Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 8.
MEDITACIÓN DE UN JOVEN DE AYER
Juan de Echavacoiz
La Juventud Carlista de Pamplona celebraba en mis años mozos, con gran esplendor, la fiesta anual de su Patrona, la Inmaculada Concepción. Además de los actos de carácter religioso ante el altar de la Virgen del Camino, en la parroquia de San Saturnino, teníamos otros de afirmación de nuestros ideales, que se desarrollaban en medio del más grande entusiasmo.
Recuerdo que una vez, uno de nuestros oradores era el entonces joven y batallador tribuno don Esteban Bilbao. En su disertación tuvo un canto vibrante y elocuente para nuestros veteranos, los que en la última Cruzada del siglo XIX habían luchado bravamente bajo las banderas de Don Carlos. Decía el orador:
«Cuando veo pasar por esas calles un regimiento, miran mis ojos los colores vivos de la bandera de la Patria, y siento un amor instintivo hacia las más viejas, hacia las más acribilladas a balazos. Vosotros sois banderas vivientes, vuestras canas son rayos de luna que iluminan rostros de santo o de héroe. Veteranos, el Rey guarda en el salón de Loredán banderas; si se pudieran guardar vuestras canas, serían mucho más hermosas que aquellas banderas que ennobleció vuestra sangre».
En la sala de butacas del Teatro Gayarre había gran número de veteranos carlistas que, emocionados, derramaban visibles lágrimas de emoción por las palabras de don Esteban Bilbao. Todos aquéllos se fueron ya a la Eternidad, y, en este día de los Mártires de la Tradición, no les pueden faltar nuestras oraciones.
Pero hagamos un poco de historia. El 5 de noviembre de 1895, Carlos VII escribe al Marqués de Cerralbo:
«Propongo que se instituya una fiesta nacional en honor de los mártires que, desde el principio del siglo XIX, han perecido, a la sombra de la bandera de Dios, Patria y Rey, en los campos de batalla y en el destierro, en los calabozos y en los hospitales, y designo para celebrarlo el 10 de Marzo de cada año, día en que se conmemora la muerte de mi abuelo Carlos V. Nadie mejor que aquel antepasado mío personifica la lucha gigantesca sostenida contra la Revolución por la verdadera España durante nuestro siglo».
Y así quedó instituida la Fiesta de los Mártires de la Tradición. Pero esta fiesta, además de su carácter eminentemente religioso, tiene un significado de fuerte patriotismo. Por eso, al año de ser fundada, añadirá:
«Que la conmemoración de nuestros mártires no se limite a satisfacer una necesidad del corazón y una deuda de gratitud».
Y en esa misma línea ha de insistir, más tarde, a Barrio y Mier:
«Recomienda, pues, a los nuestros que, sin pompa dispendiosa ni gastos superfluos, antes bien, con la antigua y característica austeridad española, conmemoren este día, reuniéndose, sobre todo, al pie de los altares, y en los cementerios donde reposan las cenizas de nuestros mártires, y que no son Mansiones de muerte sino recintos de vida y foco de esperanzas legítimas».
En la mente de Carlos VII, la fiesta de los Mártires de la Tradición, sobre su doble raíz religiosa y patriótica, luce un penacho de optimismo. Al año de fundarla, días después de lanzar su Testamento Político, concreta:
«Descubríos con admiración ante los mártires carlistas. En los rigores del durísimo invierno, dieron a la tierra española, con su sangre, la semilla que nuestra primavera verá florecer gallarda».
Fue en Zumárraga, a principios del siglo, y en «la mayor concentración política hasta entonces vista en España, a la que acudieron más de 25.000 personas», como asegura Román Oyarzun en su «Historia del Carlismo» [1]. Veinticinco o treinta años antes de que la lista de los Mártires de la Tradición aumentara torrencialmente con la persecución de la República y en los días de la Cruzada, Mella dijo:
«Hemos de triunfar, y no solamente por la virtualidad de la verdad que defendemos, sino por el mérito que tenemos en servirla a costa de sacrificios innumerables. Si Dios lo premia todo, ¿cómo ha de olvidar a este pueblo carlista que le ofrece el ánfora hermosa de sus trabajos por Él, ánfora llena de sus lágrimas, de su sangre, que tres generaciones han derramado, y que la levanta como un cáliz purísimo ante Dios, diciendo: “Señor, en los días funestos en que todos te escarnecían, en que tenías sed y nadie aplicaba a tu boca ni una gota de consuelo, el pueblo carlista te proclamó, te dio su sangre y su vida, y te fue fiel hasta el martirio; y cuando te negaban los sectarios del paganismo, no te quedabas en el Calvario sólo con las mujeres, sino que te acompañaba en tu agonía este ejército de cruzados”».
¡Con qué emoción leería Don Carlos, en su Palacio de Loredán, la reseña del discurso de Mella! Tengo para mí por seguro que recordó su «¡Volveré!» de treinta años atrás, en el Puente de Arnegui. ¿Y por qué no, también, el principal motivo por el que instituyese la fiesta de los Mártires de la Tradición de este 10 de Marzo?
[1] Nota mía. La magna concentración de Zumárraga tuvo lugar el 25 de Julio de 1908.
Marcadores