Chesterton y el Crédito Social
Una respuesta a Colin Clark
Dennis R. Klinck
Nota del Editor: El Profesor Dennis Klinck envía la siguiente respuesta al artículo del Dr. Colin Clark, que apareció en el último número de Review.
En su artículo “Opinión de un Economista acerca de Chesterton” (The Chesterton Review, II, 2), Colin Clark se refiere, entre otros asuntos, al “Crédito Social”, sobre el cual él hace varios comentarios erróneos y equivocados.
El propio Chesterton, aunque él específicamente no fue un expositor del Crédito Social, estaba ciertamente familiarizado con él. Ezra Pound, en una carta a Irving Fisher en 1935, escribió que Chesterton “no encuentra nada que contradecir en lo que al crédito social que yo defiendo se refiere.” (1) Aunque Pound no puede ser considerado un exponente confiable del Crédito Social, su declaración sugiere como mínimo que Chesterton pudo aprobar la política del Crédito Social, la cual, al igual que la del Distributismo, consistía en la descentralización del poder. De hecho, podría haber sido el Crédito Social lo que Chesterton estaba aprobando –en términos amplios– cuando él escribió en Los Límites de la Cordura que algunas gentes que se llaman a sí mismas Distributistas “darían a cada ciudadano un dividendo a partir de más grandes sistemas nacionales de producción.” (2) Tal programa –y la alusión a “dividendos nacionales” parece sugerir el Crédito Social– cumpliría el objetivo general de Chesterton de “la difusión del capital.”
Clark, quien, por supuesto, declara que Chesterton no fue “captado” por el Crédito Social, en su mismo artículo trata el asunto con crítica despreciativa. Por ejemplo, él moteja al Crédito Social como “el virus que infectó y mató al Movimiento Socialista Guildista”; él dice que atraía a “gente cuyas mentes estaban confusas acerca de lo que realmente querían.” Dudo mucho que esta generalización pueda ser justamente aplicada a hombres como A. R. Orage, V. A. Demant, o C. H Douglas –quien como mínimo era un ingeniero altamente exitoso, por no decir uno eminente. Y, como subraya John L. Findlay en Social Credit: The English Origins (3), muchas personas de “reputación” (entre ellas, T. S. Eliot y William Temple) prestaron seria consideración e incluso apoyo cualificado a la idea del Crédito Social. El hecho de que el mismo Clark ha sido descuidado en su estudio del asunto viene sugerido por su afirmación de que Social Credit fue publicado en 1918. El primer libro de Douglas fue Economic Democracy (1920), el cual apareció en series en The New Age durante 1919; Social Credit fue publicado por primera vez en 1924.
Los “hechos” que Clark presenta respecto al Crédito Social en Alberta son igualmente confusos. Él empieza con la afirmación ambigua de que “un buen número de gobiernos provinciales en Canadá han sido administrados por el Partido del Crédito Social”; de hecho, sólo dos provincias han tenido nominalmente gobiernos de Crédito Social. Clark alude luego a la indecisión de Douglas acerca de mostrar al primer gobierno de Aberhart en Alberta “cómo hacer funcionar las cosas” y su rechazo en aconsejar sobre la base de que “algunos de los políticos de Alberta eran hombres descendientes de Europa Central, de quienes no se podía esperar que entendieran apropiadamente sus teorías.” La pertinente correspondencia entre Douglas y Aberhart aparece reimpresa (en la medida en que yo sé, en su totalidad) en la obra de Douglas The Alberta Experiment. (4) De ella, aparece claro que Douglas ofreció consejo específico, el cual Aberhart pasó por alto resueltamente (aunque sinceramente), y que Aberhart no entendía el Crédito Social. De hecho, Douglas se disociaba él mismo de los partidos de Crédito Social y, en realidad, había venido por primera vez a Alberta como consejero económico para el gobierno de la U.F.A., que precedió a la administración Aberhart. Con respecto a los “hombres descendientes de Europa Central”, no encuentro ninguna alusión de Douglas hacia ellos ahí, aunque él sí habla de “intereses financieros del Este”.
Éstos son quizás asuntos insignificantes de hecho, pero indican [para mí] una arbitraria negligencia de estricta precisión por parte del autor. Por esta razón, su rechazo de “la doctrina acerca de que los bancos son culpables de crear una permanente deficiencia de poder adquisitivo” tachándola de “completo sinsentido” resulta sospechosa. Esta cuestión –central para el análisis financiero del Crédito Social– es compleja, la cual no puedo tratarla aquí con detalle. El lector, sin embargo, podría reflexionar sobre el volumen de deuda en cualquier economía moderna: ¿a quién se debe? y ¿podrá ser devuelta algún día? Más aún, el mismo Keynes ha admitido más o menos la aserción del “Teorema A + B” del Crédito Social, (5) esto es, que los ingresos actuales no pueden satisfacer los precios actuales: “el problema”, dice Keynes en su Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero (1936), “de lograr que las nuevas inversiones de capital excedan siempre de la desinversión de capital en la medida necesaria para llenar la laguna que separa el ingreso neto y el consumo, presenta una dificultad creciente a medida que aumenta el capital.” (6) La afirmación de Keynes, opaca como es, implica que hay una deficiencia crónica de poder adquisitivo (o, que el sistema de precios no es auto-liquidable); Clark parece negar esto (la propia solución de Keynes al problema –“pump-priming” por medio del gasto deficitario por los gobiernos– se ha demostrado insatisfactorio, principalmente debido a que incrementa la deuda y conduce a una mayor centralización del poder). En su artículo “El Engaño de la Superproducción”, que apareció en el English Review, creo que en 1918, Douglas se anticipó en medio siglo a aquéllos que claman contra “la deseconomía del crecimiento” –al menos, del tipo de crecimiento que es necesitado por la situación que Keynes describe.
Dicho sea de paso, por supuesto, si Keynes estaba en lo cierto en su diagnóstico (y si Douglas está en lo cierto en el suyo, el cual no es precisamente el mismo que el de Keynes), entonces el “simple remedio” de Clark (“Las compañías no deberían ser animadas a expandirse mediante la inversión de beneficios no distribuidos…”) resulta erróneo. Si los beneficios de las compañías son usados como ingresos del consumidor y gastados (“desinversión de capital”) entonces el problema de incrementar la inversión de capital solamente puede agravarse. Si, por el contrario, los ahorros son reinvertidos, persistirá una deficiencia de poder adquisitivo del consumidor. Y, aunque Clark mantiene que “Políticamente… estamos sufriendo de una extrema centralización”, él se contenta con ver la solución a los problemas económicos en una extensión o reafirmación de los poderes del gobierno (por ejemplo, impuestos), en otras palabras, en más centralización.
El caso es que las cuestiones que están en juego (como Chesterton y Douglas sabían ambos) son importantes, y un tratamiento brusco de las mismas como el de Clark hace un mal servicio a una investigación cuidadosa. Podemos asentir inmediatamente a su aserción de que la “descentralización” constituye un “excelente principio”, pero cuando él dice que los gobiernos de “Crédito Social” de Alberta se dedicaron a ello, yo (como mínimo) me pregunto qué es lo que él entiende por “descentralización”. Y simplemente afirmar que “podría o debería haber muchos más pequeños negocios” o que “los poderes cada vez más crecientes de los gobiernos y burocracias centralizadas deberían ser controlados” no es algo que resulte de mucha ayuda –particularmente cuando el mecanismo preferido para tal cambio consiste en el ejercicio del poder centralizado.
La propia afirmación de Chesterton de que él quería primariamente un “boceto” o “bosquejo” quizás explicara su aparente falta de interés en el Crédito Social, el cual en algunas de sus fases es altamente técnico. Sin embargo, el Crédito Social debería haber atraído a Chesterton, no sólo porque tiene como objetivo la descentralización del poder y la propiedad (el único tipo de economía política que puede acomodarse a los efectos del Pecado Original), sino también porque, en su insistencia acerca de “la plusvalía que surge de la asociación” y “la herencia cultural”, aboga por un reconocimiento financiero de la actuación de la “Gracia”.
(1) Citado en Noel Stock, The Life of Ezra Pound (Harmondsworth: Peguin, 1974), p. 418.
(2) The Outline of Sanity (Londres: Methuen, 1926), p. 78.
(3) Social Credit: The English Origins (Londres y Montreal: McGill-Queens University Press, 1972).
(4) The Alberta Experiment (Londres: Eyre and Spotliswoode, 1937)
(5) Véase, por ejemplo, The Old and the New Economics de Douglas.
(6) Citado por R. L. Northridge, “The A + B Theorem”, The Fig Tree, I, 1 (Junio, 1936), p. 45.
Fuente: “The Chesterton Review”. Volumen 3, Número 1, Otoño-Invierno 1976-77. Dennis Klinck. Páginas 31-35.
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