Recuerdo que estuve en Albarracín en Diciembre, hará ya cuestión de tres años. Me quedé sobrecogido, pocas palabras pueden expresar la belleza aragonesa allí recogida. IMPRESIONANTE.
Albarracín fue durante la dominación musulmana la capital de un fuerte reino de taifas gobernado por la familia bereber de los Banu Razin, llegada en los mismos tiempos de la conquista árabe de la península. Establecidos en la parte oriental del Macizo Ibérico, hicieron su capital y legaron su nombre a una ciudad que las crónicas árabes llaman Santa María de Oriente o de Banu Razin, para diferenciarla de otra Santa María de Poniente situada en el Algarbe.
La independencia de aquel estado data del año 1010 ó 1011, aunque ya antes los Banu Razin vivieron casi siempre libres de Córdoba por estar aislados en la serranía. El año 1104 los almorávides incorporaron a su imperio los dos únicos reinos de taifas que aún quedaban libres en la España musulmana: el de los Banu Razin y el de los Banu Hud de Zaragoza. Tras el dominio ejercido por los gobernadores almorávides desde Valencia, al ser expulsados éstos en 1145 pasó Albarracín a manos de los diversos reyezuelos moros de Valencia y Murcia, que lucharon entre sí hasta que en 1147 quedó dominado todo el Levante por Abu Abdallah Mohamed ben Merdanis, llamado el rey Lobo de Murcia.
Por parte cristiana fue patente la ambición de los reyes de Aragón y del obispo de Zaragoza de considerar a Albarracín y su tierra zona de expansión del reino. Así, en 1122, Alfonso el Batallador , al recibir como vasallo suyo a Céntulo de Bigorra en Morláns, le hace donación de «Santa María de Albarracín con tota sua pertinencia quando Deus omnipotens eam mihi dederit». Igualmente, en diciembre de 1134 el obispo de Zaragoza obtiene de Ramiro II las iglesias que según la hitación de Wamba le correspondían, entre ellas Albarracín. Esta donación la confirma Alfonso VII de Castilla, que mediatizaba la soberanía aragonesa en aquellos años. Asimismo Ramón Berenguer IV , en 1158, confirma al obispo de Zaragoza D. Pedro Torroja las iglesias de Albarracín.
Por otro documento del 7 de septiembre de 1166, Alfonso II , estando en Gerona, otorga a Calveto de Biel viñas, molinos y otras posesiones y derechos en tierras de Albarracín, «pro cuius studio atque industria spes me habere castrum de Berrazin». Aún en 1170, Alfonso II otorga de nuevo las iglesias de Albarracín al citado obispo de Zaragoza: «para cuando con la ayuda de Dios la pueda arrancar de manos de los paganos». A su vez, cinco bulas logró obtener en enero de 1172 del papa Alejandro III aquel obispo, a quien el pontífice reconoce en ellas el derecho a las iglesias de Albarracín.
Mas todos estos documentos sólo representan el deseo del rey de Aragón y del obispo de Zaragoza de incorporar a su reino una ciudad y su extenso territorio que, en aquellos años volvía a recuperar su independencia, en la tradición del reino de los Banu Razin, convirtiéndose ahora en un estado cristiano.
Este hecho está aún poco documentado, pero es evidente que se produce en el marco de la política del reino de Castilla y en las ambiciones eclesiásticas del arzobispo de Toledo. La independencia del señorío de Albarracín en manos del caballero navarro Pedro Ruiz de Azagra está atestiguada desde 1170. Se atribuye a la donación de la ciudad hecha por el rey Lobo de Murcia a cambio de sus servicios. Esta tradición se asienta ya en documentos de los siglos xii y xiii. A la vez, aquella independencia política se refuerza con la eclesiástica, pues en 1172 se crea el obispado de Albarracín, dependiente del arzobispo de Toledo, de quien había sido hechura. (Ver Zurita: Anales II, fol. 29, fol. 32 y fol. 77 V.° col. I.ª.).
Así, al avanzar la conquista cristiana hasta Teruel en 1171 y luego hasta Cuenca en 1177, Albarracín ya se había convertido en un estado independiente de Aragón y Castilla, siendo sus señores los Azagra . A éstos les sucedieron los Laras y luego el Infante de Aragón don Fernando. Todos fueron auténticos soberanos independientes de Aragón y Castilla, llamándose «Vasallos de Santa María y Señores de Albarracín» para proclamar la libertad política de aquel pequeño Estado enclavado entre los dos reinos. Albarracín fue atacado unas veces por Aragón y otras por Castilla, y en ocasiones por ambos. Sin embargo, el señorío de Albarracín supo sacar fuerza de la rivalidad de ambos reinos para mantenerse independiente hasta 1379. La dinastía señorial de los Azagra gobernó Albarracín de 1170 a 1260. Aquel año este Estado pasó a la hija y heredera de don Álvaro Pérez de Azagra, doña Teresa, casada con el poderoso y turbulento señor de la casa de Lara don Juan Núñez de Lara, llamado el Mayor. Éste metió a Albarracín en guerras diversas contra Pedro III ; se alió incluso con Felipe III el Atrevido, rey de Francia y de Navarra, el gran enemigo del rey de Aragón: todo el conflicto de los Infantes de La Cerda con sus guerras contra Sancho IV de Castilla ayudado por Pedro III de Aragón lo sufrieron los de Albarracín. Por fin, en 1284, tras un sitio famoso, Pedro III logró rendir la ciudad por hambre. Pero la guerra siguió, y al año siguiente Felipe III el Atrevido invadía el reino de Aragón por Cataluña, donde era vencido y, víctima de la peste, moría el 5 de octubre de 1285 en Perpiñán. Poco después también Pedro III moría, el 11 de noviembre del mismo año. Antes había dejado Albarracín de nuevo independiente, para evitar rivalidades con Castilla, a D.ª Inés Zapata, de la cual había tenido un hijo natural, llamado don Fernando, que pasó a ser señor de Albarracín. Luego logró recuperar transitoriamente la discutida ciudad Alfonso III , por pactos con su hermanastro, para devolverla al hijo de Juan Núñez de Lara «el Mayor», llamado Juan Núñez de Lara «el Joven». Poco duró esta situación, pues, en 1300, Jaime II riñó con el de Lara e incorporó el señorío y ciudad de Albarracín a la Corona de Aragón dándole el título de Ciudad y el segundo lugar en las Cortes del Reino, en el lado izquierdo, donde los representantes de Albarracín y su comunidad se sentaban tras los de la ciudad de Huesca. Esta situación, que parecía definitiva, tampoco se mantuvo, pues en noviembre de 1327, al morir Jaime II, subió al trono de Aragón Alfonso IV el Benigno, quien, para limar asperezas con Alfonso XI de Castilla, contrajo matrimonio con la hermana de aquel rey, doña Leonor, a la que se entregó Albarracín. Pronto nació (en 1329) un infante, llamado Fernando, el cual pasó a ser soberano de Albarracín. Al morir el rey Alfonso IV en 1336, doña Leonor de Castilla, temerosa de Pedro IV , heredero del reino de Aragón, abandonó en el lecho de muerte a su marido y con su hijo, señor soberano de Albarracín, se refugió en aquella ciudad. Castilla hizo respetar a Pedro IV la independencia del señorío de Albarracín a todo lo largo de su turbulento reinado, del que Albarracín y su soberano, el hermanastro de Pedro IV, fueron agentes activos en todas las revueltas de la Unión contra el Rey tanto en Aragón como en Valencia. Estas violencias se acrecentaron cuando Pedro IV se alió al bastardo Enrique de Trastámara, aspirante al trono de Pedro I el Cruel, rey de Castilla. Este rey invadió, en 1356, Aragón y Valencia, y en estas guerras ante Burriana, Pedro IV de Aragón logró atraer al soberano de Albarracín, su hermanastro, hasta su cámara, donde lo asesinó en 1363.
Tras este fratricidio, Pedro IV creyó tener derecho a ser reconocido soberano de Albarracín. Sin embargo, como la guerra con Castilla continuaba, las gentes de la Sierra apoyaron a la viuda de su soberano, la infanta doña Inés de Portugal, refugiada en la ciudad, y se negaron durante varios años a ser vasallos del rey de Aragón. Alegaron primero que doña Inés podía tener un hijo; luego, valientemente declararon que sin el levantamiento del juramento de fidelidad prestado a su soberana natural, lo cual sólo ella libre y voluntariamente podía hacer, no dejarían nunca de obedecerla y defenderla. Doña Inés era un peón más en la política internacional de aquel tiempo: tras de ella estaba Castilla y sobre todo el rey Felipe IV de Francia y Navarra, a cuyo reino intentó huir con los salvoconductos falsos que le preparó un enviado de Felipe IV llamado «Arnaldo hijo de Arnaldo de Francia». Su silenciosa partida de Albarracín no logró evitar que fuera presa en Borja por los agentes de Pedro IV, quien la llevó primero al castillo de Luna, donde ajusticiaron a sus acompañantes, y luego a Huesca. Los de Albarracín, opuestos a aquella huida, se vieron con grandes dificultades cuando fue asesinado Pedro I el Cruel en Montiel por la traición del francés Du Guesclin ; pero fue su salvación el que sus vecinos de Molina se negaran a ser vasallos del traidor, pues Enrique II había hecho donación de aquel señorío al francés en premio a sus servicios, pero los de Molina proclamaron como soberano a Pedro IV de Aragón.
De nuevo Castilla y Aragón chocaban, y así Albarracín pudo seguir rechazando las aspiraciones legales de Pedro IV. Sólo en 1379 logró el ya viejo y cansado rey de Aragón incorporar Albarracín y su Comunidad a la Corona de Aragón, previo un pacto firmado en Fraga con los representantes del antiguo señorío. En este pacto el rey de Aragón recibió el juramento de fidelidad de Albarracín y su Comunidad, y a la vez reconoció y juró los Fueros de la ciudad. Según éstos, en realidad quedaba muy poco ligada la tierra de Albarracín al poder real, pues conservaba una situación jurídica de casi total independencia administrativa y judicial. Bajo la autoridad de un juez asistido por los procuradores de la Ciudad y Comunidad, todos elegidos por insaculación cada dos años, aquella tierra se rigió hasta las violentas alteraciones que se produjeron a lo largo del siglo XVI.
• Historia Moderna y Contemporánea. Todo el siglo XVI fue para Albarracín una continua lucha en defensa de sus Fueros. Llegó incluso a estar en franca insurrección contra Felipe II y, junto con Teruel, fueron las únicas ciudades de Aragón que enviaron tropas obedeciendo al llamamiento del Justicia Mayor de Aragón, Juan de Lanuza , en 1591, durante el pleito de Antonio Pérez , para oponerse al ejército que Felipe II envió contra Zaragoza. Su tenacidad le costó una fuerte represión, pues fue apartada del perdón general que otorgó el monarca a los aragoneses. Sólo el 11-II-1598 los de Albarracín y su Comunidad llegaron a un acuerdo con el rey. Representó este acuerdo la liquidación de sus libertades y Fueros. Liquidados éstos, con ellos perdió Albarracín su personalidad. Además, tanta lucha acarreó a lo largo de todo el siglo XVII una general decadencia.
Aún se mantuvo en el siglo XVII, bajo la autoridad de los oficiales reales, un simulacro de gobierno, pues sólo se alteró el Fuero en aquello que se oponía al sometimiento al poder directo del rey y sus oficiales. Como en tiempos anteriores, aún se dieron sentencias arbitrales. A finales de este siglo fue dada la de Orihuela del Tremedal, por el marqués de Valdeolivos como representante especialmente designado por el rey, la cual está aún vigente. Por ella se rige el reparto, entre la ciudad de Albarracín y las aldeas de su Comunidad, de los beneficios que produce su rico patrimonio comunal. Fuera de esto, la realidad es que lo único que podemos historiar en el s. XVII en aquella tierra es la actividad de los obispos de Albarracín, aunque la diócesis perdió la mayor parte del territorio al crearse el obispado de Segorbe en 1577 por Felipe II, como consecuencia de las vicisitudes de aquellas contiendas y rebeldías que las gentes de Albarracín mantuvieron en defensa de sus Fueros .
Otro hecho al cual podríamos referirnos fue la expulsión de los moriscos decretada por Felipe III en 1610, que tanto afectó a muchos lugares de Aragón; pero en Albarracín no había ya gentes musulmanas, pues en 1495 se convirtieron al cristianismo los pocos moriscos que vivían en aquella tierra. Sólo en el lugar de Gea quedaron algunas familias de religión musulmana, por ser una aldea separada de la Comunidad y entregada a la poderosa familia de los Fernández de Heredia , que tenían allí un señorío impuesto por Fernando el Católico tras una de aquellas luchas entre el poder real y los Fueros de la tierra que se conocen como alteraciones de Albarracín.
Lo que aún quedaba del régimen foral, sólo en cuanto a peculiaridades administrativas e incluso judiciales, lo perdió Albarracín por el Decreto de Nueva Planta dado el 29-VI-1707 por Felipe V, tras el cual todo el régimen foral aragonés se unificó con el resto de España. Sí señalaremos que Albarracín e incluso Teruel y sus Comunidades fueron partidarias de Felipe V en la llamada Guerra de Sucesión, en la cual se dio la batalla de El Poyo, cerca de Monreal. El Conde de Puebla venció con la ayuda de estas tierras a las fuerzas del general Pons, que luchaba apoyado en la Tierra Baja turolense a favor del archiduque de Austria. En Albarracín favorecieron al partido de Felipe V la familia de los Navarros de Arzuriaga, que alcanzó gran preeminencia. A ella pertenecieron dos obispos de Albarracín, regidores y hombres de gobierno durante todo el siglo XVIII.
Tras el decreto de Nueva Planta , Albarracín fue gobernado por un corregidor nombrado por el rey. Pero no sabemos de ninguna autoridad real de estos siglos que se distinguiera en detener la decadencia ya acusada en el siglo anterior. Fueron los rebaños su principal riqueza, ya que seguían teniendo el derecho a pastar en Castilla, pues pertenecían a la Mesta, pero las corrientes socio-económicas de la Ilustración francesa tendían a fomentar la colonización agrícola más que la ganadería, siempre básica en aquella tierra de pastores trashumantes. También se esquilmaron con exceso los bosques, sobre todo para servir a las fundiciones de hierro que, sin embargo, no pudieron vencer la competencia de otros centros industriales que surgieron en España. Se intentaron, pero pronto fueron abandonados por impopulares e inadecuados, algunos proyectos para colonizar los valles altos de la sierra, sobre todo la vega de Tajo. Sólo, derivada de la riqueza ganadera, aguantó la industria de la lana, produciéndose buenos paños, muy prestigiados a lo largo de todo el siglo xviii, hasta que fueron destruidos los telares por los franceses en la guerra de la Independencia. Éstos también arrasaron los martinetes que fundían y batían el hierro, del que en la sierra hay buenos filones. Sin embargo, las explotaciones mineras nuevas que se abrieron en Torres de Albarracín buscando plata, y en el collado de la Plata para obtener plata y cinabrio, no dieron base económica para continuar el beneficio de aquellas minas.
Como en el siglo XVII, sólo los obispos de Albarracín llenan con su actividad y celo la historia de los años del siglo XVIII en toda la tierra.
Al estallar el levantamiento nacional del 2 de mayo de 1808, Albarracín se convirtió en un nudo de resistencia. Incorporado al alzamiento el 24 del mismo mes, se constituyó su Junta de Gobierno, que organizó la lucha contra los franceses. Es digno de señalar que ante el reducto hostil que representaba Albarracín y su sierra, donde hallaba su principal apoyo el general Pedro de Villacampa en 1809, los franceses organizaron una fuerte columna de castigo dirigida por el coronel Plique, el cual se adentró en la sierra y llegó ante Albarracín. La ciudad le opuso resistencia y, tras un bombardeo que arrasó y quemó todo el barrio de los pelaires o tejedores, pasó a destruir los batanes y molinos. Todo ello fue causa de la ruina de la ciudad, que perdió su industria principal. Luego avanzó hacia la sierra arrasando los martinetes de Torres de Albarracín, Tramacastilla y Noguera. Llegó hasta Orihuela del Tremedal, deshaciendo otra fundición y el martinete que allí había, tras vencer en un duro combate a los soldados y voluntarios de la tierra que dirigía Villacampa, los cuales se habían hecho fuertes en el cerro donde está el santuario de la Virgen del Tremedal. Éste fue totalmente arrasado, junto con la hospedería inmediata, el 25-X-1809. Aquella guerra fue sangrienta y devastadora para toda la tierra.
Tampoco fue favorable a Albarracín y su sierra la resistencia que opuso a las corrientes políticas, económicas y sociales que el siglo XIX fue imponiendo en España. Pronto aquella comarca fue reducto de los carlistas, que casi prácticamente dominaron la tierra de Albarracín, como ocurría en Molina y en la vecina serranía de Cuenca. Carlos V pudo apoyarse en la parcialidad del país para pasar seguro por las tierras de Albarracín, tanto en su ida hacia Madrid el 2-IX-1837 como a su vuelta en la conocida expedición de Cabrera de 1837, perseguido por el General Oráa y por Espartero, quienes, sin embargo, no se atrevieron a adentrarse por las serranías.
Durante la primera guerra carlista las tierras de Albarracín vieron partir a su último obispo, don Pedro Talayero Royón, quien murió desterrado en Marsella el 7-XII-1839. Los gobiernos isabelinos ya no quisieron nombrar nuevo prelado para aquellas tierras más bien hostiles y a partir del Concordato de 1851 el obispo de Teruel fue nombrado a la vez administrador apostólico de la diócesis de Albarracín.
Cuando, en el último cuarto del siglo XIX, terminan las luchas del carlismo, entre 1880 y 1890 el gobierno, más para asegurarse el control de la sierra que para promover su desarrollo, construyó la carretera estratégica de Teruel y Caudé al Pobo de Dueñas por Orihuela del Tremedal, y luego abrió la de Albarracín a Salvaceñete por Terriente y el Cañigral.
Fueron éstas las únicas vías de acceso a la tierra hasta avanzado el siglo XX. No es de extrañar el retraso económico de toda la comarca, que no recibió jamás más fuerza innovadora que la discutida desamortización de Mendizábal. Ésta fue impopularísima en tierras de Albarracín y a ella se opusieron hostilmente tantas gentes, que sólo se fueron adquiriendo los bienes inmuebles puestos en venta por el gobierno con gran lentitud. El mejor ejemplo fue la resistencia de la Comunidad de Albarracín a vender sus bienes comunales incursos en el decreto de desamortización. Mientras todas las comunidades gloriosas de Aragón desaparecieron y vendieron sus propiedades comunales, los de Albarracín resistieron las presiones y órdenes dadas por las autoridades en cumplimiento de lo prescrito en el citado decreto. Sólo cuando se vieron forzados a hacer alguna concesión a aquella política decidieron vender la Casa de la Comunidad, donde se reunían en Albarracín los representantes de las aldeas. Lograron así cubrir el expediente y salvar todo su gran patrimonio comunal, heredado de su antigua independencia. Aún sigue hoy subsistiendo, aunque muy orillado y decadente. Las aldeas inventaron sociedades y otras fórmulas curiosas con regímenes muy diversos, todos consagrados a defender su patrimonio comunal contra las leyes desamortizadoras. Desaparecida la Comunidad por el texto legal de Mendizábal, las aldeas se vieron obligadas a convertirse en ayuntamientos independientes, lo cual se hizo sin violencia pero de formas diferentes de un lugar a otro. Ya no fueron aldeas de Albarracín, sino libres municipios como lo son hoy, todos ellos cargados de pagos administrativos que les arruinan y para nada les sirven. Al menos debe el historiador dejar constancia de que aquellos vecinos de las aldeas de la Comunidad supieron vencer las órdenes que contra los bienes comunales se daban, unas veces engañando y otras amenazando a los que regían la política. Así salvaron, como aún sigue, por una parte el gran patrimonio comunal que tenía la Comunidad, y por otra el de cada aldea, ahora ayuntamiento. Ellos son aún la más segura posibilidad de subsistir que tienen los vecinos de aquella ciudad y los pueblos de su sierra.
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Recuerdo que estuve en Albarracín en Diciembre, hará ya cuestión de tres años. Me quedé sobrecogido, pocas palabras pueden expresar la belleza aragonesa allí recogida. IMPRESIONANTE.
Dices bien. Además se trata de uno de esos escasos sitios en los que se ha conservado íntegramente la arquitectura tradicional y donde no se ha destrozado el entorno. Todo está como hace doscientos años.
Nota: Por algo figura en mi Top 6 del hilo "¿Cuál es la localidad más bella de España?"
Qué decir....Albarracín es un sitio ideal para abstraerse, en el mejor sentido de la palabra. Para el intimismo, si se quiere. Como bien dices, es de resaltar la arquitectura tradicional que le forja una personalidad cuasi única en España. Pasear por sus calles es aprender la historia de su señorío. Dios quiera que el urbanismo lo deje tranquilo.
Albarracín y su entorno, no lo olvidemos por favor...
Hace bien poquito estuve por Albarracín, a comienzos de Febrero, es un entorno de esos que no pierden su encanto con el transcurso de los años. Encanto mucho más apreciable cuando entra la noche...
Esplendidas las vistas desde la muralla por la noche o al atardecer, con el pueblo iluminado...
Espero que cuando hayais estado por la zona, o vayais a estar, vierais los acueductos cercanos a Gea de Albarracín y Cella, unas rutillas senderistas sencillitas y entretenidas, curioso el poder andar por una excavación romana en montaña, refugio de aves y demás animales.
un saludo a todos
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