La ley del Candado y la reacción
Por Jerónimo de Estrada
En 1906 se presentó al Congreso un proyecto de Ley de Asociaciones que, vulgarmente, fue denominada la Ley del Candado. Con esta legislación, el Estado conseguía un poder total sobre cualquier asociación pudiendo disolverlas o no autorizarlas. La ley no era original española; era, como demostró Víctor Pradera, un calco de la Ley de asociaciones francesa de 1901.
Cuando Alfonso XIII firmó el proyecto, le dio una palmada en la espalda a Dávila, su redactor, y le dijo “Te deseo, cuando lo discutan las Cortes, tanta suerte para su aprobación como facilidades te he dado yo para firmarlo”.[1] Su apoyo no fue puntual, siempre le mostraría su afecto a Canalejas “Yo siempre le daré la mano a usted para que se levante”.[2]
En el sistema monárquico liberal, el antirrey, Alfonso XIII, representaba el trágala y el consenso, herramientas esenciales para la democracia liberal. Ante la comisión de Damas, Don Alfonso dijo: “Señoras: yo las recibo con mucho gusto y comprendo bien lo que desean y lo que quieren decirme. Soy católico fervoroso como ustedes pero puedo hacer muy poco en el asunto de que se trata, porque yo, ante todo, soy rey constitucional y, como tal, son las Cortes por iniciativa o de acuerdo con mi gobierno, las que resuelven sobre asuntos nacionales. Lo que yo puedo hacer y haré es entregar a mi gobierno esta exposición mañana mismo para que resuelva lo que estime necesario”.[3] Don Alfonso tenía que dar gusto a todos. Así es que un año consagraba España al Sagrado Corazón de Jesús; otro negaba la prosperidad de la Iglesia; introducía en el gobierno a ministros masones o traía la pornografía en España. Y es así como un rey constitucional que ni reina ni gobierna sino que intenta satisfacer, dio el placer a los españoles de marcharse del país.
Sagasta acertó, tiempo atrás, cuando había dicho “eso no se puede hacer, porque no hay que olvidar que el partido carlista pondría en el campo ochenta mil hombres”.[4] Ni más, ni menos, la actuación del carlismo, por esos años, estaba encaminada a hacer de contrapeso de los avances revolucionarios. La Comunión, como apunta Rodezno “era la Guardia civil de la Iglesia, sin que los obispos ni el alto clero se le mostrasen, ciertamente, muy agradecidos”.[5] Ante esta situación, los carlistas e integristas desarrollaron una intensa campaña contra este proyecto al igual que la Iglesia, pues “Si las leyes del Estado están en abierta oposición con el derecho divino […] entonces la resistencia es un deber y la obediencia un crimen” como sentenció Senante. Incluso la Santa Sede llegó a amenazar con cambiar su posición respecto al carlismo y romper relaciones con Madrid. El mismo Carlos VII se refería al asunto:
Nuestra comunión, fiel guardadora de las tradiciones patrias, debe figurar en la vanguardia de todas las manifestaciones de viril protesta que se hagan, pues es su primer deber el de luchar siempre por la Causa de Dios, cuyo santísimo nombre figura al frente de nuestro lema inmortal, informando todo su credo.
Ante hechos tan escandalosos, pero lógicos en las actuales instituciones, únome de todo corazón a cuantas manifestaciones se hagan para alejar de mi patria ese nuevo baldón de ignominia con que el liberalismo pretende mancharla.[6]
El proyecto fue aprobado por las Cortes, pero finalmente no tuvo prácticamente efecto. Un éxito para los grupos católicos. Mientras, el partido conservador, caracterizado por su desidia e inacción, optaba por el sostenimiento del edificio de la Restauración.
[1] DE CARLOS GOMEZ-RODULFO, Jaime: Carta inéditas de Carlos VII: Montejurra, 1959. Pág. 238.
[2] SECO SERRANO, Carlos: Alfonso XIII. Madrid: Arlanza, 2001. Pág. 141
[3] DE CARLOS GOMEZ-RODULFO, Jaime: Carta inéditas de Carlos VII: Montejurra, 1959. Pp. 239-240
[4] RODRÍGUEZ ARÉVALO, Domingo: Carlos VII, Duque de Madrid. Bilbao: Espasa-Calpe, 1929.Pág. 245
[5] RODRÍGUEZ ARÉVALO, Domingo: Carlos VII, Duque de Madrid. Bilbao: Espasa-Calpe, 1929.Pág. 245
[6] Carta de Carlos VII a Barrio Mier (21-XII-1906) en DE CARLOS GOMEZ-RODULFO, Jaime: Cartas inéditas de Carlos VII. Madrid: Montejurra, 1959.
Fuente: Simancas Tradicionalista
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