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Tema: Recuerdo del General Sanjurjo (Antonio Lizarza)

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    Recuerdo del General Sanjurjo (Antonio Lizarza)

    Fuente: Arriba, 21 de Julio de 1961, página 11.



    RECUERDO DEL GENERAL SANJURJO


    Por Antonio LIZARZA


    Al cumplirse el XXV aniversario del Alzamiento y de la gloriosa muerte del general Sanjurjo, quiero rendir tributo de homenaje a la figura del marqués del Rif, muerto en accidente de aviación cuando regresaba a España a ponerse al frente del Movimiento.

    Con la catástrofe de Cascaes se privó a la Cruzada de un gran jefe militar, en cuyo nombre llevaba todos los hilos de la conjura peninsular el llorado general Mola.

    Me tocó visitarle en Estoril unos pocos días antes de la tragedia. Era yo entonces delegado de los requetés de Navarra y había ido para exponerle la delicada situación a que se había llegado en vísperas de la rebelión por no acabar de perfilarse el acuerdo entre Mola y la Comunión.

    Sanjurjo, en su calidad de jefe supremo militar, movido por su patriotismo vehemente y por su corazón carlista, zanjó las diferencias en su famosa carta a Mola del día 9 de julio de 1936, que yo personalmente llevé a Pamplona, así como su copia a Fal Conde, que se encontraba en San Juan de Luz.

    Han pasado veinticinco años y, sin embargo, recuerdo con claridad meridiana aquellas horas tan difíciles y apasionadas a causa de la peligrosa situación de la Patria y los nervios.

    Los 8.000 requetés navarros, que yo había organizado y a los que daba instrucción militar el teniente coronel Utrilla, estaban listos a saltar como un solo hombre. El Tercio de Pamplona estaba uniformado, entrenado y mandado por excelentes oficiales, como Del Burgo, Ozcoidi, Sanz Orrio, por no citar sino unos pocos.

    Cuando Mola, en el mes de abril de 1936, siendo Gobernador Militar de Navarra, decidió ponerse al frente del grupo de oficiales del Ejército de Pamplona, Logroño y Burgos, necesariamente tuvo que pensar en nosotros y en la posibilidad de conjuntar la acción para un movimiento redentor.

    Y así se prepararon y celebraron las entrevistas de Pamplona (en Capitanía), de Irache y de Echauri, entre el general y las autoridades nacionales carlistas.

    No obstante, a pesar del enorme deseo de ambas partes de llegar a un acuerdo, no fue posible alcanzarlo. Se partía de puntos de vista diferentes. Para Mola, sin duda influido por el precedente de Italia, el movimiento consistiría en una marcha sobre Madrid de varias guarniciones que, convergiendo en la capital, resolvería satisfactoriamente la situación en breve plazo. Necesitaba que nuestros requetés reforzasen las columnas militares, pero no al precio de compromiso político alguno, porque creía que todo sería fácil y rápido. Mola pensaba en instaurar una Dictadura que calmase los espíritus, restableciera el orden social, purificase, en suma, el país.

    La Comunión, por su parte, quería la derogación de la Constitución de la República, la disolución de todos los partidos políticos y la estructuración orgánica o corporativa del país, lo que venía a simbolizarse en [el] retorno a la bandera bicolor.

    Así, la pugna por la bandera llegó a hacerse el símbolo de la discrepancia. Mola quería que se saliera con la tricolor o republicana; nosotros no podíamos admitir que un solo requeté diera su sangre por ella, o bajo ella.

    Después de la entrevista de Echauri, del día 2 de julio, entre Mola y Zamanillo, a quien acompañé en esta ocasión, quedaron rotas las relaciones y ambas partes muy disgustadas.

    No quedaba, pues, otra alternativa a la Comunión, ansiosa de llegar a un acuerdo que no fuera lesivo a sus aspiraciones y sentimientos, que ir a Estoril a exponer la situación al general Sanjurjo para que él decidiera.

    En representación de ella marché a Portugal el día 8 de julio, pasando con el general los días 9 y 10, y regresando el 11. Sanjurjo me recibió con su habitual sencillez y aparente tosquedad. Se veía en él pronto al navarro llano y franco, pues, como es sabido, había nacido en Pamplona; se transparentaba también el carlista nato criado en un ambiente como el de su madre, viuda de un coronel de Caballería carlista y hermana de un general y ayudante de campo del Rey Carlos VII, y, sobre todo, el hombre endurecido por las campañas de Cuba y Marruecos, de corazón de niño. Lo recuerdo con sus grandes ojos que observaban sin cesar; sus palabras cortas, pero eficaces, que iban al grano, sin perderse en florituras ni vaguedades.

    Comprendió perfectamente la situación, los peligros de no resolverla rápidamente; nuestra patriótica ansiedad y el afán del general Mola de aunar voluntades en el Ejército; se hizo, en suma, perfecto cargo de las diferencias, y sabiendo –lo dijo– que sin los requetés no se podía ir al Movimiento so pena de que se repitiera el 10 de agosto, falló la cuestión de la bandera en favor de los carlistas.

    En consecuencia, escribió a Mola el día 9: “Mi parecer sobre la bandera debía, por lo pronto, solucionarse dejando a los tradicionalistas usen la antigua, o sea, la española, y que aquellos Cuerpos a los que hayan de incorporarse fuerzas de esta Comunión no lleven ninguna”.

    Quedaba así el camino libre de obstáculos para el día grande del Alzamiento. ¡Con qué patriótica ansiedad y entusiasmo se expresaba al entregarme el histórico documento! Lloraba cuando, al despedirme, me dijo: “Que se arreglen las cosas; dígaselo al general Mola, porque sin los requetés no se podrá hacer nada, y vengan a buscarme cuanto antes, que yo quiero presentarme al frente de los míos. Hasta pronto, amigo Lizarza”.

    ¡Quién me iba a decir entonces que aquel gran español no vería el restaurarse de la Patria que tanto quería! ¡Tampoco podría contemplar a los requetés inundando su ciudad natal y cubriendo los frentes de combate en los días decisivos de julio y agosto; ni al Ejército, unido y en bloque, marchar a la Victoria y conquistarla conducido por el Generalísimo Franco!

    Como Moisés, murió a las puertas de la Tierra Prometida, después de haber dado su nombre y prestigio a la obra de regeneración, y dejar encauzadas las cosas y resueltas las desavenencias entre el Ejército y el carlismo.

    Por eso parecen proféticas aquellas palabras que aseguran dijo al subir a la avioneta de Ansaldo: “Ya puedo morir tranquilo”.

    En este XXV aniversario de su muerte, cuando sus restos son solemnemente trasladados al monumento que la Diputación Foral de Navarra ha levantado “a sus muertos en la Cruzada”, los que preparamos el Alzamiento y tuvimos el honor de vivir aquellas horas tan intensas con el general Sanjurjo, queremos rendir testimonio de admiración y agradecimiento inolvidables a aquel Jefe y hombre excepcional, a quien tanto debe la Patria rescatada.
    Última edición por Martin Ant; 16/12/2017 a las 14:03

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