El Crédito Social y la familia





Por Michael Watson



La idea de una familia consiste en la de una unidad social de seres humanos que se ha compuesto tradicionalmente de: dos adultos, uno masculino y uno femenino, y a continuación de hijos o descendencia que son biológicamente engendrados por esos adultos masculino y femenino que están viviendo juntos en unión, en forma de un vínculo matrimonial formal, exclusivo y para toda la vida. Esta estructura familiar puede además incluir una familia extendida con abuelos y nietos y sus propios hijos engendrados viviendo juntos.

El funcionamiento de esta unidad familiar normalmente implica que el adulto masculino sea el proveedor y protector principal de la unidad familiar, mientras el rol femenino consiste principalmente en el de la crianza y educación. Si bien ha habido algunas excepciones, variaciones o diferencias peculiares de carácter menor o secundario aquí o allá, esta estructura familiar ha sido una característica común de todas las exitosas, sofisticadas y prósperas y civilizadas sociedades humanas habidas a lo largo de la historia y desde el comienzo de los tiempos. Y es en la generalización, fortaleza, independencia y estabilidad de esta esencial estructura familiar en donde encontramos la razón de que las civilizaciones y comunidades hayan subido y caído, y suban y caigan en el futuro, porque ella resulta ser vital y propicia para una existencia humana saludable y productiva, y para el desarrollo de la cultura y la vida civilizada.

Esta estructura familiar patriarcal a su vez se ha mantenido también como un baluarte de protección e independencia con respecto a otras fuerzas arbitrarias, tales como la codicia de los intereses comerciales y financieros, los lazos tendidos por ideologías maliciosas y los tiránicos y superpuestos poderes del Estado. La estabilidad y seguridad física de la unidad familiar depende de la posesión de la propiedad privada que ella necesita para su futura seguridad y prosperidad. El Papa León XIII explica esta conexión hermosamente en su histórica encíclica social Rerum Novarum de 1891, en donde declaró: “Por tanto, es necesario que ese derecho de dominio atribuido por la naturaleza a cada persona, según hemos demostrado, sea transferido al hombre en cuanto cabeza de la familia; más aún, ese derecho es tanto más firme cuanto la persona abarca más en la sociedad doméstica. Es ley santísima de la naturaleza que el padre de familia provea al sustento y a todas las atenciones de los que engendró; e igualmente se deduce de la misma naturaleza que quiera adquirir y disponer para sus hijos, que se refieren y en cierto modo prolongan la personalidad del padre, algo con que puedan defenderse honestamente, en el mudable curso de la vida, de los embates de la adversa fortuna. Y esto es lo que no puede lograrse sino mediante la posesión de cosas productivas, transmisibles por herencia a los hijos. Al igual que el Estado, según hemos dicho, la familia es una verdadera sociedad, que se rige por una potestad propia, esto es, la paterna. Por lo cual, guardados efectivamente los límites que su causa próxima ha determinado, tiene ciertamente la familia derechos por lo menos iguales que la sociedad civil para elegir y aplicar los medios necesarios en orden a su incolumidad y justa libertad.

Pero hoy día en nuestro país y en gran parte del mundo occidental, vemos muy claramente que la estructura familiar tradicional ha estado bajo un sistemático ataque, socialmente, políticamente y económicamente, realizado por varios agentes y fuerzas maliciosas que han buscado minar a la familia de muchas formas para así fomentar sus propias causas egoístas. Por ejemplo, el socialismo marxista, el irrestricto capitalismo rapaz y el feminismo radical, todos ellos han buscado nivelar por lo bajo, minar y destruir la unidad familiar tradicional haciendo proliferar el divorcio, promoviendo la promiscuidad sexual, fomentando el desprecio por la vida y la natalidad, forzando a ambos esposos a trabajar fuera del hogar, transfiriendo el cuidado de los hijos de los padres a guarderías infantiles estatales o comerciales, y privando a las familias del acceso a la propiedad privada, especialmente a las familias pobres y desventajadas. Esas tres ideologías, si bien pueden diferir e incluso entrar en conflicto las unas con las otras, todas ellas sirven, en última instancia, a los intereses de la oligarquía bancaria y financiera global, la cual, a través del control del crédito al consumidor, busca disolver las estructuras jerárquicas y sociales a fin de reducir tanto a los hombres como a las mujeres a la condición de abejas obreras individuales separadas, al servicio de la economía obrera servil, ya sea ésta en forma de partidos políticos estatales o de oficinas de grandes compañías. En particular, el feminismo busca la privación de derechos y el empobrecimiento de los hombres, especialmente de los pobres y desventajados, y, en conjunción con el capitalismo irrestricto y la ideología marxista a través de la política de pleno empleo, ha forzado a todos los hombres y mujeres a entrar en un estado de competencia despiadada de los unos con los otros. Es con esta artificialmente impuesta competencia implacable con la que los individuos han sido reducidos a salvajes irracionales que han de concentrarse en su mera supervivencia y, a su vez, se ven forzados a recurrir a la codicia y el egoísmo a fin de poder “ir por delante del resto”. Tales condiciones han convertido en tóxicas y repulsivas las relaciones entre hombres y mujeres, y las estadísticas han mostrado consistentemente que la causa más común de divorcio y ruptura familiar está en las tensiones financieras, debidas a causa de las presiones del coste de la vida instigadas por los oligarcas financieros y su monopolio del crédito.

Como parte de esta agenda, no han sido menos feroces los ataques habidos sobre la propiedad familiar con los bancos privados forzando a las familias a entrar en una esclavitud de deuda con altos préstamos a interés para la adquisición de hogares y otras propiedades necesarias, mientras al mismo tiempo las familias están siendo trituradas con altos impuestos destinados a reducir la deuda gubernamental causada por los préstamos procedentes de esos mismos bancos privados. Resulta interesante hacer notar que uno de los primeros y más importantes ejemplos históricos de ataques sobre la propiedad familiar en los Estados Unidos de América fueron los cambios radicales en la ley de propiedad y bienes inmuebles que se impuso como parte de la fundación revolucionaria de ese país. Esto aparece explicado por el abogado americano Christopher Ferrara en su libro Liberty, the God that Failed: “los nuevos estados de América borraron el poder de la familia y del privilegio hereditario aboliendo los mecanismos legales del mayorazgo y la propiedad vinculada allí donde existían, bien mediante ley estatutaria o bien redactando esa abolición en sus respectivas constituciones. El estado abolía la perenne protección legal de la unidad de las propiedades familiares, atacando indirectamente de esta forma la unidad familiar misma al prohibir las restricciones sobre la herencia en los casos de testamentos en favor de los descendientes masculinos en línea directa (propiedad vinculada) y del hijo superviviente mayor en el linaje (mayorazgo)… La partición en partes iguales de la propiedad de un patriarca terrateniente a su muerte destruye la íntima conexión entre el espíritu de la familia y la preservación de la tierra, al tiempo que los herederos dividen y enajenan la propiedad familiar y los miembros de la familia se marchan por diferentes caminos haciendo que las familias y las fortunas desaparezcan con rapidez.”

Este monopolio del crédito que han impuesto los oligarcas financieros también ha impuesto, a su vez, un tipo de monopolio sobre la naturaleza de la formación de la familia y, por tanto, sobre los destinos demográficos de todas las sociedades. Este monopolio se asegura de que el derecho natural a establecer familias y perpetuarse uno mismo a través de la procreación de hijos esté, en la práctica, solamente reservado a ciertas clases de gentes en el seno de una supuesta supervivencia darwinista de los más “aptos” en donde solamente a los más vulgares, faltos de escrúpulos e impulsados por el egoísmo, o a aquéllos que poseen ciertos talentos considerados útiles para la economía obrera servil, se les permite o se les alienta a perpetuarse a través de la procreación de hijos. Por ejemplo, sólo aquéllos que son lo suficientemente afortunados o faltos de escrúpulos como para ser miembros de la clase directiva, los profesionales competitivos de cuello blanco o cuello azul, capitalistas de riesgo, banqueros, los que forman parte del crimen organizado, traficantes de drogas, perceptores fraudulentos de prestaciones sociales, etc…, los cuales, a causa de su utilidad para la economía obrera servil o de su falta de integridad y freno moral se les permite o se les alienta a propagar nuevas generaciones de gentes. Y con la cada vez mayor automatización de los puestos de trabajo y la industria, esta situación solamente va a ir a peor a medida que las sociedades y el gobierno continúen manteniendo la insostenible e innecesaria política de pleno empleo de la población laboralmente capacitada.

A su vez está el llamado movimiento “LGBT” que afirma abogar por los derechos de los homosexuales haciendo campaña en favor de la legalización de los llamados “matrimonios” del mismo sexo y de la adopción de niños por parejas del mismo sexo, en total ignorancia o rechazo de la naturaleza y de la necesidad natural de la presencia de una madre y un padre en la crianza de los niños. Después de todo, alentar las parejas homosexuales favorece también los superiores intereses de las élites financieras ya que ellas no producirán hijos a cargo, haciéndolas así inestimables y abejas obreras dedicadas por completo en favor de la economía obrera servil. El futuro mismo de la civilización occidental depende de la fortaleza económica y cultural de la unidad familiar, y, justo ahora, la familia y, por extensión, la civilización occidental, se encuentran en apuros.

Una solución práctica a esta crisis, al menos a un nivel económico, es la del Crédito Social. El Crédito Social, al quitar el control de la política general del sistema monetario de manos de los bancos privados y ponerla de nuevo en manos del público a través del establecimiento de una Oficina Nacional de Crédito, rompería el monopolio de los bancos privados en relación a la emisión de nuevo dinero. Con la excepción de que este nuevo crédito compensatorio (pensado para equilibrar el flujo de ingresos con el flujo de precios) sería “libre de deuda” y se emitiría en forma de un dividendo nacional o ciudadano que se distribuiría igualmente a todo individuo, empleado o desempleado, como un tipo de crédito por la obra de esa vasta y abundante producción hecha disponible por la maquinaria. Todos los ciudadanos que reciben el dividendo son efectivamente accionistas o copartícipes en la producción nacional total. El Dividendo Nacional asegurará, como mínimo, una seguridad económica para los individuos y, por extensión, para sus unidades familiares, sin hacer que el empleo constituya una necesidad estricta. Una nación libre de excesiva o impropia deuda de bancos privados vendría a significar también un gobierno libre de deuda bancaria, pues muchos de los impuestos gravados sobre los ciudadanos podrían abolirse o reducirse, incluyendo el impuesto sobre la renta así como las leyes e impuestos sobre la propiedad o los impuestos de sucesiones que han expoliado la riqueza y las herencias de las familias de todas las clases incluyendo las clases pobres y medias. Estas formas de tributación no son más que un robo que está diseñado para impedir que las familias alcancen su independencia con respecto a la economía obrera servil. El gasto del Gobierno también se reduciría a medida que la mayor parte o todos los programas sociales del estado de bienestar fueran abolidos y reemplazados por el Dividendo Nacional.

Esta nueva seguridad económica descubierta fortalecería las unidades familiares tradicionales liberándolas de toda tensión financiera. También conduciría a una más justa y más equitativa distribución de riqueza, poder adquisitivo y propiedad al proporcionar a todos los individuos, con independencia de su estatus socio-económico, la oportunidad de buscar el cumplimiento del matrimonio y de la vida familiar, de establecer sus propias unidades familiares y de adquirir la propiedad necesaria. La estabilidad permanente resultante conducirá a matrimonios más fuertes y duraderos, permitiendo así que las familias prosperen, crezcan y desarrollen sus propiedades terrenas y transmitan su legado a sus hijos y a los hijos de sus hijos. El dividendo también daría apoyo a los padres solteros. Igualmente, aquéllos que sufrieran rupturas matrimoniales debidas al abuso o al abandono por sus esposos tendrían un suelo financiero sobre el que apoyarse y no quedarían desamparados. Una de las mayores bendiciones del Dividendo Nacional consistiría en la mayor abundancia de tiempo de ocio proporcionado a los individuos y familias, efectuando de esta forma su liberación de la economía obrera servil. El tener abundante tiempo de ocio implicaría que los niños pudieran criarse en casa por sus padres y no en fábricas de guarderías comerciales (mandadas u ordenadas por políticas de pleno empleo inspiradas, o al menos aplaudidas, por feministas) y así los miembros de la familia serían capaces de poder centrarse más en cultivar sus vidas doméstica y familiar. Esto naturalmente conduciría a unos mayores lazos entre esposos, hermanos, padres e hijos, porque es de la vida de unidades familiares domésticas fuertes y saludables dentro de un espíritu de ocio de donde se originan las marcas distintivas de una sociedad civilizada (tales como la integridad moral, la alta cultura y el arte), y de ahí es de donde florecen y proliferan.



Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE