“A la reconquista de Europa”


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FUERZA NUEVA, nº 592, 13-May-1978

Blas Piñar en Nápoles

A LA RECONQUISTA DE EUROPA

(Discurso pronunciado por Blas Piñar en la plaza de la Posta, de Nápoles –Italia-, el 20 de abril de 1978. Ofrecemos su traducción del italiano)

Amigos, camaradas, hermanos:

Estamos aquí por tres razones distintas:

• En primer lugar, para devolver la visita que, en el pasado mes de febrero, hicieron a España los dirigentes del MSI, Pino Romualdi, Giorgio Almirante y Cesare Pozzo.

En España pudieron, sin duda, apreciar dos cosas: una, negativa, el deterioro creciente de la situación política, social y económica, como fruto de la liquidación del régimen de Franco; y otra positiva, el resurgimiento del espíritu nacional promovido por FUERZA NUEVA, en torno a cuyos estandartes e ideario se congrega un movimiento de marcado carácter juvenil.

• En segundo lugar, hemos venido a Italia a rendir el tributo de admiración y de respeto en la propia Italia:

-a los antiguos combatientes de la guerra española, a los que lucharon, y a los que luchando murieron, por una causa común, codo a codo con los soldados de mi Patria, en una contienda por Europa, en la que Europa, la Europa verdadera, salió por primera vez, y Dios quiera que no sea la última, vencedora y victoriosa del comunismo;

-a los cuadros directores y a los militantes del MSI, que durante treinta años, y en un clima de enfrentamiento civil continuo, nos dan ejemplo de tenacidad, de fortaleza y de abnegación. Sólo el hecho de permanecer, ya sería un éxito para una agrupación política como la vuestra, “que todos -como ha dicho Giorgio Almirante- sin excepción, tratan no como concurrente o adversaria, sino como enemiga”. Pero no sólo permanecéis, como permanece la roca, impasible ante el ímpetu machacón del oleaje; es que avanzáis, conquistando la voluntad y la inteligencia del pueblo italiano. Las ideas básicas de vuestro Movimiento son consustanciales con el ser nacional de Italia, y hoy, cuando el acontecer histórico avala vuestra doctrina y vuestra conducta, cualquier actitud de duda, cualquier tipo de confusión desaparece, de tal forma que ya, de un modo simple, que es, tanto en el mundo físico como en el mundo moral, un punto de partida, la adhesión del pueblo italiano a cuanto vosotros representáis, es un problema sencillamente de ser o no ser;

-a los asesinados y ametrallados por las fuerzas del odio (Brigadas Rojas), liberadas por el sistema claudicante del centro-izquierda, por las exigencias de la apertura, del liberalismo y del llamado compromiso histórico; a los encarcelados y perseguidos (del MSI), víctimas de las campañas de difamación, que también nosotros padecemos, porque un enemigo, sin escrúpulos, necesita crear la nube de las imputaciones falsas, para esconder su propia y brutal acción terrorista, presentándonos ante la opinión como grupo subversivos y violentos. Pero hay posturas que decaen por sí mismas: por eso, porque la Democracia Cristiana no ha combatido al comunismo más que en términos propagandísticos, hoy sufre en su propia carne las consecuencias de su debilidad doctrinal y de su comportamiento erróneo. Aldo Moro no ha sido tanto víctima de un secuestro como oferta tácita para el mismo; como lo es sin duda Italia, como lo son las naciones de la llamada Europa libre, desangradas, desmoralizadas, desguarnecidas y preparadas, por la miopía o la ceguera de sus clases directoras, para su propio secuestro colectivo;

- a la Italia de siempre, a la Italia que parece, vista desde el cielo, un camino hacia España, enviándole como un presente de amistad el saludo de Cerdeña; a la Italia que se extiende desde el Alto Adigio hasta Sicilia; a la Italia de Nápoles, tan llena de recuerdos españoles; a la Italia de Leonardo de Vinci, de Miguel Ángel, de Petrarca y de Dante, de San Pío X, del “Poverello de Asís” y de Benito Mussolini; a la Italia, en fin, de la Roma cristiana y eterna, principio y cuna del viejo orbe latino.

• Y hemos venido, por último, a dar un paso serio hacia adelante en el servicio a Europa. Un paso decisivo, posiblemente histórico, en lo que hasta hoy ha sido una difícil andadura; quizá porque la puesta en marcha, la capacidad de decisión que requiere toda empresa, postula no solo de energía para iniciarla, sino una conciencia precisa y hasta exigente, tanto de su objetivo como de su necesidad.

Yo estimo que esa necesidad de acometer la reconstrucción moral de Europa no se escapa a ninguna persona inteligente que reflexione sobre el tema; y, además, entiendo que urge, porque a los enemigos de Europa, que es tanto como decir a los enemigos de nuestras Patrias, les corre prisa su secuestro, y pisan el acelerador, porque vislumbran el renacimiento de las fuerzas nacionales que, sin dejar de serlo, y precisamente por serlo, se saben y se movilizan como europeas.

Hoy, porque nos duele Europa, empezamos a tener conciencia de europeos. Y, pensadlo bien, mientras no haya europeos, Europa no será sino etiqueta geográfica, o recuerdo histórico o denominador común de una inmensa sociedad capitalista, cuyo único objetivo comunitario, totalmente mercantil, abarca ahora, según la legalidad o la tolerancia en que se mueve, desde el libre intercambio de productos agrícolas o industriales al comercio de los narcóticos y de la pornografía (…)

Y es lógico que sean precisamente las fuerzas políticas de significación nacional las que asuman las tareas del rearme moral e ideológico de Europa, presupuesto sólido e indispensable de su conformación jurídica futura. Y es lógico, porque las naciones de Europa, cada una de ellas, al surgir la cuestión agobiante y decisiva de su razón de ser, amenazadas por fuera y por dentro, buscan sus raíces en la tierra vegetal y profunda de la cual esas raíces se alimentan. Y en esa labor de búsqueda –“buscad y hallaréis”, dice el Evangelio- palpan y saborean el encuentro gozoso de su comunidad, el feliz y hasta para algunos sorprendente descubrimiento de las antiguas e insustituibles piedras angulares: una fe religiosa idéntica, propagada por Pablo y Santiago o por Cirilo y Metodio; una idea sagrada del hombre, y por ello, de su dignidad y de su libertad intrínsecas; un amor profundo a la familia, fuente de vida, cuyos manantiales fecundos nadie tiene derecho a cegar; un esquema político que ordena la sociedad al hombre y el Estado a la Sociedad, y no viceversa; una concepción instrumental y subordinada de la economía; una participación jerárquica y orgánica de todas las instituciones integradas en el complejo tejido social, en el quehacer colectivo de la propia nación; una vocación por el trabajo constructivo, por la ciencia y por las artes; y un alto sentido del honor.

Si este índice apretado y sintético de valores comunes lo detectamos con claridad, y si, una vez reconocidos y proclamados como tales, acometemos la empresa de edificar juntos y con ánimo sobre ellos, Europa, la Europa de las patrias, comenzó a resurgir; y en Europa, como dice el más bello de los himnos de la revolución nacional española, comenzará de nuevo a amanecer.

A la visión catastrófica y pesimista de nuestra órbita cultural y geográfica, que halló con Spengler de “La decadencia de Occidente”, o con el Príncipe Sturdza de “El suicidio de Europa”, o con Muret de “El ocaso de las naciones blancas”, o con nuestro Díez del Corral de “El rapto de Europa”, nosotros, las fuerzas políticas nacionales, oponemos, no, por supuesto, una visión frívolamente optimista, que sería torpe y adormilante, pero sí una visión heroica, y por ello mismo, esperanzada y alegre.

La gran amenaza comunista, la que pretende rodearnos y penetrarnos -rodearnos con las divisiones militares soviéticas y penetrarnos, como una infiltración cancerosa, con los partidos marxistas y sus colaboradores- equivaldría a una nueva y más terrible invasión bárbara. Y ante la invasión no caben compromisos históricos ni deserciones. No hay torres de marfil ni zonas neutrales garantizadas. Hay que tomar postura, como en todas las ocasiones decisivas. Y ésta es una de esas ocasiones.

No es posible, pues, una Europa, o unas naciones europeas, como ha escrito Giorgio Almirante, “a medio camino, tercer-fuercista”, sino una “Europa en la libertad y por la libertad”, una Europa en cuyos pueblos, ya, afortunadamente, “el sentimiento nacional, unido al sentimiento religioso de la vida, resurge, inflama y determina”. Mas para que todo ello sea viable, es necesario que la visión heroica, lo mismo ante la barbarie que ante la entrega, se incardine en unas minorías abnegadas, dispuestas a todos los sacrificios, en actitud de salvar a sus Patrias, a pesar de la abulia, de la confusión, de la ceguera o de la cobardía de sus compatriotas.

Si la concepción marxista, como se ha escrito con acierto, está impregnada de hostilidad hacia la esencia histórica de Europa; si hay que evitar y superar la catástrofe invasora y corruptora a la vez, superando todas las injusticias sociales en un sistema que guarde fidelidad absoluta a los valores del espíritu, sin los que ni la auténtica Europa ni la civilización verdadera son posibles, “hora est iam de somno surgere”, ya es hora de despertar y de ponernos afanosos al trabajo, sabedores de que la vocación nos exige mucho, y por lo menos tanto como a los profesos de aquellas órdenes religioso-militares de la antigua Edad Media, o a los imaginarios caballeros andantes de nuestra literatura.

El hombre nuevo, sin el cual es irrealizable la tarea, tendrá que ser -y me consta que en muchos casos ya lo es, de hecho- mitad monje y mitad soldado, como quería nuestro José Antonio, porque lo religiosos y lo militar son los dos únicos modos enteros y serios de entender la vida; y es la vida en dignidad y en libertad la que está en juego.

Si el marxismo carece de fe en Dios y trata por todos los medios de arrancarla; si el marxismo es la antipatria, porque odia los valores históricos que sirven de fundamento a las naciones; si el marxismo quiere instrumentar al servicio de su injusticia absoluta los fallos inherentes al liberalismo capitalista, levantemos los hombres y mujeres de Europa, frente a los bárbaros las banderas comunes de Dios, de la Patria y de la Justicia.

Yo creo, y espero en Dios, que en jornadas intensas de trabajo, y ante vosotros, pueblo de Italia, hoy adelantado y testigo de todos los pueblos de Europa, hemos comenzado con brío nuestro quehacer común. Si Europa no es una patria, es, sin duda, la empresa unánime, colectiva y atrayente de todas nuestras patrias; de los que aún sobreviven y de los que fueron subyugados por los bárbaros.

Para estas naciones hermanas, que gimen bajo la esclavitud bolchevique, aplastadas por el terror y por los tanques soviéticos, vaya desde aquí nuestro saludo fraterno y nuestra oración fervorosa por su libertad.

Para los pueblos y para las fuerzas nacionales que no tardarán en unirse a nosotros en solidaridad de trabajos e ideales, nuestra petición anhelante de apresurar la andadura.

Y para vosotros, amigos, camaradas y hermanos de Francia y de Italia, el abrazo entrañable de quienes en España, punta y promontorio espiritual de Europa, supieron vencer al comunismo, con Franco a la cabeza, como caudillo y capitán.

Sean mis palabras de despedida en Nápoles, aquellas bien conocidas de Flaubert: “Hay que venir a Nápoles para bañarse de juventud, para amar la vida; para evitar la caída en el lago Averno y participar del júbilo de la fiesta de Santa María de Piedignotta”. Con esa vitalidad juvenil, que es prenda de amistad y garantía de victoria, gritad conmigo: ¡Arriba España! ¡Vive la France! e ¡Viva Italia!“ “Europa unida jamás será vencida” Y hoy más que nunca ¡Viva Europa!

(Al final, un estruendosa salva de aplausos ratificó las últimas palabras del fundador de Fuerza Nueva, entre el delirio de una multitud en su mayor parte juvenil)