Fuente: El Pensamiento Navarro, 16 de Marzo de 1971, página 7.
Y mártires españoles fueron los que entregaron su vida en la Cruzada
Por Francisco López-Sanz
En el gran número del 10 de Marzo, tan espléndidamente nutrido de doctrina carlista, afectiva y justa en honor de los inmortales Mártires de la Tradición, se publicaba un artículo: «“Mártires” y “caídos”», firmado por Pablo Gaztelu, con unas atinadas precisiones sobre ambas palabras, tan antigua una y tan nueva otra, y tan distintas ambas en absoluto. Y el articulista robustecía su natural, adecuada y firme argumentación recordando una sonada Pastoral del inolvidable Cardenal Segura, publicada en Febrero [sic] de 1940. Por cierto, que, a raíz de aquel documento episcopal, un sujeto que entonces ocupaba un alto cargo político haciendo alardes de falangista, aunque después haya dado las más raras volteretas hasta la “rojez”, con irrespetuosidad agresiva, y con escándalo de la ciudad del Guadalquivir, ordenó a un equipo de manchaparedes que pintarrajearan unos letreros en la fachada del Palacio Arzobispal del Cardenal, con la piadosa intención de molestar a su autoridad, que allí permanecieron durante mucho tiempo, como los vimos todos cuantos en aquella época visitamos alguna vez la hermosa capital andaluza.
DIFERENCIAS IMPORTANTES
El autor del artículo al que me refiero, hablaba de la diferencia que existía entre las dos palabras de su título, afirmando, con razón, que para los carlistas el calificativo de “mártires”, y no otro, era con el que habían distinguido a los que murieron por la buena Causa.
Según el Diccionario, “caída” es acción o efecto de caer; y “caído” es un adjetivo que proviene de caer, o de la caída, y equivale a desfallecido, amilanado, que ha pasado, que está en el suelo. Es sinónimo de vencido, débil, postrado, flojo o abatido, etc., etc. Es una palabra que nunca la oímos en tiempos normales para referirse a los muertos, y por primera vez apareció después de estallar nuestra guerra, y durante la lucha, y con neto origen falangista. La estimaron de su gusto político, y casi la convirtieron en un dogma suyo. Porque a algunos tampoco les entusiasmó la palabra “Cruzada”. Recordemos, en la revista “Escorial”, las afirmaciones de Laín Entralgo, del que ya se le “volatilizó” el falangismo de otrora. Y recordemos también que, en ese aspecto, otros falangistas discreparon, y no estuvieron de acuerdo con él [1].
En esa cuestión fuimos francamente de otra opinión y no nos sedujo semejante novedad, porque encontramos más seria, más exacta y más a tono con el momento grave, respetuoso y cristiano de la muerte de quien daba la vida por unos ideales tan excelentes, y en una guerra tan santa que se proclamó “Cruzada” por personalidades eminentes civiles, militares y eclesiásticas, la palabra “mártir” que “caído”. Y esto, honrada y limpiamente, sin el menor asomo de ofensa para nadie. Porque estimamos que, si los calificados de “caídos” lo habían sido, como es natural, por aquellos santos ideales y frente a los que parecían mercenarios de Satanás, eran para nosotros unos mártires como los demás que, juntamente, habían sucumbido luchando por el lema que se hizo Ideal de “Dios y España”; combatiendo frente a los que, “en el otro lado”, profanaban y destruían las Casas del Señor, a sus voluntarios apóstoles y fieles servidores de Cristo y de su Iglesia, y sólo por eso los sacrificaban brutalmente, convirtiéndoles en Mártires.
POR QUÉ LUCHABAN LOS REQUETÉS
Caer es tropezar, moral o materialmente, como han caído, desde Luzbel, todos sus soberbios imitadores. Y los luchadores de nuestra Cruzada que se comportaron con aquel espíritu conmovedor, no cayeron, sino que, piadosamente pensando, se elevaron hacia lo Alto, a donde llegaban los ecos sublimes de sus renunciamientos y generosa conducta, y el rumor de su piedad y de sus fervientes oraciones. Confieso, sin jactancia alguna y en honor de la verdad, que en mi larga y activa vida, y nada cómoda, de periodista, jamás escribí la palabra “caído”, pero admiré a todos los muertos gloriosos españoles que alcanzaron su mayor grandeza en aquel largo empeño de valentía y heroicidad con el que ganaron la eterna gratitud de la Patria y el descanso eterno como cristianos. Y ante ello, para reforzamiento de mi opinión –que es la de muchísimos– ahí va un ramillete de elocuentes y hermosos testimonios, que no tienen vuelta de hoja, entre muchos más que tengo acotados de aquellos años de verdad, sacrificios y sinceridad ejemplares de la Cruzada.
¡QUÉ DICHA TENER HIJOS MÁRTIRES!
Arrodillado ante la Cruz de un camino solitario, con el fusil en la mano, un requeté se expresaba con esta firmeza: “Cristo: por Ti lo hacemos. Acuérdate en el día del Juicio”.
Un hijo, combatiente, decía a su padre: “Padre: si no nos volvemos a ver aquí, nos veremos y abrazaremos en el Cielo”.
A un sacerdote que le confesaba al salir para el frente, le rogaba un requeté: “Pida usted a Dios que me conceda el honor de morir por la Religión y por la Patria”.
Delante del cadáver de su marido, su abnegada esposa, emocionaba con estas palabras: “Cuanto más te quiero, más satisfecha estoy de que hayas muerto por defender a Dios y a España”.
“Lloro de gozo, no de tristeza, porque tengo dos hijos en el Cielo”. (Con esta santa y dulce sencillez hablaba doña María Luisa Baleztena, al morir el segundo de sus hijos, incorporados en el Tercio del Rey desde el Alzamiento).
“Todas las tardes rezamos el Rosario y, si Dios quiere, también pasado mañana tomaremos la Comunión; así que ya ves, ¿cómo vamos a temer a las balas estando con Dios, luchando con Dios y para su reinado?”. (De la carta de un requeté desde el Alto del León, a su hermana en Úcar).
“Lloramos, no de tristeza, sino de alegría, porque Dios ha aceptado nuestro ofrecimiento de tener un hijo mártir”. (Don Apolinar Lezaun, de Arazuri, muerto hace pocos meses, ante el cadáver de su hijo Marcos, requeté muerto en Jadraque vitoreando a Cristo Rey).
Exclamación de un padre, de Luquin, en presencia de dos hijos muertos: “Qué dicha para los padres tener dos hijos mártires”.
“¡Qué bueno eras! Yo no era digna de ti. Por eso Dios te ha llevado”. (La santa y resignada esposa de un requeté del pueblo de Arre, arrodillada junto al cadáver de su marido).
“Si Cristo murió por nosotros, ¿por qué no hemos de morir nosotros por Cristo?”. (Un requeté de Mañeru, herido de muerte en Durango).
Un requeté de Olite que moría al recibir un balazo: “¡Ay, me han matado! A ver si me queda tiempo para rezar la última Salve a la Virgen de Ujué”.
La madre de un requeté de Lezaun ante el cadáver de su único hijo: “Hijo mío. Te he dado a Dios, y Él te ha llevado. ¡Viva Cristo Rey!”.
“… Y si mueres, hijo mío, ¡alabado sea Dios! Seré madre de un mártir”. (De la carta que una madre dirigía a su hijo, y que éste leía en la trinchera).
* * *
Después de este emocionante preludio de sinfonía religiosa, sin postizos ni sombras, sino tan clara y luminosa como la más contundente de las afirmaciones, si, los que nunca lo hicimos, llamáramos “caídos” a los que voluntariamente quisieron ser mártires, y así les proclamaron los suyos y cuantos escribieron de ellos y de su cristianísima conducta, en conciencia, honradamente lo decimos, nos parecería cometer una ofensa con los que murieron santamente en una Cruzada.
FUERON CRUZADOS DE CRISTO
Porque no olvidemos nunca que aquellos católicos luchadores, como afirmó el Arzobispo de Valladolid, fueron “cruzados de Cristo y de España”. Y, según dejó escrito el doctor De Castro Albarrán, con sus “cruces, bien claro decían ellos que eran cruzados”. Recordando el testimonio del Obispo de Córdoba en aquel tiempo, “el pueblo español se ha puesto en pie para la Cruzada más heroica que registra la Historia”. Y, en frase del entonces Obispo de Salamanca y después Cardenal Primado, Doctor Pla y Deniel, “no se ha tratado de una guerra civil –que es otra palabreja del progresismo averiado de ahora– sino de una Cruzada por la religión, por la patria y por la civilización”. Y “nunca hubo enemigo más feroz ni más impío; ni jamás cruzados más sinceros ni más valientes”, como lo escribió el arzobispo Doctor Olaechea y Loizaga; y “los mártires de nuestra Cruzada”, les llamó, con su pluma prócer, el escritor y poeta Fray Justo Pérez de Urbel. Y, para robustecer tantos copiosos y justos testimonios, recordemos, por su valor y por su justicia, aquel bellísimo poema del ilustre académico francés, Paul Claudel: “A los mártires españoles”.
Y mártires españoles fueron los que murieron en nuestra Cruzada, luchando de corazón, y dando su vida por una España mejor, como la querían y soñaban, a la sombra protectora del Sagrado Corazón y proclamando el Reinado Social de Jesucristo.
[1] Nota mía. Sobre la famosa disputa que hubo en el seno de la familia falangista del franquismo en torno al uso de la palabra “Cruzada” para referirse a la guerra del 36, véase este hilo.
Marcadores