Juan Pablo II frente a León XIII y Pío XI
Ortiz de Zárate
Invitamos al lector a que primero lea las Encíclicas Satis Cognitum del Papa León XIII y la Mortalium Animos del Papa Pío XI. Luego, deje que estas presentaciones claras y precisas de la fe inmutable de la Iglesia Católica empapen su intelecto. A continuación, lea Ut Unum Sint de Juan Pablo II. ¡Santo cielo, qué diferencia!
No puede haber ninguna duda de que tanto los Papas León XIII y Pío XI (y una lista de otros papas demasiado larga para citarlos aquí) se habrían extrañado cuando menos, de estos escritos de Juan Pablo II, porque les hubieran resultado incompatibles con la doctrina de la Santa Iglesia Católica.
Una de dos: o los papas anteriores a Juan Pablo II estaban equivocados, y por lo tanto no fueron fieles a la Fe católica; o el equivocado fue Juan Pablo II, con las mismas terribles consecuencias. No hay término medio.
Ut Unum Sint es una Encíclica bastante larga, entre otras razones, porque utiliza extensas explicaciones para convencer al lector de que las novedades que presenta están acordes con la Fe católica. Aquí vamos a referirnos sólo a algunas de esas novedades y analizar su catolicidad.
La llamada a la unidad cristiana hecha con tanta vehemencia por el Concilio Ecuménico Vaticano II encuentra un eco cada vez más fuerte en el corazón de los creyentes, especialmente al aproximarse el año 2000; un año en que los cristianos celebrarán un Jubileo sacro: la conmemoración del Encarnación del Hijo de Dios, que se hizo hombre para salvar a la humanidad. El valiente testimonio de tantos mártires de nuestro siglo, entre ellos miembros de las Iglesias y Comunidades eclesiales que no están en plena comunión con la Iglesia católica, proporciona un nuevo impulso a la llamada conciliar y nos recuerda nuestro deber de acoger y poner en práctica su exhortación.
Que un mártir de la fe pueda pertenecer a aquellos que rechazan a la Santa Madre Iglesia y, al hacerlo, rechazan a Cristo, su cabeza, es una afirmación absurda.
Estos hermanos y hermanas nuestros, unidos en el ofrecimiento generoso de su vida por el Reino de Dios, son la prueba más poderosa de que se puede trascender y superar todo elemento de división mediante la entrega total de sí mismo por el bien del Evangelio.
Esto es falso. Uno no puede ofrecer su vida por el Reino de Dios y, al mismo tiempo, hacerlo desde fuera de su Reino, la Santa Iglesia Católica.
Los creyentes en Cristo, unidos en el seguimiento de las huellas de los mártires, no pueden permanecer divididos. Si quieren combatir verdadera y eficazmente la tendencia del mundo a anular el poder del Misterio de la Redención, deben profesar juntos la misma verdad sobre la Cruz. La Cruz! Los enemigos del Cristianismo pretenden minimizar la Cruz, para vaciarla de su significado, y para negar que en ella el hombre tiene la fuente de su nueva vida. Afirman que la Cruz no puede ofrecer ni perspectivas ni esperanza. El hombre, dicen, no es más que un ser terrenal que debe vivir como si Dios no existiera.
Sin embargo, se puede objetar fácilmente que uno no puede profesar “la misma Cruz” sin claramente profesar también la misma Fe; es decir, la Santa Fe Católica.
Es cierto que existen diferencias doctrinales que hay que resolver. No obstante, los cristianos no pueden infravalorar la carga que supone la desconfianza engendrada a los largo del pasado, así como los malentendidos mutuos y prejuicios. La complacencia, la indiferencia y el conocimiento insuficiente de los unos y otros han agravado a menudo esta situación. En consecuencia, el compromiso ecuménico debe basarse en la conversión de los corazones y en la oración, lo cual llevará incluso a la necesaria purificación de la memoria histórica.
No se trata de sentimientos heridos debido a acontecimientos de los siglos anteriores. Se trata de que los herejes se niegan a abrazar la doctrina de la fe; doctrina que es bien conocida, sin confusión, por todos los que deseen conocerla.
Lo que se necesita es una sosegada, lúcida y veraz visión de las cosas; una visión animada por la misericordia divina, capaz de liberar las mentes de las gentes y de inspirar en cada individuo una renovada disposición, precisamente con el fin de anunciar el Evangelio a los hombres y mujeres de cada pueblo y nación.
Pero ¿de qué “renovada voluntad” se trata? A menos de que se trate de una voluntad por parte de los herejes de abrazar con fe la plenitud de la doctrina católica, la unidad, simplemente, no será posible.
La voluntad de Dios es la unidad de toda la humanidad dividida . Por esta razón envió a su Hijo para que, muriendo y resucitando por nosotros, pudiera concedernos el Espíritu de amor. En la víspera de su sacrificio en la Cruz, Jesús mismo oró al Padre por sus discípulos y por todos los que creen en él, para que fueran uno, una comunión viviente. Esta es la razón de que exista no sólo el derecho sino también el deber de todo bautizado que forma parte del Cuerpo de Cristo de llevar adelante el plan de Dios: la plenitud de la reconciliación y la comunión.
Me parece que Juan Pablo II cae en un error aquí. La unidad ya existe, y existe en la Iglesia católica. Como decimos en el Credo: Creo en la Iglesia, que es UNA, santa, católica y apostólica… Al decir que la Iglesia es Una, estamos diciendo que creemos que la Iglesia Católica fue fundada sobre la Roca, Pedro (cf. Mt 16: 18), y que está unida bajo el sucesor de Pedro, que es el Papa. Queremos decir, por tanto, que Cristo fundó una sola Iglesia. Y la Iglesia es Una porque tiene como origen y modelo la unidad de un solo Dios en la Trinidad de las Personas; como fundador y cabeza a Jesucristo, que restablece la unidad de todos los pueblos en un solo Cuerpo; como alma al Espíritu Santo que une a todos los fieles en la comunión en Cristo. La Iglesia tiene una sola fe, una sola vida sacramental, una única sucesión apostólica, una común esperanza y la misma caridad (CIC-C 161).
La Iglesia no puede ser sino Una, porque así como hay un solo Cristo, no pueden haber varios cuerpos de Cristo, sino un solo Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia. También la Esposa de Cristo no puede ser sino una sola: su Iglesia. Juan Pablo II escribe como si se trata de una meta humana para la fabricación de alguna manera la unidad cuando en realidad se trata de un atributo divino de la Iglesia.
La unidad no es un concepto numérico. Por lo tanto, el que quiere la unidad debe profesar con la Iglesia Católica la única fe, participar en los mismos sacramentos, bajo la autoridad de la cabeza visible de la Iglesia, el Papa. Esta es la enseñanza inmutable que se encuentra en Satis Cognitum y Mortalium Animos; sin embargo, San Juan Pablo II trata esta enseñanza como si fuera cosa del pasado y como si la unidad de la Iglesia fuera un objetivo a conseguir en un futuro más o menos próximo.
Leamos, por contraposición, las palabras del Papa León XIII:
La Iglesia de Cristo, por lo tanto, es una y la misma para siempre; aquellos que la dejan se apartan de la voluntad y el mandato de Cristo, el Señor –abandonando el camino de la salvación, entran en el de la perdición. Todo aquel que se separa de la Iglesia se une a una adúltera; se ha aislado a sí mismo cortando los lazos que le unían a las promesas de la Iglesia. Y el que sale de la Iglesia de Cristo no puede llegar a las recompensas de Cristo …. El que no hace caso de esta unidad no observa la ley de Dios, no tiene la fe del Padre y el Hijo y no se aferra ni a la vida ni a la salvación. (Satis Cognitum 5)
Continua Ut Unum Sint:
El Concilio Vaticano II afirma que la Iglesia de Cristo “subsiste en la Iglesia católica … Por la gracia de Dios, sin embargo, ni lo que pertenece a la estructura de la Iglesia de Cristo ni tampoco la comunión existente con las demás Iglesias y comunidades eclesiales, ha sido destruida. De hecho, los elementos de santificación y de verdad presentes en las demás Comunidades cristianas, en un grado que varía de uno a otro, constituyen la base objetiva de la comunión existente, aunque imperfecta, que existe entre ellos y la Iglesia Católica. En la medida en que estos elementos se encuentran en las otras Comunidades cristianas, la única Iglesia de Cristo tiene una presencia operante en ellas”.
La verdad es que los cismáticos y herejes no están en comunión (común unión) con la Iglesia Católica, la única Iglesia de Cristo. Es por esto por lo que es tan importante para la Nueva Iglesia ecuménica introducir la novedad de que la Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia Católica. Se abre así la puerta a la falsedad de que esta “Iglesia de Cristo” está presente también en algún sentido en las comunidades de los cismáticos y herejes de tal manera que aún disfrutan de un poco de “comunión” con esta Iglesia de Cristo. Pero esto no es verdad.
Durante siglos la Iglesia Católica ha enseñado que la Iglesia de Cristo ES la Iglesia Católica. Por lo tanto, aquellos que se separan de ella NO ESTÁN EN COMUNIÓN CON LA IGLESIA DE CRISTO. Es un dogma de la fe católica que los que se separan de la Iglesia Católica no pueden “llevarse con ellos partes” de la Iglesia; la Iglesia es una e indivisible.
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