Mauregato, hijo bastardo de Alfonso I, había ascendido al trono de Austurias con la ayuda de Abderramán I. Entre las condiciones que tuvo que cumplir para pagarle el favor estaba el pago de cien doncellas a modo de tributo para el harén del rey moro. Esto fue en el año 783. Cinco años más tarde, los condes Arias y Oveco matan a Mauregato en venganza por tan ignominioso tributo. Bermudo, sucesor de Mauregato, intenta sustituir el tributo de las cien doncellas por un pago en dinero. Después de Bermudo reina Alfonso II el Casto, que rechaza incluso el impuesto en dinero, y lo consigue venciendo al jefe moro Mugait en la batalla de Lodos. Algún tiempo más tarde, reinando Ramiro I, Abderramán II quiere reinstaurar el tributo de las cien doncellas. En una situación de debilidad, el rey cristiano y los nobles acceden. Cuenta la leyenda que las siete doncellas que le corresponde entregar a la villa de Simancas se hicieron cortar una mano en señal de protesta (Simancas vendría de siete mancas). A su vez, los cristianos reaccionan horrorizados por lo de Simancas y, con la ayuda del apóstol Santiago, vencen a los moros en Clavijo poniendo fin al tributo de las cien doncellas.
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