Subsidiariedad, Distributismo y Crédito Social (o Tres Acres y una Vaca)
Por Edward Minton
Reproducido con permiso de: http://socialcredit.com.au/
“Subsidiariedad” es el nombre dado al principio en virtud del cual una autoridad central debería tener una función subsidiaria, desempeñando únicamente aquellas tareas que no puedan ser realizadas a un nivel más local.
Son abundantes las definiciones de diccionario del mismo, y normalmente subrayan que ningún nivel de organización o asociación debería, bajo este principio, desempeñar ninguna función que otra de nivel más bajo sea muy capaz de poder realizar.
Las implicaciones que tiene esto son que tanto el Comunismo como todas las otras formas de “estatismo”, así como también el Capitalismo con su tendencia hacia el monopolio y la dominación financiera o de otro tipo, son contrarios al correcto orden social.
La palabra misma se cree que apareció por primera vez en alemán, muy al principio del siglo XIX, pero solamente vino al inglés (del alemán Subsidiarität) tras la traducción de la encíclica papal de Pío XI, Quadragesimo Anno, de 1931.
El “Distributismo”, por otro lado, fue el nombre elegido por un movimiento de católicos partidarios de la subsidiariedad, que hicieron un intento de trasladar este marcado principio a la política social. Viviendo como vivimos en un mundo físico, se concibió una encarnación física de este principio.
Justo en la base de toda organización social está, por supuesto, la familia. Por tanto, si pudiéramos empoderar a la familia con sanciones o poderes para su propio sustento, en forma de tres acres y una vaca, la centralización del poder vendría a quedar algún tanto neutralizado. Este tipo de pensamiento inspiró a los Movimientos Rurales Católicos en todo el mundo.
Los líderes más conocidos del Movimiento Distributista fueron G. K. Chesterton y Hilaire Belloc. A Chesterton se le atribuye a menudo (erróneamente) el haber acuñado el eslogan, “Tres acres y una vaca”, que él popularizó, y él sostenía que “la propiedad es apropiada para el hombre”, mientras que Belloc, percibiendo que la propiedad era la base de la independencia local y del empoderamiento personal, dijo: “Si no restauramos la Institución de la Propiedad no podremos escapar a la restauración de la Institución de la Esclavitud.”
El Movimiento Distributista se fundaba y anclaba, como política a seguir, en la defensa de una amplia y extendida distribución de la propiedad, así como en el fomento de su dispersión en favor de muchos. No era arbitrario, ni confiscatorio, ni menos aún revolucionario. Buscaba apuntar hacia un camino, un enfoque, una política que traería, de ser seguida, un mayor dividendo, rendimiento y eficiencia en términos de satisfacción humana.
El Distributismo se hacía eco de estas palabras de la encíclica de León XIII de 1891 Rerum Novarum: “(…) la propiedad privada debe ser considerada sagrada e inviolable (…) la política debería consistir en inducir o promover al mayor número posible de personas a convertirse en propietarios.” La propiedad privada no era –como afirmaban los socialistas– el problema, sino que era el monopolio de ella lo que conducía a los hombres a descender en la escala de la existencia. La cuestión de si el monopolio o la propiedad concentrada contendían o lidiaban con la dignidad del hombre en tanto que ser racional necesitado de libertad y seguridad, era decididamente una gran dificultad que debía abordarse.
Las encíclicas anteriormente mencionadas Quadragesimo Anno y Rerum Novarum están entre los más importantes e influyentes documentos económicos y políticos jamás escritos. El Manifiesto de Marx creció y luego menguó, pero la subsidiariedad, que fue enunciada por estas encíclicas y forma parte de la Doctrina Social Católica, continuará como parte de la vida de la Iglesia, influenciando tanto a católicos como a otros.
A la vez que se desarrollaba el Distributismo, otro movimiento brotó de la misma tierra, aunque también era distinto, y se presentó –diría alguno– como un complemento y, de hecho, como una terminación o coronamiento de la visión distributista. Buscaba distribuir no tanto “los medios de producción, distribución e intercambio” en la medida en que éstos puedan describirse como propiedad, sino más bien esa artificial e invisible abstracción numerada que poseía –como jamás hasta entonces había hecho– cautivadas a la mayoría de las personas en un grado de confusión y mistificación. A diferencia del Movimiento Distributista, este nuevo movimiento se preocupaba en gran medida de la distribución de dinero.
El Crédito Social se preocupaba más bien de la distribución de los derechos sobre la riqueza, del dinero, el cual aquél lo veía como una tipo de sistema de tickets con derechos ilimitados sobre bienes y servicios. Fue el primero que trajo a conocimiento popular el hecho de que el sistema bancario creaba prácticamente todo el dinero a través de la concesión de préstamos. La concesión y el gasto de estos préstamos creaban depósitos, y puesto que ningún depósito de ningún banco se reducía para que el banco pudiera prestarlos a alguien, el total de los depósitos bancarios (alrededor del 95% de todo el dinero) se incrementaba por la cantidad del préstamo. Hoy en día, esta verdad está reconocida en todos los libros de texto que tratan sobre este asunto.
El Movimiento del Crédito Social fue fundado por C. H. Douglas, comenzando a partir de su observación técnica (la cual no se tratará aquí) de que una deficiencia de poder adquisitivo, que permita el consumo de los bienes y servicios disponibles a la venta, constituía un fenómeno y un problema recurrentes. El hecho de que hoy en día todo país en el mundo incremente la cantidad de su dinero en existencia cada año constituye un tácito reconocimiento de esto.
Dejando a un lado los billetes y monedas, que poseen un cierto coste asociado a su fabricación, el resto del dinero moderno es simplemente un registro contable –mantenido o bien en papel o bien en forma de “blips” en el ordenador– de nuestros derechos sobre otros (nuestro dinero) y de los de otros sobre nosotros (su dinero). Su creación es completamente sin coste ninguno, siendo simplemente un registro de números, y su propiedad está concentrada y confinada en el Sistema Bancario. Si una persona tiene algo de dinero, esto es así porque otro lo ha tomado prestado en forma de préstamo bancario y lo ha desembolsado en el seno de la comunidad. Si el prestatario adquiere suficiente dinero en un tiempo posterior para devolver el préstamo, entonces esta cantidad de dinero se cancela y se deja fuera de la existencia.
En términos netos, se puede decir verdaderamente, y más aún increíblemente, que la sociedad no tiene ninguno dinero en absoluto. El público ni siquiera puede acceder a los billetes y monedas sin tener que rendirse o entregarse a sus depósitos bancarios para poder obtenerlos, y todos los depósitos bancarios se originan partir de la aceptación de una cantidad equivalente de deuda. La deuda, pues, iguala a los depósitos, y si algunos depósitos son cambiados por billetes y monedas, entonces la deuda iguala a los depósitos más el efectivo que haya en manos del público. La suma neta sigue siendo cero.
Un amigo mío alega que los distributistas no abordarán nunca esta impresionante concentración de la iniciativa al margen y lejos de la persona individual debido a sus limitaciones intelectuales. Las revelaciones de los párrafos inmediatamente anteriores, si bien producen un shock a aquéllos que no están familiarizados con el asunto, no son de ninguna de las maneras excesivamente difíciles de entender. Otro amigo sugiere que la propensión de algunos partidarios marginales a adoptar teorías de la conspiración asustaba a los distributistas, sin embargo la relación de esas especulaciones con cualquier razonable cuerpo de pensamiento, o con cualquier política, sea ésta distributista, liberal, socialista, o de crédito social, se aplica solamente a la persona en cuestión que la piensa, y no a esas políticas.
Todo dinero se encuentra en forma de préstamo temporal procedente de los bancos. Solamente está disponible para la sociedad aceptándolo como una deuda, con la obligación de devolverlo con un incremento. El único medio para pagar nuestros múltiples impuestos es tomando prestado dinero e introduciéndolo en la existencia, con el cual se pueda realizar dicho pago.
Si cada uno de nosotros tuviéramos tres acres y una vaca, pero nada de dinero y ninguna expectativa de obtener ningún dinero excepto si alguno de nosotros se endeudara para obtenerlo, ¿cuánto tiempo pasaría antes de que alguno de nosotros tuviera que hipotecar su tierra y vender su vaca? Hacer una distribución de propiedad, al mismo tiempo que los derechos sobre dicha propiedad son centralmente creados y cuidadosamente racionados, y tienen que devolverse a sus creadores con un incremento, es algo ciertamente disparatado. ¿Realmente resulta muy útil una distribución si, en las circunstancias actuales, viene siempre e inevitablemente seguida de su implosión de vuelta a una autoridad central?
Uno de los que reconocieron esto muy temprano fue el editor del intelectual e influyente diario inglés que apoyaba el Socialismo Gremial, The New Age. Mr. A. R. Orage, su editor, casi inmediatamente después de leer el libro de Douglas Economic Democracy, dedicó su diario a promover el Crédito Social.
Los párrafos finales del primer capítulo de esa obra claramente establecen las credenciales de Douglas como partidario del principio de subsidiariedad. No menos importante a considerar es la frase final: “Los sistemas fueron hechos para los hombres, y no los hombres para los sistemas, y el interés del hombre, que consiste en su autodesarrollo, está por encima de todos los sistemas, ya sean teológicos, políticos o económicos.” Y unos pocos párrafos antes, “(…) el primer requisito consiste en obtener, en el reajuste de la estructura económica y política, ese control de iniciativa que, mediante su ejercicio, permita a todo individuo (…) situarse en una posición de ventaja tal que, en común con sus compañeros, él pueda elegir, con creciente libertad y completa independencia, si querrá o no auxiliar en cualquier proyecto que le sea presentado delante suyo.”
El curioso desdén por el Crédito Social por parte de los principales distributistas es lo más desconcertante, ya que se aceptaba que el Crédito Social ofrecía un “método de distribución de propiedad” y la verdad del teorema A + B de Douglas, del cual creció el movimiento del Crédito Social, también fue reconocida.
Esto aparece claro en relación al discurso de Hilaire Belloc del 26 de mayo de 1933, tal como se publicó en el G.K.´s. Weekly del 8 de junio de 1933:
“(…) El Capitalismo Industrial se ha venido abajo. Se ha venido abajo por una muy simple razón aritmética: distribuye menos poder adquisitivo del que crea. No voy a hablar acerca del programa del Crédito Social del Mayor Douglas, ya que éste es simplemente un método indirecto de distribución de propiedad, la cual yo prefiero conseguirla mediante medios directos. El Capitalismo Industrial se ha venido abajo (…) porque está produciendo una cantidad de riqueza que es mayor que el poder adquisitivo que está distribuyendo para la adquisición de dicha riqueza; y para decirlo de una forma muy tosca verdaderamente, si yo quiero hacer cien mil botas, –o más bien emplear a hombres para hacer esas botas–, para el tiempo en que las botas estén hechas yo habré distribuido a los hombres que las hacen dinero con el que poder adquirir treinta mil botas y, entonces, ¿qué habré de hacer con las setenta mil botas que quedan?”
Es probable que Belloc recibiera alguna crítica por su fácil rechazo del Crédito Social, pues en 1936, en el Prefacio de su libro An Essay on the Restoration of Property, él escribe:
“Otro punto en el que el lector podría considerarme culpable de omisión es el de la ausencia de ninguna discusión completa acerca de los nuevos programas del Crédito Social. Ya los he tocado en la última sección del ensayo, pero sólo muy brevemente. Mi razón es ésta: que tales programas (señaladamente el principal de ellos, el Programa de Douglas) no promueven directamente, ni están directamente conectados con la idea de propiedad. Solamente están conectados con la idea de ingreso. Proponen, –especialmente el Programa de crédito de Douglas–, restaurar el poder adquisitivo a las masas indigentes de la sociedad, arruinadas por el capitalismo industrial. Esto es exactamente lo que una buena distribución de propiedad haría también; pero un programa de crédito podría, en teoría al menos, hacerlo en seguida y universalmente, mientras que la restauración de la propiedad es improbable que se consiga, y debe, con independencia de lo exitosa que sea una larga empresa, extenderse a lo largo de al menos un par de generaciones (…). El objetivo de aquéllos que piensan como yo en esta materia no consiste en restaurar el poder adquisitivo, sino en restaurar la libertad económica. Es cierto que no puede haber libertad económica sin poder adquisitivo (…) pero no es verdad que el poder adquisitivo sea equivalente a libertad económica. Un gerente que cobra ₤ 1.000 al año, y que puede ser despedido a capricho por su jefe, posee mucho poder adquisitivo, pero carece de libertad económica. Yo no evito la discusión acerca de los nuevos programas de crédito, bien por ignorancia de los mismos o bien por subestimar la alta importancia de ellos, sino solamente porque están fuera de mi propósito.”
Ahora bien, esto es verdaderamente impropio de un intelecto de la talla del Sr. Hilaire Belloc. Es únicamente conteniéndome –y al margen de mi gran respeto por él y del disfrute que me han proporcionado sus muchos escritos– como puedo limitar mi resumen del párrafo anterior diciendo de él que se trata de un ridículo sinsentido. Comenzando mis comentarios en la misma forma que como lo hizo Hilaire, podría yo decir:
“Mi razón es ésta: tengo un conocimiento considerable de la historia del Queensland rural. Sé que en el Distrito de la tercera ciudad más antigua de Queensland, Gayndah, en 1945 había 700 granjas lecheras. Su producción (algo que complacerá a los distributistas) era procesada a través de su propia fábrica cooperativa, cuyos registros proporcionaban estos números de proveedores. (Esto se obtuvo de parte de Mrs. June Kenny, la cual actuaba como secretaria para esta cooperativa, y tenía pleno acceso a sus registros.) También habitualmente labraban algunos cultivos y tenían una pequeña pocilga asociada a la lechería: eran operaciones mixtas de granja. Exactamente el tiempo de una vida humana después, en 2015, ninguna de esas granjas ha sobrevivido en funcionamiento. ¡Ni una! Han sobrevivido mediante grandes explotaciones, normalmente con poco más que una cerca perimetral, en donde el ganado deambula y se lo reúne periódicamente para vender el incremento o ganancia, y a continuación se lo deja libre otra vez. ¿Cuál fue la causa de esto?
Estas granjas familiares no eran de tres acres, sino de más de trescientos acres de media. Ninguna de ellas tenía una vaca sino más de cincuenta vacas de media. Otorgaban “libertad económica” a estas familias granjeras, la cual en todos los casos –a pesar del esfuerzo, la aplicación y el amor de la vocación granjera de su familia– en cada caso fue ejercitada en las siguientes décadas mediante la única libertad que se les dejaba abierta: su libertad para enviar su ganado al matadero y vender la granja.”
El distrito ejemplificado anteriormente es ahora un reflejo de los datos nacionales en agricultura australiana. La edad media de los granjeros hoy en día está por encima de los 65 años, y su deuda media está por encima de los $ 700.000.
La propuesta para tres acres y una vaca quizás ahora pueda tener más sentido, pues con que un solo miembro de la familia pudiera encontrar un puesto de trabajo remunerado, podrían ser capaces de mantener la vaca, mientras que resulta obvio que no se podría confiar a ninguna cantidad de vacas el mantenimiento de la familia. ¿Y la razón cuál es?
Los activos sin un ingreso asociado suficiente constituyen un pasivo que no puede mantenerse. Los acres y las vacas exigen mantenimiento, incurren en costes y atraen impuestos. Cuando el saldo del ingreso es insuficiente para mantener a tu familia, la fe distributista de que la propiedad siempre mantendrá y respaldará a los que cuidan de la misma constituye un mito. Pero, ¿cómo puede ser esto así?
Bajos las actuales estructuras del Capitalismo Financiero, todas las fichas en el Casino de la Vida son emitidas por el Casino y son reembolsables con incremento al Casino. Todo jugador que consigue progresar (que tiene un saldo acreedor) lo hace porque el resto de los jugadores colectivamente tienen deudas por encima de sus créditos, y en esa misma cantidad exacta.
Las únicas cosas que pueden liquidar la deuda colectiva de los jugadores son esas fichas emitidas como crédito, libre y gratis, a nuestros jugadores, pero el Casino no está dispuesto a abrazar esta forma de distributismo. Los jugadores no quieren reflexionar demasiado sobre esto porque les provoca dolor de cabeza. Sus intelectuales piensan que ellos podrían mejorar las cosas repartiendo tierras y vacas, pero el Casino dice: “Váyase al cuerno; nosotros sólo aceptamos nuestras fichas en pago de nuestras fichas que tú has tomado prestadas de nosotros.”
Puesto que todos los valores aparecen designados en fichas y el Casino ha creado todas las fichas que existen, y tiene el privilegio de hacerlas sin coste ninguno, todas las cosas que las fichas pueden comprar son propiedad del Casino en toda la medida en que el Casino las quiera. Sí, ellos te prestarán algunas fichas para comprar vacas, pero solamente sobre la base de que esas vacas puedan ser vendidas después a cambio de más fichas que las que tomaste prestadas, y de que tú compartas ese incremento con el Casino.
La subsidiariedad exige que lo que una entidad inferior pueda hacer no sea usurpada por otra mayor. ¿Significa esto que las estructuras que sean más altas no deberían tomar una elección allí donde las personas, como individuos, sean capaces de hacer esa elección? Ciertamente, eso es lo que significa.
Es verdad que con arreglo a los principios de subsidiariedad la gente no podría organizar directamente, por ejemplo, las papeletas y las urnas para una elección nacional. Pero lo que sí pueden hacer, si a ellos se les distribuye libremente los votos, es ejercer la elección que permite la votación.
Es igualmente cierto que con arreglo a los principios de subsidiariedad la gente no podría organizar directamente un sistema monetario ni un sistema bancario para administrarlo. Pero cuando se crea nuevo dinero adicional, si este dinero les fuera distribuido libremente, podrían usarlo para elegir consumir los artículos que ellos prefieran. Podrían ordenar a la economía que les sirviera conforme a su voluntad, y es en esta forma de democracia económica –la función subsidiaria de la economía en favor de personas ejerciendo libremente su control electivo sobre la producción y, a través de él, sobre la economía misma– en la que el principio de subsidariedad puede aplicarse a una organización distributiva que pueda actuar en favor del crédito social de todos nosotros.
Hilaire Belloc tenía razón cuando observó que el ingreso sin una seguridad de ingreso no es libertad, y todo verdadero Creditista Social lo reconoce. Del mismo modo, sería cortés por parte de los Distributistas que reconocieran que la propiedad, si estuviera despojada de ingresos suficientes para mantener esa propiedad y a sus administradores, igualmente tampoco es o constituye ni seguridad ni libertad, y resulta terminal para ambas aspiraciones.
Clifford Hugh Douglas era plenamente consciente de estas verdades. El único diario que él fundó y editó en toda su vida lo tituló The Fig Tree (La Higuera), y el interior de cada portada llevaba su cita favorita del Antiguo Testamento: “Cada uno se sentará bajo su parra y bajo su higuera, sin que nadie lo perturbe.” Miqueas, IV, 4. Jamás se ha escrito una declaración Distributista más sucinta, y provenía directamente de la fuente de ambos movimientos.
Douglas describió a su Crédito Social como “La Política de una Filosofía”. Aquí, utilizaba la palabra “filosofía” para designar una concepción de la realidad, la verdad, y el “Canon de los Correcto”. Para Douglas, una política era un influjo de acción.
De esta forma una política era, para el hábito y enfoque de ingeniero de Douglas, un programa de tentativa, una voluntad de actuar, y un intento de perseguir un resultado. La política emana de la filosofía, quizás casi automáticamente, una vez que se toma una decisión acerca de lo que es verdad. Todas las políticas, sean verdaderas o falsas, emanan de un concepto de la verdad y de aquello que se sostiene que es verdad, aunque provenga de una verdadera o de una falsa filosofía.
Especialmente hacia el final de su vida, Douglas fue explícito e inequívoco en sostener el Cristianismo trinitario como la filosofía –en el sentido antes señalado– de su política a la que él llamó Crédito Social.
El Crédito Social, como mejor podría enunciarlo la obra de su vida, era esa política que estaba hecha “de la trama y urdimbre del universo”, una política social que buscaba la eficiencia en términos de satisfacción humana, y era aquélla que augura hacia el autodesarrollo de todos los aspectos del hombre, físico, intelectual y espiritual, a medida que se va volviendo uno más de aquéllos que están hechos a imagen de Dios. O alternativamente, no era nada.
Los Distributistas y los Creditistas Sociales son almas hermanas, cada una de ellas mirando a través de sus respectivos ojos de buey hacia la encarnación del canon de lo correcto; cada una viendo un aspecto diferente o aspectos diferentes del único verdadero conjunto del lienzo que fue pintado claro y distinto para el triunfo del espíritu humano, de forma que pueda ser como se nos aseguró: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10), y ambos movimientos ciertamente sostienen ser verdaderos, tanto trascendentalmente como en el otro sentido por el cual rezamos para que se nos pueda dar “el pan nuestro de cada día”.
Pues, ¿acaso se habría de tolerar otra cosa distinta a aquello de que “(…) cada uno se sentará bajo su parra (…)”?
Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE
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