la misma historia, y en esta ocasión en el Foro de Religión, ¡qué casualidad! Por supuesto, no califica de no católicos a quienes discrepamos abiertamente de semejante hipótesis pagana, desde Babilonia hasta Ptolomeo en su Almagesto,


    Por lo demás, no está de más recordar que la Sagrada Escritura es palabra de Dios y por tanto no puede faltar un ápice a la verdad, por más que algunos pasajes requieran interpretación (la cual solo puede darla con autoridad la Iglesia).
    Lo cual nadie ha negado, pero la Iglesia no se quedó en el Siglo XVII, sino que ha seguido viva y a tenor de los tiempos. Y eso, sin contar conque en esa misma Iglesia nunca hubo unanimidad en estos temas (bueno y en otros tampoco), tal como ha quedado sobradamente demostrado en los documentos aportados, y sus textos, en esos otros hilos que en el mencionado Foro de Ciencia ya trataron de este asunto. Y es que Iglesia somos todos los bautizados y que seguimos a Cristo, los de todos los siglos desde el I hasta hoy en día.

    Lo que sin duda no es católico es negar santidad a quien está en los altares.
    Pues ya se dirá que debemos pensar de quienes dudan de la santidad de Juan Pablo II, por ejemplo.

    Como tampoco lo es sostener que Dios no ha creado a una primera pareja de la cual procede todo el género humano (como dicen los darwinistas, que consideran inaceptable que en un momento del supuesto proceso evolutivo haya habido una sola pareja de la que descienda toda la humanidad) o afirmar que la vida se genera de manera espontánea y que, por tanto, por fuerza deba haber algún tipo de vida en algún otro de los innumerables planetas que hay en el universo.
    Tres cuestiones bien diferentes, y es que, por ejemplo, en los mensajes de Garabandal, lo mismo que se afirmó que hubo una creación de Adán y Eva, también que hay varios mundos en los que "hay gente". Lo cual no entra en contradicción alguna cuando se pueden leer pasajes como éste:

    "Enviará a sus ángeles, y juntará a sus elegidos de los cuatro vientos, del extremo de la tierra hasta el extremo del cielo" (San Marcos 13, 27)

    Y no es la única referencia, hay diversas al respecto, también en el AT. No obstante, ese es otro tema que también se ha tratado con anterioridad, si bien ha pasado tiempo ya se encuentra en los fondos del sitio.

    Quien prefiera quedarse con la ciencia atea (supuestamente "empírica" en teoría y elucubradora de innumerabes y extravagantes teorías no demostradas en la práctica) en lugar de la teología católica (que también es una ciencia), allá él. Pero solo esta última lleva el sello de la infalibilidad.
    La Iglesia Católica ha hecho una gran aportación a la Ciencia (Metafísica, Ontología y Teología), y también a las "ciencias", aportaciones citadas exhaustivamente también en este mismo sitio, documentado todo ello, sobre lo mismo que defines como la ciencia atea (supuestamente "empírica" en teoría y elucubradora de innumerabes y extravagantes teorías no demostradas en la práctica (aparte de la hipótesis evolutiva, que requiere de revisiones y sobre la cual se ha tratado profusamente, deberías citar otras ciencias y sus teorías) como parte de una especie de elección personal: ¿o esto o lo otro? y es una manifestación abiertamente maniquea, porque resulta que hay un enorme número de investigadores católicos entre los científicos.

    Lo que si que no es cristiano, es reducir a Dios a un ente pequeño, canijo, hecho a la medida humana y limitando tanto su voluntad como su capacidad creadora. a luz de los conocimientos de pasadas épocas eran comprensibles muchas actitudes, pero ¿podemos suponer que esos mismos de vivir hoy pensarían igual? Entre los dones que Dios nos da, además de la fe, también está nuestra capacidad para conocer su obra y admirarlo y amarlo aún más, todavía más. Pero si hay quienes se alejan de Él a causa de tales conocimientos, allá ellos en el ejercicio de su libertad y en las cuentas que habrán de dar. Las banderas no matan, matan los hombres que las usan; la ciencia no va contra Dios, la ciencia algunos hombres la usan en su contra, lo que es muy diferente. Y, por último, no olvidemos en la parte de responsabilidad que pueda corresponder a ciertos miembros de la Curia, de entonces y de hoy, sobre la situación que se planteó a raíz de esta polémica, falsa en sus principios y que, sin embargo, ha llevado a esta ruptura -particularmente en el XIX-, cuando no tenía que haber sido así. La evidencia no se puede negar, se podrán discutir ciertos aspectos, pero nunca negar.
    "He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.

    <<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>

    Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.

    Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."

    En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47


    Nada sin Dios

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    Re: El camino hacia la aceptación oficiosa en la Iglesia del copernicanismo

    Viene este asunto de Galileo al caso para poner negro sobre blanco gracias a la preocupación del actual Papa sobre el cambio climático. Ambos temas tratados en el Foro de Ciencia de este mismo sitio, el primero en forma especialmente abusiva, nos sirven para comprobar como la Curia, cuando se sale de lo que es su competencia y... misión pastoral para la que fueron encomendados, y quien no lo haga así debería colgar la sotana, no hace sino meter la pata en favor de aquello que se supone combaten. El siguiente artículo nos lo expone bien clarito y recuerda para no seguir insistiendo en los mismos errores.



    El Papa y el Cambio Climático

    Por Carlos Esteban | 28 mayo, 2019

    Si sale a la calle y pregunta a los viandantes, elegidos al azar, qué les parece que la Iglesia quemara en la hoguera a Galileo, dudo que haya uno de cada diez que le responda que Galileo, lejos de morir en la hoguera, lo hizo en la cama, después de recibir los santos sacramentos, huésped en el palacio de un prelado amigo. Hay, creo, consenso en que la jerarquía eclesiástica metió la pata hasta el corvejón con ese juicio, como se le recuerda regularmente, pero me parece que muy pocos entienden correctamente en qué consistió el error.

    No fue, como nos cuenta la ingenua fábula popular, un conflicto entre Ciencia y Fe. Como hemos visto, Galileo era tan creyente -incluso devoto- como los que le juzgaban, y por aquellos días el sacerdote Copérnico lograba el ‘Nihil Obstat’ para publicar su libro en el que defendía grosso modo la misma hipótesis. Y esa es la palabra que Copérnico tuvo la prudencia de usar, frente a la audacia de Galileo: hipótesis. Y es que, estrictamente hablando, era solo una hipótesis, imposible de comprobar con los medios de la época. Por su parte, el modelo que utilizaba la mayoría era perfectamente razonable para lo que se conocía entonces.

    Porque lo cierto es que el ‘Caso Galileo’ no enfrentó a los científicos con los hombres de fe, sino a la abrumadora mayoría de los científicos con un insolente que osaba destrozar el ‘consenso científico’ de la época, el modelo ptolemaico. Este modelo era el ‘estándar’ de la época y, como su propio nombre indica, precedía en dos siglos al cristianismo y no tenía nada que ver con la fe. Los científicos ‘del consenso’ se valieron del poder del momento, la Iglesia, para quitarse de encima al advenedizo audaz.


    Resumiendo: el error de las autoridades eclesiásticas en el ‘caso Galileo’ fue apoyar el ‘consenso científico’ del momento, lo que no es en absoluto su misión. La institución eclesial aprendió la lección, y en adelante evitó cuidadosamente meterse en esos berenjenales, dejando que los científicos se ocupasen de la Ciencia mientras ellos se centraban en la doctrina.

    Pero quiere una desafortunada ironía que quienes más vociferan contra la Iglesia por intervenir entonces a favor del consenso científico figuren entre los que más aplauden que Su Santidad se tome como verdad revelada el consenso científico de hoy.

    Leo: “Debemos actuar con decisión para poner fin a las emisiones de gases de efecto invernadero a mediados de siglo a más tardar y hacer más. Las concentraciones de dióxido de carbono deben disminuir significativamente para garantizar la seguridad de nuestro hogar común. También han oído que esto se puede conseguir a bajo coste utilizando energía limpia y mejorando la eficiencia energética”. Y me sorprende que estas sean palabras del Vicario de Cristo y que tenga tan clara una hipótesis científica como para urgir a acciones cuyas consecuencias nadie sabe realmente cuáles podrían ser, cuando para la misión que se le ha encomendado, confirmar a sus hermanos en la fe, parece preferir la ambigüedad y el silencio. Aún más, recientemente sugirió que es cosa nefasta en un católico pretender la claridad en temas de fe, y que el propio Cristo prefirió mantener a sus discípulos en la penumbra.

    Que Su Santidad diserte sobre climatología tiene tanto sentido como que el secretario general de las Naciones Unidas o el presidente de la Academia de Ciencias lo haga sobre la procesión trinitaria y el Filioque.

    Ayer abusábamos de la comprensión de nuestros lectores titulando que el Papa había ‘perdido’ las elecciones europeas. http://hispanismo.org/crisis-de-la-i...tml#post166741 Esas comillas simples querían decir que, naturalmente, entendemos que Su Santidad no se presentaba a ellas, pero que a menudo ponía más vehemencia e insistencia en transmitir sus preferencias en este campo que de aclarar las cada vez más frecuentes dudas doctrinales que surgen en su pontificado.

    La influencia que tenga el Papa, cualquier Papa, sobre el Mundo, sobre los no católicos, va a ser siempre muy limitada, por razones obvias. De hecho, ese es el drama íntimo de los clérigos progresistas, que complacen a unos ‘aliados’ ocasionales que nunca les devolverán la cortesía sino con persecución y desprecio.

    En cambio, el fiel normal y corriente, el que espera del Santo Padre que le hable solo de fe, queda frustrado y desconcertado por esta preocupación obsesiva por temas, para un cristiano, tan pasajeros y ajenos a su cometido.



    https://infovaticana.com/2019/05/28/...bio-climatico/
    "He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.

    <<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>

    Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.

    Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."

    En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47


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