Revista FUERZA NUEVA, nº 116, 29-3-1969
(La opinión de los demás)
MADIRAN DENUNCIA LA HEREJÍA
Jean Madiran es una de las más apasionantes -y apasionadas- figuras de la literatura francesa actual (1969). Poco conocido en España -citemos la excepción de FUERZA NUEVA, donde han aparecido algunos de sus trabajos- más de una vez nos hemos interrogado sobre las causas de esta “ley del silencio” impuesta tácitamente sobre su nombre y su obra. No deja de ser curioso, en efecto, que mientras se cita y se divulga constantemente a los más insignificantes falsificadores de la verdad teológica, se deje al margen a un sólido autor en cuyo haber figuran diez obras de carácter teológico, filosófico y polémico de considerable altura.
Quien lea -y no lo recomendaremos bastante- su más reciente libro, “L’Héresie du XXe Siecle”, lo comprenderá inmediatamente. Madiran es un lúcido y arrebatador combatiente que está quemando su vida e inteligencia en una tarea gigantesca: el descubrimiento de los grandes mitos falsos de lo que se denomina “el espíritu posconciliar”, la denuncia implacable de las desviaciones y sofisticaciones, el mantenimiento de la verdad.
Su posición -y el título mismo del libro lo anticipa- es clara: estamos ante una herejía nacida en realidad hace tiempo y que ha explotado en la superficie después de haber sido minuciosamente preparada durante años. Aunque Madiran se ha circunscrito al Episcopado francés, por considerar que dentro de él resulta más grave el cáncer teológico, el análisis que efectúa de las tesis erróneas cuya propagación desde arriba ha contribuido a la difusión del error y la confusión, es válido para la Iglesia en su conjunto.
¿A qué se debe este cáncer? En dos puntos clave se basa Madiran para desarrollar una vasta y formidable argumentación, rigurosamente documentada y por la que atraviesan, además, estremecedores relámpagos de intuición. Uno es el hecho de que, a pesar de que sólo León XIII publicó doce encíclicas sociales, éstas no han sido estudiadas ni difundidas, por la pasividad o el desconocimiento de quienes más obligados estaban a darlas a conocer.
Y otro es el hecho de que se ha efectuado el sorprendente descubrimiento de que, para adaptarse al mundo de hoy, la Iglesia debería vaciarse de su propio contenido, considerando “retrógradas” o no válidas muchas de las verdades luminosas y permanentes que abandera desde hace veinte siglos. Si al principio de este proceso gravísimo se hablaba sólo de cambiar “las formulaciones”, la realidad es que lo que se estaba cambiando era la esencia, de modo paulatino e invisible para los católicos.
Con verdadero horror se asiste hoy (1969) a la etapa final de ese proceso de destrucción de las verdades permanentes, sacrificadas a un modernismo que desemboca en una verdadera herejía. Cuando hoy se habla de “moderno” se siente la sospecha de que “moderno” se opone, a la vez, a natural y cristiano. Subrepticiamente se ha trastocado el cimiento del catolicismo, aceptando los planteamientos de la propaganda marxista.
Agudamente señala Madiran que puede verse cómo cada día el Episcopado, en sus admoniciones pastorales y sociales, abandona la problemática cristiana y desarrolla la problemática moderna y, en ésta, de preferencia la problemática marxista. Se va en el “sentido del marxismo” desde el momento en que se acepta una falsa premisa: “Si estáis contra el comunismo estáis contra el progreso social y contra la felicidad del pueblo”. Este simplista esquema mental es el que predomina en muchas de las inteligencias que debieran tener en cuenta que el cristianismo no ha esperado al marxismo para descubrir la preocupación social. Lo grave es que, aceptando el planteamiento marxista, se ha llegado a olvidar que el cristianismo es incompatible con el comunismo “intrínsecamente perverso”.
Entre los errores que Madiran enumera, hay algunos que son de viva actualidad, por ejemplo, señala que se está empleando abusivamente la palabra “socialización” -que habitúa a pensar en que Cristo vino a la tierra para establecer un“Reinado del socialismo”-, cuando, en realidad, la expresión utilizada es la de “socialum rationum incrementa”, que puede traducirse por desarrollo de relaciones sociales. Si se efectúa esta traducción correcta, adquiere todo su verdadero significado la encíclica “Gaudium et spes”, de la que lo menos que puede decirse es que está siendo manipulada por ciertos teólogos modernos, que han llegado a decir que “la socialización no es solamente un hecho ineluctable de la historia del mundo. Es una gracia”.
Este proceso de “pensamiento” es el que ha conducido a posturas en que teólogos, ya presas de la doctrina marxista, no hacen otra cosa que cubrir su difusión oculta del marxismo con el velo de un cristianismo presentado artificialmente, para imponer su sujeción a la problemática marxista, bien suavizada con el nombre de “socialismo”, o bien con la etiqueta abierta del comunismo. Que estos teólogos se hayan convertido en Francia en defensores de la barbarie nihilista y comunizante de la llamada “revolución de mayo de 1968” era una consecuencia fatal. Sin insistir demasiado en este punto, el autor señala otras convergencias que el lector debe tener muy a la vista para explicarse actitudes que parecen demenciales y que no son otra cosa que el punto final de un proceso de descristianización que se agita en el interior mismo de la Iglesia.
Con documentos en apoyo, Madiran aclara algunos puntos de esta confusión. Recuerda, por ejemplo, que fue “L’Humanité”, órgano central del partido comunista francés, quien, el 9 del enero de enero de 1960, lanzó un llamamiento a los cristianos en masa contra el cardenal Ottaviani y los “Torquemada del Santo Oficio”. Esta consigna fue seguida por quienes han olvidado -o no han leído- lo que se dice la encíclica “Divini Redemptoris”:“el comunismo es una extraordinaria regresión que arrastra a los pueblos a una barbarie ciertamente más espantosa que aquella en que se encontraban la mayor parte de las naciones antes de la venida del Divino Redentor”.
Por una parte, hemos de recordar (1969) que, no hace mucho, el dirigente comunista (exiliado) Santiago Carrillo efectuaba una operación análoga, pretendiendo arrastrar hacia el comunismo a la fracción de cristianos más intoxicada ya por tesis ambiguas, para enrolarla en un combate contra el “integrismo”. Y nos tememos que su maniobra ha encontrado algún eco -pese al recuerdo de la Cruzada española- en espíritus fláccidos o corrompidos o predispuestos, por una propaganda masiva, a esta cooperación y diálogo. Garaudy tiene en España sus discípulos.
Leer esta obra de Madiran es sentir una corriente de aire limpio en estos días y ver con claridad entre las deliberadas tinieblas que crea el enemigo.
G. T. |
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