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Tema: Cursillo de Doctrina Social de la Iglesia

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    Re: Cursillo de Doctrina Social de la Iglesia

    Lección 9. El Crédito Social y la Doctrina Social de la Iglesia (Parte I)


    C.H. Douglas nos dijo que el Crédito Social podía definirse en dos palabras: cristianismo aplicado. En efecto, un estudio comparativo del Crédito Social y de la doctrina social de la Iglesia enseña hasta qué punto el establecimiento de las propuestas financieras del Crédito Social aplicaría de maravilla la enseñanza de la Iglesia sobre la justicia social. (Tomado de “La Batalla de San Miguel”)

    El primer ejemplar del periódico “Vers Demain” (Hacia mañana), fundado por Louis Even y Gilberte Côté, fue publicado en Canadá en septiembre de 1939 (su versión en Inglés, conocida como “Michael”, se publicó por vez primera en 1953 y la versión en español “San Miguel” en el 2003).

    Pero, ¿cuál es precisamente el mensaje que lleva este diario? ¿Por qué se fundó este periódico? ¿Cuáles fueron las intenciones y los objetivos de sus fundadores? Este mensaje, este objetivo, es el mismo en el 2006 como al principio, en 1939: promover el desarrollo de un mundo mejor, una sociedad más cristiana, a través de la difusión e implementación de las enseñanzas de la Iglesia Católica Romana, en todos los sectores de la sociedad. La búsqueda de un mundo mejor: precisamente fue por esta razón que los fundadores del periódico lo llamaron “Vers Demain” (Hacia el Mañana); querían construir un futuro mejor que el de hoy.

    Louis Even era, él mismo, un gran católico, y estaba convencido que un mundo mejor solo puede construirse sobre los principios eternos del Evangelio y las enseñanzas de su Iglesia — la Iglesia Católica Romana — cuya cabeza visible en la Tierra es el Sumo Pontífice, actualmente Benedicto XVI.

    Adicionalmente, los objetivos de los periódicos “Vers Demain”, “Michael”, y “San Miguel” están claramente señalados en la portada de cada número, justo bajo el logo. Uno puede leer a la izquierda: “Un periódico de Laicos Católicos por el reino de Jesús y María en las almas, familias y naciones.” Y a la derecha: “Por una economía de Crédito Social de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia a través de la acción vigilante de padres de familia y no a través de partidos políticos” (que significa, entre otras cosas, que la filosofía de “Crédito Social” a la que se hace referencia aquí no tiene nada que ver con partidos políticos, ni siquiera los llamados “partidos de Crédito Social”, sino que es simplemente una reforma económica que puede ser aplicada por cualquier partido político en el poder).

    “San Miguel” es un periódico de patriotas católicos, que también tiene que ver con una reforma económica, a través de una “Nueva Economía” o “Crédito Social”. ¿Por qué? ¿Qué tiene que ver esto con la religión?, alguien se preguntará. El sistema de Crédito Social o Nueva Economía no es más que un método, una forma de aplicar la Doctrina Social de la Iglesia, la cuál es parte integral de las enseñanzas de la Iglesia Católica. Por consiguiente, el periódico “San Miguel” no se aleja de su primer objetivo que es el promover el desarrollo de una sociedad más Cristiana mediante la difusión de la enseñanzas de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.”


    ¿Por qué una Doctrina Social?

    Si la Iglesia interviene en materias sociales y ha desarrollado una serie de principios que han sido llamados “Doctrina Social de la Iglesia”, es esencialmente porque, tal como el Papa Benedicto XV dijo, “…es en el campo económico en el que la salvación de la almas está en juego…”. Su sucesor inmediato, el papa Pío XI, también escribió: “Puede decirse, con toda verdad, que actualmente las condiciones de la vida social y económica son tales, que extensas multitudes de hombres no pueden prestar atención a lo que verdaderamente es esencial y necesario, esto es, su salvación eterna. (Carta encíclica, Quadragessimo Anno, 15 de mayo de 1931).

    Pío XII empleó palabras similares en su programación de radio del 1 de junio de 1941: “¿Como puede la Iglesia, como Madre amorosa que se preocupa por el bienestar de sus hijos permitirse el permanecer indiferente cuando vemos sus privaciones, permanecer en silencio o pretender no ver y no entender las condiciones sociales que, voluntariamente o no, hacen difícil y prácticamente imposible una conducta cristiana en conformidad con los Mandamientos del Soberano Dador de la Ley?”

    Y del mismo modo se expresan todos los Papas, incluyendo actualmente a Benedicto XVI.


    Permeando a la sociedad con el Evangelio

    El 25 de octubre de 2004, el Pontificio Consejo de Justicia y Paz publicó el largamente esperado “Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia”, que presenta, en forma sistemática (330 páginas de texto más un índice de 200 páginas), los principios de la Doctrina Social de la Iglesia en diversas áreas de la vida pública. El trabajo en éste volumen había comenzado 5 años antes bajo la presidencia del difunto Cardenal Francisco Javier Nguyen van Thuan, quién falleció en septiembre de 2002. El libro está dedicado al difunto Santo Padre Juan Pablo II, “maestro de Doctrina Social y testigo evangélico de la justicia y la paz”, quien en 1999, en la Exhortación Apostólica Post-sinodal Ecclesia in América recomendó que “…sería muy útil tener un compendio o una síntesis aprobada de la Doctrina Social Católica, incluyendo un catecismo que muestre la conexión entre ella y la Nueva Evangelización. En éste Compendio puede leerse:

    “La Doctrina Social de la Iglesia es una parte integral de su ministerio de evangelización… Nada correspondiente a la comunidad de hombres y mujeres — situaciones y problemas concernientes a la justicia, la libertad, el desarrollo, las relaciones entre los pueblos, la paz — es extraño a la evangelización, y la evangelización sería incompleta si no tuviera en cuenta las demandas mutuas continuamente hechas por el Evangelio y por la vida concreta, personal y social del hombre (párrafo 66). Con su Doctrina Social, la Iglesia apunta a ‘ayudar al hombre en el camino de la salvación.’ Este es su primordial y único propósito (69). La Iglesia tiene derecho a ser la maestra de la humanidad, la maestra de la verdad de la fe: la verdad no sólo de dogmas, sino de la moral cuya fuente nace de la misma naturaleza humana y del Evangelio (70).

    “De un lado, la religión no debe restringirse a la simple ‘esfera privada’; de otro lado, el mensaje Cristiano no debe relegarse a ser una puramente salvación ultraterrena incapaz de arrojar luz sobre nuestra existencia terrenal. Por la relevancia pública del Evangelio y la fe, por los efectos corruptores de la injusticia, esto es, del pecado, la Iglesia no puede permanecer indiferente a los asuntos sociales. ‘A la Iglesia pertenece el derecho a anunciar principios morales siempre y en todas partes, incluyendo aquellos pertinentes al orden social, y hacer juicios sobre cualquier asunto humano al extremo de ser requeridos por los derechos fundamentales de la persona humana o a la salvación de las almas.’ (Código de Derecho Canónico, canon 747, n. 2.) (71).

    La Iglesia no puede permanecer indiferente a situaciones como el hambre y la deuda externa en el mundo, que ponen en juego la salvación de las almas y, es por esto, que hace un llamado a una reforma de los sistemas económicos y financieros para ponerlos al servicio de la persona humana. La Iglesia por tanto presenta los principios morales por los que el sistema económico y financiero debe ser juzgado. Y dado que dichos principios deben ser aplicados de un modo práctico, la Iglesia hace un llamado a la fe de los laicos -cuyo propio rol, de acuerdo al Concilio Vaticano II, es precisamente la renovación del orden temporal para darle cabida al orden del plan de Dios- a trabajar en la búsqueda de soluciones concretas de un sistema económico que conforme con las enseñanzas del Evangelio y los principios de la Doctrina Social de la Iglesia.


    Hacia una Nueva Economía (Crédito Social)

    Es por esta razón que Louis Even decidió dar a conocer la doctrina del Crédito Social –una serie de principios y propuestas financieras establecidas por primera vez en 1918 por el ingeniero escocés Clifford Hugh Douglas, para resolver el recorte crónico del poder de compra en las manos de los consumidores.

    Las palabras “Crédito Social” significan dinero social, o dinero nacional, dinero emitido por la sociedad, en contraposición con lo que se maneja actualmente y que es el “crédito bancario”, dinero emitido por los bancos.

    Cuando Louis Even descubrió el gran potencial del Crédito Social en 1935, inmediatamente comprendió de qué manera esta solución podría ser aplicada a los principios cristianos de justicia social en economía, especialmente aquellos concernientes al derecho de todos de utilizar los bienes materiales, de la distribución del pan nuestro de cada día, a través de la correcta repartición de un dividendo social para cada ser humano.

    Es por esto que, en cuanto tuvo esa luz, Louis Even sintió como su deber, el de comunicárselo a todo el mundo.


    Cuatro Principios Básicos

    La Doctrina Social de la Iglesia puede resumirse en cuatro principios, o cuatro “pilares”, sobre los cuales todo sistema en la sociedad debe estar fundamentado. Se lee en los párrafos 160 y 161 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia:

    Los principios permanentes de la Doctrina Social de la Iglesia constituyen el verdadero corazón de la enseñanza social Católica. Estos son los principios de:

    1. La dignidad de la persona humana, que es el fundamento de todos los demás principios y del contenido de la Doctrina Social de la Iglesia;

    2. El bien común;

    3. La subsidariedad;

    4. La Solidaridad.

    Estos son principios de un carácter general y fundamental, dado que tienen relación con la realidad de la sociedad entera… Debido a su permanencia en el tiempo y la universalidad de su significado, la Iglesia los presenta como los parámetros primarios y fundamentales de referencia para interpretar y evaluar los fenómenos sociales, lo cual es fuente necesaria para desarrollar el criterio para el discernimiento y orientación de las interacciones sociales en todas las áreas.


    Primacía de la Persona Humana

    La doctrina social de la Iglesia puede resumirse en este principio base: la primacía de la persona humana.

    “La doctrina social cristiana tiene por luz la Verdad, por objetivo la Justicia y por fuerza dinámica el Amor… Su principio básico es que los seres humanos son y tienen que ser fundamento, meta y motivo de todas las instituciones en que se manifiesta la vida social”. (Juan XXIII, encíclica Mater et Magistra, 15 de mayo de 1961, nn. 219 y 226.)

    El Compendio establece: “La Iglesia ve en el hombre y la mujer, en todas las personas, la imagen viviente del mismo Dios. Esta imagen encuentra, y debe siempre encontrar, un más profundo y completo desdoblamiento de sí misma en el misterio de Cristo, imagen perfecta de Dios, quien revela a Dios al hombre, y al hombre a sí mismo”. (105)

    “Toda la vida social es una expresión de su protagonista indiscutible: la persona humana. ‘La persona humana es, y debe siempre permanecer, el sujeto, fundamento y objetivo de la vida social.” (Pío XII, mensaje radial del 24 de diciembre de 1944.) (106)

    “Una sociedad justa puede convertirse en una realidad solo cuando está basada en el respeto de la dignidad trascendente de la persona humana. La persona representa el fin último de la sociedad, por lo que se ordena a la persona: ‘He aquí que, el orden social y su desarrollo deben invariablemente trabajar por el beneficio de la persona humana, ya que el orden de las cosas es estar subordinadas a las personas, y no al revés.” (Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral Gaudium et Spes, 26).

    “El respeto a la dignidad humana no puede en forma alguna ser separado de la obediencia a este principio. Es necesario ‘considerar a todo prójimo sin excepción como otro yo, teniendo en cuenta primero que todo su vida y los medios necesarios para vivirla con dignidad’. Cualquier programa político, económico, social, científico y cultural debe estar inspirado por la conciencia de la primacía de cada ser humano sobre la sociedad.” (132)


    Sistemas al servicio del hombre

    El Crédito social comparte la misma filosofía. Clifford Hugh Douglas escribió en el primer capítulo de su libro “Democracia Económica:

    “Los sistemas están hechos para el hombre, y no los hombres para los sistemas, y el interés del hombre, que es el auto-desarrollo, está por encima de todos los sistemas.”

    En su primera Carta Encíclica Redemptor Hominis (El Redentor de los Hombres, del 4 de marzo de 1979), el Papa Juan Pablo II habló de “las indispensables transformaciones de las estructuras de la vida económica, de la pobreza en medio de la abundancia que pone en cuestión los mecanismos financieros y monetarios… (n. 15). El hombre no puede eliminarse a sí mismo, o el lugar que le pertenece en el mundo visible; no puede convertirse en el esclavo de las cosas, el esclavo de los sistemas económicos, el esclavo de la producción, el esclavo de sus propios productos.” (n .16)

    Todos los sistemas deben estar al servicio del hombre, incluyendo los sistemas financieros y económicos: “De nuevo quiero abordar un asunto muy doloroso y delicado. Me refiero al tormento de los representantes de varios países, quienes ya no saben enfrentar el intimidador problema de contraer deudas. Una reforma estructural del sistema financiero mundial es, sin duda, una de las iniciativas que parece más urgente y necesaria.” (Mensaje del Santo Padre a la 6a Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, Ginebra, septiembre 26, 1985.)

    “Como sociedad democrática, ¡miren cuidadosamente todo lo que está pasando en este poderoso mundo del dinero! El mundo de las finanzas también es un mundo humano, nuestro mundo, sometido a la conciencia de todos nosotros; para él también existen principios éticos. ¡Así que fíjense especialmente en que puedan contribuir a la paz mundial con su economía y sus bancos y no una contribución — tal vez en forma indirecta — a la guerra y la injusticia!” (Juan Pablo II, homilía en Flueli, Suiza, junio 14, 1984.)

    En su Carta Encíclica Centesimus Annus (publicada en 1991 para el centésimo aniversario de la Encíclica de León XIII Rerum Novarum), el Papa Juan Pablo II hizo una lista de los derechos humanos básicos (n. 47):

    “El derecho a la vida, del cual es parte integral el derecho del niño a desarrollarse en el vientre de la madre desde el momento de la concepción; el derecho a vivir en una familia unida y en un ambiente moral que conduzca al crecimiento de la personalidad del niño; el derecho a desarrollar la propia inteligencia y libertad buscando y conociendo la verdad; el derecho a compartir el trabajo que hace sabio uso de los recursos materiales de la Tierra, y a derivar de ese trabajo los medios para sostenerse y a sus dependientes; y el derecho a establecer libremente una familia, a tener y criar niños a través del ejercicio responsable de la sexualidad. En cierto sentido, la fuente y síntesis de estos derechos es la libertad religiosa, comprendida como el derecho a vivir en la verdad de la fe de uno y conforme con su dignidad trascendente como persona” [este último derecho de ausencia de coacción sobre la persona en materia religiosa es perfectamente compatible con la existencia de una estado jurídico-político que proteja y ampare el bien común de la unidad católica. Desgraciadamente, en su aplicación, ha prevalecido la interpretación de la “libertad religiosa” destructora de la unidad católica, amparada suicidamente por los gobiernos occidentales que todavía eran “legalmente” católicos (Italia, España -primero promovido ese suicidio por Franco y luego continuado por Juan Carlos- Colombia, cantones católicos suizos, etc...].


    No al comunismo

    La Doctrina Social de la Iglesia se sostiene por encima de los sistemas económicos existentes, ya que se confina a sí misma al nivel de los principios. Un sistema económico es bueno o no en la medida en que aplique estos principios de justicia enseñados por la Iglesia. Por ejemplo, el Papa Juan Pablo II escribió en su Carta Encíclica Sollicitudo Rei Socialis, en 1987: “La tensión entre el Este y Occidente es una oposición… entre dos conceptos sobre el desarrollo de los individuos y los pueblos, siendo ambos conceptos imperfectos y con necesidad de una corrección radical… Esta es una de las razones por las que la Doctrina Social de la Iglesia adopta una actitud crítica tanto hacia el capitalismo liberal y el colectivismo marxista.”

    Uno puede comprender por qué la Iglesia condena al comunismo, o al colectivismo marxista, el cual, como escribió el Papa Pío XI, es “intrínsecamente maligno”, y anti-cristiano, dado que el fin que busca es la completa destrucción de la propiedad privada, de la familia y la religión. Pero ¿por qué condenaría la Iglesia al capitalismo? ¿Podrían el capitalismo y el comunismo ser la misma cosa?

    En el segundo capítulo de su encíclica Centessimus Annus, Juan Pablo II recuerda los diferentes eventos que han tenido lugar en el mundo, desde la encíclica Rerum Novarum de León XIII hasta el presente, incluyendo las dos guerras mundiales y el establecimiento del comunismo en Europa del Este, e indica cómo León XIII acertaba en denunciar al socialismo, el cual, lejos de resolver la cuestión social, se convertiría en un gran fracaso, causando el sufrimiento de millones de víctimas inocentes:

    “El Papa León avizoró las consecuencias negativas — políticas, sociales y económicas — del orden social propuesto por el ‘socialismo’… uno debe enfatizar aquí en que la claridad para reconocer lo maligno de una solución que, aparentando invertir las posiciones de los pobres y los ricos, en realidad iba en detrimento del mismo pueblo al que se suponía que debía ayudar. El remedio probó ser peor que la enfermedad. Definiendo la naturaleza del socialismo de su época como la supresión de la propiedad privada, León XIII llegó al centro del problema.”

    El error fundamental del socialismo, dijo Juan Pablo II, es el ateísmo, porque negando la existencia de Dios, de un ser superior que creó al hombre, uno también niega la existencia de toda ley moral, toda dignidad y derechos de la persona humana; esto lleva a dictaduras, donde el Estado decide lo que está bien para el individuo, o al desorden social y la anarquía, donde cada individuo elabora su propio concepto del bien y el mal.


    El capitalismo debe ser corregido

    Aún cuando el marxismo haya colapsado, ello no significa el triunfo del capitalismo, porque incluso después de la caída del comunismo, todavía hay miles de millones de personas pobres, y situaciones de injusticia en el mundo:

    “La solución marxista ha fallado, pero las realidades de la marginalización y la explotación permanecen en el mundo, especialmente en el Tercer Mundo, como la realidad de la alienación humana, especialmente en los países más avanzados. Contra este fenómeno la Iglesia levanta su voz con fuerza. Vastas multitudes aún viven en condiciones de gran pobreza material y moral. El colapso del sistema comunista en tantos países ciertamente elimina un obstáculo para enfrentar estos problemas en una forma apropiada y realista, pero no es suficiente para solucionarlos. Ciertamente, existe el riesgo de que una ideología radical capitalista que se rehúsa siquiera considerar estos problemas se extienda, con la creencia a priori de que cualquier intento de resolverlos está condenado al fracaso, y que ciegamente confía su solución al libre desarrollo de las fuerzas del mercado.” (Centessimus Annus, 42.)


    Sí a un capitalismo que haya sido curado

    En Centesimus Annus, Juan Pablo II reconoce los méritos de la libertad de empresa, la iniciativa privada y las utilidades: “Parecería que, al nivel de las naciones individuales y de las relaciones internacionales, el Mercado libre es el instrumento más eficiente para utilizar los recursos y responder eficientemente a las necesidades. Pero esto sólo es cierto para aquellas necesidades que son ‘solventes’, en tanto vayan acompañadas de poder adquisitivo, y para aquellos recursos que son ‘mercadeables’, en tanto son capaces de obtener un precio satisfactorio. Pero hay muchas necesidades humanas que no tienen lugar en el mercado. Es un estricto deber de justicia y verdad no permitir que las necesidades humanas continúen insatisfechas, y el no permitir que quienes las padecen perezcan.” (n. 34.)

    La falla que la Iglesia encuentra en el capitalismo actual no es ni la propiedad privada ni la libertad de empresa. Por el contrario, lejos de desear la desaparición de la propiedad privada, la Iglesia desea su más amplia difusión a todos, de manera que todos puedan convertirse en propietarios reales del capital, y ser verdaderos “capitalistas”:

    “La dignidad de la persona humana necesariamente requiere el derecho al uso de bienes externos para vivir de acuerdo con las normas de la naturaleza. Y a este derecho corresponde una obligación muy seria, la cual requiere que, en la medida de lo posible, sea dada a todos la oportunidad de poseer la propiedad privada… Por tanto, es necesario modificar la vida económica y social para que se haga más fácil el camino hacia una extendida posesión privada de tales cosas como bienes perdurables, hogares, jardines, herramientas necesarias para empresas artesanales y granjas familiares, inversiones en empresas de mediano o gran tamaño.” (Juan XXIII, Carta Encíclica Mater et Magistra, mayo 15, 1961, ns. 114-115.)

    El Crédito Social, con un dividendo entregado a cada individuo, reconocería a cada ser humano como un capitalista, co-heredero de los recursos naturales y el progreso (invenciones humanas, tecnología).


    El capitalismo ha sido viciado por el sistema financiero

    La falla que la Iglesia encuentra en el sistema capitalista es que no todos y cada uno de los seres humanos viviendo sobre el planeta tienen acceso a un mínimo de bienes materiales, permitiéndole una vida decente, y que aún en los países más avanzados hay miles de personas que no comen todo lo que podrían. Es el principio de la destinación de los bienes humanos el que no se cumple: hay abundancia de producción, la distribución es defectuosa.

    Y en el sistema actual, el instrumento que permite la distribución de los bienes y servicios, el símbolo que permite a la gente conseguir productos, es el dinero. Es por lo tanto el sistema monetario, el sistema financiero el que falla en el capitalismo.

    Las fallas que la Iglesia encuentra en el sistema capitalista no provienen de su naturaleza (propiedad privada, libertad de empresa), sino del sistema financiero que utiliza, un sistema financiero que domina en vez de servir, un sistema que vicia el capitalismo. El Papa Pío XI escribió en Quadragesimo Anno, en 1931: “El capitalismo en sí no debe ser condenado. Y seguramente no está viciado en su misma naturaleza, pero ha sido viciado.”

    Lo que la Iglesia condena no es el capitalismo como sistema productivo, sino, de acuerdo con las palabras del Papa Pablo VI, “el calamitoso sistema que lo acompaña, el sistema financiero”:

    “Este liberalismo sin revisiones llevó a una dictadura justamente denunciada por Pío XI como productora del ‘imperialismo internacional del dinero’. Uno no puede condenar tales abusos con suficiente fuerza, porque — permítannos de nuevo recordar solemnemente — la economía debería estar al servicio del hombre. Pero si es cierto que un tipo de capitalismo ha sido la fuente de un sufrimiento excesivo, injusticias y conflictos fratricidas cuyos efectos persisten, sería equivocado atribuir a la misma industrialización los males que corresponden al calamitoso sistema que la acompañó. Por el contrario, uno debe reconocer en justicia la irreemplazable contribución hecha por la organización y el crecimiento de la industria a la tarea del desarrollo.” (Pablo VI, Carta Encíclica Populorum progressio, sobre el desarrollo de los pueblos, marzo 26, 1967, n. 26.)

    El defecto del sistema: el dinero es creado por los bancos como deuda.

    Es el sistema financiero el que no cumple su papel; ha sido desviado de su fin (que es hacer coincidir los bienes con las necesidades). El dinero no debería ser sino un instrumento de distribución, un símbolo que da derecho a reclamar algo, un derecho a los productos, un simple sistema de contabilidad.

    El dinero debería ser un sirviente, un instrumento de servicio, pero los banqueros, al apropiarse del control sobre su creación, lo han hecho un instrumento de dominación: dado que la gente no puede vivir sin dinero, todos — gobiernos, corporaciones, individuos — deben someterse a las condiciones impuestas a ellos por lo banqueros para obtener dinero, que es el derecho a vivir en la sociedad actual. Ello establece una dictadura real sobre la vida económica, los banqueros se han convertido en los amos de nuestras vidas, como el Papa Pío XI correctamente señaló en Quadragesimo Anno (n. 106):

    “Su poderío llega a hacerse despótico como ningún otro, cuando dueños absolutos del dinero, gobiernan el crédito y lo distribuyen a su gusto; diríase que administran la sangre de la cual vive toda la economía, y que de tal modo tienen en su mano, por decirlo así, el alma de la vida económica, que nadie podría respirar contra su voluntad.”

    No hay manera en la que cualquier país pueda salir de su deuda en el actual sistema, dado que — como hemos visto en lecciones anteriores — todo el dinero es creado como deuda: todo el dinero que existe entra en circulación sólo cuando es prestado por los bancos, a interés. Y cuando el préstamo se paga al banco (sacando este dinero de circulación), deja de existir. En otras palabras, el dinero nuevo se crea cada vez que los bancos dan un préstamo, y ese mismo dinero es destruido cada vez que los préstamos son pagados.

    La ley fundamental en este sistema es que cuando los bancos crean nuevo dinero en forma de préstamos, le piden a los prestamistas que paguen más dinero del que fue creado. (Los bancos crean el principal, pero no los intereses). Como es imposible pagar devolviendo dinero que no existe, las deudas deben acumularse, o usted debe pedir prestado también el monto del interés para pagarlo, lo cual no soluciona su problema sino que solo lo empeora, ya que usted termina sumergido más profundamente en la deuda.

    Esta creación del dinero como deuda por los banqueros es el medio de imponer su voluntad sobre los individuos, y de controlar el mundo:

    “Dentro de estas acciones y actitudes opuestas a la voluntad de Dios, el bien del prójimo y las «estructuras» creadas por ellos, dos son muy típicas: de un lado, el deseo compulsivo de ganancias que todo lo consume, y de otro, la sed de poder, con la intención de imponer la propia voluntad sobre otros.” (Juan Pablo II, Carta Encíclica Sollicitudo rei socialis, n. 37.)

    Como el dinero es un instrumento que es básicamente social, la doctrina del Crédito Social propone que el dinero sea creado por la sociedad, y no por banqueros privados para sus propias ganancias:

    “Hay ciertas categorías de bienes por los que uno puede alegar con razón que deben ser reservados a la colectividad cuando confieren tal poder económico que no puede, sin peligro para el bien común, dejarse al cuidado de individuos privados.” (Pío XI, Quadragesimo Anno.)


    El efecto del interés compuesto

    Instituciones como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial fingen ayudar a los países con dificultades financieras con sus préstamos, pero debido a las tasas de interés (interés compuesto) que tienen que pagar, estos países terminan más pobres de lo que eran antes de los préstamos. Aquí hay algunos ejemplos impactantes:

    Durante el período 1980-1990, los países de América Latina pagaron U. S. $418 mil millones en intereses por préstamos originales de U. S. $80 mil millones... y todavía debían el capital, ¡aunque habían pagado la deuda más de 5 veces!

    En Canadá las cosas están aún peor: el 93% de la deuda nacional de $562 mil millones (en 2003) consistía en intereses: el capital original prestado ($39 mil millones) representa sólo el 7% de la deuda. ¡Los restantes $523 mil millones cubren lo que ha costado pedir prestados esos $39 mil millones!

    De acuerdo con la Coalición Jubileo 2000, por cada dólar que fluye como ayuda a los países pobres cada año, $8 se devuelven como pagos de la deuda.

    Son ejemplos como estos los que llevaron a San León a escribir: “La avaricia que dice hacer al prójimo un bien mientras lo engaña es injusta e insolente… Aquel quien, entre las otras reglas de la conducta piadosa no preste su dinero a usura, disfrutará de descanso eterno… mientras quien se enriquece en detrimento de otros merece, a cambio, condenación eterna”. San Juan Crisóstomo también escribió: “Nada es más vergonzoso o cruel que la usura.” (La usura es cualquier tipo de interés cobrado sobre los préstamos).


    Las deudas deben ser borradas

    Cualquier persona sensible se dará cuenta que es criminal pedirle a las naciones que continúen pagando intereses sobre deudas que ya han sido pagadas varias veces. Uno puede ahora ver por qué la Iglesia condena la usura (el préstamo de dinero a interés), y pide la cancelación de las deudas. Cuando uno comprende que el dinero prestado por los bancos es creado literalmente de la nada, con un simple plumazo (o insertando las cifras en una computadora), entonces es fácil entender que las deudas pueden ser canceladas, borradas, perdonadas, sin que a nadie se le penalice.

    El 27 de diciembre de 1986, el Pontificio Consejo de Justicia y Paz expidió un documento titulado “Un acercamiento ético a la cuestión de la deuda internacional”. He aquí algunos extractos:

    “Los países deudores, de hecho, se encuentran a sí mismos atrapados en un círculo vicioso. Para poder pagar sus deudas, son obligados a transferir cada vez sumas más grandes de dinero al exterior. Estos son recursos que deberían haber estado disponibles para fines internos e inversión, y por lo tanto para su propio desarrollo.

    “El servicio de la deuda no puede ser mantenido al precio de la asfixia de la economía de un país, y ningún gobierno puede exigir de su pueblo privaciones incompatibles con la dignidad humana… Con el Evangelio como fuente de inspiración, otros tipos de acción podrían ser contemplados como otorgar extensiones, o incluso remisiones totales o parciales de las deudas… En ciertos casos, los Estados otorgantes podrían convertir los préstamos en garantías.

    “La Iglesia restablece la prioridad de garantizar al pueblo sus necesidades, por encima y más allá de las ataduras y mecanismos financieros frecuentemente puestos por delante como los únicos imperativos.”

    El Papa Juan Pablo II escribió en su Carta Encíclica Centessimus Annus (n. 35.): “El principio según el cual las deudas deben ser pagadas es ciertamente justo. (Nota de San Miguel: pagar el capital es justo, pero no pagar los intereses.) No es correcto exigir o esperar pago cuando el efecto sería la imposición de elecciones políticas que llevan al hambre y la desesperación de pueblos enteros. No puede esperarse que las deudas que se han contraído deban ser pagadas al precio de sacrificios insoportables. En tales casos es necesario encontrar — como de hecho está ocurriendo parcialmente — formas de aligerar, diferir o incluso cancelar la deuda, compatibles con el derecho fundamental de los pueblos a la subsistencia y el progreso.”

    En preparación para el Gran Jubileo del año 2000, el Papa Juan Pablo II mencionó varias veces la necesidad de cancelar todas las deudas. He aquí algunos extractos de su audiencia semanal del 3 de noviembre de 1999: “En los años de jubileo del Antiguo Testamento, la gente recuperaba la propiedad familiar perdida por el pago de la deuda, y los que habían perdido su libertad por la deuda, eran liberados. Esto se daba porque la tierra pertenecía a Dios, quien la dio a toda la comunidad para usarla en su propio beneficio.

    “El jubileo nos recuerda de las exigencias del bien común y del hecho que los recursos del mundo han sido destinados para todos. Es por tanto un tiempo apropiado para pensar en reducir sustancialmente, si no cancelar de una vez, la deuda internacional que amenaza seriamente el futuro de muchas naciones.”

    Una vez que las deudas son borradas, la única forma de evitar que vuelvan a crecer, y permitirle a las naciones recomenzar, es que cada nación cree su propio dinero libre de deuda e interés, y dejar de pedir prestado a interés de los bancos comerciales e instituciones internacionales, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Si se le deja a los banqueros privados el poder de crear dinero, las deudas volverán a crecer. Esto nos recuerda las palabras de Sir Josiah Stamp, antiguo director del Banco de Inglaterra:

    “La banca fue concebida en la iniquidad y nació en el pecado... Los banqueros son dueños de la Tierra. Quítensela, pero déjenles el poder de crear dinero y, con un plumazo van a crear suficiente dinero para comprarla de nuevo... Quítenles este gran poder, y todas las grandes fortunas como la mía desaparecerán, y deberían desaparecer, porque entonces éste sería un mundo mejor y más feliz en el cual vivir… Pero si quieren continuar siendo los esclavos de los banqueros y pagar el precio de su propia esclavitud, entonces dejen que los banqueros continúen creando dinero y controlando el crédito.”

    Para aquellos que no comprenden cómo es creado el dinero por los bancos, la única forma en que una deuda puede ser cancelada es que alguien, en alguna parte, la pague. Pero nosotros, en el Periódico San Miguel somos más astutos. Cuando decimos “cancelar” la deuda, en realidad queremos decir ¡bórrenla! No pedimos a nadie pagarla, y sobre todo, no pedimos al gobierno que “imprima dinero” para pagar la deuda.

    Lo que proponemos es que el gobierno deje de pedir prestado a interés el dinero que él mismo podría crear, sin intereses; ésta es la única solución que va a la raíz del problema, y que lo resuelve de una vez por todas. Pondría el dinero finalmente al servicio de la persona humana.

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    Re: Cursillo de Doctrina Social de la Iglesia

    Lección 10. El Crédito Social y la Doctrina Social de la Iglesia (Parte II)


    En la lección anterior, hemos desarrollado el primero de los cuatro principios de base de la Doctrina Social de la Iglesia, a saber: la primacía de la persona humana, que significa que todos los sistemas económicos existen para servir a la persona humana.

    Por lo tanto, el objetivo de los sistemas económicos y financieros, también de acuerdo con la Iglesia, es servir al hombre. El objetivo del sistema económico debe ser la satisfacción de las necesidades humanas. Esto es lo que Pio XI nos recuerda en su encíclica Quadragesimo anno (No. 75):

    “El organismo económico y social será sanamente constituido y logrará su fin solamente cuando le garantice a todos y cada uno de sus miembros todos los bienes y los recursos que la naturaleza y la industria, así como la organización verdaderamente social de la vida económica están en capacidad de procurarles”.

    “Estos bienes deben ser lo suficientemente abundantes como para satisfacer las necesidades de una subsistencia honesta y para elevar a los hombres a un grado de confort y de cultura que, ojalá sea usado sabiamente, no obstaculiza la virtud, sino que facilita de forma singular el ejercicio de la misma.”

    A continuación desarrollemos los otros tres principios mencionados en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia: el bien común, la subsidiaridad y la solidaridad.


    El Bien Común

    164. (…) por bien común entendemos: “este conjunto de condiciones sociales que permiten, tanto a los grupos como a cada uno de los miembros, alcanzar su perfección de una manera más total y cómoda” (Gaudium et Spes, 26)

    Si nos atenemos a lo enseñado por el Magisterio de la Iglesia, el hombre nació para conocer a Dios, amarle, servirle, y salvar su alma. Es esa la perfección, la “dignidad trascendente” a la que apunta el bien común.

    167. El bien común compromete a todos los miembros de la sociedad: nadie está exento de colaborar, de acuerdo con sus propias capacidades, en la realización y en el desarrollo de este bien…Todos tienen también derecho de beneficiarse de las condiciones de vida social resultantes de la búsqueda del bien común. La enseñanza de Pio XI permanece muy actual:

    “Importa entonces atribuirle a cada uno lo que le corresponde y devolverle a las exigencias del bien común o a las normas de la justicia social la distribución de los recursos de este mundo, a los ojos de los hombres, cuyo flagrante contraste entre un puñado de ricos y una multitud de indigentes certifica en nuestros días, a los ojos del hombre de corazón, los graves desarreglos” (Encíclica Quadragesimo anno, 197).


    Los deberes de la comunidad política

    168. La responsabilidad de encontrar el bien común recae no solamente en los individuos, sino también en el Estado, puesto que el bien común es la razón de ser de la autoridad política. (Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1910.) A la sociedad civil de la cual es expresión, el Estado debe en efecto garantizar la cohesión, la unidad y la organización, de suerte que el bien común pueda ser logrado con la contribución de todos los ciudadanos. El individuo, la familia, los cuerpos intermediarios no están en disposición de lograr por sí mismos su desarrollo pleno. De donde surge la necesidad de instituciones políticas cuya finalidad es hacer accesible a las personas los bienes necesarios –materiales, culturales, morales, espirituales- para alcanzar una vida plenamente humana. El objetivo de la vida social es el bien común históricamente realizable.

    170. El bien común de la sociedad no es un fin en sí mismo; solo tiene valor en referencia a la búsqueda de los fines últimos y al bien común universal de la creación entera. Dios es el fin último de sus criaturas y en ningún caso podemos privar el bien común de su dimensión trascendente, que sobrepasa pero también culmina la dimensión histórica.


    La destinación universal de los bienes

    171. Entre las múltiples implicaciones del bien común, el principio de la destinación universal de los bienes reviste una importancia inmediata: “Dios ha destinado la tierra y todo lo que ella contiene, para uso de todos los hombres y de todos los pueblos, de suerte que los bienes de la creación deben equitativamente afluir entre las manos de todos, según la regla de la justicia, inseparable de la caridad” (Gaudium et Spes, 69). Este principio está basado sobre el hecho de que “el origen primero de todo bien es el acto de Dios mismo, quien creó el cielo y la tierra, y le dio la tierra al hombre para que la dominara por su trabajo y gozara de sus frutos (cf. Gn 1, 28-29). Dios le dio a la tierra todo el género humano para que hiciera vivir a todos sus miembros, sin excluir ni privilegiar a nadie. Es este el origen de la destinación universal de los bienes de la tierra. En razón de su fecundidad misma y de sus posibilidades para satisfacer las necesidades del hombre, la tierra es el primer don de Dios para la subsistencia humana” (Juan Pablo II, Centesimus Annus, 31). En efecto, la persona no puede obviar los bienes materiales, los cuales responden a sus necesidades primarias y constituyen las condiciones de base de su existencia; estos bienes le son absolutamente indispensables para alimentarse y crecer, para comunicarse para asociarse, y para poder realizar los más altos fines para los cuales ha sido llamada.(Cf. Pio XII, Radio mensaje de junio 1, 1941).

    172. El principio de la destinación común de los bienes de la tierra es la base del derecho universal del uso de los bienes. Cada hombre debe tener la posibilidad de disfrutar del bienestar necesario para su pleno desarrollo: el principio del uso común de los bienes es el “primer principio de todo el orden ético-social” y “principio característico de la doctrina social cristiana” (Juan Pablo II, Encíclica Sollicitudo Rei Socialis, 42.)

    Esta es la razón por la cual la Iglesia estimó necesario precisar la naturaleza y las características de este. Se trata ante todo de un derecho natural, inscrito en la naturaleza del hombre, y no simplemente de un derecho positivo ligado a la contingencia histórica; en otras palabras, este derecho es “originario” (Pio XII, Radio-mensaje del 1ro de junio de 1941.) Es inherente al individuo, a cada persona y es prioritario con respecto a toda intervención humana sobre los bienes, a todo orden jurídico de estos, a todo método y todo sistema económico y social: “todos los otros derechos, cualquiera que sean, incluidos aquellos de la propiedad y de libre comercio le son subordinados (a la destinación universal de los bienes): no deben entonces obstaculizar sino más bien al contrario facilitar la realización y es un deber social grave y urgente devolverlas a su finalidad primera. (Pablo VI, Encíclica Populorum Progressio, 22).


    La Propiedad privada

    176. Por el trabajo, el hombre, utilizando su inteligencia, consigue dominar la tierra y a hacer de ella su digna morada: “se apropia así de una parte de la tierra, aquella que es adquirida por su trabajo. Es ahí el origen de la propiedad individual“ (Juan Pablo II, Centesimus Annus, 31.)

    La propiedad privada y las otras formas de posesión privada de los bienes “aseguran a cada uno una zona indispensable de autonomía personal y familiar. Hay que verlos como una prolongación de la libertad humana. En fin, estimulando el ejercicio de la responsabilidad, constituyen una de las condiciones de las libertades civiles” (Gaudium et Spes, 71.) La propiedad privada es elemento esencial de una política económica auténticamente social y democrática y la garantía de un orden social justo. La doctrina social exige que la propiedad de los bienes sea equitativamente accesible a todos, de suerte que todos se conviertan, al menos en alguna medida en propietarios, sin por tanto que los puedan “poseer confusamente”. (León XIII, Rerum Novarum, 11.)


    La herencia del progreso

    Poniendo a la disposición de la sociedad bienes nuevos, completamente desconocidos hasta una época reciente, la fase histórica actual impone una relectura del principio de la destinación universal de los bienes de la tierra, haciendo necesaria una extensión que incluya también los frutos del reciente progreso económico y tecnológico. La propiedad de los nuevos bienes surgidos del conocimiento, del progreso y del saber se vuelve siempre más decisiva, ya que “la riqueza de los países desarrollados se funda mucho más sobre este tipo de propiedad que sobre los recursos naturales” (Juan Pablo II, Centesimus Annus, 32.)

    Los nuevos conocimientos técnicos y científicos deben ser puestos al servicio de los bienes primordiales del hombre, a fín de que el patrimonio común de la humanidad pueda progresivamente acrecentarse. La plena puesta en práctica del principio de la destinación universal de los bienes requiere por consiguiente de acciones a nivel internacional y de iniciativas programadas por todos los países: “hay que romper las barreras y los monopolios que mantienen a numerosos pueblos al margen del desarrollo, asegurar a todos los individuos y a todas las naciones las condiciones elementales que permitan participar del desarrollo”. (Juan Pablo II, Centesimus Annus, 35.)

    Que todos sean realmente “capitalistas” y tengan acceso a los bienes de la tierra, esto podría hacerse posible por el dividendo del Crédito Social. Tal como se mencionó en las anteriores lecciones, este dividendo está basado sobre dos cosas: la herencia de los recursos naturales y los inventos de las generaciones pasadas. Es exactamente lo que el Papa Juan Pablo II escribía en 1981 en su encíclica Laboren Exercens sobre el trabajo humano (Nº 13):

    “El hombre por su trabajo hereda un doble patrimonio: hereda por un lado lo que le es dado a todos los hombres bajo la forma de recursos naturales, y por otro parte lo que todos los otros ya han elaborado a partir de estos recursos, realizando un conjunto de instrumentos de trabajo siempre más perfectos. Así trabajando, el hombre hereda el trabajo del prójimo”


    La pobreza frente a la abundancia

    Dios puso sobre la tierra todo lo necesario para alimentar a todo el mundo. Pero a causa de la falta de dinero, los productos ya no pueden llegar a las gentes que tienen hambre: montañas de productos se acumulan frente a millones que mueren de hambre. Es la paradoja de la miseria frente a la abundancia: “Qué cruel paradoja es verlos tan numerosos aquí incluso en apuros financieros, ustedes que podrían trabajar para alimentar a sus semejantes, mientras que en este mismo momento la malnutrición crónica y el espectro del hambre tocan a millones de personas allá afuera en el mundo”. (Juan Pablo II a los pescadores, St. John’s, Terranova , 12 de septiembre de 1984.)

    ¡Nunca más hambre! Señoras y señores este objetivo puede ser alcanzado. La amenaza del hambre y el peso de la malnutrición no son una fatalidad ineluctable. La naturaleza no es en esta crisis infiel al hombre. Mientras que, según la opinión generalmente aceptada, el 50% de las tierras todavía están sin aprovechar, se impone el hecho del escándalo de enormes excedentes alimenticios que algunos países destruyen periódicamente a falta de una sabia economía que les habría asegurado un consumo útil.

    Llegamos aquí a la paradoja de la situación presente: la humanidad dispone de un dominio inigualado del universo; dispone de instrumentos capaces de hacer rendir a pleno los recursos de éste. Los detentores mismos de estos instrumentos se quedarían como afectados de parálisis ante el absurdo de una situación en la cual la riqueza de unos cuantos toleraría la persistencia de la miseria de un gran número… no sabríamos llegar hasta ahí sin haber cometido graves errores de orientación, no siendo estos en ocasiones sino debidos a la negligencia o a la omisión. Ya es hora de descubrir en qué están fallando los mecanismos a fín de rectificar o más bien de enderezar de punta a punta la situación”. (Pablo VI en la Conferencia Mundial de la Alimentación, Roma, 9 de noviembre de 1974.)

    “De toda evidencia, hay un defecto capital o más bien un conjunto de defectos e incluso un mecanismo defectuoso en la base de la economía contemporánea y de la civilización materialista que no le permiten a la familia humana diría yo, salir de situaciones tan radicalmente injustas” (Juan Pablo II, encíclica Dives in Misericordia, 30 de noviembre de 1980, n. 11.)

    La miseria frente a la abundancia… « representa en cierto modo un gigantesco desarrollo de la parábola bíblica del rico que festeja y del pobre Lázaro. La amplitud del fenómeno cuestiona las estructuras y los mecanismos financieros, monetarios, productivos y comerciales, los cuales, apoyados sobre presiones políticas diversas, rigen la economía mundial; se revelan incapaces de reabsorber las injusticias heredadas del pasado y de hacer frente a los desafíos urgentes y a las exigencias éticas del presente…Estamos aquí frente a un drama cuya amplitud no puede dejar a nadie indiferente.” (Juan Pablo II, Redemptor hominis, n. 15.)


    Reformando el sistema financiero

    Los Papas denuncian la dictadura del dinero escaso y piden una reforma de los sistemas financiero y económico, el establecimiento de un sistema económico al servicio del hombre:

    “Es necesario denunciar la existencia de mecanismos económicos, financieros y sociales que, aunque conducidos por la voluntad de los hombres, funcionan comúnmente de una manera casi automática, haciendo más rígidas las situaciones de riqueza de unos y la pobreza de otros”. (Juan Pablo II, encíclica Sollicitudo rei socialis, n. 16.)

    “Hago un llamado a todos los encargados del poder a fín de que en conjunto se esfuercen por encontrar las soluciones a los problemas actuales, lo que supone una reestructuración de la economía de manera que las necesidades humanas superen siempre la ganancia financiera”. (Juan Pablo II a los pescadores, St. John’s, Terranova , 12 de septiembre de 1984.)

    “Una condición esencial es dar a la economía un sentido humano y una lógica humana. Lo que dije con respecto del trabajo es igualmente válido aquí. Es importante liberar los diversos campos de la existencia, de la dominación de una economía aplastante. Hay que poner las exigencias económicas en el lugar que les corresponde y crear un tejido social multiforme que evite la masificación… Cristianos, donde quiera que estén, asuman su parte de responsabilidad en este inmenso esfuerzo por la reconstrucción humana de la ciudad. Se lo deben a la Fe”. (Juan Pablo II, discurso a los obreros de Sao Paulo, 3 de julio de 1980.)


    El principio de subsidiaridad

    Esto nos conduce a uno de los principios más interesantes de la Doctrina Social de la Iglesia, el de la Subsidiaridad: los niveles superiores de los gobiernos no deben hacer lo que los niveles inferiores, más cerca de los individuos pueden hacer. Es lo contrario de la centralización -y de su aplicación más extrema, un gobierno mundial, en donde todos los gobiernos nacionales son abolidos. Este principio de subsidiaridad significa también que los gobiernos existen para ayudar a los padres, y no para tomar su lugar. Se puede leer en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia:

    185. Presente desde la primera gran encíclica social, la subsidiaridad figura entre las directivas más constantes y más características de la doctrina social de la Iglesia. (Cf. León XIII, Encíclica Rerum Novarum, 11.) Es imposible promover la dignidad de la persona si no es ocupándose de la familia, de los grupos, de las asociaciones, de las realidades territoriales locales, en fin, de todas las expresiones asociativas de tipo económico, social, cultural, deportivo, recreativo, profesional, político, a las cuales las personas dan espontáneamente vida y que hacen posible su crecimiento social efectivo.

    Tal es el cuadro de la sociedad civil entendida como la suma de las relaciones entre individuos y grupos sociales, los cuales son las primeras relaciones para cultivar y que tienen lugar gracias a la “subjetividad creativa del ciudadano”. Este canal de relaciones fortalece el tejido social y constituye la base de una verdadera comunidad de personas, haciendo posible el reconocimiento de formas más elevadas de actividad social.

    186. La necesidad de defender y promover las expresiones originales de la vida social son enfatizadas por la Iglesia en la Encíclica Quadragesimo Anno, en la que el principio de subsidiaridad es señalado como un importantísimo principio de “filosofía social”.

    “Así como es gravemente equivocado quitarle a los individuos lo que pueden alcanzar por su propia iniciativa e industria y darlo a la comunidad, también es una injusticia, y al mismo tiempo una grave y malvada perturbación del orden justo, asignar a una asociación más grande y elevada lo que las organizaciones menores y subordinadas pueden hacer. Porque toda actividad social debería, por su propia naturaleza, conseguir ayudar a los miembros del cuerpo social, y nunca destruirlos y absorberlos.”

    Sobre la base de este principio, todas las sociedades de un orden superior deben adoptar actitudes de ayuda (“subsidium”) — por lo tanto de apoyo, promoción, desarrollo — con respeto a las sociedades de orden inferior. En esta forma, las entidades sociales intermedias pueden desempeñar apropiadamente las funciones que recaigan sobre ellas sin requerirles el pasar injustamente a manos de otras entidades sociales de un nivel más alto, por las que terminarían siendo absorbidas y sustituidas, finalmente viéndose a sí mismas negadas de su dignidad y lugar esencial.

    La subsidiaridad, entendida en sentido positivo como asistencia económica, institucional o jurídica ofrecida a entidades sociales menores, envuelve una serie correspondiente de implicaciones negativas que requieren que el Estado se abstenga de cualquier cosa que restringiría de facto el espacio existencial de las células esenciales menores de la sociedad. La iniciativa de éstas, su libertad y responsabilidad no deben ser suplantadas.

    187. El principio de subsidiaridad protege a la gente de los abusos cometidos por una autoridad social de nivel superior, y llama a estas mismas autoridades a ayudar a los individuos y grupos intermedios a cumplir sus deberes. Este principio es imperativo porque toda persona, familia y grupo intermedio tiene algo original que ofrecer a la comunidad. La experiencia muestra que la negación de la subsidiaridad, o su limitación en nombre de una supuesta democratización o igualdad de todos los miembros de la sociedad, limita y en ocasiones incluso destruye el espíritu de libertad e iniciativa. El principio de subsidiaridad se opone a ciertas formas de centralización, burocratización, y asistencia de bienestar social, y a la injustificada y excesiva presencia del Estado en los mecanismos públicos.


    El “Estado de Bienestar”

    Tal como escribió Louis Even: “Porque César (el Estado) no corrige el sistema financiero que sólo él puede corregir, César entonces va más allá de su propio papel y acumula nuevas funciones, usándolas como un pretexto para imponer nuevos impuestos — algunas veces ruinosos — sobre ciudadanos y familias. César por tanto se convierte en la herramienta de una dictadura financiera que él debería destruir, y en el opresor de los ciudadanos y las familias que debería proteger.”

    Estas nuevas funciones crean una pesada burocracia que acosa a la gente en lugar de ayudarle. El Papa Juan Pablo II escribió en su Carta Encíclica Centesimus Annus (n. 48):

    “En años recientes, el alcance de tal intervención (del Estado) se ha expandido enormemente, al punto de crear un nuevo tipo de Estado, el llamado “Estado de Bienestar”. Esto ha ocurrido en algunos países para responder mejor a muchas necesidades y demandas, remediando formas de pobreza y privación indignas de la persona humana. Sin embargo, los excesos y abusos, especialmente en los años recientes, han provocado muy duras críticas del Estado de Bienestar, también llamado el `Estado de Asistencia Social’. Daños y defectos en el Estado de Asistencia Social son el resultado de una comprensión inadecuada de las tareas propias del Estado. Aquí de nuevo el principio de subsidiaridad debe ser respetado: una comunidad de orden superior no debe interferir en la vida interna de una comunidad de un orden inferior, despojando a ésta última de sus funciones, sino apoyándola en caso de necesidad y ayudándole a coordinar su actividad con las actividades del resto de la sociedad, siempre con una visión hacia el bien común.

    “Interviniendo directamente y despojando a la sociedad de su responsabilidad, el Estado de Asistencia Social lleva a una pérdida de energías humanas y a un desordenado incremento de agencias públicas, que son dominadas más por formas burocráticas de pensamiento que por una preocupación por servir a sus clientes, y que son acompañadas por un enorme incremento en el gasto.”

    La mayoría de los impuestos hoy en día son injustos e inútiles, y podrían ser eliminados en un sistema de Crédito Social. Una cosa que no tiene razón de existir es el servicio de la deuda — los intereses que la nación debe pagar cada año sobre su deuda externa, por pedir prestado a interés de los banqueros privados el dinero que el Estado podría crear él mismo, sin intereses.

    El Compendio de Doctrina Social de la Iglesia continúa (n. 187):

    “A la actuación del principio de subsidiaridad corresponden: el respeto y la promoción efectiva del primado de la persona y de la familia; la valoración de las asociaciones y de las organizaciones intermedias en sus opciones fundamentales y en todas aquellas que no pueden ser delegadas o asumidas por otros; el impulso ofrecido a la iniciativa privada, a fin que cada organismo social permanezca, con las propias peculiaridades, al servicio del bien común; la articulación pluralista de la sociedad y la representación de sus fuerzas vitales (…), la descentralización burocrática y administrativa; el equilibrio entre la esfera pública y privada, con el consecuente reconocimiento de la función social del sector privado; una adecuada responsabilización del ciudadano para “ser parte” activa de la realidad política y social del país.”

    “188. Diversas circunstancias pueden aconsejar que el Estado ejercite una función de suplencia. Piénsese, por ejemplo, en las situaciones donde es necesario que el Estado mismo promueva la economía, a causa de la imposibilidad de que la sociedad civil asuma automáticamente la iniciativa; piénsese también en las realidades de grave desequilibrio e injusticia social, en las que sólo la intervención pública puede crear condiciones de mayor igualdad, de justicia y de paz.
    Como hemos visto en lecciones anteriores, corregir el sistema financiero es ciertamente uno de los deberes del Estado, es decir, que el dinero sea emitido por la sociedad, y no por los banqueros privados para su propio provecho, como el Papa Pío XI escribió en su encíclica Quadragesimo Anno:

    “Hay ciertas categorías de bienes sobre los que uno puede sostener con razón que deben permanecer reservados a la colectividad cuando llegan a conferir tal poder económico que no pueden, sin peligro al bien común, ser dejados al cuidado de individuos privados.”


    Primero las Familias

    Este mismo principio de subsidiaridad significa que las familias, la célula primordial de la sociedad, van primero, antes que el Estado, y que los gobiernos no deben destruir a las familias y la autoridad de los padres. Como la Iglesia afirma, los niños pertenecen a sus padres, y no al Estado:

    “Aquí tenemos a la familia, la ‘sociedad’ del hogar de un hombre — una sociedad muy pequeña, uno debe admitir, pero sin embargo una verdadera sociedad, y más antigua que cualquier Estado. Consecuentemente, tiene derechos y deberes que le son peculiares y que son ciertamente independientes del Estado…

    “La afirmación, entonces, de que el gobierno civil puede, a su elección, introducirse en, y ejercer un íntimo control sobre la familia y sus miembros es un gran y pernicioso error… La autoridad paternal no puede ser abolida ni absorbida por el Estado…Los socialistas, por tanto, haciendo a un lado al padre e instituyendo una supervisión estatal, actúan contra la justicia natural, y destruyen la estructura del hogar.” (León XIII, Rerum Novarum, nn. 12-14.)


    Un salario para las amas de casa

    De hecho, en su doctrina social, la Iglesia también reitera la importancia de reconocer el trabajo de las madres en el hogar, dándoles un ingreso. Esto se lograría perfectamente mediante el dividendo del Crédito Social:

    “La experiencia confirma que debe haber una re-evaluación social del papel de la madre, de la fatiga conectada a él, y de la necesidad de cuidado, amor y afecto que los niños tienen, de manera que se desarrollen para convertirse en personas responsables, moral y religiosamente maduras y sicológicamente estables. Redundaría a crédito de la sociedad hacer posible que una madre — sin inhibir su libertad, sin discriminación sicológica o práctica, y sin castigarla, en comparación con otras mujeres — pudiera dedicarse a cuidar a sus hijos y educarlos de acuerdo con sus necesidades, que varían según la edad. Tener que abandonar estas tareas para tener un trabajo con salario por fuera del hogar es un error desde el punto de vista de la buena sociedad y de la familia cuando contradice o lesiona estos fines primordiales de la misión de una madre.” (Juan Pablo II, Encíclica Laborem Exercens, n. 19.)

    Además, el extraer a la madre del hogar para que se dedique a trabajar por un salario tiene la gravísima consecuencia de cortar el vínculo que transmite a los hijos la religiosidad y la cultura, por lo cual nos enfrentamos a sociedades en las que cada vez más la ausencia de las madres en la educación de los hijos se traduce en comportamientos que retroceden en materia cultural, de convivencia social, de modales, pero sobre todo, de religiosidad.

    “Es un abuso intolerable, que debe ser abolido a toda costa, que las madres por culpa del bajo salario de los padres sean forzadas a dedicarse a ocupaciones remuneradas por fuera del hogar descuidando sus propios cuidados y deberes, especialmente la educación de los hijos.”(Pío XI, Encíclica Quadragesimo Anno, n. 71.)

    En octubre de 1983, la Santa Sede emitió el “Manifiesto de los Derechos de la Familia”, en el que llamaba a “la remuneración del trabajo en el hogar de uno de los padres; debería ser tal que las madres no sean obligadas a trabajar fuera del hogar en detrimento de la vida familiar y especialmente de la educación de los hijos. El trabajo de la madre en el hogar debe ser reconocido y respetado por su valor para la familia y para la sociedad”. (Artículo 10.)


    El principio de solidaridad

    La solidaridad es otra palabra para expresar el amor al prójimo. Como cristianos, debemos preocuparnos por el destino de nuestros hermanos en Cristo, pues es en este amor al prójimo en el que seremos juzgados al final de nuestras vidas sobre la tierra:

    Es por lo que hayan hecho a los pobres que Jesucristo reconocerá a Sus elegidos…los pobres permanecen confiados a nosotros, y es sobre ésta responsabilidad que seremos juzgados al final (cf. Mt 25:31-46): “Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él si omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son Sus hermanos.” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 183)


    El Compendio continúa:

    192. La solidaridad confiere particular relieve a la intrínseca sociabilidad de la persona humana, (…), al camino común de los hombres y de los pueblos hacia una unidad cada vez más convencida. Nunca como hoy ha existido una conciencia tan difundida del vínculo de interdependencia entre los hombres y entre los pueblos, que se manifiesta a todos los niveles. 413 La vertiginosa multiplicación de las vías y de los medios de comunicación « en tiempo real », como las telecomunicaciones, los extraordinarios progresos de la informática, el aumento de los intercambios comerciales y de las informaciones son testimonio de que por primera vez desde el inicio de la historia de la humanidad ahora es posible, al menos técnicamente, establecer relaciones aun entre personas lejanas o desconocidas.

    Junto al fenómeno de la interdependencia y de su constante dilatación, persisten, por otra parte, en todo el mundo, fortísimas desigualdades entre países desarrollados y países en vías de desarrollo, alimentadas también por diversas formas de explotación, de opresión y de corrupción, que influyen negativamente en la vida interna e internacional de muchos Estados. El proceso de aceleración de la interdependencia entre las personas y los pueblos debe estar acompañado por un crecimiento en el plano ético- social igualmente intenso, para así evitar las nefastas consecuencias de una situación de injusticia de dimensiones planetarias, con repercusiones negativas incluso en los mismos países actualmente más favorecidos. 414


    El deber de todo cristiano

    El deber de todo cristiano, es decir, quien sigue a Cristo por ser El Camino, La Verdad y La Vida, es buscar el establecimiento de su reinado social en la tierra, pues la Realeza Social de Nuestro Señor es su derecho inalienable, y requisito previo para la instauración de Su justicia en los demás órdenes: “Buscad primero el Reino de Dios y su Justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura” (Cf. Mt. 6, 33).

    Es por lo tanto un deber y una obligación para todo cristiano trabajar por el establecimiento de la justicia, y un mejor sistema económico:

    “Quien quisiera renunciar a la tarea, difícil pero exaltante, de elevar la suerte de todo el hombre y de todos los hombre, bajo el pretexto del peso de la lucha y del esfuerzo incesante de superación, o incluso por la experiencia de la derrota y del retorno al punto de partida, faltaría a la voluntad de Dios Creador.” (Juan Pablo II, Sollicitudo Rei Socialis, n. 30.)

    “La tarea no es imposible. El principio de solidaridad, en sentido amplio, debe inspirar la búsqueda eficaz de instituciones y de mecanismos adecuados…No se avanzará en este camino difícil de las indispensables transformaciones de las estructuras de la vida económica, si no se realiza una verdadera conversión ... La tarea requiere el compromiso decidido de hombres y de pueblos libres y solidarios.” (Juan Pablo II, Encíclica Redemptor Hominis, n. 16.)

    Hay, por supuesto, muchas formas de ayudar a nuestros hermanos necesitados: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, refugio a los que no tienen hogar, visitar a los presos y a los enfermos, etc. Algunos enviarán donaciones a organizaciones de caridad, para ayudar a los pobres de los países ricos o del tercer mundo. Pero si estas donaciones pueden aliviar a unos pocos pobres por unos días o semanas, ellas sin embargo no suprimen las causas de la pobreza.

    Lo que resulta mucho mejor para corregir el problema es atacar las causas mismas de la pobreza, y restablecer los derechos y dignidad de todo ser humano, creado a imagen de Dios, y con derecho a un mínimo de los bienes terrenales, mediante el establecimiento del Reinado Social de Cristo.

    “Más que nadie, el que está animado de una verdadera caridad es ingenioso para descubrir las causas de la miseria, para encontrar los medios de combatirla, para vencerla con intrepidez. El amigo de la paz, «proseguirá su camino irradiando alegría y derramando luz y gracia en el corazón de los hombres en toda la faz de la tierra, haciéndoles descubrir, por encima de todas las fronteras, el rostro de los hermanos, el rostro de los amigos»” (Pablo VI, encíclica Populorum progressio, n. 75.)

    Lo que se necesitan son apóstoles para educar a la población sobre la Doctrina Social de la Iglesia, y soluciones prácticas para aplicarla (como las propuestas financieras del Crédito Social). El Papa Pablo VI escribió, también en Populorum Progressio (n. 86):

    “Vosotros todos los que habéis oído la llamada de los pueblos que sufren, vosotros los que trabajáis para darles una respuesta, vosotros sois los apóstoles del desarrollo auténtico y verdadero que no consiste en la riqueza egoísta y deseada por sí misma, sino en la economía al servicio del hombre, el pan de cada día distribuido a todos, como fuente de fraternidad y signo de la Providencia.”

    Y en su encíclica Sollicitudo Rei Socialis, el Papa Juan Pablo II escribió (n. 38.):

    “Tales «actitudes y estructuras de pecado» solamente se vencen —con la ayuda de la gracia divina— mediante una actitud diametralmente opuesta: la entrega por el bien del prójimo, que está dispuesto a «perderse», en sentido evangélico, por el otro en lugar de explotarlo, y a «servirlo» en lugar de oprimirlo para el propio provecho (cf. Mt 10, 40-42; 20, 25; Mc 10, 42-45; Lc 22, 25-27).”


    Principios e implementación

    Algunos dirán que los Papas nunca aprobaron públicamente el Crédito Social. De hecho, los Papas nunca aprobarán oficialmente cualquier sistema económico, ya que no es parte de su misión: ellos no dan soluciones técnicas, sólo establecen los principios sobre los cuales cualquier sistema económico que esté verdaderamente al servicio de la persona humana debe basarse. Los Papas dejan a los fieles en libertad de aplicar el sistema que implementaría estos principios de la mejor manera.

    Hasta donde sabemos, ninguna otra solución sino el Crédito Social aplicaría la Doctrina Social de la Iglesia tan perfectamente. Es por ello que Louis Even, un gran católico, dotado de una extraordinaria lógica mental, no dudó en mostrar los lazos entre el Crédito Social y la Doctrina Social de la Iglesia.

    Otro personaje convencido de que el Crédito Social es cristianismo aplicado, que aplicaría maravillosamente las enseñanzas de la Iglesia sobre justicia social, fue el Padre Peter Coffey, un doctor en Filosofía y profesor en el Maynooth College, de Irlanda. Él escribió lo siguiente al jesuita canadiense, Padre Richard, en marzo de 1932:

    “Las dificultades surgidas de sus preguntas pueden ser solucionadas solo mediante la reforma del sistema financiero del capitalismo según los lineamientos sugeridos por el Mayor Douglas y la escuela del Crédito Social para la reforma del crédito. Es el sistema financiero aceptado el que se encuentra en la raíz del capitalismo. La exactitud del análisis llevado a cabo por Douglas nunca ha sido refutada. Yo creo que, con su famosa fórmula de regulación de precios, los principios de reforma de Douglas son la única reforma que irá a la raíz del mal...”


    Un estudio de 9 teólogos

    Tan pronto como C. H. Douglas publicó sus primeros escritos sobre el Crédito Social, los financistas hicieron todo lo que pudieron para silenciar o distorsionar la doctrina de Douglas, pues ellos supieron que el Crédito Social pondría fin a su control sobre la creación del dinero.

    Cuando Louis Even comenzó a difundir el Crédito Social en el Canadá francés en 1935, una de las acusaciones lanzadas por los financistas era que el Crédito Social es socialismo, o comunismo. Pero en 1939, los obispos católicos de la provincia de Québec designaron a nueve teólogos para examinar el Crédito Social a los ojos de la Doctrina Social de la Iglesia, y dar una opinión sobre si estaba impregnado de socialismo o comunismo.

    Después de una deliberación considerable, los nueve teólogos encontraron que el Crédito Social no lo estaba, que no hay nada en la doctrina del Crédito Social contrario a las enseñanzas de la Iglesia, y que cualquier católico estaba en libertad de apoyarlo sin ningún peligro.

    He aquí extractos de este estudio de los teólogos sobre el sistema monetario del Crédito Social:

    1. La Comisión primero delimitó el campo de su estudio

    (a) No hay cuestión aquí sobre el aspecto económico o político, es decir, del valor de esta teoría desde el punto de vista económico, y de la aplicación práctica del sistema de Crédito Social en un país. Los miembros de la Comisión reconocen que ellos no tienen competencia en estos campos; además, la Iglesia no tiene que pronunciarse a favor o en contra de asuntos “para los que no tiene ni el equipamiento, ni la misión”, como lo escribió el papa Pío IX. (Cf. Encíclica Quadragesimo Anno).

    (b) No hay cuestión aquí en cuanto a aprobar esta doctrina de parte de la Iglesia, dado que la Iglesia “nunca ha, en el campo social y económico, presentado ningún sistema técnico específico, lo cual además no es su papel”. (Cf. Encíclica Divini Redemptoris, n. 34.)

    (c) La única cuestión estudiada aquí es la siguiente: ¿está la doctrina del Crédito Social, en sus principios básicos, impregnada con el socialismo y comunismo condenados por la Iglesia Católica? Y de ser así, ¿debería esta doctrina ser tenida por los católicos como una doctrina que no puede ser admitida y difundida?

    (d) El Estado, como está mencionado en el presente reporte, es considerado in abstracto, sin tener en cuenta las contingencias que puede implicar.

    2. La Comisión define al socialismo, y nota y caracteriza su doctrina a la luz de Quadragesimo Anno: materialismo; lucha de clases; supresión de la propiedad privada, control de la vida económica por el Estado, en desafío de la libertad y la iniciativa personal.

    3. La Comisión entonces definió con palabras los principios básicos del Crédito Social.

    “El fin de la doctrina monetaria del Crédito Social es dar a todos y cada uno de los miembros de la sociedad la libertad y seguridad económica que el organismo económico y social puede asegurar. Para ese fin, en vez de reducir la producción al nivel del poder de compra mediante la destrucción de bienes o las restricciones al trabajo, el Crédito Social quiere incrementar el poder adquisitivo al nivel de la capacidad de producción de bienes.”

    Propone para tal fin:

    I. El Estado debe retomar el control de la emisión del dinero y el crédito. Lo ejercerá a través de una comisión independiente que posea la autoridad requerida para alcanzar su fin.

    II. Los recursos materiales de la nación, representados por producción, constituyen la base del dinero y el crédito.

    III. En cualquier momento, la emisión del dinero y el crédito debe basarse en el movimiento de la producción, en forma tal que un buen balance se mantenga entre el consumo y la producción. Este balance es asegurado, al menos en parte, a través de un descuento, cuya tasa necesariamente variaría con las fluctuaciones de la producción.

    IV. El sistema económico actual, gracias a los muchos descubrimientos e invenciones que lo favorecen, produce una inesperada abundancia de bienes, mientras que al mismo tiempo reduce la necesidad del trabajo humano, creando por lo tanto desempleo permanente. Una parte importante de la población es por tanto privada de cualquier poder para comprar bienes que han sido hechos para ella, y no sólo para unos pocos individuos o grupos. Para que todos tengan una parte del legado cultural heredado por sus antepasados, el Crédito Social propone un dividendo, cuyo monto es determinado por la cantidad de bienes que han de consumirse. Este dividendo será dado a cada ciudadano, independientemente de que tenga o no fuentes de ingresos.

    4. Ahora, uno debe ver si hay algún rastro de socialismo en las proposiciones arriba mencionadas.

    Con respecto al Párrafo I: Esta propuesta no parece incluir ningún principio socialista, ni en consecuencia contrario a la doctrina social de la Iglesia. Esta afirmación se basa en los siguientes pasajes de la Carta Encíclica Quadragesimo Anno:

    “Hay ciertas categorías de bienes para los que uno puede mantener con razón que ellos deben ser reservados a la colectividad cuando llegan a conferir tal poder económico que no pueden, sin peligro al bien común, ser dejados al cuidado de individuos privados”.

    Y la encíclica continúa: “Primeramente, salta a la vista que en nuestros tiempos no se acumulan solamente riquezas, sino que también se crean enormes poderes y una prepotencia económica despótica en manos de muy pocos. Muchas veces no son éstos ni dueños siquiera, sino sólo depositarios y administradores, que rigen el capital a su voluntad y arbitrio.

    “Su poderío llega a hacerse despótico como ningún otro, cuando, dueños absolutos del dinero, gobiernan el crédito y lo distribuyen a su gusto; diríase que administran la sangre de la cual vive toda la economía, y que de tal modo tienen en su mano, por decirlo así, el alma de la vida económica, que nadie podría respirar contra su voluntad.”

    Querer cambiar tal situación no es por tanto contrario a la doctrina social de la iglesia. Es verdad no obstante que confiando al Estado el control del dinero y el crédito, se da al Estado considerable influencia sobre la vida económica de la nación, una influencia igual a aquella presentemente ejercida por los bancos, para su propio beneficio, pero esta forma de hacer las cosas no implica, por sí misma, ningún socialismo [Nota mía: el Crédito Social no dice o implica en su doctrina una supuesta necesidad u obligación de centralización del crédito, sino que también podría aplicársele el principio de subsidiaridad en esto, de manera tal que el manejo del crédito comunitario quede descentralizado también en manos de las distintos cuerpos y sociedades que conforman orgánicamente la comunidad política regida y unida por el poder político supremo. En la comunidad política tradicional –es decir anterior a 1833- había convivencia de diferentes monedas que se utilizaban en las diferentes comunidades forales en que se organizaba el tejido social de la Monarquía Hispánica. Bastaría con reaplicar estos mismos principios adaptándolos, como siempre exige la verdadera tradición (no los sucedáneos o engaños totalitarios-tecnocráticos, ya sean liberales-pseudomonárquicos, o ya sean franquistas dictatoriales, que pretendieron hacerse pasar por ella fraudulentamente en suelo español), a las circunstancias reales actuales y presentes].

    Siendo el dinero, en el sistema de Crédito Social, sólo un medio de intercambio, cuya emisión es estrictamente regulada por las estadísticas de la producción, la propiedad privada permanece intacta; adicionalmente, el reparto del dinero y el crédito podría tal vez ser menos determinado por aquellos que lo controlan. Reservar a la comunidad (el control de) el dinero y el crédito no es por tanto contrario a la doctrina social de la Iglesia.

    Santo Tomás de Aquino lo dice implícitamente en su Summa Theologiae (Ethica, Volumen 5, Lección 4), cuando afirma que corresponde a la justicia distributiva — que, como es conocido, es la preocupación del Estado — distribuir los bienes comunes, incluyendo el dinero, a todos aquellos que son parte de la comunidad civil.

    De hecho, el dinero y el crédito han estado, en el pasado, bajo el control del Estado en varios países, incluyendo los Estados Pontificios; y aún lo son en el Vaticano. Así que sería difícil ver en esta propuesta un principio socialista.

    Con respecto al Párrafo II: El hecho de que el dinero y el crédito estén basados en la producción, en los recursos naturales nacionales, parece no implicar un carácter socialista. La base del dinero es un asunto puramente convencional y técnico.

    En la presente discusión, éste punto es acordado en principio por varios oponentes.

    Con respecto al Párrafo III: El principio del balance que debe mantenerse entre la producción y el consumo es sólido. En una economía verdaderamente humana y bien ordenada, el fin de la producción es el consumo, y éste último debe de ordinario recurrir a la primera — al menos cuando la producción es elaborada, como debe ser, para responder a las necesidades humanas.

    En cuanto al descuento, cuyo principio es admitido e incluso actualmente practicado en la industria y el comercio, no es sólo un medio de llegar a este balance; permite a los consumidores obtener los bienes que necesitan a un costo más bajo, sin ninguna pérdida para los productores.

    Nótese que la Comisión no expresa una opinión sobre la necesidad de un descuento causado por una diferencia o brecha que, acuerdo con el sistema de Crédito Social, existe entre la producción y el consumo. Pero si tal brecha existe, querer llenarlo por medio del descuento no puede ser considerado como una medida impregnada de socialismo.

    Con respecto al Párrafo IV: El principio del dividendo es también reconciliable con la doctrina social de la Iglesia; además, puede ser comparado al poder del Estado de otorgar dinero. La Comisión no ve por qué sería necesario que el Estado fuese propietario de bienes de capital para pagar este dividendo; actualmente — aunque en sentido opuesto — el poder de establecer tributos, que el Estado posee con miras al bien común, implica esta connotación aún más, y sin embargo es admitido. La misma afirmación aplica al descuento del Crédito Social: ambos se basan en el principio del descuento en un sistema cooperativo. Además, la cooperación es tenida en alta estima en el Crédito Social.

    El único control de producción y consumo que es necesario para la implementación del Crédito Social son las estadísticas de control, lo cual determina la emisión del dinero y del crédito. Las estadísticas no pueden ser consideradas como un control real, o una restricción a la libertad individual; son sólo un medio de recaudar información. La Comisión no puede admitir que el control estadístico requiera la socialización de la producción, o que esté influenciada por el socialismo o el comunismo.

    La Comisión por lo tanto responde negativamente a la pregunta: “¿Está el Crédito Social impregnado de socialismo”? La Comisión no puede ver cómo los principios básicos del sistema de Crédito Social, como fueron explicados antes, pueden ser condenados por parte de la Iglesia y su doctrina social.



    Los financistas no estuvieron complacidos con este reporte de los teólogos, y en 1950, un grupo de hombres de negocios pidió a un obispo de Québec (por respeto a su memoria, no mencionaremos su nombre) que fuera a Roma y obtuviera del Papa Pío XII una condena al Crédito Social.

    De vuelta en Québec, este obispo dijo a los hombres de negocios: “Si quieren obtener una condena del Crédito Social, no es a Roma a donde deben ir. Pío XII me dijo: El Crédito Social crearía, en el mundo, un clima que permitiría el florecimiento de la familia y de la Cristiandad.”


    Necesitamos la ayuda del Cielo

    En esta pelea por un sistema financiero justo basado en principios Cristianos, la ayuda divina es especialmente necesitada cuando uno sabe que el verdadero fin de los financistas es el establecimiento de un gobierno mundial — lo cual incluye la destrucción de la Cristiandad y la familia — y que los promotores de este “Nuevo Orden Mundial” son guiados por el mismo Satanás, cuyo único fin es la perdición de las almas.

    En 1946, C.H. Douglas escribió lo siguiente, en el periódico de Liverpool The Social Crediter:

    “Estamos trabados en una batalla por la Cristiandad. Y es sorprendente ver en cuántas formas esto es verdad en la práctica. Una de estas formas pasa casi desapercibida — excepto en sus desviaciones —: el énfasis puesto por la Iglesia Católica Romana sobre la familia, contra el esfuerzo implacable y continuo de comunistas y socialistas — quienes, junto con los financistas internacionales, forman el verdadero cuerpo del anticristo — para destruir la verdadera idea de la familia y sustituirla por el Estado.”

    Y Louis Even escribió sobre el mismo tema, en 1973:

    “Sí, los Peregrinos de San Miguel son patriotas, y desean, tanto como cualquier otra persona, un régimen de orden y justicia, de paz, de pan y de alegría, para cada familia en su país. Pero como también son católicos, ellos saben muy bien que ese orden, paz y alegría son incompatibles con el rechazo de Dios, la violación de sus Mandamientos, la negación de la Fe, la paganización de la vida, los escándalos dados a los niños en las escuelas en las que los padres son, por ley, obligados a enviarlos.

    “Los Peregrinos de San Miguel, confiando en la ayuda de los poderes celestiales, juraron usar todas las fuerzas morales y físicas, toda la propaganda y herramientas educativas que tienen, para reemplazar el reino de Satanás, por el Reino de la Inmaculada y Jesucristo.

    “En un enfrentamiento contra la dictadura financiera, uno no debe enfrentarse sólo con poderes terrenales. Como la dictadura comunista, como la poderosa organización de la masonería, la dictadura financiera está bajo el mando de Satanás. Simples armas humanas nunca serán capaces de superar ese poder. Lo que se necesita son las armas escogidas y recomendadas por Aquella que destierra todas las herejías, Aquella que tendrá que aplastar definitivamente la cabeza de Satanás, Aquella que declaró Ella misma en Fátima, que al final su Inmaculado Corazón triunfará. Y estas armas son: la consagración a su Inmaculado Corazón, señalada por llevar el Escapulario, el Rosario, y la penitencia.

    “Los Peregrinos de San Miguel están seguros de que, abrazando el programa de María, todo acto que ejecuten, cada Ave María que dirijan a la Reina del Mundo, y todo sacrificio que ofrezcan, no sólo contribuye a su santificación personal, sino al advenimiento de un orden social más sólido, humano y Cristiano, como el Crédito Social. En tal programa recibido de María, todo cuenta, y nada se pierde.”

    Para resumir, la batalla del Periódico San Miguel, del Instituto Louis Even, es la batalla por la salvación de las almas. Los Peregrinos de San Miguel sólo repiten lo que el Papa y la Iglesia piden: una nueva evangelización — para recordar los principios cristianos básicos a los que infortunadamente los olvidaron o dejaron de ponerlos en práctica — y una reestructuración de los sistemas económicos. Ser un Peregrino de San Miguel en el trabajo del Periódico “San Miguel” es por lo tanto una de las vocaciones más urgentes y necesarias de nuestros tiempos. ¿Quiénes, entre aquellos que oigan o lean estas palabras, tendrán la gracia de responder a este llamado, a esta vocación? ¡Qué grandioso e importante es el trabajo de Louis Even! ¡Todos quienes tienen sed de justicia deberían comenzar a estudiar y difundir el Crédito Social pidiendo suscripciones al Periódico San Miguel!

  3. #3
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    Re: Cursillo de Doctrina Social de la Iglesia

    APÉNDICE A. El último texto de Jacques Maritain


    Jacques Maritain, a quien Louis Even citó varias veces en sus artículos, era un filósofo francés que murió en 1973, a la edad de 91, y quien se especializó en el estudio de los escritos de Santo Tomás de Aquino, y su implementación en la sociedad de hoy; algunas de sus posturas intentaron lo imposible: reconciliar los dogmas del magisterio de la Iglesia con el mundo moderno, que no los acepta. Después de haber escrito muchos libros, fue tenido en alta estima en los círculos eclesiásticos — el Papa Pablo VI incluso lo escogió para representar a los hombres de ciencia en la ceremonia de cierre del Concilio Vaticano II en 1966.

    La noche antes de su muerte, el 29 de abril de 1973, él terminó de escribir un texto que apuntaba a resumir todos sus pensamientos sobre el tema que él consideraba el más importante para la sociedad de hoy, constituyendo un regreso a sus propias posturas iniciales, más acordes con la tradición y el magisterio de la Iglesia, y en contraste con lo sostenido por algunos de sus contemporáneos más influyentes. Lo que resulta muy interesante para los miembros del Instituto Louis Even y aquellos que simpatizan con la idea del Crédito Social, es que el tema era el dinero, y especialmente la denuncia del préstamo de dinero a interés, que crea deudas impagables.

    En su texto, Maritain habla de una sociedad en la que el Estado crearía “símbolos” para representar el dinero, y estos símbolos serían emitidos tanto como fueran necesarios para ser usados por todo ciudadano: “Cada ciudadano recibiría suficientes símbolos para permitir a todo individuo vivir confortablemente, con la garantía de un estándar de vida que sea suficientemente alto para disfrutar de una existencia digna de un ser humano, y cubrir las necesidades básicas (vivienda, ropa, comida, asistencia médica, etc.) de una familia, y su vida intelectual. No hay que decir que todos los impuestos que deben ser pagados al Estado desaparecerían en este nuevo sistema.”

    Sin tener toda su técnica y perfección, está cerca de los principios del Crédito Social de C. H. Douglas y Louis Even. Pero lo que queremos recalcar aquí es el capítulo 5 de este texto de Maritain, que condena directamente el préstamo de dinero a interés, reiterando la enseñanza centenaria de la Iglesia en cuanto a que la usura consiste en cualquier interés que obtiene el prestamista del prestatario como un precio por el préstamo. He aquí éste capítulo:

    En nuestra sociedad todo tipo de préstamo a interés perdería su razón de ser, dado que el Estado lo administraría por demanda, a cualquiera que quiera comenzar un negocio o una institución, todos los símbolos que necesite.

    Es desde el siglo XVI, cuando llegó a ser legal, que prestar a interés se convirtió, para la civilización actual, en algo de importancia decisiva, así que es esta práctica de prestar dinero a interés que en los días actuales tengo en mente con los siguientes pensamientos, sin olvidar que la historia completa del préstamo de dinero es muy reveladora. De hecho, esta historia es la más humillante de las que pueden encontrarse en los asuntos humanos. Porque mientras que el espíritu humano condenaba esta práctica en nombre de la verdad y de la naturaleza de las cosas, se abrió paso en nuestra conducta práctica, y finalmente estableció su autoridad de acuerdo con nuestras necesidades materiales tomadas como un fin en sí mismas, pero separadas del bien total de la persona humana.

    Como resultado, nuestro campo de acción se dividió en dos partes, y ahora nos imaginamos que el mundo de los negocios constituye un mundo separado, con su propio valor absoluto, siendo independiente de valores superiores y estándares que hacen la vida digna a un hombre.

    La verdad sobre el préstamo de dinero fue dicha por Aristóteles, en forma decisiva, cuando declara falsa y perniciosa la idea de la fecundidad del dinero, y afirma que, de todas las actividades, la peor es aquella del prestamista, que fuerza al dinero — una cosa por naturaleza estéril — a producir ganancias, mientras que la sola propiedad del dinero debe usarse como unidad de medida de las cosas.

    Usar el dinero de uno para sustentar su vida, satisfacer sus deseos, o conseguir nuevos bienes al gastarlo, para mejorar nuestra existencia, es normal y bueno. Pero usar el dinero para que engendre más dinero, como si el dinero fuera fecundo, y obtener interés (en griego se llamaba “la descendencia del dinero”), es, de todos los medios de enriquecerse, el “más contrario a la naturaleza”, y sólo puede tener lugar explotando el trabajo de otras personas. Uno está perfectamente acertado al odiar el préstamo a interés.

    La Iglesia, en su pura enseñanza doctrinal, condenó el préstamo de dinero a interés como lo hizo Aristóteles. Por mucho tiempo, la legislación civil estaba de acuerdo con la enseñanza de la Iglesia, y decía que todo préstamo debía ser libre (de interés). Todos aquellos (y eran muchos) que infringían ésta ley eran castigados.

    No fue mucho antes de la mitad del siglo XVII que la ley civil rompió con la enseñanza doctrinal de la Iglesia, permitiendo al mundo de los negocios considerar normal y legítima la práctica de prestar dinero a interés. Pero la enseñanza pura y doctrinal de la Iglesia, que condenaba pura y simplemente el préstamo de dinero a interés aún estaba allí.

    Es de alabar en el Papado que, en un tiempo en que la civilización de mercado, que había empezado en el siglo XII, estaba triunfante, el Papa Benedicto XIV publicó en 1745 la famosa carta encíclica Vix Pervenit, que prohibe el préstamo de dinero a interés, diciendo que es un pecado admitir que en un préstamo el prestamista debe recibir más que la suma prestada.

    Y más tarde, cuando el capitalismo del siglo XIX floreció, el Papa León XIII denunció, en su carta encíclica Rerum Novarum, la “rapaz usura” por ser una plaga del sistema económico actual.

    Pero al mundo de los negocios no podían importarle menos las prohibiciones de la Iglesia, y en tiempos modernos, el préstamo de dinero a interés eventualmente se impuso con fuerza irresistible, y se ha convertido en nervio esencial, el nervio motor del sistema económico actual, que no puede existir sin él.

    Pensar que el dinero puede engendrar más dinero es sólo una ilusión. El dinero no es fértil. Una vez que el principio de prestar dinero a interés es aceptado, aún cuando estudios teóricos y ensayos se acumulen para remediar todos sus vicios, nunca tendrán éxito, porque todo el sistema está basado en un principio falso, el de la fecundidad del dinero.

    Jacques Maritain

  4. #4
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    Re: Cursillo de Doctrina Social de la Iglesia

    Apéndice B. ¿Sobre qué está construida la Doctrina Social de la Iglesia?



    Los cimientos de la Doctrina Social de la Iglesia

    El objetivo de la doctrina social de la Iglesia no sólo es intelectual o cognoscitivo, sino también sumamente práctico y personal. Debe cambiar nuestras vidas y debe ayudarnos a asumir nuestras propias responsabilidades vis-à-vis el bien común, sobre todo en lo concerniente a aquellos que están en más necesidad.

    Pensamos desarrollar esta breve presentación sobre la doctrina social de la Iglesia en cuatro partes: su definición; su naturaleza; sus fundamentos; y varias sugerencias prácticas.


    1. ¿Qué es?

    Aunque nosotros podamos tener una idea general de qué es la doctrina social católica, es a menudo más simple eliminar nociones falsas, empezando con lo que no es.

    La Iglesia manifiesta claramente que su enseñanza social no es un “tercer camino,” algún camino intermedio entre capitalismo y socialismo. No es en absoluto una agenda económica o política, y ni es un “sistema”. Aunque por ejemplo, ofrezca una crítica del socialismo y capitalismo, no propone un sistema alternativo. No es una propuesta técnica para resolver problemas prácticos, sino una doctrina moral, surgiendo del concepto Cristiano del hombre y de su vocación para amar y para la vida eterna. Se encuentra en una categoría propia.

    La doctrina social católica no es una utopía, en el sentido de un proyecto social imposible de lograr. No intenta describir un paraíso terrenal en el que la humanidad puede lograr la perfección.

    A pesar de todo esto, la enseñanza social católica confronta seriamente realidades y estructuras existentes, y desafía a la humanidad para buscar soluciones a las situaciones sociales, políticas y económicas dignas de la dignidad humana, creando así un grado saludable de tensión entre las realidades temporales tal y como están y el ideal del Evangelio.

    La enseñanza social católica no es una doctrina estática, fija, pero sí es una aplicación dinámica de las enseñanzas de Cristo a las realidades y circunstancias cambiantes de las sociedades y culturas humanas. Por supuesto, los principios fundamentales no cambian, porque ellos están profundamente arraigados en la naturaleza humana. Pero sus aplicaciones y juicios contingentes se adaptan a las nuevas circunstancias históricas según los tiempos y lugares.

    La doctrina social de la Iglesia es parte integrante del armazón de la teología y especialmente de la teología moral.

    De acuerdo a la redacción del magisterio, es la formulación exacta de los resultados de una meditación cuidadosa en las realidades complejas de la existencia de la humanidad, en la sociedad y en un contexto internacional, bajo la luz de la fe y de la tradición viva de la Iglesia.

    Es un conjunto de principios, criterios y pautas para la acción, con el objetivo de interpretar las realidades sociales, culturales, económicas y políticas, evaluando su conformidad o diversidad con las enseñanzas del Evangelio en la persona humana y su vocación terrenal y trascendente.


    2. El contenido de la Enseñanza Social Católica

    El contenido de la doctrina social se expresa en tres niveles:

    --Principios y valores fundamentales. La doctrina social adquiere sus principios básicos, de la teología y de la filosofía, con la ayuda de las ciencias humanas y sociales que la complementan. Estos principios incluyen la dignidad de la persona humana, el bien común, la solidaridad, la participación, la propiedad privada, y el destino universal de los bienes. Los valores fundamentales incluyen: la verdad, la libertad, la justicia, la caridad y la paz.

    --Criterio para el juicio: para los sistemas económicos, instituciones, organizaciones, también usando datos empíricos. Ejemplos: la evaluación de la Iglesia del comunismo, liberalismo, teología de liberación, racismo, globalización, salarios justos, etc.

    --Pautas para la acción: opiniones contingentes en eventos históricos. Ésta no es una deducción lógica y necesaria que surge de principios, sino también el resultado de la experiencia pastoral de la Iglesia y una percepción Cristiana de la realidad; una opción preferencial por los pobres, el diálogo, y el respeto por la autonomía legítima de las realidades políticas, económicas y sociales. Ejemplo: sugerencias para el perdón de la deuda internacional, reforma agrícola, creación de cooperativas, etc. (vea “Gaudium et Spes,” Nos. 67-70).


    3. Fundamentos

    El primer fundamento de enseñanza social católica es el mandato de Jesús al amor: Amarás a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo. Éste es el fundamento de toda la moral Cristiana, y por consiguiente de la doctrina social de la Iglesia que es parte de la moral. Jesús dijo, que el doble mandamiento del amor no sólo es el primero y más importante de todos los mandamientos, sino también un resumen o compendio de todas las leyes de Dios y el mensaje de los profetas.

    Por consiguiente la doctrina social de la Iglesia proporciona una respuesta a la pregunta: ¿Cómo debo amar yo a Dios y a mi prójimo dentro de mi contexto político, económico y social? Nuestro amor a Dios y al prójimo no consiste simplemente en una obligación semanal de asistir a la Santa Misa y el lanzar unas monedas en el cesto el momento del ofertorio. Debe penetrar nuestra vida entera y debe conformar nuestras acciones y nuestro ambiente al Evangelio.

    Éste es un principio muy importante para poder superar la tendencia a ver a la economía o a la política como algo totalmente separado de la moral, cuando de hecho es precisamente allí que un cristiano hace que su fe influya en materias temporales.

    El mandamiento de amar por consiguiente debe representar el fundamento general de la doctrina social de la Iglesia. Hay, sin embargo, también fundamentos específicos que pueden resumirse en cuatro principios básicos de la totalidad de la doctrina social de la Iglesia, cuatro columnas en las que el edificio entero se apoya. Estos principios son: la dignidad de la persona humana, el bien común, la subsidiaridad y la solidaridad.

    --La dignidad de la persona humana. El primer principio clásico es el de la dignidad de la persona humana que provee el fundamento de los derechos humanos. Para pensar correctamente sobre la sociedad, la política, la economía y la cultura uno debe entender primero propiamente quién es el ser humano y cual es su bien real. Cada persona, creada a imagen y semejanza de Dios, tiene una dignidad inalienable y debe tratarse por consiguiente siempre como un objetivo y no sólo como un medio.

    Cuando nuestro Señor Jesús, usando la imagen del Buen Pastor, habló sobre la oveja perdida, él nos enseñó lo que Dios piensa sobre el valor de la persona humana individual. El pastor deja las 99 ovejas en el desierto para buscar a la perdida. Dios no piensa en masa sobre los seres humanos, o en porcentajes, sino como individuos. Cada uno es precioso para él, irreemplazable.

    En su carta encíclica Centesimus Annus, el Papa Juan Pablo II subrayó la centralidad de este principio: “Es necesario tener presente que el hilo principal, y en un cierto sentido el principio guía... de la doctrina social de la Iglesia, es una mirada correcta de la persona humana y de su único valor, ya que “el hombre... es la única criatura en la tierra que Dios legó para sí mismo”. Dios ha impreso su propia imagen y semejanza en el hombre (vea Génesis 1:26), confiriendo en él una dignidad incomparable (vea “Centesimus Annus,” No. 11).

    De ahí que la Iglesia no piensa primero en términos de naciones, partidos políticos, tribus o grupos étnicos, sino de la persona individual. La Iglesia, como Cristo, defiende la dignidad de cada individuo. Ella entiende la importancia del estado y de la sociedad en los términos de servicio a las personas y a las familias, en lugar de al revés. El estado tiene el deber en particular de proteger los derechos de las personas, derechos que no son dados por el estado sino por el Creador.

    --El bien común. El segundo principio clásico de la doctrina social de la Iglesia es el principio del bien común. El Segundo Concilio Vaticano lo define como “el total de la suma de condiciones sociales que permiten a las personas, o como grupos o como individuos, el alcanzar su perfección más totalmente y más fácilmente”. (“vea Gaudium et Spes,” 26; vea GS, 74; y Catecismo de la Iglesia católica, 1906).

    El hombre, creado a la imagen de Dios que es comunión Trinitaria de personas, no logra su perfección en aislamiento de otros, sino dentro de las comunidades y a través del regalo de sí mismo que hace posible la comunión. El egoísmo que nos insta a que busquemos nuestro propio beneficio para detrimento de otros es superado por un compromiso al bien común.

    El “bien común” no es exclusivamente mío o suyo, y no es él la suma de lo bueno de los individuos, sino que crea un nuevo sujeto nosotros -en el que cada uno descubre su propio bien en comunión con otros. Por consiguiente el bien común no pertenece a una entidad abstracta como el estado, sino a las personas como individuos llamados a la comunión.

    El hombre es fundamentalmente (y no sólo circunstancialmente) social, relacional e interpersonal. Nuestro bien común también es necesario para mi propio perfeccionamiento, significando para mi propio bien personal. Cada persona crece y alcanza el perfeccionamiento dentro de la sociedad y a través de la sociedad. De ahí que, el bien común es distinto de, pero no en oposición, al bien particular de cada individuo. Muy a menudo, su bien y mi bien se reúnen en nuestro bien común.

    El bien común en cambio, se opone al utilitarismo, la idea de la posibilidad más grande de felicidad (placer) para el número más alto posible de las personas, lo que inevitablemente lleva a que la minoría este subordinada a la mayoría. Por consiguiente la excelencia y la inviolabilidad de la persona humana individual excluyen la posibilidad de subordinar el bien de unos al de otros, convirtiendo así a los primeros, en un medio para la felicidad de otros.

    --Subsidiaridad. El tercer principio clásico de la doctrina social, es el principio de la subsidiaridad. Se expresó primero bajo ese nombre por el Papa Pío XI en 1931 en su carta encíclica “Quadragesimo Anno”. Este principio nos enseña que las decisiones de la sociedad deben quedar al nivel más bajo posible, por consiguiente al nivel más cercano a aquéllos afectados por la decisión. Este principio fue formulado cuando el mundo fue amenazado por sistemas totalitarios con sus doctrinas basadas en la subordinación del individuo a la colectividad. Nos invita a buscar soluciones a los problemas sociales en el sector privado antes de pedir al Estado que interfiera.

    Incluso previo a la encíclica de Pío XI, el Papa Leo XIII insistió “en los límites necesarios a la intervención del Estado y en su carácter instrumental, ya que el individuo, la familia y la sociedad son anteriores al Estado, y ya que el estado existe en orden de proteger sus derechos y no de ahogárselos” (“Centesimus Annus,” 11).

    --La solidaridad. El cuarto principio fundamental de la doctrina social de la Iglesia sólo fue formulado recientemente por S.S. el Papa Juan Pablo II en su carta encíclica “Sollicitudo Rei Socialis” (1987). Este principio se llama el principio de la solidaridad. Enfrentado con la globalización, la interdependencia creciente de las personas y poblaciones, nosotros debemos tener presente que la familia humana es una. La solidaridad nos invita a aumentar nuestra sensibilidad por otros, sobre todo por aquéllos que sufren.

    Pero el Santo Padre agrega que esa solidaridad no es simplemente un sentimiento, sino una “virtud” real que nos permite que asumamos nuestras responsabilidades entre si. El Santo Padre escribió, esa solidaridad “no es un sentimiento de compasión vaga o de poco dolor a los infortunios de tantas personas, aquellos que están cerca y lejos. Al contrario, es una sólida y perseverante determinación para comprometerse a sí mismo al bien común; es decir al bien de todos y de cada individuo, porque todos nosotros somos realmente responsables de todos” (SRS, 38).


    4. Consejos prácticos

    Nos gustaría por último esbozar cinco sugerencias prácticas con respecto a la aplicación de la enseñanza social católica, sobre todo para nosotros los laicos:

    --Leamos y tengamos, preciso y buen conocimiento de las enseñanzas sociales de la Iglesia, para poder exponerlos con convicción y claridad, y asegurarnos que lo que nosotros enseñamos en el nombre de la Iglesia es eficazmente lo que la Iglesia enseña, y no nuestras propias opiniones personales.

    --La humildad, para no tener que saltar de los principios generales a los juicios concretos definitivos, sobre todo cuando es expresado de una manera categórica y absoluta. Nosotros no debemos ir más allá de las limitaciones de nuestro propio conocimiento y competencia específica.

    --El realismo, evaluando la condición humana, reconociendo el pecado pero dejando espacio para la acción de la gracia de Dios. En medio de nuestro compromiso al desarrollo humano, nunca perdamos de vista que la vocación del hombre es sobretodo el de ser santo y disfrutar de Dios eternamente.

    --Evitemos la tentación de usar la doctrina social de la Iglesia para propósitos partidistas. Nosotros en cambio debemos concentrarnos primero en nuestras propias vidas y nuestras responsabilidades personales, sociales, económicas y políticas.

    --Sepamos cómo cooperar estrechamente con otros laicos, formándolos y enviándolos como otros evangelizadores del mundo. Los laicos somos los verdaderos expertos en nuestros campos de competencia y tenemos la vocación específica de transformar las realidades temporales según el Evangelio.



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    Hector el Cruzado y Xaxi dieron el Víctor.

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    Por Hyeronimus en el foro Economía
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  5. Doctrina católica: relaciones Iglesia-Estado
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