…“No se cuente con nosotros a la hora de las taifas…”


Revista
FUERZA NUEVA, nº 581, 25-Feb-1978

“NO SE CUENTE CON NOSOTROS A LA HORA DE LAS TAIFAS”

(…) El germen de la unidad

En Toledo, cobijados bajo la sombra del Alcázar, que desde que contemplamos, y la proximidad inmediata del paseo de Recaredo, que nos circunda, queremos en la mañana de hoy hacer patente nuestra profesión pública y privada de estos dos máximos valores: el amor a Dios y el amor a España una y unida.

Porque no podemos olvidar que España como nación es hija del concepto cristiano de la vida y de los valores de la civilización mediterránea, faros que desde los primeros años de la historia conocida no han dejado de iluminar al mundo.

La evangelización de España por el apóstol Santiago, la tradicional devoción a la Virgen, la influencia social de los concilios de Toledo, toda la épica de los reconquista de nuestro suelo frente a la invasión musulmana, marcan el sentido religioso de los primeros pasos de nuestra nacionalidad. Esta profunda cristianización operada sobre la primitiva población aborigen, que ya había recibido huellas indelebles de las culturas mediterráneas y muy especialmente de la romana, constituyó la primitiva unidad de nuestro pueblo, el principal aglutinante hispánico que ha perdurado durante más de un milenio.

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Durante la Edad Media se fragua lentamente la unidad política de los pueblos peninsulares al calor de una fe y de un quehacer comunes. En coyunturas como las Navas de Tolosa se reúnen en un mismo empeño de supervivencia todos los reinos españoles. La culminación de la epopeya de la Reconquista coincide en el tiempo con el comienzo de la hazaña nacional más grande de la historia, inigualada aún por pueblo alguno: el descubrimiento, la cristianización y la civilización de todo un continente, de un nuevo mundo.

En la nación española están profundamente unidos elementos indisociables, pero de espíritu a veces muy diverso. Son sus regiones. Separad de España a Cataluña, Vascongadas, Galicia, Andalucía o Castilla y prescindiréis de un aspecto fundamental de la nacionalidad española. No comprenderéis ya la historia de España, limitando gravemente sus posibilidades futuras. Se podrá hablar de una cultura catalana, vasca, gallega, andaluza o castellana, pero esas culturas regionales serán siempre una parte de lo que el mundo conoce por cultura española, cuya acción civilizadora, cuyo admirable conjunto se basa en un perfecto equilibrio nacional que al cristalizarse permitió llevar a cabo grandes hazañas históricas.

Los que amamos el destino de nuestra empresa en común somos tildados de opresores, pero es que, llevado al terreno de la práctica, ¿puede un padre contemplar cómo un mal hermano rompe la unidad fraternal de la familia?, ¿o defenderá la unidad en aras de la libertad familiar?

El fomento de todo libertinaje taifista que atente contra el sentido nacional es un suicidio estúpido. No es ya un problema de instrumentación política. Así como el sentimiento de la Justicia envuelve el concepto de la ley, el sentimiento nacional envuelve el contorno de lo regional.

El sentido regional es constructivo cuando aporta al sentido nacional nuevos motivos de unión y engrandecimiento; sin embargo, si se crea para atentar contra él, es la más descarriada de las licencias. Todo aquello que desarrolle los méritos del sentimiento local a favor de la causa nacional es positivo, y por eso nosotros, en este sentido, imitando a Joaquín Costa diremos: “por ser castellano soy español dos veces”.

Es loable digno y justo defender el patrimonio espiritual y cultural de una región, siempre que esa defensa se haga a favor del enriquecimiento de la cultura nacional (…). Lo que realmente desune y separa es la mala política que manipula torpe y aviesamente a la cultura como órgano de segregación.

No se puede vivir la historia a contrapelo del destino universal y si nuestro destino apunta hacia la unión de los pueblos ibéricos en comunión con la Hispanidad, el separatismo es un necio genocidio que se incubará en minorías, pero no en la generalidad de los españoles que han adquirido una clara conciencia de que las naciones sólo pueden alcanzar la verdadera libertad a través de la grandeza que sanciona la fusión de los pueblos en el respeto cristiano hacia la natural variedad de los hombres.

El separatismo local es signo de decadencia que surge cuando se olvida que una patria no es aquello inmediato, físico, que podemos percibir hasta en el estado más primitivo de espontaneidad. Una patria es una empresa en común, es una misión en la Historia (…). No nos dejemos engañar y tengamos conciencia exacta del concepto de patria. (…)

Ricardo ALBA