Revista FUERZA NUEVA, nº 589, 22-Abr-1978
Cambio de blanco
De algún tiempo a esta parte (1978) pueden observarse algunos hechos que no dejan de tener importancia, por cuanto significan en sí mismos y por lo que permiten suponer acerca del futuro de la Iglesia en nuestra patria. Hasta hace poco, cuando desde algún artículo de prensa se vertía fango sobre personas de mayor o menor representación de nuestro catolicismo, no era difícil averiguar, sin necesidad de leer el artículo, contra quién iba dirigido, pues siempre eran las mismas personas las que se llaman a la picota: el obispo de Cuenca (mons. Guerra Campos) , la Hermandad Sacerdotal Española, el obispo de Orense (mons. Temiño)…
Las cosas han cambiado y los enemigos de la Iglesia han ampliado considerablemente su campo de tiro. Recuérdense los recientes ataques al arzobispo Yanes y al cardenal Tarancón por unas tímidas reservas ante el texto de la futura Constitución. Aquello era sólo un aviso. En el último número de “Interviú” que ha caído en mis manos viene un ataque inmisericorde contra el obispo de Jaén, señor Peinado. Vendido a los ricos, dictador, perseguidor de los buenos sacerdotes (que son naturalmente los que acaban secularizándose), etc. Lo que se dice poner a alguien como chupa de dómine es poca cosa en comparación con el retrato que resulta del actual obispo de Jaén.
Nunca fue ese señor obispo santo de mi devoción. Pienso que, sin ser de los más destacados, se alineó siempre con una tendencia hoy mayoritaria en nuestra Iglesia que ha sido la causante de la atonía actual de nuestro catolicismo. Me dejan, pues, frío los ataques a su persona, aunque sienta sinceramente el fondo antieclesial que destila todo el artículo. Que le defiendan, por tanto, sus amigos, si es que alguno tiene, porque a la línea mayoritaria de la Conferencia Episcopal le ocurre como a un conocido y también mayoritario partido político (UCD) que, para saber lo que son militantes tiene que acudir a un diccionario.
El obispo de Lérida, señor Malla, tampoco queda demasiado bien parado en otro artículo que la misma revista publica a continuación del dedicado al señor Peinado. Aun siendo los ataques menos virulentos, también queda bien servido el obispo de Lérida.
Los teólogos punteros del “taranconismo”, Olegario González de Cardedal y Fernando Sebastián, rector este último de la Universidad Pontificia de Salamanca, son acusados por el profesor Aranguren de ser “los teólogos de la UCD”. Cosa que a ellos no les ha parecido nada bien, aunque a tal partido no le iban mal tales teólogos.
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Abierta la veda del anticlericalismo, parece que no hay ya especies protegidas. Porque antes todos estos señores eran la capra hispánica, intocable salvo para algunos furtivos como mi querido y admirado Eulogio Ramírez. Sin embargo, la diferencia entre unos y otros cazadores es notable: los nuevos van a pelo y a pluma disparando a la Iglesia en las personas. Qué diferente actitud de los que en ocasiones se veían obligados a tirar a alguna pieza por amor a la Iglesia.
Repito que no me duelen esas perdigonadas en tales obispos y teólogos. Algunos bien merecidas se las tenían, si no por el motivo por el que les dispararon, sí por otros públicos y notorios. Pueden incluso ser muy positivas en el caso de que sirvan para hacerles comprender de una vez dónde están los verdaderos hijos de la Iglesia y dónde sus reales enemigos. Creo, sin embargo, que aún son pocas y tendrán que venir más, y de que vendrán no me cabe la menor duda, para que lleguen a darse cuenta de dónde vienen realmente los tiros. Aunque también puede ocurrir que cuando acudan a protegerse a nuestro campo alguno venga ya tan desplumado o con los cuernos tan astillados, si seguimos con el ejemplo de la cabra, que de nada sirvan ya a la Iglesia española. La pérdida, ciertamente, no sería grave (…)
Francisco José FERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA
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