Semblanza de Gabino Tejado (1819-1891), gloria del tradicionalismo español, en el bicentenario de su nacimiento.
Bajaba yo un día hacia la Carrera de San Jerónimo hacia aquella parte del Prado que antiguamente llamaban de San Fermín; bajaba en compañía de un mi amigo y pariente, muy dominico y muy cervantista, y ambos a dos, sin darnos de ojo ni de codo, nos quitamos el sombrero al pasar por delante de la estatua de nuestro Cide Homete Benengeli.

—Tú eres de los míos —me dijo mi compadre—. De Dios y de la Virgen y de los santos abajo, creo que no me quito el sombrero nada mas que ante la estatua de nuestro Cervantes.

—Pues yo me quitaré siempre el sombrero delante de las estatuas de algunos más.

—Separaos quiénes son, si no lo has par enojo.

—¿Por enojo dices? A gala y como gentileza lo tengo.

—Pues escucho y tiemblo.

—Escucha y regocíjate con estos nombres que hasta la muerte guardaré siempre en mi memoria y en mí corazón; y aun tengo para mí que si después de muerto los pronuncian delante de mi cadáver o de, mi tumba, me pasará lo que cantaba el Real Profeta, conviene a saber, que et exultabunt ossa mea humiliata.

—Que en romance significa...

—Que...

Mis huesos que el dolor quebrado había
De gozo saltarán.

—Vengan, pues, esos nombres.

—El Venerable Padre La Puente; el Venerable Padre Nieremberg; el Venerable Padre Don Bosco; Balmes; Augusto Nicolás; Luis Veuillot; el Padre Gago; Gabino Tejado; Monseñor Segur; el Padre Manjón; el Padre Solá; Sardá y Salvany, y el cinco veces navarro Don Francisco Navarro Villoslada...

Desde joven y aun desde niño me familiarizaron, por gran misericordia del Señor, con los nombres de oro y de luz de estos varones ilustres, con su vida y andanzas, y principalmente con sus libros; y esos nombres y esos libros han sido siempre luz y faro, camino y norte, aliento y consolación de mi vida. Y hablando luego de alguno de esos grandes hombres, he aquí lo que vine a contar de nuestro Don GABINO TEJADO.




Allá por los años de 1879 dirigía Valentín Gómez La Ilustración Católica, de felicísima recordación. Y habiendo querido honrar un día sus católicas y españolísimas páginas con el retrato y la semblanza del gran Don Gabino Tejado le pidió Valentín un retrato, y también le pidió que el mismo Don Gabino, a usanza del gran Rembrandt, trazase y escribiese y publicase en la Ilustración Católica su propia semblanza.

—Otorgo al consonante —dijo con su acoslumbrada gracia y sal y gentileza el ínclito extremeño.

Y requiriendo su fácil, castiza y gloriosa pluma, trazó en un santiamén la siguiente donosísima semblanza; joya literaria a cuya vista palpita siempre de gozo y con melancolía el corazón:


«Estudiante de Jurisprudencia en Salamanca, Sevilla y Madrid. Abogado que ejerció la profesión un año y averiguó que no servía para el negocio.
Progresista muy exaltado en su primera juventud; racionalista moderado después, neo a los treinta años y lo que se sigue.
Escritor desde la adolescencia; periodista casi siempre; poeta de vez en cuando, pobre jornalero de pluma siempre.
Diputado suplente en 1843; diputado efectivo cuatro veces, dos por el distrito de Brozas (Extremadura), una por Mondoñedo y otra por Navarra; senador en 1870.
Empleado y cesante sin cesantía desde 1858 por renuncia; jefe superior de Administración.
Preso una vez, desterrado otra, internado muchas.
No doctor en ninguna facultad; no académico; no condecorado de cinta ni placa ni medalla alguna.
No está averiguado si es humildad u orgullo lo que le mueve a titularse en las portadas de libros pura y simplemente Gabino Tejado.
Sus amigos le llaman escritor distinguido y hasta eminente; sus adversarios le han formado una reputación de feo, y no es la más injusta. Formalmente ignora él si acertarán a llamarle también tonto. Por lo menos es pobre y resuelto a seguir siéndolo, cosa que se conoce a la legua.
Pero es muy rico de fe y de amor a su Dios y a su Patria.»


Hasta aquí la donosa y primorosísima semblanza de GABINO TEJADO, trazada tan gentilmente por él mismo. El cual fue hombre a quien Dios Nuestro Señor le dio no un talento ni cinco talentos, sino varios, como vamos a verlo.

Gabino Tejado y Rodríguez
(Badajoz, 1819-Madrid, 1891)

GABINO TEJADO
fue el discípulo predilecto de su inmortal paisano Donoso Cortés, de cuyas obras fue el compilador y el editor. Fue periodista a nativitate; crítico literario; poeta lírico; poeta dramático; introductor de la estrofa manzoniana en la literatura española; buen teólogo; gran filósofo y escolástico a macha-martillo; redactor del Semanario y del Siglo Pintoresco, en amor y campaña de su fraternal amigo el gran Navarro Villoslada; redactor jefe de nuestro SIGLO FUTURO, como antes lo había sido de El Pensamiento Español cuando el propio Villoslada le dirigía, y, finalmente académico de la Española.

De política extranjera no hubo nadie en España que escribiese con tanto conocimiento de causa y con tanta amenidad, claridad y talento como Don Gabino. ¡Qué elogios hacía de él a cuento de esta materia mi amadísimo maestro Enrique Gil y Robles!

Fue escritor de costumbres y novelista. Sus cuadros sobre La España que se va y sus novelas de El Amigo de la familia fueron lectura familiar en infinitos hogares españoles allá en la segunda mitad del siglo XIX. ¿Quién no recuerda El ahorcado de palo, El médico de la aldea, Ni tú el solterón, Antes que te cases, Víctimas y verdugos? Fue, a mayor abundamiento, editor; y la católica imprenta de Tejado fue una de las instituciones más bienhechoras en los revueltos y para la religión nefastos días del pasado siglo XIX.

Allá por los años de cincuenta y tantos, el gran Duque de Rivas, en famosa carta enderezada a los primeros literatos españoles hablaba con palabras de muy justas alabanzas de las doctas prensas de Tejado. De ellas salió aquella inolvidable Biblioteca manual del cristiano ¡ay! ya completamente agotada, y para la cual escribió el gran González Pedroso uno de los más primorosos y sabrosísimos libros que por aquellas calendas se escribieron.

Entre los traductores de poetas extranjeros en versos castellanos, es Teodoro Llorente el que se lleva la prez y la palma; y entre los traductores en prosa el monarca y emperador es, sin recelo de engaño, el autor del Séñeri español, nuestro egregio Padre Solá; pero los príncipes que le siguen son el Padre Granada, el Padre Ribadeneyra, el Padre Zeballos (Don Francisco de Quevedo, con perdón sea dicho, fue pésimo traductor) y, finalmente, GABINO TEJADO, que fue el más fecundo de todos ellos. El cual dio carta de naturaleza en España y vistió con muy ricas vestimentas españolas a muchos varones ilustres de allende los Pirineos.

Del inglés tradujo al Padre Faber; del francés a Monseñor Segur, al nunca bien alabado Monseñor Gay, a Eugenio de Margerie y a muchos otros; del italiano a Prisco, al Padre Brescianí (mejorándole en tercio y quinto), a Taparelli en su incomparable Gobierno representativo, y sobre todo y ante todo, al gran Manzoni. Dos italianos ilustres, jesuita el uno y salesiano el otro, ambos muy duchos en achaques de literatura italiana y española, y ambos expertísimos in utraque lingua, conviene a saber, el Padre Digioia y el salesiano Padre Don Tomás Nervi, han confesado noblemente delante de mí que en varios pasos de la inmortal novela de Manzoni, GABINO TEJADO pasa de vuelo al inmortal milanés y le mejora en tercio y quinto.

Pero donde campea a maravilla y fulgura esplendorosamente el romanismo de GABINO TEJADO es en los innumerables artículos y disertaciones que en defensa y apología de la Cátedra de San Pedro, y mayormente de las perpetuas enseñanzas de Pío IX sobre el Catolicismo liberal, estuvo escribiendo durante casi medio siglo aquel insigne apologista. Tan insigne y tan sobresaliente, que en el estudio, en la meditación y rumia de las referidas enseñanzas de Roma en la ristra de verdades que su clarísimo entendimiento descubría, en lo mucho que ahondaba para sondear la herejía moderna, y en el ingenio y garbo español, lucidez, amenidad, brío y maestría con que declaraba el catálogo de verdades que su entendimiento tan perspicaz y agudo iba descubriendo..., no le aventajó nadie en España ni en Europa.

No; no le aventajaron ni Luis Veuillot, ni el Cardenal Pie, ni el primer obispo de Madrid Martínez Izquierdo, ni el gran Obispo de Cartagena Bryan y Livermoore, ni los Padres Liberatore, Taparelli y Ramiere, ni otros redactores sapientísimos de la Civiltá Catolica. ¡Cuántas enseñanzas de las que dio al mundo Pío IX a cuento del Catolicismo liberal las habían aprendido ya los españoles en los escritos de Gabino Tejado!


Con parte muy principal (pero no la mayor, ni mucho menos), de estas magníficas disertaciones tejió, siendo ya redactor de EL SIGLO FUTURO, el mejor de todos sus libros: El Catolicismo liberal, el cual, que si acaso no es el mejor de todos los libros que en contra el maldito Liberalismo se han compuesto, no puede en ley de justicia ser pospuesto a ningún otro en que sabiamente se diserte sobre dicha materia.

¿Sabéis quién fue el apologista de este libro en Europa? Pues nada menos que el director de L'Univers; el glorioso autor de La fragancia de Roma y de Roma en los días de Concilio vaticano; el grande, el sublime atleta del Pontificado en Francia, el amadísimo, el inmortal Luis Veuillot.

Con oro y perlas y diamantes sacados de aquel libro del Catolicismo liberal y de otros cien artículos de Don Gabino, publicados en nuestro SIGLO FUTURO, fabricó, años andando, el ínclito Sardá y Salvany la joya de El Liberalismo es pecado; en cuyas áureas paginas casi no hay nada que no se encuentre en el referido libro y en los demás escritos de Tejado. Lo cual no empequeñece nada a la valía inestimable del incomparable libro de Sardá, como en nada se bastardean ni menoscaban las galas, las bizarrías, el arte, el valor de un aderezo ni la traza ni los talentos de su artífice porque el aderezo esté labrado con oro, perlas y diamantes de otros cotos.

Gabino Tejado y el Padre Gago fueron los dos únicos españoles que formaron parte de aquella famosa junta de periodistas católicos nombrada por Pío IX en Roma durante los días del Concilio Vaticano para que, bajo la dirección de Monseñor Mermillod, se ocupasen en propagar por doquiera la verdad de lo que en Roma, en el Vaticano y en el Concilio acontecía, y para desenmascarar todas las calumnias, mentiras, trapacerías y trampantojos que judíos y masones, liberales y galicanos urdían a cada instante con grave detrimento de la verdad, tirando siempre a que no se defiriese nunca el dogma de la Infalibilidad del Romano Pontífice.

Mas no se contentó Don Gabino con ser en Roma corresponsal de El Pensamiento Español, de Villoslada, durante los varios meses que duró el Concilio. Y para mejor servir al Papa en aquella Ciudad Eterna, en donde aquel año había tantos obispos y gentes de España y de la América española, fundó allí mismo un periódico católico. Se llamó El Eco de Roma, estaba escrito en castellano, y su primer número salió de las prensas el día primero de febrero de 1870. Fue, pues, nuestro romanísimo Don Gabino quien fundó en Europa y fuera de España el primer periódico escrito en lengua castellana y periódico dedicado, como un zuavo pontificio, a la guarda y defensa de los derechos y prerrogativas del Romano Pontífice.

Pero ya era conocido en la misma Roma (tres años por lo menos hacía) el nombre y el romanismo del insigne polígrafo extremeño. Tres años hacía, en efecto, que en la tipografía de Sinimberghi se había impreso en elegante volumen, cuya marca era la llamada de folio menor, el Omaggio cattólico (homenaje católico) in varie lingue ai Principi degli Apostoli PIETRO e PAOLO nel XVIII centenario dal loro martirio.

En medio de las composiciones o piezas en prosa y verso que forman y hacen este ya rarísimo libro, campea la oda famosa de nuestro Don Gabino Tejado, escrita en vibrantes estrofas manzonianas. Por epígrafe la puso su autor aquel romanísimo texto de San Juan unum ovile et unus Pastor; y a ese único redil y a ese único Pastor universal se refieren más que otra alguna las dos últimas estrofas en donde fulgura la más cierta esperanza en futuros gloriosísimos triunfos de la Iglesia, esperanza que nadie como el inmortal Pío IX sabía imprimir en el alma y en el corazón de todos los que lograban la dicha de oír cualquier discurso del Pontífice de la Inmaculada, de la Infalibilidad y del Syllabus.

Ya de victoria fúlgido
El estandarte ondea;
Con nuevo sol las márgenes
Florecen de Judea;
Tíñese en nueva púrpura
la cumbre del Tabor.

Del antes yermo Gólgota
La falda ya florida
Pastos ofrece ubérrimos
A la grey escogida
Que guarda en redil único
El único Pastor.

Este fue nuestro maestro Don Gabino Tejado. A su amigo y amigo mío fraternal Don Antonio Quilez debe hoy EL SIGLO FUTURO la dicha de publicar el mejor y más gallardo retrato que existe del romanísimo autor de El Triunfo y de El Catolicismo liberal, de la Biblioteca manual del cristiano y de El Eco de Roma.

Hombre más salado, más alegre, más ingenioso, más simpático que aquel, y de más amena conversación y cariñoso trato no le hubo en Madrid en todo el siglo XIX. El soñador, el melancólico, el gran Aparisi y Guijarro, corazón de oro y corazón de niño, entendimiento excelso y naturalmente cristiano, confesaba que los mejores ratos de su vida eran los que pasaba en fraternal coloquio con Gabino, en cuyos fraternales brazos murió de repente, por cierto, en noche memorable.

Pero con qué enfermedad tan triste para todos los que le amaban le probó el Señor en los últimos años de su vida! Si mal no recuerdo una parálisis le quitó el uso recto de la palabra. No apagó aquella enfermedad ni menoscabó la inteligencia de Don Gabino; pero le hacía trocar lastimosamente las palabras y los hechos; pedía, por ejemplo, el sombrero y lo que verdaderamente pedía era el periódico; se ponía a limpiar un libro y creía que estaba escribiendo unas cuartillas. Pero ¡oh alegría en medio de tanta tristeza, desolación y ruina! aquel hombre, aquel anciano que tan devotísimo amante había sido siempre de la Santísima Virgen, lo único que no trocaba, y en lo único en que no tropezaba era en la recitación o rezo de la salutación angélica.

Siempre llevó consigo hasta la tumba esta gran señal de predestinación: el amor y la devoción a Aquélla a quien mandó el Señor echar raíces de amor inquebrantable en el corazón de sus predestinados: et in electis meis mitte radices.