APÉNDICE A. El último texto de Jacques Maritain
Jacques Maritain, a quien Louis Even citó varias veces en sus artículos, era un filósofo francés que murió en 1973, a la edad de 91, y quien se especializó en el estudio de los escritos de Santo Tomás de Aquino, y su implementación en la sociedad de hoy; algunas de sus posturas intentaron lo imposible: reconciliar los dogmas del magisterio de la Iglesia con el mundo moderno, que no los acepta. Después de haber escrito muchos libros, fue tenido en alta estima en los círculos eclesiásticos — el Papa Pablo VI incluso lo escogió para representar a los hombres de ciencia en la ceremonia de cierre del Concilio Vaticano II en 1966.
La noche antes de su muerte, el 29 de abril de 1973, él terminó de escribir un texto que apuntaba a resumir todos sus pensamientos sobre el tema que él consideraba el más importante para la sociedad de hoy, constituyendo un regreso a sus propias posturas iniciales, más acordes con la tradición y el magisterio de la Iglesia, y en contraste con lo sostenido por algunos de sus contemporáneos más influyentes. Lo que resulta muy interesante para los miembros del Instituto Louis Even y aquellos que simpatizan con la idea del Crédito Social, es que el tema era el dinero, y especialmente la denuncia del préstamo de dinero a interés, que crea deudas impagables.
En su texto, Maritain habla de una sociedad en la que el Estado crearía “símbolos” para representar el dinero, y estos símbolos serían emitidos tanto como fueran necesarios para ser usados por todo ciudadano: “Cada ciudadano recibiría suficientes símbolos para permitir a todo individuo vivir confortablemente, con la garantía de un estándar de vida que sea suficientemente alto para disfrutar de una existencia digna de un ser humano, y cubrir las necesidades básicas (vivienda, ropa, comida, asistencia médica, etc.) de una familia, y su vida intelectual. No hay que decir que todos los impuestos que deben ser pagados al Estado desaparecerían en este nuevo sistema.”
Sin tener toda su técnica y perfección, está cerca de los principios del Crédito Social de C. H. Douglas y Louis Even. Pero lo que queremos recalcar aquí es el capítulo 5 de este texto de Maritain, que condena directamente el préstamo de dinero a interés, reiterando la enseñanza centenaria de la Iglesia en cuanto a que la usura consiste en cualquier interés que obtiene el prestamista del prestatario como un precio por el préstamo. He aquí éste capítulo:
En nuestra sociedad todo tipo de préstamo a interés perdería su razón de ser, dado que el Estado lo administraría por demanda, a cualquiera que quiera comenzar un negocio o una institución, todos los símbolos que necesite.
Es desde el siglo XVI, cuando llegó a ser legal, que prestar a interés se convirtió, para la civilización actual, en algo de importancia decisiva, así que es esta práctica de prestar dinero a interés que en los días actuales tengo en mente con los siguientes pensamientos, sin olvidar que la historia completa del préstamo de dinero es muy reveladora. De hecho, esta historia es la más humillante de las que pueden encontrarse en los asuntos humanos. Porque mientras que el espíritu humano condenaba esta práctica en nombre de la verdad y de la naturaleza de las cosas, se abrió paso en nuestra conducta práctica, y finalmente estableció su autoridad de acuerdo con nuestras necesidades materiales tomadas como un fin en sí mismas, pero separadas del bien total de la persona humana.
Como resultado, nuestro campo de acción se dividió en dos partes, y ahora nos imaginamos que el mundo de los negocios constituye un mundo separado, con su propio valor absoluto, siendo independiente de valores superiores y estándares que hacen la vida digna a un hombre.
La verdad sobre el préstamo de dinero fue dicha por Aristóteles, en forma decisiva, cuando declara falsa y perniciosa la idea de la fecundidad del dinero, y afirma que, de todas las actividades, la peor es aquella del prestamista, que fuerza al dinero — una cosa por naturaleza estéril — a producir ganancias, mientras que la sola propiedad del dinero debe usarse como unidad de medida de las cosas.
Usar el dinero de uno para sustentar su vida, satisfacer sus deseos, o conseguir nuevos bienes al gastarlo, para mejorar nuestra existencia, es normal y bueno. Pero usar el dinero para que engendre más dinero, como si el dinero fuera fecundo, y obtener interés (en griego se llamaba “la descendencia del dinero”), es, de todos los medios de enriquecerse, el “más contrario a la naturaleza”, y sólo puede tener lugar explotando el trabajo de otras personas. Uno está perfectamente acertado al odiar el préstamo a interés.
La Iglesia, en su pura enseñanza doctrinal, condenó el préstamo de dinero a interés como lo hizo Aristóteles. Por mucho tiempo, la legislación civil estaba de acuerdo con la enseñanza de la Iglesia, y decía que todo préstamo debía ser libre (de interés). Todos aquellos (y eran muchos) que infringían ésta ley eran castigados.
No fue mucho antes de la mitad del siglo XVII que la ley civil rompió con la enseñanza doctrinal de la Iglesia, permitiendo al mundo de los negocios considerar normal y legítima la práctica de prestar dinero a interés. Pero la enseñanza pura y doctrinal de la Iglesia, que condenaba pura y simplemente el préstamo de dinero a interés aún estaba allí.
Es de alabar en el Papado que, en un tiempo en que la civilización de mercado, que había empezado en el siglo XII, estaba triunfante, el Papa Benedicto XIV publicó en 1745 la famosa carta encíclica Vix Pervenit, que prohibe el préstamo de dinero a interés, diciendo que es un pecado admitir que en un préstamo el prestamista debe recibir más que la suma prestada.
Y más tarde, cuando el capitalismo del siglo XIX floreció, el Papa León XIII denunció, en su carta encíclica Rerum Novarum, la “rapaz usura” por ser una plaga del sistema económico actual.
Pero al mundo de los negocios no podían importarle menos las prohibiciones de la Iglesia, y en tiempos modernos, el préstamo de dinero a interés eventualmente se impuso con fuerza irresistible, y se ha convertido en nervio esencial, el nervio motor del sistema económico actual, que no puede existir sin él.
Pensar que el dinero puede engendrar más dinero es sólo una ilusión. El dinero no es fértil. Una vez que el principio de prestar dinero a interés es aceptado, aún cuando estudios teóricos y ensayos se acumulen para remediar todos sus vicios, nunca tendrán éxito, porque todo el sistema está basado en un principio falso, el de la fecundidad del dinero.
Jacques Maritain
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