Fuente: ¿Qué Pasa?, 2 de Diciembre de 1972, página 18.
PUEDE LA POLÉMICA CONTINUAR… SEÑOR FERRER BONET
EN DEFENSA DEL REY DON JAIME
Por Carlos Alpéns
Cuando se termina de leer el último artículo de Ferrer Bonet en ¿QUÉ PASA? titulado «Más acerca de llamado “Pacto de Territet”» parece evidente la conclusión de que dicho señor no ha sido jamás verdadero carlista, y se preocupa de temas relacionados con la Dinastía Legítima para servir a «su Señor» y no a la Causa del Tradicionalismo español.
La segunda parte del artículo casi no merece ser contestada; atañe más a don Alfonso Carlos que al propio don Jaime, y ya insinué en mi reciente «breve réplica amistosa» que la actitud del anciano rey en relación al pretendido «pacto» merece un amplio estudio.
Por lo que a mí me afecta, es claro que el testimonio «de buena fe» de una persona engañada no tiene ningún valor, aun cuando esa persona sea de superior calidad que la mía por tratarse del rey. Ni que fuese el Papa. Y éste es el caso de don Alfonso Carlos, víctima de una vil maniobra, sin más indagaciones por no poder sospechar tan indigna maniobra. Como él, cayeron en el engaño Fal, Lamamié de Clairac y tantos otros.
En vez de apoyarse en los testimonios cándidos de don Alfonso Carlos, más le valiera al señor Ferrer Bonet estudiar la contradicción entre la primera actitud totalmente favorable del anciano caudillo relativa a la reconciliación y acuerdos entre su Augusto Sobrino y don Alfonso, y el rechazo absoluto de los mismos a los tres meses. Quizá por el hilo sacase el ovillo de las maquinaciones proalfonsinas.
Y sobre este tema del pacto sólo indicar al articulista su apreciación tan ilógica de que las entrevistas personales entre el rey desterrado de por vida y el rey destronado hacía cinco meses «era muy natural» que se verificaran después de firmado el pacto. Cualquiera puede comprender que es precisamente lo contrario: lo «muy natural» es que antes de pasar al estudio y firma de un pacto de tanta trascendencia, como que se trataba de solucionar el pleito dinástico, se procurase la reconciliación personal, que no podía tener efecto sin las debidas visitas y conversaciones. ¿O no es así?
Dejo este tema, y paso a la primera parte del artículo, que resulta del todo intolerable, donde se formula un ataque denigrante contra don Jaime, impropio de ser suscrito por quien se precie tan sólo de tradicionalista. Pocas veces se habrá escrito con tanta injusticia y osadía contra el «Príncipe Caballero», y aún quedamos jaimistas para romper una lanza por su fama y su honor. En el señor Ferrer Bonet, o sobra ignorancia de muchas cosas que debiera de saber, o sobra ligereza de juicio.
Nada menos que de cuatro «suicidios políticos» acusa este señor al caudillo de la Tradición. Es el primero su soltería. Por lo que dice a la sucesión, hubiese podido darse un matrimonio sin hijos, como lo fue el de su tío don Alfonso Carlos. Esto aparte, sepa Ferrer Bonet que no le bastan los dedos de una mano para contar los intentos matrimoniales de don Jaime. Y entre ellos queremos recordar el primer idilio romántico con Matilde de Baviera, que destrozó el maquiavelismo de la segunda esposa de don Carlos. Otro, realmente dramático, con doña Zita de Borbón Parma, que casó con el heredero de Austria-Hungría. Aún recuerdan algunos jaimistas barceloneses que en un cine de las Ramblas se proyectó la película de aquella boda con la emoción de ver al rey don Jaime como padrino de la novia por ser el Jefe de la Casa de Borbón, y saber que él la había solicitado en matrimonio muy poco antes. Otros varios fracasaron por diversas razones. Hay un proyecto matrimonial digno de especial relieve: la sobrina de don Jaime, doña Fabiola, estuvo dispuesta a casarse con él, pero su padre la encerró en un convento y tampoco el Vaticano dio facilidades para la necesaria dispensa. ¿De dónde partían las presiones para el fracaso de tantos intentos matrimoniales del rey legítimo? No atente, pues, indelicadamente el señor Ferrer Bonet contra el drama íntimo de la vida sentimental de don Jaime. A él alude hermosamente el gran poeta actual P. Máximo del Valle, C. M. F., en el soneto que le dedicó y fue publicado en «Montejurra» de los buenos tiempos:
«Sublime solitario del amor,
vives y mueres solo; mas pervives
como un hito inmortal de realeza».
Es incomprensible que Ferrer Bonet califique de «suicidio político» al hecho tan normal de que un príncipe como don Jaime hiciera su carrera militar en el ejército imperial de Rusia, «en vez de cuidarse única y exclusivamente de los asuntos de España». Olvida con ligereza que por aquel entonces don Jaime era sólo el príncipe heredero de Carlos VII, a cuya muerte dejó en absoluto el servicio de las armas. Su carrera militar fue brillante y tuvo rasgos de extraordinaria valentía en la guerra contra los «boxers», sin olvidar que fueron las intrigas de doña Cristina las que impidieron que su carrera la ejerciera en el ejército austrohúngaro. El propio don Carlos, siendo rey, después de la última guerra carlista, también sirvió en el ejército ruso. Por ninguna parte se otea el «suicidio político», ni del padre ni del hijo.
Según Ferrer Bonet, otro «suicidio político» fue la expulsión de Mella. Allá cada cual con el juicio que le merezca el manifiesto de don Jaime al término de la contienda europea. Lo he leído y releído en varias ocasiones y siempre me pareció que no debía causar la escisión. Pero el amor propio de los hombres es mal consejero.
Don Jaime no separó a nadie de la Comunión en 1919. La rebeldía estalló en los restos de la Junta Suprema, y Mella se dejó arrastrar. Ellos fueron los que se marcharon…, para volver la mayoría al caer la Dictadura. Hubo círculos mellistas, como el de mi ciudad, donde el retrato de don Jaime permaneció siempre aquellos años… de cara a la pared, hasta que en 1930, media vuelta al retrato y aquí no ha pasado nada.
Una última acusación nos brinda el señor Ferrer Bonet, y es el «suicidio político» de haber contribuido al «suicidio» del régimen liberal al no apoyar con todo calor los intentos de Primo de Rivera. Es notorio que el jaimismo recibió bien, y hasta con entusiasmo, los comienzos del Directorio Militar. Don Jaime habló clara y dignamente en su carta al marqués de Villores. El Sindicalismo Libre, obra y hechura de los jaimistas, fue quizá demasiado instrumento al servicio de la Dictadura. Pero ésta persiguió en seguida a los jaimistas. Cuando en abril de 1924, don Jaime instituye la Medalla y la Fiesta de los Veteranos de la Causa, los gobernadores civiles impiden las celebraciones jaimistas. A los dos años don Jaime ha visto claro que la Dictadura se prolonga sin que vaya al fondo de la problemática política nacional. Y anuncia con certera intuición su fracaso y le retira su confianza. A los cuatro insiste, y se ofrece generosamente para ¡una posible solución de tránsito! Hubo casos de jaimistas, como el de Bru Jardí, de Barcelona, que tuvieron asiento en la Asamblea Nacional, no como jaimistas, sino como representantes del Sindicalismo Libre y con autorización del Rey Don Jaime, gestionada por el marqués de Villlores, y al mismo tiempo conservaba su cargo de presidente del círculo jaimista «La Margarita», de Gracia. Ahora bien, pretender que la Comunión Tradicionalista debió comprometerse como tal y volcarse a favor de la Dictadura, que no ofrecía garantías de acierto, para salvar del naufragio a la monarquía liberal, es lo mismo que acusar al Carlismo en toda su historia. ¿Por qué no apoyó la obra restauradora de Cánovas del Castillo? ¿Por qué no se unió a Pidal y Mon? Etc. El gran acierto de Primo de Rivera hubiese sido llamar decididamente a don Jaime. Nos hubiéramos ahorrado el diluvio de sangre y sufrimientos de 1936-39, que sólo el Carlismo supo y pudo convertir en auténtica Cruzada por Dios y por España.
La alteza de miras, la gallardía, el desinteresado patriotismo de don Jaime tienen muchos argumentos en su favor. Ante su robusta personalidad humana y política se rindieron, de una forma u otra, generales tan ilustres como Franco, Primo de Rivera, Sanjurjo, Martínez Anido y Arlegui; respetos y homenajes le tributaron personalidades tan dispares como Royo Villanova, Santiago Alba, Sánchez Guerra, Cambó, Maciá, Lerroux, Paul Doumer, etc.
Ningún titular de la dinastía liberal pudo jamás parangonarse con Carlos V, Carlos VII, Jaime III y Alfonso Carlos I.
Termino con el anuncio de la aparición del folleto que contiene un estudio sobre «El misterio del famoso pacto», editado por la Editorial Católica Tradicionalista, de Sevilla, a cargo de los carlistas de Liria. Esperamos que el señor Ferrer Bonet lea y digiera su contenido, y se dé cuenta de muchas cosas. Porque lo que no se debe hacer es desprestigiar a la Causa y a sus Reyes con interpretaciones torcidas, y lo que no se puede hacer tampoco es escribir de lo que no se sabe.
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