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Tema: Artículos del Clifford Hugh Douglas Institute (Oliver Heydorn, W. Klinck, etc.)

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  1. #1
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    Artículos del Clifford Hugh Douglas Institute (Oliver Heydorn, W. Klinck, etc.)

    ¿En qué consiste todo esto del Crédito Social?

    Por Oliver Heydorn


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    Como ésta es la primera entrada en el cuaderno de bitácora de “El Instituto Clifford Hugh Douglas para el Estudio y Promoción del Crédito Social”, parece conveniente tratar abiertamente de la cuestión central que siempre preocupa las mentes de la mayoría de los recién llegados a este asunto: ¿qué es exactamente el Crédito Social?

    El Crédito Social se refiere tanto a un cuerpo de pensamiento lógicamente consistente, coherente y convincente (que fue por primera vez articulado por el ingeniero británico, Mayor C. H. Douglas), como a un fenómeno, una realidad en el mundo, que incorpora un increíble número de diferentes aspectos. Esa realidad se define más concisamente como: “el poder de los seres humanos trabajando en asociación para conseguir resultados buscados.” Para poder iniciar al lector lo más efectiva y eficientemente posible en el Weltanschauung del Crédito Social, será de ayuda aislar justo uno de estos aspectos y presentarlo como una especie de recurso heurístico, como aquél hilo unificador dentro de la perspectiva del Crédito Social que mejor adaptado está para servir como un punto de entrada para el neófito contemporáneo.

    Se está reconociendo cada vez más, desde los más diversos sectores, que nos estamos yendo de cabeza hacia una crisis económica, social y política sin precedentes. El progreso tecnológico no sólo reduce el ámbito del empleo útil (es decir, el empleo en el cual uno debe participar si se quiere que se produzcan toda la gama de bienes y servicios independientemente deseados), sino que también es incompatible, en última instancia, con una política de pleno empleo, es decir, la idea de que todo adulto corporalmente sano debe o debería trabajar en la economía formal para poder participar en ella como consumidor, o por el contrario se verá obligado a ser sostenido por aquéllos que hacen trabajo en caso de que no hubiera suficiente trabajo disponible. En nuestro mundo moderno e industrializado, las herramientas que se mueven con energía, los procesos automatizados, y las máquinas pensantes (ordenadores, robots, etc…) permiten a las sociedades producir más y/o mejores bienes y servicios con cada vez menos y menos gente realmente trabajando. Ésta es, de hecho, la propia razón por la que fueron inventados en primer término: para ahorrar tiempo y esfuerzo. Durante las primeras fases de la industrialización, los individuos arrojados del trabajo por la máquina a menudo eran capaces de ser reabsorbidos como trabajadores en nuevas industrias que el desarrollo tecnológico había hecho igualmente posibles. El problema es que estamos alcanzando muy rápidamente la fase, en gran medida gracias a los ordenadores y la robotización, en que resultará inútil y, en realidad, imposible (a través de las varias formas de sabotaje económico que se están empleando hoy en día) intentar de ocultar el hecho de que la capacidad de la industria para hacerse cargo del personal laboral desplazado había ya alcanzado su punto de saturación real desde hacía muchas décadas. Se está convirtiendo en algo cada vez más y más difícil proporcionar a todo el mundo un trabajo… cualquier trabajo… y ciertamente ya es imposible proporcionar a todo el mundo un trabajo útil en la economía formal. Pero, si un ingreso puede solamente conseguirse a partir del trabajo, ¿cómo van a alimentarse, vestirse y alojarse todas esas personas que no pueden encontrar trabajo? ¿Habrán de ser fuertemente gravados con impuestos el número de empleados cada vez más decrecientes para así poder sostener a los parados? ¿Habrán de dejarse a estos últimos que se mueran de hambre o que se vuelvan a una vida de crimen? (Cf. inteligencia artificial – automatización del trabajo, Nación Robótica, La Edad de Oro).

    En efecto, ¿cómo se va a hacer frente a este desafío del siglo XXI? En lugar de insistir ciega y estúpidamente en una política de pleno empleo, en unión con el tremendo despilfarro y destrucción social y del medio ambiente que aquél implica, el Crédito Social propone que la política del pleno empleo sea desechada. En su lugar, debe introducirse un mecanismo financiero de tal forma que todo aquél cuyo trabajo no sea requerido por el programa de producción independientemente determinado por la sociedad pueda, sin embargo, tener acceso a los bienes y servicios. Este mecanismo, denominado “el Dividendo Nacional” por los Creditistas Sociales, proporcionaría, junto con otra propuesta correctiva denominada “el precio compensado”, a cada individuo un grado básico de seguridad económica, independencia y libertad, de tal forma que las necesidades fundamentales pudieran ser satisfechas adecuadamente. El estado resultante sería uno de ocio creciente: la libertad (tanto negativa como positiva) de elegir por uno mismo en qué actividades útiles y, especialmente, en qué actividades creativas se participará fuera de las horas del empleo formal. Puesto que el ocio es la base de la cultura (Cf. Josef Pieper), se podría esperar, como consecuencia inevitable, que las actividades culturales florecieran como nunca antes.

    En esta cuestión particular del pleno empleo vs. ocio creciente, el Crédito Social, pues, se distingue él mismo por mantenerse firmemente del lado del ocio creciente, en directa oposición con el orden económico y financiero actual, el cual, independientemente de que hablemos de él en sus disfraces de capitalista, de socialista o de economía mixta, está comprometido con una política de pleno empleo, sin importarle cuán imposible sea de aplicar o cuán inapropiada pueda ser una política semejante.

    El Crédito Social también sostiene que tanto el Dividendo Nacional como el precio compensado (y, de ahí, la política de ocio creciente), puede ser fácilmente implantada a través de algunos relativamente simples ajustes hechos al sistema financiero existente, lo cual produciría simultáneamente un número de reacciones en cadena de beneficios (por ejemplo, la eliminación de: a) tanto la inflación proveniente del tirón de la demanda, como la proveniente del empuje de los costes; b) de los ciclos alternantes de “booms” económicos y pinchazos de burbujas; c) del sabotaje económico tanto en su forma general como en sus formas específicas; d) de las presiones financieras inhumanas; e) de las deudas crecientes e impagables, incluyendo las deudas públicas crónicas; y f) de los niveles opresivos de los impuestos, así como un número de beneficios extraeconómicos en forma de mejoras sociales, culturales, políticas, internacionales y medioambientales). Ésa realidad que, desde un nivel físico, permite enormes incrementos en la productividad mientras decrece la incorporación de trabajo humano en los procesos productivos, es decir, el reemplazamiento del trabajo humano por el trabajo mecánico, constituye la misma realidad que, desde un nivel financiero, es principalmente responsable de una brecha creciente entre el ritmo al que los precios de los bienes y servicios de consumo se generan y el ritmo al que los ingresos del consumidor se distribuyen en su fabricación. Debido a las convenciones que actualmente gobiernan el modo en que el capital real es financiado y el modo en que los costes industriales son contabilizados, los precios finales exceden a los ingresos con los cuales podrían ser liquidados aquéllos. A diferencia de los métodos convencionales de la gestión macroeconómica que confía principalmente en la inyección de dinero-deuda adicional para cubrir esa brecha (ese dinero no cancela finalmente los costes sino que simplemente desplaza la obligación de pagarlos a un tiempo futuro), el Crédito Social propone, en lugar de ello, “matar dos pájaros de un tiro” rellenando la brecha con crédito libre de deuda y usando una cierta proporción de él (que será cuidadosamente calculado) para financiar el precio compensado, y la porción restante para financiar el Dividendo Nacional. Esto restaurará el equilibrio real al flujo circular, haciendo al sistema de precios autoliquidante, concediendo simultáneamente acceso a los bienes y servicios a aquellos individuos cuyo trabajo no es requerido por el programa de producción independientemente determinado por la sociedad. Ya que esto no implica impuestos redistributivos o un incremento en el endeudamiento público, la superioridad práctica y financiera de un Dividendo Nacional por encima de cualquier propuesta de “Ingreso Básico” o “Ingreso Ciudadano” debería resultar patente.

    En esta coyuntura, el lector podría muy bien preguntar: ¿Por qué no fueron implantados esos ajustes del Crédito Social hace décadas? Existe un número de razones, pero la más importante podría resumirse bajo el encabezamiento de “intereses creados”. El principal de estos intereses creados lo constituye el monopolio que, para todos los efectos, ejercen los bancos privados sobre el suministro de dinero. Hablando en sentido general, los bancos privados crean y emiten crédito bancario (que normalmente constituye el 95 % o más del dinero de una nación) en forma de deuda (como la contraparte de un préstamo) o en forma de una deuda equivalente (por ejemplo, el dinero emitido a cambio de títulos financieros es destruido cuando esos títulos financieros son vendidos por un banco). Rompiendo este monopolio mediante la emisión por un órgano del estado de suficiente crédito libre de deuda para ayudar a contrarrestar los precios desequilibrados, haría destruir el apalancamiento con el que los bancos privados cuentan para transferir ilegítimamente el poder adquisitivo, la propiedad y el control sobre la política social y económica desde el consumidor común a ellos mismos. La situación se complica por el hecho de que los centros de información-divulgación, incluyendo las instituciones educativas y los medios de comunicación establecidos, dependen de la finanza directa e indirectamente y, por tanto, están inclinados a servir al sistema financiero transmitiendo únicamente información técnica y de orientación que refuerza al orden existente. Mediante la influencia y el control del flujo de, y del acceso a la información relevante, la opinión pública puede ser efectivamente moldeada en la dirección deseada. Además de la barrera de los intereses creados, sin embargo, también existen aquellas falsas filosofías sociales (con sus correspondientes políticas desastrosas) que han capturado las mentes de muchos individuos. La principal de entre todas ellas la constituye esa corrupción del auténtico cristianismo, también conocida como Puritanismo. Mucha gente sufre de una serie de obsesiones psicológicas puritanas que les impide abrazar libremente, humildemente y con agradecimiento la reducción en la necesidad de trabajar en la economía formal hecha posible por los desarrollos industriales. Ellos, blasfemando, afirman que “nadie debería obtener algo por nada”, o de que es en realidad imposible obtener algo por nada. Nadie piensa que la vida misma, así como las más básicas de nuestras necesidades como el oxígeno en el aire que respiramos, son todas ellas dones gratuitos.

    Para obtener un mejor entendimiento de estas materias, por favor dediquen 45 minutos de su tiempo en escuchar atentamente la siguiente presentación que fue dada por mi amigo, el Sr. Wallace Klinck, el 8 de Marzo de 1971, en Edmonton, Alberta. Es una de las más sucintas charlas sobre Crédito Social que probablemente se hayan realizado nunca. “Crédito Social, Desempleo y Ocio” proporciona una ordenada introducción al Crédito Social en todos sus aspectos más característicos al mismo tiempo que lleva a su verdadero sentido los temas centrales de “Pleno Empleo vs. Ocio Creciente”, de “Poder Centralizado vs. Poder Descentralizado”, y de “Sistemas Sociales y Financieros Funcionales vs. Disfuncionales”. Estaría muy bien tener éxito en efectuar una benevolente revolución en la concepción del lector del mundo social en sus dimensiones económicas, políticas y culturales.





    Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE
    Última edición por Martin Ant; 22/10/2014 a las 18:44

  2. #2
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    Re: Artículos del Clifford Hugh Douglas Institute (Oliver Heydorn, W. Klinck, etc.)

    El núcleo central de la cuestión principal del Teorema A + B de Douglas (y, por ende, del diagnóstico económico del Crédito Social)


    Por Oliver Heydorn


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    Uno de los aspectos clave, si no el aspecto clave, del análisis del Crédito Social de la disfunción financiera y, por ende, económica, tiene que ver con la deficiencia crónica y subyacente en el poder adquisitivo del consumidor en relación con los precios de los bienes y servicios de consumo. Esto es, en un país moderno, industrializado, existe un defecto estructural o, mejor dicho, unas series de defectos que causan o permiten la existencia de una brecha entre el ritmo al cual los precios finales se generan en la economía y el ritmo al que los ingresos del consumidor son liberados en la producción de los respectivos bienes y servicios. Un sistema financiero honesto, es decir, uno que reflejara adecuadamente la realidad, no permitiría que existiera una semejante discrepancia inherente entre los precios y los ingresos.

    N. B.: En contraposición a una asunción comúnmente compartida entre los objetores, el diagnóstico del Crédito Social NO afirma que nunca puede haber suficiente poder adquisitivo del consumidor para despejar el mercado de bienes de consumo en cualquier punto dado en el tiempo. Sino que afirma que, bajo las presentes condiciones, no puede haber nunca suficiente ingreso del consumidor, derivado de la producción de los bienes de consumo que están siendo colocados en el mercado, como para poder despejar completamente ese mercado y liquidar todos los costes… aún incluso cuando todas las fases relevantes de la producción se estuvieran manteniendo en un estado continuo. La brecha en cuestión es una brecha subyacente que puede o no manifestarse ella misma en el mercado de consumo, dependiendo de si se utilizan o no, o en qué medida se utilicen, medidas correctivas convencionales, con el intento de enmascararla. Aún cuando no se manifieste ella misma en el mercado de consumo, la brecha está siempre presente en forma de costes de producción que pueden ser transferidos a través de nuevas deudas a los productores y consumidores, pero que nunca son finalmente y propiamente liquidadas mediante un volumen equivalente de dinero libre de deuda.

    A parte del ahorro de los ingresos (que constituye un asunto separado aunque relacionado), Douglas identificó las causas mayores de esta discrepancia, localizándolas en los siguientes cuatro factores: la acumulación de beneficios (incluyendo beneficios procedentes de pagos de interés), la reinversión de los ahorros, la implantación de políticas deflacionarias por parte de los bancos, y “la diferencia en la velocidad de circuito entre la liquidación del coste y la creación del precio.” [1]

    Este último elemento, también conocido como el teorema A + B, constituye el factor más importante. Tal y como puede observarse en el caso de cualquier empresa productiva que no vaya de cabeza hacia la bancarrota, el ritmo al que una organización semejante genera precios es mayor que el ritmo al que distribuye ingresos. El ritmo de flujo de los ingresos (representados por A) es necesariamente menor que el ritmo de flujo de los precios (representados por ingresos [A] y otros costes no laborales, representados por B). Por tanto, A + B > A.

    En una economía que dependiera solamente de la producción manual, este hecho no se traduciría en una brecha entre los precios finales y los ingresos del consumidor siempre que la producción, con la adecuada cooperación de la finanza, se mantuviera en un estado continuo de movimiento auto-repetitivo. Sin embargo, la economía moderna, industrializada, no encarna las condiciones propias de la economía de trabajo manual; sino que descansa de manera creciente sobre la maquinaria hecha funcionar con energía. La inclusión de las máquinas y el consecuente desplazamiento del trabajo humano alteran este equilibrio debido a la forma en que la producción de capital es financiada y debido a la forma en que los costes asociados a su adquisición y a su uso son contabilizados, a continuación, de acuerdo con las convenciones normales de la contabilidad del coste industrial.

    Existe (como mínimo) una doble demanda sobre el dinero (es decir, el crédito bancario) que es emitido para financiar la producción de capital: por una lado, los bancos que han prestado el dinero exigen que les sea devuelto (bien a lo largo de un periodo prolongado en el tiempo a través de plazos, o bien por el contrario todo a la vez en caso de que la compañía emitiera una oferta pública de acciones); por otro lado, las compañías que han adquirido los activos de capital se esforzarán por venderlos al público (directa o indirectamente) en los costes y, de ahí, en los precios de los bienes finales, de tal forma que los activos de capital puedan mantenerse y, eventualmente, reemplazarse.

    Claramente, la misma suma de dinero emitido en el proceso de la producción de capital no puede ser usada para pagar dos conjuntos de costes equivalentes porque el dinero realiza ciclos en lugar de circular; es decir, el dinero usado para devolver el préstamo bancario será destruido y, por tanto, no estará disponible para satisfacer los costes de depreciación del productor (o cualquiera de los otros costes asociados con el uso de capital real). El resultado es una deficiencia inherente de poder adquisitivo del consumidor en relación a los costes industriales que se están generando simultáneamente:

    Ahora bien, es obvio que existe una gran diferencia entre una deuda que representa el préstamo de un dinero laboriosamente ahorrado a lo largo de toda una vida de duro trabajo, e invertido en, digamos, acciones industriales, o en pequeños negocios, y las deudas mucho más grandes que son creadas por el sistema bancario mediante la escritura de cifras en un libro o en billetes impresos, o mediante su préstamo. Las genuinas inversiones del público van, en su mayor parte, dirigidas a la devolución de préstamos bancarios o de dinero que fue creado sin coste alguno, los cuales fueron emitidos con el propósito de producir capital real en forma de maquinaria y edificios, y cuando estos préstamos hayan sido devueltos mediante la inversión del público, no quedará dinero remanente con respecto a estos activos de capital; ha sido destruido por el banco. Los nuevos propietarios, sin embargo, mediante la contabilización del coste industrial, se esforzarán en vender los activos reales al público incluyéndolos en el precio cargado por los bienes y servicios, y puesto que el dinero equivalente de estos precios no existe, fracasarán en el intento o, como se suele decir, “sus negocios no irán bien.”

    Esta porción del problema, si bien puede resultar desconcertante, puede ser enunciada de manera más corta. El actual sistema financiero reclama pago en dinero por la creación del dinero mismo. … Además de esta exigencia hecha por el banco por el uso de su dinero, el industrial, con mucha más razón, reclama pago por el uso de su planta y edificios reales; y también lo exige en dinero. Sin embargo, ni él ni el sistema bancario recrean el dinero necesario para hacer posible que este pago pueda ser hecho por el público. [2]


    Esta deficiencia en el poder adquisitivo del consumidor se exacerba aún más por el hecho de que no todo el dinero que se emite para financiar la producción de capital se abre paso hacia el mercado de consumo como ingreso en manos de los consumidores, ya sea en el mismo periodo de tiempo en que los costes respectivos se están presentando para su liquidación, o ya sea en cualquier caso. Un determinado porcentaje del crédito emitido al productor y usado para la producción de capital se queda dentro del sistema del productor por un cierto periodo de tiempo, o por todo el tiempo, en tanto en cuanto es utilizado para extinguir deudas del productor en la cadena de producción. En otras palabras, aún cuando los bancos no necesitaran que el dinero que ellos adelantan para la producción de capital tuviera que serles devuelto, la suma de dinero usado para catalizar la producción de capital no produciría una suma equivalente de dinero en forma de ingresos del consumidor con el que pudieran satisfacerse todos los costes provenientes del funcionamiento y consumo del capital real. Como Douglas lo presentó una vez en una discusión con John Maynard Keynes:

    [Existe] una cantidad grande de poder adquisitivo que es permanentemente retenida simplemente dentro del sistema productivo, y nunca sale al sistema del consumidor. [3]

    El resultado final es que, aún cuando o incluso cuando la producción, incluyendo la producción de capital, es mantenida en una estado continuo de movimiento auto-repetitivo, el sistema industrial, bajo las convenciones normales financieras y de contabilidad, origina una disparidad significativa en el ritmo al que los precios finales están siendo generados en comparación con el ritmo al que los ingresos del consumidor son liberados. El sistema financiero no es autoliquidante por completo.

    N. B.: A veces se objeta (en oposición directa, dicho sea de paso, con la primera objeción que hemos considerado antes) que esta disparidad, si bien existe, no tiene grandes consecuencias, o, incluso, constituye un estímulo necesario para la actividad económica ya que la deficiencia del poder adquisitivo del consumidor puede ser compensada, y es a menudo compensada (al menos en parte) mediante una incremento de la producción, especialmente de producción de capital, de tal forma que los ingresos distribuidos por medio de esta actividad productiva adicional pueden ayudar a cubrir la brecha subyacente sin al mismo tiempo incrementar el ritmo de flujo de precios finales en el mismo periodo de tiempo. Es verdad que la brecha puede ser cubierta de esta forma, pero existen dos problemas mayores con este método compensatorio que lo hace ser totalmente insatisfactorio.

    En primer lugar, tratar de llenar consistentemente la brecha por medio de un incremento en la producción hace que sea más dificultoso cubrir la brecha en periodos sucesivos. Los costes de la nueva producción (a menos que se exporte, o sea pagada a costa de la cuenta pública y sin ninguna intención de recuperar los costes mediante un incremento de los impuestos) eventualmente termina filtrándose en los costes de los bienes de consumo, incrementando así los costes totales que deberán ser satisfechos si se quiere que el mercado de consumo quede despejado. Se necesita, pues, un incremento en el ritmo de nueva producción compensatoria en el siguiente periodo si se quiere mantener el equilibrio entre los precios finales y los ingresos. Puesto que los costes de la producción compensatoria adicional se manifestarán ellos mismos eventualmente en los costes de los bienes de consumo, el problema se va volviendo peor progresivamente. En otras palabras, el hecho de llenar la brecha con nueva producción requiere una producción incrementada exponencialmente si se quiere que el equilibrio se mantenga durante el largo plazo. Esto no es ni física ni financieramente (como han demostrado los sucesivos booms y depresiones económicas) sostenible. Tal y como John Maynard Keynes expresaba este asunto:

    El consumo se satisface parcialmente con cosas producidas en la actualidad y en parte con las producidas previamente, es decir, con la desinversión. En la medida en que el consumo se satisfaga por esta última sobreviene una contracción de la demanda actual, ya que en la misma medida deja de tomar su cauce como parte del ingreso neto una fracción de los gastos presentes. Por el contrario, siempre que se produzca un objeto durante el período, con la intención de satisfacer el consumo posteriormente, se pone en movimiento una expansión de la demanda corriente. Ahora bien, toda inversión de capital está destinada a resolverse, tarde o temprano, en desinversión de capital. Por tanto, el problema de lograr que las nuevas inversiones de capital excedan siempre de la desinversión de capital en la medida necesaria para llenar la laguna que separa el ingreso neto y el consumo, presenta una dificultad creciente a medida que aumenta el capital. Las nuevas inversiones de éste sólo pueden realizarse como excedente de la desinversión actual del mismo, si se espera que los gastos futuros en consumo aumenten. Cada vez que logramos el equilibrio presente aumentando la inversión estamos agravando la dificultad de asegurar el equilibrio del mañana. [4]

    En segundo lugar, sólo tiene sentido aumentar –en consideración al verdadero propósito de la asociación económica, es decir, el suministro de bienes y servicios, cuando, donde y en la medida en que sean requeridos– el ritmo de producción (incluyendo la producción de capital) siempre y cuando los bienes y servicios de consumo resultantes sean deseados por sí mismos. Cuando una sociedad ha alcanzado la fase de desarrollo económico físico que le permita suministrar todos los bienes y servicios que los consumidores puedan razonablemente usar con verdadero beneficio para ellos mismos (es decir, al servicio de su bienestar objetivo), no tiene sentido de ningún tipo implicarse en la creación de producción adicional simplemente con el fin de distribuir ingresos de tal forma que el mercado de consumo pueda quedar despejado. La economía no existe con el propósito de proporcionar empleo; es decir, la actividad económica no existe, en primer lugar, con el propósito de distribuir ingresos. En el mundo industrializado constituye el caso en la actualidad, como una cuestión de hecho (en contraposición a la teoría), que mucha de la producción incrementada, de la cual se confía que pueda ayudar a cubrir la brecha, no representa producción que sea deseada por sí misma. Tal y como lo dijo Douglas hace muchas décadas: “la producción con vistas al consumo se está convirtiendo en el objetivo menos importante de la industria.” [5] En lugar de constituir un complemento supuestamente necesario para la búsqueda de la estabilidad económica, semejante crecimiento económico febril representa un colosal despilfarro (o desnortamiento) del esfuerzo humano y de los recursos económicos.

    En efecto, la importancia del descubrimiento del teorema A + B de Douglas, en tanto que se aplica a una sociedad industrializada, no puede ser pasado por alto. No hay ni un solo problema singular de la sociedad, con independencia de que sea primariamente de naturaleza económica, política, social, cultural, medioambiental o internacional, que no sea directamente causada, o exacerbada, o cuya solución satisfactoria no sea desbaratada, por esta brecha entre los precios y los ingresos, por este desequilibrio inherente en el sistema de funcionamiento financiero de la economía. El teorema A + B permanece como “el teorema vital sobre el que gira el futuro inmediato de la civilización.” [6]


    [1] Cf. C. H. Douglas, The New and the Old Economics (Sydney: Tidal Publications, 1973), 15.

    [2] C. H. Douglas en C. H. Douglas y Dennis Robertson, “The Douglas Credit Scheme”, The BBC Listener IX, nº. 233 (Junio 1933): 1005.

    [3] Testimonio presentado ante el Comité MacMillan de Finanzas e Industria. Cmd. 3897, vol. 1304 para 4478. Este flujo de poder adquisitivo (principalmente en forma de crédito al productor) al que Douglas se refería, se suma al flujo de precios sin que simultáneamente libere ningún ingreso al consumidor con el que poderse liquidar esos precios. Cf. C. H. Douglas y Dennis Robertson, “The Douglas Credit Sheme”, The BBC Listener IX, nº. 233 (Junio 1933): 1007:

    “[Los pagos] relacionados con transacciones entre un productor y otro no distribuyen ingresos que sean equivalentes en el mismo periodo de tiempo con los precios que son generados mediante el mismo proceso.”

    [4] J. M. Keynes, La Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero (Nueva York: Harcourt, Brace & World, Inc., 1964), 105.

    [5] C. H. Douglas, The Monopoly of Credit, 4ª ed. (Sudbury, Inglaterra: Bloomfield Books, 1979), 13.

    [6] C. H. Douglas, “A + B and the Bankers”, The New Age, Enero 22/29, 1925, n.p.



    Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE
    Última edición por Martin Ant; 22/10/2014 a las 19:28

  3. #3
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    El significado del ocio

    Por Oliver Heydorn



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    Unos pocos días atrás, un amigo mío atrajo mi atención a un artículo que había sido recientemente publicado en Crisis Magazine. El artículo se titulaba “Por qué el Ocio es el Remedio para la Pereza”:

    Why Leisure is the Remedy for Sloth - Crisis Magazine

    Si bien estoy de acuerdo con muchas de las observaciones individuales que se hacían en el artículo, también tengo un número de objeciones y reservas en relación a su contenido. En lugar de discutirlas en forma de una crítica, pensé que sería más beneficioso presentar los fundamentos de la perspectiva del Crédito Social acerca del ocio como contrapunto. Uno de las cosas más características de la teoría del Crédito Social, una indicación de su fecundidad intelectual, es el hecho de que arroja una tremenda luz sobre muchos otros aspectos de la realidad.

    Desde un punto de vista del Crédito Social, es importante reflexionar sobre la verdadera naturaleza y valor del ocio, porque el ocio juega un papel vital en el tipo de sociedad que el Crédito Social concibe.

    Lo queramos o no, el avance tecnológico y la producción industrial significan que la eficiencia física bruta de los sistemas productivos está incrementándose continuamente y que podría incrementarse enormemente aún más si todas las barreras artificiales puestas a la eficiencia fueran eliminadas.

    La humanidad tiene que hacer una elección. O bien podemos continuar en nuestro actual y malhadado curso e intentar atiborrar a nuestro sistema productivo de todo el trabajo humano que podamos meter en él, –un sistema productivo que realmente ni necesita ni es capaz de absorber tanta energía humana superflua–, o bien podemos aceptar agradecidamente el hecho de que la actividad económica se está convirtiendo cada vez menos y menos en una carga natural de la existencia y, por tanto, debería ser inmediatamente relegada a la esfera de aquellas actividades que desarrollamos más o menos automáticamente, esto es, sin pensar demasiado en ellas o sin dedicarles demasiada energía:

    Si asumimos que los constantes esfuerzos por reducir la cantidad de trabajo humano por unidad de producción están justificados, y si reconocemos el hecho incuestionable de que la verdadera capacidad de consumo del individuo es limitada, entonces deberemos reconocer que el mundo, ya sea consciente o inconscientemente, está trabajando para llegar hacia un Estado de Ocio. El sistema de producción, bajo esta concepción, sería requerido para producir aquellos bienes y servicios que el consumidor desee de él, con un mínimo y, probablemente, decreciente cantidad de trabajo humano. La producción, y más aún las actividades a las que comúnmente nos referimos como “negocios”, necesariamente habrán de cesar de ser el interés mayor de la vida y habrán de ser relegadas, al igual que ha sucedido con muchas otras actividades biológicas, a una posición de menor importancia, para ser reemplazadas a su vez, sin duda alguna, por alguna otra forma de actividad de la cual aún no somos plenamente conscientes. [1]

    En efecto, una vez que finalmente nos decidamos a reformar el sistema financiero conforme a las líneas del Crédito Social para que, así, este segundo e iluminado camino pueda ser seguido, surgirá un nuevo “problema”: ¿qué haremos con todo el tiempo y la energía que se verán liberados como resultado? Claramente, algo deberá hacerse con este tiempo libre y esta energía libre; deben encontrarse algunas salidas de manera que las unidades de energía-tiempo puedan ser efectivamente canalizadas. El Creditista Social sería el primero en reconocer que el ejercicio de una actividad útil de algún tipo constituye una condición necesaria (aunque no suficiente) para un ser humano sano:

    El individuo humano sano requiere obras (es decir, en el sentido de realizar una actividad útil, no necesariamente un empleo remunerado, nota de O.H.) de algún tipo, del mismo modo que requiere comida; pero él no constituirá un individuo sano, mentalmente de ninguna manera, si no puede encontrar obras que realizar para él mismo, y probablemente encontrar obras que él puede hacer mucho mejor que las que le sean ordenadas por algún otro. [2]

    La respuesta a esta cuestión puede encontrarse reflexionando sobre las varias clases de acción humana. Hablando en sentido amplio, las actividades en asociación pueden ser situadas en una de estas tres categorías: las económicas, las políticas o las culturales. Haciendo los sistemas económicos y políticos más efectivos y eficientes al servicio de los verdaderos propósitos de la asociación económica o política (poniendo estos sistemas en concordancia con las realidades económicas y políticas relevantes), el Crédito Social reduciría enormemente el tiempo y la energía gastados en actividades económicas y políticas. Esto deja a la categoría cultural como el único campo restante para el esfuerzo:

    Las labores de nuestros científicos, nuestros ingenieros, y nuestros organizadores nos han traído al borde de un nuevo mundo: un mundo de ocio que proporciona oportunidades para la expansión de una cultura real, tal como la historia no ha contemplado nunca. [3]

    Afortunadamente, lo cultural cubre tantas posibilidades para la actividad humana que nunca puede ser agotada. Es hacia esta esfera, por tanto, que puede esperarse que la humanidad se redirija ella misma con nuevo ardor. Son las actividades culturales las que más disfrutamos, debido a que sentimos intuitivamente que es a causa de los fines de lo cultural, esto es, el desarrollo personal y, a través del desarrollo personal, lo trascendente, por lo que fuimos puestos en esta tierra en primer lugar. Este “florecimiento de lo cultural” anticipado arroja luz sobre el verdadero significado del ocio. En la teoría del Crédito Social, el ocio no se refiere a la ociosidad (de cualquier variedad que sea) sino a la actividad elegida por uno mismo (es decir, voluntariamente) que es, como mínimo, útil, y también a menudo creativa en esencia. En otras palabras, las actividades de ocio son actividades culturales. Tales actividades culturales pueden incluir: hobbies de varios tipos, artesanía, bellas artes, deportes y actividades recreativas, voluntariado, implicación en la comunidad, investigación científica, desarrollo tecnológico, exploración terrestre y espacial, desarrollo ético y filosófico, espiritualidad y práctica religiosa… y estoy seguro que esta lista no agota la gama de posibilidades.


    [1] C. H. Douglas, The Monopoly of Credit, 4ª ed. (Sudbury, Inglaterra: Bloomfield Books, 1979), 109-110.

    Cf. también, Ibid., 84:

    ¿A qué meta nos estamos dirigiendo? ¿Qué estamos intentando conseguir?

    Bueno, ahora, lo presentaré en una forma muy general y amplia, tal y como lo veo desde un sólo punto de vista.

    Nos estamos esforzando en traer al nacimiento una NUEVA CIVILIZACIÓN. Estamos haciendo algo que realmente se extiende mucho más allá de los confines de un cambio en el sistema financiero.

    Estamos esperando, a través de varios medios, principalmente financieros, permitir que la comunidad humana salga definitivamente de un tipo de civilización y entre en otro tipo de civilización, y el primer y fundamental requerimiento, tal y como lo vemos, para llegar a ello, consiste en una absoluta seguridad económica.

    [2] C. H. Douglas, Security: Institutional and Personal (Liverpool: K. R. P. Publications Ltd., 1945), 6.

    [3] C. H. Douglas, Major C. H. Douglas Speaks (Sydney: Douglas Social Credit Association, 1933), 65.


    Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE

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    Re: Artículos del Clifford Hugh Douglas Institute (Oliver Heydorn, W. Klinck, etc.)

    A propósito de: "Los errores sobre el dinero que pueden costarle más caro"

    Por Oliver Heydorn


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    De acuerdo con la última edición de “Money Minute”, el Banco Real de Canadá ha descubierto que el 75% de los canadienses tienen dificultades en poder liberarse de las deudas de consumo y que, de media, deben 16.000 dólares por cabeza (sin incluir las deudas hipotecarias):


    https://ca.finance.yahoo.com/video/p...172856785.html


    ¿La solución de acuerdo con Ashleigh Patterson? Los canadienses deben poner sus finanzas domésticas en orden: ¡deben empezar a ahorrar y parar de usar las tarjetas de crédito! ¡No vivan por encima de sus posibilidades! El ahorro les ayudará a prepararse para los costes inesperados o para las pérdidas/reducciones en el ingreso inesperadas, al mismo tiempo que el hecho de no tomar prestado sobre tarjetas de crédito les preservará de tener que pagar cargas de interés que erosionen sus ingresos en el futuro, lo cual intensificaría las dificultades en poder liberarse de la deuda en una fase posterior (10.000 dólares tomados prestados a un tipo estándar y compuesto del 18%, produciría al mes 49.693 dólares de interés durante un periodo de 10 años).

    Lo que Patterson no parece darse cuenta o no quiere admitir es que si los canadienses tuvieran que poner sus finanzas domésticas en orden conforme a los lineamientos que ella sugiere, la economía se volvería incluso más anémica de lo que ya lo está al tiempo presente. Más y más gente ahorrando mayores sumas de ingreso, y menos y menos gente tomando prestado para comprar, reduciría la cantidad de poder adquisitivo del consumidor disponible para satisfacer los precios de los bienes y servicios puestos en el mercado. Si alguna otra entidad como el gobierno no interviniera inyectando más poder adquisitivo en la economía (incrementado su hipoteca, es decir, la deuda pública), una recesión, el aumento del paro y un aumento en las bancarrotas constituirían el inevitable resultado de una carencia de “confianza del consumidor”. Bajo el actual sistema económico, con su brecha estructural entre precios e ingresos, uno no puede exigir que ciertos actores económicos deban (o deberían) equilibrar sus presupuestos sin que al mismo tiempo se cause que otros actores económicos desequilibren los suyos, siempre que se pretenda mantener cualquier apariencia de equilibrio financiero.

    La verdadera solución consiste en reconocer que hay una carencia de poder adquisitivo del consumidor, derivado de los ingresos del consumidor. Un sistema financiero que automáticamente reflejara los hechos económicos físicos proporcionaría una cantidad suficiente de poder adquisitivo del consumidor complementaria (libre de deuda, por así decirlo), en forma de un precio compensado y un Dividendo Nacional. Los consumidores podrían entonces consumir sin tener que caer en deuda por depender de las tarjetas de crédito, de las líneas de crédito, o de los préstamos bancarios normales, al mismo tiempo que los negocios no tendrían nunca que vérselas con una carencia de demanda del consumidor artificialmente inducida.


    Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE


  5. #5
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    Día de Liberación Fiscal – Canadá

    Por Oliver Heydorn


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    Una vez más este año el Canadian Fraser Institute ha calculado diligentemente el “Día de Liberación Fiscal”: “El Fraser Institute calcula anualmente el Día de Liberación Fiscal para así poder proporcionar un indicador comprensible y fácilmente entendible de la carga tributaria total a la que ha de enfrentarse la familia media canadiense. El Día de Liberación Fiscal es el día en el año en el que la familia media canadiense ha conseguido ganar el suficiente dinero como para poder pagar todos los impuestos que se le imponen a través de los tres niveles de gobierno canadiense: federal, provincial y local. Si a los canadienses se les exigiera pagar todos los impuestos por adelantado, tendrían que dar a los gobiernos todos y cada uno de los dólares que hubieran ganado antes del Día de Liberación Fiscal. En 2014, el Día de Liberación Fiscal cayó el 9 de Junio, un día más tarde que en 2013, en el que el Día de Liberación Fiscal cayó el 8 de Junio.”


    Canadians Celebrate Tax Freedom Day on June 9, 2014 | Fraser Institute


    Desde una perspectiva de Crédito Social, la mayor parte de todos estos impuestos son completamente innecesarios. Elimínense las deudas públicas crónicas (federales, provinciales y municipales), y se eliminarán los impuestos necesarios para tener que servir todas estas deudas junto con las cargas de interés que las acompañan. Elimínense la asistencia social, las prestaciones sociales condicionadas, las pensiones públicas, los seguros de desempleo, y otros programas sociales relacionados, mediante la provisión a todo el mundo con un Dividendo Nacional financiado libre de deuda, en conjunción con un Descuento Nacional libre de deuda, y se eliminará los impuestos monetarios necesarios para financiar estos programas mismos y sus burocracias anejas. Elimínense la mayoría de las formas de impuestos reemplazándolos con simples impuestos sobre la venta y con tarifas de usuarios (cuando sea apropiado), y las enormes burocracias implicadas en el mantenimiento de los sistemas de impuestos sobre el ingreso y la propiedad podrán igualmente ser eliminadas. Cualquier individuo o grupo que estuviera realmente interesado en reducir los altos niveles de impuestos bajo los cuales nos movemos penosamente debería echar un serio vistazo al Crédito Social, pues éste ofrece la mejor solución contra esta forma particular de opresión económica.



    Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE

  6. #6
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    Una conversación con un agente de préstamos

    Por Wallace Klinck


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    Hace algún tiempo, tuve la siguiente conversación con un agente de préstamos de un gran banco canadiense:


    Wally: Cuando usted emite estos préstamos a los prestatarios, usted crea dinero de la nada, ¿no es así?

    Banquero: (con ligera duda) Sí, eso es cierto.


    Wally: Ustedes no toman realmente dinero de la cuenta de ningún otro.

    Banquero: No, no lo hacemos.


    Wally: Y usted dice que es dueño del crédito que emite, ¿correcto?

    Banquero: Sí, eso es correcto.


    Wally: Usted debe decir eso ya que usted quiere que se le devuelva.

    Banquero: Sí.


    Wally: Y usted quiere que se le pague un interés sobre el principal pendiente, lo cual constituye otro título de propiedad. ¿Correcto?

    Banquero: Sí, eso es correcto.


    Wally: Y más aún, si nosotros…

    Banquero: (anticipando mis siguientes palabras) Sí, si usted incumpliera con su préstamo, ejecutaríamos la hipoteca impuesta sobre sus activos.


    Wally: ¿Vosotros creasteis esos activos?

    Banquero: (perceptivamente molesto) No, no los creamos.


    Wally: ¿Devuelven ustedes estos activos, cuya hipoteca ha sido ejecutada, a la Comunidad?

    Banquero: (visiblemente molesto y dudando al haberse encontrado con un desenlace inquietante) No, no los devolvemos.


    En un encuentro posterior esta misma persona me preguntó con evidente preocupación: “¿Qué podemos hacer al respecto?”


    Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE

  7. #7
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    ¿Por qué el Crédito Social no es Socialismo?

    Por Oliver Heydorn


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    Una de las principales equivocaciones en la que insisten a menudo los recién llegados a esta materia es que el “Crédito Social” debe ser alguna forma de socialismo ya que, después de todo, la frase comprende la palabra “social”. Así que para que no haya confusiones, permítaseme dejar claro que, a pesar de las apariencias de la palabra “social” en el “Crédito Social”, el Crédito Social no solamente no es socialista, sino que es decididamente antisocialista.

    Como expliqué en mi libro Social Credit Economics, la economía del Crédito Social rechaza la doctrina de la lucha de clases, rechaza la colectivización de los medios de producción, rechaza la economía centralmente planificada o la economía dirigida, rechaza el estado de bienestar (con su mecanismo de impuestos redistributivos), y rechaza las formas trastornadas y excesivas de regulación económica. ¿En qué sentido, pues, podría ser el Crédito Social calificado de socialista? Por el contrario, el Crédito Social aboga por la libre empresa (iniciativa personal, la búsqueda del beneficio como motor del empresario, la propiedad privada, y los mercados libres), siempre y cuando estos elementos individualistas pueden ser apropiadamente coordinados de tal forma que sirvan efectivamente al bien común de todos los individuos en una sociedad. Lo que el Crédito Social busca es: “una sociedad fundamentada en la irrestricta libertad del individuo para cooperar en un estado de cosas en donde la comunidad de intereses y el interés individual sean simplemente diferentes aspectos de la misma cosa.” [1]

    Si bien es cierto que las preocupaciones que son compartidas por muchos socialistas son preocupaciones perfectamente legítimas: pobreza, explotación, desigualdades económicas muy grandes, degradación medioambiental, etc., sin embargo los métodos que abogan los socialistas son, en mayor o menor medida, ineficaces para vérselas con estos problemas. Tienden a engendrar también otros problemas como contraprestación inevitable: la pérdida de la libertad individual, el incremento del servilismo, y la centralización del poder en arrogantes burocracias gubernamentales, etc. El Crédito Social propone que es posible, a través del tipo de reforma monetaria por el que Douglas abogaba, ocuparse adecuadamente de los anteriores problemas sin generar al mismo tiempo estas otras dificultades.


    [1] C. H. Douglas, Economic Democracy, 5ª ed. (Sudbury, Inglaterra: Bloomfield Books, 1974), 142-143.


    Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE





    Si bien es cierto que las preocupaciones que son compartidas por muchos socialistas son preocupaciones perfectamente legítimas: pobreza, explotación, desigualdades económicas muy grandes, degradación medioambiental, etc., sin embargo los métodos que abogan los socialistas son, en mayor o menor medida, ineficaces para vérselas con estos problemas.
    Última edición por Martin Ant; 22/10/2014 a las 19:51

  8. #8
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    El verdadero “Dinero Helicóptero”

    Por Oliver Heydorn


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    Un amigo recientemente trajo mi atención sobre un artículo muy interesante subido por “Tyler Durden” en Zerohedge.com:

    It Begins: "Central Banks Should Hand Consumers Cash Directly" | Zero Hedge.


    Después de criticar los intentos de la Reserva Federal de impulsar la economía en el último par de años a través de la “flexibilización cuantitativa”, el autor procede a advertirnos acerca del próximo intento para apoyar a los órdenes financiero y económico existentes: el “dinero helicóptero”. Él cita un artículo reciente que apareció en la publicación Foreign Affairs del Council of Foreign Relations, titulado “Imprimir Menos pero Transferir Más: Por qué los Bancos Centrales Deberían Dar Dinero Directamente a la Gente.”

    Ese artículo puede leerse en su totalidad aquí: Mark Blyth and Eric Lonergan | Why Central Banks Should Give Money Directly to the People | Foreign Affairs.

    Ahora bien, en tanto que organización globalista, debería resultar claro que el Council of Foreign Relations y sus recomendaciones políticas no han de ser dignas de confianza. Los individuos que financian a esa organización particular están interesados en centralizar el poder económico y político en manos de unos pocos, los super-ricos, y no en descentralizar el poder en una forma equitativa para cada individuo en la sociedad. No debería resultar una sorpresa, pues, que lo que Mark Blythe y Eric Lonergan están proponiendo en Foreign Affairs constituye, siguiendo la línea de la tradición keynesiana, una inversión de la política monetaria del Crédito Social. Sí, en efecto, la economía necesita de una liquidez adicional (existe una brecha recurrente entre los precios para el consumidor y el poder adquisitivo del consumidor), y sí, en efecto, sería lo mejor tanto desde un punto de vista económico como social suministrar esa liquidez directamente a los bolsillos de los consumidores. Sin embargo, si ese poder adquisitivo adicional fuera inyectado en la economía junto con un volumen igual de deuda; si viniera, en otras palabras, en forma de “dinero-deuda”, tal ajuste simplemente establecería una espiral de reacción clara y definida que tendería a socavar constantemente cualesquiera efectos beneficiosos que este tipo de innovación pudiera tener por otra parte. Incrementaría, en la medida en que se persistiera con ella, la montaña de deuda crónica (que es, en su totalidad, impagable) bajo la cual nos movemos penosamente. Igualmente intensificaría la continua marcha de la inflación.

    Uno no puede tratar con los problemas creados por un sistema de precios desequilibrado ni con las deudas impagables que genera, haciendo más de lo mismo e introduciendo incluso más dinero-deuda dentro del sistema. Lo que la economía necesita y lo que los consumidores necesitan es un incremento en la liquidez real, es decir, poder adquisitivo adicional que sea creado libre de deuda. La economía necesita el “dinero helicóptero”, pero siempre que sea dinero helicóptero libre de deuda. No necesita ese dinero, en ningún sentido fundamental, por el bien del crecimiento continuado (considerado como un fin en sí mismo), sino por el contrario para que pueda cumplir su verdadero propósito de la mejor forma posible: la distribución de bienes y servicios cuando, donde y en la medida en que sean requeridos, con la mínima cantidad de inconvenientes para cualquiera. El funcionamiento apropiado requiere de un equilibrio inherente. El dinero helicóptero libre de deuda equilibraría los precios para el consumidor con los ingresos del consumidor sin que se añadiera más a los costes futuros intensificando el problema de la deuda. Las buenas noticias son que la asunción subyacente tanto de los defensores como de los críticos del “dinero helicóptero” de que “en un país (y un mundo) ahogándose con deuda, sólo existen dos opciones para extinguir dicha deuda: inflarla o entrar en quiebra”, constituye una falsa alternativa. Existe una tercera opción: cancelar las deudas excesivas, que se generan por el normal funcionamiento del sistema de precios bajo las actuales convenciones contables y financieras, emitiendo un volumen suficiente de dinero libre de deuda para reestablecer un equilibrio automático. Distribuir una cierta proporción de ese dinero en forma de un Dividendo Nacional para cada ciudadano, ya esté empleado o no. Distribuir otra proporción en forma de un Descuento Nacional para rebajar los precios para el consumidor en consonancia con la proporción entre consumo/producción. Éste es el verdadero núcleo de la solución que ha sido propuesta por el Crédito Social durante los últimos noventa y pico años.


    Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE

  9. #9
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    Re: Artículos del Clifford Hugh Douglas Institute (Oliver Heydorn, W. Klinck, etc.)

    Los seres humanos no necesitan aplicarse

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    Por Oliver Heydorn


    El siguiente video, titulado “Los seres humanos no necesitan aplicarse”, ha recibido más de 2 millones de visitas en youtube. Explica cómo el desarrollo de máquinas inteligentes (ordenadores, robots, etc…) amenaza ahora muchas de las ocupaciones que tradicionalmente eran confiadas a la capacidad mental del ser humano (a la vez que continúan amenazando aquellos puestos de trabajo que eran confiados primariamente a la capacidad muscular del ser humano). El resultado es que más y más gente están dejando, –y continuarán dejando– de ser empleados permanentemente. La solución a este problema creciente está en la solución ofrecida por el Crédito Social.

    A la gente se le debe conceder acceso a los bienes y servicios con independencia de si su trabajo es requerido por la economía formal o no. Más aún, ese acceso no debe suponer un endeudamiento mayor de la sociedad, ni debe depender de unos impuestos redistributivos. Sino que debe ser financiado a través de la creación de un volumen adecuado de dinero libre de deuda, para así igualar el ritmo de flujo de precios para el consumidor con el ritmo de flujo de ingresos del consumidor. El mismo fenómeno que, desde un plano físico, está haciendo que la gente quede permanentemente en paro (es decir, el reemplazo del trabajo humano por las máquinas) constituye el mismo fenómeno que, desde un plano financiero, es el principal responsable de la brecha entre el ritmo al que los precios de los bienes y servicios se generan y el ritmo al que el ingreso es distribuido por cualquier proceso productivo moderno (la máquinas o el capital real implican, bajo las actuales convenciones financieras y de contabilidad, la imposición o recaudación de cargas financieras para las cuales no se está liberando simultáneamente ningún volumen, o un volumen insuficiente, de ingreso). El Crédito Social mata dos pájaros de un tiro al ocuparse efectivamente de ambos lados de el problema social central de nuestra edad: el sistema financiero que tenemos no está diseñado para tratar adecuadamente con las realidades del progreso industrial.








    Un par de interesantes comentarios posteriores:


    Cecilia: Es aterrador el ver aquello con lo que las generaciones que vienen tendrán que enfrentarse. A algunos de nosotros que hemos vivido antes de la tecnología y la total automatización se nos dio la oportunidad de experimentar la vida tal y como debería ser, y aunque se nos catalogó de acuerdo con nuestra clase social, niveles de educación, etc., nos enorgullecíamos en poder contribuir a la fuerza de trabajo, lo cual a su vez nos daba orgullo y una sensación de dignidad. Como seres humanos, siempre se nos dejaba “espacio para el error”; la automatización es demasiado perfecta, demasiado artificial y demasiado engañosa. Esto nos lleva a preguntarnos quiénes serán los VERDADEROS robots. Dios bendiga a las nuevas y próximas generaciones.

    Oliver Heydorn: Hola Cecilia. Tienes razón en sugerir algunos de los peligros de la tecnología. En efecto, los seres humanos pueden convertirse, y a menudo lo hacen, en esclavos de la máquina de diversas formas. Al mismo tiempo, me parece a mí que el problema no radica en la tecnología en sí misma (de muchas formas la tecnología sabiamente usada constituye una gran bendición, tanto en términos de lo que puede producir como en el sentido de liberar a los hombres de la fatiga), sino más bien con el tipo de condiciones que el actual sistema financiero disfuncional impone en nuestra relación con la tecnología. En otras palabras, la clave está en que seamos capaces en definir o limitar esa relación de forma que la tecnología nos sirva a nosotros, en lugar de ser esclavos, o ser llevados de otra forma a la ruina, a consecuencia de nuestra dependencia de las máquinas. El actual sistema financiero, con su escasez artificial de poder adquisitivo, hace mucho más difícil, de lo que en otro caso lo sería, poder ser maestro en lugar de esclavo de la máquina.



    Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE

  10. #10
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    Re: Artículos del Clifford Hugh Douglas Institute (Oliver Heydorn, W. Klinck, etc.)

    Acerca de: La cada vez menor necesidad de fuerza de trabajo.

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    Por Wallace Klinck


    El siguiente comentario fue presentado por Wally Klinck en referencia a una reciente entrada en un blog: The Shrinking Need for a Workforce: This Time it.



    Tu artículo del 1 de Septiembre de 2014, acerca de “La cada vez menor necesidad de fuerza de trabajo”, acompañado de un excelente video, se centra en el asunto central de nuestra asombrosa edad. Cuán bendecidos somos en tener una tecnología maravillosa que nos permite producir más y más de nuestros deseados y/o necesitados bienes y servicios con un esfuerzo humano decreciente, y con una oportunidad siempre creciente para expandir el ocio en una sociedad cultivada. El, así llamado, “problema” del crecimiento del “paro” no es un problema en absoluto, siempre y cuando divorciemos el derecho a poder consumir de los ingresos procedentes del trabajo. Lo que constituye el problema es una insuficiencia de ingresos totales. El problema central es una insuficiencia de ingresos totales en relación con los costes totales y precios, a medida en que la necesidad para el trabajo remunerado se reduce. En los días de la Alegre Inglaterra [1] la gente disfrutaba aproximadamente de 150 días de fiesta al año y aún así, con un nivel mucho menor de tecnología, todavía podían proveer para las necesidades de su vida. Que se diga que deberíamos intentar mantener el “pleno-empleo” en la presente edad de superproducción constituye un completo anacronismo.

    Aproximadamente hace un siglo, el progresivo desplazamiento del trabajo humano por la tecnología fue observado, y su crecimiento exponencial correctamente predicho, por el ingeniero Mayor Clifford Hugh Douglas, cuyas ideas vinieron a ser conocidas con el nombre de Crédito Social. Douglas explicaba la necesidad de idear un método de distribución que fuera independiente del trabajo remunerado. Mientras era Director Asistente de la Real Fábrica de Aviación en Farnborough en Inglaterra, y a través del estudio de las cuentas de aproximadamente otras cien empresas británicas, él confirmó que toda fábrica, excepto aquéllas que iban a la bancarrota, creaban costes financieros y precios en un volumen mayor de aquél en que distribuían ingresos efectivos. En el funcionamiento normal de la economía, se creaba una “brecha” creciente entre los precios finales y el ingreso efectivo del consumidor.

    Esta deficiencia de poder adquisitivo se incrementa con el uso intensificado de tecnología, en donde las “cargas de la máquina” se incrementan en relación con las cargas laborales. Cuanto más modernizamos nuestra economía, más desequilibrado o no auto-liquidable se vuelve el sistema financiero, y nos sabotea las ganancias reales que hacemos en eficiencia física existente. Paradójicamente, este fenómeno ocurre debido a las crecientes cargas de capital asignadas, las cuales deben ser añadidas a los costes generadores de ingresos de los sueldos, salarios y dividendos en cada ciclo de contabilidad de costes industrial. Intentamos compensar esta creciente grieta entre costes financieros e ingresos, contrayendo deudas cada vez más grandes con las instituciones bancarias, las cuales crean préstamos como nuevo crédito que, como deuda, les son debidos a ellas mismas. Esto realmente no liquida los costes de producción sino que los transmite, como una carga inflacionaria, contra ciclos de producción futuros. También nos metemos en vastos gastos de capital nuevo, como obras de capital superfluas y producción de guerra, para así generar ingresos que puedan permitir demandar, no producción actual, sino pasada. También nos metemos en intentos irracionales e internacionalmente provocativos de exportar más bienes de los que importamos.

    Douglas propuso lo que debería ser la solución obvia: establecer una Cuenta de Crédito Nacional como una estimación en base a cálculos estadísticos de los activos potencialmente productivos de la nación, es decir, su Crédito Real: todo aquello que, si es usado para la producción, podría crear precios. Asegurarse de que toda nueva producción sea financiada mediante nuevos créditos emitidos por los bancos en la forma habitual. Reducir de la Cuenta de Crédito Nacional los costes de toda esa nueva producción en marcha, pero acreditar o aumentar esta Cuenta con toda la nueva producción finalizada. Reducir de la Cuenta de Crédito Nacional, como partidas de consumo, los fondos para pagar a cada ciudadano un Dividendo Nacional y a cada minorista una suma determinada por la proporción decreciente de consumo nacional con respecto a la producción, permitiendo a estos minoristas reducir los precios finales al por menor en el punto de venta, es decir, establecer Precios Compensados, los cuales serán mucho menores en relación con los precios contabilizados convencionalmente. Ya que la Cuenta de Crédito Nacional se acreditará o aumentará con toda nueva producción de capital, siempre estará creciendo con independencia del dinero “libre de deuda” que se esté retirando de ella para financiar los Dividendos Nacionales y los Precios Compensados. Los costes físicos de la producción, es decir, la energía humana y no humana y los materiales requeridos, todos han sido satisfechos una vez que el bien queda completado para su uso. No hay ninguna deuda física adjunta a estos artículos y el sistema financiero debería reflejar correctamente este hecho. No debería haber necesidad, a un nivel macroeconómico, de ninguna deuda del consumidor de ningún tipo.

    Las propuestas de Douglas nos darían una abundancia creciente con una caída de los precios de los bienes al por menor y una oportunidad para obtener un ocio creciente. El “paro” se vería apreciado como la bendición que en realidad es. Ya no necesitaríamos más tener que financiar las adquisiciones de producción actual mediante ingresos derivados de una, así llamada, actividad “económica” adicional, crecientemente irrelevante, derrochadora y destructiva. La principal causa de la fricción internacional y de la guerra quedaría eliminada, y las naciones serían capaces de dedicarse a una auténtica balanza comercial en lugar de intentar forzar las exportaciones por encima de las importaciones para así poder capturar créditos exteriores, en un intento de compensar la insuficiencia interna de poder adquisitivo del consumidor. Podríamos penetrar en una Civilización segura, de ocio y cultivada, algo que resulta totalmente imposible bajo el actual defectuoso sistema financiero.


    [1] Nota mía. Denominación inglesa, con tintes nostálgico-románticos, que se hace respecto del periodo comprendido entre el apogeo de la Edad Media y los tiempos inmediatamente anteriores a la llegada de la Revolución Industrial.


    Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE

  11. #11
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    Contador de la Deuda Global



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    Por Oliver Heydorn


    Puede que algunos lectores estén ya familiarizados con el contador de la deuda de Estados Unidos: U.S. National Debt Clock : Real Time

    The Economist también publica un contador de la deuda global que trata exclusivamente con las deudas públicas nacionales: World debt comparison: The global debt clock | The Economist

    Una de las cosas que resultan interesantes con respecto a esta presentación, es que The Economist mantiene el engaño de que las deudas públicas son dineros que los gobiernos tomaron prestado a partir de los ahorros de sus ciudadanos: “Después de todo, los gobiernos del mundo deben el dinero a sus propios ciudadanos, y no a los Marcianos”. Si bien un cierto porcentaje (normalmente pequeño) de los préstamos públicos pueden tomar esta forma, sin embargo la mayor parte del mismo implica, directa o indirectamente, la creación de nuevo dinero por parte de los bancos privados, el cual entonces es efectivamente prestado a los gobiernos mediante la adquisición de bonos del gobierno, etc… Bien podrían deberse igualmente a los Marcianos. La devolución de este tipo de deuda supone hacer que salga dinero fuera de circulación, mientras que la devolución de deudas a los ciudadanos privados no implica en sí misma esta salida (aunque los ingresos pueden ser usados por los receptores para pagar deudas bancarias).

    Otro asunto interesante es que las cifras para la deuda federal de los EE.UU. son de 3,7 billones de dólares menor (aproximadamente) en comparación con las cifras comunicadas en el contador de la deuda de los EE.UU.

    Por supuesto, en una sociedad de Crédito Social, todas las deudas públicas crónicas (junto con las cargas de interés que se perciben sobre ellas) quedarían eliminadas. Un sistema financiero que estuviera en equilibrio y que reflejara correctamente los hechos económicos físicos quedaría libre de sufrir de una continua acumulación de endeudamiento público a todos los niveles de gobierno.


    Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE

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