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Tema: Blas Piñar por la Cataluña tradicional y contra el moderno catalanismo

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    Blas Piñar por la Cataluña tradicional y contra el moderno catalanismo

    Discurso de Blas Piñar en Barcelona sobre historia de Cataluña y la catalanidad tradicional



    Revista
    FUERZA NUEVA, nº 571, 17-Dic-1977

    Blas Piñar en Barcelona

    “JA SOC AMB VOSALTRES, CATALANS”

    (Discurso pronunciado por Blas Piñar el 4 de diciembre de 1977, en el Palacio Municipal de Deportes de Barcelona)

    No voy a comenzar, amigos y camaradas, mi discurso con una frase más conocida que histórica “ja soc aquí”, porque ello sería un plagio político inaceptable y censurable (1).

    Prefiero iniciar mi disertación de esta forma: “ja soc amb vosaltres, catalans”. Ya estoy con vosotros, catalanes, “i els altres catalans”: catalanes de apellidos, abolengo y estirpe y catalanes de nacimiento, emigrantes e hijos de emigrantes, españoles todos, en suma, que no os avergonzáis, sino que tenéis el legítimo orgullo, en un tiempo de cobardía y de vileza, de saberos, sentiros y proclamaros españoles, recordando aquella frase de José Antonio: “Ser español es una de las pocas cosas serias que se puede ser en el mundo”.

    La Providencia ha querido que en el transcurso de una semana y en dos actos de rotunda afirmación nacional, nuestra presencia se haga visible en dos ciudades únicas, por lo mucho que representan. El domingo pasado, en Burgos, “caput Castellae” (2), y hoy en Barcelona, archivo de la cortesía, “cap i casal de Catalunya”, pero “cap i casal” no de la Cataluña “rica i plena” de los cuarenta años de franquismo, sino de una Cataluña desgarrada, entristecida, enfrentada otra vez como en los tiempos de la Semana Trágica o de Maciá y de Companys, donde renacen el paro, la desconfianza, el desorden y la pobreza, que lleva aparejados la democracia liberal, republicana o monárquica, y que ha llegado al cénit de la capacidad destructora con el Gobierno de Adolfo Suárez.

    Ningún sitio mejor que Cataluña, y dentro de Cataluña, Barcelona, para hacer un análisis de los temas candentes que llegan al tocarlos, porque Barcelona, hoy por hoy, es, más que ninguna otra de nuestras ciudades, compendio y síntesis de España.

    Decía Carlos Soldevila: “Si en los siglos pretéritos pudo envanecerse Barcelona de haber dado nombre y aliento a otras Barcelonas y Barcelonetas -en Sicilia, Provenza, Francia, Filipinas o Venezuela-, a partir del siglo XIX tiene el orgullo de albergar en su seno importantes, aunque anónimas, Almerías, Murcias, Zaragozas y Valencias, a la par que pequeñas, pero siempre crecientes, Coruñas y Cuencas”. Y Sánchez Mazas añadía, completando el pensamiento, que “toda España está en Cataluña y toda Cataluña está en España”.

    Por eso, aquí pudo tener acogida, por lo que tiene de abrazo de todas las regiones y de todas las ciudades de la Patria, el Pueblo Español que inaugurara Miguel Primo de Rivera durante la Exposición Universal de 1929.

    ***
    ¿Y cuáles son esos problemas lacerantes? ¿Dónde se encuentra la raíz de los mismos?

    Sin duda, en aquello que hiere y resquebraja la unidad, porque “todo reino dividido, perece”…

    • por el separatismo, hoy (1977) encubierto con la doctrina preconstitucional de las “nacionalidades”;

    • por el partidismo (no el suscitado por las opiniones lícitas en lo accidental, sino por los puntos de vista antagónicos en cosas esenciales y trascendentes);

    • por la lucha de clases (no la conflictividad lógica y previsible en cualquier tipo de convivencia humana, y por tanto en la empresa, sino el enfrentamiento fratricida y avivado por el odio que lleva al asesinato, como el del señor Bultó, y a la ruina del aparato productivo).

    Creo que ningún marco más a propósito que el catalán para una apreciación completa y exhaustiva del triple cáncer a que acabamos de aludir, de esta hidra de tres cabezas que está deshaciendo a España, puesto que, en definitiva, no se trata de configurarla de otro modo, sino de destruirla; y que aquí tiene su punto de arranque en el catalanismo.

    Yo quiero hacer una afirmación de principio, que luego la argumentación probará: que el catalanismo ha sido el adversario número uno de la auténtica tradición catalana, y que quizá sin saberlo, sin demasiada conciencia de aquel adagio que dice que “hay amores que matan”, estuvo a punto -y parece que no ha aprendido la lección- de sepultar en un baño de sangre y de asco a la Cataluña verdadera, a la única Cataluña posible, durante los años de la revolución marxista; de un baño de sangre y de esclavitud, del que fue liberada no por un Ejército invasor, sino por un Ejército nacional, en el que figuraba los voluntarios de la Bandera catalana de la Falange, los voluntarios catalanes del Tercio de requetés de la “Mare de Deu” de Montserrat y los voluntarios catalanes alistados en unidades diversas, que habían traspasado la frontera roja o se habían incorporado al Ejército liberador al ser ocupados sus pueblos.

    Aquel Ejército liberador fue saludado por el hoy cardenal arzobispo de Barcelona, doctor Jubany, como ejército portador de las banderas victoriosas.

    ***
    El catalanismo parte de que España es una “noción geográfica”, una agrupación artificial de patrias, impuesta tiránicamente por Castilla.

    El catalanismo entiende que Cataluña es una “nación subyugada” que exige en una

    primera etapa, el reconocimiento de la nacionalidad; en una

    segunda etapa, el sello político de la nacionalidad, es decir, el Estado, “l’Estat Catalá”, y en una

    tercera etapa, solamente condicional, una estructura federativa con las distintas “nacionalidades”, no con el nombre de España sino, a lo sumo, de Estado español.

    Estos postulados del catalanismo han ido cristalizando a través de:

    Un movimiento literario, que compartimos como tránsito a la cultura de un idioma vernáculo.

    Un movimiento político, originado por Prat de la Riba, que tuvo luego en la “Lliga” de Cambó y la “Esquerra” de Maciá y Companys, sus exponentes más importantes y conocidos.

    Un movimiento monetario, que consigue, cuando van a perderse la posesiones en América, la reforma aduanera de 1881, y que, como dijo José Antonio, supone la “especulación de la alta burguesía capitalista con la sentimentalidad de un pueblo, para conseguir los mercados interiores” (“Arriba”, 28-3-35).

    Un movimiento confesional, reflejado en la “pietat catalana”, “El Matí” y el deseo de Carrasco Formiguera de una “Generalitat constituida por obispos”.

    Un movimiento de lucha revolucionaria, que recoge hoy la cuña dialéctica que el catalanismo supone, para asumirla, beneficiarse de ella e instrumentarla a favor de la trinchera universal en que el marxismo se mueve.

    ***
    Pero el catalanismo es una falsedad histórica, una creación artificial y romántica que desaparece o es asumida por una mística real como es la mística del odio.

    Por ello, conviene replicar en serio a los postulados catalanistas en nombre de la realidad histórica y de la auténtica tradición catalana.

    La unidad de España no es algo que impuso Castilla (¡Pobre Castilla, sacrificada y pobre, frente a las regiones opulentas!)

    Los Reyes Católicos no hicieron ni impusieron la unidad, sino que la rehicieron.

    La unidad ya existía de siglos, como reconoce Torras y Bagés, la de los héroes míticos Hércules e Hispán; la de los romanos, pues como decía Cambó “perdamunt la Lusitania, la Bética i la Tarraconense ens parlaren sempre Espanya”; y la de los visigodos con Recaredo.

    Esa unidad no desaparece con la invasión mahometana; lo que ocurre es que, al igual que sucedió en la guerra de la Independencia, el pueblo, desprovisto de sus cuadros dirigentes y desaparecidas las instituciones, luchó donde y como pudo, con mandos que improvisó la necesidad y el talento, y se refugió en los Picos de Europa y en el Pirineo, en Covadonga y en la “Marca Hispánica” para constituir en ambos los dos núcleos de enganche y de supervivencia.

    Desde allí avanzó la corriente liberadora, surgiendo los dos grandes reinos, el de Castilla, con León, y el de Aragón, con Cataluña, cuyos reyes, como nos recuerda Menéndez Pidal, fueron siempre conocidos como “Reges Hispaniarum”, no obstante pertenecer a diversas dinastías.

    En el siglo XIII, virtualmente había terminado la tarea de liberación nacional. Los avances hacia el sur son paralelos y simultáneos y hasta en algún caso convergentes.

    Jaume “lo Conqueridor” y Fernando III el Santo pasan de los balbuceos iniciales de independencia frente a los invasores, a la conquista abierta y de la conquista a la unidad. Y en este aspecto se hace visible el lema del “tanto monta, monta tanto”, quizá porque ambos presentían que de su linaje vendrían al mundo los católicos Reyes que la consumaron.

    Esa visión de la unidad sagrada es tan poderosa que Jaume “el Conqueridor” increpa a las Cortes de Zaragoza que le regatean la ayuda económica que precisa, alegando la entrega a los castellanos del reino de Murcia. Esta entrega -que se hizo en armonía, a cambio de la cesión a los catalano-aragoneses de lo que es hoy el sur de la provincia de Alicante- la ha consentido, gritaría con énfasis don Jaume, por dos razones: la primera, “per Deu” y la segunda “per salvar l’Espanya”.

    Y fue un hombre de uno de estos países llamados “catalanes”, San Vicente Ferrer, el valenciano, el que -dejemos a un lado a los impugnadores de siempre- resolvió el problema dinástico en favor de la unidad española -en el famoso Compromiso de Caspe- con el peso de su santidad y de su prestigio, primero, de su patriotismo, después, y de sus razones lógicas, por último.

    Es así como el rehacimiento y la refundación de España fue obra del amor, del amor conyugal y del amor entre los pueblos hermanos de una misma Patria.

    De aquel esfuerzo de Don Jaume y de Fernando III se sigue la fortaleza nacional que había de proyectarse en dos mares, el Mediterráneo y el Atlántico, dando origen a la Hispanidad de una y otra orilla de España: la de Lepanto, que arranca del puerto de Barcelona y que salva a Occidente del peligro turco, y la de América, que parte de Palos de Moguer y que conquista para la Cristiandad un continente nuevo.

    Y junto a esta doble Hispanidad mediterránea y atlántica, surgía la Hispanidad religiosa que hizo posible Trento y la Reforma auténtica, con San Ignacio al frente, aquel vasco transido de Dios que hablaba mal el castellano y vino a Manresa y a Montserrat a hacer los primeros ejercicios espirituales, según el método que él mismo alumbró.

    ***
    ¿Desfigura esta realidad la Historia de Cataluña? Por supuesto que la historia fidedigna, la verdadera, no la falseada o inventada, no sólo no desfigura aquella realidad, sino que la avala y confirma.

    Fijémonos en los acontecimientos más exaltados y de mayor intensidad dramática.

    Años 1640 a 1652. Corpus de Sangre. Pero, ¿quién lo promovió en última instancia? Porque no se olvide que la actitud subversiva y rebelde de una parte del clero no es exclusiva de la (actual) época posconciliar. Y entonces, como ahora (1977) sucede, los bandoleros, los terroristas, encontraban refugio y asilo eclesiástico, más fuerte y protegido que el actual, en convento y monasterios.

    Esta actitud de hostilidad creciente de una parte del clero, llevó al canónigo Claris, “conseller en cap de la Generalitat” -tan patriota y tan amante de Cataluña-, a ofrecer la corona condal al rey de Francia, el que, como es lógico, envió a Barcelona un ejército con el príncipe Condé a la cabeza. De este modo, la libertad de Cataluña se entregaba e hipotecaba sin escrúpulos, y aquí hubo virreyes de Versalles y ocupación francesa hasta 1652, en que el pueblo, harto de manipulaciones deshonestas con sus sentimientos, obligó a retirarse a los franceses.

    Una parte del clero catalán, movido por intereses bastardos, luchó contra el poder civil, contra la dinastía austriaca de Felipe IV, apoyando a la dinastía francesa de los Borbones, que no había vacilado en aliarse con luteranos y con turcos, enemigos de la fe católica, en cuyo nombre fueron convocados para la guerra los catalanes.

    Y por si fuera poco el ensayo levantisco de tales patriotas enamorados de la grandeza de Cataluña, trajo consigo la pérdida para Cataluña y para España del Rosellón, en el que, precisamente por ello, no pudo darse la “Renaixença”, y el que ahora (1977), como aparece en el libro “Justificació de Catalunya” ni siquiera reivindica el catalanismo.

    Años 1705 al 1714. Guerra de Sucesión, en la que, por contraste, se obliga a los catalanes a luchar, no contra los Austrias y en favor de los Borbones, como en 1640, sino al revés, a favor del archiduque Carlos de Austria contra Felipe V de Borbón.

    ¿Cómo pudo producirse un cambio de sentimientos tan profundo, tan antagónico, en un espacio tan corto de tiempo?

    Sólo por la ingenuidad de la base, como ahora se dice, y por las intrigas de las capas superiores. Pero sea de ello lo que quiera, lo que importa consignar y destacar en este momento de deformaciones históricas, es que aquella guerra de sucesión fue en Cataluña una guerra antiborbónica; que aquí entró como Rey de España y no de Cataluña, el archiduque Carlos, como lo reflejan las canciones del tiempo, y sobre todo el “Cant dels Ocells”, cuya letra se olvida fácilmente; que el conseller Rafael Casanova, herido en la muralla barcelonesa el 11 de septiembre de 1714, luchaba y combatía por España, más aún por la “millor Espanya”, como dice Cristofols Despuig, fiel a sus tradiciones, contra el absolutismo de importación ajeno a la Patria; que la ciudad, en pleno asedio, se consagró a la Inmaculada, Patrona de la nación; y que cuando Antonio Villarroel, barcelonés, pero hijo de castellanos, herido grave, no pudo continuar mandando las tropas, se entregó la Capitanía General del Ejército a la Virgen de la Merced, a la que nunca se dio ni se ha dado matiz independentista; que Inglaterra y Austria, cuando convino a sus intereses, abandonaron a su suerte a los catalanes; y que, en suma, cada vez que alguien, so pretexto de amor a Cataluña, ha querido desarraigarla de España, Cataluña ha sido un despojo en manos bastardas, machacada sin piedad por sus falsos amigos.

    A la larga, aparte de ruido y dolor, al terminar aquella guerra dinástica, perdimos Gibraltar y Menorca, una de “les illes” del “gran imperio catalán”, lo que no creo que sea un éxito en la contabilidad catalanista exaltada del 11 de septiembre. ¡Y menos mal que, al menos, recobramos Menorca de la voracidad inglesa, pues de no haber sido así, el catalanismo, como en el caso del Rosellón, habría renunciado a la más lejana de las Islas Baleares! Hasta en esto los catalanistas tienen que confesar que la España que a ellos les molesta ha hecho posible la proyectada catalanización de Menorca.

    Digamos la verdad y sólo la verdad. En 1714, lo catalán, es decir, la España indómita y mejor que aquí se defendía, fue aplastada por la absolutismo que antes aplastó a Castilla, y por los poderes europeos a los que importaba muy poco Cataluña.

    Por eso no es a los catalanistas, que consideran arcaicos los valores religiosos españoles y tradicionales de Cataluña, a los que corresponde la conmemoración de la Diada del 11 de septiembre, toda vez que al catalanismo ha de repugnarle el espíritu y las razones de la guerra terminada en 1714.

    Ese espíritu, esa razones y la tradición catalana auténtica la recogerán:

    • los voluntarios de la Religión, de la Patria y del Rey que, de 1793 a 1805, entraron en Francia para combatir las ideas jacobinas;

    • el tambor del Bruch y los héroes del sitio de Gerona, durante la guerra contra Napoleón;

    • los catalanes de la Regencia de Urgel, que se levantaron contra las Cortes afrancesadas de Cádiz;

    • los “agraviats” de 1827, que combatieron a los absolutistas del ministro Calomarde;

    • los “matiners” que se opusieron a la boda de Isabel II, por frustrar la noble solución al problema dinástico propuesta por Balmes;

    • los carlistas de la montaña y de la plana de Cataluña, que pelearon en las guerras de este nombre y, en especial, en la que terminó proclamándose la Monarquía liberal de Sagunto;

    • los voluntarios de la Cruzada que combatieron y murieron en Codo y Belchite y en tantos lugares; los que guardaron y cantaron el “Virolay” cuando estaba prohibido en la Cataluña geográfica, con pena de muerte; los que descansan en la cripta de Montserrat, mirando a la “Mare de Deu” con devoción de hijos y soldados:

    • los mártires, en fin, todos los mártires, despreciados hoy (1977) por muchos de nuestros hermanos en la fe -que es el supremo de los martirios-, victimados en las checas de Vallmajor y San Elías, arrojados a las fosas comunes de Moncada, de la Rabassada, del Campo de la Bota, del cementerio viejo de Badalona y de Montjuich, sentenciados a muerte en la cárcel flotante del “Uruguay” y venerados en el altar de los mártires de la catedral de Barcelona.

    Ninguno de ellos era separatista. Todos hablaban en catalán, y en catalán, su lengua materna, amaron a España, y en catalán rezaban a Dios; y nunca emplearon el catalán, como alguien con acierto y con unción ha escrito, para maldecir y odiar, sino para amar y bendecir.

    Y permitidme, que entre los mártires, entre los asesinados en Cataluña, como un símbolo de lo militar y de lo religioso, cite los nombres del general Goded y del doctor Irurita, el obispo de Barcelona que no mereció un arranque generoso de Ventura y Gassol, el eximio poeta católico, “conseller de Cultura de la Generalitat”.

    A esto condujo, a la “Catalunya de paper”, el mito de la Cataluña neutral, aséptica y sin apellidos, como puede conducir, sin duda, el impulso electoral de “El teu primer vot per Catalunya” y del “Ara-Catalunya”. Tal era la tesis de Prat de la Riba al defender la nacionalidad catalana, puesto que para Prat de la Riba “una Catalunya lliure” podría ser “uniformista, centralizadora, democrática, absolutista, católica, librepensadora, unitaria, federal, individualista, sin dejar de ser catalana (pues estos) son problemas interiores que se resuelven en la conciencia y en la voluntad del pueblo, como sus equivalentes se resuelven en el alma del hombre, sin que el hombre o el pueblo dejen de ser el mismo hombre y el mismo pueblo por el hecho de atravesar esos estados diferentes”.

    Lo cual puede sonar muy bonito, pero no es cierto, porque ello supone una Cataluña de nombre, pero sin apellidos ni filiación, un vestido tan sólo, sin que importe el que lo lleva, poniendo el énfasis en la envoltura, y no en la mercancía o sustancia. (…)

    ¡Con cuánta razón decía Maragall que el catalanismo “ets una menestrala pervinguda!” ¡Y con cuánta desesperación tuvieron que confesarse equivocados catalanistas como Joan Estelrich, que en 1932 escribía: “A l’endemá de la República nosaltres forens perseguits”!

    Los catalanes que amaban a Cataluña en España, con titubeos explicables, porque es muy difícil sustraerse del todo a la presión del ambiente que por ósmosis penetra aún a pesar nuestro, supieron amar y servir a España.

    Eduardo Marquina, en “Oro del alma”, escribía en castellano la más bella poesía a la “Rendición de Breda”, inmortalizada por los pinceles de Velázquez, y prueba a la mejor hidalguía española en el campo de batalla.

    Mosén Cinto Verdaguer en “L’Atlántida” invocaba en su “Oda a la Inmaculada” la bendición de la Señora sobre la Patria.

    Víctor Catalá (seudónimo de una eximia mujer ampurdanesa) dejó escrita en catalán su obra impresionante, pero no vaciló en escribir el bello castellano que dominó como pocos.

    Albéniz arrancará a la sardana todos los sublimes encantos de la payesía rural.

    José María Segarra nos brindará en catalán, luego traducido al castellano, su “Herida luminosa”, que recorrió con éxito todos los escenarios.

    Eugenio d'Ors con su doble “Glosario”.

    Salvador Dalí, mejor cien veces que Picasso, nos dejará su “Cristo” del Museo de Nueva York, que no soltarán jamás los norteamericanos.

    La lista sería interminable y se quedarían, en esta enumeración, hecha sobre la marcha, muchos nombres en la penumbra. Pero ahí están los de Jaime Balmes, Félix Sardá y Salvany, Mosén Domingo y Sol (cuyos restos mortales cobija en Tortosa el Santo Ángel de España), el padre Vallet, Santa Joaquina Vedruna, Santa Teresa Journet, y los grandes “bisbes catalans” que entran en los capítulos más nobles de la gran historia: San Antonio María Claret, Pla y Deniel e Isidro Gomá, el arzobispo, el cardenal primado de Toledo y de la Cruzada.

    ***
    ¿Y va a repetirse y a agravarse la experiencia (1977)? ¿Querrá el catalanismo, después de su dramática experiencia, volver a las andadas, destruir a Cataluña y anudarla y entregarla a poderes ocultos o extraños a su propia identidad?

    El catalanismo fracasó porque no tenía base real, porque no tuvo nunca más apoyo que el sentimiento romántico que se sabía, por otra parte, confuso e indeciso. Cuando los sucesos de octubre de 1934, los marxistas fanatizados de Asturias resistieron hasta el final, arrastrados por la mística del odio, pero los catalanistas se desperdigaron y huyeron al escuchar los primeros disparos, porque no tenían mística seria, ni positiva ni negativa. Como le ocurre a todo lo que es artificial, aséptico y distante, según la fórmula hueca de Prat de la Riba.

    Lo trágico del catalanismo es que, destacando los hechos diferenciales, exaltando la discriminación racial y lingüística, deformando y falseando la Historia, ha introducido una cuña dialéctica que ha asumido hábilmente el marxismo, instrumentándolo a su favor. El caso del catalanismo, aunque no idéntico por razones que ahora no es posible exponer, corre parejas al de las provincias vascongadas. Todo el trabajo antiespañol de ese gran antiespañol cargado de resentimiento que fue Sabino Arana, para preservar las tradiciones religiosas y autóctonas del País Vasco -Dios y leyes viejas- no ha servido sino para dar nacimiento a la virulencia sanguinaria y marxista de ETA, a la que nada importa ni las leyes viejas ni Dios.

    Lo quieran o no lo quieran los catalanistas, el planteamiento del tema autonómico se les escapa sin posibilidad de detención y ha pasado a otras manos más fuertes y enérgicas que no se lo dejan arrebatar. En este aspecto sucede lo mismo que con el llamado cristianismo progresista, que utilizado en la praxis por el marxismo, pasa a ser más tarde, perdido todo ingrediente sobrenatural, marxismo ateo y militante que se abraza a los que persiguen a los que fueron hermanos en la fe. (…)

    ***
    Creo, amigos catalanes, que ha llegado el momento de la reflexión, del examen de conciencia y de la toma de posiciones para enderezar el camino, para continuar en Cataluña la obra de España, para terminar, como quería Ramiro de Maeztu, el templo de la Sagrada Familia de Gaudí.

    Para ello nada mejor que aquel “España retorna en tu” de Maragall, que este regreso creador y vitalizante a nosotros mismos, a lo que realmente somos por nuestro espíritu y nuestra ejecutoria colectiva secular. (…)

    Sobre esta “pedra” de España, de la España metafísica y total, vamos a seguir edificando en Cataluña, porque

    “Catalunya també es nostra”, porque

    “Catalunya també es Espanya”

    ¡Arriba España!

    (1) Frase que había pronunciado el anciano Tarradellas al regresar del exilio, dos meses antes.

    (2) Ver: Significado y sentido de Castilla para Blas Piñar


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    Última edición por ALACRAN; 14/03/2024 a las 14:38
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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