Lección 10. El Crédito Social y la Doctrina Social de la Iglesia (Parte II)
En la lección anterior, hemos desarrollado el primero de los cuatro principios de base de la Doctrina Social de la Iglesia, a saber: la primacía de la persona humana, que significa que todos los sistemas económicos existen para servir a la persona humana.
Por lo tanto, el objetivo de los sistemas económicos y financieros, también de acuerdo con la Iglesia, es servir al hombre. El objetivo del sistema económico debe ser la satisfacción de las necesidades humanas. Esto es lo que Pio XI nos recuerda en su encíclica Quadragesimo anno (No. 75):
“El organismo económico y social será sanamente constituido y logrará su fin solamente cuando le garantice a todos y cada uno de sus miembros todos los bienes y los recursos que la naturaleza y la industria, así como la organización verdaderamente social de la vida económica están en capacidad de procurarles”.
“Estos bienes deben ser lo suficientemente abundantes como para satisfacer las necesidades de una subsistencia honesta y para elevar a los hombres a un grado de confort y de cultura que, ojalá sea usado sabiamente, no obstaculiza la virtud, sino que facilita de forma singular el ejercicio de la misma.”
A continuación desarrollemos los otros tres principios mencionados en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia: el bien común, la subsidiaridad y la solidaridad.
El Bien Común
164. (…) por bien común entendemos: “este conjunto de condiciones sociales que permiten, tanto a los grupos como a cada uno de los miembros, alcanzar su perfección de una manera más total y cómoda” (Gaudium et Spes, 26)
Si nos atenemos a lo enseñado por el Magisterio de la Iglesia, el hombre nació para conocer a Dios, amarle, servirle, y salvar su alma. Es esa la perfección, la “dignidad trascendente” a la que apunta el bien común.
167. El bien común compromete a todos los miembros de la sociedad: nadie está exento de colaborar, de acuerdo con sus propias capacidades, en la realización y en el desarrollo de este bien…Todos tienen también derecho de beneficiarse de las condiciones de vida social resultantes de la búsqueda del bien común. La enseñanza de Pio XI permanece muy actual:
“Importa entonces atribuirle a cada uno lo que le corresponde y devolverle a las exigencias del bien común o a las normas de la justicia social la distribución de los recursos de este mundo, a los ojos de los hombres, cuyo flagrante contraste entre un puñado de ricos y una multitud de indigentes certifica en nuestros días, a los ojos del hombre de corazón, los graves desarreglos” (Encíclica Quadragesimo anno, 197).
Los deberes de la comunidad política
168. La responsabilidad de encontrar el bien común recae no solamente en los individuos, sino también en el Estado, puesto que el bien común es la razón de ser de la autoridad política. (Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1910.) A la sociedad civil de la cual es expresión, el Estado debe en efecto garantizar la cohesión, la unidad y la organización, de suerte que el bien común pueda ser logrado con la contribución de todos los ciudadanos. El individuo, la familia, los cuerpos intermediarios no están en disposición de lograr por sí mismos su desarrollo pleno. De donde surge la necesidad de instituciones políticas cuya finalidad es hacer accesible a las personas los bienes necesarios –materiales, culturales, morales, espirituales- para alcanzar una vida plenamente humana. El objetivo de la vida social es el bien común históricamente realizable.
170. El bien común de la sociedad no es un fin en sí mismo; solo tiene valor en referencia a la búsqueda de los fines últimos y al bien común universal de la creación entera. Dios es el fin último de sus criaturas y en ningún caso podemos privar el bien común de su dimensión trascendente, que sobrepasa pero también culmina la dimensión histórica.
La destinación universal de los bienes
171. Entre las múltiples implicaciones del bien común, el principio de la destinación universal de los bienes reviste una importancia inmediata: “Dios ha destinado la tierra y todo lo que ella contiene, para uso de todos los hombres y de todos los pueblos, de suerte que los bienes de la creación deben equitativamente afluir entre las manos de todos, según la regla de la justicia, inseparable de la caridad” (Gaudium et Spes, 69). Este principio está basado sobre el hecho de que “el origen primero de todo bien es el acto de Dios mismo, quien creó el cielo y la tierra, y le dio la tierra al hombre para que la dominara por su trabajo y gozara de sus frutos (cf. Gn 1, 28-29). Dios le dio a la tierra todo el género humano para que hiciera vivir a todos sus miembros, sin excluir ni privilegiar a nadie. Es este el origen de la destinación universal de los bienes de la tierra. En razón de su fecundidad misma y de sus posibilidades para satisfacer las necesidades del hombre, la tierra es el primer don de Dios para la subsistencia humana” (Juan Pablo II, Centesimus Annus, 31). En efecto, la persona no puede obviar los bienes materiales, los cuales responden a sus necesidades primarias y constituyen las condiciones de base de su existencia; estos bienes le son absolutamente indispensables para alimentarse y crecer, para comunicarse para asociarse, y para poder realizar los más altos fines para los cuales ha sido llamada.(Cf. Pio XII, Radio mensaje de junio 1, 1941).
172. El principio de la destinación común de los bienes de la tierra es la base del derecho universal del uso de los bienes. Cada hombre debe tener la posibilidad de disfrutar del bienestar necesario para su pleno desarrollo: el principio del uso común de los bienes es el “primer principio de todo el orden ético-social” y “principio característico de la doctrina social cristiana” (Juan Pablo II, Encíclica Sollicitudo Rei Socialis, 42.)
Esta es la razón por la cual la Iglesia estimó necesario precisar la naturaleza y las características de este. Se trata ante todo de un derecho natural, inscrito en la naturaleza del hombre, y no simplemente de un derecho positivo ligado a la contingencia histórica; en otras palabras, este derecho es “originario” (Pio XII, Radio-mensaje del 1ro de junio de 1941.) Es inherente al individuo, a cada persona y es prioritario con respecto a toda intervención humana sobre los bienes, a todo orden jurídico de estos, a todo método y todo sistema económico y social: “todos los otros derechos, cualquiera que sean, incluidos aquellos de la propiedad y de libre comercio le son subordinados (a la destinación universal de los bienes): no deben entonces obstaculizar sino más bien al contrario facilitar la realización y es un deber social grave y urgente devolverlas a su finalidad primera. (Pablo VI, Encíclica Populorum Progressio, 22).
La Propiedad privada
176. Por el trabajo, el hombre, utilizando su inteligencia, consigue dominar la tierra y a hacer de ella su digna morada: “se apropia así de una parte de la tierra, aquella que es adquirida por su trabajo. Es ahí el origen de la propiedad individual“ (Juan Pablo II, Centesimus Annus, 31.)
La propiedad privada y las otras formas de posesión privada de los bienes “aseguran a cada uno una zona indispensable de autonomía personal y familiar. Hay que verlos como una prolongación de la libertad humana. En fin, estimulando el ejercicio de la responsabilidad, constituyen una de las condiciones de las libertades civiles” (Gaudium et Spes, 71.) La propiedad privada es elemento esencial de una política económica auténticamente social y democrática y la garantía de un orden social justo. La doctrina social exige que la propiedad de los bienes sea equitativamente accesible a todos, de suerte que todos se conviertan, al menos en alguna medida en propietarios, sin por tanto que los puedan “poseer confusamente”. (León XIII, Rerum Novarum, 11.)
La herencia del progreso
Poniendo a la disposición de la sociedad bienes nuevos, completamente desconocidos hasta una época reciente, la fase histórica actual impone una relectura del principio de la destinación universal de los bienes de la tierra, haciendo necesaria una extensión que incluya también los frutos del reciente progreso económico y tecnológico. La propiedad de los nuevos bienes surgidos del conocimiento, del progreso y del saber se vuelve siempre más decisiva, ya que “la riqueza de los países desarrollados se funda mucho más sobre este tipo de propiedad que sobre los recursos naturales” (Juan Pablo II, Centesimus Annus, 32.)
Los nuevos conocimientos técnicos y científicos deben ser puestos al servicio de los bienes primordiales del hombre, a fín de que el patrimonio común de la humanidad pueda progresivamente acrecentarse. La plena puesta en práctica del principio de la destinación universal de los bienes requiere por consiguiente de acciones a nivel internacional y de iniciativas programadas por todos los países: “hay que romper las barreras y los monopolios que mantienen a numerosos pueblos al margen del desarrollo, asegurar a todos los individuos y a todas las naciones las condiciones elementales que permitan participar del desarrollo”. (Juan Pablo II, Centesimus Annus, 35.)
Que todos sean realmente “capitalistas” y tengan acceso a los bienes de la tierra, esto podría hacerse posible por el dividendo del Crédito Social. Tal como se mencionó en las anteriores lecciones, este dividendo está basado sobre dos cosas: la herencia de los recursos naturales y los inventos de las generaciones pasadas. Es exactamente lo que el Papa Juan Pablo II escribía en 1981 en su encíclica Laboren Exercens sobre el trabajo humano (Nº 13):
“El hombre por su trabajo hereda un doble patrimonio: hereda por un lado lo que le es dado a todos los hombres bajo la forma de recursos naturales, y por otro parte lo que todos los otros ya han elaborado a partir de estos recursos, realizando un conjunto de instrumentos de trabajo siempre más perfectos. Así trabajando, el hombre hereda el trabajo del prójimo”
La pobreza frente a la abundancia
Dios puso sobre la tierra todo lo necesario para alimentar a todo el mundo. Pero a causa de la falta de dinero, los productos ya no pueden llegar a las gentes que tienen hambre: montañas de productos se acumulan frente a millones que mueren de hambre. Es la paradoja de la miseria frente a la abundancia: “Qué cruel paradoja es verlos tan numerosos aquí incluso en apuros financieros, ustedes que podrían trabajar para alimentar a sus semejantes, mientras que en este mismo momento la malnutrición crónica y el espectro del hambre tocan a millones de personas allá afuera en el mundo”. (Juan Pablo II a los pescadores, St. John’s, Terranova , 12 de septiembre de 1984.)
¡Nunca más hambre! Señoras y señores este objetivo puede ser alcanzado. La amenaza del hambre y el peso de la malnutrición no son una fatalidad ineluctable. La naturaleza no es en esta crisis infiel al hombre. Mientras que, según la opinión generalmente aceptada, el 50% de las tierras todavía están sin aprovechar, se impone el hecho del escándalo de enormes excedentes alimenticios que algunos países destruyen periódicamente a falta de una sabia economía que les habría asegurado un consumo útil.
Llegamos aquí a la paradoja de la situación presente: la humanidad dispone de un dominio inigualado del universo; dispone de instrumentos capaces de hacer rendir a pleno los recursos de éste. Los detentores mismos de estos instrumentos se quedarían como afectados de parálisis ante el absurdo de una situación en la cual la riqueza de unos cuantos toleraría la persistencia de la miseria de un gran número… no sabríamos llegar hasta ahí sin haber cometido graves errores de orientación, no siendo estos en ocasiones sino debidos a la negligencia o a la omisión. Ya es hora de descubrir en qué están fallando los mecanismos a fín de rectificar o más bien de enderezar de punta a punta la situación”. (Pablo VI en la Conferencia Mundial de la Alimentación, Roma, 9 de noviembre de 1974.)
“De toda evidencia, hay un defecto capital o más bien un conjunto de defectos e incluso un mecanismo defectuoso en la base de la economía contemporánea y de la civilización materialista que no le permiten a la familia humana diría yo, salir de situaciones tan radicalmente injustas” (Juan Pablo II, encíclica Dives in Misericordia, 30 de noviembre de 1980, n. 11.)
La miseria frente a la abundancia… « representa en cierto modo un gigantesco desarrollo de la parábola bíblica del rico que festeja y del pobre Lázaro. La amplitud del fenómeno cuestiona las estructuras y los mecanismos financieros, monetarios, productivos y comerciales, los cuales, apoyados sobre presiones políticas diversas, rigen la economía mundial; se revelan incapaces de reabsorber las injusticias heredadas del pasado y de hacer frente a los desafíos urgentes y a las exigencias éticas del presente…Estamos aquí frente a un drama cuya amplitud no puede dejar a nadie indiferente.” (Juan Pablo II, Redemptor hominis, n. 15.)
Reformando el sistema financiero
Los Papas denuncian la dictadura del dinero escaso y piden una reforma de los sistemas financiero y económico, el establecimiento de un sistema económico al servicio del hombre:
“Es necesario denunciar la existencia de mecanismos económicos, financieros y sociales que, aunque conducidos por la voluntad de los hombres, funcionan comúnmente de una manera casi automática, haciendo más rígidas las situaciones de riqueza de unos y la pobreza de otros”. (Juan Pablo II, encíclica Sollicitudo rei socialis, n. 16.)
“Hago un llamado a todos los encargados del poder a fín de que en conjunto se esfuercen por encontrar las soluciones a los problemas actuales, lo que supone una reestructuración de la economía de manera que las necesidades humanas superen siempre la ganancia financiera”. (Juan Pablo II a los pescadores, St. John’s, Terranova , 12 de septiembre de 1984.)
“Una condición esencial es dar a la economía un sentido humano y una lógica humana. Lo que dije con respecto del trabajo es igualmente válido aquí. Es importante liberar los diversos campos de la existencia, de la dominación de una economía aplastante. Hay que poner las exigencias económicas en el lugar que les corresponde y crear un tejido social multiforme que evite la masificación… Cristianos, donde quiera que estén, asuman su parte de responsabilidad en este inmenso esfuerzo por la reconstrucción humana de la ciudad. Se lo deben a la Fe”. (Juan Pablo II, discurso a los obreros de Sao Paulo, 3 de julio de 1980.)
El principio de subsidiaridad
Esto nos conduce a uno de los principios más interesantes de la Doctrina Social de la Iglesia, el de la Subsidiaridad: los niveles superiores de los gobiernos no deben hacer lo que los niveles inferiores, más cerca de los individuos pueden hacer. Es lo contrario de la centralización -y de su aplicación más extrema, un gobierno mundial, en donde todos los gobiernos nacionales son abolidos. Este principio de subsidiaridad significa también que los gobiernos existen para ayudar a los padres, y no para tomar su lugar. Se puede leer en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia:
185. Presente desde la primera gran encíclica social, la subsidiaridad figura entre las directivas más constantes y más características de la doctrina social de la Iglesia. (Cf. León XIII, Encíclica Rerum Novarum, 11.) Es imposible promover la dignidad de la persona si no es ocupándose de la familia, de los grupos, de las asociaciones, de las realidades territoriales locales, en fin, de todas las expresiones asociativas de tipo económico, social, cultural, deportivo, recreativo, profesional, político, a las cuales las personas dan espontáneamente vida y que hacen posible su crecimiento social efectivo.
Tal es el cuadro de la sociedad civil entendida como la suma de las relaciones entre individuos y grupos sociales, los cuales son las primeras relaciones para cultivar y que tienen lugar gracias a la “subjetividad creativa del ciudadano”. Este canal de relaciones fortalece el tejido social y constituye la base de una verdadera comunidad de personas, haciendo posible el reconocimiento de formas más elevadas de actividad social.
186. La necesidad de defender y promover las expresiones originales de la vida social son enfatizadas por la Iglesia en la Encíclica Quadragesimo Anno, en la que el principio de subsidiaridad es señalado como un importantísimo principio de “filosofía social”.
“Así como es gravemente equivocado quitarle a los individuos lo que pueden alcanzar por su propia iniciativa e industria y darlo a la comunidad, también es una injusticia, y al mismo tiempo una grave y malvada perturbación del orden justo, asignar a una asociación más grande y elevada lo que las organizaciones menores y subordinadas pueden hacer. Porque toda actividad social debería, por su propia naturaleza, conseguir ayudar a los miembros del cuerpo social, y nunca destruirlos y absorberlos.”
Sobre la base de este principio, todas las sociedades de un orden superior deben adoptar actitudes de ayuda (“subsidium”) — por lo tanto de apoyo, promoción, desarrollo — con respeto a las sociedades de orden inferior. En esta forma, las entidades sociales intermedias pueden desempeñar apropiadamente las funciones que recaigan sobre ellas sin requerirles el pasar injustamente a manos de otras entidades sociales de un nivel más alto, por las que terminarían siendo absorbidas y sustituidas, finalmente viéndose a sí mismas negadas de su dignidad y lugar esencial.
La subsidiaridad, entendida en sentido positivo como asistencia económica, institucional o jurídica ofrecida a entidades sociales menores, envuelve una serie correspondiente de implicaciones negativas que requieren que el Estado se abstenga de cualquier cosa que restringiría de facto el espacio existencial de las células esenciales menores de la sociedad. La iniciativa de éstas, su libertad y responsabilidad no deben ser suplantadas.
187. El principio de subsidiaridad protege a la gente de los abusos cometidos por una autoridad social de nivel superior, y llama a estas mismas autoridades a ayudar a los individuos y grupos intermedios a cumplir sus deberes. Este principio es imperativo porque toda persona, familia y grupo intermedio tiene algo original que ofrecer a la comunidad. La experiencia muestra que la negación de la subsidiaridad, o su limitación en nombre de una supuesta democratización o igualdad de todos los miembros de la sociedad, limita y en ocasiones incluso destruye el espíritu de libertad e iniciativa. El principio de subsidiaridad se opone a ciertas formas de centralización, burocratización, y asistencia de bienestar social, y a la injustificada y excesiva presencia del Estado en los mecanismos públicos.
El “Estado de Bienestar”
Tal como escribió Louis Even: “Porque César (el Estado) no corrige el sistema financiero que sólo él puede corregir, César entonces va más allá de su propio papel y acumula nuevas funciones, usándolas como un pretexto para imponer nuevos impuestos — algunas veces ruinosos — sobre ciudadanos y familias. César por tanto se convierte en la herramienta de una dictadura financiera que él debería destruir, y en el opresor de los ciudadanos y las familias que debería proteger.”
Estas nuevas funciones crean una pesada burocracia que acosa a la gente en lugar de ayudarle. El Papa Juan Pablo II escribió en su Carta Encíclica Centesimus Annus (n. 48):
“En años recientes, el alcance de tal intervención (del Estado) se ha expandido enormemente, al punto de crear un nuevo tipo de Estado, el llamado “Estado de Bienestar”. Esto ha ocurrido en algunos países para responder mejor a muchas necesidades y demandas, remediando formas de pobreza y privación indignas de la persona humana. Sin embargo, los excesos y abusos, especialmente en los años recientes, han provocado muy duras críticas del Estado de Bienestar, también llamado el `Estado de Asistencia Social’. Daños y defectos en el Estado de Asistencia Social son el resultado de una comprensión inadecuada de las tareas propias del Estado. Aquí de nuevo el principio de subsidiaridad debe ser respetado: una comunidad de orden superior no debe interferir en la vida interna de una comunidad de un orden inferior, despojando a ésta última de sus funciones, sino apoyándola en caso de necesidad y ayudándole a coordinar su actividad con las actividades del resto de la sociedad, siempre con una visión hacia el bien común.
“Interviniendo directamente y despojando a la sociedad de su responsabilidad, el Estado de Asistencia Social lleva a una pérdida de energías humanas y a un desordenado incremento de agencias públicas, que son dominadas más por formas burocráticas de pensamiento que por una preocupación por servir a sus clientes, y que son acompañadas por un enorme incremento en el gasto.”
La mayoría de los impuestos hoy en día son injustos e inútiles, y podrían ser eliminados en un sistema de Crédito Social. Una cosa que no tiene razón de existir es el servicio de la deuda — los intereses que la nación debe pagar cada año sobre su deuda externa, por pedir prestado a interés de los banqueros privados el dinero que el Estado podría crear él mismo, sin intereses.
El Compendio de Doctrina Social de la Iglesia continúa (n. 187):
“A la actuación del principio de subsidiaridad corresponden: el respeto y la promoción efectiva del primado de la persona y de la familia; la valoración de las asociaciones y de las organizaciones intermedias en sus opciones fundamentales y en todas aquellas que no pueden ser delegadas o asumidas por otros; el impulso ofrecido a la iniciativa privada, a fin que cada organismo social permanezca, con las propias peculiaridades, al servicio del bien común; la articulación pluralista de la sociedad y la representación de sus fuerzas vitales (…), la descentralización burocrática y administrativa; el equilibrio entre la esfera pública y privada, con el consecuente reconocimiento de la función social del sector privado; una adecuada responsabilización del ciudadano para “ser parte” activa de la realidad política y social del país.”
“188. Diversas circunstancias pueden aconsejar que el Estado ejercite una función de suplencia. Piénsese, por ejemplo, en las situaciones donde es necesario que el Estado mismo promueva la economía, a causa de la imposibilidad de que la sociedad civil asuma automáticamente la iniciativa; piénsese también en las realidades de grave desequilibrio e injusticia social, en las que sólo la intervención pública puede crear condiciones de mayor igualdad, de justicia y de paz.
Como hemos visto en lecciones anteriores, corregir el sistema financiero es ciertamente uno de los deberes del Estado, es decir, que el dinero sea emitido por la sociedad, y no por los banqueros privados para su propio provecho, como el Papa Pío XI escribió en su encíclica Quadragesimo Anno:
“Hay ciertas categorías de bienes sobre los que uno puede sostener con razón que deben permanecer reservados a la colectividad cuando llegan a conferir tal poder económico que no pueden, sin peligro al bien común, ser dejados al cuidado de individuos privados.”
Primero las Familias
Este mismo principio de subsidiaridad significa que las familias, la célula primordial de la sociedad, van primero, antes que el Estado, y que los gobiernos no deben destruir a las familias y la autoridad de los padres. Como la Iglesia afirma, los niños pertenecen a sus padres, y no al Estado:
“Aquí tenemos a la familia, la ‘sociedad’ del hogar de un hombre — una sociedad muy pequeña, uno debe admitir, pero sin embargo una verdadera sociedad, y más antigua que cualquier Estado. Consecuentemente, tiene derechos y deberes que le son peculiares y que son ciertamente independientes del Estado…
“La afirmación, entonces, de que el gobierno civil puede, a su elección, introducirse en, y ejercer un íntimo control sobre la familia y sus miembros es un gran y pernicioso error… La autoridad paternal no puede ser abolida ni absorbida por el Estado…Los socialistas, por tanto, haciendo a un lado al padre e instituyendo una supervisión estatal, actúan contra la justicia natural, y destruyen la estructura del hogar.” (León XIII, Rerum Novarum, nn. 12-14.)
Un salario para las amas de casa
De hecho, en su doctrina social, la Iglesia también reitera la importancia de reconocer el trabajo de las madres en el hogar, dándoles un ingreso. Esto se lograría perfectamente mediante el dividendo del Crédito Social:
“La experiencia confirma que debe haber una re-evaluación social del papel de la madre, de la fatiga conectada a él, y de la necesidad de cuidado, amor y afecto que los niños tienen, de manera que se desarrollen para convertirse en personas responsables, moral y religiosamente maduras y sicológicamente estables. Redundaría a crédito de la sociedad hacer posible que una madre — sin inhibir su libertad, sin discriminación sicológica o práctica, y sin castigarla, en comparación con otras mujeres — pudiera dedicarse a cuidar a sus hijos y educarlos de acuerdo con sus necesidades, que varían según la edad. Tener que abandonar estas tareas para tener un trabajo con salario por fuera del hogar es un error desde el punto de vista de la buena sociedad y de la familia cuando contradice o lesiona estos fines primordiales de la misión de una madre.” (Juan Pablo II, Encíclica Laborem Exercens, n. 19.)
Además, el extraer a la madre del hogar para que se dedique a trabajar por un salario tiene la gravísima consecuencia de cortar el vínculo que transmite a los hijos la religiosidad y la cultura, por lo cual nos enfrentamos a sociedades en las que cada vez más la ausencia de las madres en la educación de los hijos se traduce en comportamientos que retroceden en materia cultural, de convivencia social, de modales, pero sobre todo, de religiosidad.
“Es un abuso intolerable, que debe ser abolido a toda costa, que las madres por culpa del bajo salario de los padres sean forzadas a dedicarse a ocupaciones remuneradas por fuera del hogar descuidando sus propios cuidados y deberes, especialmente la educación de los hijos.”(Pío XI, Encíclica Quadragesimo Anno, n. 71.)
En octubre de 1983, la Santa Sede emitió el “Manifiesto de los Derechos de la Familia”, en el que llamaba a “la remuneración del trabajo en el hogar de uno de los padres; debería ser tal que las madres no sean obligadas a trabajar fuera del hogar en detrimento de la vida familiar y especialmente de la educación de los hijos. El trabajo de la madre en el hogar debe ser reconocido y respetado por su valor para la familia y para la sociedad”. (Artículo 10.)
El principio de solidaridad
La solidaridad es otra palabra para expresar el amor al prójimo. Como cristianos, debemos preocuparnos por el destino de nuestros hermanos en Cristo, pues es en este amor al prójimo en el que seremos juzgados al final de nuestras vidas sobre la tierra:
Es por lo que hayan hecho a los pobres que Jesucristo reconocerá a Sus elegidos…los pobres permanecen confiados a nosotros, y es sobre ésta responsabilidad que seremos juzgados al final (cf. Mt 25:31-46): “Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él si omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son Sus hermanos.” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 183)
El Compendio continúa:
192. La solidaridad confiere particular relieve a la intrínseca sociabilidad de la persona humana, (…), al camino común de los hombres y de los pueblos hacia una unidad cada vez más convencida. Nunca como hoy ha existido una conciencia tan difundida del vínculo de interdependencia entre los hombres y entre los pueblos, que se manifiesta a todos los niveles. 413 La vertiginosa multiplicación de las vías y de los medios de comunicación « en tiempo real », como las telecomunicaciones, los extraordinarios progresos de la informática, el aumento de los intercambios comerciales y de las informaciones son testimonio de que por primera vez desde el inicio de la historia de la humanidad ahora es posible, al menos técnicamente, establecer relaciones aun entre personas lejanas o desconocidas.
Junto al fenómeno de la interdependencia y de su constante dilatación, persisten, por otra parte, en todo el mundo, fortísimas desigualdades entre países desarrollados y países en vías de desarrollo, alimentadas también por diversas formas de explotación, de opresión y de corrupción, que influyen negativamente en la vida interna e internacional de muchos Estados. El proceso de aceleración de la interdependencia entre las personas y los pueblos debe estar acompañado por un crecimiento en el plano ético- social igualmente intenso, para así evitar las nefastas consecuencias de una situación de injusticia de dimensiones planetarias, con repercusiones negativas incluso en los mismos países actualmente más favorecidos. 414
El deber de todo cristiano
El deber de todo cristiano, es decir, quien sigue a Cristo por ser El Camino, La Verdad y La Vida, es buscar el establecimiento de su reinado social en la tierra, pues la Realeza Social de Nuestro Señor es su derecho inalienable, y requisito previo para la instauración de Su justicia en los demás órdenes: “Buscad primero el Reino de Dios y su Justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura” (Cf. Mt. 6, 33).
Es por lo tanto un deber y una obligación para todo cristiano trabajar por el establecimiento de la justicia, y un mejor sistema económico:
“Quien quisiera renunciar a la tarea, difícil pero exaltante, de elevar la suerte de todo el hombre y de todos los hombre, bajo el pretexto del peso de la lucha y del esfuerzo incesante de superación, o incluso por la experiencia de la derrota y del retorno al punto de partida, faltaría a la voluntad de Dios Creador.” (Juan Pablo II, Sollicitudo Rei Socialis, n. 30.)
“La tarea no es imposible. El principio de solidaridad, en sentido amplio, debe inspirar la búsqueda eficaz de instituciones y de mecanismos adecuados…No se avanzará en este camino difícil de las indispensables transformaciones de las estructuras de la vida económica, si no se realiza una verdadera conversión ... La tarea requiere el compromiso decidido de hombres y de pueblos libres y solidarios.” (Juan Pablo II, Encíclica Redemptor Hominis, n. 16.)
Hay, por supuesto, muchas formas de ayudar a nuestros hermanos necesitados: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, refugio a los que no tienen hogar, visitar a los presos y a los enfermos, etc. Algunos enviarán donaciones a organizaciones de caridad, para ayudar a los pobres de los países ricos o del tercer mundo. Pero si estas donaciones pueden aliviar a unos pocos pobres por unos días o semanas, ellas sin embargo no suprimen las causas de la pobreza.
Lo que resulta mucho mejor para corregir el problema es atacar las causas mismas de la pobreza, y restablecer los derechos y dignidad de todo ser humano, creado a imagen de Dios, y con derecho a un mínimo de los bienes terrenales, mediante el establecimiento del Reinado Social de Cristo.
“Más que nadie, el que está animado de una verdadera caridad es ingenioso para descubrir las causas de la miseria, para encontrar los medios de combatirla, para vencerla con intrepidez. El amigo de la paz, «proseguirá su camino irradiando alegría y derramando luz y gracia en el corazón de los hombres en toda la faz de la tierra, haciéndoles descubrir, por encima de todas las fronteras, el rostro de los hermanos, el rostro de los amigos»” (Pablo VI, encíclica Populorum progressio, n. 75.)
Lo que se necesitan son apóstoles para educar a la población sobre la Doctrina Social de la Iglesia, y soluciones prácticas para aplicarla (como las propuestas financieras del Crédito Social). El Papa Pablo VI escribió, también en Populorum Progressio (n. 86):
“Vosotros todos los que habéis oído la llamada de los pueblos que sufren, vosotros los que trabajáis para darles una respuesta, vosotros sois los apóstoles del desarrollo auténtico y verdadero que no consiste en la riqueza egoísta y deseada por sí misma, sino en la economía al servicio del hombre, el pan de cada día distribuido a todos, como fuente de fraternidad y signo de la Providencia.”
Y en su encíclica Sollicitudo Rei Socialis, el Papa Juan Pablo II escribió (n. 38.):
“Tales «actitudes y estructuras de pecado» solamente se vencen —con la ayuda de la gracia divina— mediante una actitud diametralmente opuesta: la entrega por el bien del prójimo, que está dispuesto a «perderse», en sentido evangélico, por el otro en lugar de explotarlo, y a «servirlo» en lugar de oprimirlo para el propio provecho (cf. Mt 10, 40-42; 20, 25; Mc 10, 42-45; Lc 22, 25-27).”
Principios e implementación
Algunos dirán que los Papas nunca aprobaron públicamente el Crédito Social. De hecho, los Papas nunca aprobarán oficialmente cualquier sistema económico, ya que no es parte de su misión: ellos no dan soluciones técnicas, sólo establecen los principios sobre los cuales cualquier sistema económico que esté verdaderamente al servicio de la persona humana debe basarse. Los Papas dejan a los fieles en libertad de aplicar el sistema que implementaría estos principios de la mejor manera.
Hasta donde sabemos, ninguna otra solución sino el Crédito Social aplicaría la Doctrina Social de la Iglesia tan perfectamente. Es por ello que Louis Even, un gran católico, dotado de una extraordinaria lógica mental, no dudó en mostrar los lazos entre el Crédito Social y la Doctrina Social de la Iglesia.
Otro personaje convencido de que el Crédito Social es cristianismo aplicado, que aplicaría maravillosamente las enseñanzas de la Iglesia sobre justicia social, fue el Padre Peter Coffey, un doctor en Filosofía y profesor en el Maynooth College, de Irlanda. Él escribió lo siguiente al jesuita canadiense, Padre Richard, en marzo de 1932:
“Las dificultades surgidas de sus preguntas pueden ser solucionadas solo mediante la reforma del sistema financiero del capitalismo según los lineamientos sugeridos por el Mayor Douglas y la escuela del Crédito Social para la reforma del crédito. Es el sistema financiero aceptado el que se encuentra en la raíz del capitalismo. La exactitud del análisis llevado a cabo por Douglas nunca ha sido refutada. Yo creo que, con su famosa fórmula de regulación de precios, los principios de reforma de Douglas son la única reforma que irá a la raíz del mal...”
Un estudio de 9 teólogos
Tan pronto como C. H. Douglas publicó sus primeros escritos sobre el Crédito Social, los financistas hicieron todo lo que pudieron para silenciar o distorsionar la doctrina de Douglas, pues ellos supieron que el Crédito Social pondría fin a su control sobre la creación del dinero.
Cuando Louis Even comenzó a difundir el Crédito Social en el Canadá francés en 1935, una de las acusaciones lanzadas por los financistas era que el Crédito Social es socialismo, o comunismo. Pero en 1939, los obispos católicos de la provincia de Québec designaron a nueve teólogos para examinar el Crédito Social a los ojos de la Doctrina Social de la Iglesia, y dar una opinión sobre si estaba impregnado de socialismo o comunismo.
Después de una deliberación considerable, los nueve teólogos encontraron que el Crédito Social no lo estaba, que no hay nada en la doctrina del Crédito Social contrario a las enseñanzas de la Iglesia, y que cualquier católico estaba en libertad de apoyarlo sin ningún peligro.
He aquí extractos de este estudio de los teólogos sobre el sistema monetario del Crédito Social:
1. La Comisión primero delimitó el campo de su estudio
(a) No hay cuestión aquí sobre el aspecto económico o político, es decir, del valor de esta teoría desde el punto de vista económico, y de la aplicación práctica del sistema de Crédito Social en un país. Los miembros de la Comisión reconocen que ellos no tienen competencia en estos campos; además, la Iglesia no tiene que pronunciarse a favor o en contra de asuntos “para los que no tiene ni el equipamiento, ni la misión”, como lo escribió el papa Pío IX. (Cf. Encíclica Quadragesimo Anno).
(b) No hay cuestión aquí en cuanto a aprobar esta doctrina de parte de la Iglesia, dado que la Iglesia “nunca ha, en el campo social y económico, presentado ningún sistema técnico específico, lo cual además no es su papel”. (Cf. Encíclica Divini Redemptoris, n. 34.)
(c) La única cuestión estudiada aquí es la siguiente: ¿está la doctrina del Crédito Social, en sus principios básicos, impregnada con el socialismo y comunismo condenados por la Iglesia Católica? Y de ser así, ¿debería esta doctrina ser tenida por los católicos como una doctrina que no puede ser admitida y difundida?
(d) El Estado, como está mencionado en el presente reporte, es considerado in abstracto, sin tener en cuenta las contingencias que puede implicar.
2. La Comisión define al socialismo, y nota y caracteriza su doctrina a la luz de Quadragesimo Anno: materialismo; lucha de clases; supresión de la propiedad privada, control de la vida económica por el Estado, en desafío de la libertad y la iniciativa personal.
3. La Comisión entonces definió con palabras los principios básicos del Crédito Social.
“El fin de la doctrina monetaria del Crédito Social es dar a todos y cada uno de los miembros de la sociedad la libertad y seguridad económica que el organismo económico y social puede asegurar. Para ese fin, en vez de reducir la producción al nivel del poder de compra mediante la destrucción de bienes o las restricciones al trabajo, el Crédito Social quiere incrementar el poder adquisitivo al nivel de la capacidad de producción de bienes.”
Propone para tal fin:
I. El Estado debe retomar el control de la emisión del dinero y el crédito. Lo ejercerá a través de una comisión independiente que posea la autoridad requerida para alcanzar su fin.
II. Los recursos materiales de la nación, representados por producción, constituyen la base del dinero y el crédito.
III. En cualquier momento, la emisión del dinero y el crédito debe basarse en el movimiento de la producción, en forma tal que un buen balance se mantenga entre el consumo y la producción. Este balance es asegurado, al menos en parte, a través de un descuento, cuya tasa necesariamente variaría con las fluctuaciones de la producción.
IV. El sistema económico actual, gracias a los muchos descubrimientos e invenciones que lo favorecen, produce una inesperada abundancia de bienes, mientras que al mismo tiempo reduce la necesidad del trabajo humano, creando por lo tanto desempleo permanente. Una parte importante de la población es por tanto privada de cualquier poder para comprar bienes que han sido hechos para ella, y no sólo para unos pocos individuos o grupos. Para que todos tengan una parte del legado cultural heredado por sus antepasados, el Crédito Social propone un dividendo, cuyo monto es determinado por la cantidad de bienes que han de consumirse. Este dividendo será dado a cada ciudadano, independientemente de que tenga o no fuentes de ingresos.
4. Ahora, uno debe ver si hay algún rastro de socialismo en las proposiciones arriba mencionadas.
Con respecto al Párrafo I: Esta propuesta no parece incluir ningún principio socialista, ni en consecuencia contrario a la doctrina social de la Iglesia. Esta afirmación se basa en los siguientes pasajes de la Carta Encíclica Quadragesimo Anno:
“Hay ciertas categorías de bienes para los que uno puede mantener con razón que ellos deben ser reservados a la colectividad cuando llegan a conferir tal poder económico que no pueden, sin peligro al bien común, ser dejados al cuidado de individuos privados”.
Y la encíclica continúa: “Primeramente, salta a la vista que en nuestros tiempos no se acumulan solamente riquezas, sino que también se crean enormes poderes y una prepotencia económica despótica en manos de muy pocos. Muchas veces no son éstos ni dueños siquiera, sino sólo depositarios y administradores, que rigen el capital a su voluntad y arbitrio.
“Su poderío llega a hacerse despótico como ningún otro, cuando, dueños absolutos del dinero, gobiernan el crédito y lo distribuyen a su gusto; diríase que administran la sangre de la cual vive toda la economía, y que de tal modo tienen en su mano, por decirlo así, el alma de la vida económica, que nadie podría respirar contra su voluntad.”
Querer cambiar tal situación no es por tanto contrario a la doctrina social de la iglesia. Es verdad no obstante que confiando al Estado el control del dinero y el crédito, se da al Estado considerable influencia sobre la vida económica de la nación, una influencia igual a aquella presentemente ejercida por los bancos, para su propio beneficio, pero esta forma de hacer las cosas no implica, por sí misma, ningún socialismo [Nota mía: el Crédito Social no dice o implica en su doctrina una supuesta necesidad u obligación de centralización del crédito, sino que también podría aplicársele el principio de subsidiaridad en esto, de manera tal que el manejo del crédito comunitario quede descentralizado también en manos de las distintos cuerpos y sociedades que conforman orgánicamente la comunidad política regida y unida por el poder político supremo. En la comunidad política tradicional –es decir anterior a 1833- había convivencia de diferentes monedas que se utilizaban en las diferentes comunidades forales en que se organizaba el tejido social de la Monarquía Hispánica. Bastaría con reaplicar estos mismos principios adaptándolos, como siempre exige la verdadera tradición (no los sucedáneos o engaños totalitarios-tecnocráticos, ya sean liberales-pseudomonárquicos, o ya sean franquistas dictatoriales, que pretendieron hacerse pasar por ella fraudulentamente en suelo español), a las circunstancias reales actuales y presentes].
Siendo el dinero, en el sistema de Crédito Social, sólo un medio de intercambio, cuya emisión es estrictamente regulada por las estadísticas de la producción, la propiedad privada permanece intacta; adicionalmente, el reparto del dinero y el crédito podría tal vez ser menos determinado por aquellos que lo controlan. Reservar a la comunidad (el control de) el dinero y el crédito no es por tanto contrario a la doctrina social de la Iglesia.
Santo Tomás de Aquino lo dice implícitamente en su Summa Theologiae (Ethica, Volumen 5, Lección 4), cuando afirma que corresponde a la justicia distributiva — que, como es conocido, es la preocupación del Estado — distribuir los bienes comunes, incluyendo el dinero, a todos aquellos que son parte de la comunidad civil.
De hecho, el dinero y el crédito han estado, en el pasado, bajo el control del Estado en varios países, incluyendo los Estados Pontificios; y aún lo son en el Vaticano. Así que sería difícil ver en esta propuesta un principio socialista.
Con respecto al Párrafo II: El hecho de que el dinero y el crédito estén basados en la producción, en los recursos naturales nacionales, parece no implicar un carácter socialista. La base del dinero es un asunto puramente convencional y técnico.
En la presente discusión, éste punto es acordado en principio por varios oponentes.
Con respecto al Párrafo III: El principio del balance que debe mantenerse entre la producción y el consumo es sólido. En una economía verdaderamente humana y bien ordenada, el fin de la producción es el consumo, y éste último debe de ordinario recurrir a la primera — al menos cuando la producción es elaborada, como debe ser, para responder a las necesidades humanas.
En cuanto al descuento, cuyo principio es admitido e incluso actualmente practicado en la industria y el comercio, no es sólo un medio de llegar a este balance; permite a los consumidores obtener los bienes que necesitan a un costo más bajo, sin ninguna pérdida para los productores.
Nótese que la Comisión no expresa una opinión sobre la necesidad de un descuento causado por una diferencia o brecha que, acuerdo con el sistema de Crédito Social, existe entre la producción y el consumo. Pero si tal brecha existe, querer llenarlo por medio del descuento no puede ser considerado como una medida impregnada de socialismo.
Con respecto al Párrafo IV: El principio del dividendo es también reconciliable con la doctrina social de la Iglesia; además, puede ser comparado al poder del Estado de otorgar dinero. La Comisión no ve por qué sería necesario que el Estado fuese propietario de bienes de capital para pagar este dividendo; actualmente — aunque en sentido opuesto — el poder de establecer tributos, que el Estado posee con miras al bien común, implica esta connotación aún más, y sin embargo es admitido. La misma afirmación aplica al descuento del Crédito Social: ambos se basan en el principio del descuento en un sistema cooperativo. Además, la cooperación es tenida en alta estima en el Crédito Social.
El único control de producción y consumo que es necesario para la implementación del Crédito Social son las estadísticas de control, lo cual determina la emisión del dinero y del crédito. Las estadísticas no pueden ser consideradas como un control real, o una restricción a la libertad individual; son sólo un medio de recaudar información. La Comisión no puede admitir que el control estadístico requiera la socialización de la producción, o que esté influenciada por el socialismo o el comunismo.
La Comisión por lo tanto responde negativamente a la pregunta: “¿Está el Crédito Social impregnado de socialismo”? La Comisión no puede ver cómo los principios básicos del sistema de Crédito Social, como fueron explicados antes, pueden ser condenados por parte de la Iglesia y su doctrina social.
Los financistas no estuvieron complacidos con este reporte de los teólogos, y en 1950, un grupo de hombres de negocios pidió a un obispo de Québec (por respeto a su memoria, no mencionaremos su nombre) que fuera a Roma y obtuviera del Papa Pío XII una condena al Crédito Social.
De vuelta en Québec, este obispo dijo a los hombres de negocios: “Si quieren obtener una condena del Crédito Social, no es a Roma a donde deben ir. Pío XII me dijo: El Crédito Social crearía, en el mundo, un clima que permitiría el florecimiento de la familia y de la Cristiandad.”
Necesitamos la ayuda del Cielo
En esta pelea por un sistema financiero justo basado en principios Cristianos, la ayuda divina es especialmente necesitada cuando uno sabe que el verdadero fin de los financistas es el establecimiento de un gobierno mundial — lo cual incluye la destrucción de la Cristiandad y la familia — y que los promotores de este “Nuevo Orden Mundial” son guiados por el mismo Satanás, cuyo único fin es la perdición de las almas.
En 1946, C.H. Douglas escribió lo siguiente, en el periódico de Liverpool The Social Crediter:
“Estamos trabados en una batalla por la Cristiandad. Y es sorprendente ver en cuántas formas esto es verdad en la práctica. Una de estas formas pasa casi desapercibida — excepto en sus desviaciones —: el énfasis puesto por la Iglesia Católica Romana sobre la familia, contra el esfuerzo implacable y continuo de comunistas y socialistas — quienes, junto con los financistas internacionales, forman el verdadero cuerpo del anticristo — para destruir la verdadera idea de la familia y sustituirla por el Estado.”
Y Louis Even escribió sobre el mismo tema, en 1973:
“Sí, los Peregrinos de San Miguel son patriotas, y desean, tanto como cualquier otra persona, un régimen de orden y justicia, de paz, de pan y de alegría, para cada familia en su país. Pero como también son católicos, ellos saben muy bien que ese orden, paz y alegría son incompatibles con el rechazo de Dios, la violación de sus Mandamientos, la negación de la Fe, la paganización de la vida, los escándalos dados a los niños en las escuelas en las que los padres son, por ley, obligados a enviarlos.
“Los Peregrinos de San Miguel, confiando en la ayuda de los poderes celestiales, juraron usar todas las fuerzas morales y físicas, toda la propaganda y herramientas educativas que tienen, para reemplazar el reino de Satanás, por el Reino de la Inmaculada y Jesucristo.
“En un enfrentamiento contra la dictadura financiera, uno no debe enfrentarse sólo con poderes terrenales. Como la dictadura comunista, como la poderosa organización de la masonería, la dictadura financiera está bajo el mando de Satanás. Simples armas humanas nunca serán capaces de superar ese poder. Lo que se necesita son las armas escogidas y recomendadas por Aquella que destierra todas las herejías, Aquella que tendrá que aplastar definitivamente la cabeza de Satanás, Aquella que declaró Ella misma en Fátima, que al final su Inmaculado Corazón triunfará. Y estas armas son: la consagración a su Inmaculado Corazón, señalada por llevar el Escapulario, el Rosario, y la penitencia.
“Los Peregrinos de San Miguel están seguros de que, abrazando el programa de María, todo acto que ejecuten, cada Ave María que dirijan a la Reina del Mundo, y todo sacrificio que ofrezcan, no sólo contribuye a su santificación personal, sino al advenimiento de un orden social más sólido, humano y Cristiano, como el Crédito Social. En tal programa recibido de María, todo cuenta, y nada se pierde.”
Para resumir, la batalla del Periódico San Miguel, del Instituto Louis Even, es la batalla por la salvación de las almas. Los Peregrinos de San Miguel sólo repiten lo que el Papa y la Iglesia piden: una nueva evangelización — para recordar los principios cristianos básicos a los que infortunadamente los olvidaron o dejaron de ponerlos en práctica — y una reestructuración de los sistemas económicos. Ser un Peregrino de San Miguel en el trabajo del Periódico “San Miguel” es por lo tanto una de las vocaciones más urgentes y necesarias de nuestros tiempos. ¿Quiénes, entre aquellos que oigan o lean estas palabras, tendrán la gracia de responder a este llamado, a esta vocación? ¡Qué grandioso e importante es el trabajo de Louis Even! ¡Todos quienes tienen sed de justicia deberían comenzar a estudiar y difundir el Crédito Social pidiendo suscripciones al Periódico San Miguel!
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