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Tema: El catolicismo tradicional español ante el 'caso Lefebvre' (1976-1978)

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    Re: El catolicismo tradicional español ante el 'caso Lefebvre' (1976-1978)

    LAS RELACIONES CON ESPAÑA DESPUÉS DE LA SANCIÓN CANÓNICA DE 1976

    Tras la sanción canónica en julio de 1976, numerosos obispos franceses y las Conferencias Episcopales de países como Alemania, Brasil o Canadá enviaron mensajes de adhesión al Papa. El cardenal Tarancón, presidente de la Conferencia Episcopal Española, remitió una carta a todos los prelados españoles para informar sobre el caso Lefebvre. El objetivo principal era impedir que en las diócesis hubiese sacerdotes o asociaciones de laicos que pudiesen favorecer “de buena fe” las actividades del arzobispo.22 Los obispos también recibieron copia del discurso de Pablo VI pronunciado el 24 de mayo en el cual se subrayaba el daño que causaban “los extremismos” en la Iglesia.23

    Mientras tanto, en septiembre, cuatro seminaristas de Ecône –el español Juan Fernández Krohn, los franceses Olivier de Blignieres y Jean Michel Faure, y el norteamericano Anthony Cathey- visitaron Madrid para impulsar la Fraternidad Sacerdotal San Pío X en España y difundir su obra.24

    La Hermandad Sacerdotal, que había sido muy crítica con la actitud del cardenal Tarancón ante la problemática situación de la Iglesia en España (secularizaciones, politización del clero, rechazo de la Cruzada, marginación de la piedad popular, etc.), se vio obligada a desmentir los rumores que señalaban la existencia de contactos con estos seguidores de Monseñor Lefebvre.25 La Hermandad envió cartas al nuncio apostólico y al presidente de la Conferencia Episcopal Española, reiterando su adhesión y obediencia al Papa.26

    En las Jornadas Sacerdotales celebradas en Santiago de Compostela durante ese mismo mes la Hermandad reiteró su alejamiento de Monseñor Lefebvre.27 D. Ángel Garralda, en su ponencia sobre la división del clero en España, señaló que la Hermandad no pertenecía al “integrismo desconcertante”del arzobispo francés. Esta asociación no rechazaba “la autoridad del presente en nombre del pasado”, no alejaba “a los fieles de los vínculos de obediencia al papa y obispos” y no arrojaba “el descrédito sobre la autoridad de la Iglesia en nombre de la Tradición”. Las críticas a Monseñor Lefebvre, principalmente por su desobediencia a la autoridad papal, no ocultaban cierta incomprensión por la falta de reacción de Roma ante situaciones consideradas mucho más graves en el seno de la Iglesia provocadas por clérigos progresistas o contestatarios.28

    En la V Asamblea General de la Hermandad celebrada en Granada, dos años más tarde, los sacerdotes volverían a manifestar su alejamiento del arzobispo.29 Según el testimonio de Juan Fernández Krohn, antes de la suspensión a divinis, las relaciones de los dirigentes de la Hermandad Sacerdotal Española con MonseñorLefebvre y con los seminaristas de Ecône que visitaban España fueron cordiales.Una vez que comenzaron los problemas canónicos con Roma, los sacerdotes de la Hermandad fueron marcando distancias. La excepción fue el P. Mariné, quien,desde su parroquia de San Félix Africano en Barcelona, - antes y después de la suspensión a divinis del arzobispo- mantuvo contactos con los grupos sacerdotales de Monseñor Lefebvre orientando algunas vocaciones haciael seminario de Ecône.30

    Los órganos de divulgación del catolicismo más conservador o tradicional como ‘Fuerza Nueva’, ‘Iglesia-Mundo’, ‘Roca Viva’ o ‘¿Qué Pasa?’mostraron comprensión por el arzobispo y justificaron su defensa de la fe tradicional ante las consideradas desviaciones litúrgicas, pastorales y teológicas surgidas en el posconcilio. Sin embargo, en líneas generales, se trató de un apoyo tibio, siempre condicionado a la plena obediencia y sumisión al Papa.

    Durante 1976, 'Fuerza Nueva' fue la publicación que defendió más claramente al arzobispo. Esta revista se había convertido en órgano de expresión del partido político del mismo nombre, autorizado en 1976, que mantenía posturas radicales, mezcla de conservadurismo autoritario, falangismo y tradicionalismo, contrarias al desmontaje del franquismo y de defensa de la confesionalidad católica del Estado. En distintos artículos Fuerza Nueva reiteró la incomprensión por la conducta del Vaticano. En líneas generales no se entendía que se sancionase a un prelado que había conseguido un "floreciente seminario” en comparación con el resto de seminarios que se encontraban vacíos de vocaciones. Tampoco se comprendía que se persiguiese a un “defensor del dogma católico” mientras se permitían en nombre del ecumenismo las actividades de “obispos cismáticos, protestantes y de sectas difíciles de considerar cristianas”.31

    Fuerza Nueva, dentro de su estrategia política de rechazo a la transición hacia la democracia y al desmontaje del Estado confesional, aprovechó el caso Lefebvre para atacar a los obispos españoles quienes reiteradamente habían sido denunciados en la revista por su pasividad ante la crisis posconciliar y por su “traición” al régimen franquista. Mientras Monseñor Lefebvre defendía la fe considerada tradicional, estos obispos eran presentados como “ocupados en la democracia” en vez de “limitarse a cumplir y predicar losEvangelios”.32 En algún artículo se llegaba a reconocer la desobediencia del prelado francés pero destacando su ortodoxia en comparación con “los prelados heréticos, filomarxistas y subversivos” que actuaban sin ser amonestados por el Vaticano.33 Pedro Bouyssi, en su defensa de Monseñor Lefebvre, apuntaba que la masonería era la posible responsable de las dificultades en el diálogo entre el arzobispo y el Papa. El periodista, según versiones que circulaban por Roma, recordaba que “el cabeza y alma de la reforma de la liturgia tras el Concilio Vaticano II” (se refiere sin citarlo al cardenal Agustín Bea) estaba adscrito a una secta masónica.34

    La postura más radical la expuso Eulogio Ramírez. Este periodista planteaba, más o menos abiertamente, que, frente a la crisis eclesiástica, Pablo VI no ejercía plenamente sus funciones de magisterio y de gobierno de la Iglesia. Incluso insinuaba la existencia de “una situación de sede romana vacante”. Esta inhibición o pasividad del Papa justificaba la actitud del prelado francés. Eulogio Ramírez planteaba como solución al “caso Lefebvre” el consentimiento del Papa para las actividades de Ecône tal y como hacía con otros grupos de cristianos. “Si Pablo VI no prefiere dimitir, pero tiene un espíritu tan ecumenicista como para recibir en audiencia a cismáticos, herejes y ateos y levantar la excomunión a la Iglesia cismática bizantina, no parece que sea mucho pedir y mucho conceder el consentir que monseñor Lefebvre y sus fieles continúen afectos a los ritos y doctrinas tridentinos, lo mismo que hay ritos mozárabes, ambrosianos, bizantinos o maronitas”.35 La misma idea era repetida en otro artículo donde se expresaba la sorpresa por la condena al arzobispo “por decir la misa tal y como se ha hecho durante siglos”, mientras las misas “progresistas, mezcla de ceremonia religiosa, acto político y espectáculo folklórico” no merecían una reacción vaticana. La postura de Monseñor Lefebvre se comparaba con “una corriente de aire puro que hubiera abierto con violencia las ventanas de una casa cerrada”.36

    No obstante, en la sección religiosa de la revista de Blas Piñar, el P. Fernando Hernández, miembro de la Hermandad Sacerdotal Española, realizaba una defensa mucho más tibia de Ecône. Este sacerdote entendía que las raíces de la crisis del caso Lefebvre iban más allá de la misa en latín y las cuestiones litúrgicas. Los problemas eran más profundos y estaban relacionados con la crisis posconciliar. Defendía la prudencia, la reflexión y, ante todo, la indiscutibilidad de la persona del Papa y su normativa.37

    En ‘Iglesia-Mundo’, publicación muy crítica con la evolución eclesial posconciliar, se compararon los frutos de la doctrina de monseñor Lefebvre con los que estaban dando las interpretaciones, a juicio de la revista, abusivas del ConcilioVaticano II: seminarios vacíos, desviaciones litúrgicas, negación de dogmas, etcétera. Pese a la expresión de simpatía por el arzobispo, la publicación manifestaba claramente los límites de ese respaldo: “Y como fuera de la Iglesia no hay salvación, y como «ubi Petrus ibi Ecclesia», nosotros estamos y estaremos siempre con el Vicario de Cristo, postura que no nos fuerza en modo alguno a oponernos a la doctrina que profesa y defiende Monseñor Lefebvre”.38

    En ‘Iglesia-Mundo’ también se publicaron dos artículos de Marcel Clement, director de la revista francesa ‘L’Homme Nouveau’ que expresaban adecuadamente la actitud del catolicismo tradicional conservador, pero no integrista, ante el problema Lefebvre. En primer lugar, se compartían gran parte de las denuncias del arzobispo sobre los males de la Iglesia y su defensa de la tradición católica. Sin embargo, este catolicismo conservador aceptaba el Concilio. Esta aceptación no impedía renunciar a denunciar las consideradas desviaciones o abusos en las aplicaciones de su espíritu. La interpretación conservadora del Concilio se entendía respaldada por las declaraciones y actuaciones de Pablo VI en casos como las polémicas del catecismo holandés, la encíclica Humane Vitae o el celibato sacerdotal. En definitiva, compartir muchas de las denuncias de monseñor Lefebvre sobre los problemas eclesiales no suponía rechazar el Concilio ni la autoridad del Papa para gobernar la Iglesia.39 Las mismas ideas eran reiteradas, meses después, por Marcel Clement en otro artículo que, sin condenar las posturas de Monseñor Lefebvre, insistía en la necesidad de mantener la unidad de la Iglesia. En la presentación de este artículo 'Iglesia-Mundo' asumía las ideas expresadas por el periodista francés proclamando su “fidelidad sin límites al Papa Pablo VI”. La revista quedaba “esperanzadamente abierta para acoger con obediencia filial” la solución que propusiese el Papa al caso Lefebvre.40

    El anhelo de un acercamiento entre el arzobispo y Pablo VI se expresaba significativamente en la información sobre la aproximación de posturas- luego desmentida por los hechos- durante la entrevista mantenida e l11 de septiembre de 1976 en Castelgandolfo.41 ‘Iglesia-Mundo’ entendía que este encuentro, que buscaba la resolución del caso Lefebvre, había sido criticado por los “defensores sospechosos” del Papa.42

    En febrero de 1977, un editorial de la revista expresaba claramente su rechazo a las posturas desobedientes a partir de los argumentosque utilizó Pablo VI en la carta, que ‘Iglesia-Mundo’ publicó íntegra, dirigida al arzobispo en octubre de 1976, un mes después del encuentro de Castelgandolfo. Monseñor Lefebvre, pese a ser calificado como una “excelente persona”, “hombre de gran celo” y“enamorado de la Iglesia”, estaba equivocado por un desenfoque en “la visión dela ortodoxia y la obediencia al Papa”. El editorial, siguiendo los argumentos y palabras de Pablo VI en su escrito, señalaba que las desviaciones doctrinales existentes en la Iglesia eran fruto de malas interpretaciones del Concilio y no,como acusaba el arzobispo, del mismo Concilio. La subversión, que el Papa reconocía en el seno de la comunidad eclesial, era fomentada por la actitud del prelado. En definitiva, Monseñor Lefebvre estaba en el error aunque la revista expresaba el deseo de que aceptase la invitación del Papa a la plena sumisión por el bien de laIglesia.43

    ‘Roca Viva', fundada por el P. Luis Ruiz Galiana y cuyo redactor jefe era el P. Bernardo Monsegú, también contempló con simpatía las posturas de Monseñor Lefebvre. Antesde la crisis de 1976, la revista había publicado alguna conferencia del arzobispo o informaciones elogiosas sobre el seminario de Ecône. Mantuvo su comprensión ante los motivos de fondo de la actitud de Monseñor Lefebvre aunque, como otras publicaciones del catolicismo tradicional español, siempre defendiendo la sumisión y obediencia plena al Papa.44 Como señalaba el P. Monsegú, España era una nación “muy del Papa” y “el católico pueblo español, entre Monseñor Lefebvre y Pablo VI, actuando como Papa, se inclinaría siempre del lado de éste”.45...
    Última edición por ALACRAN; 17/03/2016 a las 21:49
    Pious dio el Víctor.
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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