DE CAPTIVITATIBUS ECCLESIAE HISPANICAE TRIBUS



La Iglesia original española siempre supo transmitir la fe al pueblo. Fuimos fieles hijos de la Iglesia. A ella le dimos a santa Teresa, a san Juan de la Cruz, a san Ignacio de Loyola, a santo Domingo, y a una ingente pléyade de santos. Pero nunca tuvimos “tortícolis” por mirar a Roma. Fuimos leales y fieles, estuvimos embriagados de “lealtad católica” pero hoy tenemos una jerarquía que baila al son que se le marca.


Por Guy Fawkeslein. Dominus Est. 17 de octubre de 2019.

Introducción

Reconozco que escribo mucho sobre España porque es una tierra que quiero, que vio nacer a mi madre y que en la historia del catolicismo universal ha tenido siempre un papel singular. En mi último viaje, en la tertulia que tuve con unos buenos amigos de universidad, pude comprobar que allí la “cosa” (como dicen ellos) anda revuelta. Estos amigos míos venían de escuchar misa en la abadía de la Santa Cruz en el Valle de los Caídos (al día siguiente ya no pudieron) y sentían gran amargura por la situación que a nivel de España y del mundo entero estaba atravesando la Iglesia. Es por ello que me suscitó una reflexión que en el avión de vuelta no dejaba de rondarme y me he decidido a compartirla con ustedes.

Se trata de las cautividades de la Iglesia de España que la impiden dar más gloria a Dios y volver a ser lo que fueron. Sobre ella se podrá escuchar aquel reproche del ángel a la Iglesia de Éfeso: “has abandonado tu amor primero” (Ap 2, 4). Una Iglesia inane que ha dejado a sus fieles a los pies de los caballos. Una Iglesia a la que el mismo Churchill hoy le diría lo que un día a Chamberlain: “se te ofreció poder elegir entre la deshonra y la guerra y elegiste la deshonra, y también tendrás la guerra”.



Primera cautividad: complejo histórico

La primera cautividad de la Iglesia de España es su actual – vamos a llamarlo- “complejo histórico”. Consiste en el contínuo rechazo (y por tanto desprendimiento) de su historia. Como le ocurre al conjunto de la sociedad española, la Iglesia también es víctima de la tan adoctrinadora leyenda negra. La Iglesia se ha creído toda la bazofia mentirosa anglosajona vertida sobre la historia de España, a la que está indisociablemente unida. Y, sobre todo, su gran complejo se agudiza en su historia reciente.Los prelados y jerarcas de la Iglesia creen que deben pedir perdón por su papel en la historia de España del s. XX. La rémora franquista les persigue y no son capaces de raspársela. No miran al pasado con gratitud por mucho que en sus discursos lo afirmen. Beatifican y canonizan mártires (según ellos del s. XX) de la cruzada nacional del 1936-39 pero no creen en su sacrificio. Miran de reojo la gesta evangelizadora de América y por eso ahora quieren apoyar al indigenismo, mejor cuanto más pagano.

Segunda cautividad: el pacto con Mammón

La segunda cautividad es la que conllevan los acuerdos económicos (et alii) con el Estado. La asignación tributaría del IRPF a través de la X en la casilla de la Iglesia católica; la exención en el pago del IBI, las inmatriculaciones con la ley de mecenazgo del 2002, la asignatura de religión católica en las escuelas públicas, el reconocimiento de los matrimonios católicos, etc… son fruto del acuerdo entre la Iglesia católica y el Estado español.Son beneficios que garantizan su estabilidad social pero ¿su libertad? ¿su verdadera libertad? ¿la libertad que surge de la Verdad? En estos días hemos de ponerlo en duda puesto que por mantener esos beneficios estabilizadores les ha llevado a dejar a la intemperie la inviolabilidad de un templo católico y una “res sacra” que se alberga en él. La CEE, órgano colegial del episcopado español, es hoy irrelevante, incluso para su mismo clero y, aún más, para su masa laical.

Tercera cautividad: la tortícolis romana

Esta es la tercera cautividad. Los obispos españoles se han convertido en la voz de su amo. No se trata de hacer una Iglesia española paralela como si fuera un rebrote del galicanismo. No. No se trata de emular a la cismática Iglesia alemana. No. Se trata de volver a ser lo que fuimos desde que el Evangelio llegó a aquellas tierras. Volver a rescatar el “gen mozárabe”. Católicos a prueba de bombas. Católicos que no consentimos que la invasión musulmana acabará con nuestras raíces. Católicos que no permitimos que los godos nos hicieran arrianos. Católicos que unimos las tierras de la península bajo la única monarquía católica de Isabel y Fernando. Católicos que defendimos con ahínco la Inmaculada Concepción de María Santísima. Católicos que acogimos a los hermanos que tuvieron que huir de la Francia revolucionaria y a los ingleses y escoceses que escaparon de la perversa y cruenta persecución de Enrique VIII. Católicos que defendimos siempre al Papa y al que obedecemos y queremos.Pero la Iglesia original española siempre fue goda, hispana, hispano-mozárabe, con rito y liturgia propia que supo transmitir la fe al pueblo. Fuimos fieles hijos de la Iglesia. A ella le dimos a santa Teresa, a san Juan de la Cruz, a san Ignacio de Loyola, a santo Domingo, y a una ingente pléyade de santos. Pero nunca tuvimos “tortícolis” por mirar a Roma. Fuimos leales y fieles, estuvimos embriagados de “lealtad católica” pero hoy tenemos una jerarquía que baila al son que se le marca. Vemos como un arzobispo español se junta con el imán de la ciudad para rezar, a no se qué Dios, para que llueva (qué diría el profeta Elias). Una triste pena.

La cuestión Franco

Dicho todo lo anterior, se entenderá porqué hoy la Iglesia española, en su alta jerarquía, ha tomado la actitud que ha tomado respecto a la exhumación del cadáver de Francisco Franco. Se ha lavado – cual Pilatos – las episcopales manos como si la cosa no fuera con ellos. ¿No recuerdan que fue éste quien, a última hora, se levantó, no contra un gobierno, sino contra los desórdenes y desmanes que se estaban produciendo en España? ¿No recuerdan que Franco reacciona contra el incendio de centenares de Iglesias, asesinatos de sacerdotes y laicos católicos y violaciones y asesinatos a religiosas y monjas? ¿No recuerdan que el general Franco, siendo ya caudillo, recibió la medalla de la Orden de Cristo, concedida por Pío XII o las palabras halagadoras de san Juan XXIII? ¿No recuerdan que Franco recibió, a su muerte, el parabién de todos los obispos españoles? Pero hoy no se trata de un cadáver, solamente. No. Se trata de defender la libertad y singularidad de la Iglesia. La libertad de culto y la inviolabilidad de sus templos y la singularidad de su historia y de sus juicios históricos, no dirigidos por nadie ajeno a ella. La exhumación del ex jefe de Estado es pulso del gobierno socialista, radical y laicista, a la Iglesia. Y Ésta se ha dejado doblar el puño. Es la demostración de fuerza y autoridad del gobierno frente a los obispos y al conjunto de católicos españoles. Hoy es Franco, mañana será la cruz.

Dios ha suscitado un profeta

Sin embargo, Dios no nos abandona. Usando palabras del Evangelio, – podemos decir- «Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo» (Lc 7, 16). Y lo ha hecho en la persona de un humilde monje benedictino que ahora rige los destinos de la comunidad de la abadía de la Santa Cruz que vive en el Valle de los Caídos. Se trata del P. Santiago Cantera Montenegro. Intelectual historiador que ha demostrado una entereza y una claridad de mente sin parangón en estos momentos. Un hombre que se ha creído aquella respuesta de los apóstoles al Sanedrín «hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5, 29).


El Prior del Valle es, hoy día, una luz en medio de las tinieblas que sobre España se ciernen. Un hombre que pasará a la historia del honor por su actitud frente a la ignominia del gobierno y el abandono del episcopado. Un hombre cuyas palabras serán luz y guía para los católicos actuales y del mañana: «Evitemos el odio que pueda surgir en nuestro corazón hacia quienes persiguen la fe. Oremos por ellos y que el amor de Cristo venza el muro del odio. Pero, sin dejar de amarles, sepamos también mostrar nuestra firmeza, porque el Señor está con nosotros y tenemos que defender su heredad, de la que forman parte las iglesias y los lugares de culto. Que podamos decir con convencimiento las mismas palabras que el abad benedictino santo Domingo de Silos dijera a un rey de Navarra en el siglo XI: “La vida podéis quitarme, pero no más”».Se comprobará, pues, que Dios, a pesar de la triple cautividad de su Iglesia en España no deja de suscitar lumbreras y profetas que romperán, sólo Él sabe cuándo, estas cadenas que la oprimen. Solo les pido, queridos lectores, que recen por aquel País que vio nacer a mis antepasados maternos y a la que, desde la distancia, llevo en el corazón y me identifico con ella.

Guy Fawkeslein




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