Tierra y Libertad
Por Juan Manuel de Prada
06-Septiembre-2015
Lo que distingue el tránsito al mundo moderno es el ocaso de la libertad como medio concreto para alcanzar un fin concreto y el surgimiento de una libertad abstracta que es un fin en sí misma, y con frecuencia un mero brindis al sol. Frente a las libertades modernas, placebos que enardecen a las masas con ideales utópicos y las enzarzan en una demogresca aturdidora mientras los amos del cotarro se llevan la pasta, las libertades antiguas estaban ligadas al oficio de las gentes, a la tierra que les brindaba el sustento y a la defensa de sus familias y de sus formas de vida, actuando como freno contra los que se querían llevar la pasta. Quisiéramos ilustrar este tránsito de las operativas libertades antiguas a las inoperantes libertades modernas mediante uno de los hechos más característicos del mundo moderno, que es el despojo de la propiedad de la tierra como medio para conseguir la sumisión de los despojados.
Tocqueville lo percibe de manera nítida en El Antiguo Régimen y la Revolución, refiriéndose a la Iglesia: «Los sacerdotes, a los que con frecuencia hemos visto luego tan servilmente sometidos al poder temporal y convertidos en sus más audaces aduladores, formaban entonces [antes de los despojos y las desamortizaciones, se entiende] uno de los cuerpos más independientes de la nación. (…) Me atrevo a pensar, en contra de la opinión más extendida, que los pueblos que privan al clero de la propiedad de la tierra y transforman sus rentas en salarios no hacen más que servir a los intereses de la Santa Sede y de los príncipes temporales, privándose ellos mismos de un vigoroso elemento de libertad». El tiempo, en efecto, no ha hecho sino dar la razón a Tocqueville; pues, en efecto, para asegurarse una Iglesia complaciente, el poder temporal que primero la despojó no tiene que hacer otra cosa sino garantizarle una asignación presupuestaria que la mantenga apoltronada. En general, cuando se quiere convertir a alguien en un lacayo hay que despojarlo de los bienes concretos y valiosos por los que merece la pena luchar, llámense tierras o hijos, sustituyéndolos por abstracciones subvencionadas.
Y este mismo proceso que Tocqueville describe referido a un gran propietario sucedió también con los pequeños, que fueron incorporados como mano de obra barata por la revolución industrial. Acabo de leer The Invention of Capitalism, un libro algo tendencioso, pero muy iluminador, de Michael Perelman, que muestra cómo el capitalismo naciente puso un especial empeño en despojar a los agricultores ingleses de sus tierras, para convertirlos luego en asalariados empobrecidos. El libro de Perelman es especialmente instructivo porque aporta multitud de citas ‘secretas’, espigadas de sus correspondencias privadas, de los fundadores del capitalismo, que a la vez que se disfrazaban ante la galería con los angelicales ropajes del laissez faire exigían al Estado que interviniese con leyes restrictivas que hostigasen a los campesinos (impidiéndoles cazar en sus tierras, exigiéndoles la división de los terrenos comunales, imponiendo precios ínfimos a los productos agrícolas, etcétera), hasta hacer inviable su forma de vida y obligarlos a emigrar a la ciudad.
Algunas citas de los prohombres del capitalismo aportadas por Perelman son, en verdad, estremecedoras: por una parte, no dejan dudas sobre la importancia que este despojo de la tierra tuvo en el éxito de su doctrina económica; por otra, nos confirman que Adam Smith (un apóstol del libre cambio que trabajaba como… ¡inspector de aduanas!) y sus discípulos eran unos hipócritas redomados. Reparemos, por ejemplo, en esta afirmación brutal de Patrick Colquhoun: «La pobreza es ese estado en el que el individuo carece de propiedad y de otros medios de subsistencia que los derivados de su industriosidad en ocupaciones diversas. Por lo tanto, la pobreza es el más necesario e indispensable ingrediente en la sociedad; sin él, las naciones y las comunidades no podrían existir civilizadamente. La pobreza es la fuente de la riqueza, dado que sin pobreza no podría haber trabajo; y tampoco podría haber riquezas, refinamiento, comodidad ni beneficio para los poseedores del dinero».
Y para alcanzar ese estado en que la pobreza se convierte en fuente de riqueza para los poseedores del dinero había antes que fabricar a los pobres, despojándolos de sus tierras, para ponerlos luego a trabajar en las fábricas por un sueldo mísero, dándoles a cambio de la libertad concreta que les brindaba la tierra un batiburrillo de libertades abstractas que les llenasen la cabeza de ideales utópicos (o sea, de fantasmagorías e irrealidades) y los enzarzasen en una demogresca aturdidora. Así se creó una humanidad esclavizada y encantadísima de la olimpiada de libertades que le habían regalado.
Fuente: FINANZAS.COM
Marcadores