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Tema: El Distributismo y el Crédito Social comparten la misma Filosofía Social

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    El Distributismo y el Crédito Social comparten la misma Filosofía Social

    La Tercera Vía


    Es necesario aquí examinar la diferencia entre FILOSOFÍA, POLÍTICA y ADMINISTRACIÓN o MÉTODOS. Si preguntamos a alguien POR QUÉ considera deseables sus objetivos, la respuesta nos revelará un punto de vista acerca de la REALIDAD, o de cómo las cosas DEBERÍAN ser. Si a Belloc se le hubiera preguntado Por Qué él pensaba que el Distributismo era algo deseable, su respuesta habría sido que la dignidad del Hombre como ser racional requería de libertad y de seguridad, ambas. Esto expresa un punto de vista acerca de la Realidad, o filosofía, de la naturaleza humana. Si a Belloc se le hubiera preguntado Qué es lo que iba a hacer para traer este estado de cosas que él considera deseable, su respuesta habría consistido en la especificación de un Objetivo: la más amplia distribución de la propiedad para asegurar a los hombres libertad y seguridad. La “propiedad”, como afirmaba Chesterton, “es apropiada para el Hombre”. Esto habría sido una declaración de POLÍTICA. Si a Belloc se le hubiera preguntado CÓMO podría conseguirse este objetivo, su respuesta habría consistido en detallar varios métodos: fiscal, legal, educativo, etc. La “Política”, nos recuerda C. H. Douglas, consiste en una Filosofía aplicada, y una Filosofía puede generar más de una Política. Douglas ilustró esta trinidad de Filosofía, Política y Administración con un ejemplo de la Física. La “Ley de Boyle” y la “Equivalencia de Joule” podrían considerarse como la “Filosofía” del intercambio de energía. No son de particular importancia para alguien que no tenga una política que requiera de su aplicación al mundo físico. Supongamos que de hecho sí tengamos una política particular: la de cruzar el Atlántico. Ahora bien, el Queen Elizabeth II no es impulsado a través del Atlántico por la Ley de Boyle ni la Equivalencia de Joule. Tampoco es impulsado por la intención de cruzar el Atlántico; es impulsado por motores térmicos que aplican la Filosofía del intercambio de calor, –por medio de motores– , a la Política de cruzar el océano.

    Esta larga digresión ha sido necesaria para establecer la conexión entre el Distributismo de Belloc y el Crédito Social de Douglas. Douglas, preguntado para que diera una definición del Crédito Social, respondió que consistía en “La Política de una Filosofía”. Fue más explícito en su respuesta cuando dijo que el Crédito Social consistía en “Cristianismo Aplicado”. El “Punto de Vista de la Realidad” Cristiano constituye la común Filosofía del Distributismo y del Crédito Social o, dicho de otra manera, el Distributismo y el Crédito Social son ambos políticas, esto es, aplicaciones del Cristianismo a nuestro mundo político-social-económico. Cada uno propone Métodos, que bien puede afirmarse que son complementarios, para la realización de su común Filosofía.

    Esto resultaba muy claro para Douglas como mínimo desde 1942, como muestra su declaración en The Social Crediter de 16 de Enero de 1943:

    Es algo profundamente significativo que lo que ahora se llama “Socialismo”, y que pretende ser un movimiento para la mejora de la situación de los desfavorecidos, comenzó como algo estrechamente semejante al Distributismo de los Señores Belloc y Chesterton, del cual forman su mecanismo práctico las proposiciones financieras encarnadas en los varios Programas de Crédito Social auténticos. El Socialismo fue penetrado por varios cuerpos subversivos y lo pervirtieron, convirtiéndolo en exactamente lo contrario del Distributismo: en Colectivismo.” (subrayado añadido)

    La sátira de Belloc La Misericordia de Alá (1922) y Economía para Helen (1924), muestran que él estaba de acuerdo con la crítica del Crédito Social contra el sistema monetario. No hay nada en el relato de la segunda obra, acerca del origen de la creación del crédito por los orfebres y el subsiguiente monopolio del crédito y control de la economía por el sistema bancario, junto con su omnicomprensivo espionaje, que resulte ser desconocido para los estudiantes de Douglas. En efecto, hacia el final del capítulo dedicado a la banca (Parte II, capítulo 8), Belloc hace su primera referencia directa, y favorable, a Douglas y al Crédito Social.

    El hecho de que Belloc había captado el significado del Crédito Social, se hace igualmente patente en un Discurso de 26 de Mayo de 1933, publicado en el G. K´s. Weekly de 8 de Junio de 1933:

    Pensad, por ejemplo, en la extraordinaria expresión “Desempleo”. Los Rothschilds, si es que queda alguno, están desempleados. Lo que constituye el desastre no es el hecho de no tener nada que hacer, sino el no obtener dinero por hacer cosas. El desastre está en no tener seguridad (…). El Capitalismo Industrial se ha venido abajo. Se ha venido abajo por una muy simple razón aritmética: distribuye menos poder adquisitivo del que crea. No voy a hablar acerca del programa del Crédito Social del Mayor Douglas, ya que éste es simplemente un método indirecto de distribución de propiedad, la cual yo prefiero conseguirla mediante medios directos. El Capitalismo Industrial se ha venido abajo (…) porque está produciendo una cantidad de riqueza que es mayor que el poder adquisitivo que está distribuyendo para la adquisición de dicha riqueza; y para decirlo de una forma muy tosca verdaderamente, si yo quiero hacer cien mil botas, –o más bien emplear a hombres para hacer esas botas–, para el tiempo en que las botas estén hechas yo habré distribuido a los hombres que las hacen dinero con el que poder adquirir treinta mil botas y, entonces, ¿qué habré de hacer con las setenta mil botas que quedan? (subrayado añadido)

    Los creditistas sociales advertirán inmediatamente que el aviso de Belloc: “para decirlo de una forma muy tosca verdaderamente”, así como la reserva de: “para el tiempo en que las botas estén hechas”, sugieren que él entendió (quizás mejor que algunos entusiastas del Crédito Social, y ciertamente mejor que críticos tales como Gaistkell) el asunto de suma importancia del “ritmo de flujo de los precios” dentro del teorema de Douglas. Debe decirse también, sin embargo, que la crítica de Belloc, –apenas se lo puede considerar como un rechazo–, respecto al Crédito Social como “simplemente un método indirecto de distribución de propiedad” parece un reparo inusual. Belloc se habría de ocupar de este tema otra vez en el Prefacio a su Ensayo sobre la Restauración de la Propiedad (1936):

    Otro punto en el que el lector podría considerarme culpable de omisión es el de la ausencia de ninguna discusión completa acerca de los nuevos programas del Crédito Social. Ya los he tocado en la última sección del ensayo, pero sólo muy brevemente. Mi razón es ésta: que tales programas (señaladamente el principal de ellos, el Programa de Douglas) no promueven directamente, ni están directamente conectados con la idea de propiedad. Solamente están conectados con la idea de ingreso. Proponen, –especialmente el Programa de crédito de Douglas–, restaurar el poder adquisitivo a las masas indigentes de la sociedad, arruinadas por el capitalismo industrial. Esto es exactamente lo que una buena distribución de propiedad haría también; pero un programa de crédito podría, en teoría al menos, hacerlo en seguida y universalmente, mientras que la restauración de la propiedad es improbable que se consiga, y debe, con independencia de lo exitosa que sea una larga empresa, extenderse a lo largo de al menos un par de generaciones (…). El objetivo de aquéllos que piensan como yo en esta materia no consiste en restaurar el poder adquisitivo, sino en restaurar la libertad económica. Es cierto que no puede haber libertad económica sin poder adquisitivo (…) pero no es verdad que el poder adquisitivo sea equivalente a libertad económica. Un gerente que cobra ₤ 1.000 al año, y que puede ser despedido a capricho por su jefe, posee mucho poder adquisitivo, pero carece de libertad económica. Yo no evito la discusión acerca de los nuevos programas de crédito, bien por ignorancia de los mismos o bien por subestimar la alta importancia de ellos, sino solamente porque están fuera de mi propósito.

    El ya fallecido Canónigo Drinkwater, en su obra ¿Por qué No Acabar con la Pobreza?, subrayó lo obvio, a saber: que con un ingreso asegurado a partir del “Dividendo Nacional”, los hombres serían capaces de comprar propiedades. Este punto podría llevarse aún más allá. Es solamente mediante esa distribución “indirecta” de propiedad como la cosa puede llegar a poder hacerse absolutamente. Si el Estado hubiera de reasignar a la fuerza la propiedad (como en realidad así se hizo con las Leyes de Cerramiento), los nuevos propietarios vivirían siempre en la inseguridad de saber que, lo que el Estado dio, el Estado lo puede quitar. También está el hecho, como bien sabía Belloc, de la fuerza centralizadora ejercida por el monopolio del crédito de la Banca:

    Los banqueros pueden decidir, de entre dos competidores, cuál sobrevivirá. Como la gran mayoría de las empresas están en deuda con los bancos (…) cualquiera de las dos industrias competidoras puede ser asesinada por los banqueros (…). (Economía para Helen, página 96).

    La usura (es) una máquina para drenar finalmente toda la riqueza en las manos de los prestamistas y para reducir gradualmente al resto de la comunidad a la esclavitud económica. (Usura, 1931).

    Dos cosas han de señalarse. Primera, que una buena distribución de la propiedad, con independencia de cómo se consiga, no puede coexistir mucho tiempo con una sistema monetario en donde todo nuevo dinero se origina como deuda a la Banca, reembolsable con interés. Segundo, que la implantación del Dividendo Nacional y del Descuento rompería el monopolio del crédito así como el poder que tiene la Banca para centralizar la propiedad. Belloc, a tenor de la evidencia de sus escritos, era consciente de estos hechos, y por tanto surge la cuestión de por qué él no adoptó las proposiciones del Crédito Social como los medios para la realización del Distributismo. La respuesta, pienso yo, está, no en las ideas, sino en sus seguidores.


    Fuente: Hilaire Belloc,1870 – 1953. Anthony Cooney. A Third Way Publication. Páginas 19 – 22.
    Última edición por Martin Ant; 13/01/2015 a las 13:20
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    Re: El Distributismo y el Crédito Social comparten la misma Filosofía Social

    Subsidiariedad, Distributismo y Crédito Social (o Tres Acres y una Vaca)





    Por Edward Minton


    Reproducido con permiso de: http://socialcredit.com.au/



    “Subsidiariedad” es el nombre dado al principio en virtud del cual una autoridad central debería tener una función subsidiaria, desempeñando únicamente aquellas tareas que no puedan ser realizadas a un nivel más local.

    Son abundantes las definiciones de diccionario del mismo, y normalmente subrayan que ningún nivel de organización o asociación debería, bajo este principio, desempeñar ninguna función que otra de nivel más bajo sea muy capaz de poder realizar.

    Las implicaciones que tiene esto son que tanto el Comunismo como todas las otras formas de “estatismo”, así como también el Capitalismo con su tendencia hacia el monopolio y la dominación financiera o de otro tipo, son contrarios al correcto orden social.

    La palabra misma se cree que apareció por primera vez en alemán, muy al principio del siglo XIX, pero solamente vino al inglés (del alemán Subsidiarität) tras la traducción de la encíclica papal de Pío XI, Quadragesimo Anno, de 1931.

    El “Distributismo”, por otro lado, fue el nombre elegido por un movimiento de católicos partidarios de la subsidiariedad, que hicieron un intento de trasladar este marcado principio a la política social. Viviendo como vivimos en un mundo físico, se concibió una encarnación física de este principio.

    Justo en la base de toda organización social está, por supuesto, la familia. Por tanto, si pudiéramos empoderar a la familia con sanciones o poderes para su propio sustento, en forma de tres acres y una vaca, la centralización del poder vendría a quedar algún tanto neutralizado. Este tipo de pensamiento inspiró a los Movimientos Rurales Católicos en todo el mundo.

    Los líderes más conocidos del Movimiento Distributista fueron G. K. Chesterton y Hilaire Belloc. A Chesterton se le atribuye a menudo (erróneamente) el haber acuñado el eslogan, “Tres acres y una vaca”, que él popularizó, y él sostenía que “la propiedad es apropiada para el hombre”, mientras que Belloc, percibiendo que la propiedad era la base de la independencia local y del empoderamiento personal, dijo: “Si no restauramos la Institución de la Propiedad no podremos escapar a la restauración de la Institución de la Esclavitud.”

    El Movimiento Distributista se fundaba y anclaba, como política a seguir, en la defensa de una amplia y extendida distribución de la propiedad, así como en el fomento de su dispersión en favor de muchos. No era arbitrario, ni confiscatorio, ni menos aún revolucionario. Buscaba apuntar hacia un camino, un enfoque, una política que traería, de ser seguida, un mayor dividendo, rendimiento y eficiencia en términos de satisfacción humana.

    El Distributismo se hacía eco de estas palabras de la encíclica de León XIII de 1891 Rerum Novarum: “(…) la propiedad privada debe ser considerada sagrada e inviolable (…) la política debería consistir en inducir o promover al mayor número posible de personas a convertirse en propietarios.” La propiedad privada no era –como afirmaban los socialistas– el problema, sino que era el monopolio de ella lo que conducía a los hombres a descender en la escala de la existencia. La cuestión de si el monopolio o la propiedad concentrada contendían o lidiaban con la dignidad del hombre en tanto que ser racional necesitado de libertad y seguridad, era decididamente una gran dificultad que debía abordarse.

    Las encíclicas anteriormente mencionadas Quadragesimo Anno y Rerum Novarum están entre los más importantes e influyentes documentos económicos y políticos jamás escritos. El Manifiesto de Marx creció y luego menguó, pero la subsidiariedad, que fue enunciada por estas encíclicas y forma parte de la Doctrina Social Católica, continuará como parte de la vida de la Iglesia, influenciando tanto a católicos como a otros.

    A la vez que se desarrollaba el Distributismo, otro movimiento brotó de la misma tierra, aunque también era distinto, y se presentó –diría alguno– como un complemento y, de hecho, como una terminación o coronamiento de la visión distributista. Buscaba distribuir no tanto “los medios de producción, distribución e intercambio” en la medida en que éstos puedan describirse como propiedad, sino más bien esa artificial e invisible abstracción numerada que poseía –como jamás hasta entonces había hecho– cautivadas a la mayoría de las personas en un grado de confusión y mistificación. A diferencia del Movimiento Distributista, este nuevo movimiento se preocupaba en gran medida de la distribución de dinero.

    El Crédito Social se preocupaba más bien de la distribución de los derechos sobre la riqueza, del dinero, el cual aquél lo veía como una tipo de sistema de tickets con derechos ilimitados sobre bienes y servicios. Fue el primero que trajo a conocimiento popular el hecho de que el sistema bancario creaba prácticamente todo el dinero a través de la concesión de préstamos. La concesión y el gasto de estos préstamos creaban depósitos, y puesto que ningún depósito de ningún banco se reducía para que el banco pudiera prestarlos a alguien, el total de los depósitos bancarios (alrededor del 95% de todo el dinero) se incrementaba por la cantidad del préstamo. Hoy en día, esta verdad está reconocida en todos los libros de texto que tratan sobre este asunto.

    El Movimiento del Crédito Social fue fundado por C. H. Douglas, comenzando a partir de su observación técnica (la cual no se tratará aquí) de que una deficiencia de poder adquisitivo, que permita el consumo de los bienes y servicios disponibles a la venta, constituía un fenómeno y un problema recurrentes. El hecho de que hoy en día todo país en el mundo incremente la cantidad de su dinero en existencia cada año constituye un tácito reconocimiento de esto.

    Dejando a un lado los billetes y monedas, que poseen un cierto coste asociado a su fabricación, el resto del dinero moderno es simplemente un registro contable –mantenido o bien en papel o bien en forma de “blips” en el ordenador– de nuestros derechos sobre otros (nuestro dinero) y de los de otros sobre nosotros (su dinero). Su creación es completamente sin coste ninguno, siendo simplemente un registro de números, y su propiedad está concentrada y confinada en el Sistema Bancario. Si una persona tiene algo de dinero, esto es así porque otro lo ha tomado prestado en forma de préstamo bancario y lo ha desembolsado en el seno de la comunidad. Si el prestatario adquiere suficiente dinero en un tiempo posterior para devolver el préstamo, entonces esta cantidad de dinero se cancela y se deja fuera de la existencia.

    En términos netos, se puede decir verdaderamente, y más aún increíblemente, que la sociedad no tiene ninguno dinero en absoluto. El público ni siquiera puede acceder a los billetes y monedas sin tener que rendirse o entregarse a sus depósitos bancarios para poder obtenerlos, y todos los depósitos bancarios se originan partir de la aceptación de una cantidad equivalente de deuda. La deuda, pues, iguala a los depósitos, y si algunos depósitos son cambiados por billetes y monedas, entonces la deuda iguala a los depósitos más el efectivo que haya en manos del público. La suma neta sigue siendo cero.

    Un amigo mío alega que los distributistas no abordarán nunca esta impresionante concentración de la iniciativa al margen y lejos de la persona individual debido a sus limitaciones intelectuales. Las revelaciones de los párrafos inmediatamente anteriores, si bien producen un shock a aquéllos que no están familiarizados con el asunto, no son de ninguna de las maneras excesivamente difíciles de entender. Otro amigo sugiere que la propensión de algunos partidarios marginales a adoptar teorías de la conspiración asustaba a los distributistas, sin embargo la relación de esas especulaciones con cualquier razonable cuerpo de pensamiento, o con cualquier política, sea ésta distributista, liberal, socialista, o de crédito social, se aplica solamente a la persona en cuestión que la piensa, y no a esas políticas.

    Todo dinero se encuentra en forma de préstamo temporal procedente de los bancos. Solamente está disponible para la sociedad aceptándolo como una deuda, con la obligación de devolverlo con un incremento. El único medio para pagar nuestros múltiples impuestos es tomando prestado dinero e introduciéndolo en la existencia, con el cual se pueda realizar dicho pago.

    Si cada uno de nosotros tuviéramos tres acres y una vaca, pero nada de dinero y ninguna expectativa de obtener ningún dinero excepto si alguno de nosotros se endeudara para obtenerlo, ¿cuánto tiempo pasaría antes de que alguno de nosotros tuviera que hipotecar su tierra y vender su vaca? Hacer una distribución de propiedad, al mismo tiempo que los derechos sobre dicha propiedad son centralmente creados y cuidadosamente racionados, y tienen que devolverse a sus creadores con un incremento, es algo ciertamente disparatado. ¿Realmente resulta muy útil una distribución si, en las circunstancias actuales, viene siempre e inevitablemente seguida de su implosión de vuelta a una autoridad central?

    Uno de los que reconocieron esto muy temprano fue el editor del intelectual e influyente diario inglés que apoyaba el Socialismo Gremial, The New Age. Mr. A. R. Orage, su editor, casi inmediatamente después de leer el libro de Douglas Economic Democracy, dedicó su diario a promover el Crédito Social.

    Los párrafos finales del primer capítulo de esa obra claramente establecen las credenciales de Douglas como partidario del principio de subsidiariedad. No menos importante a considerar es la frase final: “Los sistemas fueron hechos para los hombres, y no los hombres para los sistemas, y el interés del hombre, que consiste en su autodesarrollo, está por encima de todos los sistemas, ya sean teológicos, políticos o económicos.” Y unos pocos párrafos antes, “(…) el primer requisito consiste en obtener, en el reajuste de la estructura económica y política, ese control de iniciativa que, mediante su ejercicio, permita a todo individuo (…) situarse en una posición de ventaja tal que, en común con sus compañeros, él pueda elegir, con creciente libertad y completa independencia, si querrá o no auxiliar en cualquier proyecto que le sea presentado delante suyo.”

    El curioso desdén por el Crédito Social por parte de los principales distributistas es lo más desconcertante, ya que se aceptaba que el Crédito Social ofrecía un “método de distribución de propiedad” y la verdad del teorema A + B de Douglas, del cual creció el movimiento del Crédito Social, también fue reconocida.

    Esto aparece claro en relación al discurso de Hilaire Belloc del 26 de mayo de 1933, tal como se publicó en el G.K.´s. Weekly del 8 de junio de 1933:


    “(…) El Capitalismo Industrial se ha venido abajo. Se ha venido abajo por una muy simple razón aritmética: distribuye menos poder adquisitivo del que crea. No voy a hablar acerca del programa del Crédito Social del Mayor Douglas, ya que éste es simplemente un método indirecto de distribución de propiedad, la cual yo prefiero conseguirla mediante medios directos. El Capitalismo Industrial se ha venido abajo (…) porque está produciendo una cantidad de riqueza que es mayor que el poder adquisitivo que está distribuyendo para la adquisición de dicha riqueza; y para decirlo de una forma muy tosca verdaderamente, si yo quiero hacer cien mil botas, –o más bien emplear a hombres para hacer esas botas–, para el tiempo en que las botas estén hechas yo habré distribuido a los hombres que las hacen dinero con el que poder adquirir treinta mil botas y, entonces, ¿qué habré de hacer con las setenta mil botas que quedan?”

    Es probable que Belloc recibiera alguna crítica por su fácil rechazo del Crédito Social, pues en 1936, en el Prefacio de su libro An Essay on the Restoration of Property, él escribe:


    “Otro punto en el que el lector podría considerarme culpable de omisión es el de la ausencia de ninguna discusión completa acerca de los nuevos programas del Crédito Social. Ya los he tocado en la última sección del ensayo, pero sólo muy brevemente. Mi razón es ésta: que tales programas (señaladamente el principal de ellos, el Programa de Douglas) no promueven directamente, ni están directamente conectados con la idea de propiedad. Solamente están conectados con la idea de ingreso. Proponen, –especialmente el Programa de crédito de Douglas–, restaurar el poder adquisitivo a las masas indigentes de la sociedad, arruinadas por el capitalismo industrial. Esto es exactamente lo que una buena distribución de propiedad haría también; pero un programa de crédito podría, en teoría al menos, hacerlo en seguida y universalmente, mientras que la restauración de la propiedad es improbable que se consiga, y debe, con independencia de lo exitosa que sea una larga empresa, extenderse a lo largo de al menos un par de generaciones (…). El objetivo de aquéllos que piensan como yo en esta materia no consiste en restaurar el poder adquisitivo, sino en restaurar la libertad económica. Es cierto que no puede haber libertad económica sin poder adquisitivo (…) pero no es verdad que el poder adquisitivo sea equivalente a libertad económica. Un gerente que cobra ₤ 1.000 al año, y que puede ser despedido a capricho por su jefe, posee mucho poder adquisitivo, pero carece de libertad económica. Yo no evito la discusión acerca de los nuevos programas de crédito, bien por ignorancia de los mismos o bien por subestimar la alta importancia de ellos, sino solamente porque están fuera de mi propósito.”

    Ahora bien, esto es verdaderamente impropio de un intelecto de la talla del Sr. Hilaire Belloc. Es únicamente conteniéndome –y al margen de mi gran respeto por él y del disfrute que me han proporcionado sus muchos escritos– como puedo limitar mi resumen del párrafo anterior diciendo de él que se trata de un ridículo sinsentido. Comenzando mis comentarios en la misma forma que como lo hizo Hilaire, podría yo decir:


    “Mi razón es ésta: tengo un conocimiento considerable de la historia del Queensland rural. Sé que en el Distrito de la tercera ciudad más antigua de Queensland, Gayndah, en 1945 había 700 granjas lecheras. Su producción (algo que complacerá a los distributistas) era procesada a través de su propia fábrica cooperativa, cuyos registros proporcionaban estos números de proveedores. (Esto se obtuvo de parte de Mrs. June Kenny, la cual actuaba como secretaria para esta cooperativa, y tenía pleno acceso a sus registros.) También habitualmente labraban algunos cultivos y tenían una pequeña pocilga asociada a la lechería: eran operaciones mixtas de granja. Exactamente el tiempo de una vida humana después, en 2015, ninguna de esas granjas ha sobrevivido en funcionamiento. ¡Ni una! Han sobrevivido mediante grandes explotaciones, normalmente con poco más que una cerca perimetral, en donde el ganado deambula y se lo reúne periódicamente para vender el incremento o ganancia, y a continuación se lo deja libre otra vez. ¿Cuál fue la causa de esto?

    Estas granjas familiares no eran de tres acres, sino de más de trescientos acres de media. Ninguna de ellas tenía una vaca sino más de cincuenta vacas de media. Otorgaban “libertad económica” a estas familias granjeras, la cual en todos los casos –a pesar del esfuerzo, la aplicación y el amor de la vocación granjera de su familia– en cada caso fue ejercitada en las siguientes décadas mediante la única libertad que se les dejaba abierta: su libertad para enviar su ganado al matadero y vender la granja.”

    El distrito ejemplificado anteriormente es ahora un reflejo de los datos nacionales en agricultura australiana. La edad media de los granjeros hoy en día está por encima de los 65 años, y su deuda media está por encima de los $ 700.000.

    La propuesta para tres acres y una vaca quizás ahora pueda tener más sentido, pues con que un solo miembro de la familia pudiera encontrar un puesto de trabajo remunerado, podrían ser capaces de mantener la vaca, mientras que resulta obvio que no se podría confiar a ninguna cantidad de vacas el mantenimiento de la familia. ¿Y la razón cuál es?

    Los activos sin un ingreso asociado suficiente constituyen un pasivo que no puede mantenerse. Los acres y las vacas exigen mantenimiento, incurren en costes y atraen impuestos. Cuando el saldo del ingreso es insuficiente para mantener a tu familia, la fe distributista de que la propiedad siempre mantendrá y respaldará a los que cuidan de la misma constituye un mito. Pero, ¿cómo puede ser esto así?

    Bajos las actuales estructuras del Capitalismo Financiero, todas las fichas en el Casino de la Vida son emitidas por el Casino y son reembolsables con incremento al Casino. Todo jugador que consigue progresar (que tiene un saldo acreedor) lo hace porque el resto de los jugadores colectivamente tienen deudas por encima de sus créditos, y en esa misma cantidad exacta.

    Las únicas cosas que pueden liquidar la deuda colectiva de los jugadores son esas fichas emitidas como crédito, libre y gratis, a nuestros jugadores, pero el Casino no está dispuesto a abrazar esta forma de distributismo. Los jugadores no quieren reflexionar demasiado sobre esto porque les provoca dolor de cabeza. Sus intelectuales piensan que ellos podrían mejorar las cosas repartiendo tierras y vacas, pero el Casino dice: “Váyase al cuerno; nosotros sólo aceptamos nuestras fichas en pago de nuestras fichas que tú has tomado prestadas de nosotros.”

    Puesto que todos los valores aparecen designados en fichas y el Casino ha creado todas las fichas que existen, y tiene el privilegio de hacerlas sin coste ninguno, todas las cosas que las fichas pueden comprar son propiedad del Casino en toda la medida en que el Casino las quiera. Sí, ellos te prestarán algunas fichas para comprar vacas, pero solamente sobre la base de que esas vacas puedan ser vendidas después a cambio de más fichas que las que tomaste prestadas, y de que tú compartas ese incremento con el Casino.

    La subsidiariedad exige que lo que una entidad inferior pueda hacer no sea usurpada por otra mayor. ¿Significa esto que las estructuras que sean más altas no deberían tomar una elección allí donde las personas, como individuos, sean capaces de hacer esa elección? Ciertamente, eso es lo que significa.

    Es verdad que con arreglo a los principios de subsidiariedad la gente no podría organizar directamente, por ejemplo, las papeletas y las urnas para una elección nacional. Pero lo que sí pueden hacer, si a ellos se les distribuye libremente los votos, es ejercer la elección que permite la votación.

    Es igualmente cierto que con arreglo a los principios de subsidiariedad la gente no podría organizar directamente un sistema monetario ni un sistema bancario para administrarlo. Pero cuando se crea nuevo dinero adicional, si este dinero les fuera distribuido libremente, podrían usarlo para elegir consumir los artículos que ellos prefieran. Podrían ordenar a la economía que les sirviera conforme a su voluntad, y es en esta forma de democracia económica –la función subsidiaria de la economía en favor de personas ejerciendo libremente su control electivo sobre la producción y, a través de él, sobre la economía misma– en la que el principio de subsidariedad puede aplicarse a una organización distributiva que pueda actuar en favor del crédito social de todos nosotros.

    Hilaire Belloc tenía razón cuando observó que el ingreso sin una seguridad de ingreso no es libertad, y todo verdadero Creditista Social lo reconoce. Del mismo modo, sería cortés por parte de los Distributistas que reconocieran que la propiedad, si estuviera despojada de ingresos suficientes para mantener esa propiedad y a sus administradores, igualmente tampoco es o constituye ni seguridad ni libertad, y resulta terminal para ambas aspiraciones.

    Clifford Hugh Douglas era plenamente consciente de estas verdades. El único diario que él fundó y editó en toda su vida lo tituló The Fig Tree (La Higuera), y el interior de cada portada llevaba su cita favorita del Antiguo Testamento: “Cada uno se sentará bajo su parra y bajo su higuera, sin que nadie lo perturbe.” Miqueas, IV, 4. Jamás se ha escrito una declaración Distributista más sucinta, y provenía directamente de la fuente de ambos movimientos.

    Douglas describió a su Crédito Social como “La Política de una Filosofía”. Aquí, utilizaba la palabra “filosofía” para designar una concepción de la realidad, la verdad, y el “Canon de los Correcto”. Para Douglas, una política era un influjo de acción.

    De esta forma una política era, para el hábito y enfoque de ingeniero de Douglas, un programa de tentativa, una voluntad de actuar, y un intento de perseguir un resultado. La política emana de la filosofía, quizás casi automáticamente, una vez que se toma una decisión acerca de lo que es verdad. Todas las políticas, sean verdaderas o falsas, emanan de un concepto de la verdad y de aquello que se sostiene que es verdad, aunque provenga de una verdadera o de una falsa filosofía.

    Especialmente hacia el final de su vida, Douglas fue explícito e inequívoco en sostener el Cristianismo trinitario como la filosofía –en el sentido antes señalado– de su política a la que él llamó Crédito Social.

    El Crédito Social, como mejor podría enunciarlo la obra de su vida, era esa política que estaba hecha “de la trama y urdimbre del universo”, una política social que buscaba la eficiencia en términos de satisfacción humana, y era aquélla que augura hacia el autodesarrollo de todos los aspectos del hombre, físico, intelectual y espiritual, a medida que se va volviendo uno más de aquéllos que están hechos a imagen de Dios. O alternativamente, no era nada.

    Los Distributistas y los Creditistas Sociales son almas hermanas, cada una de ellas mirando a través de sus respectivos ojos de buey hacia la encarnación del canon de lo correcto; cada una viendo un aspecto diferente o aspectos diferentes del único verdadero conjunto del lienzo que fue pintado claro y distinto para el triunfo del espíritu humano, de forma que pueda ser como se nos aseguró: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10), y ambos movimientos ciertamente sostienen ser verdaderos, tanto trascendentalmente como en el otro sentido por el cual rezamos para que se nos pueda dar “el pan nuestro de cada día”.

    Pues, ¿acaso se habría de tolerar otra cosa distinta a aquello de que “(…) cada uno se sentará bajo su parra (…)”?


    Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE
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    Re: El Distributismo y el Crédito Social comparten la misma Filosofía Social

    La distribución del crédito







    Por M. Oliver Heydorn


    “[Es] correcto decir que, en última instancia, el núcleo del problema puede expresarse en cuatro palabras: “el monopolio del crédito”; y que la solución a ese problema está contenida también en cuatro palabras: “la distribución del crédito”.

    C. H. Douglas, Major C. H. Douglas Speaks (Sidney: Douglas Social Credit Association, 1933), 10.




    La entrada en el blog del pasado mes explicaba lo que los Creditistas Sociales quieren decir cuando se refieren al “monopolio del crédito”: ¿Qué es el "Monopolio del Crédito"?. En esta entrada examinaremos por qué el “monopolio del crédito” constituye un problema y lo que el Crédito Social propone hacer con él.

    Una vez que se descubre que los bancos privados, en lugar de actuar como meros intermediarios entre los prestatarios y los prestamistas, en realidad se dedican a crear la mayor parte de la oferta monetaria ex nihilo en forma de números intangibles (es decir, crédito bancario), resulta fácil para el potencial reformador financiero creer que el asunto principal consiste en el hecho de que los bancos han usurpado fraudulentamente lo que debería considerarse como una función propia del gobierno o del estado, esto es, la provisión de la oferta monetaria, y que, al cargar importantes sumas en forma de interés y de otras comisiones, los bancos está explotando al resto de la comunidad en beneficio propio.

    El verdadero análisis del Crédito Social, sin embargo, apunta hacia otra y más profunda dirección. Aquello que resulta ser el principal responsable de hacer que el “monopolio del crédito” constituya un problema –incluso en relación a esos asuntos particulares que preocupan e interesan con toda razón a los habituales reformadores financieros (es decir, las cuestiones concernientes a la falta de transparencia del banco al crear el crédito; su control en la asignación del crédito y, a partir de ahí, su control de la política económica; y los beneficios sustanciosos así como el poder que se adjudican en nombre del monopolio del crédito)– radica en el defecto de contabilidad existente en el sistema de precios de la economía.

    Lo que Douglas descubrió fue que –al margen de cualquier cuestión sobre el interés o la usura– la práctica bancaria habitual (que implica los ciclos de creación y destrucción de crédito a través de los préstamos y sus devoluciones), en conjunción con las convenciones normales que gobiernan la contabilidad de los costes industriales, daban como resultado un aumento gradual de los costes –y, por tanto, de los precios– en el sistema industrial a un ritmo mayor al que los ingresos estaban siendo simultáneamente distribuidos a los consumidores en forma de sueldos, salarios y dividendos. De manera más precisa, el capital real (es decir, fábricas, maquinas, equipo, etc.) conllevan costes contables (esto es, cargas por gastos de capital y cargas por gastos de operación) que son cargados dentro del flujo de precios, pero que no son distribuibles como ingresos corrientes a los consumidores. Los precios de los bienes a la venta quedarían automáticamente equilibrados con el poder de compra del consumidor si el sistema financiero contabilizara correctamente el proceso de producción, y siempre representara esos incrementos en los precios con un incremento correspondiente en el poder adquisitivo del consumidor. Desafortunadamente, no lo hace; no es autoliquidable.

    La única forma de poder rellenar esa brecha bajo el actual sistema financiero existente es confiar en que los gobiernos, y/o los negocios, y/o los consumidores obtengan dinero nuevo, adicional, a partir de alguna fuente [1]. Los préstamos para el incremento de la producción (también conocido como crecimiento económico), ya sea privada o pública, ya sea necesaria o no, incrementa el ritmo de flujo de ingresos a los consumidores sin que se incremente, en el mismo periodo de tiempo, el flujo de precios. Ya que hay un desfase de tiempo entre la inversión y la aparición de la producción resultante en el mercado, esa actividad puede compensar temporalmente la deficiencia en el poder adquisitivo del consumidor. La otra opción consiste en que los consumidores complementen sus ingresos directamente contrayendo préstamos al consumo o haciendo uso de descubiertos de varios tipos. En todos estos casos, la necesidad que la economía tiene de un incremento en la oferta monetaria solamente puede venir por medio de los bancos privados, ya que la prerrogativa de crear crédito bancario para su comercialización mercantil les pertenece a ellos.

    Esto pone a los bancos privados en una muy envidiable posición de predominio. Puesto que los bancos reivindican la propiedad del crédito financiero que ellos crean (esto está implícito en el acto de prestarlo), ellos también ipso facto están afirmando su propiedad sobre el crédito real (que ellos no crearon). Esto, en sí, no constituiría un problema práctico si no hubiera una recurrente brecha entre los precios y los ingresos. Sin embargo, la existencia de esa brecha es lo que hace que aquella implícita reivindicación de propiedad constituya un enorme problema, porque permite a los bancos apropiarse del factor de producción que constituye el principal responsable de esa brecha, esto es, del capital real de la sociedad, en su propio beneficio y a expensas del ciudadano común. El acceso al flujo excedente de bienes y servicios que el capital real hace posible, únicamente puede permitirse a través préstamos que el gobierno, la corporación o el consumidor toma a partir de los bancos privados; y, de esta forma, dicho acceso únicamente podrá permitirse en términos que proporcionen una multitud de injustificados beneficios (incrementos en riqueza, poder y prestigio) a los bancos privados.

    En resumen, la brecha en el sistema de precios proporciona a los bancos la oportunidad de ejercer el control financiero sobre la producción excedente de la sociedad. Les permite reivindicarse a ellos mismos como los principales beneficiarios del capital real. Puesto que ellos no crearon ese capital real, esta reivindicación no constituye más que una usurpación. Es esta desposesión a los propietarios legítimos del capital real (los ciudadanos comunes) lo que constituye el mal más grande inherente al “monopolio del crédito” de los bancos.

    Los costes de permitir un monopolio privado egoísta para poder rellenar la brecha son extremadamente gravosos. En lugar de poder disfrutar de una abundancia de bienes y servicios queridos junto con un incremento del ocio, todo ello a partir de un sistema económico que fuera socialmente equitativo, medioambientalmente sostenible, e internacionalmente concordante, nos vemos acosados por las paradojas de la pobreza en medio de la abundancia y de la servidumbre en lugar de la libertad; por los recurrentes ciclos de auge y depresión; por la continua inflación (procedentes tanto del empuje de los costes como del tirón de la demanda); por la ineficiencia, despilfarro y sabotaje económicos; por los impuestos gravosos y a menudo en incremento; por el conflicto social; por la inmigración forzada; por la dislocación cultural; por la degradación medioambiental; y por los conflictos económicos internacionales que conducen a los conflictos militares y la guerra, etc.

    La solución del Crédito Social al problema de la brecha y a la apropiación por la finanza del capital real, consiste en romper el monopolio del crédito de los bancos privados, confiando a un órgano del Estado, una Oficina de Crédito Nacional, con el encargo de crear suficiente crédito libre de deuda para cubrir la brecha y, a continuación, distribuirlo directa o indirectamente a los consumidores.

    La naturaleza, volumen y asignación de este crédito compensatorio se basan en un principio fundamental del Crédito Social: si queremos que nuestro sistema financiero funcione eficientemente al servicio del bien común, debe representar fielmente los hechos físicos de la vida económica. En otras palabras, el sistema financiero debería reflejar la realidad.

    Si la producción, por ejemplo, ya ha sido pagada en su totalidad por la comunidad en términos físicos –y ésta tendría que ser la situación, pues de lo contrario no habría producción ninguna– entonces dicha comunidad debería ser capaz de poder pagar por toda esa producción en términos financieros, sin necesidad de tener que ganar más dinero (a través de producción adicional y normalmente superflua, especialmente producción de capital y producción para la exportación, y proyectos y obras gubernamentales) ni tener que tomar prestado crédito adicional en forma de préstamos/líneas de crédito al consumidor. Todo esto constituye simplemente una exigencia de equidad, de llamar al pan, pan y al vino, vino, y de registrar correctamente en el plano financiero la correspondiente realidad física. Más aún, se reconocería el hecho de que el consumidor común, –a través de su participación en los recursos naturales de su tierra dados por Dios, su participación en la plusvalía que nace de la asociación (los beneficios que proceden de la asociación en grupo), y su participación en la herencia cultural (el legado técnico de científicos, ingenieros, inventores, organizadores, etc.)–, es el legítimo beneficiario del capital real de la sociedad. En el momento en que se procediera a rellenar la brecha, ésta debería pues rellenarse de tal forma que los intereses del consumidor (en obtener los bienes y servicios que él necesita para sobrevivir y desarrollarse, con la menor cantidad posible de trabajo y consumo de recursos) sean promovidos por encima de cualesquiera otros. Esto exige que el volumen de dinero que se necesita para distribuir el excedente económico –y que al mismo tiempo simultáneamente permita a los productores cubrir sus costes– sea emitido libremente, de una u otra forma, en beneficio de los consumidores.

    Para este fin, el Crédito Social propone emitir una cierta proporción de crédito libre de deuda para rebajar los precios de los bienes al por menor mediante un porcentaje fijado para todos los ámbitos. La verdadera finalidad de la producción es el consumo, y el coste real o verdadero de cualquier producción viene dado por los factores específicos (materias primas, trabajo humano, maquinaria, etc.) que se han consumido en el curso de dicha producción. Debido a las cargas por gastos de capital (es decir, la devolución de préstamos del capital, etc.), el coste financiero de la producción excede al coste del consumo asociado. Para poder poner a los precios de los bienes y servicios finales en correlación con sus costes reales de producción, aquellos costes financieros han de ser rebajados conforme al mismo porcentaje en que corrientemente exceden al coste del consumo asociado. En otras palabras, la cargas por gastos de capital han de ser eliminadas de los precios. Los precios “justos” o compensados de esta naturaleza incrementarían el poder adquisitivo de los ingresos del consumidor, mientras que simultáneamente se proporcionaría a los minoristas crédito libre de deuda con el que poder cubrir la diferencia en los precios y así poder satisfacer sus costes. Uno podría pensar en el precio compensado como una típica venta a crédito.

    El resto del crédito compensatorio libre de deuda se distribuiría directamente a cada consumidor, con independencia de estar o no empleado, en forma de Dividendo Nacional. Este flujo de dinero ayudaría a contrarrestar los gastos de operación y otras cargas para las cuales no se liberan ingresos al consumidor, o resulta insuficiente el volumen de los ingresos liberados al consumidor durante el transcurso de la producción normal. Adviértase que el fenómeno principal responsable de la brecha: la financiación y contabilidad de los costes del capital real, es el mismo fenómeno responsable del desempleo tecnológico. A medida que las máquinas hacen más y más el trabajo, la economía formal puede hacer un uso provechoso y rentable de cada vez menos y menos trabajo humano. Resulta, pues, muy apropiado que la brecha sea rellenada de tal forma que aquellos individuos cuya labor ya no sea más necesaria por el sistema industrial puedan, sin embargo, mantener un ingreso seguro y, con él, acceso a los bienes y servicios. El Dividendo Nacional mata dos pájaros de un tiro, y a su vez haría redundantes el Estado del Bienestar y los programas de trabajo.

    Tanto el precio compensado o Descuento Nacional como el Dividendo Nacional han de ser emitidos en lugar de todos esos paliativos convencionales que se utilizan para rellenar o tratar de contener de alguna otra forma la brecha, y variarán en concordancia con las estadísticas pertinentes. De esta forma, no hay peligro de inflación por tirón de la demanda.

    Al romper el monopolio del crédito de los bancos de esta manera, ello permitiría también recorrer un largo trecho hacia la eliminación, o al menos hacia una significativa mitigación, de aquellos temas que habitualmente interesan a los reformadores financieros en relación con la banca privada: la centralización de la riqueza, del poder y del prestigio en manos de los financieros. En contraposición, sin embargo, con muchas de aquellas otras propuestas de reforma financiera que se presentan por ahí afuera, las propuestas del Crédito Social conllevarían un buen número de otros beneficios en cadena: absoluta seguridad económica para todo ciudadano en lugar de pobreza y amenaza de pobreza; incremento del ocio en lugar de la servidumbre (es decir, liberación de la esclavitud salarial, de la deuda, y del empleo inútil, estúpido y/o destructivo); la eliminación de la carga de la deuda crónica e impagable de la sociedad así como de las cargas de interés que la acompañan; la eliminación del despilfarro y sabotaje económicos; reducción continua en los precios (a medida que fuera mejorando la tecnología) en lugar de inflación; impuestos mucho más bajos; mucha menos regulación e interferencia del gobierno; cooperación económica en lugar de una despiadada competencia; estabilidad social; la transformación de la civilización basada en el desencadenamiento del impulso creativo y el florecimiento tanto de una cultura popular como de una alta cultura; protección, conservación y reparación medioambiental; y comercio internacional mutuamente beneficioso, proporcionando así un sano fundamento para la paz mundial.

    Todo lo que sea físicamente posible y deseable, debería ser financieramente posible. Todo lo que se requiere es alterar el sistema financiero de tal forma que éste represente correctamente los hechos físicos y el potencial de la economía real. En otras palabras, la finanza debería estar subordinada a las necesidades de la economía real. En la actualidad, la economía real está subordinada a las exigencias de la finanza. El objetivo del Crédito Social es poner a la finanza en el lugar que le corresponde, como sierva del auténtico bien común.



    [1] Los préstamos de esta naturaleza tomados adicionalmente (o también exportando a cambio de dinero) constituyen la única forma de rellenar la brecha; no son, sin embargo, la única forma de lidiar con, o hacer frente a, esa brecha. Cuando la brecha no ha sido adecuadamente rellenada, las bancarrotas; ventas forzadas; ventas subvencionadas; destrucción de producción excedente (una forma de sabotaje económico); y la redistribución de ingresos tomados de los ahorradores/inversores para darlo a los pobres, etc…, todo ello puede ayudar a restablecer el equilibrio entre precios e ingresos.





    Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE

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    Re: El Distributismo y el Crédito Social comparten la misma Filosofía Social

    Crédito Social: Una introducción para distributistas







    Por M. Oliver Heydorn


    Este artículo fue originalmente colgado en la red por The Distributist Review el 11 de Abril de 2016: Social Credit: An Introduction for Distributists. (Se han incorporado a esta versión dos cambios muy pequeños).




    Como todo distributista sabe, existen tres sistemas económicos básicos. El primero defiende la propiedad privada de los medios de producción, pero los concentra en manos de unos pocos, dejando así a la mayor parte de la población con ninguna otra opción más que vender la única cosa que tienen, su trabajo, a cambio de los medios de subsistencia. Éste el sistema capitalista. El segundo sistema rechaza el dominio privado de la propiedad productiva en favor del dominio colectivo, con independencia de si esa propiedad colectiva es confiada o encomendada al Estado o a una serie de cuerpos comunitarios más pequeños. Esta actitud hacia el capital constituye el dogma principal del socialismo. La tercera y final alternativa mantiene la institución de la propiedad privada, pero insiste en que dicha propiedad debe ser repartida de manera general de tal forma que el mayor número posible de gente pueda disfrutar de su propia parte en la propiedad productiva de la nación. Este es el modelo que ha venido a conocerse como “distributismo”. Todo sistema económico (ya sea existente o simplemente posible) constituye una variación de uno de estos casos, o una combinación parcial de algunos de sus aspectos y tendencias principales.

    Lo que muchos distributistas puede que no sepan es que contemporáneamente a los esfuerzos de Belloc y Chesterton en proporcionar una elaboración teórica para aquella orientación económica general que floreció bajo la Cristiandad Medieval, y en explorar vías a través de las cuales la sabiduría de dicho sistema pudiera ser restaurada bajo las condiciones modernas, surgió a su vez, también en Inglaterra, un pequeño aunque influyente movimiento para la regeneración de la sociedad. Este movimiento funcionaba en base a unos mismos fundamentos. En común con el distributismo, el Crédito Social se fundamentaba en lo que resultaron ser principios cristianos. [1]

    Encabezado por el ingeniero anglo-escocés, Mayor Clifford Hugh Douglas (1879-1952), el movimiento del Crédito Social buscaba llevar las instituciones y convenciones que regulan la vida social en conjunción y alineación con aquello a lo que Douglas se refería como “el Canon”, es decir, las leyes naturales que gobiernan la realidad. El objetivo consistía en un funcionamiento o desenvolvimiento apropiado o saludable, y ello requería previamente que se descubriera la “lógica” interna del universo y que ésta fuera obedecida a través de la aplicación de los mecanismos apropiados.

    En el terreno de la economía, esto significaba que las reglas del juego económico, así como las instituciones necesarias para llevarlas a efecto, habían de determinarse, no por lo que fuera más provechoso para unos pocos poderosos, ni por lo que permitiera mejorar el estatus u objetivos de cualquier colectivo, sino por el bien común de los individuos. Ese “bien común” consistía en el cumplimiento del auténtico propósito de la asociación económica: el suministro de aquellos bienes y servicios que la gente pueda usar con provecho para ella misma, con la menor cantidad de trabajo humano y consumo de recursos al mismo tiempo.

    Fue en el transcurso de su trabajo como ingeniero como Douglas descubrió, a través de una serie de acontecimientos fortuitos, que el principal obstáculo en el camino del bien común de la economía era la finanza o sistema monetario. En una variedad de presentaciones hechas ante el Comité de Investigación Bancaria canadiense en 1923, el Comité MacMillan de Finanza e Industria británico en 1930, el Comité Monetario de Nueva Zelanda en 1934, y un comité legislativo de la provincia de Alberta en 1934, así como en un torrente de libros, artículos, comentarios, debates y discursos, comenzando a partir de 1917 y continuando hasta principios de la década de los `50, Douglas explicó qué era lo que estaba mal en el sistema bancario y en el sistema de contabilidad de costes existentes, así como lo que podría y debería hacerse a modo de rectificación. [2] La solución que proponía constituía un reconocimiento de que una amplia y equitativa distribución de propiedad productiva privada era necesaria si se quería que la economía sirviera al bien común. En términos de la división tripartita de sistemas económicos, el Crédito Social entra de lleno dentro del campo distributista.

    Pero si el Crédito Social y el distributismo, o aquello a lo que en adelante me referiré como distributismo “clásico”, están de acuerdo en hacer un llamamiento al retorno a un Estado de Propietarios, esa tercera opción más allá del capitalismo y del socialismo, ¿en dónde divergen entonces? [3]

    Las diferencias esenciales entre estos dos modelos parecen ser en número de tres; éstas envuelven: 1) la naturaleza de la propiedad que ha de ser distribuida, 2) los métodos para distribuir esa propiedad, y 3) las implicaciones socio-económicas que se originan de una verdadera obtención de una más amplia y más equitativa distribución de la propiedad sobre los medios de producción.


    Propiedad directa vs. Propiedad usufructuaria

    Mientras que el distributismo clásico busca facultar a las familias y –cuando esa propiedad familiar no resulta práctica– a los empleados como dueños directos de la propiedad que usan para producir bienes y servicios, el Crédito Social no tiene como objetivo distribuir la propiedad entre la mayoría en forma de granjas familiares, talleres, comercios, pequeñas empresas, ESOPs, o cooperativas, etc. [4] En lugar de ello, la propiedad que el Crédito Social desea atribuir a cada ciudadano individual es una propiedad usufructuaria (en lugar de directa) sobre el capital real, es decir, sobre las máquinas, equipo, y herramientas de una sociedad industrializada. El tipo de contribución que el capital general hace para la producción (en contraposición al capital mismo) se considera correctamente como una propiedad común o comunal. [5]

    Los recursos naturales, las plusvalías que se originan a partir de la asociación (tanto humana como mecánica), y la herencia cultural de la sociedad (los descubrimientos pasados científicos, ingenieros, inventores, organizadores, y aventureros, etc.), son los que hacen posible el capital real de la economía. Da la casualidad de que esos factores de producción son también dones gratuitos de Dios, de la naturaleza, y de las generaciones precedentes. Por estas razones, cada individuo puede legítimamente reclamar, en común con sus compañeros, que él es o debería ser el principal beneficiario o usufructuario del uso que se haga del capital real. En verdad, cada uno de nosotros es un accionista dentro de su asociación económica y, por tanto, tiene derecho en estricta justicia a una parte proporcionada en la abundante producción que la maquinaria mecánica puede suministrar.


    El Estado Regulador vs. Reforma Monetaria

    Tanto el Crédito Social como el distributismo clásico reconocen que hay un papel para las autoridades públicas en la consecución del Estado de Propietarios. Mientras que el distributismo clásico apoya tales métodos como la legislación antimonopolista, impuestos diferenciales, gremios, cooperativas, e incluso la redistribución de la propiedad cuando sea oportuno (como fue el caso con el programa La-Tierra-Para-Quien-La-Trabaja en Taiwán), el Crédito Social busca conseguir el mismo objetivo general de un amplio o extendido dominio sobre la propiedad productiva por vía de la reforma monetaria. Es decir, la distribución de un usufructo sobre el capital comunal a todos no requeriría expropiar a los dueños directos de las fábricas o de otras organizaciones productivas, ni implicaría confiscar y redistribuir –o alterar de alguna otra forma– la atribución o asignación de las acciones de las corporaciones, ni necesitaría de impuestos redistributivos o punitivos, o de una regulación estatal de las actividades del mercado en forma de gremios o instituciones y convenciones similares.

    A fin de captar cómo podría realizarse el Estado de Propietarios por vía de la reforma monetaria, es necesario entender el análisis del actual sistema financiero hecho por el Crédito Social.

    El crédito bancario, es decir, abstracciones enumeradas, forman el groso de la oferta monetaria (más del 95 %) en cualquier país moderno. La moneda legal, o billetes y monedas, es la calderilla de la economía. Todo préstamo bancario o adquisición bancaria crea dinero en forma de crédito, y toda devolución a un banco o toda redención de una adquisición bancaria, destruye el crédito. El crédito está continuamente creándose y destruyéndose; es decir, se mueve cíclicamente dentro y fuera de la existencia, en lugar de circular indefinidamente tal y como lo consideraría la teoría cuantitativa del dinero. La mayoría de la producción se financia en base a préstamos bancarios o provisiones en descubierto. Por esta razón, los precios no son infinitamente flexibles; existe un límite inferior que ha de ser recobrado por los productores a partir de los consumidores si se quiere que las empresas eviten su bancarrota. Ahora bien, el Crédito Social afirma que este crédito al productor, al mismo tiempo que va generando y acumulando costes y, por tanto, precios durante el curso de la producción, también va liberando un volumen menor en forma de ingresos al consumidor (es decir, poder adquisitivo en forma de sueldos, salarios y dividendos) con los cuales pueden liquidarse los correspondientes precios. En otras palabras, hay un desequilibrio estructural en el sistema de precios o una brecha precio-ingreso. La ley de Say no se sostiene.

    Esta brecha puede exacerbarse mediante la especulación o la realización de mayores beneficios (incluyendo los beneficios derivados de los intereses), los ahorros, la reinversión de los ahorros, políticas deflacionarias periódicas por parte de los bancos, e impuestos; pero se debe fundamentalmente a las convenciones contables que gobiernan la financiación y el cálculo de los costes del capital real. [6] Dicho en pocas palabras: mientras que todo gasto laboral en el curso de una producción se registra como un coste y también como una inyección de ingresos en los bolsillos del consumidor; y el beneficio, al tiempo que figura como un “coste”, puede redistribuirse en forma de un dividendo; en cambio los gastos de capital (incluyendo los costes asignados en la fase de venta al por menor) no son distribuibles como ingresos corrientes. En algunos casos, como el pago o devolución de préstamos de capital (Capex, en el sentido más estricto), el gasto de capital no es distribuible como ingreso al consumidor en absoluto (el dinero utilizado para devolver un préstamo es destruido), mientras que en otros casos, como en los cargos por depreciación y mantenimiento, el gasto, mientras está siendo distribuido como ingreso en un punto posterior en el tiempo, se dispersa o difunde en un volumen menor que aquel en que fue recolectado (porque los costes de capital de otras compañías también representan o aparecen en el gasto de fondos Opex (fondos para gastos operativos)). Si consideramos que “A” representa el flujo de ingresos del consumidor y “B” representa el flujo de costes de capital, podríamos decir que, a lo largo de toda la economía tomada en su conjunto, los empresarios están exigiendo “A + B” a los consumidores en forma de precios, pero al mismo tiempo solamente están distribuyendo ingresos suficientes para satisfacer el componente A del coste en forma de ingresos. [7]

    El actual sistema financiero tiene dos opciones fundamentales para compensar la inherente escasez de poder de compra del consumidor. Puede confiar en que las empresas vendan por debajo del coste (reduciendo, de esta forma, los precios), o bien puede intentar incrementar el flujo de pagos A manteniendo al mismo tiempo estable el flujo de precios (A + B). Si bien los dos métodos se invocan en la práctica, el segundo posee claras ventajas sobre el primero. A menos que estuvieran implicados subsidios del gobierno en la operación, las empresas solamente podrían vender por debajo del coste durante un periodo fijo de tiempo antes de que la bancarrota apareciera en primer plano. De esta forma, generalmente intentamos asegurar el equilibrio haciendo crecer continuamente la economía en la proporción requerida e induciendo al mayor número posible de consumidores a que complementen su poder adquisitivo por vía del recurso al endeudamiento del consumidor. En ambos casos, se crea dinero nuevo y adicional como deuda por parte del sistema bancario. El crédito prestado a los gobiernos para las obras públicas y otras actividades (como la guerra) pueden proporcionar puestos de trabajo y, por tanto, ingresos, sin expandir, en el mismo periodo de tiempo, la carga de su coste sobre el contribuyente. De un modo similar, el crédito prestado a la empresa para su expansión –especialmente expansión que implica la producción de capital y la producción para la exportación– puede distribuir sueldos, salarios y beneficios adicionales, sin añadirse simultáneamente al flujo de precios. Naturalmente, toda esa producción, ya sea pública o privada, tendrá que pagarse eventualmente, pero llegado ese momento podemos esperar otra vez salir del paso haciendo más de lo mismo: crecimiento económico adicional y un nuevo incremento en el endeudamiento del consumidor.

    Puesto que la brecha precio-ingreso se debe, principalmente, a la forma en que el actual sistema financiero representa incorrectamente los costes del capital real (es decir, como valores en precios sin que les acompañen ingresos al consumidor), y puesto que la propiedad usufructuaria del capital real se concede justamente a los ciudadanos individuales, el Crédito Social propone ocuparse del problema de la brecha alterando el sistema financiero de tal forma que de ahora en adelante proporcione una exacta e isofórmica representación de los hechos económicos físicos.

    En lugar de todos esos paliativos convencionales, la comunidad política de Crédito Social monetarizaría esa proporción de los precios de los bienes de consumo que no aparece representada por los ingresos al consumidor, por vía de la creación de crédito “libre de deuda”, y lo distribuiría a los usufructuarios del capital comunal. Precios e Ingresos estarían en equilibrio automático y el sistema financiero se volvería autoliquidable en lugar de tener que estar dependiendo de una cada vez más creciente carga de deuda pendiente, a fin de poder satisfacer los precios corrientes. El pago directo tomaría la forma de un Dividendo Nacional y se concedería como un ingreso seguro a todos los ciudadanos, con independencia de que estuvieran o no empleados en la economía formal. [8] El pago indirecto, conocido como el Descuento Nacional, eliminaría de manera efectiva las cargas Capex (gastos o inversiones en bienes de capitales) de los precios, permitiendo a los minoristas vender sus bienes y servicios a un precio que refleje los costes reales de la producción (que vendrían a ser un porcentaje de los costes financieros tal y como son normalmente computados o calculados). Este descuento daría, pues, como resultado una reducción de precios para los consumidores, al mismo tiempo que se estaría proporcionando a los minoristas un reembolso a fin de que sus costes contables pudieran todavía ser satisfechos completamente. [9]

    Haciendo que el sistema monetario se corresponda con los hechos económicos físicos, el Crédito Social transformaría a toda la sociedad convirtiéndola en una gigantesca cooperativa distribuidora de ganancias.


    Do ut Des vs. Reparto del don gratuito

    Finalmente, el Crédito Social y el distributismo clásico difieren porque el tipo de sociedad de propietarios que cada cual conseguiría, y la manera en que cada cual buscaría conseguirla, encarnan dos visiones radicalmente diferentes del orden socio-económico cuando se trata de la relación entre riqueza y trabajo. En el sistema distributista, toda la riqueza debe ser ganada a través del trabajo (si asumimos que todas las formas de renta económica habrán de ser eliminadas). Todos y cada uno, o al menos todo hombre de familia o eventual hombre de familia, debe trabajar sobre su propio capital (ya se tenga individualmente o en común con otros) para proporcionar un sustento para él y para aquéllos que dependen de él. A esto se hace referencia a veces en la literatura del Crédito Social como un sistema económico do ut des, o la negación del don gratuito como realidad económica. El Crédito Social está de acuerdo en que se debería terminar con la renta económica, pero de ahí no se sigue que toda riqueza obtenida sin trabajo sea necesariamente mala, ni que un don gratuito de carácter económico constituya una imposibilidad metafísica.

    El fenómeno principalmente responsable de la creciente brecha precio-ingreso es, a su vez, el mismo fenómeno responsable de la creciente tendencia hacia el desempleo tecnológico: el desplazamiento del trabajo por el capital real. Proporcionando, sobre una base equitativa, una cierta medida de acceso a la riqueza sin previo trabajo, el dividendo (en conjunción con el mecanismo del precio compensado) eliminaría, en el plano financiero, la necesidad del pleno empleo, del mismo modo que los avances tecnológicos han eliminado dicha necesidad en el plano físico. [10]

    Los Creditistas Sociales ven las propuestas de Douglas como una manifestación en el plano económico y material de la doctrina cristiana de la gracia inmerecida, en tanto que necesaria (aunque no suficiente) para la salvación. La economía necesita del don gratuito a fin de poder funcionar apropiadamente, y la gente lo necesita también a fin de poder tener el tiempo y los medios para atender de manera apropiada a los muchos otros asuntos acuciantes que están más allá de la sórdida lucha por la mera supervivencia económica… incluyendo, más destacadamente, sus vidas espirituales.




    [1] Mientras que la economía distributista, habiéndose desarrollado orgánicamente bajo la influencia de la Iglesia en la Edad Media, estaba explícitamente fundamentada sobre principios cristianos, el modelo económico del Crédito Social se basaba en una cuidadosa observación y análisis de la realidad. Solamente se hizo evidente más tarde que los principios revelados de ese modo eran idénticos a algunos de los principios claves de la Cosmovisión Cristiana.

    [2] Considerando no sólo la enorme cantidad, sino también el elevado nivel de calidad, de los escritos que Douglas y sus más íntimos colaboradores han dejado para la posteridad sobre una enorme variedad de materias, resulta asombroso que el Crédito Social, como cuerpo de pensamiento, permanezca relativamente desconocido hasta el día de hoy. Incluso allí donde se lo conoce, a menudo aparece fundamentalmente mal entendido.

    [3] En su libro, Un ensayo sobre la restauración de la propiedad, Hilaire Belloc describía el “Estado de Propietarios” como “el estado de la sociedad tal y como nuestros ancestros lo disfrutaron, en donde la propiedad está bien distribuida…” Cf. Hilaire Belloc, Un ensayo sobre la restauración de la propiedad, 2ª edición. (Norfolk, Virginia: IHS Press, 2009), 13.

    [4] Esto no quiere decir que el Crédito Social se oponga a estas formas de dominio de la propiedad productiva. De hecho, en la medida en que una producción descentralizada y/o cooperativa de este tipo sirviera a un propósito legítimo en orden al cumplimiento de los fines económicos, la introducción del Crédito Social proporcionaría un entorno financiero favorable para su expansión y desarrollo orgánicos.

    [5] Los términos “común” y “comunal” se usan aquí en el sentido distributista y no en el sentido socialista, es decir, como propiedades sobre las que cada individuo puede presentar una reclamación o reivindicación de su propia porción privada, en lugar de considerarse como algo que es “poseído” colectivamente por un grupo.

    [6] Contrariamente a una habitual errónea interpretación, el “Crédito Social” no consiste en un sistema monetario “libre de intereses”. La usura, en el sentido de “beneficios no procedentes del trabajo” o rentas económicas obtenidas sobre préstamos, constituye ciertamente una característica del sistema bancario actualmente existente, pero es más una consecuencia que una causa de la brecha precio-ingreso. Elimínese la brecha conforme a los lineamientos del Crédito Social y automáticamente se eliminará gran parte de la usura potencial.

    [7] Esto no es el famoso teorema A + B de Douglas, sino una adaptación generalizada del mismo, en donde se busca aislar o especificar la causa esencial de la brecha. Se usan los mismos símbolos (es decir, “A” y “B”), pero en una forma ligeramente distinta. Mi “B” no incluye todos y cada uno de los “pagos a otras organizaciones” porque la restrinjo sólo a los costes de capital. La “B” de Douglas incluye pagos que representan pasados gastos A en el curso de la producción.

    [8] El dividendo del Crédito Social o “Dividendo Nacional” no debe confundirse, por tanto, con cualquier propuesta convencional en favor de un “ingreso básico” que se financie por vía de impuestos redistributivos y/o un incremento en el endeudamiento público.

    [9] Si bien iría más allá del alcance de este artículo el considerar con gran detalle variados fenómenos tales como el ciclo recurrente de booms y depresiones; la inflación (tanto por empuje de costes como por tirón de la demanda); los niveles opresivos de los impuestos; el sabotaje, despilfarro e ineficiencia económicas; la creciente centralización del poder, privilegios y riqueza económicos en cada vez menos y menos manos; la cada vez más creciente montaña de deuda social que, en su conjunto agregado, es impagable; los conflictos sociales; la migración forzosa; la dislocación cultural; la degradación medioambiental; y los conflictos económicos internacionales que conducen a la guerra…, todos ellos aparecen profundamente implicados como consecuencias directas o indirectas del desequilibrio en el sistema de precios. Si se resuelve ese desequilibrio conforme a los lineamientos del Crédito Social, es probable, por tanto, que se reduzcan –por no decir que se eliminen– todas esas otras fuentes y manifestaciones de disfunción económica y social, además de restaurarse una amplia o extendida posesión de propiedad como signo característico o definidor del orden económico.

    [10] Esta es otra forma en la que el Crédito Social busca hacer que el sistema financiero refleje o se corresponda con la realidad económica física.



    Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE

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    Re: El Distributismo y el Crédito Social comparten la misma Filosofía Social

    Lo que el Crédito Social puede hacer por los distributistas





    Por M. Oliver Heydorn


    Como expliqué en mi primer artículo para The Distributist Review: Crédito Social: Una introducción para distributistas, las propuestas económicas del Crédito Social apuntan al establecimiento de una amplia distribución de la posesión de propiedad productiva privada por medio de la reforma monetaria. La posesión en cuestión sería una propiedad o dominio de carácter usufructuario y no directo, e implicaría la distribución de un beneficio social (es decir, del excedente de producción resultante a partir de la recurrente brecha de precio-ingreso) en forma de dividendos nacionales y precios compensados o descontados en favor de los verdaderos accionistas de la economía: la ciudadanía común.

    Si bien el Crédito Social no ordena ni favorece, como una explícita cuestión de política, la distribución de la posesión directa de la propiedad productiva a los trabajadores conforme a los lineamientos del Distributismo “clásico”, no tiene objeción ninguna, per se, a los modelos distributistas de organización productiva, tales como granjas familiares, pequeñas empresas, talleres, comercios, y cooperativas, etc… Al contrario, en la medida en que estos tipos de empresas –que combinan trabajo y posesión de capital dentro de sus mismas estructuras– sean más efectivos y/o eficientes en suministrar las clases de bienes y servicios que los consumidores realmente desean de sus asociaciones económicas y, en segundo lugar, sean más reflejantes de cómo un número cada vez menor de gente empleada útilmente desea realmente trabajar, la introducción de un sistema financiero de Crédito Social proporcionaría un entorno financiero muy favorable para la proliferación de compañías distributistas.

    En lo que sigue a continuación intentaré explicar, con la ayuda de un ejemplo concreto, cómo el Crédito Social promete mejorar considerablemente las condiciones socio-económicas que rodean las operaciones de las empresas que son propiedad de los empleados, haciéndoles así más fácil establecerse y mantenerse.

    Mi cuñado es un entrenador personal que posee su propia pequeña empresa. Él y su puñado de empleados proporcionan servicios altamente especializados a atletas locales y entusiastas del fitness… ¡el ideal distributista en acción! Sin embargo, a fin de poder hacer funcionar el negocio bajo las actuales condiciones financieras, ha de trabajar desde las seis de cada mañana (excepto domingos) hasta las nueve de la noche. A pesar de esta dedicación extrema, hay periodos espaciosos en los cuales no puede permitirse pagarse a sí mismo (los empleados han de venir primero), y su familia debe depender de los pasados beneficios ahorrados por él. Incluso cuando el negocio va bien, no hay equilibrio entre trabajo y vida y mis dos pequeñas sobrinas realmente no le ven mucho durante la semana a menos que él pueda venir a casa a almorzar. Mi cuñado no constituye un caso extremo; en muchos sectores diferentes la “vida como un adicto al trabajo” parecería ser una condición necesaria para tener un próspero negocio pequeño o de tamaño familiar.

    Por si pudiera haber alguna duda sobre la materia, aclaro que la “adicción al trabajo” es algo malo. No vivimos con el fin de trabajar, sino que más bien trabajamos (o deberíamos trabajar) con el fin de vivir y, por tanto, sólo en la medida en que dicho trabajo constituya una necesidad natural (en lugar de artificial). Como C. H. Douglas lo señaló en una ocasión:


    El principal problema de la civilización –no el único problema, pero sí aquél que ha de ser eliminado antes que cualquier otro– es el problema de la provisión de cama, pensión y ropas, y esto afecta al hombre ordinario en términos de esfuerzo. Si él ha de trabajar duras y largas horas para obtener una precaria existencia, entonces para él la civilización está fallando. [1]


    Si, bajo las actuales convenciones financieras, la producción industrial (y uso la palabra “industrial” en su más amplio sentido posible: cualquier producción que implique el uso de capital real en forma de maquinaria, herramientas, etc., puede ser considerado industrial) necesariamente genera un flujo de valores en precios que, incluso excluyendo cualquier cuestión relacionada con beneficios, excede significativamente el poder adquisitivo que simultáneamente distribuye a los consumidores, entonces hay un problema fundamental relacionado con los términos financieros básicos a los que se encuentran sujetos todas las organizaciones productivas, ya sean capitalistas, distributistas o socialistas en su orientación, por no hablar de los intereses de los consumidores. El sistema de precios está inherentemente desequilibrado y, como resultado directo, nuestras actividades económicas se encuentran artificialmente impedidas así como distorsionadas por la insuficiencia de ingresos del consumidor. Puede que los distributistas quieran ver a mucha más gente entrar en negocios por sí mismos o en estrecha colaboración con otros, pero, dada la inseguridad y dificultad de este método para ganarse el sustento bajo el actual sistema financiero, no debería de extrañarnos que mucha gente prefiera trabajar como empleados contratados.

    Pero ahora, consideremos de nuevo la situación de mi cuñado bajo el Crédito Social. En primer lugar, cada miembro de su familia sería receptora de un dividendo mensual (digamos dos dividendos para los adultos y dos mini-dividendos para los niños). El poder adquisitivo de ese dividendo, al igual que cualquier otro ingreso que recibieran, se vería incrementado por el descuento de precios compensado que se aplicaría uniformemente a todos los bienes y servicios a la venta al por menor. Esto reduciría la presión financiera general que se encuentra sobre las espaldas de mi cuñado, permitiéndole así ser más selectivo en términos de si quiere trabajar, cómo y cuándo. En la otra parte de la ecuación, el Crédito Social, al incrementar el poder adquisitivo de todos y proporcionar la oportunidad para un ocio incrementado, es probable que expanda su grupo de clientes potenciales y también las horas que tendrían disponibles para poder entrenar. El resultado final sería que mi cuñado se encontraría en una posición mucho más fuerte y mejor para determinar qué clientes él estaría dispuesto a entrenar durante qué horas del día. Bajo un sistema financiero sano, él podría llevar su negocio conforme a sus propios términos, en lugar de hacerlo conforme a los injustos términos de la viabilidad financiera que actualmente son impuestos por los monopolistas del crédito.

    Otra ventaja para la pequeña empresa bajo el Crédito Social es que nivelaría el campo de juego de tal forma que el “libre” mercado pudiera funcionar como un mercado mucho más justo. Los productos más baratos poseen una ventaja natural sobre sus más caros competidores en cualquier economía. Comprándolos le permite a la gente obtener, ceteris paribus, el paquete más satisfactorio de bienes; le permite conseguir lo más por lo menos. Pero, en una economía en donde el poder adquisitivo apropiado del consumidor es crónicamente insuficiente, los bienes más baratos poseen una doble ventaja. [2] Muy a menudo son preferidos, no porque sean reflejo de lo que los consumidores realmente desearían, sino porque son reflejo de lo que los consumidores pueden permitirse. Puesto que las grandes organizaciones y, especialmente, las compañías transnacionales y multinacionales, están en una mejor posición para tomar ventaja en cosas como las compras a granel, mejores términos financieros, diferencias en mercados nacionales y regionales, y costes reguladores más bajos por unidad de producción, etc., ellas son las únicas que pueden suministrar más baratos los productos. El actual sistema financiero favorece, pues, con el funcionamiento de su misma estructura, la centralización de la posesión y control de la producción en cada vez menos y menos manos. En una comunidad política de Crédito Social, en donde los precios y los ingresos se mantienen en un equilibrio automático, autoliquidable, esa doble ventaja desaparece. Los consumidores siempre tendrían los medios para adquirir el producto más caro que localmente se produjera a una escala más pequeña y, si vieran que ese producto fuera de mejor calidad o que el servicio al cliente fuera más competente y personal, etc., optarían por la producción de la compañía distributista por encima de aquella otra de la corporación tradicional.

    El resultado final es que, al atribuir a cada ciudadano –con independencia de estar o no empleado– el título de accionista en esa empresa común (también conocida como “sociedad”), y al distribuírsele debidamente esos beneficios de empresa mediante una reforma racional del sistema operativo de la economía –es decir, su sistema financiero–, todo ello iría unido a la difusión de un buen número de beneficios o ventajas en cadena que deberían ser de gran interés para los distributistas clásicos. El hecho de que un “macro-distributismo” o un “distributismo monetario” conforme a los lineamientos del Crédito Social haría mucho más factible para aquéllos que desean perseguir proyectos “micro-distributistas” el poder hacerlos, constituye precisamente una de esas muchas ventajas. [3]



    [1] C. H. Douglas, The Control and Distribution of Production (London: Cecil Palmer, 1922), 77 – 78.

    [2] Por poder adquisitivo “apropiado” del consumidor, me estoy refiriendo al poder adquisitivo que se deriva de los ingresos en lugar de los que se derivan de préstamos al consumidor u otras formas de deuda compensatoria.

    [3] Estoy en deuda con Cliff Alexander por haber acuñado el término “distributismo monetario” en relación con el Crédito Social.


    Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE

  6. #6
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    Re: El Distributismo y el Crédito Social comparten la misma Filosofía Social

    Martín Ant: muchísimas gracias por traer todo esto durante todo este tiempo.

  7. #7
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    Re: El Distributismo y el Crédito Social comparten la misma Filosofía Social

    De nada. Como siempre un placer.

  8. #8
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    Re: El Distributismo y el Crédito Social comparten la misma Filosofía Social

    En realidad yo no veo “tanto” desdén por parte de Belloc, mas bien, eso si, tímidas adulaciones. Pero entonces la pregunta no sería ¿por que ese cierto desdén? Sino ¿por qué ese tímido entusiasmo?


    Es de suponer que Belloc tendría una idea más compleja y extensa sobre la cuestión que esos dos párrafos que cita el autor que encabeza el hilo. Y personalmente creo que era en cierta manera entusiasta, también creo que en la vorágine de su época no había mucho tiempo para pararse a crear panegíricos del Mayor Douglas, le imagino inquieto y entusiasmado con su antorcha viendo como sobre el manto negro de la “modernidad” iban surgiendo fuegos aquí y allá mientras entre el humo se intuían figuras humanas empuñando antorchas también , como el Mayor Douglas por ejemplo.




    Evidentemente la posición de Belloc es mucho mas profunda, en el sentido que su “visión” no solo se centra en lo económico, sino que surgiendo desde lo religioso y filosófico va abarcando el resto, mientras que la de Douglas opera mas bien en sentido inverso de ahí tal vez lo de “camino indirecto”


    personalmente el mayor conflicto que atisbo entre ambas “filosofías” es la cuestión de la producción y de la tecnología. Me explico, en el “mundo” de Belloc o Chesterton el fordismo, la producción en cadena etc son vistos exclusivamente como un problema, y ciertamente lo son y mas como herramienta de esa modernidad omnipoderosa, propia del príncipe del mundo ¿pero lo son intrínseca y necesariamente? ¿son una herramienta oscura o simplemente una herramienta? ¿pueden ser empuñadas por el bien o bien son como los anillos de la novela de Tolkien?


    Y esto no significa que en el “mundo” de Belloc no se quieran fabricas, sino que esas fabricas son mas parecidas a un gremio de artesanos medieval que a una Metrópolis de Lang.


    Por supuesto el Mayor Douglas no propone ni mucho menos eso, él propone ciertamente optimizar y aumentar la producción pero no para que vayamos como autómatas a la fabrica sino en el sentido que esa mecanización y esa producción nos libre precisamente de ello.


    Ciertamente en el “mundo” del Mayor, como no podía ser de otra manera, existe un limite a la producción y este es proporcional al numero de las criaturas, humanas en este caso. Y así nada impide que las fabricas “gremiales” produzcan a “voluntad” el volumen necesario de producción acorde con la población existente.


    La cuestión pues de la tecnología no lo es el campo de la ciencia o la inventiva sino en sus limites naturales.


    Volviendo a Tolkien, Belloc propone una Tierra Media, Douglas que era ingeniero nos dice como optimizarla, mientras tanto desde Mordor y Isengart las factorías De Khan no dejan de producir en cadena…..




    en fin, lo que me falta por decir para otro día, que no quiero ser pesao..


    Aprovecho para dar las gracias al autor del hilo , el Sr Ant por haberme dado a conocer al Mayor Douglas y por sus traducciones del pérfido albionés.

  9. #9
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    Re: El Distributismo y el Crédito Social comparten la misma Filosofía Social

    Desde luego lo que es innegable es que en el mundo de hoy, en la realidad que nos rodea, el único camino para el distributismo pasa por el uso como herramienta del crédito social. ( o eso me parece a mí)El estado de las cosas, el poder de la “Finanza Usurera” para controlar todos los resortes del sistema por “ella” creado es de tal magnitud que no cabe posibilidad de ir palmo a palmo solo vale un golpe al todo , una ultima carga de caballería, solo un espectáculo así provocaría la catarsis necesaria.


    El poder de la tiránica Usura no puede ser derrotado sin que la sociedad sufra mediante un violento enfrentamiento vital ante la realidad, una catarsis que, cambie su ethos hacia el heroísmo trágico de una ultima carga de la Orden de Caballería, ante un ultimo asalto épico contra el mismísimo príncipe del mundo.


    Al final, con distributismo, con crédito social o con cualquier otra alternativa ese enfrentamiento que “predijo” Spengler sucederá o sucumbiremos a esa terrible esclavitud que todos advertimos. “la sangre”, la vida, el hombre, se enfrentará a la Usura o a la esclavitud, la muerte, y la mejor arma que tendremos en nuestra armería será el Crédito Social, o lo que es lo mismo espada de acero contra acero, fuego contra fuego, vencer al dinero no con dinero sino con el dinero. Una vez entendido qué es o debería ser el dinero, sacarle los demonios es tarea mucho mas fácil, la Usura y el atesoramiento piedras angulares de la gran ramera son exorcizadas fácilmente al devolver el dinero a su esfera y naturaleza.


    Por que Spengler atribuye , tal vez por lírica, al Dinero lo que es en exclusiva pecado del hombre, la dictadura del dinero, es como la dictadura del martillo, pues al otro extremo del martillo hay un hombre, lo mismo que al otro extremo del dinero, sería mas propio hablar de la Dictadura de la Finanza Usurera Internacional.


    “La dictadura del dinero progresa y se acerca a un punto máximo natural, en la civilización fáustica como en cualquier otra. Y ahora sucede algo que sólo puede comprender quien haya penetrado en la esencia del dinero. Si éste fuese algo tangible, su existencia seria eterna. Pero como es una forma del pensamiento, ha de extinguirse tan pronto como haya sido pensado hasta sus últimos confines el mundo económico, y ha de extinguirse por faltarle materia. Invadió la vida del campo y movilizó el suelo; ha transformado en negocio toda especie de oficio; invade hoy, victorioso, la industria para convertir en su presa y botín el trabajo productivo de empresarios, ingenieros y obreros. La máquina, con su séquito humano, la soberana del siglo, está en peligro de sucumbir a un poder más fuerte. Pero, llegado a este punto, el dinero se halla al término de sus éxitos, y comienza la última lucha, en que la civilización recibe su forma definitiva: la lucha entre el dinero y la sangre.

    O. Spengler.


    Con el Crédito Social la muerte del interés del dinero piedra angular del sistema capital-liberal-marxistoide es imparable, su mantenimiento injustificable, destruido el pilar, el basamento, lo demás irá cayendo por su propio peso.


    Pero discutir hoy si el distributivo le hizo feos al Creditismo o viceversa es realmente una astracanada, pues la triste realidad es que ambos están muertos a día de hoy para el común de la sociedad, no existen en el mundo de la gente de la calle, nadie los conoce, nadie los representa. Tal vez sea nuestro deber pasar esa pagina, recoger del suelo los restos, los despojos de los estandartes de nuestros predecesores, de nuestros antepasados, de nuestros padres, para coserlos unos junto a los otros y crear uno nuevo suma de todos los anteriores.


    No caigamos en la trampa de nuestro enemigo, no hagamos partidismo, ni mucho menos política de banderías, esto no es una exposición de egos, ni un pase de modelos, esto tal vez sea la ultima carga de caballería ¡¡¡apretemos los hombros unos contra otros pues!!! ,


    Y si nosotros, por la miseria y cobardía nuestra y de nuestra época, no somos los elegidos para la ultima carga, demos al menos de comer a los caballos, y afilemos las lanzas que serán de la futura batalla.


    ¡¡¡Dios, Patria y lealtad!!!
    Trifón dio el Víctor.

  10. #10
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    Re: El Distributismo y el Crédito Social comparten la misma Filosofía Social

    ¿Qué es lo que le pasa al sistema financiero?


    Por M. Oliver Heydorn



    En el corazón mismo de la economía moderna encontramos esa cosa a la que llamamos “finanza”. La finanza es para la economía lo que un sistema operativo es para un ordenador. Pues es el sistema financiero el que permite que el “hardware” de una economía (es decir, sus materias primas, trabajo, maquinaria, etc…) se actualice al servicio de “softwares de aplicación” específicos (es decir, programas de producción). En lo que a la economía formal se refiere, resulta cierto decir que la finanza viene a ser el indispensable principio de interfaz y de animación.

    Pero el sistema financiero, esto es, el sistema bancario y de contabilidad del coste, es también simplemente un artefacto humano compuesto de instituciones, leyes y convenciones. Esto significa que puede funcionar más o menos adecuadamente. Si está propiamente diseñado, servirá al bien común de una manera efectiva, eficiente y justa. Si no está apropiadamente diseñado, tenderá, por el contrario, a servir a los intereses creados de aquéllos que dominan y hacen funcionar al sistema financiero, transformando así a los financieros (tanto nacionales como internacionales) en una oligarquía económica y política.

    El Crédito Social sostiene que el sistema financiero convencional no está apropiadamente diseñado y que, en consecuencia, se ha convertido en algo imposible para cualquier asociación económica que opere bajo sus reglas poder cumplir con su verdadero propósito (es decir, la distribución de aquellos bienes y servicios que la gente pueda usar en provecho propio con la menor cantidad posible de trabajo y consumo de recursos) en la medida en que dicho cumplimiento sea físicamente posible. En otras palabras, puesto que existe un “error” en el sistema operativo de la economía, el hardware de la economía aparece constreñido o forzado, y su actividad mal dirigida. El resultado inevitable es el de una disfunción crónica en forma de pobreza; servilismo; los ciclos recurrentes de auge y depresión; inflación constante; altos impuestos; despilfarro económico y sabotaje; crecimiento económico forzado; endeudamiento cada vez más creciente; y la centralización de la riqueza, privilegios y poder en cada vez menos y menos manos.

    En general, un sistema financiero puede describirse como un sistema de contabilidad de doble entrada, que implica y tiene en cuenta tanto los valores en dinero como el dinero mismo. Es un sistema de representación numérica que está destinado y pensado para medir nuestros activos económicos físicos por un lado, y las demandas que hacemos sobre esos activos, por el otro.

    El defecto de diseño básico que hay en el sistema convencional es el siguiente: no es un sistema honesto. Es decir, no está diseñado para proporcionar una representación exacta de nuestra riqueza física, tanto potencial como actual. En lugar de ello, sistemáticamente subestima nuestra riqueza, haciendo siempre parecer, en términos financieros, que somos más pobres de lo que realmente lo somos en términos físicos [1].

    Quizás sea lo más fácil captar la naturaleza general del problema en el caso de la producción potencial. En todo el ancho mundo existen muchos bienes y servicios que nunca se producen aun cuando hay a) una gran necesidad de ellos por parte de varios individuos, por un lado, y b) más que suficientes materias primas, fuerza laboral y maquinaria, etc., para traer estos bienes y servicios a la existencia, por el otro. Los artículos requeridos o anhelados no son producidos porque no están disponibles los créditos al productor con los que poder poner en movimiento el hardware de la economía. Mas, ¿cómo puede haber una escasez de dinero? El dinero es simplemente un asunto de números contables. En principio, deberíamos ser capaces de crearlo tanto más o tanto menos como necesitáramos. Si el sistema financiero estuviera apropiadamente diseñado, el crédito real de la sociedad (es decir, su potencial físico para suministrar bienes y servicios necesitados) estaría automática e isomórficamente representado por un adecuado flujo de crédito financiero para la producción. La finanza respondería diligentemente a las legítimas exigencias de la economía real, en lugar de actuar como el gran factor limitante. Irónicamente, a menudo se hace disponible suficiente crédito a los productores para producciones despilfarradoras, redundantes o destructivas, tales como aparatos de usar y tirar de baja calidad, marcas competidoras cuya única diferencia apreciable se encuentra en su forma de embalar, y armamentos para la exportación. De esta forma vemos que las existentes reglas del juego financiero interfieren con la función catalítica del sistema financiero por dos vías: limitando artificialmente el volumen deseado de producción, e induciendo simultáneamente la producción de muchas otras cosas que no habrían sido aprobadas por el verdadero ciudadano independiente y autónomo en su rol de trabajador y consumidor.

    Cuando se trata de la producción actual, se puede observar un problema paralelo. Además de su función catalítica en facilitar nueva producción, el sistema financiero también ejerce una función distributiva con respecto a la producción ya existente. A un lado de la ecuación, el sistema financiero registra los costes en los que se incurre y, por consiguiente, los valores en precios que se acumulan a medida que el crédito a la producción se va gastando para obtener materias primas y para transformarlas –a través de la inteligente aplicación de energía– en formas más útiles para el hombre. En el otro lado, también se registra, bajo el encabezamiento de “poder adquisitivo del consumidor”, el dinero que se distribuye a los consumidores, como recompensa por sus varias aportaciones al proceso de producción, en forma de sueldos, salarios, rentas y dividendos, etc.

    Douglas reveló que, en el caso de la función distributiva del sistema financiero, nuestro “software” financiero existente está defectuoso, porque cualquier producción que implique el uso de capital real acumulará costes y, por consiguiente, precios a un ritmo más rápido que aquél al que distribuye ingresos a los consumidores [2]. Esto es, por cada 100 unidades de coste que el sistema financiero registra en el curso de la producción de algún bien o servicio, solamente registra el equivalente a una proporción más pequeña de esas 100 unidades, digamos 50 unidades, en forma de ingresos que son simultáneamente distribuidos a través del mismo proceso productivo [3]. Existe un desequilibrio estructural en lo que a precios e ingresos se refiere. La finanza se queda rezagada con respecto a la realidad física, y limita artificialmente nuestro acceso a ella.

    Ahora bien, está situación no es correcta. ¿Por qué? Bueno, en primer lugar, es irracional. ¿Para qué producir cierto inventario específico de bienes si el acto de la producción no distribuye suficiente dinero a los consumidores de tal forma que esos bienes puedan ser comprados en su totalidad y todos los costes de producción correspondientes a ellos puedan ser liquidados? Aquello que no puede ser consumido constituye un despilfarro y la producción de despilfarros es algo que no tiene sentido.

    Uno podría objetar que el actual sistema posee varias formas de compensar esta escasez de poder de compra, a través de la continua concesión de más y más préstamos que implican la creación de dinero-deuda adicional, el cual es emitido entonces para los consumidores, gobiernos y empresas; y a través de créditos a la exportación. Bien, pero esto nos lleva a la consideración de un segundo y más fundamental problema con el software financiero convencional.

    El coste físico de producir algo se paga a medida que la producción sigue su curso, y es pagada en su totalidad a la terminación del bien o a la provisión del servicio en cuestión. De no ser así, ese bien o ese servicio no existirían. Si el sistema financiero fuera un sistema honesto, es decir, si estuviera apropiadamente diseñado para reverberar o reflejar la realidad, no habría necesidad de tomar prestado para traerlo a la existencia dinero-deuda adicional –que habrá de devolverse con ingresos futuros– a fin de poder consumir en su totalidad lo que ya se ha producido. Cada unidad de valor en precio (medida en dólares o en cualquier otra divisa) adjunta a cualquier servicio o bien de consumo sería automáticamente correspondida por una unidad equivalente de poder adquisitivo del consumidor. Los precios y los ingresos estarían en una igualdad o equilibrio automático.

    Desafortunadamente, el sistema financiero que tenemos establecido no es un indicador veraz de nuestra riqueza existente. El cuadro que pinta no se corresponde isomórficamente con la realidad física. Pues permite que una cierta proporción de la producción industrial quede sin estar representada por poder adquisitivo del consumidor. A la vez que reconoce correctamente los costes de la producción como pasivos, no reconoce que la correspondiente producción es también un activo que podría y debería estar automáticamente representado por suficiente dinero en manos de los consumidores. Si el bien o servicio existe, ha sido pagado en términos físicos y, por tanto, el dinero necesario para representarlo debería existir ya sin necesidad de tener que tomarlo prestado (generando, así, un coste contra futuros ciclos de producción). No hay ninguna necesidad física de tener que ganar a través de futuros trabajos aquello por lo que ya se ha pagado físicamente en el pasado; tampoco debiera haber ninguna necesidad financiera al respecto.

    Además de ser deshonesto, este estado de cosas también resulta injusto. Si uno se imagina toda la comunidad como un solo agente, el desequilibrio estructural entre precios e ingresos puede verse correctamente como una violación de la justicia conmutativa. La comunidad entrega todo lo necesario en términos físicos para traer a la existencia los bienes y servicios pero, a cambio, solamente recibe suficiente poder adquisitivo para consumir un cierta porción limitada de esa producción y no la producción en su totalidad. Esto es igual que hacer un trabajo por valor de 10 dólares y que solamente se le pague, digamos, 6 dólares a cambio de ese trabajo. El intercambio ha sido desigual; es decir, la comunidad recibe menos de lo que dio [4].

    En resumen, el actual sistema financiero es altamente disfuncional porque es estructuralmente deshonesto. No encarna los principios de contabilidad honesta o exacta a la hora de intentar llevar a cabo o bien su función catalítica, o bien su función distributiva [5]. Por fallar a la hora de conformar sus cifras con la verdad objetiva de la realidad económica física, el sistema financiero se convierte en un factor limitante al cual se subordinan rutinariamente la economía real y la gente real, a los cuales supuestamente debía servir aquél. Esta subordinación constituye una inversión de la debida relación que debería obtenerse entre el sistema financiero y la economía real. En lugar del perro económico meneando su cola financiera cuando, donde y en la medida que requiera, la cola financiera es la que menea al perro económico.

    Para aquellos que profesan creencia en la revelación cristiana, no debería parecerles de poca importancia el hecho de que cualquier sistema financiero que encarne semejante relación pervertida entre las cosas reales y las cifras puede ser correctamente descrito, no simplemente como no cristiano, sino como anticristiano. Si existe una fuente mundana o “de-este-mundo” para nuestro crónico descontento económico, político y social, ésta yace precisamente aquí, en la sistemática subordinación del crédito real de la sociedad a su crédito financiero, de la subordinación de la realidad a meras abstracciones. Nada ha sido más corrosivo, en relación tanto a la Religión Cristiana como a la Cristiandad, que el sistema financiero convencional.




    Notas

    [1] Manteniendo el dinero en un estado de escasez artificial, las convenciones financieras existentes se aseguran de que el dinero sea considerado como una mercancía en lugar de como una herramienta útil. Igual que cualquier otra mercancía, su escasez artificial aumenta los beneficios de aquellos pocos que monopolizan la creación y venta del dinero como deuda.


    [2] La explicación apropiada de este estado de cosas será el tema de un próximo artículo.


    [3] Las proporciones que se establecen aquí no pretenden tener visos de exactitud, sino que simplemente han sido elegidas para poder ilustrar mejor el principio general expuesto.


    [4] Es por esta razón por la que la preocupación que los socialistas y los distributistas clásicos muestran por la cuestión de la equidad en la distribución del ingreso es considerada de importancia secundaria por el creditista social. Refiriéndonos al ejemplo empleado en el texto, el hecho de incrementar la proporción de los seis dólares que se reciben por el trabajo a expensas del capital y/o administración vía impuestos redistributivos, o haciendo al trabajador propietario en su negocio, no implica ni hace incrementar el volumen agregado o total de aquel poder adquisitivo del consumidor que se ha liberado. Uno no convierte una insuficiencia en suficiente reasignando su distribución.


    [5] Por favor, nótese que este diagnóstico es completamente independiente de cuestiones relacionadas con beneficios o intereses. Desde una perspectiva de Crédito Social, la obtención de una renta económica, ya sea en el mundo corporativo regular o en el mundo financiero, en forma de usura, constituye una excrecencia sobre un sistema representacional intrínsecamente defectuoso, y no la fuente del problema.


    Fuente: THE DISTRIBUTIST REVIEW

  11. #11
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    Re: El Distributismo y el Crédito Social comparten la misma Filosofía Social

    El análisis del coste por el Crédito Social

    Por M. Oliver Heydorn



    En aras de la simplicidad, la crítica del Crédito Social al orden económico existente podría reducirse a la siguiente afirmación: el sistema financiero no es autoliquidante.

    Si concibiéramos el sistema financiero –que se compone principalmente de los sistemas bancario y de contabilidad del coste– como una especie de conjunto de capas de software de un ordenador que lee y representa los hechos económicos físicos mediante la medición de la actividad económica, la idea básica es que en lugar de equilibrar automáticamente la acumulación de precios, por un lado, con la distribución de ingresos, por el otro, el software existente está diseñado para generar un flujo de costes y, por consiguiente, de precios, durante el curso de producción de cualquier servicio o bien industrial, que necesariamente excederán al poder adquisitivo del consumidor que simultáneamente está siendo liberado en forma de sueldos, salarios y dividendos. El resultado final es una escasez crónica o deficiencia de verdadero o propio poder de compra del consumidor en relación con los bienes y servicios en oferta, es decir, de poder de compra que no se derive de hipotecar futuros ingresos contrayendo deuda adicional o compensatoria con los bancos [1].

    Un sistema financiero autoliquidante mantendría siempre los valores en precios y los ingresos del consumidor en un equilibrio automático, de tal manera que el acto de producir un volumen específico de bienes y servicios distribuya siempre, ipso facto, suficiente poder adquisitivo para poder liquidar, esto es, cancelar de una vez por todas, los correspondientes valores en precios. El actual sistema no es autoliquidante precisamente porque genera precios a un ritmo más rápido que aquél al que distribuye ingresos al consumidor con los que poder pagarse aquellos precios.

    Ya he explicado, en el artículo del pasado mes, por qué este desequilibrio estructural entre precios e ingresos es equivocado, tanto ética como pragmáticamente. El objetivo del presente artículo será dilucidar qué es lo responsable de esta discrepancia.

    Quizás podría ser lo mejor empezar subrayando que la particular deficiencia de poder de compra del consumidor que estamos tratando aquí NO está causada por la especulación o realización de beneficios (incluidos beneficios derivados de intereses sobre préstamos), por la reinversión de ahorros en nuevas iniciativas productivas, o por las políticas deflacionarias que a menudo son adoptadas por instituciones financieras durante las ralentizaciones económicas o crisis financieras. Douglas admitía que estos factores, y algunos otros, podían exacerbar de varias formas una deficiencia de poder adquisitivo, pero no constituían la causa primaria de lo que se ha venido a conocer en la literatura del Crédito Social como “la brecha” [2].

    La recurrente brecha entre precio-ingreso se debe, por el contrario, a un fallo contable o, más bien, a un par de fallos contables en relación a cómo el capital (esto es, máquinas y equipo) es financiado, y a cómo sus costes se determinan, pues, en relación a cualquier ingreso del consumidor que se libere durante su producción, mantenimiento o reemplazo.

    Como se puede ver, existen dos categorías de coste que están asociadas con el capital real: cargas capex, que las compañías imponen o cargan a fin de recuperar los costes financieros provenientes de la compra o producción de fábricas, máquinas y otros equipos; y las cargas opex, que las compañías imponen o cargan a fin de proveer a los costos operacionales de ese capital real, incluyendo sus cargas de mantenimiento y depreciación o reemplazamiento. Juntas constituyen el componente del coste de capital, que figura tan prominentemente en la estructura del precio de cualquier bien o servicio que se produce usando métodos industriales.

    Bajo las convenciones financieras existentes, las compañías (o cualquier otra organización productiva) han de recuperar el valor financiero del capital real mismo (a fin de poder devolver el préstamo bancario que normalmente es usado para adquirir o fabricar el capital real), al mismo tiempo que van recuperando dinero suficiente, durante la vida útil de aquél, para cubrir todos los costes que están asociados con dicho uso, esto es, con el consumo industrial del capital real. En efecto, han de cargar por el capital real que emplean al menos dos veces; una para atender al coste puramente financiero; y una (o incluso más de una) para atender los costes de su consumo y uso actual. Podemos referirnos a este fenómeno como “el doble costeo del capital real”.

    Para hacer el asunto más concreto, permítaseme ilustrar los principios básicos que hay en juego por vía de un ejemplo. Mi cuñado, que es un entrenador personal y posee su propia compañía de fitness, recientemente tomó prestado 100.000 dólares de un banco para adquirir aparatos para ejercicios físicos. Para poder devolver el préstamo (ignoraremos los pagos de intereses), debe recolectar 100.000 USD de sus clientes; pero también debe incluir cargas por depreciación por valor de 100.000 USD para que así las máquinas puedan ser reemplazadas después de haber quedado desgastadas [3]. Esto significa que, en término solo de costes de capital, mi cuñado deberá recobrar eventualmente 200.000 dólares de los consumidores (por no decir nada de las cargas de mantenimiento). Incluso si asumimos (lo cual es algo invariablemente contrario a los hechos) que el coste original de las máquinas hubiese sido enteramente distribuido como ingreso a los trabajadores que hicieron esas máquinas, solamente se habrían distribuido 100.000 USD a los consumidores en virtud de esas mismas máquinas. Claramente, cien mil en ingresos del consumidor no pueden contrarrestar doscientos mil en precios. Si, hipotéticamente, los cien mil en los bolsillos de los consumidores hubiesen sido usados para devolver el préstamo bancario de cien mil, tanto la deuda como el poder adquisitivo se habrían cancelado el uno al otro dejándolos fuera de la existencia (todo préstamo bancario crea un depósito y la devolución de todo préstamo bancario destruye un depósito), pero esto habría dejado atrás u olvidado un equipo con un valor en precios de cien mil sobre él, el cual habría de figurar en los precios, y sobre el cual y contra el cual no se habría hecho disponible poder adquisitivo alguno.

    Ahora bien, si aceptamos la premisa de que el sistema financiero debería reflejar exacta e isomórficamente las realidades físicas de la economía, entonces el doble costeo del capital real aparece claramente como un error. Más específicamente, las cargas capex no se corresponden con ningún consumo real o físico. Si han de ser tratadas, como nuestro actual sistema las trata, como categorías separadas o adicionales de coste, entonces resultan ser completamente ilegítimas [6]. No sólo son ilegítimas las cargas capex, sino que tampoco hay –si se examina el asunto desde un correcto punto panorámico– absolutamente poder adquisitivo alguno del consumidor que se haya creado y distribuido automáticamente durante el curso de la producción (y en virtud de las cargas capex) con el cual se puedan contrarrestar y liquidar dichas cargas [5].

    A fin de obtener un cuadro más claro del papel que juegan las cargas capex en la estructura del precio de los bienes y servicios, imaginemos una cadena de producción en la que estén involucradas un buen número de diferentes empresas que prestan su contribución en varias fases o estadios de manufactura o fabricación. Cada empresa en esa cadena que posea préstamos de capital pendientes incorporará una carga en el precio de su producción intermedia para atender sus planes de amortización del préstamo, y esa carga se pasará a las siguientes empresas. Estas empresas subsiguientes, a su vez, tomarán prestado dinero-deuda nuevamente creado, a partir de los bancos, para obtener sus materias primas, del mismo modo como la mayoría de la producción cotidiana se fundamenta en descubiertos o líneas de crédito rotativo. Cualquier dinero tomado prestado que se utilice para pagar, directa o indirectamente, las cargas capex de empresas precedentes será destruido en las devoluciones de préstamo. De esta forma, aunque este flujo de crédito al productor que está destinado a cargas capex está contribuyendo a la acumulación de precios, nunca libera poder adquisitivo alguno a los consumidores con el que poder atenderse o liquidarse las cargas capex. Por esta razón, el componente capex en los precios podría asimilarse al fenómeno astronómico de un agujero negro. Se teoriza que incluso la luz misma no puede escapar de un agujero negro una vez que ha traspasado el horizonte de sucesos. Del mismo modo, el dinero, en forma de crédito al productor, entra dentro del agujero capex en varias fases o estadios de la producción, pero nunca viene afuera como ingreso del consumidor o en alguna otra forma. No sólo eso, sino que debido a que cada fase o estadio posee normalmente sus propias cargas capex que han de añadir a los precios, el agujero es una bola de nieve de deuda que se hace cada vez más grande, la cual se va pasando de productor a productor en la cadena de producción hasta que viene a posarse en la fase o estadio de los minoristas, en donde deberá ser liquidada por el consumidor.

    El primer fallo contable puede, por tanto, resumirse de la siguiente manera: cargas que son impuestas o cargadas correspondientes al valor en precios financiero del capital real que están completamente irrepresentadas por ingresos del consumidor y que no tienen conexión alguna con el consumo físico de esos activos productivos [6].

    Existe, sin embargo, un segundo problema. No solamente incluye el sistema financiero una categoría de coste ilegítima para la cual no se distribuye poder adquisitivo alguno; sino que tampoco proporciona suficientes ingresos al consumidor para satisfacer totalmente los costes de capital legítimos que pueden vincularse al consumo de capital real.

    Volviendo al ejemplo de mi cuñado, es cierto que si los cien mil se hubieran distribuido a los fabricantes del equipo de aparatos en forma de sueldos, salarios y dividendos, habría suficiente poder adquisitivo liberado en el curso de su fabricación para satisfacer los costes de depreciación del equipo a medida que fuera siendo consumido por el negocio de mi cuñado. Y es enteramente apropiado que los consumidores deban pagar por el uso del capital real que es empleado para proporcionarles sus servicios. Sin embargo, en la práctica real, siempre que se fabrica capital real, la totalidad del valor en precios de ese capital no se distribuye en forma de ingreso a los consumidores. ¿Por qué? Por la simple razón de que estas empresas productoras de capital también tienen que cargar o imponer sus propias cargas capex y cargas opex, y cualquier crédito a la producción que han de tomar prestado para atender las materias primas o servicios recibidos de otras compañías, ha de ir a cubrir, en parte, los varios costes de capital de todas las otras empresas en las respectivas cadenas de producción. En otras palabras, quizás solamente pudieran haberse distribuido a los consumidores 40.000 dólares en todas las fases o estadios de la producción de las máquinas de ejercicio. De nuevo nos preguntamos, ¿cómo pueden 40.000 en ingresos contrarrestar 100.000 en precios? No pueden.

    El segundo fallo contable, cuando se trata del capital real, podría, pues, resumirse de la siguiente manera: puesto que una cierta proporción del crédito a la producción que se gasta en el curso de una producción de capital –y que, de esta forma, figura en los precios de los servicios y bienes de capital– queda bloqueada dentro del sistema del productor y nunca sale hacia el sistema del consumidor, o al menos no al mismo ritmo que aquél al que se está bloqueando, los valores en precios acumulados en el curso de la producción de capital excederán a los ingresos que simultáneamente están siendo distribuidos, dejando así una brecha entre precios e ingresos.

    En resumen, el carácter no autoliquidante del sistema financiero existente se debe primariamente a la naturaleza de los costes de capital, en la medida en que éstos son computados bajo las convenciones estándar [7]. Sobre la base de este análisis, debería resultar claro que el buscar simplemente reasignar –ya sea por medios distributistas o socialistas– los emolumentos de la propiedad y de la administración en dirección hacia los trabajadores viene a ser lo mismo que buscar arreglar las tumbonas de cubierta en el Titanic, en tanto en cuanto existen componentes de capital en los precios de los bienes y servicios para los cuales se ha distribuido automáticamente, o bien ningún, o bien un insuficiente, volumen de ingresos al consumidor, en primera instancia. Uno no puede hacer que una insuficiencia agregada de ingresos pase a ser suficiente reasignando su distribución. Debería también resultar claro que la situación se está continuamente degenerando. Puesto que la tendencia general del progreso económico se dirige a que el capital real reemplace al trabajo en el proceso de producción, los costes de capital están continuamente aumentando en relación a los costes laborales como proporción de los costes totales y, por consiguiente, de los precios. En otras palabras, no solamente el sistema financiero no es autoliquidante, sino que cada vez es más no-autoliquidante.

    Desde el punto de vista del Crédito Social, esta brecha estructural y cada vez más intensificada entre precios e ingresos constituye el problema social central; es decir, constituye el defecto técnico nuclear o esencial que aflige a nuestra actual civilización. Si no es apropiadamente remediado a tiempo, podría significar también el fin de esa civilización. Igual que un agente corrosivo que silenciosa pero continuamente se va comiendo todo lo que todavía está sano en la estructura y funcionamiento de la sociedad humana, la brecha entre precios e ingresos amenaza con disolver completamente el “crédito social” de la sociedad, o el poder de los seres humanos que actúan en asociación para conseguir resultados intencionalmente queridos.

    Los porqués y los cómos de la terrible situación en que nos encontramos constituirá el asunto del artículo del próximo mes.




    Notas

    [1] N.B. El Crédito Social no afirma que no pueda haber un equilibrio entre precios y poder adquisitivo bajo el actual sistema económico. En efecto, si no se pudiera conseguir el equilibrio, o al menos aproximarse a él, la economía eventualmente se colapsaría. Esto constituye un malentendido común acerca de la posición del Crédito Social. Lo que el Crédito Social afirma es que no puede haber un equilibrio endógeno o autoliquidante bajo el actual sistema. Siempre que el sistema existente alcanza el equilibrio, lo hace principalmente tomando prestado, trayéndolo a la existencia, dinero-deuda adicional a partir del sistema bancario privado, en forma de préstamos al gobierno, a la empresa o al consumidor. El poder adquisitivo liberado por estos préstamos puede entonces ser usado para compensar la deficiencia crónica de ingresos del consumidor. Pero esto hace que el equilibrio dependa de la acumulación de deudas cada vez más crecientes. Más aún, los precios no son liquidados, de una vez por todas, mediante este poder adquisitivo compensatorio basado en deuda. Más bien, simplemente son transformados en costes que deberán ser recuperados a partir de ingresos relacionados con actividades productivas futuras. Las implicaciones inflacionarias de este estado de cosas deberían resultar patentes.


    [2] Cf. C. H. Douglas, The New and the Old Economics (Sidney: Tidal Publications, 1973), 15:

    “Categóricamente, existen como mínimo las siguientes cinco causas de deficiencia de poder adquisitivo en comparación con los precios colectivos de bienes a la venta:

    1. Beneficios dinerarios recolectados a partir del público (el interés es un beneficio sobre un intangible).

    2. Ahorros, es decir, simple abstención de comprar.

    3. Inversión de ahorros en nuevas obras, que crean un nuevo coste sin poder adquisitivo nuevo o fresco.

    4. Diferencia de velocidad de circuito entre la liquidación del coste y la creación del precio, lo cual resulta en cargas que se van arrastrando o transfiriendo hacia los precios a partir de un previo ciclo de contabilidad del coste. Prácticamente todas las cargas de planta o maquinaria son de esta naturaleza, y todos los pagos por materiales traídos a partir de un previo ciclo salarial son de la misma naturaleza.

    5. Deflación, es decir, venta de títulos por los bancos, y retirada o reclamación de préstamos.

    Existen otras causas de, por el momento, menor importancia.”



    [3] En aras de economía lingüística, a menudo me he referido a los aparatos de ejercicio como “máquinas”, aun cuando la mayor parte de ellas, al no ser auto-operativas en virtud de la electricidad u otras formas de energía no humana, estarían más exactamente descritas como “equipo”.


    [4] Uno podría objetar que aun cuando no se corresponden con costes reales o físicos, las cargas capex son, sin embargo, legítimas, porque los bancos tienen justamente derecho a que su préstamo de capital se les devuelva. Debe recordarse, sin embargo, que los bancos crean el dinero que prestan de la nada, y que su insistencia de que el dinero que emiten debe ser devuelto es tanto como reivindicar la propiedad del dinero que ellos crean, aun cuando este dinero se crea en referencia a, o sobre la base de, activos físicos que ellos no poseen ni crean. Ésta es, con todo, otra forma –aunque no la más importante– en la que el sistema financiero existente falla a la hora de reflejar adecuadamente la realidad: no reconoce que el dinero o el crédito financiero debería considerarse como perteneciente a la comunidad de individuos, la cual posee el crédito real de la economía. Ahora bien, puesto que no hay poder adquisitivo automáticamente creado para satisfacer las reclamaciones de los bancos referentes a las devoluciones de los préstamos de capital, aquél solamente puede obtenerse tomando prestado más dinero del sistema bancario en forma de préstamos al gobierno, a la empresa o al consumidor. El efecto de rellenar la brecha creada por el capital con más dinero-deuda (sobre la cual se carga un interés, y a cambio de la cual se debe entregar una garantía) es el de colocar a los bancos en una posición equivalente a la de ser, de facto, los poseedores usufructuarios del capital real de la sociedad. Compensando el fallo contable de acuerdo a sus propios términos o condiciones, ellos han venido a usurpar el inventario de capital real de la comunidad para su beneficio privado. En resumen, los bancos solamente estarían justificados a exigir la devolución de sus préstamos de capital si el sistema financiero distribuyera automáticamente a los consumidores –y libre de deuda adicional– suficiente poder adquisitivo para hacer posible tales pagos.


    [5] Si, en lugar de cargar el coste de las devoluciones de préstamos de capital directamente en los precios, una compañía decidiera emitir acciones en una OPI a fin de adquirir suficiente capital financiero para liquidar sus préstamos de capital, el efecto sería fundamentalmente el mismo: el dinero, destinado a su destrucción en devoluciones de préstamos de capital, habrá de ser recolectado a partir de los consumidores, aun cuando jamás se distribuyera correspondiente poder adquisitivo alguno en virtud de, o en referencia a, dichos pagos.


    [6] Si el sistema financiero estuviera apropiadamente diseñado para reflejar o reverberar la realidad económica física, el doble costeo de la industria debido a las cargas capex resultaría imposible. El dinero, en forma de crédito al productor, se crearía al ritmo de la producción y solamente se retiraría en los precios al ritmo al que dicha producción se estuviera realmente consumiendo. La presencia de dinero indicaría la presencia de algún activo físico o de algún bien completado; la retirada y subsiguiente destrucción de dinero indicaría que ese activo o ese bien no existe ya más, habiéndose agotado o consumido. Habría una correspondencia exacta entre el dinero y la realidad económica física. Lo que ocurre bajo el actual sistema, gracias a las cargas capex, es que el ritmo de consumo, representado por los precios que han de ser atendidos o satisfechos, es mayor que el ritmo real o actual al que el capital real se está agotando o depreciando. El dinero creado en virtud del capital real cuando éste fue producido (o su equivalente) puede ser retirado en cargas por depreciación, etc., a medida que el capital real se está agotando; pero entonces no habría poder adquisitivo con el que poder pagarse las cargas capex.


    [7] El lector atento e informado habrá observado que este artículo es un intento de llegar a “las entrañas” del problema del poder adquisitivo revelado por el teorema A + B de Douglas, pero sin realmente hacer referencia alguna al teorema. Según mi experiencia, es fácil que el teorema sea fundamentalmente mal entendido, y a menudo esto se traduce en el establecimiento de una innecesaria barrera en el camino del investigador intelectualmente honesto.


    Fuente: THE DISTRIBUTIST REVIEW
    Última edición por Martin Ant; 06/10/2016 a las 14:25
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    Re: El Distributismo y el Crédito Social comparten la misma Filosofía Social

    Pronósticos del Crédito Social








    Por M. Oliver Heydorn



    La economía del Crédito Social se basa en la premisa de que existe, bajo las actuales estructuras financieras, una deficiencia crónica de apropiado o real poder adquisitivo del consumidor en la economía, con relación a los precios que los negocios están obligados a cargar a fin de poder seguir siendo solventes.

    Si ésta es la causa fundamental de la enfermedad económica, ¿cuáles son sus varios síntomas?

    Los teóricos del Crédito Social –comenzando con C. H. Douglas– han trazado los efectos de esa carencia sistémica de poder de compra del consumidor en conjunción con los métodos que el actual sistema emplea en su intento por tratar de compensarla. Dicho análisis revela que no hay un solo problema social –ya sea económico, societario, cultural, político, medioambiental o internacional– que no esté causado, o al menos exacerbado, por esta falla elemental en nuestros asuntos financieros.

    Del mismo modo que una condición de homeostasis o equilibrio en el cuerpo es una condición necesaria para la salud humana, una endógena homeostasis financiera o un equilibrio automático, autoliquidante, entre el flujo de precios de bienes de consumo y el flujo de ingresos del consumidor, constituye una condición necesaria para el bienestar económico y social. La ausencia de equilibrio alguno de este tipo bajo el sistema económico existente constituye la fuerza motriz, el principio entrópico, que está detrás de muchas disfunciones económicas y sociales. Para que quede claro: se confía en variados paliativos en un intento por restaurar y mantener alguna clase de equilibrio, pero éstos son semejantes a medicinas inefectivas que, en lugar de ir a las causas raíces del problema, simplemente se dedican a tratar algunos de los síntomas. Igual que esas medicinas, el uso de paliativos financieros convencionales entraña riesgos, gravámenes y efectos secundarios. Al mismo tiempo que permiten a la economía andar renqueante, intensifican el peligro y el resultado potencial de una quiebra, y generan sus propias manifestaciones de disfunción al maldirigir la actividad económica y malgastar energía y recursos.

    Las líneas tisulares de desorden corren largo y profundo en toda dirección posible. Al catalogar brevemente los métodos convencionales de manejo o conducción económica en conjunción con sus efectos sobre la función económica, esperamos poder dar alguna indicación sobre la naturaleza y la extensión de la enfermedad. A medida que vayamos procediendo, deberá resultarnos cada vez más obvio que la teoría del Crédito Social ofrece un conjunto convincente y satisfactorio de explicaciones acerca de los porqués y los cómo de nuestros descontentos económicos y sociales.



    Métodos convencionales de manejo o conducción económica


    Si, dado un programa específico cualquiera de producción, se distribuye durante el transcurso de su fabricación o suministro insuficiente ingreso al consumidor con el que poder contrarrestar los costes correspondientes, entonces deberá conseguirse (o, al menos, aproximarse a ello) un equilibrio entre precios e ingresos mediante algún otro medio.

    Los dos métodos básicos, bajo el actual sistema financiero, para poder cubrir la brecha macroeconómica entre los precios de los bienes de consumo y los ingresos del consumidor implican: 1) encontrar alguna forma de bajar los precios; y 2) encontrar alguna forma de incrementar el flujo de poder adquisitivo del consumidor. Si bien es típico que ambos métodos se empleen simultáneamente, es preferible –ya que la supervivencia a largo plazo de la economía y el continuado crecimiento de la misma dependerán de ello– que la mayor parte posible de la brecha se rellene añadiendo más al flujo de poder de compra del consumidor. [1]

    Rebajar los precios implica que el productor tenga que subvencionar al consumidor a través de sus propios recursos financieros. Las bancarrotas obligan a las compañías a liquidar sus inventarios, y los precios reducidos significan que los consumidores puedan adquirir artículos necesarios con menos dinero. En casos menos severos, se puede ejercer presión sobre las empresas para que rebajen sus precios al consumidor temporalmente confiando en sus propias reservas de capital financiero para satisfacer costes que, de otra manera, serían irrecuperables o quedarían sin liquidar.

    Rellenar la brecha expandiendo la oferta monetaria implica, por otro lado, la contracción de deuda adicional –nuevamente creada por el sistema bancario privado en forma de números intangibles– por parte de los gobiernos, empresas y consumidores.

    Cuando los gobiernos toman prestado dinero de los bancos privados mediante la venta de títulos-valores, el dinero adicional es utilizado para compensar el déficit entre los gastos del gobierno y los ingresos fiscales. Cuando ese dinero compensatorio es gastado en producción que el consumidor no compra (o que, al menos, no pagará por ella en el mismo periodo de tiempo, sino mucho más tarde, si es que se paga), cosas tales como hospitales, escuelas, aeropuertos, puertos, puentes, infraestructura eléctrica, centrales eléctricas, o servicios públicos, etc…, los puestos de trabajo que se crean (o simplemente se mantienen) de este modo distribuyen poder adquisitivo adicional a la población, el cual puede usarse y será usado para obtener una mayor proporción del flujo regular de bienes y servicios de consumo. La deuda pública gastada en la provisión de pagos para prestaciones sociales, desempleo o pensiones, o en rebajas de impuestos al consumo, vendrían a tener el mismo efecto, como también lo tendría el uso de tales dineros para subvencionar o nacionalizar varias industrias. De particular importancia aquí es el uso de los préstamos tomados por el Gobierno para mantener o expandir la producción de guerra, tales como armamentos y el funcionamiento regular de las fuerzas armadas. Esto igualmente distribuye ingresos sin añadir más al flujo de bienes y servicios consumibles.

    Como alternativa al hecho de tener que depender de las autoridades públicas en sus varios niveles (ya sea federal, provincial o estatal, o municipal) para poder mantener suficiente aire en el globo económico aumentando continuamente la deuda pública, los negocios pueden ser obligados o estimulados a tomar prestado dinero-deuda adicional de los bancos privados a fin de expandir la producción existente o iniciar nueva producción. Siempre y cuando esos bienes puedan venderse en algún punto intermedio, o más distante, del futuro (como es el caso de los bienes de capital) con o sin la magia de la publicidad o, mejor aún, exportarse formando parte de un “balanza comercial favorable”, el dinero necesario para financiar esa producción estará disponible. De nuevo, se añadirán ingresos del consumidor, en forma de sueldos y salarios de los trabajadores y administradores de estos varios negocios, al flujo de poder de compra del consumidor, sin añadir más, en el mismo periodo de tiempo o incluso nunca (como en el caso de un excedente exportador), al flujo de bienes y servicios de consumo.

    Finalmente, más allá de los intentos gubernamentales y empresariales de añadir más al flujo de ingresos del consumidor por vía de nueva producción, el flujo de poder adquisitivo del consumidor puede incrementarse haciendo que los consumidores tomen prestado dinero-deuda adicional directamente de los bancos mismos. El dinero creado para hipotecas, préstamos para el coche, préstamos para la educación, líneas de crédito, tarjetas de crédito, compras a plazos, etc…, permite que una mayor proporción de bienes y servicios puedan ser adquiridos en el presente a costa de tener que hipotecar futuros ingresos. [2]



    Una valoración de los métodos convencionales de manejo o conducción económica


    La verdad pura y simple es que no hay ni un solo problema económico o social, en el más amplio sentido de la palabra “social”, que no esté de algún modo vinculado con este recurrente desequilibrio entre el flujo de precios, por un lado, y el flujo de ingresos, por el otro. Es, por tanto, imposible en el curso de un artículo proporcionar al lector un estudio que incorpore, con suficiente amplitud y profundidad, todas las manifestaciones de ese efecto o resultado [3]. En lo que sigue a continuación, simplemente intentaré delinear algunos de sus más notables rasgos.

    A un nivel puramente económico, rellenar la brecha con más dinero-deuda (siempre que sea rellenada con éxito por completo, evitando así recesiones o cosas peores) es algo inflacionario [4]. Si la economía está rebosante y los bancos exceden a la brecha con sus actividades prestamistas compensatorias, ciertamente puede haber inflación por demanda; pero incluso cuando no entra en juego la inflación por demanda, siempre hay inflación por empuje de los costes. La producción adicional de gobiernos y empresas tiende a incrementar, en impuestos y precios, los costes que el consumidor se supone que ha de liquidar, a la vez que la deuda del consumidor hará decrecer sus ingresos futuros en devolución de deudas. En ambos casos, surgirá una petición o exigencia de incrementos de sueldo y salario, para poder seguir yendo al paso del coste de la vida, y éstos, una vez concedidos, tenderán a incrementar los precios aún más. A menos que esos incrementos impliquen una más equitativa distribución de los beneficios, los empleadores tendrán que tomar prestado más dinero de los bancos a fin de poder satisfacer esa exigencia de incrementos de sueldo y salario, pero esto eventualmente requerirá un incremento en los precios a fin de poder cubrir el incremento en los costes laborales [5].

    Depender de la deuda para poder rellenar la brecha también crea una carga cada vez mayor de deuda pública, empresarial y personal pendiente de pago, que cuelga como un nudo alrededor de nuestro cuello colectivo. Toda la deuda social en los Estados Unidos, por ejemplo, está alrededor del orden de 66,5 billones, está continuamente incrementándose, y es impagable [6]. En varios puntos del tiempo, los pagos necesarios para hacer frente al servicio de la deuda se vuelven demasiado gravosos y los diversos agentes económicos acaban hartos de tomar más préstamo alguno. Es entonces cuando experimentamos una contracción del crédito y una crisis financiera, en la cual algo de la carga de la deuda se borra o cancela, permitiendo así el retorno a la concesión de préstamos y un clima económico más próspero.

    Hacer depender, en parte, la completa distribución de la producción deseada, de una producción adicional añadida –ya sea ésta pública o privada (también conocida como política de crecimiento económico)– así como del endeudamiento del consumidor, significa también que tendrán que producirse muchas cosas que el consumidor no quiere o no querría si él estuviera adecuadamente financiado, ab initio, como para poder comprar por completo todo lo que produjera. Con independencia de que hablemos de armamentos para la exportación, o de comida precocinada, o de centros de guarderías, o de burocracia gubernamental en expansión, la mayor parte de la producción es –desde el punto de vista del consumidor soberano y económicamente independiente– inútil, fatua, redundante y/o destructiva. Estas formas de actividad económica se consideran necesarias porque distribuyen ingresos y/o porque la política de pleno empleo las ha hecho necesarias (hacen posible o más fácil el “tener que ir a trabajar”). Esa tremenda mala dirección de los recursos económicos y del esfuerzo por razones financieras artificiales supone también un tremendo despilfarro de recursos materiales y humanos.

    No solamente fracasa el existente sistema económico –bajo la influencia de esa recurrente brecha precio-ingreso– en producir o distribuir todo lo que los consumidores necesitan para sobrevivir y florecer (la pobreza e incluso la indigencia continúan plagando las economías modernas, industrializadas, aun cuando los bienes para aliviar esas condiciones existen o podrían fácilmente ser producidos), al mismo tiempo que se van produciendo muchas cosas que el consumidor no aprobaría desde una posición de independencia; sino que también exige de la gente una excesiva cantidad de tiempo y energía (a menudo bajo un estrés psicológico considerable e innecesario) en forma de trabajo. En otras palabras, la ineficiencia económica constituye la otra cara de la ineficacia económica. Puesto que todo debe ganárselo uno (o tomarlo de otros que tengan trabajos/inversiones) de acuerdo con las convenciones económicas existentes, y puesto que el sistema financiero no proporciona a los trabajadores, a los administradores o al capital (considerados como los “factores de producción” colectivo) suficientes ingresos para contrarrestar los costes-precios de su producción, la gente con necesidad económica se ve obligada a buscar puestos de trabajo, cualquier tipo de puesto de trabajo, probablemente un puesto de trabajo que produzca algo fatuo, inútil, redundante y/o destructivo, a fin de poder obtener dinero con el que comprar comida, ropa y asilo ya disponibles. Todo esto sería mucho menos derrochador si el Estado simplemente firmara un cheque a favor de sí mismo con el que poder compensar la falta de ingreso, y lo distribuyera a aquéllos que tuvieran necesidad de un trabajo, como donación gratuita [7]. Nótese igualmente que ese trabajo mal dirigido no es de ninguna manera necesario, físicamente hablando, para producir los bienes y servicios que forman parte de un aprovisionamiento básico. Mandar que la gente deba trabajar aun cuando ese trabajo no es físicamente necesario, es decir, insistir en una política anacrónica de pleno empleo en frente de una productividad industrial, es imponer una política de servidumbre en lugar de una de libertad en forma de ocio.

    En cualquier caso, los principales beneficiarios de los métodos convencionales de manejo o conducción económica son, por supuesto, los bancos. Los préstamos compensatorios que ellos emiten permiten la centralización de la riqueza, el poder, y los privilegios en cada vez menos y menos manos. Lo que efectivamente ha ocurrido es que los bancos, al rellenar la brecha con dinero-deuda emitido en condiciones asimétricas o desiguales, han usurpado la plusvalía generada por la asociación económica y se han puesto ellos mismos en una posición de propietarios sobre toda la economía en su conjunto.

    Pero las consecuencias primaria o puramente económicas del régimen económico reinante no quedan confinadas a ese nivel de la actividad humana; también entrañan innumerables efectos dominó de naturaleza social, cultural, política, medioambiental e internacional.

    Inspeccionando brevemente las tres primeras categorías: problemas familiares; divorcio; delincuencia; y aborto; abuso de alcohol; drogas; y crimen; enfermedades físicas y psicológicas de todo tipo; migración masiva y los problemas que plantea para culturas indígenas y orgánicamente derivadas u originadas; inestabilidad política y progresivo totalitarismo con su concomitante pérdida de libertad, etc., etc., a menudo son causados o al menos exacerbados por las presiones financieras artificiales bajo las cuales vivimos, nos movemos y existimos.

    Muy claramente, también existe una estrecha conexión entre toda la producción y consumo adicional añadido que es necesario para hacer funcionar una economía financieramente desequilibrada, y el daño medioambiental. Las restricciones financieras artificiales, en conjunción con la obsesiva necesidad de un continuo crecimiento, hacen impracticable la reducción de la polución, la preservación del hábitat, y la conservación de los recursos renovables y no renovables. El medioambiente es rutinariamente sacrificado en el altar de la necesidad financiera.

    Finalmente, el análisis del Crédito Social subraya que, puesto que, así como es ventajoso para todo país tener una “balanza comercial favorable”, así también resulta algo imposible de conseguir por todos, la competencia económica entre los países por conseguir el dinero en los mercados internacionales constituye la fuerza motriz que está detrás de buena parte de los conflictos militares y de la guerra [8]. En el caso de una guerra, misiles, bombas y otras formas de producción bélica se exportarán hacia el enemigo… Indudablemente, la necesidad de reponerlas es lo que permitirá mantener a la economía doméstica ir viento en popa. Parafraseando a Orwell: la guerra (militar) es la paz (económica).




    Notas


    [1] Es importante darse cuenta de que incluso cuando pueda conseguirse un equilibrio entre el ritmo de flujo de ingresos del consumidor y el ritmo de flujo de precios de bienes de consumo mediante deuda adicional, este equilibrio nunca es un equilibrio autoliquidante. El coste de la deuda compensatoria aparecerá en precios futuros, impuestos y facturas para el pago del servicio de la deuda; esto es, la deuda compensatoria no permite que los costes pasados queden eliminados de una vez por todas, sino que simplemente desplaza la obligación de pagarlos hacia un punto futuro en el tiempo. Es más, incluso entonces permanece el caso de que el total de precios, o el ritmo de flujo de precios agregados o totales (en distinción o contraposición a los precios de los bienes y servicios sólo de consumo), excederá al ritmo de flujo de ingresos agregados o totales. La disparidad en el ritmo de flujo entre precios e ingresos puesta de relieve por el teorema A + B de Douglas está siempre en funcionamiento, aun cuando sus efectos al nivel de los bienes y servicios de consumo puedan ser temporalmente enmascarados.


    [2] Quizás debería enfatizarse de nuevo, especialmente en provecho de los recién llegados al Crédito Social, que los bancos no son meros intermediarios entre los tomadores de préstamos y los ahorradores; son, por el contrario, creadores y destructores de crédito. Todo préstamo bancario y toda adquisición bancaria de un título-valor crea un depósito, y toda devolución de un préstamo bancario o toda venta de un título-valor en posesión del banco destruye crédito. Cuando un consumidor obtiene un préstamo de un banco, el consumidor no está tomando prestado dinero de los ahorradores (otros consumidores), sino que está tomando prestado dinero nuevo traído a la existencia en forma de crédito bancario.


    [3] Los lectores que estén muy interesados en este aspecto del análisis del Crédito Social deberían leer la Segunda Parte (páginas 231-241) de mi tomo de 548 páginas Social Credit Economics.


    [4] Los ciclos de auges y depresiones, con todo el daño y angustia que pueden causar junto con el potencial que ofrecen a los hombres de negocios habilidosos para hacerse ricos rápidamente, constituyen en muy gran medida un fenómeno más bien financiero que económico real.


    [5] Esta espiral sueldo-coste, inducida o provocada por la dependencia de la deuda adicional que se necesita para rellenar la brecha precio-ingreso, es la responsable de la tremenda pérdida de poder adquisitivo exhibida por todas las monedas más importantes en los últimos 100 años. En los Estados Unidos, por ejemplo, el dólar ha perdido más del 95% de su valor desde 1913.


    [6] Cf. www.usdebtclock.org.


    [7] Volveremos a este asunto en el artículo del próximo mes cuando examinemos las soluciones propuestas por el Crédito Social.


    [8] El comercio internacional es un juego de suma cero. Por cada país que exporta más de lo que importa –y que, de esta forma, es capaz de compensar parte de su escasez interna de poder adquisitivo– ha de haber un país que importa más de lo que exporta (el cual probablemente lo haga a crédito). Es imposible que todos los países puedan ser ganadores.




    Fuente: THE DISTRIBUTIST REVIEW

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    Re: El Distributismo y el Crédito Social comparten la misma Filosofía Social

    Soluciones del Crédito Social






    Por M. Oliver Heydorn



    El modelo económico del Crédito Social sostiene que la reforma económica más urgente, la que va al corazón mismo de nuestra enredada telaraña de problemas económicos y perennes descontentos, consiste en la necesidad de rediseñar la infraestructura financiera de la economía. Cambiar el sistema financiero conforme a los lineamientos indicados por el Crédito Social no solamente es necesario para una mejora sustancial en nuestros asuntos económicos, sino que también puede demostrarse como suficiente para reducir significativamente, por no decir eliminar enteramente, la mayoría de los síntomas de disfunción con los que estamos familiarizados. Pienso aquí en esos varios y distintos, aunque íntimamente interconectados, fenómenos tales como: pobreza en medio de la abundancia; servidumbre en lugar de ocio; inestabilidad económica; inflación y elevada tributación; deudas cada vez más crecientes e impagables; despilfarro, ineficiencia y sabotaje económico en todas sus formas; crecimiento económico forzado; centralización de la riqueza, el poder y el privilegio; descomposición social; daño medioambiental; y guerra económica internacional que conduce a la guerra militar.

    El rediseño específico del sistema financiero que se plantea aquí no consiste en una alteración arbitraria o doctrinaria, sino que está firmemente fundada sobre el principio de que el sistema financiero, al igual que cualquier sistema de pesos y medidas que se precie, debería en todo momento proporcionar una representación simbólica de la economía física que escrupulosamente se corresponda con la efectiva realidad. Esto viene a ser una necesidad funcional. Si el sistema dinerario ha de cumplir adecuadamente con su cometido –el cometido para el cual fue inventado– entonces deberá ser un sistema honesto, es decir, deberá proporcionar un reflejo exacto, un cuadro exacto, de todos los hechos económicos físicos relevantes. [1]







    Esto significa que deberá haber siempre disponible suficiente crédito a la producción para poder catalizar la producción de cualquier bien o servicio útil. El incesante grito de que “no hay suficiente dinero” para conseguir algún fin productivo, cuando las materias primas, la tecnología y el trabajo están todos ellos presentes en conjunción con cierta demanda real de parte de los consumidores, es algo que debe cesar: ¡no podemos estar escasos de dinero para producción útil, del mismo modo que no podemos estar escasos de kilómetros para construir carreteras! Esto también significa que debe haber siempre disponible suficiente poder adquisitivo del consumidor para distribuir por completo todo lo que se produzca al mismo tiempo que se liquidan completamente, es decir, se cancelan de una vez por todas, todos los costes financieros de la producción. Puesto que la función catalítica del sistema financiero sólo puede exitosamente realizarse en grado óptimo una vez que, o en la medida en que, la función distributiva se haya apropiadamente afianzado, centraremos nuestra atención aquí en cómo propone el Crédito Social rediseñar la función distributiva. [2]

    A efectos de recapitular el diagnóstico del Crédito Social, el corazón del problema en el lado del consumo del actual orden financiero fue descrito en una ocasión por C. H. Douglas en su debate en la BBC con Dennis Robertson de la siguiente manera:


    El actual sistema financiero exige pagos en dinero por la creación del dinero mismo. Puesto que éste crea todo el dinero, los pagos en dinero por el uso del dinero sólo pueden hacerse creando nueva deuda. Además de esta exigencia del banco por el uso de su dinero, el industrial, con mucha más razón, exige pagos por el uso de su instalación y edificios reales; y también los exige en dinero. Ni él ni el sistema bancario, sin embargo, recrean el dinero necesario para permitir que estos últimos pagos pueda realizarlos el público.

    Esta situación se hace progresivamente más grave, ya que la producción moderna consiste en producción realizada por máquinas o capital, en lugar de producción realizada manualmente o por trabajo, de tal forma que la proporción de sueldos y salarios en relación a las cargas de capital es progresivamente menor. Tenemos, por tanto, dos problemas que resolver: primero, hacer posible a la población general el poder comprar los bienes que son producidos por un cada vez menor número de gente, y por una cada vez mayor cantidad de maquinaria, sin caer al mismo tiempo más y más profundamente en deuda; y segundo, hacer esto mediante un método que no requiera poner a toda la población a trabajar. [3]


    En otras palabras, debido principalmente a la forma en que se financia al capital real (máquinas, equipo, etc…) y la forma en que sus costes son contabilizados a continuación bajo las convenciones actuales, el ritmo al que los costes y, por tanto, los precios se originan y acumulan en el transcurso de la producción de cualquier bien o servicio industrial excede al ritmo al que se distribuye a los consumidores [4] poder adquisitivo para el consumo en forma de sueldos, salarios, dividendos, etc…

    El problema surge porque cuando el dinero se toma prestado de los bancos y se trae a la existencia para la producción y se gasta en la fabricación o la adquisición de bienes de capital (ordenadores, máquinas, equipo, edificios, etc…) se crean tanto una deuda como un activo que lleva adjunto un coste, pero las cargas para cubrir ambas exigencias o reclamaciones contra el público (ya que es el consumidor el que ha de extinguir, en última instancia, todos los costes) son impuestas contemporáneamente, o al menos independientemente la una de la otra, como cargas capex y cargas opex. Incluso si todo el dinero gastado en la fabricación o adquisición de capital real se convirtiera en ingresos del consumidor, el dinero emitido no es suficiente para cubrir ambas exigencias (es decir, la deuda y el coste del activo), sino sólo una de ellas. [5]

    Esto está en absoluta contraposición con lo que ocurre cuando el crédito a la producción se toma prestado y se gasta en producción manual o simplemente en producir bienes o servicios de consumo con el capital existente. En estos últimos casos se crean una deuda y un coste, pero no se cargan como dos costes enteramente separados, sino que se cargan secuencialmente. Esto es, una vez que el dinero es recolectado del consumidor para cubrir el coste de la producción, el minorista devuelve a continuación su préstamo bancario o reduce la deuda pendiente de su línea de crédito rotativo. La misma suma de dinero puede cubrir ambas exigencias que se habían realizado contra ella.

    Esta situación se hace aún más calamitosa, sin embargo, cuando uno considera que todo el crédito a la producción gastado en la fabricación o adquisición de capital real no se transforma en créditos o ingresos para el consumidor. Parte del mismo se usa para cubrir las varias cargas B o costos externos de otras empresas, y ese dinero o bien se destruye en la devolución de sus préstamos bancarios o bien se coloca en sus reservas con vistas a futura producción. No está disponible como ingreso del consumidor en relación al ciclo de costes asociado con su creación. De esta forma, el volumen de ingresos del consumidor liberado a la par con la adquisición del capital real ni siquiera es suficiente para pagar los costes de ese capital una vez, no digamos ya dos veces.

    El sistema financiero existente, debido a que es un sistema de dinero-deuda, es decir, un sistema en el que toda, o prácticamente toda, la oferta monetaria es emitida o bien como deuda o bien en forma equivalente a una deuda por el sistema bancario privado (y es destruida cada vez que esas deudas o reclamaciones equivalentes a deudas son canceladas), solamente puede rellenar esta brecha entre precios e ingresos creando y emitiendo nuevo dinero-deuda para nueva producción, ya sea privada o pública, o para préstamos al consumidor. Más allá de la tremenda mala dirección e ineficiencia o despilfarro de los recursos económicos que implica este método para abordar ese desequilibrio, el problema más fundamental consiste en que, aun cuando tiene éxito en rellenar completamente la brecha, el emitir dinero-deuda adicional nunca liquida o cancela de una vez por todas los costes no provistos en el sistema de precios; simplemente los transfiere como reclamaciones-deuda pendientes, y cada vez más crecientes, contra futuras actividades de producción.

    Lo que el Crédito Social propone es que la brecha debería rellenarse, por el contrario, a través de la creación de crédito “libre de deuda”, y de su distribución a, o a nombre de, los consumidores. El sistema dinerario cesaría de ser un sistema “de sólo deuda” e incorporaría la emisión de una cierta proporción de crédito “libre de deuda” como parte y parcela de sus operaciones normales. Emitiendo continuamente sólo el suficiente crédito “libre de deuda”, el flujo de poder adquisitivo del consumidor se podrá poner en equilibrio con el flujo de los precios de consumo, y se podrá restaurar en el flujo circular un equilibrio automático, autoliquidante. Para este fin, los creditistas sociales recomiendan que se establezca como órgano del Estado una Oficina Nacional de Crédito o una Autoridad Nacional de Crédito, libre de toda injerencia política, para evaluar, sobre la base de estadísticas relevantes y abiertamente publicadas, el volumen de crédito “libre de deuda” que se requiere para contrarrestar el flujo de costes no financiados en el sistema de precios. La gran mayoría de esos costes no financiados se presentarán en forma de deudas con el sistema bancario privado, pues muchas de las operaciones empresariales del día a día son financiadas a partir de líneas de crédito bancario rotativas. Cuando el crédito “libre de deuda” es recibido por los minoristas y usan este dinero para devolver sus adelantos bancarios, tanto el crédito como las deudas se cancelan la una a la otra quedando fuera de la existencia. No hay peligro de que el crédito compensatorio se amontone y cause inflación. [6]

    Este crédito compensatorio “libre de deuda” se emitiría, como dije, en favor del consumidor, y sin restricciones añadidas. Es de crucial importancia que cualquier reforma monetaria descentralice el poder sobre la política en lugar de centralizarlo aún más en manos de una élite minoritaria; la forma más fácil y más efectiva de conseguir esa descentralización es la de otorgar a los ciudadanos individuales el derecho a ser los beneficiarios últimos de cualquier cambio en la infraestructura financiera de la economía. De hecho, en eso consiste todo el objetivo de las reformas del Crédito Social.

    El pago indirecto al consumidor tomaría la forma de un Descuento Nacional, una rebaja sobre los precios al por menor en todos los ámbitos en un porcentaje fijado. A cambio de rebajar sus precios al nivel estipulado (el cual cambiaría a medida que las condiciones cambiaran), la Oficina Nacional de Crédito maquillaría o completaría la diferencia al minorista concediéndole un crédito “libre de deuda” de cantidad equivalente, de tal forma que pudiera cubrir el resto de sus costes. El descuento ayudaría al consumidor al poner el nivel general de precios a un alcance más cercano a sus ingresos.

    El resto del crédito compensatorio necesario para efectuar el equilibrio entre el flujo de precios y el flujo de ingresos se distribuiría en asignaciones iguales como ingreso a cada ciudadano sobre una base periódica. Además de incrementar más el poder de compra del consumidor, este pago directo a los consumidores, también conocido como Dividendo Nacional, proporcionaría un ingreso independiente, no gravable e inalienable, a cada ciudadano, con independencia de que estuviera o no empleado en la economía formal. El dividendo nos permitiría, de esta forma, abandonar la arcaica e irrealizable política del pleno empleo. A medida que la tecnología reemplaza al trabajo en el proceso de producción, el desempleo se irá transformando en ocio remunerado. La gente cuyo trabajo ya no sea más requerido por la máquina económica mantendrá su acceso a los bienes y servicios, y esto sin gravar fiscalmente o penalizar a ningún otro.

    El efecto general del dividendo en conjunción con el descuento vendría a ser el de transformar a toda la sociedad en una gigantesca cooperativa con participación o reparto en los beneficios, en donde las ventajas o beneficios de la asociación económica se comparten continuamente sobre una base equitativa con cada ciudadano. Que quede claro que este reparto no necesitaría de impuestos redistributivos, ni de un incremento en el endeudamiento público, ni de una regulación o injerencia excesiva del gobierno en las empresas, ni de cualesquiera medidas socialistas de ningún tipo. Se hace posible mediante un rediseño del sistema financiero, de tal forma que el “excedente” de producción de la economía –es decir, esa proporción de producción para la cual se han distribuido insuficientes ingresos en el transcurso de su fabricación– se monetice o se represente mediante un flujo suficiente de crédito “libre de deuda”.

    Pero, ¿cuánto dinero debería distribuirse en forma de Descuento Nacional y cuánto en forma de Dividendo Nacional?

    Aquí es donde entra en juego uno de los mayores descubrimientos económicos de Douglas. Douglas observó que, a un nivel físico, el verdadero precio de la producción es el consumo. Es decir, lo que algo cuesta en términos físicos consiste necesariamente en lo que se ha consumido en su realización. De ahí que, en un sistema financiero que refleje exactamente la realidad, el coste financiero de la producción debe reflejar el coste financiero de lo que se ha consumido en el transcurso de esa producción, y nada más. La inclusión de cargas capex (o devoluciones de préstamos para el capital) como costes separados o adicionales en la producción, elevan el coste de la producción medido en términos financieros por encima de lo que aparece indicado por el correspondiente consumo de materias primas, máquinas, trabajo, etc. Es más, el consumidor no aparece automáticamente provisto de ningún poder adquisitivo adicional con el que poder satisfacer el componente capex de los costes. Puesto que las cargas capex no reflejan ninguna realidad física ni ningún coste de consumo en el transcurso de la producción, ellas son, en tanto que supuesta representación de la realidad económica, completamente ilegítimas.

    Esto proporciona la justificación para determinar el nivel del Descuento Nacional, también conocido como el “precio justo” o el precio compensado en la literatura del Crédito Social. Regulando los precios al por menor de acuerdo con la tasa general de consumo/producción de la economía (medida en términos financieros convencionales), los precios podrían reducirse de tal forma que reflejaran los costes verdaderos o físicos de la producción. De esta forma, el Descuento Nacional retiraría de los precios de manera efectiva el componente capex del coste. Así pues, si la tasa general de consumo/producción fuera de 70:100, entonces se declararía un descuento del 30 %. Un minorista que normalmente tuviera que vender una silla por 100 dólares a fin de poder satisfacer todos sus costes financieros pasaría a venderla, por el contrario, al consumidor por 70 dólares. La Oficina Nacional de Crédito le completaría a continuación la diferencia al minorista emitiéndole un crédito de 30 dólares “libre de deuda”. Una vez que este crédito “libre de deuda”, junto con los 70 dólares recolectados procedentes del consumidor, es usado por el minorista para reducir la deuda pendiente de su línea de crédito bancario rotativa, sobre cuya base se conduce su negocio, entonces los créditos y las deudas se cancelan las unas a las otras quedando fuera de la existencia.

    En lo que al volumen de Dividendo Nacional se refiere, éste vendría determinado por la cantidad de crédito compensatorio “libre de deuda” que todavía se requiriera o necesitara, después de la aplicación del mecanismo del justo precio, a fin de poner el flujo de poder adquisitivo del consumidor en equilibrio con el flujo de precios. Vendría a representar los costos operacionales de la máquina para los cuales se habían distribuido insuficientes ingresos. Los “salarios de la máquina” –si es que tuviera algún sentido pagar sueldos a una máquina– se crearían y pagarían por el contrario a los legítimos herederos de la herencia cultural de la sociedad: los ciudadanos comunes.





    Notas


    [1] La íntima conexión entre el fraude estructural que caracteriza al actual sistema financiero y la tremenda disfunción que ocasiona, que yo he descrito aquí como una “enredada telaraña”, me trae a la mente esas famosas líneas del poema épico Marmion del poeta escocés Walter Scott: “¡Oh, qué enredada telaraña tejemos, cuando primero practicamos el engaño!”

    [2] Los lectores que estén interesados en aprender sobre cómo remodelaría el Crédito Social la función catalítica del sistema financiero, los emplazo a mi libro Social Credit Economics, especialmente a las páginas 343 – 366.

    [3] C. H. Douglas y Dennis Robertson, “The Douglas Credit Scheme”, The BBC Listener IX, nº 233 (Junio 1933): 1006.

    [4] Esta particular discrepancia entre precios e ingresos es algo enteramente independiente de cualquier cuestión relacionada con el beneficio (ya sean beneficios industriales o bancarios). La especulación, los ahorros, la reinversión de ahorros y las políticas bancarias deflacionarias, entre otros factores, pueden exacerbar la deficiencia subyacente en el poder de compra del consumidor, pero no constituyen su causa principal.

    [5] El dinero que se usa para reducir o pagar la deuda antes o independientemente del valor en precio del activo inmediatamente queda destruido y, por tanto, ya no puede usarse para más liquidaciones de costes. El dinero que se va recolectando con vistas al reemplazamiento, mantenimiento y otros costos operacionales asociados con el capital real obviamente no podrá utilizarse para reducir o pagar una deuda sin renunciar al mismo tiempo a esos propósitos.

    [6] Permítaseme subrayar una vez más que, bajo el Crédito Social, este crédito “libre de deuda” se emitirá en lugar de todos los paliativos convencionales actualmente existentes que están diseñados para incrementar el poder adquisitivo del consumidor. Exceso de deudas públicas para financiar proyectos, programas sociales o planes creadores de trabajo gubernamentales físicamente innecesarios; exceso de deudas empresariales para el crecimiento y la exportación como fines en sí mismos; y todos los préstamos al consumidor que impliquen creación de nuevo dinero-deuda, ya sea en forma de hipotecas, préstamos para el coche y la educación, líneas de crédito, tarjetas de crédito, etc…, todo eso quedaría enteramente prohibido o, dicho en otro sentido, vendría a considerarse inútil. No estamos añadiendo más a la oferta monetaria sino más bien reemplazando, sobre una base proporcional, un cierto segmento de la oferta monetaria basada en deuda por crédito “libre de deuda”. Una vez más aclaramos que el miedo a una inflación por demanda bajo el Crédito Social es algo infundado.




    Fuente: THE DISTRIBUTIST REVIEW

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    Re: El Distributismo y el Crédito Social comparten la misma Filosofía Social

    miércoles, 11 de mayo de 2016

    ¿Qué es el distributismo?

    El distributismo es la doctrina económica del Tradicionalismo, el Carlismo en este terreno siempre ha luchado por al vuelta a la Propiedad Colectiva o Foral, pelando para que el pueblo recuperase lo que era suyo: los terrenos comunales que las desamortizaciones liberales le robaron (como también expolió los bienes eclesiásticos, que eso parece se recuerda mejor). Frente al Comunismo y al Propietarismo Individualista y egoista, plantea el carlismo y esta seguro de su eficacia el Propietarismo colectivista. En España cuestiones candentes enfocaron a los doctrinarios carlistas a cubrir otras brechas, pero muchos pensadores nuestros como Vázquez de Mella y nuestros Reyes profundizaron en ello.


    Sin embargo el distributismo se hace famoso a raiz de su defensa por parte de dos intelectuales católicos ingleses quienes lo ven como una perfecta alternativa al socialismo y el capitalismo ideada, entre otras personas, por Gilbert Keith Chesterton. Chesterton tuvo un idilio en su juventud con el socialismo, hasta darse cuenta que era una ideología reaccionaria. Era una reacción contra el capitalismo, y la reacción equivocada. Con el tiempo, y especialmente fruto de su amistad con Hillaire Belloc, maduró una nueva concepción económica basada en la Doctrina Social de la Iglesia Católica.


    Sabemos que la forma de curar los males de nuestra civilización es llevar a cabo una concepción real de la libertad, restaurar la dignidad del hombre y la independencia de la familia, salvaguardado de forma apropiada por la distribución de la propiedad. Decálogo del distributismo (empezando con los primeros cinco puntos de la Doctrina Social de la Iglesia)

    1. El principio de bien Común


    • Se entiende por bien Común al conjunto de condiciones de vida social que hacen posible a las personas el logro más pleno y fácil de la propia perfección (GS 26) Una sociedad que quiere estar al servicio del ser humano pone como meta el bien común. Por el se respeta y se promueve integralmente a la persona humana. Es un deber de todos los miembros de una sociedad ya que todos tienen derecho a gozar de las condiciones de vida que resultan de su búsqueda, y principalmente, corresponde al Estado velar por garantizar su pleno desarrollo armonizando los diversos intereses de los grupos y de los individuos.


    1. Subsidiariedad


    • Es imposible promover la dignidad de la persona si no se cuidan la familia, los grupos, las asociaciones, las realidades territoriales locales, en definitiva, aquellas expresiones agregativas de tipo económico, social, cultural, deportivo, recreativo, profesional, político, a las que las personas dan vida espontáneamente y que hacen posible su efectivo crecimiento social. Es el ámbito de la sociedad civil: el conjunto de las relaciones entre individuos y entre sociedades intermedias.
    • Las sociedades de orden superior deben ponerse en una actitud de ayuda (« subsidium ») —por tanto de apoyo, promoción, desarrollo— respecto a las menores.
    • A la subsidiariedad entendida en sentido positivo, como ayuda económica, institucional, legislativa, ofrecida a las entidades sociales más pequeñas, corresponde implicaciones en negativo, que imponen al Estado abstenerse de cuanto restringiría, de hecho, el espacio vital de las células menores y esenciales de la sociedad. Su iniciativa, libertad y responsabilidad, no deben ser suplantadas.


    1. Participación


    • La participación en la vida pública es fundamental e ineludible para el católico, quien debe saber que ésta no se limita a algún sector particular de la vida social sino que se extiende a todos los ámbitos donde se desarrolla el ser humano.
    • Dado que la dignidad humana es fuente de todos los derechos, el derecho de regir los pueblos no puede realizarse de espaldas de la gente, ni se le debe usurpar su espacio legítimo de actuación.


    1. Destino universal de los bienes


    • Primacía de la persona: La propiedad sirve al hombre, no al revés
    • Al comienzo Dios confió la tierra y sus recursos a la administración común de la humanidad para que tuviera cuidado de ellos, los dominara mediante su trabajo y se beneficiara de sus frutos (cf Gn 1, 26-29). Los bienes de la creación están destinados a todo el género humano. Sin embargo, la tierra está repartida entre los hombres para dar seguridad a su vida, expuesta a la penuria y amenazada por la violencia.
    • El derecho a la propiedad privada, adquirida o recibida de modo justo, no anula la donación original de la tierra al conjunto de la humanidad. El destino universal de los bienescontinúa siendo primordial, aunque la promoción del bien común exija el respeto de la propiedad privada, de su derecho y de su ejercicio.


    1. Solidaridad


    • El ser humano no es individuo sino persona, y en tanto persona relacional. Es un ser trascendente también en tanto que su interés no es meramente personal, sino el de la comunidad. La hermandad humana exige una actitud de unión y ayuda entre todos los seres humanos en cualquier sociedad sana.


    1. Localismo


    • La separación de la economía (oikos, casa) del hogar no es natural y es parte de un proceso de fracturación más grande. El feminismo separa a la mujer de la casa, el capitalismo separa al hombre de la casa, la fábrica separa la manufactura de la casa y la industria de información y entretenimiento separa la originalidad y la creatividad de la casa, lo cual nos hace meros consumidores y no ciudadanos activos.
    • Hay una especie de aversión al localismo porque la sociedad está demasiado acostumbrada a los “beneficios” de la globalización mal entendida. Los problemas de nuestros días se deben al divorcio de la gente de su tierra y sus derechos, el remedio de esos males depende del entendimiento. Un hombre tan enfermo que no puede curarse sin una operación puede estar tan emocionalmente agitado que no pueda soportar una operación. Su posición es análoga a la de la nación que ha aceptado un modo artificial de vida y no tiene deseos de recuperarse. En un caso los médicos deben tratar los nervios antes de operar. En el otro debe cambiar la cultura antes de mejorar los hábitos.


    1. Gremialismo


    • El gremio está entre las instituciones humana más antiguas, más arraigadas y más necesarias. Es una asociación de hombres con un mismo oficio que se dedica al mutuo apoyo. Tiene cuatro características:
    • Primero: garantiza su propiedad. No la destruye como el comunismo, la hace permanente y se segura que la competencia injusta no lleve a la destrucción del pobre por el rico. No hace que no florezca el trabajador ni favorece la vagancia e ineficacia, pero impone condiciones para la entrada al Gremio que controla la competencia injusta.
    • Segundo: adquiere del Estado el derecho de tratar los asuntos que son de incumbencia de sus miembros, entre ellos el de restringir la práctica del oficio a los miembros del gremio. La pertenencia al gremio debe estar abierta a todos y depender de una prueba de la capacidad en el oficio del que se trate.
    • Tercero: un miembro del gremio debe observar ciertos límites en la competencia contra sus compañeros de gremio. Hay cosas que puede hacer y cosas que no. Las reglas de conducta profesional se deben obedecer bajo pena de ser expulsado del gremio y perder el derecho a ejercer su oficio. Estas reglas están pensadas por dos objetos. El buen funcionamiento del oficio y el bien de sus miembros; para que todos, con un mínimo de capacidad y competencia, esté seguro de salir adelante.
    • Cuarto: el gremio se auto-gobierna dentro de los límites de su carta de naturaleza. Tal carta de naturaleza se la debe a la autoridad del Estado, pero debe ser escrita y ratificada por quienes llevan a cabo el oficio.


    1. Favorecer la pequeña propiedad


    • Si hay, como hoy en día cuatro gatos con mucha propiedad, algunos con poca y muchos con ninguna, estamos en un sistema injusto además de inestable. Cae uno de los cuatro gatos y todo se va al garete. La propiedad da estabilidad a las personas y todos deben tener suficiente propiedad como para poder ganarse la vida honradamente. Deben ser, al menos, propietarios de sus propias herramientas de trabajo y de su casa.
    • Un sistema basado en la pequeña propiedad (y las pequeña empresa) es, además de un sistema de distribución más justa, un sistema más estable. Si una persona o un sector tiene serias dificultades, el efecto para los demás es limitado en comparación con la caída de algo que sostiene por si todo el sistema.


    1. El valor del trabajo


    • El trabajo tiene una dimensión subjetiva más importante que el capital. No debe tratarse, pues, de forma utilitaria, ni establecerse el sueldo, en el caso (que debe ser excepcional) que una persona dependa de un sueldo, únicamente atendiendo a criterios materiales. En la encíclica laborem exercens, Juan Pablo II dice que el problema del trabajo es clave en la cuestión social, y hace hincapié en la primacía del hombre (el trabajador) sobre el instrumento (el capital).


    1. No es teoría política ni económica: es la adecuación a la naturaleza humana


    • “Nadie que acometa la restauración de la propiedad o distributismo”, decía Belloc, “(…) puede decir ‘aquí está mi propuesta clara y completa’. No lo puedes hacer porque es normal en el hombre, orgánico; no es mecánico, no es teórico. Lo que podemos hacer es avanzar en el camino, propagar la idea, propagar sus resultados (…). [No queremos]la distribución igual de propiedad. Si tienes una sociedad en el que la norma, quizá no la mayoría, pero el número determinante de hombres tienen seguridad en lo que hacen, con su personalidad y su producción asegurados para el futuro, has establecido un estado saludable, has reconstruido la propiedad.”











    A.G.V



    Círculo Tradicionalista Pedro Menéndez de Avilés: ¿Qué es el distributismo?
    «¿Cómo no vamos a ser católicos? Pues ¿no nos decimos titulares del alma nacional española, que ha dado precisamente al catolicismo lo más entrañable de ella: su salvación histórica y su imperio? La historia de la fe católica en Occidente, su esplendor y sus fatigas, se ha realizado con alma misma de España; es la historia de España.»
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    Re: El Distributismo y el Crédito Social comparten la misma Filosofía Social

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Seminario formativo: el Distributismo y el Propietarismo Foral Carlista







    El sábado 16 de abril, tendrá lugar, D.m; un seminario formativo que introducirá a los asistentes en la teoría económica del Carlismo, el propietarismo foral y el Distributismo, que anclados en la Doctrina Social tradicional de la Iglesia Católica, propugnan el retorno a la propiedad colectiva o foral frente a la propiedad individual y a la estatal, constituyendo hoy así la unica salida real y católica a la situación de crisis financiera global permanente que vivimos.


    El mismo dará comienzo a las 18:00 (seis de la tarde) siendo la entrada libre. Se prevé que no de tiempo a verlo todo en una sóla sesión por lo que habría otro seminario sobre este crucial asunto. Se ruega llamar antes de entrar en el Círculo. Al finalizar habrá una velada tradicionalista.


    Como biblografía básica utilizaremos entre otros textos:


    Concepción Católica de la Economía. P. Julio Meinvielle. Disponible aquí
    El Estado Servil (The Servile State). Hilaire Belloc
    La Restauración de la Propiedad (An Essay on the restoration of property). Hilaire Belloc Disponible aquí
    Lo que está mal en el mundo (What´s wrong in the world). G.K. Chesterton
    Los límites de la cordura (The outline of sanity). G.K. Chesterton
    ¿Qué es el Carlismo? Elias de Tejada, Rafael Gambra, Francisco Puy y otros.Puntos 52, 53, 98, 150, 154, 155, 157, 158, 159, 160 Disponible aquí
    A los 175 años del Carlismo. M.Ayuso. El porvenir de la Tradición, de la sociedad liberal capitalista a la sociedad foral propietarista. El Decálogo Foral. Capítulo compuesto por Pedro Brunsó Ayats. pags. 543-578



    Seminario formativo sobre el Distributismo
    Día: sábado 16 de abril
    Hora: 18:00 (Seis de la tarde)
    Lugar: C/Sabino Álvarez Gendín, nº22. Avilés


    Algunos párrafos introductorios al tema que trataremos...



    Propiedad social.


    Al requerir como de máxima urgencia la constitución de economías sociales, el Carlismo rehuye tanto el individualismo burgués como el estatismo marxista. Porque es cierto que el individuo necesita la propiedad de algunas cosas para su normal desenvolvimiento, y que el Estado necesita también de propiedad para cumplir sus objetivos debidamente. Pero la forma normal de la propiedad es la de la libre participación de los individuos en los bienes de organismos sociales, desde la familia al municipio o al gremio, forma que asegura la libertad individual, al par que garantiza a cada hombre un puesto activo dentro de la vida colectiva.


    Disminuyendo al máximo la propiedad individual y la estatal, el Carlismo conoce primordialmente las formas de propiedad social, cuyos sujetos sean la familia, el municipio, las agrupaciones profesionales y las sociedades básicas restantes. Y de acuerdo con ello, el Carlismo condena expresamente la desamortización de los bienes de las comunidades en el expolio con que la dinastía usurpadora fraguó artificialmente una clase burguesa de enriquecidos por méritos de favor político, a fin de sostenerse en el trono usurpado, exigiendo la reconstrucción inmediata de los patrimonios sociales, especialmente de los municipales, previa indemnización a los poseedores de buena fe.


    Punto 155 del libro ¿Qué es el Carlismo?






    El distributismo es aplicable hoy


    Hilaire Belloc y G.K. Chesterton consideraron siempre que el capitalismo era la gran plaga que impedía la floración de una sociedad auténticamente cristiana, por haber introducido la competencia en las relaciones conyugales, desarraigado al hombre de su tierra y nublado las virtudes de nuestros mayores, convirtiendo a los seres humanos en máquinas al servicio de la producción. "El capitalismo -escribiría Belloc- constituye una calamidad no porque defienda el derecho legal a la propiedad, sino porque representa, por su propia naturaleza, el empleo de ese derecho legal para beneficio de unos pocos privilegiados contra un número mucho mayor de hombres que, aunque libres y ciudadanos en igualdad de condiciones, carecen de toda base económica propia". En la grandiosa encíclica Rerum novarum (1891), de León XIII, en la que se condenan las condiciones oprobiosas, lindantes con la esclavitud, en las que vivía una muchedumbre infinita de proletarios, hallarían Chesterton y Belloc el aliento para impulsar, en compañía de Arthur Penty y el padre Vincent McNabb, una nueva doctrina económica, alternativa al capitalismo y al socialismo, cuyo fin último es promover el Reinado Social de Cristo.


    El distributismo se funda en las instituciones de la familia y la propiedad, pilares básicos de un recto orden de la sociedad humana; no en cualquier familia, desde luego, sino la familia católica comprometida en la procreación y fortalecida por vínculos solidarios indestructibles. Tampoco cualquier propiedad, y mucho menos la propiedad concentrada del capitalismo, sino una propiedad equitativamente distribuida que permita a cada familia ser dueña de su hogar y de sus medios de producción. El trabajo, de este modo, deja de ser alienante y se convierte en un fin en sí mismo; y el trabajador, al ser también propietario, recupera el amor por la obra bien hecha, y vuelve a mirar a Dios, al principio de cada jornada, con gratitud y sentido de lo sagrado, santificando de veras sus quehaceres cotidianos. Por supuesto, la sociedad distributista preconizada por Chesterton y sus amigos se rige por el principio de subsidiariedad y por la virtud teologal de la caridad, que antepone el bien común al lucro personal. Se trataría de lograr que cada familia cuente con los medios necesarios para su subsistencia, bien mediante la producción propia, bien mediante el comercio con otras familias o comunidades de familias, con las que se asociará para realizar obras públicas y garantizar la educación cristiana y el aprendizaje de los oficios para sus hijos. Los gremios vuelven a ser, en la sociedad distributista, elemento fundamental en la organización del trabajo.


    El distributismo no postula una sociedad de individuos iguales, empachados de una libertad que acaba destruyendo los vínculos comunitarios, sino una sociedad verdaderamente fraterna, regida por los principios de dignidad y jerarquía, en la que mucho más que el bienestar importa el bien-ser. Algunos la juzgarán una sociedad utópica; yo la juzgo perfectamente realizable, en un tiempo como el presente, en que el capitalismo financiero y el llamado cínicamente Estado social de Derecho se tambalean, heridos de muerte. Sólo hacen falta católicos radicales e intrépidos, con poco que perder, (el soborno del mundo) y mucho que ganar (la vida eterna).


    J.M. de Prada


    Círculo Tradicionalista Pedro Menéndez de Avilés: Seminario formativo: el Distributismo y el Propietarismo Foral Carlista
    «¿Cómo no vamos a ser católicos? Pues ¿no nos decimos titulares del alma nacional española, que ha dado precisamente al catolicismo lo más entrañable de ella: su salvación histórica y su imperio? La historia de la fe católica en Occidente, su esplendor y sus fatigas, se ha realizado con alma misma de España; es la historia de España.»
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