Fuente: El Pensamiento Navarro, 8 de Mayo de 1977, última página.
EN LA MUERTE DE DON JAVIER
Por Rafael Gambra
A las pocas semanas de sufrir en su última ancianidad dolorosas situaciones de todos conocidas, nos llega la noticia del fallecimiento de don Javier de Borbón-Parma.
Para la gran familia carlista, para todos los carlistas de corazón, sea cual fuere su posterior rumbo político, la muerte de Don Javier es un duelo familiar, un dolor cuasi filial, y el cierre de toda una época del Carlismo y de España.
Unos meses antes del Alzamiento Nacional el último descendiente directo de la rama legítima o carlista, don Alfonso Carlos, vivía el temor de su cercana muerte que dejaría huérfana de Monarca a la Causa tradicional. Hubiera sido su deseo –como el de muchos carlistas– que a su muerte se reunieran las dos ramas dinásticas mediante un reconocimiento por parte de don Alfonso (XIII) de Borbón –a la sazón destronado y exiliado– de los derechos dinásticos que le advendrían por la vía legitimista y de los principios de la auténtica Monarquía Tradicional. En la espera de esa posibilidad, o en la dilucidación en otro caso de la intrincada sucesión legitimista –y ante el riesgo de muerte que suponía su avanzada edad– instituyó don Alfonso Carlos una Regencia que recogiera su autoridad y representación hasta tanto fuera provista la Sucesión. El anciano Monarca nombró para tal cometido a su sobrino don Javier de Borbón-Parma, como príncipe de su completa confianza –personal y política–, sin que este cometido le privase de sus eventuales derechos sucesorios. Se encargó de la redacción de este Decreto de institución de la Regencia (a la vez testamento político del anciano Rey) a don Luis Hernando de Larramendi, figura señera del Tradicionalismo, tanto como pensador y escritor como por su acrisolada lealtad a la Causa.
Pocos meses después estallaba la guerra de España. En Septiembre del mismo 1936, moría en Viena don Alfonso Carlos y asumía la autoridad de la Comunión Tradicionalista como Regente, don Javier de Borbón-Parma. Él mismo había ordenado la movilización del Requeté en nombre de su anciano tío, previos pactos con los generales Sanjurjo y Mola. De este modo fue don Javier la última autoridad indiscutida que durante años tuvo el Carlismo, protagonista a la sazón de su gran epopeya militar de 1936-39.
Para estas fechas era ya convicción, entre los carlistas conscientes, que ese deseable retorno a la legitimidad institucional y dinástica por parte de la rama alfonsina liberal, nunca llegaría a producirse. Lo que entonces era una certeza subjetiva, es hoy –para común desgracia– un hecho históricamente comprobado y consumado.
En 1949 apareció el libro titulado «¿Quién es el Rey?». Era su autor Fernando Polo, un joven escritor carlista que hubiera llegado a gran figura dentro del pensamiento tradicionalista de no haber muerto en 1949, sin haber visto publicado su libro. Demostraba en él que, descartada la rama isabelina como rebelde a la legitimidad y como afecta al sistema liberal revolucionario, recaerían los derechos sucesorios en la Casa de Borbón-Parma, descendiente de Felipe V de España, y concretamente en el propio don Javier, hijo del último Duque reinante de Parma, don Roberto, oficial más tarde en los Ejércitos Carlistas. Son de ese libro estas palabras: «Es don Javier leal continuador de las tradiciones legitimistas de su rama, constantemente fiel al legitimismo español y a las tradiciones católico-monárquicas, contando en su familia con otra víctima del furor revolucionario en Carlos III, asesinado por el populacho como Luis XVI. Esta rama ha dado a nuestro más representativo rey Carlos VII, la princesa que más genuinamente reunió las virtudes de una Reina católica (doña Margarita) y dos oficiales heroicos, don Roberto y don Enrique, que se distinguieron hasta el fin en la lucha por la legitimidad española».
Don Javier y su familia fueron los príncipes estrechamente vinculados al Requeté durante la guerra de España. Don Javier gestionó el envío de armas a la España nacional; su hermano don Gaetán luchó en un Tercio de Requetés, donde resultó herido; y su hermana doña Isabel fue enfermera en el Hospital Alfonso Carlos de Pamplona.
De la historia posterior no es éste momento de hablar. Esta especie de enloquecimiento colectivo que vive tanto España como todo el Occidente no dejó de penetrar en la propia familia del más piadoso de los príncipes de Europa: don Javier de Borbón-Parma. En aquel devotísimo hogar, reducto del más puro tradicionalismo católico, se han oído voces de socialismo y de revolución.
Sin embargo, si algún papel ha correspondido al ya anciano príncipe en toda esta reciente y triste historia, ha sido siempre movido por un ánimo paternal, por el más amable y bondadoso de los caracteres, que a todos acogió y alentó, que a nadie supo negarse, en una constante actitud de paz y de entrega.
Pidamos hoy a Dios N. S. por quien tanto cariño derramó en su alrededor, por un padre del que tanto se esperó en unos tiempos en que quizá era ya imposible la esperanza. Sólo nos cabe hoy rezar por su alma y expresar nuestro dolor y el de todos cuantos fuimos sus leales, a su augusta esposa doña Magdalena de Borbón-Busset, y a sus hijos. Especialmente a aquéllos que han sabido permanecer leales a cuanto sirvió y representó el que hoy lloramos y toda su ascendencia, reducto último del Tradicionalismo y de la antigua Cristiandad.
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