DOCUMENTO 4

Sentencia de la Sagrada Congregación de la Santa Inquisición contra Galileo, y Abjuración de éste


[Nota mía. La intervención de Galileo en este proceso tuvo lugar del 12 de Abril al 21 de Junio de 1633].



Sesión de la Sagrada Congregación del Santo Oficio de 16 de Junio de 1633

Feria V. Día 16 de Junio de 1633.

Se celebró la Congregación del Santo Oficio en el Palacio Apostólico del Monte Quirinal, en presencia del Santísimo Señor y Señor Nuestro Urbano, por Divina Providencia Papa VIII, y de los Eminentísimos y Reverendísimos Señores Inquisidores Generales, Cardenales Bentivoglio, Scaglia, [Antonio] Barberini, Gessi, Verospi [y] Ginetti; estando presentes los Reverendos Padres Señores Comisario General y Asesor del Santo Oficio; en el curso de la cual fueron presentados los casos abajo relatados, de los que este mismo Señor Asesor ha tomado nota y que me ha transmitido a mí, Notario, a saber:

[…]

Respecto al caso del florentino Galileo Galilei, detenido en este Santo Oficio, y, a causa de su mala salud y de su vejez, con permiso en las habitaciones de la casa elegida en Roma, con orden de no alejarse y de presentarse siempre que fuere requerido, etc., bajo penas al arbitrio de la Sagrada Congregación; propuesta la causa, expuesto el proceso, etc., y oídos los votos, Su Santidad decretó que el mismo Galileo Galilei debía ser interrogado sobre la intención, incluso bajo amenaza de tortura; y si perseveraba [en lo declarado], previa abjuración por vehemente sospecha de herejía ante la asamblea plenaria del Santo Oficio, debía ser condenado a cárcel al arbitrio de la Sagrada Congregación, ordenándole que, de ahora en adelante, no trate más, de ningún modo, ni por escrito ni de palabra, sobre la movilidad de la Tierra o sobre la estabilidad del Sol, y viceversa, bajo pena de relapso.

En cuanto al libro escrito por él, que se titula Dialogo di Galileo Galilei Linceo, debía ser prohibido.

Y, además, para que todas estas cosas fueran conocidas por todos, ordenó que se enviaran copias de la Sentencia arriba impuesta a todos los Nuncios Apostólicos y a todos los Inquisidores de la depravación herética, y especialmente al Inquisidor de Florencia, para que éste la lea en público ante el pleno de su Congregación, convocando, además, a todos los Profesores de Ciencias Matemáticas.






Sentencia de la Sagrada Congregación del Santo Oficio, reunida como Tribunal, dada el 22 de Junio de 1633

Nosotros,

Gaspar Borgia, con el título de la Santa Cruz en Jerusalén;

Fray Felice Centini, con el título de Santa Anastasia, llamado d´Ascoli;

Guido Bentivoglio, con el título de Santa María del Popolo;

Fray Desiderio Scaglia, con el título de San Carlo, llamado de Cremona;

Fray Antonio Barberini, llamado de San Onofrio;

Laudivio Zacchia, con el título de San Pietro in Vincoli, llamado de San Sisto;

Berlinghiero Gessi, con el título de San Agostino;

Fabrizio Verospi, con el título de San Lorenzo in Panisperna, de la Orden de los Presbíteros;

Francesco Barberini, con el título de San Lorenzo in Damaso;

Y Marzio Ginetti, con el título de Santa Maria Nuova, de la Orden de los Diáconos.

Por la gracia de Dios, Cardenales de la Santa Iglesia Romana, especialmente nombrados por la Santa Sede Apostólica Inquisidores Generales contra la depravación herética en toda la República Cristiana;

Sucediendo que tú, Galileo, hijo del ascendiente Vincenzo Galilei, florentino, de 70 años de edad, fuiste denunciado en 1615 en este Santo Oficio por afirmar como verdadera la falsa doctrina, enseñada por algunos, de que el Sol es el centro del mundo y está inmóvil, y que la Tierra se mueve, también con movimiento diurno; que tuviste algunos discípulos a los que enseñaste la misma doctrina; que trataste de ésta en tu correspondencia con algunos matemáticos de Alemania; que publicaste unas cartas tituladas Sobre las manchas solares, en las cuales explicaste la misma doctrina como verdadera; y que a las objeciones que entonces te eran hechas, sacadas de la Sagrada Escritura, respondiste glosando dicha Escritura conforme a tu propia interpretación; y, posteriormente, se presentó copia de un escrito tuyo, en forma de carta, de la que se decía que había sido escrita por ti a un cierto discípulo tuyo, y que en ésta, siguiendo la posición de Copérnico, están contenidas varias proposiciones contra el verdadero sentido y autoridad de las Sagradas Escrituras.

Queriendo, por ello, este Santo Tribunal, remediar el desorden y el daño que de ello provenía e iba creciendo, con perjuicio de la Santa Fe, por orden de Nuestro Señor [el Papa], y de los Eminentísimo y Reverendísimos Señores Cardenales de esta Suprema y Universal Inquisición, las dos proposiciones de la estabilidad del Sol y del movimiento de la Tierra fueron calificadas por los Calificadores Teólogos como sigue:

Que el Sol sea el centro del mundo, e inmóvil de movimiento local, es proposición absurda y falsa en Filosofía, y formalmente herética por ser expresamente contraria a la Sagrada Escritura.

Que la Tierra no sea el centro del mundo, ni sea inmóvil, sino que se mueva, incluso con movimiento diurno, es igualmente una proposición absurda y falsa en Filosofía, y considerada en Teología al menos errónea en la Fe.

Pero deseándose, en aquel momento, proceder benévolamente contigo, se decretó en la Sagrada Congregación celebrada ante Nuestro Señor [el Papa], el 25 de Febrero de 1616, que el Eminentísimo Señor Cardenal Belarmino te ordenase que debías abandonar totalmente dicha opinión falsa; y, si rehusabas hacerlo, que se te debía imponer, por parte del Comisario del Santo Oficio, el precepto de dejar la mencionada doctrina, y de que no podías enseñarla a otros, ni defenderla, ni tratar de ella; y que, si no te sometías a dicho precepto, debías ser encarcelado. Y en ejecución del mismo decreto, al día siguiente, en el Palacio y en presencia del mencionado Excelentísimo Señor Cardenal Belarmino, tras haber sido benignamente avisado y amonestado por el mencionado Señor Cardenal, te fue impuesto el precepto por el Padre Comisario del Santo Oficio de aquel entonces, con Notario y testigos, de que debías abandonar totalmente la mencionada opinión falsa, y que, en lo sucesivo, no la podías sostener, ni defender, ni enseñar de ningún modo, ni de palabra ni por escrito. Y habiendo prometido tú obedecer, fuiste despedido.

Y con el fin de que se eliminase totalmente tan perniciosa doctrina, y no siguiera difundiéndose con grave perjuicio de la católica verdad, se publicó un Decreto de la Sagrada Congregación del Índice, con el que fueron prohibidos los libros que trataban de tal doctrina, y ésta declarada falsa y totalmente contraria a la Sagrada y Divina Escritura.

Y habiendo aparecido últimamente, aquí, un libro impreso en Florencia el año pasado, cuya inscripción mostraba que tú eras el autor, rezando el título de Diálogo de Galileo Galilei sobre los dos máximos sistemas del mundo: tolemaico y copernicano, e informada inmediatamente la Sagrada Congregación de que, con la edición de dicho libro, ganaba cada día más terreno y se diseminaba la falsa doctrina del movimiento de la Tierra y de la estabilidad del Sol, dicho libro fue diligentemente examinado, y en él se halló expresamente la transgresión del antes mencionado precepto que te fue impuesto, habiendo tú defendido en dicho libro la mencionada opinión ya condenada y ante ti declarada como tal, por más que en dicho libro trates, con distintos recursos, de convencer de que la dejas como dudosa y expresamente probable. Lo cual, no obstante, es un error gravísimo, no pudiendo de ningún modo ser probable una opinión declarada y definida como contraria a la Escritura Divina.

Que por ello, por orden nuestra, fuiste llamado a este Santo Oficio, en el cual, interrogado bajo juramento, reconociste que habías escrito el libro y lo habías dado a la imprenta.

Confesaste que hace unos diez o doce años, después de habérsete impuesto el precepto mencionado más arriba, comenzaste a escribir dicho libro; que pediste autorización para publicarlo, sin mencionar, sin embargo, a aquéllos que te dieron tal autorización, que tú tenías precepto de no sostener, defender ni enseñar de ningún modo tal doctrina.

Confesaste, igualmente, que la redacción del mencionado libro, en muchos pasajes, está hecha de tal forma que el lector se podría hacer la idea de que los argumentos aportados por la parte falsa fueron expuestos de tal modo que, por su eficacia, más bien eran capaces de obligar que fáciles de rechazar; excusándote de haber incurrido en error tan alejado, según dijiste, de tu intención, por haber escrito en forma de diálogo, y por la natural complacencia que todos tenemos en las propias sutilezas y en mostrarnos más agudos que la mayoría de los hombres al hallar, incluso para proposiciones falsas, ingeniosos argumentos que las hacen parecer probables.

Y, habiéndosete dado un plazo adecuado para preparar tu defensa, presentaste un Certificado escrito por la mano del Eminentísimo Cardenal Belarmino, que te habías procurado, según dijiste, para defenderte de las calumnias de tus enemigos, que te criticaban que habías abjurado y que el Santo Oficio te había impuesto penitencias. En dicho Certificado se dice que tú no había abjurado, y que tampoco se te había impuesto penitencia alguna, sino que sólo se te había notificado la Declaración hecha por Nuestro Señor [el Papa] y publicada por la Sagrada Congregación del Índice, en la cual se contiene que la doctrina del movimiento de la Tierra y de la estabilidad del Sol es contraria a las Sagradas Escrituras, y que por ello no se puede defender ni sostener; y que por ello, no haciéndose mención en dicho Certificado de las dos expresiones del precepto, es decir, “enseñar” y “de ningún modo”, se debe creer que, en el curso de 14 o 16 años, lo habías olvidado totalmente, y que, por esta misma razón, habías silenciado el precepto cuando pediste autorización para poder imprimir el libro; y que no decías todo esto para excusar el error, sino para que sea atribuido, no a la malevolencia sino a la vana ambición. Pero con este Certificado que presentaste en tu defensa agravaste más tu situación, puesto que, al decirse en éste que dicha opinión es contraria a la Sagrada Escritura, sin embargo, has osado tratarla, defenderla, y persuadir de su probabilidad; y no te excusa la autorización que sonsacaste artificiosa y aduladoramente, no habiendo informado del precepto que tenías.

Y, pareciéndonos que tú no habías dicho toda la verdad acerca de tu intención, juzgamos que era necesario actuar contra ti mediante un riguroso examen, en el cual respondiste católicamente, aunque sin perjuicio alguno de las cosas confesadas por ti y deducidas contra ti –citadas más arriba– acerca de tu mencionada intención.

Por tanto, vistos, y maduramente considerados, los méritos de esta causa tuya, con las ya mencionadas confesiones y excusas tuyas, y cuanto debía verse y ser tomado en consideración razonablemente, hemos llegado a la Sentencia definitiva y abajo escrita.

Así pues, invocado el Santísimo Nombre de Nuestro Señor Jesucristo, y de su Gloriosísima Madre siempre Virgen María, para esta nuestra definitiva Sentencia, que, reunidos como Tribunal, con el consejo y el parecer de nuestros Consultores los Reverendísimo Maestros de Sagrada Teología y Doctores de uno y otro Derecho, nosotros pronunciamos sobre estos escritos de la causa y causas presentadas ante nosotros por el magnífico Cario Sinceri, Doctor en ambos Derechos, Procurador Fiscal de este Santo Oficio, por una parte, y por ti, el mencionado Galileo Galilei, reo aquí presente, interrogado, procesado y confeso como consta más arriba, por la otra:

Decimos, pronunciamos, sentenciamos y declaramos que tú, el mencionado Galileo, por las cosas deducidas en el proceso y confesadas por ti como consta más arriba, te has hecho, para este Santo Oficio, vehementemente sospechoso de herejía, a saber, de haber mantenido y creído una doctrina falsa y contraria a las Sagradas y Divinas Escrituras: que el Sol es el centro de la Tierra [sic] y que no se mueve de Oriente a Occidente, y que la Tierra se mueve y no es el centro del mundo, y que se puede sostener y defender como probable una opinión después de que haya sido declarada y definida como contraria a la Sagrada Escritura, y, consecuentemente, has incurrido en todas las censuras y penas impuestas y promulgadas por los Sagrados Cánones y otras Constituciones generales y particulares contra semejantes delincuentes. De las cuales nos alegramos de que seas absuelto, siempre que previamente, con corazón sincero y fe no fingida, ante nosotros, abjures, maldigas y detestes los mencionados errores y herejías, y cualquier otro error y herejía contraria a la Iglesia Católica y Apostólica, del modo y forma que por nosotros te será indicado.

Y, con el fin de que tu grave y pernicioso error y transgresión no quede del todo impune, y seas más cauto en el porvenir, y ejemplo para que otros se abstengan de similares delitos, ordenamos que, mediante público Edicto, sea prohibido el libro de los Diálogos de Galileo Galilei.

Te condenamos a cárcel formal en este Santo Oficio por tiempo a nuestro arbitrio.

Y, como penitencias medicinales, te imponemos que, durante los próximos tres años, digas una vez a la semana los siete Salmos penitenciales.

Reservándonos la facultad de moderar, cambiar o quitar, totalmente o en parte, las mencionadas penas y penitencias.

Y así lo decimos, pronunciamos, sentenciamos, declaramos, ordenamos, concedemos y reservamos de éste o de cualquier otro mejor modo y forma que razonablemente podamos y debamos.

Así lo pronunciamos los Cardenales abajo mencionados:

Felice, Cardenal d´Ascoli.

Guido, Cardenal Bentivoglio.

Fray Desiderio, Cardenal de Cremona.

Fray Antonio, Cardenal de San Onofrio.

Berlinghiero, Cardenal Gessi.

Fabrizio, Cardenal Verospi.

Marzio, Cardenal Ginetti.







Abjuración de Galileo

Yo, Galileo, hijo del difunto Vincenzo Galilei de Florencia, de 70 años de edad, presente personalmente en el Juicio, y arrodillado ante vosotros, Eminentísimos y Reverendísimos Señores Cardenales, Inquisidores Generales contra la depravación herética en toda la República Cristiana; teniendo ante mis ojos los Sacrosantos Evangelios, que toco con mis propias manos, juro que siempre he creído, creo ahora, y, con la ayuda de Dios, creeré en el porvenir, todo aquello que sostiene, predica y enseña la Iglesia Santa, Católica y Apostólica.

Pero, tras haberme sido jurídicamente requerido, con precepto, por este Santo Oficio, que debía abandonar completamente la falsa opinión de que el Sol es el centro del mundo y que no se mueve, y que la Tierra no es el centro del mundo y que se mueve, y que no podía sostener, defender ni enseñar de ningún modo, ni de palabra ni por escrito, la mencionada falsa doctrina, y tras haberme sido notificado que dicha doctrina es contraria a la Sagrada Escritura, por haber yo escrito y publicado un libro en el cual trato esta misma doctrina ya condenada, y aporto razones con gran eficacia en favor de ésta, sin aportar ninguna solución [contra ellas], he sido juzgado vehementemente sospechoso de herejía, esto es, de haber sostenido y creído que el Sol es el centro del mundo y es inmóvil, y que la Tierra no es el centro y que se mueve.

Por tanto, queriendo yo apartar de la mente de Vuestras Eminencias y de todo fiel cristiano, esta vehemente sospecha razonablemente concebida contra mí, con corazón sincero y fe no fingida, abjuro, maldigo y detesto los mencionados errores y herejías, y, en general, todos y cualquier otro error, herejía y secta contraria a la Santa Iglesia. Y juro que en el porvenir no diré nunca más ni afirmaré, de palabra o por escrito, cosas tales por las que se pueda tener de mí semejante sospecha, sino que, si conociera a algún hereje o que sea sospechoso de herejía, lo denunciaré a este Santo Oficio, o bien al Inquisidor u Ordinario del lugar en el que me encuentre.

Juro, además, y prometo cumplir y observar enteramente, todas las penitencias que me han sido, o me serán, impuestas por este Santo Oficio. Y si contravengo alguna de mis mencionadas promesas y juramentos, Dios no lo quiera, me someto a todas las penas y castigos impuestos y promulgados por los Sagrados Cánones y otras Constituciones generales y particulares contra semejantes delincuentes. Así me ayude Dios y estos Santos Evangelios suyos, que toco con mis propias manos.

[Tras pronunciar esta abjuración, se levantó y firmó debajo del siguiente texto]:

Yo, el mencionado Galileo Galilei, he abjurado, jurado, prometido, y me he comprometido como se menciona arriba, y, en testimonio de la verdad, con mi propia mano he firmado la presente Cédula de mi abjuración, y la he pronunciado palabra por palabra en Roma, en el Convento de la Minerva, este día 22 de Junio de 1633.

Yo, Galileo Galilei, he abjurado como consta arriba, con mi propia mano.




[Nota mía. En el Decreto-Edicto de la Sagrada Congregación del Índice de 23 de Agosto de 1634, se establece la inclusión del libro Dialogo sopra i due massimi sistema del mondo, Tolemaico e Copernicano de Galileo Galilei en el Índice de Libros Prohibidos].