Jervis y Nelson bloquean Cádiz:
A mediados de abril de 1797, Jervis y Nelson establecían el bloqueo de Cádiz, defendido por D. José de Mazarredo, quien suplicó al almirante inglés, como cuestión prioritaria, por ser los más cercanos a las naves ofensivas, permitiera a los pescadores gaditanos que pudieran continuar con sus faenas sobre sus pateras en las aguas circundantes. Al día siguiente, el almirante sitiador contestaba encabezando su carta con esta frase:
«Nada me causará mayor satisfacción que suavizar el azote de la guerra entre las gentes de dos naciones formadas para vivir entre sí con estimación y concordia» (...) «Suplico a V.E. que me haga la justicia de creer que soy incapaz de causar la menor injuria a los inofensivos habitantes de las naciones contra quienes estoy empeñado en hostilidades por las órdenes de mi soberano, en cuyo desagrado incurriría ciertamente si no usase de toda humanidad en las operaciones militares».
Mazarredo, un preclaro marino de la Ilustración, que va a defender Cádiz con todas sus fuerzas y toda su inteligencia, dirá a sus oficiales la frase, reflejo de su talante y que para el s. XXI quisiéramos oír la inmensa mayoría de los ciudadanos del mundo de sus dirigentes: «Nunca tenga cabida en vosotros la ferocidad». Con Mazarredo y hombres de la talla de Federico Gravina, Antonio de Escaño y Cosme Damián Churruca, Cádiz podrá sentirse seguro, pese a la fuerza enemiga... A Mediados de junio una reducida fuerza naval española formada por navíos, faluchos, cañoneras, botes y sereníes, se aprestaban a la lucha. A las nueve de la noche del tres de julio, una bombarda inglesa rompía el fuego sobre el castillo de San Sebastián. Inmediatamente, fuego y ruido llenaban los tranquilos aires del verano gaditano; obuses y granadas caían sobre la Caleta ante el terror de pescadores y vecinos. Nelson dirigía a bordo de una lancha de trece hombres las operaciones de ataque. Mal se pusieron las cosas para los españoles, hasta que el valor de los marinos españoles, superando el normal miedo ante un enemigo destacadamente mejor armado, sería principio de una feroz contraofensiva que llegará hasta el abordaje sobre los botes ingleses por los hombres de las lanchas españolas capitaneadas por Cavalieri y Ferriz (muerto el primero, herido el segundo). Cuando Ferriz recobre el conocimiento podrá contemplar cómo un jefe inglés lo sujeta, impidiendo que fuera rematado por la soldadesca: ese jefe era el contraalmirante Nelson, segundo de Jervis, que por disposición de éste dirige el bombardeo sobre la ciudad. Cuentan las crónicas que muchos gaditanos huyeron hacia los pueblos cercanos, conscientes de que la ciudad sería arrasada y conquistada si un milagro no lo remediaba. Pero los milagros no llegan sin que quien los espera no ponga toda la carne en el asador». Y así tuvo que ser. Cádiz se salvaría -como era premisa de Mazarredo- con valor, pero sobre todo con esfuerzo e inteligencia; en el tiempo de siete días la ciudad se puso «manos a la obra», armando ocho tartanas y diez barcos grandes bien armados. ¡Trabajo les iba a costar a los ingleses apoderarse de Cádiz! El 5 de junio, Mazarredo apostaba en la Caleta 16 lanchas cañoneras, mientras otras 15 quedaban en la boca del puerto. Ese día, al anochecer, una bombardera inglesa se dirigía nuevamente a la ensenada de levante, la Caleta, para infligirle un duro castigo de obuses. A las 9,55, las fuerzas de Mazarredo rompían el fuego desde la cercana zona del vendaval. En la madrugada, el mar de Cádiz ardía entre las llamaradas de los obuses y el estruendo de las explosiones. El fragor de la artillería era casi apocalíptico, tanto como el miedo de los más avezados marinos, conocedores de tempestades, abordajes y corsarios... Ante la dura resistencia, el enemigo, por fin. se retiraba. Un segundo intento, también infructuoso, tendrá lugar días más tarde; a media mañana, desde la Caleta, las lanchas cañoneras rechazaban a los ingleses con tal energía, que la famosa bombardera de Nelson quedaba fuera de combate. Nelson y Jervis se retiraban de Cádiz rumbo a Tenerife. Lo que al famoso héroe de Abukir le había parecido sería un tranquilo paseo por las aguas gaditanas, resultó ser una contraofensiva española con todas las de la ley, obligando al inglés a la retirada hacia otras latitudes, tal vez más propicias para una victoria. En 1805 la suerte personal de Nelson sería muy distinta: moriría en Trafalgar, destruyendo, al propio tiempo, a la flota franco-española mandada por el almirante Villeneuve.
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