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Tema: D. Antonio Maura, o la amargura de un liberal

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    D. Antonio Maura, o la amargura de un liberal

    Estudio crítico desde el tradicionalismo de la obra política y pensamiento de D. Antonio Maura (1853-1925),
    que alcanzó la presidencia del Gobierno con Alfonso XIII:

    Revista FUERZA NUEVA, nº 482, 3-Abr-1976

    ANTONIO MAURA O LA AMARGURA LIBERAL

    … Una devoción particular de reconocimiento a sus talentos y honestidad, unida a la comprobación de datos que nos certifican en la verdad de nuestra dogmática política y en la malignidad del liberalismo, nos obligan a esgrimir la presencia de Maura [1853-1925] como lección provechosa para nuestro tiempo.

    Maura nació en Mallorca en 1853. En el meridiano español, por entonces, brillaban Cánovas del Castillo y Emilio Castelar. Y en la adolescencia de Antonio Maura, como en una película, circulan las más abruptas y escandalosas estampas de la miseria decadente de España, en pleno frenesí liberal, masónico y revolucionario. Vio Antonio Maura la caída de doña Isabel, el paso fugaz de don Amadeo, el canibalismo anárquico de la primera República…

    En 1866 muere su padre, y en 1868 marcha a Madrid para empezar sus estudios universitarios. Con su primitiva timidez, conoce pruebas difíciles… ocasión providencial para conocer a los hermanos Honorio y Trifino Gamazo, de cuya amistad nació su carrera política y el casamiento con una hermana suya, Constancia Gamazo. Terminada la carrera de Derecho, se quedó de pasante con don Germán Gamazo. En 1878 se casó y ya en 1881 salió diputado liberal por Mallorca.

    La brega de Antonio Maura

    Fueron famosas las intervenciones forenses de Antonio Maura. Era el abogado más temido en la defensa de sus patrocinados. Por cierto que, entre sus clientes, figuró Benito Pérez Galdós, al que liberó de un contrato leonino. Pérez Galdós se lo pagaría contribuyendo a las campañas más viles contra don Antonio Maura…

    Antonio Maura, diputado, bregó reciamente en favor de la Marina, de la Administración local. Cuando en 1892 llega a ser ministro, en la cartera de Ultramar, Maura presenta sus «Reformas de Ultramar», boicoteadas y no logradas gracias a los intereses de los caciques masones que España tenía en Cuba y Puerto Rico. Fue breve su vida ministerial. Y en 1895, sublevada Cuba, con miles y miles de españoles muertos en su inútil defensa, desmoralizada España, fracasados Martínez Campos y Weyler, asesinado Cánovas… Maura, otra vez ministro con Sagasta en Gracia y Justicia, contempla cómo la imposibilidad de su reforma explica el desastre colonial de España. Lo que nunca llegó a entender Maura es que en la pérdida de Cuba y las otras colonias había intervenido la masonería, y el vacío del gran ideal que alentó a la España conquistadora explicaba el desarraigo de las mismas hacia la metrópoli.

    Antonio Maura era visceralmente liberal, apasionadamente constitucional, anclado en el juego de los partidos políticos y el sufragio universal. Esto explica que defendiera a Morayta, gran maestre de la masonería española, para que ocupara un escaño de diputado. La masonería se lo pagó sangrientamente en la campaña de la ferrerada [caso Ferrer y Guardia, 1909]… Así paga el diablo, aunque los liberales de todos los tiempos sean ciegos y empedernidos en su mentecatez incurable.

    Reelegido diputado, muerto Germán Gamazo, Maura ocupa ya el primer plano entre sus partidarios. Será entonces [1902] cuando pronunciará su famoso discurso reclamando “una revolución desde el Gobierno y que si no se hace desde el Gobierno un trastorno formidable la hará; porque yo llamo revolución a eso, a las reformas hechas por el Gobierno, radicalmente, rápidamente, brutalmente; tan brutalmente que baste para que los que estén distraídos se enteren, para que nadie pueda abstenerse, para que nadie pueda ser indiferente y tengan que pelear hasta aquellos mismos que asisten con la resolución de permanecer alejados...".

    También, con una intervención brillantísima en las Cortes, puso en la picota al racista doctor Robert, el de la superioridad craneana de los catalanes sobre el resto de los españoles, desmontando las rabiosas y ridículas “Bases de Manresa” … Será en Valladolid donde pronunciará su discurso que le consagra como jefe ya del conservadurismo español, con una puesta de largo política que debía ocupar casi todo el reinado de Alfonso XIII.

    Estrella y sino de Antonio Maura

    En 5 de diciembre de 1903, Maura forma su primer gobierno. Parlamentario consumado, sabrá batirse desde el banco azul, frente a problemas tan espinosos como el viaje regio a Barcelona, que le costó un atentado, como siempre, víctima de un envenenado en las lecturas de Blasco Ibáñez –Maura tampoco creía en la necesidad de reprimir las propagandas subversivas, pues suya es la frase de que “el pensamiento no delinque”-, y, en 14 de diciembre de 1904, el ministerio Maura tiene que dimitir a causa de una de las intrigas maquiavélicas. Ya entonces era moda abrirse a los enemigos y maltratar a los leales.

    El saltimbanquismo democrático se divirtió en menos de dos años en colocar en los trapecios gubernamentales a cinco gobiernos con sus histriónicas crisis. En 1907, Maura fue otra vez llamado para formar gobierno, entre las iracundas rabietas de las faunas izquierdistas, republicanas y oposición civilizada, que por entonces ya tenía sus hinchas. Maura, en aquella ocasión, creyó llegada su hora. Con toda honradez presentó sus proyectos de “Organizaciones marítimas y armamentos navales” y el de “Administración local”. Fue aprobado el primero, de indudable oportunidad y exigencia nacional, aunque frustrado por la discontinuidad a que condena el zigzagueo de los partidos políticos. El proyecto de “Administración local” fracasó, a pesar de que era sumamente urgente y podía paralizar en algo la hemorragia del caciquismo y de la desidia omnipresente y, al mismo tiempo, arrancar un argumento en lo que tenga de válido propugnado por el catalanismo en lo referente a descentralización administrativa.
    Se introduce en los pueblos el hombre de la libertad y el progreso, y sólo deja como huellas escombros y harapos (VÁZQUEZ DE MELLA)
    Maura dijo a los catalanistas: “Yo no sé lo que queréis con eso de la personalidad. Es más, creo que no lo sabéis vosotros; y, además, creo que no lo queréis decir. Y yo tengo que averiguarlo, porque lo que yo entiendo de eso lo vais a oír ahora. Personalidad. Cuando se trata de una persona natural de carne y hueso, ah, cada civilización tiene un concepto de personalidad, porque tiene un concepto de finalidad de la vida y un concepto de relación jurídica; en una palabra, un concepto entero de la naturaleza humana. Pero cuando se trata de un ente colectivo, de una personalidad política o jurídica, la voz personalidad no es una afirmación, es un interrogante. Es un interrogante porque equivale a decir: ¿Para qué fines? ¿Con qué objeto? ¿Con qué sustancia? Y, ¿qué habéis dicho sobre eso? ¿Dónde está la clave del enigma? Una en cada discurso, más una sevicia, bastante despiadada para la explicación del señor Mella, en labios del señor Salmerón. ¿Queréis la personalidad para la jurisdicción, para materia propiamente local? Sin tasa se os reconoce. Vuestra boca es medida. Cuanto más mejor. ¿Está claro? ¿Queréis personalidad para hacer jirones la inconsútil soberanía de la Patria? Nunca, nada. Mientras yo aliente y pueda, jamás logrará un Gobierno sacar una ley que mutile eso. Si yo tengo la fortuna de tener a mis hijos al lado de mi lecho de muerte, yo les diré que servirán más a su patria combatiendo eso que derramando su sangre en la frontera” (1907).

    Las eminentes cualidades de estadista de Antonio Maura, con su inteligencia preclara, su enérgica voluntad y sus nobles apasionamientos, conocieron la prueba del terrorismo, la tragedia del Barranco del Lobo y la Semana Trágica [ambas en 1909], con la universal conspiración masónica contra España.

    La inviabilidad del sistema

    Maura había proclamado, en 9 de noviembre de 1906: “Yo he jurado la Monarquía Constitucional”. Y en octubre de 1909, ante el estruendo de la campaña internacional del izquierdismo de todos los colores, al visitar a don Alfonso XIII, en una entrevista relampagueante por el tiempo y lo sucedido, sin más, el monarca le dijo: “¡Gracias Maura! ¡Lo esperaba de su patriotismo!”. En definitiva, era una destitución fulminante al gran estadista patriota –sólo culpable, en todo caso, de haber tenido fe en el constitucionalismo liberal-, y una entrega de la Corona a la subversión izquierdista que debía finalmente acabar con la propia Monarquía.

    El duque de Maura, hijo de don Antonio, explica así aquel suceso narrado por su padre: “Cuando entré en el despacho del Rey, se adelantó él a recibirme y, abrazándome con especial afecto, me dijo, sin darme tiempo a desplegar los labios: ¿Viene usted solo? Ya sabía yo que iba usted a prestar un gran servicio a la Patria y a la Monarquía. ¿Qué le parece a usted Moret como sucesor?" Comprenderás que me apresuré a entregar la nota, sin glosarla poco ni mucho… y aquí me tienes… Al decir esto, ahogaron su voz las lágrimas. Por primera y única vez en su vida, le vio su primogénito llorar durante largo rato en sus brazos. No prorrumpió en sollozos de ira entrecortados por gritos de pasión, sino en llanto irreprimible, pero silencioso, de huérfano, que acaba de perder lo que más quería en el mundo. Tampoco el interlocutor necesitaba de palabras para interpretar el significado de aquellas lágrimas… Ahora que unos extranjeros, desconocedores de lo que ha ocurrido en España, me infaman llamándome asesino, centenares de colegas míos parlamentarios piden mi dimisión, negándome el agua y el fuego. Y el Rey; el Rey que es para mí encarnación viviente de la Patria, me abandona y me entrega.”

    Más testimonios

    Don Juan de la Cierva –su fidelísimo, eficiente e intrépido ministro de la Gobernación- comenta expresivamente a propósito de la conducta del Rey: “No recuerdo momento más solemne y dramático. ¡Ni el más ligero intento de evitar la crisis de un Gobierno que había dignificado el poder, que no había sentido temor ante la formidable amenaza del anarquismo universal, que había hecho la inmensa labor que nadie ha superado luego! Maura, en aquellos tres años, representa un alto en el camino de nuestra decadencia nacional. Su mano vigorosa detuvo la caída, pero la falta de apoyo donde era más necesario, porque de la opinión pública lo tenía, paralizó y anuló el esfuerzo. Se desvió otra vez la política del camino de la salud y del progreso.”

    Ricardo de la Cierva, en su «Historia básica de la España actual», puntualiza: “Como sentencia Pabón, fue el bloque de izquierdas quien frenó la difícil marcha de la Restauración, al destruir el turno y el diálogo político. No fue la primera ni la última vez que los liberales españoles tendiesen la más grave y artera amenaza a la libertad. En esta ocasión, la reina Cristina quiso sostener a Maura y siempre pensó que su hijo se había equivocado al despedirle así. Más de seis décadas después de los hechos, esta historia se inclina decididamente a dar toda la razón a la Reina madre. El supremo poder moderador debe conocer los vientos dominantes, pero no ceder jamás al chantaje político” …

    Después de esta defenestración de Maura, se sucedieron las zarabandas de gobiernos presididos por Moret, el conde de Romanones, Dato, García Prieto, Allendesalazar, Sánchez Guerra, Canalejas, Sánchez de Toca, hasta llegar a la etapa de General Primo de Rivera. Pero también aquí hemos de coincidir con el eminente historiador francés Jacques Bainville, en “Los dictadores”, en donde sintetiza así aquel período: “Primo de Rivera fue víctima de una revolución de Palacio. La aristocracia le asestó los últimos golpes. Los grandes, los amigos del Rey y la Corte pidieron su despido, sin ver más que sus defectos y olvidando demasiado fácilmente y demasiado deprisa que probablemente les había salvado la vida… Habría podido nacer un nuevo orden español si hubieran colaborado la Corona y la Dictadura. Alfonso XIII nunca había estado de corazón al lado del general. Lo abandonó para volver al antiguo parlamentarismo español, a aquel sistema “rotativo” que era tan cómodo, pero tan artificial, y que resultó imposible restaurar. Con todas esas falsas maniobras la Monarquía se debilitaba. La Dictadura, frustrada, no había dejado tras sí más que un aumento de desorden. Alfonso XIII, un año después de la caída de Primo de Rivera, se encontró solo y desarmado ante la revolución triunfante”. Pero todavía hay más…

    Juicio definitivo

    El liberalismo seca todos los ideales y es el suicidio de los pueblos y, por tanto, de la Monarquía, que se deja enroscar en su abrazo mortal. La prueba personal y acusatoria se puede encontrar en lo que explica Miguel Maura –hijo de don Antonio- en su libro «Así cayó Alfonso XIII…». Nos referimos a este relato, en el que comunica oficialmente al monarca su paso al republicanismo: “Bajaba el Rey diariamente al tiro de pichón, y había convenido con mi hermano que nos recibiría, a las dos y media de la tarde, unos momentos en sus habitaciones particulares, mientras cambiaba de ropa para ir a la Casa de Campo. Así se hizo. Un día de mediados de febrero –de 1931- pasamos a su habitación-tocador, donde terminaba de vestirse. Estaba, claro es, don Alfonso advertido por mi hermano del motivo de la visita, que era, oficialmente, el de despedirme de él antes de dar el paso al campo republicano. Sin la menor ceremonia, nos recibió afectuoso. Y, después de saludar a mi hermano, se dirigió a mí diciéndome: ‘¿Qué te trae por aquí?’ ‘Vengo, Señor -le dije-, a despedirme de Vuestra Majestad’. Hizo como si no comprendiera, y preguntó: ‘¿A dónde te marchas?’ ‘Al campo republicano, señor’ -le contesté, un tanto molesto ante su actitud de no darse por enterado de algo que ya sabía. ‘¡Estás loco! -exclamó-. A ver, explícame eso.’ Con el menor número de palabras posibles, le dije que consideraba, tras la solución de la crisis a la caída de la Dictadura, perdida a la Monarquía; que mi deber era seguir el camino que había anunciado durante mis actuaciones públicas como inevitable, si acontecía lo que acababa de suceder; que no era prudente dejar solas a las izquierdas en el campo republicano, y que mi propósito era defender, dentro de él y desde ahora, los principios conservadores legítimos. Me oyó atentamente y, al terminar, me dijo textualmente: ‘Todo eso estaría muy bien si fuese cierta la primera premisa. Pero no lo es. Mientras yo viva, la Monarquía no corre ningún peligro’. Volviéndose hacia mi hermano y sonriendo, añadió: ‘Después de mí, el diluvio...!”

    Y España sufrió el diluvio de las vergüenzas republicanas, las lágrimas y, finalmente, la entrega al comunismo, de la que sólo nos salvamos gracias a la cruzada, iniciada el 18 de julio de 1936. Maura y Primo de Rivera fueron las dos únicas personas, dentro del liberalismo boyante, que podían apuntalar aquella situación. Pero los perjurios, en los que están empecatados los que están vendidos a las sectas, explican muchas cosas.

    Franco, Vázquez de Mella y Manuel Fraga Iribarne

    Antonio Maura fue amigo cordial y sincero de don Juan Vázquez de Mella. Maura, después de visitar a Mella, enfermo, confesó: “Muchos y elocuentísimos discursos de usted conozco, pero el más admirable de todos es éste”. Maura quedó abrumado de la pobreza de Mella, cuando le constaba que Cánovas, Dato y el propio Maura le habían ofrecido carteras ministeriales. Mella le había dicho a Maura que era un “águila enjaulada” por el liberalismo. Maura, de una limpieza moral transparente, y de una visión política pragmática eficacísima, carecía de profundidad filosófica y de visión teológica de la Historia de España. Por esto era liberal. Al morir Maura, Mella, en «El Debate» del 16 de diciembre de 1925 pudo decir: “¡Maura, sin liberalismo ni parlamentarismo cuánto hubiera hecho!... Yo, que llamé al parlamentarismo, y desde su tribuna, ciénaga, he conocido siempre, entre los que desaparecieron y los que aún viven, ciertos hombres de temple semejante al suyo, que, si hubiesen alentado en atmósfera pura y con otros medios de gobierno, libres de las corruptelas de los grupos y partidos, que esterilizan los mejores propósitos, hubieran hecho grandes cosas”.

    Mella, ante la muerte de Maura, en plena Dictadura de Primo de Rivera, reafirma sus convicciones de siempre y apunta el tremendo desengaño que del liberalismo experimentalmente tenía Maura. Dice Mella: “Las dictaduras son provisionales, y que son a manera de puentes tendidos entre dos estados sociales, ¿quién lo duda? Pero el éxito de ellas y su justificación en la historia consiste en que el régimen derribado que las proclamó con su descomposición no vuelva, porque si después de un paréntesis de orden regresa, sólo habrán servido de acueducto a las aguas cenagosas, que se precipitarán triunfantes sobre un pueblo que lo habrá perdido todo, hasta la esperanza de remedio que antes tenía. Perdida definitivamente, no porque el regreso del parlamentarismo no tardaría en producir una reacción violenta que sirviese de pedestal a otra nueva dictadura, no sé si derecha o torcida, pero de seguro más lógica y dura que la primera. ¿Pensaba Maura así? Él me habló de la conveniencia de reunir una Asamblea de elementos sociales y fuerzas vivas, y aún me añadió que así lo había expuesto a los poderes más encumbrados del Estado. ¿No era eso, con otro nombre, pedir al Régimen representativo de las clases la solución de los problemas planteados y envenenados por el régimen parlamentario de los partidos?

    Últimamente, Manuel Fraga Iribarne, en «ABC» del 13 de diciembre de 1975, enjuicia a Antonio Maura de esta manera: “Maura entendió también que la política nacional no podía seguir siendo una fantasmagoría de notables, oligarcas y caciques, con el pueblo al margen… No sabemos lo que se hubiera logrado con estas reformas. Lo que sí sabemos es la reacción de la clase política. Dijeron: Maura, no. Maura, no, porque es un gobernante que pretende gobernar; que cree en la democracia fuerte; que desea un Estado de derecho, sin privilegios ni bajalatos; que no tolera la anarquía ni la corrupción. Se le creó una leyenda de hombre duro, autoritario, intransigente; se logró persuadir al mismo Rey de que debía preferir hombres más fáciles o más cómodos. El resultado no se hizo esperar… Se hizo inevitable la Dictadura, y tras ella el 14 de abril. España hace los hombres y los destruye.”

    No, señor Fraga, no

    Con todos los respetos, tales afirmaciones nos parecen superficiales, carentes de peso criteriológico afincado en la filosofía de la Historia. Maura no fracasó por simples personalismos, sino que toda la madeja de aquellos acontecimientos no podía encarnarse en otras consecuencias, dadas las coordenadas del sistema liberal, de los partidos políticos, del constitucionalismo y de la democracia inorgánica, con todas sus taras y compromisos secretos. Nosotros, que tenemos una admiración entera por Antonio Maura, coincidimos con Vázquez de Mella y con Francisco Franco que, con sintonía acordada, delatan en el liberalismo constitucional de aquella Monarquía la única y total causa de la esterilización de Antonio Maura y de que los males precipitaran a España al 14 de abril…

    No, España no hace los hombres y los destruye, como afirma Manuel Fraga Iribarne. Lo que destruye los hombres de España es el liberalismo, han sido los partidos políticos. Por esto Franco, en una síntesis general, resumía así el proceso del pueblo español: “La primera de estas etapas, a la que podríamos llamar ideal o normativa, es la que se refiere a todos los esfuerzos seculares de la Reconquista española para cuajarse en la España unificada e imperial de los Reyes Católicos, de Carlos V y de Felipe II; aquella España unida para defender y extender por el mundo una idea universal y católica, un imperio cristiano, fue la España que dio la norma ideal a cuantas otras etapas posteriores se hicieron para recobrar momento tan sublime y perfecto de nuestra historia. La segunda etapa la llamaríamos histórica o tradicionalista. O sea: cuantos sacrificios se intentaron a lo largo de los siglos XVIII, XIX y XX para recuperar el bien perdido sobre las vías que nos señalaba la tradición imperial y católica de los siglos XV al XVII. La mayor fatiga para restaurar aquel momento genial de España, se dio en el siglo XIX, con las guerras civiles, cuya mejor explicación la vemos hoy en la lucha de la España ideal -representada entonces por los carlistas- contra la España bastarda, afrancesada y europeizante de los liberales. Esta etapa, quedó localizada y latente en las breñas de Navarra, como embalsando en un dique todo el tesoro espiritual de la España del XVI. La tercera etapa es aquella que denominaremos presente o contemporánea, y que tiene a su vez diferentes esfuerzos sagrados y heroicos, al final de los cuales está el nuestro, integrador”.

    Y el mismo Franco, con un análisis al alcance de todos, arrancaba la venda de todas las ficciones democráticas, constitucionalistas y liberales, de las que fue víctima nuestro gran Antonio Maura, con estas palabras que condenan para siempre la danza macabra de los partidos políticos: “Si pasamos al campo formal de las libertades políticas, de la vigencia de las garantías constitucionales, en los mismos periodos, nos encontramos que en los años de 1900 a 1931, años en que todavía no habían tomado estado las maquinaciones internacionales de la guerra fría, estuvieron suspendidas las garantías durante tres mil trescientos veinticuatro días, que equivalen a una media de ciento cuarenta y cuatro días al año, y durante la República, ochocientos cuarenta y dos días, con una media de ciento sesenta y ocho días al año.

    “Sería insensato…”

    Antonio Maura dijo: “Sería insensato desaprovechar la fuerza tradicional que la institución monárquica ha tenido en España. Es una energía vigorosa y tenaz; podrán suscitarse descontentos, extenderse y avivarse, pero nunca será duradero este desvío”. Por esto Franco quiso que fuera instaurada la Monarquía de los Principios Fundamentales y del Movimiento Nacional. Franco jamás pensó y por su parte hizo lo posible para que España no recayera en la cloaca de los partidos políticos y de la democracia inorgánica. Franco no quiso que hombres de la talla de Antonio Maura pudieran estrellarse al tropezar de nuevo en las simas de los mismos errores.

    Por esto no estamos conformes con Manuel Fraga, que nos presenta a Maura y a Canalejas como víctimas de “autofagia”. No, Maura –y Canalejas es otro cantar- pereció asfixiado por el sistema liberal. Remover hoy [1976] la memoria de Maura para justificar la vuelta a los partidos políticos, a la “democracia fuerte”, es una actitud típicamente reaccionaria…

    Jaime TARRAGÓ
    Última edición por ALACRAN; 01/12/2019 a las 14:30
    ReynoDeGranada dio el Víctor.
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  2. #2
    DOBLE AGUILA está desconectado Miembro Respetado
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    Re: D. Antonio Maura, o la amargura de un liberal

    Notable artículo de este Jaime Tarragó, que muestra no sólo un conocimiento profundo de la intrahistoria del final de la Restauración y de la persona de Maura, sino también a la hora de trazar paralelismos y errores políticos que se repitieron en la época del propio artículo (1976). Buen analista dicho autor; habrá que hacerse en el futuro con ese libro suyo editado por Fuerza Nueva: "La Monarquía que quiso Franco".

    El próximo día 14, en el que se celebrará aquí una conferencia sobre el nuevo libro "Franco una biografía en imágenes" del profesor Torres, preguntaré al maestro de periodistas Luis Fernández-Villamea por este colaborador suyo de Fuerza Nueva, que según creo fue del sector tradicionalista.
    Última edición por DOBLE AGUILA; 02/12/2019 a las 18:13

  3. #3
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    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
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    Re: D. Antonio Maura, o la amargura de un liberal

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Sobre Jaime Tarragó poco puedo decir, pero sus artículos eran magníficos; hace tiempo que han desaparecido esta clase de personajes cargados de experiencia, sabiduría y lecturas. Y digo "eran" porque a buen seguro habrá fallecido hace varias décadas, por lo que puede deducirse de los personajes y vivencias a que alude en sus escritos.

    En todos los textos que escribe en Fuerza Nueva (de la época que envío al foro) utiliza sistemáticamente el pasado como escarmiento y ejemplo de lo que nunca debería volver a pasar, saltando constantemente del pasado a la transición y viceversa sobre separatismos, democracia, masonería comunismo... su estilo es inconfundible

    Sobre su obra editada por Fuerza Nueva: "La Monarquía que quiso Franco" no la tengo ahora a mano, la releí hace años y creo recordar que me defraudó algo.

    Ya puestos, aquí doy algunos hilos de material de Jaime Tarragó que envié al foro:

    Victor Pradera, José Antonio y otros intelectuales, contra el catalanismo moderno

    “Transición”... para que volviera a las andadas la mafia catalanista de la República

    La Monarquia española y el pensamiento de Franco

    El tradicionalista Marcelino Oreja Elósegui, asesinado por izquierdistas (1934)

    D. Manuel Aznar, historiador militar, periodista y diplomático

    .
    Última edición por ALACRAN; 03/12/2019 a las 18:48
    DOBLE AGUILA dio el Víctor.
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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