Cita Iniciado por Reggio
Muy bueno el verso, pero es para manual. Cortés se lavaba las manos con sangre, y no la de el. Seguramente sirvió a los intereses hispanos, pero a Dios ni por un minuto (perspectiva de un católico, el que soy y a mucha honra). Lo mejor : el silencio.
Un saludo argentino y americano. Fabio Reggio
Con todo respeto, amigo Reggio, me parece que te hace falta mucha lectura, mucho análisis, mucha información, y un pequeño esfuerzo intelectual para comprender la figura de Cortés.
Comprendo que siguiendo la tendencia moderna, es más fácil tomar a las figuras históricas desde donde los han encasillado quienes dominan la información en general, ubicándolos en sencillas clasificaciones para el cómodo uso de las masas perezosas de razonamiento. Así, hay una estandarización de héroes y villanos, buenos y malos, libertadores y opresores, cowboys buenos y nobles e indios asesinos y crueles, curas pederastas y pobres fieles reprimidos sexualmente, heroicos soldados americanos y crueles torturadores alemanes, perversos sudacas traficantes de drogas y heroicos policias americanos que defienden a los pobres drogadictos, héroes de la democracia y perversos militares golpistas ávidos de sangre y poder.
En esa fenomenal capacidad para domar las mentes humanas, mucho tiene que ver la televisión. Con el mensaje diario, directo a los hogares y a toda la familia, han adoctrinado a millones de personas en ese razonamiento perezoso, que los inhabilita a profundizar en el conocimiento y el análisis de personajes y hecho históricos. En esa propaganda negativa, por haber sido evangelizador de América, por respresentar la Hispanidad en su máxima expresión, cae Hernán Cortés, como tantos otros héroes defenestrados de la historia.
No pretendo darte lecciones, porque no soy quien para hacerlo. Solo te pido que profundices con objetividad en el personaje, y a través de él de la grandiosa gesta de los héroes de la época que permitieron que hoy día, más de 500 años después, podamos llamarnos Católicos, ser parte de la comunidad de Catolicos más grande del mundo, y gracias a ello al menos tener la posibilidad de la salvación.
Te envío un abrazo en Cristo y María Reina, desde el otro lado del charco, y te agrego un texto sobre irenismo social que puede ayudar a la comprensión de lo que he querido decir.


En torno al irenismo social
La Razón
En torno al irenismo social

Profesor de Derecho Eclesiástico del Estado de la Universidad de Jaén
La Real Academia ha acertado al incluir en la última reforma de su Diccionario el término irenismo, al que ha adjudicado la acepción de «actitud pacífica y conciliadora». Ha acertado, porque el irenismo abraza un concepto de plena actualidad, aunque la palabra no sea aún de uso coloquial. Pero se ha quedado corto en la acepción, que admite, cuanto menos, matices, si no otras acepciones.
El término procede de una idea de Erasmo, tendente a la conciliación entre catolicismo y protestantismo, y fue posteriormente difundido por Comenio y Grocio. Más modernamente, ha servido para impulsar la idea de una religión universal, presuntamente superadora de las diferencias que provocan roces entre los fieles de distintas religiones. De este modo, se le puede atribuir, además de lo expresado, un componente despectivo por parte de quienes consideran que tales actitudes son un error, y así también es utilizado por muchos filósofos y teólogos.
¿Qué tiene de criticable el irenismo? Desde luego, de la definición académica no se desprenden más que bondades de dicho término. Pero la idea de aliviar de contenido las convicciones, de claudicar de las propias posiciones religiosas o ideológicas para superar conflictos es la que realmente subyace en la mentalidad irenista. El que profesa esta actitud, no tiene empacho en aplicar el mínimo común denominador a los idearios o a las religiones, para dejar romas sus superficies y huecos sus contenidos, es decir, para uniformar todo anulando las diferencias, lo original, lo identitario. En este sentido, el irenismo estaría íntimamente relacionado con la falsa idea de tolerancia que circula por nuestra sociedad, esa que postula el respeto a todo en la medida en que ese todo es relativo o fungible, nunca cuando se aferra a dogmas o creencias irrenunciables.
El irenista o contemporizador, decía, está de plena actualidad. Es aquel que proclama el diálogo a cualquier precio, sin condiciones, aunque el discurso del otro sea el de las balas. También es el que narcotiza a un auditorio con un lenguaje perfectamente limado, políticamente correcto, huérfano por tanto de cualquier idea original o comprometida, de esas que podrían despertar bruscamente los cerebros adormilados por su arrullo lisonjero. Y, por supuesto, lo es aquel capaz de construir los más barrocos circunloquios para evitar una respuesta que moleste a una pregunta difícil.
Pero no sólo personas con uso de palabra en las tribunas públicas pueden ser calificadas como irenistas. Asistimos a un auténtico irenismo social, al que en este caso se podría definir como relajamiento ideológico o moral y deseo de no ser alterado por ningún problema. La sociedad que nos acoge está relajada casi hasta el extremo del sopor. La comodidad, la extraordinaria extensión del bienestar, ha destensado no sólo los músculos físicos ¬con la consiguiente necesidad de visitar los gimnasios¬ sino también los mentales, e incluso los espirituales, porque se vive en la estúpida creencia de que el mundo moderno provee de todo lo necesario para la vida y que nada malo nos puede pasar; por eso cuando nos pasa, no sólo se desata la incomprensión, sino también la furia litigante. Sólo desde esta relajación mental y moral se explica que se acepte, sin que nadie se rasgue las vestiduras, la crueldad cotidiana y mortalmente silenciosa del aborto, la disolución de las familias en formas amputadas de convivencia precaria e imposible, o las amenazas escalofriantes con las que juegan a Dios algunos impostores de la tecnología. Esta sociedad no está dispuesta a levantarse del sofá siquiera sea para discernir lo verdadero de lo falso en la confusión que la aturde. La mentira ha cegado sus sentidos y su capacidad crítica, pero también la comodidad la ha llevado a tomar una última decisión, en un póstumo ejercicio de su libertad: es mejor no complicarse la vida mientras no me la compliquen a mí; que cada cual se apañe como pueda con sus ideas, pero que nadie me moleste. En definitiva, acomoda las tendencias sociales, por disparatadas que resulten, a lo que quede de personal en su cabeza, como quien se prepara la almohada para descabezar un sueñecito.
Curiosamente, esta sociedad irenista en ocasiones se disfraza de comprometida y se pone a reivindicar derechos, a denunciar injusticias, a gritar la impaciencia del mundo. Sólo es un espejismo. Gregariamente, se pone en marcha cuando alguna voz la fustiga, y entonces se lanza a la calle envuelta en pancartas, donde pretende redimirse impostando una dignidad vociferada. Pero cuando las masas denunciantes regresan al dulce hogar, se administran otra dosis de calma para proseguir el letargo. La vida cotidiana no será un combate por la justicia y la verdad. Eso lo dejará para cuando el rebaño vuelva a reunirse en un solo balido. En el fondo, la lucha social por la verdad ¬aunque en muchos casos sea mentira¬ se ha convertido, por obra y arte de la indiferencia manipulada, en un espectáculo de masas maquillado de virtudes. Y si alguien tiene el valor de pensar por cuenta propia, ignorando el método irenista o desgajándose de la masa, que se prepare para el linchamiento.

Ángel López-Sidro López

Escrito desde Mar 17, 2004, 8:10 AM