DOCUMENTO 11
Informe de Pietro Lazzari S. J., Consultor de la Sagrada Congregación del Índice, acerca de la posible omisión de la cláusula de prohibición general: “todos los libros que enseñan el movimiento de la Tierra y la inmovilidad del Sol”, en la nueva edición del Índice que el Papa Benedicto XIV proyectaba realizar
Reflexiones en torno a la cláusula “todos los libros que enseñan el movimiento de la Tierra y la inmovilidad del Sol” (Decreto de 5 de Marzo de 1616)
Hay tres reflexiones que planeo realizar acerca de esta cláusula: (I) que, en aquel tiempo, se prescribió prudentemente y con buenas razones; (II) que estas razones ya no existen en orden a su conservación; (III) que en la presente situación es conveniente suprimirla.
[I.] Así pues, se puede decir que en aquel tiempo había buenas razones o motivos para que prudentemente se prescribiera. De estas razones para prescribirla, considero tres. En primer lugar, esta opinión del movimiento de la Tierra era nueva, y fue rechazada y estigmatizada con serias objeciones por los más excelentes astrónomos y físicos. En segundo lugar, fue considerada contraria a la Escritura, cuando ésta se toma en sentido propio y literal; y esto lo admitían incluso los defensores de dicha opinión. En tercer lugar, no se presentó ninguna razón o demostración sólida que nos obligara o aconsejara a no considerar de dicha forma la Escritura y a apoyar esa opinión. No se puede negar que el conjunto de estas razones constituía un motivo bueno y fuerte para añadir esa cláusula al Index. Y si bien los Decretos normalmente no incluyen razones, sin embargo en aquél que se emitió entonces se tiene lo suficiente como para entender que éstos fueron los motivos de la prohibición; pues éste decía:
«Y también llegó a conocimiento de dicha Sagrada Congregación que aquella falsa doctrina pitagórica, contraria totalmente a la Divina Escritura, sobre el movimiento de la Tierra y la inmovilidad del Sol […] Por ello, para que de este modo no se extienda poco a poco una ulterior opinión en perjuicio de la verdad católica, la Sagrada Congregación ha decretado […]».
Explicaré brevemente estos motivos.
Primero, en aquel entonces la opinión de Copérnico estaba siendo en realidad notoria y se la escuchaba con contento, especialmente por la juventud, que es lo que el Decreto indica; esto incluso ocurría cuando el mismo Copérnico la explicó en Roma «a una gran audiencia de oyentes» (como se lee en la biografía que Gassendi hizo de él [Tychonis Brahei, Equitis Dani, Astronomorum Coryphaei Vita, París, 1654]), y existen informaciones de que a veces la audiencia alcanzaba a más de mil; sin embargo, los matemáticos la consideraban una opinión nueva, y los más serios profesores y expertos la rechazaban y criticaban. Kepler da fe de esto, si bien él era uno de sus principales defensores; en el Capítulo 3, del Libro 5, de Harmonices, una obra que publicó en 1619 (es decir, tres años después de nuestro Decreto), dice:
«Que la Tierra es uno de los planetas y se mueve entre las estrellas alrededor del Sol inmóvil, constituye todavía una cosa nueva para las masas de los eruditos, y la más absurda doctrina jamás oída por la mayoría de ellos».
Lo que él llama, con cierto desdeñoso desprecio, “las masas de los eruditos”, eran los astrónomos y filósofos de aquel tiempo, tal como se desprende a partir de los escritos de aquéllos que vivieron en aquellos tiempos. Así, los Padres del Colegio de Coímbra, en sus comentarios al libro de Aristóteles Sobre el Cielo de 1608 (Capítulo 14, Cuestión 5, Artículo 1), escribían [En realidad, la cita es de Comentarii Collegii Conimbricensis Societati Iesu in Quatuor Libros de Coelo Aristotelis Stagiritate, Lyon, 1594):
«Se debe afirmar con Aristóteles, y con el común de las escuelas de físicos como de matemáticos, que la Tierra está quieta en el centro del mundo».
En 1617, en Sphaera Mundi (Libro 4, Capítulo 2), Giuseppe Biancani decía [En realidad, la edición es de 1620, Bolonia]:
«Finalmente, la común autoridad de casi todos los filósofos y matemáticos está de acuerdo en situarla completamente inmóvil en el centro del mundo».
Léase el Capítulo 7 de la Descriptionis Universae Naturae [París, 1560], de Charpentier. Léase a los filósofos y matemáticos de aquellos tiempos; encontraréis que todos ellos hablaban de esta manera. No solamente hablan de esta manera acerca de su propia opinión o de la de otros, sino que también critican con serias objeciones la opinión del movimiento de la Tierra. En el libro De Coelestibus Globis ac Motibus, Giovanni Antonio Delfino la denominaba «estúpida, absurda, y hace ya tiempo refutada por las escuelas». Jean Morin, Real Profesor de Matemáticas en París, la denominaba «absurdísima y errónea»; y cuando Gassendi le replicó en relación a otras cosas en las que estaban en desacuerdo, Gassendi se declaró él mismo abiertamente a favor de la Tierra inmóvil e incapaz de aprobar lo contrario, si bien cuando Gassendi escribía a Galileo alababa sus ideas (como usualmente se hace), y alabó a Copérnico en su biografía. En el Libro 4, Cuestión 25, de Pensieri diversi [Carpi, 1620], Alessandro Tassoni la denominó opinión «contra la naturaleza, contra los sentidos, contra las razones físicas, contra la Astronomía y las Matemáticas, y contra la Religión». Fue expresamente tildada de contraria a la Fe, a la Religión y la Escritura, por hombres prudentes y estudiosos como Justus Lipsius (Physiologia, Libro 2, Disertación 19 [Physiologiae Stoicorum Libri Tres, Paris, 1604]), Marin Mersenne, Nicolaus Serarius, etc. Esto se originó a partir de la segunda cosa que propuse, es decir, que tal opinión se consideraba contraria a la Sagrada Escritura tomada en su sentido propio y literal.
Esto resultaba claro, tanto para los autores que se oponían a ella como para aquéllos que la apoyaban. Incluso antes de nuestro Decreto, los muy elogiados Padres del Colegio de Coímbra dijeron [en la obra antes citada]:
«Es legítimo recoger esta inmovilidad a partir de algunos testimonios de las Sagradas Escrituras, como el versículo del Salmo 74: Yo fui quien di firmeza a sus columnas».
Hacia 1584, François Valles, en el Capítulo 62 del Libro De Sacra Philosophia [En realidad, es De Iis, Quae Scripta Sunt Physice in Libris Sacris, Turín, 1587], explicaba el pasaje del Eclesiastés “sale el Sol y se pone” [I, 5] y añadía a continuación:
«En consecuencia, se elimina en seguida la opinión de algunos antiguos y las sutilezas de Copérnico; de hecho, la Tierra está quieta, y el Sol gira».
Los defensores de Copérnico replicaban únicamente diciendo que la Escritura no usaba una manera propia de hablar que tuviera que tomarse con todo el rigor con el que se toman otras locuciones, sino una manera impropia que era figurativa y adaptada al común de la gente. Galileo usó esta réplica en la larga carta que escribió sobre este asunto y que fue traducida al latín y publicada en Alemania [Carta a Cristina de Lorena]. Introdujo como fundamento que el sentido de la Sagrada Escritura resulta «frecuentemente recóndito y muy diferente del que parece ser el sentido literal de las palabras». Pone el ejemplo de que se habla de Dios como si tuviera pies, manos, ojos, sensaciones corporales, y sentimientos humanos como enfado, lamento, odio y, a veces, incluso el olvido de cosas pasadas y la ignorancia de las futuras. Según sus palabras,
«puesto que estas proposiciones dictadas por el Espíritu Santo fueron expresadas por los Autores Sagrados en tal forma que se acomodaran a la capacidad de las muy toscas e indisciplinadas masas, es necesario, por tanto, para aquéllos que merecen ascender por encima del común de la gente, que sabios intérpretes formulen el verdadero sentido e indiquen las razones específicas por las que aquéllas se expresan con tales palabras».
Otros han seguido a Galileo. Por sólo citar a uno de ellos, en el Capítulo 5, del Libro 1, de Geographia, el célebre Varenius escribía [Geographia Generalis in qua Affectiones Generales Telluris Explicantur, Amsterdam, 1650]:
«Se replica que, en materias físicas, la Sagrada Escritura habla de acuerdo con las apariencias y con lo es entendido por el pueblo, como, por ejemplo, cuando a la Luna y al Sol se las denomina grandes luminarias, etc. Así, la Escritura dice que el Sol viene de un extremo y retorna hacia otro extremo, cuando en realidad no existen tales extremos. Así, en el Libro de Job, a la Tierra se le atribuye una forma plana y cuadrada, bajo la cual están situadas columnas que la soportan […] De hecho, la Sagrada Escritura está dirigida, no al filosofar, sino a mejorar la piedad».
Estas dos proposiciones disgustaron muchísimo a los teólogos: esto es, el afirmar que de la Escritura sólo se debería recoger aquello que pertenezca a los dogmas y la moral cristianas, y el explicar la Escritura atribuyéndoles un sentido impropio a tales palabras. Este disgusto les hizo proferir serias censuras. Así, Riccioli (y con Riccioli otros) llega a esta conclusión contra los copernicanos [Volumen 2 de Almagestum Novum, Bolonia, 1651]:
«Las proposiciones de la Sagrada Escritura que adscriben movimiento al Sol y reposo a la Tierra han de ser tomadas literalmente, de acuerdo con el sentido propio de las palabras».
Esto debe hacerse en general, cuando no tenemos, por otro lado, o bien proposiciones de la Escritura que sean claras y ciertas, o bien definiciones de la Iglesia, o bien un argumento que sea cierto y evidente; esto es lo que tenemos en aquel caso en que se considera a la Tierra plana y soportada por columnas.
Y ésta es la tercera cosa que dije, a saber, que los copernicanos no adujeron ninguna razón o demostración sólida por la que se tuviera que explicar la Escritura de esa manera y sostener su opinión en contra del sentido propio y expreso de las palabras. La verdad de esto la muestran los autores de aquel tiempo con las razones que presentan. Incluso mucho más tarde, cuando Varenius presentaba todos los argumentos en favor del movimiento de la Tierra, concluía que no eran en absoluto demostrativos, y que simplemente conseguían hacer probable la opinión, «no apodíctica», según sus palabras [obra citada]. Y el que se tomara la molestia de leerlos y valorarlos, quizás incluso no concedería tanto como lo hace Varenius. Pues fueron refutados por Riccioli [obra citada], por De Chales [Volumen 3, Cursus seu Mundus Mathematicus, Lyon, 1674], y por muchos otros. Debería añadirse que, no sólo no había ninguna demostración a su favor, sino que se juzgaba que había sólidos argumentos en contra de ella. En el Capítulo 1, del Libro 4, de De Augmentis Scientarum, Bacon de Verulam dijo [De Dignitate, ed Augmentis Scientarum, París, 1624]:
«Del mismo modo, es manifiesto que la opinión de Copérnico del movimiento de la Tierra (que recientemente se ha hecho más fuerte) no puede evidenciarse por principios astronómicos sólo porque no contradiga los fenómenos, pero sí se puede correctamente asumir a partir de los principios de la Filosofía Natural».
Esos argumentos se pueden observar discutidos por los citados autores y por Charpentier.
Tomando todas estas razones juntas, no se puede negar que constituían un prudentísimo motivo para proscribir la opinión copernicana. Por tanto, es verdad que esta cláusula se emplazó en aquel tiempo en el Index prudentemente y con buenas razones.
II. Vengo ahora al segundo punto y reflexión: que ninguna de estas razones, y todavía menos todo su conjunto, persisten hoy día como para conservar la cláusula. Al decir esto, digo menos de lo que podría, pues algunas de estas razones son tales que su opuesta es la correcta.
Así pues, en primer lugar, la opinión del movimiento de la Tierra es predominante en las principales academias, incluso en Italia, y entre los más célebres y competentes físicos y matemáticos. En segundo lugar, ellos explican la Escritura en un sentido que es más propio y literal. En tercer lugar, presentan una clase de demostración en su favor.
Ahora bien, en primer lugar, digo que la opinión del movimiento de la Tierra es hoy una común opinión en las principales academias y entre los más célebres filósofos y matemáticos. Poco después de nuestro Decreto, o aproximadamente, esta opinión comenzó a quedarse establecida, principalmente a través de la obra de Kepler, como él mismo nos dice en el Epitome Astronomiae Copernicanae [Linz, 1618]. Bacon de Verulam también dijo, como hemos visto, que en su tiempo la opinión estaba comenzando a extenderse y expandirse. En el Libro 1 de Kosmotheoros, Christiaan Huygens afirmaba [Kosmotheoros, sive de Terris Coelestibus, Earumque Ornatu, Conjecturae, La Haya, 1698]:
«Hoy día, todos los astrónomos, excepto aquéllos que son de mente retardada o cuyas creencias están sujetas a la voluntad de los hombres, aceptan sin duda alguna el movimiento de la Tierra y su localización entre los planetas».
Esto es aún más cierto hoy, después de los descubrimientos de Newton o de los realizados con la ayuda de su sistema. Basta con leer las actas y revistas de las academias, incluso las católicas, y las obras de los más célebres filósofos y matemáticos, o incluso los diccionarios y libros similares que informan de las opiniones más ampliamente aceptadas. Y en efecto, en el artículo sobre Copérnico en la Enciclopedia, o Diccionario Razonado de las Ciencias, el famoso matemático D´Alembert escribe [Encyclopédie, ou Dictionnaire Raisonné des Sciences, des Arts et des Métiers, Tomo 4, París, 1751-1780]:
«Hoy día, este Sistema es generalmente seguido en Francia e Inglaterra, especialmente después de que Descartes y Newton trataran de confirmarlo cada uno por medio de explicaciones físicas. […] ¡Sería deseable que un país tan lleno de inteligencia y estudioso como Italia reconociera un error tan dañino para el progreso científico, y que meditara sobre este asunto igual que lo hacemos en Francia! Semejante cambio sería digno del ilustrado Pontífice [Benedicto XIV] que gobierna la Iglesia hoy día. Amigo de las ciencias, y él mismo un erudito, debería legislar a los Inquisidores sobre este asunto, como ya ha hecho para asuntos más importantes. […] En Francia se defiende el Sistema copernicano sin miedo […]».
En el Diccionario Universal de Chambers, de acuerdo con la traducción y edición de Venecia del año 1749, la entrada “Sol” dice [Cyclopaedia, or an Universal Dictionary of Arts and Sciences, Londres, 1ª ed. 1728]:
«De acuerdo con la hipótesis de Copérnico, que ahora parece generalmente aceptada e incluso posee una demostración, el Sol es el centro del sistema de planetas y cometas; y todos los planetas, los cometas, y nuestra Tierra entre ellos, giran alrededor suyo en diferentes Períodos de acuerdo con sus diferentes distancias al Sol».
Leemos aproximadamente lo mismo en el Capítulo 2 de la Gramática de las Ciencias, publicada en el año 1750, también en Venecia [The Philosophical Grammar, Benjamin Martin, Londres, 1ª ed. 1735]. Debiera indicarse, como dije, que éstos son libros elementales compilados para el uso de personas jóvenes o de aquéllos que poseen una mediana educación, en los que un autor particular no enseña sus a veces peculiares opiniones, sino que, para que estén bien hechos, estos libros deben informar de lo que más predomine en la república de las letras y en el mundo de los eruditos, por decirlo así. Y, como también mencioné, algunos de estos libros fueron publicados en Italia, y así se puede observar lo bien establecido que está ese Sistema incluso en Italia, dado que ahora se publica sin ninguna reserva o protesta. También he visto un libro publicado el año pasado, 1756, en Pisa, por el Padre Barnabita Paolo Frisi, bajo el título de De Motu Diurno Terrae Dissertatio [Disertación sobre el movimiento diurno de la Tierra]; las primeras palabras del Prefacio son exactamente éstas:
«Los fenómenos que han venido a conocerse en todas partes en nuestro siglo a través de los estudios de los más distinguidos hombres en Astronomía, Mecánica, y Física, no sólo confirman la más elegante y célebre opinión del gran Galileo, sino también […]».
Y este libro fue publicado, no sólo con las aprobaciones ordinarias, sino también con el imprimatur del General de su Orden; y éste fue firmado en «Roma, en el Colegio de los Santos Blas y Carlos, el 24 de Enero de 1756», y se apoyaba en los informes y aprobaciones de dos de sus teólogos. No hay necesidad de hablar de otros libros, pues está claro y es sabido por cualquiera de mediana educación que hoy día la opinión predominante entre los más competentes astrónomos y físicos es la de que la Tierra se mueve alrededor del Sol. Aquí, en la misma Roma, podemos encontrar que esto es verdad. Con frecuencia he tenido ocasión de hablar con los dos célebres matemáticos de la Orden de San Francisco de Paula [François Jacquier y Thomas Le Seur, coeditores y comentadores de los Principia de Newton, edición de 1739-1742], con los Padres Boscovich y [Christopher] Maire, y con el Arcipreste Monseñor [Benedetto] Stay. Puedo dar fe de que ésta es también su opinión. Y el mencionado Padre Boscovich, que ha intentado reconciliar los descubrimientos modernos con el reposo de la Tierra, me ha dicho varias veces que él considera su reconciliación y el reposo de la Tierra muy improbables desde el punto de vista de la pura razón natural, y que para creer esto sería necesario cegar el intelecto en deferencia a la Fe.
En segundo lugar, por la otra parte, los defensores del Sistema copernicano niegan semejante necesidad; la niegan, no porque (como hacían en el pasado) afirmen que los pasajes escriturísticos deberían tomarse en un sentido que sea impropio y alejado del sentido natural de las palabras, sino porque creen más bien que defendiendo tal Sistema pueden mantener un sentido que es más propio y natural que cualquier otro.
Se deben distinguir dos clases de personas, y, correlativamente, también dos formas de hablar. La primera clase se compone de la gente común, de los que son incultos así como de los que son cultos cuando hablan a los incultos o a cualquier otro acerca de sucesos corrientes y de cualquier cosa perteneciente a la vida cívica y humana. La segunda clase de personas son los filósofos, que examinan con sutileza las cosas en sí mismas, así como las palabras usadas para describirlas, la correspondencia entre ambas, y también los conceptos que se forman en la mente para este propósito; y así, poseen su propia vía filosófica y especial de hablar. Por ejemplo, sin pensar la gente común habla de “un hombre sano, un color sano, y una comida sana”, y no hacen ninguna distinción; y así también “arreglar la cabeza o la barba”, o “hacer la casa y la Escritura”. Aquí los filósofos explican diferentes formas de hablar, y con sutileza distinguen y diferencian unas de otras.
Es más, debemos distinguir dos clases de movimiento y de reposo. La primera es absoluta; implica aquello a lo que se llama “espacio imaginario”; y no está sujeta a ninguna sensación. La otra es relativa a los cuerpos que están involucrados y que determinan la ubicación, a la cual se le llama también relativa. Así, cuando un barco está en movimiento, quienquiera que esté sentado en la popa se mueve con movimiento absoluto, y está quieto, en reposo, en relación al barco. Ahora bien, es el movimiento absoluto el que constituye el objeto de reflexión de los filósofos, ya que no es posible aprehenderlo con ninguna sensación; el movimiento relativo es el único que es objeto del sentido ordinario. De esta forma, la sociedad civil ha acuñado las palabras “movimiento” y “reposo” para expresar, de acuerdo con el uso común de las palabras, el movimiento relativo y el reposo relativo. Y, de acuerdo con esta común manera de hablar, este significado no es impropio sino realmente muy apropiado.
Esto se puede ver reflexionando sobre lo que ocurre en aquellas situaciones en que se mezcla el movimiento absoluto con el reposo relativo, o viceversa. Uno dice, con toda propiedad: “Yo estaba quieto en la popa del barco que estaba navegando”. Y si alguien desde la proa viene hacia mí a la velocidad con que el barco está avanzando y me golpea con su mano, uno no relata el hecho de esta forma: “Mientras yo estaba corriendo rápido, aquel hombre, mediante un esfuerzo constante, evitó que su ser fuera transportado por el barco como lo estaba siendo anteriormente, y dispuso su mano de forma que siempre permaneciera inmóvil en el mismo lugar, de manera que yo, con aquel movimiento rápido mío, terminé impactando con esa mano”. Todo el mundo se reiría y quizás se disgustaría por semejante manera de narrar la historia. Sin embargo, ésta fue la forma en que ocurrió el incidente en relación al “espacio imaginario”; y quienquiera que lo hubiera observado desde la costa con unos binoculares habría visto esto. Pero esta descripción debería quedar reservada para el estrado de las lecciones y para la clase, y no para los clubs sociales y las conversaciones y relaciones comunes; en estos últimos contextos, se diría: “Mientras yo estaba quieto en la popa, él estuvo corriendo rápido y me pegó con su mano”. Así, la manera propia de hablar en situaciones sociales comunes implica que el movimiento y el reposo se consideran y entienden que son relativos a nosotros o a las cosas que están cerca de nosotros, y no relativos a puntos fijos ideales y al “espacio imaginario”.
De esta forma, si la Sagrada Escritura se interpreta de esta manera cuando habla del movimiento del Sol y del reposo de la Tierra, es decir, significando movimiento y reposo relativos, en relación a nosotros y al lugar donde estamos, exactamente igual que como en aquel barco, entonces la estoy interpretando en un sentido que es propio, obvio, natural, y en armonía con la común definición de las palabras. Por lo demás, si lo que es verdadero movimiento relativo del Sol y verdadero reposo relativo de la Tierra es también movimiento absoluto del primero y reposo absoluto del segundo, o al revés, ésa es una cuestión en la que las palabras “movimiento” y “reposo” son consideradas bajo la forma en que los filósofos las usan en la escuela cuando usan un lenguaje que es filosófico y no común.
Tenemos de los filósofos mismos una prueba de todo esto. Pues, aun cuando atribuyen el movimiento diurno y anual a la Tierra y no al Sol, con todo dicen: “El Sol se ha movido tantos grados; ha subido por encima del horizonte; etc.”; puesto que el movimiento que están afirmando aquí del Sol es movimiento relativo, de ahí se sigue que por la palabra “movimiento” entienden movimiento relativo.
Creo que esta discusión es sencilla, fácil, verdadera, y sólida. Sin embargo, no se debería olvidar indicar que hoy día tenemos otra ventaja sobre los tiempos de Copérnico y Galileo, en relación a esa sumamente problemática proposición de que el Sol no se mueve. Pues, en verdad, los astrónomos y filósofos modernos no lo consideran tan absolutamente inmóvil como lo hacían antes; esto es, suponían que su centro estaba inmóvil, y como mucho suponían que se movía sólo alrededor de su propio eje. Después de Newton, los modernos generalmente consideran inmóvil sólo el común centro de gravedad del Sol y de todos los planetas y cometas; y piensan que el Sol, así como la Tierra y los planetas, giran alrededor de este centro, si bien el Sol posee una tal mayor masa, y está tanto más cerca de dicho centro, que se mueve mucho menos que todos los otros planetas.
Pero no hay necesidad de persistir en esto, y no le doy mucha importancia. Subrayo sólo lo que propuse al principio. Esto es, que hoy día el principal fundamento de la prohibición ya no subsiste, en particular la cuestión que tan a menudo se hacía contra los copernicanos, y respecto a la cual parecían darse por vencidos: la de que, de acuerdo con su Sistema, la Sagrada Escritura podría explicarse sólo de una manera que fuera impropia y alejada del sentido natural y comúnmente entendido de las palabras; en lugar de ello, como ya dije, la explican en el sentido más propio y natural.
En tercer lugar, queda el punto de que, si bien anteriormente los copernicanos presentaron en favor de su opinión razones que no eran muy convincentes, ahora sí presentan algunas a las que se les puede llamar demostraciones; así pues, éstas serían suficientes para persuadirnos aun si la Escritura tuviera que tomarse en un sentido y significado no común.
No hay duda de que, si en el tiempo de Galileo se hubiera aducido alguna demostración, no se habría procedido a la prohibición de su libro y del Sistema copernicano. Sobre esto hay un testimonio explícito y una carta del Padre Honoré Fabri publicada en las Transactions de Junio de 1665 [“A further account by Monsieur Auzout of Signor Campani´s book, and performances about optick-glasses”, Libert Froidmont]. Wolff la reimprimió en sus Elementos de Astronomía [Volumen 3, Halle de Magdeburgo, 1735, 2ª ed.]:
«Reescribiendo lo que el Padre Fabri afirmó públicamente una vez, la Iglesia no obra contra la evidencia, sino que declarará que el Sistema de una Tierra móvil no es contrario a la Escritura tan pronto como se ponga delante una demostración».
Hay dos formas de probar que existe esta clase de demostración. La primera y más efectiva forma es aducir las demostraciones mismas. Pero esto no es para alguien que quiere proponer solamente algunas breves, sencillas y fáciles reflexiones; y quizás no beneficiaría mucho nuestro propósito. La segunda forma es, pues, mostrarla mediante la autoridad de las más reputadas y competentes personas en tales temas.
Esto es extremadamente sencillo, puesto que ésta constituye la común opinión entre tales personas. Hace un rato reproduje las palabras de Chambers, quien decía que el Sistema copernicano ahora parece generalmente aceptado e «incluso posee una demostración». La Gramática Filosófica mencionada anteriormente dice lo mismo al hablar sobre la creencia de que el Sol se mueve de Este a Oeste: «No tenemos ninguna razón para creerlo; en cambio, tenemos algunas demostraciones de lo contrario»; y da algunas de ellas. En las Instituciones de Física [Institutions de physique, París, 1740], traducidas y publicadas en Venecia en el año 1743, en la página 63, mientras habla sobre el Sistema tolemaico, Madame du Châtelet dice:
«Las insuperables dificultades de las consecuencias que se sacan de él, indujeron a Copérnico a abandonarlo enteramente y adoptar la hipótesis contraria, que se corresponde tan bien con los fenómenos que ahora su certeza no está lejos de una demostración».
A su vez están las Introducciones a las Verdaderas Física y Astronomía de Keill [Introductiones ad veram physicam et veram astronomiam, Leyden, 1739], Lección 4, en donde, tras informar de algunas razones, concluye:
«Inducidos por estas indudables razones, trajimos la Tierra al cielo, colocándola entre los planetas, y empujamos el Sol hacia el centro. Y así, a partir de principios indudables y argumentos invencibles, proclamamos el verdadero Sistema del mundo, su disposición, y el movimiento de los cuerpos del Universo».
Añádase a esto la Carta de Bradley a Halley sobre la aberración de las estrellas fijas, y el Capítulo 3, del Libro 3, del Relato de los descubrimientos filosóficos de Sir Isaac Newton de MacLaurin [An account of Sir Isaac Newton´s philosophical discoveries, Londres, 1748]. Y hay una enorme multitud de otros que hablan en una vena similar o más acusada. Y adviértase que son, o bien autores de introducciones, diccionarios y obras similares, las cuales presentan opiniones comunes y hablan con una voz común, como es el caso de las dos primeras que mencioné, que también se han reimprimido en Italia; o bien son célebres y profundos matemáticos (como se le considera especialmente al último citado), que insisten en penetrar el razonamiento correcto y en separar los falsos argumentos. ¿Queremos creer que esas razones que ellos reconocen ser extremadamente fuertes y sólidas no lo son? ¿Fueron incapaces de distinguirlas de los paralogismos más burdos? ¿Cómo es que, después de tantos años, ellos continúan escribiendo y expresándose de esta manera? Es bien cierto que nunca convenceremos de esto a la comunidad de eruditos, y que ellos siempre considerarán como demostraciones aquellas razones a las cuales nosotros contradecimos con tal prohibición. Esto es especialmente cierto porque, como mencioné, durante un largo tiempo las más competentes personas en los campos de la Física y las Matemáticas han hablado de esta manera, y el mundo les ha creído; por el otro lado, aquellos hombres que ahora niegan el Sistema de la Tierra en movimiento con el mayor fervor y compromiso, o bien son extraños en sus otras opiniones, o bien apenas están instruidos en los elementos básicos de la Geometría y la Mecánica; podría fácilmente probar esto, si éste fuera el lugar.
Pero, ¿por qué hablo de “esta clase de demostración” y de “razones que pueden llamarse demostraciones”? Con el fin de conformarme a la manera de hablar de algunos, para quienes, sin embargo, no era necesario mostrar semejante consideración. Estas personas quieren reconocer como demostración sólo una prueba geométrica o lo que se le parezca, que haga que algo sea tan evidente a todos como decir que tres más tres es igual a seis. Me gustaría recordar a esta gente que nosotros también llamamos demostraciones a los argumentos para la existencia de Dios, para su unidad, y para la inmortalidad de alma; y, con todo, resulta cierto que ninguno de éstos alcanza semejante grado de evidencia. Así pues, debemos admitir varias clases, o quizás grados, de demostraciones, y una de ellas es la que procede de una variedad de cosas tomadas conjuntamente.
Explicaré esto por medio de un ejemplo muy ordinario, que experimentamos hace algún tiempo en Roma, y que yo observé y sobre el cual pensé bastante. Se trata de un bello altar de mármol fino que pasó por las fases de planificación, inicio, montaje, erección, y puesta a la vista del público; a continuación, fue desmontado, y las varias piezas de mármol fueron empaquetadas para que se embarcaran y transportaran a Lisboa. La cuestión es: supóngase que se construye un objeto compuesto de muchas, muchas partes de diferente tamaño y cualidad; a continuación, hágase que se desmonte el objeto y que se mezclen y redispongan sus partes; a continuación, supóngase que, después de algún tiempo, se quiere reconstruir el objeto y se logra conjuntar todas las partes, de tal forma que se ajusten muy bien y el objeto quede rehecho; yo pregunto: ¿no tendríamos la certeza, y, por decirlo así, una cierta demostración, de que las partes son las mismas y el todo es el mismo que antes? Es verdad que, hablando en sentido absoluto, es posible que haya otra combinación (o hipótesis) tal que las partes se correspondan las unas con las otras y todo encaje igualmente bien, y sin embargo no estén colocadas en su anterior posición; pero cuando el número de partes desiguales y disímiles es grande, estas posibilidades no se toman en cuenta como tales, sino que más bien se las considera como verdaderas imposibilidades; y nadie dudaría, sino que más bien se sentiría seguro, muy seguro, de que el asunto era así. Nosotros estamos en una situación similar. Copérnico revivió el Sistema de la Tierra en movimiento para acomodar mejor algunas partes del Sistema del mundo; y lo mismo hicieron Galileo y Kepler para acomodar mejor otras partes. Pero muchas otras se quedaron. Cuando este Sistema fue elaborado por Newton, se descubrió que éstas también tenían su lugar en él y que los fenómenos se correspondían muy bien con el Sistema. Después de Newton, se continuaron haciendo otros descubrimientos. Todas estas cosas particulares que se han observado y descubierto recientemente se ha encontrado también que se corresponden maravillosamente con lo que ya se había establecido.
Hay algo más que resulta verdaderamente sorprendente. Pues, una vez que se estableció el Sistema, se buscaron las más minuciosas e individuales consecuencias que se derivaban de él; estas consecuencias abrazan una prodigiosa cantidad de cosas las cuales son tan complejas que por medio de la pura observación no hubiera sido posible inferir sus leyes, y calcularlas y predecirlas; solamente en ese Sistema se las veía producirse como una legítima consecuencia. Habiendo visto esto, se comenzaron a observar cuidadosamente los fenómenos y a examinar si se correspondían con las consecuencias que se habían legítimamente deducido; una cuidadosa observación reveló que esto en efecto ocurría, y que en la naturaleza y en el mundo ocurrían las cosas que, sentándose a una mesa con pluma y papel, se habían mostrado a partir del adoptado Sistema. Tales observaciones son innumerables, por decirlo así; cada una de ellas suficiente para desmentir el asumido Sistema, si no hubieran estado en concordancia con las consecuencias. Por citar unos pocos casos, tales son las leyes de las aberraciones de la Luna, que son muchas; el movimiento de las estrellas fijas, llamado aberración de la luz estelar; la nutación del eje ecuatorial; las leyes de las mareas; los movimientos de los cometas; etc. Se ha encontrado que en este Sistema todo se explica simple y maravillosamente, y todo se corresponde con todo lo demás. Y así, a medida que gradualmente se hacen similares descubrimientos y se investigan sus más minuciosos y particulares detalles, se encuentra que todo encaja en tal Sistema con la mayor facilidad y claridad.
¿Y no es este encaje una clase de certeza y demostración de que éste es el verdadero Sistema del mundo? Esta demostración es exactamente como la que se tiene en Astronomía en relación a cómo ocurren los eclipses; éstos pueden predecirse con tanta antelación que, en consecuencia, ya nadie duda de que dependen de aquellas causas a partir de las cuales son calculados. Es una demostración como la que yo tengo por pensar que el Sol ascenderá mañana, si bien no se puede presentar una demostración geométrica.
Por el contrario, en el Sistema de una Tierra inmóvil, o bien no se pueden explicar todas estas cosas (y de hecho nadie las ha explicado hasta ahora), o bien para explicarlas se deben adoptar hipótesis que son muy enrevesadas, puramente arbitrarias, o, en resumen, tales que parecen inherentemente improbables para el puro sentido común. De esta forma, los defensores del movimiento de la Tierra poseen una clase de certeza y demostración muy plausible en su favor.
III. Ahora debo hablar brevemente del tercer punto: que es conveniente, en la presente situación, para el Índice, suprimir esa cláusula, (1) porque conservarla no hace ningún bien, sino más bien enorme daño; y (2) porque suprimirla no hace considerable daño, sino que engendra mucho bien.
Conservarla no hace ningún bien. ¿Qué bien puede traer esta cláusula? ¿Asegurarse de que libros similares no se lean, no se extiendan, y no se reimpriman? Habiendo tenido la cláusula, hasta el momento no ha proporcionado ese beneficio. ¿Quién entre la juventud estudiante de Matemáticas no lee los Elementos de Wolff? ¿Quién la Geografía de Varenius? ¿Quién las Introducciones de Keill, de Musschenbroek, y de Madame du Châtelet? ¿Quién no consulta el Diccionario de Chambers? Todos estos libros mencionados han sido hasta el momento republicados en Italia; todos se encuentran en cualquier librería de mediano inventario; todos se venden, compran y prestan. ¿Quién no quiere estar informado sobre el Sistema de Newton, o no tiene a su disposición el libro de algún newtoniano?
Así pues, vayamos a la otra razón, es decir, la de que conservar esta expresa prohibición causa enorme daño: esto es, desprecio, desconsideración, ridículo y mofa por los Decretos contenidos en el Index; esto crecerá más y más a medida que se observe que son desobedecidos abiertamente y con impunidad a través de la republicación de libros similares en Italia. ¿Qué haremos? ¿Renovaremos esos Decretos? ¿Insistiremos en que sean obedecidos? Llevar a cabo esto en la mayoría de las áreas de Italia, y especialmente en las Universidades con su mayor reputación, es completamente imposible; y constituiría una imprudente e infundada esperanza. ¿Nos aseguraremos de que se inserte alguna reserva cada pocas páginas, usando esa singular palabra de “hipótesis” como una panacea? Ocasionalmente he visto y leído tales libros, y siempre pensé que ese remedio era casi peor que la enfermedad, y creaba una situación ridícula. Pues todos saben, todos ven, y todos perciben que el autor apoya esa opinión con todas sus fuerzas, que él cree en ella, y que él quiere convencer de ella a otros; y, con todo, se inserta y se lee “hipótesis”.
Hay otro muy considerable daño. Esto es, que los protestantes están muy profundamente convencidos de la falsedad del Sistema de la Tierra inmóvil y de la existencia de demostraciones de lo contrario, y esta prohibición siempre está en sus bocas y en sus escritos con la intención de mostrar que en Roma existe la mayor ignorancia de la mayoría de cosas bien conocidas, o la más ciega obstinación. Y así, esto lo explotan (falsísimamente, es cierto; pero con una especiosa apariencia de plausibilidad) en conexión con otros puntos concernientes, o bien a la interpretación de la Escritura, o bien a la definición de los dogmas, o bien al entendimiento de los Padres de la Iglesia. Cuán perjudicial es esto a la Religión, es conocido por cualquiera que se haya topado con uno de estos libros. Repito que su argumento es malo, y que están completamente equivocados. Pero es lo cierto que ellos lo promueven. Así pues, ¿por qué no debiéramos impedirles que lo hagan, y quitarles tan poderosa arma?
Veamos ahora qué daño podría resultar; éste es el segundo punto que he propuesto aquí. Primeramente, parece de alguna forma indigno para el Tribunal [del Santo Oficio] realizar algo así como una retractación en tan famosa cuestión, y someterse a los oponentes, los cuales celebrarán el triunfo. Pero esto constituye una sombra sin cuerpo y sin substancia.
Primero, retractarse de un juicio cuando todo el mundo, o la mayoría de él y las personas más instruidas, lo ha hecho así, significa seguir ahora, como antes, sus pasos y sus indicaciones; ello no debe, ni puede, atribuirse a algún defecto ni ser fuente de culpa, si un tribunal finalmente no afirma ser infalible en sus juicios. De esta forma, pienso que ganaría respeto mostrando que cede siempre que pueda, y que si no lo hace así para otras cosas, el motivo no es obstinación sino constancia. Vemos cómo se practica esto a menudo por otros tribunales. ¿Hay libros que sean más famosos y más disponibles para todos que el Misal y el Breviario? ¡Cuántas cosas se han cambiado en ellos aceptando las recomendaciones de críticos eruditos! No hace mucho se estuvo pensando realizar otros cambios y muy considerables. A veces los herejes han sido los primeros, o los más precisos, en darnos algunas percepciones sobre materias eclesiásticas; no han sido rechazadas.
Y eso es correcto, ya que eso está implícito en el amor y custodia de la verdad. Así, en relación a las cartas de los primeros Papas que se encuentran únicamente en la Colección de Isidoro, nadie mejor que el calvinista Blondel las ha estudiado y nos las ha enseñado para evaluarlas; y los católicos han generalmente aceptado y aprobado sus esfuerzos. ¿Acaso hemos sufrido en reputación? ¿Qué es más famoso que La Donación de Constantino, que fue una vez creída, mencionada y promovida en toda ocasión?
¿Por qué ahora estamos de acuerdo en rechazarla y someternos a sus críticos? ¿Ha sufrido nuestra reputación? Nuestra reputación sí habría sufrido si nos hubiéramos aferrado obstinadamente a esa opinión, y hubiéramos decidido no abandonarla a menos de ser forzados por una demostración geométrica; la habríamos esperado en vano allá, como la esperamos aquí.
Tampoco es relevante decir que aquí estamos tratando con la interpretación de la Escritura y con una opinión que se considera contraria a la Fe. Sería desafortunado que, siempre que hubiera habido un consenso en el pasado, intentáramos ahora mantener las viejas opiniones compartidas. Una vez fue opinión común, la cual se defendía citando la Escritura, que los cielos eran movidos por seres inteligentes. Así, aproximadamente por el mismo tiempo, en el Parágrafo 4, del Libro 2, de su Curso Filosófico, el Cardenal Sfondrati decía [Cursus Philosphici Monasterii S. Calli. Tomo 3: Physica Pars Posterior, cum Metaphysica, San Galo, 1695]:
«Fue y es la opinión de casi todos los filósofos y teólogos que los cielos son movidos por seres inteligentes; en la Cuestión 6, del Artículo 3, de De Potentia, Santo Tomás dice que eso pertenece a la Fe».
¿Quién de entre los más eruditos e ilustrados filósofos o teólogos sostiene eso ahora? Tampoco creo que un libro que lo negara representaría una crítica a la Sagrada Congregación.
Segundo, se debería examinar si, cualquiera que sea el daño que pudiera resultar, éste es mayor que el daño que se produciría conservando la cláusula en la nueva edición [del Index], o que el que se ha producido teniéndola ahí; pues todos dicen que ésta deriva de la ignorancia, inflexibilidad y obstinación, y todos proclaman nuestra oposición y enemistad hacia las artes y ciencias más refinadas, y nuestra supuesta tiranía sobre los intelectos más avanzados. Anteriormente cité a Huygens diciendo que
«Hoy día, todos los astrónomos, excepto aquéllos que son de mente retardada o cuyas creencias están sujetas a la voluntad de los hombres, aceptan sin duda alguna el movimiento de la Tierra y su localización entre los planetas».
En la Enciclopedia, D´Alembert afirmaba [obra citada]:
«No hay Inquisidor que no deba enrojecerse al ver una esfera copernicana, decía un célebre autor. Este furor de la Inquisición contra el movimiento de la Tierra daña a la Religión misma. De hecho, ¿qué pensarán los débiles y los simples acerca de los dogmas reales que la Fe nos obliga a creer, si estos dogmas están mezclados con opiniones dudosas o falsas?».
Incluso si en el pasado hubiera habido algún daño en suprimir esta cláusula, hoy no lo puede haber porque de facto ya está suprimida. Se ha empezado a publicar con impunidad sobre esta materia en Italia, como he mostrado; y esa ley se considera tácitamente que está anticuada. En realidad, este sentimiento no sólo es tácito, sino que ha sido escrito en letra impresa en obras famosas que pasan por las manos de los lectores: esto es, que esta prohibición ya no está sujeta al antiguo rigor; que ahora se piensa de modo diferente; y que como mucho se necesita esconder la materia lanzando alrededor la palabra “hipótesis”. Así escribe Serry en sus Lecciones Teológicas (Vol. 1, Parte 2, Lección 1) [Praelectiones Theologicae Dogmaticae Polemicae Scholasticae Habitae in Celeberrima Patavina Academia, Venecia, 1742]:
«Tras Copérnico y los antiguos pitagóricos, una gran parte (y quizás la mejor parte) de los recientes astrónomos muestran el movimiento de la Tierra alrededor de un Sol inmóvil mediante razones que no han de menospreciarse en absoluto. En cierto sentido, la Iglesia no lo prohíbe o condena: “en cierto sentido”, repitamos. Aunque es verdad que Galileo, que estableció y propugnó este Sistema, no encontró propicio el cielo de Roma al principio, sin embargo, después de aquel tiempo, y en nuestra propia era, a muchos hombres que sobresalen en piedad y religión (incluyendo varios Cardenales) se les permite sentir libremente con Galileo y Copérnico; […]».
A continuación añade, aparentemente por temor a ser censurado:
«[…] en el sentido de que no pueden decir que el Sistema es cierto e indudable, sino que deben decir que sirve como una hipótesis conveniente para uso de la Astronomía».
En la Disertación sobre las cualidades de los cuerpos (Parágrafo 159), el Padre Fortunato de Brescia informa con aprobación de lo mismo [De qualitatibus corporum sensibilibus dissertatio physico-theologica, Brescia, 1749, 1ª ed.]. Así pues, en la actualidad, no estamos realmente en un estado en el que podamos sufrir ese daño, pero renovando y confirmando el Decreto sí que nos colocamos en ese estado, el cual no es en absoluto deseable.
Queda por probar que un gran beneficio seguiría a la supresión de esta cláusula. Pero esto es evidente a partir de lo que se ha dicho hasta ahora. Por lo que sólo mencionaré algunos de los puntos explicados arriba: (1) Suprimiremos el obvio desprecio (el cual no podemos ya contener) y la indiferencia hacia los Decretos de la Congregación (indiferencia que es visible a todos, pero que no es condenada y se considera bien fundada); este desprecio y esta indiferencia son el resultado de la impresión y lectura de tales libros. (2) Aliviaremos las preocupaciones de mucha gente que quiere estar informada de los mejores descubrimientos físicos y astronómicos, y que no saben cómo proceder; ya que, cuando encuentran el movimiento de la Tierra en todos esos libros, o bien paran y abandonan la lección, o bien se llenan de perplejidades, escrúpulos y dudas. (3) Nos apartaremos fuera del camino de los mejores autores y del de aquellos libros considerados como clásicos; y las antiguas Instrucciones y Decretos siempre han tenido un gran respeto por ellos. (4) Desmentiremos la mala reputación de los autores de estos Decretos y prohibiciones: competencia cuestionable en materias físicas y astronómicas; precipitada severidad emitiendo prohibiciones; y obstinación en defender decisiones anteriores incluso contra la razón manifiesta. (5) Conferiremos una mayor autoridad al nuevo Index, o al menos evitaremos un mayor desprecio.
Termino con dos reflexiones más. Primero, nos vemos obligados a, o bien confirmar solemnemente este Decreto (en cuyo caso, ¿qué autoridad traerá consigo el nuevo Index entre los filósofos y matemáticos, especialmente los extranjeros?), o bien aprovechar una situación favorable y deseable (que no vendrá de nuevo en mucho tiempo) y suprimirlo con el mínimo daño. Pues ya se ha decidido realizar otros cambios y suprimir otras prohibiciones generales; es más, aquéllas que se conservan serán trasladadas de su antiguo lugar en medio del Index, en donde están ahora (es decir, en la entrada “Libri omnes”), y transferidas al principio, tras las Reglas Generales, y delante [de la lista de libros particulares]; si lo situáramos entre ellas, sería más leído y advertido que antes, mientras que si lo suprimimos, no habrá problema de que ya no esté más ahí y sea eliminado junto con otras. No hay vía media entre estas dos alternativas; ya que publicar la reserva de que el movimiento de la Tierra está prohibido como tesis pero no como hipótesis, no proporcionaría beneficio alguno y produciría el mismo daño que antes, o peor; claramente parecería como un frívolo subterfugio del que se burlarían los oponentes, porque saben muy bien que hoy día nadie piensa o escribe así.
La segunda reflexión es que, si alguien pensara que lo opuesto a lo que yo he dicho hasta ahora es verdad, y que todos esos libros debieran permanecer prohibidos porque el Sistema copernicano es contrario a la autoridad de la Escritura, repugnante a la Fe, etc., incluso entonces esta cláusula sería innecesaria porque las Reglas Generales serían suficientes; de hecho, ellas prohíben cualquier libro que contenga cosas repugnantes a la Escritura y a la Fe.
Padre Pietro Lazzari, S. J.
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