Fuente: El Pensamiento Navarro, 21 de Agosto de 1969, página 3.


Hace más de cien años

CUANDO EL CARLISMO HABÍA MUERTO

Por Ignacio Romero Raizábal


– I –



Tengo una colección encima de la mesa, encuadernada, de un semanario satírico carlista del siglo XIX, impresionante. Y que es, a su modo, como un Kempis político, por las meditaciones que sugiere de viva actualidad en multitud de temas, por lo del magisterio de la Historia.

Sí; hace cien años, a una distancia entonces de la primera de nuestras guerras civiles como nosotros hoy de la Cruzada de Liberación, el Partido Carlista había muerto una vez más. Pero ésta de ahora –hace cien años–, más de verdad que otras. Lo que no pudo conseguir la traición del Abrazo de Vergara primero, ni más tarde las intentonas del 55 al 57 en Cataluña, saltándonos a la torera trances de menos importancia, lo iba a lograr en poco más de un santiamén de días el fracaso de San Carlos de la Rápita, en el 60. Este desastre, cuando la Causa de la Legitimidad tuvo más cerca las caricias del éxito, constituyó su más rotundo R.I.P. Era lógico.

La catastrófica aventura del general Ortega, extendió sobre el mapa de España, cubriéndola como un sudario, la partida de defunción del Partido Carlista. Había muerto 5 años atrás, en el destierro, Carlos V. Sus dos hijos mayores, Carlos VI y Fernando, tras caer prisioneros y perdonárseles la vida, previa renuncia al Trono, morirían en Francia de muerte misteriosa con unos días de intervalo, sin dejar descendencia. Su único hermano, el ridículo Juan III, con cuyo nombre está enterrado en Trieste, reclamaría sus derechos a la Corona coqueteando con el liberalismo, y acabó por aceptar la rama usurpadora y… por quedarse solo, sin otra representación que la de un traidorzuelo barato y que no suponía nada. Sus hijos, nuestros futuros Carlos VII y Don Alfonso Carlos, vivían con su madre en la Corte de Módena rodeados de extranjeros y bajo la prohibición de que a los príncipes, de 12 y 11 años, se les hablase de Carlismo y de España… Estaba muerto, sí, el Partido Carlista. Como nunca lo estuvo. Sin esperanzas de resurrección. Lógica y científicamente muerto.

Sin embargo, el Carlismo no tardaría en revivir, si es que en realidad había muerto. Y fue un síntoma interesante la aparición de uno de aquéllos semanarios satíricos, tan de moda en el siglo XIX, verdaderos barómetros de la política del país.

Éste al que me refiero, y cuya colección encuadernada, a falta de unos pocos números, tengo sobre la mesa, se llama “El Papelito”. Y apareció de un modo tan audaz como hábil para probar fortuna. Ya dijimos que el Partido Carlista había muerto. Su único órgano en la Prensa de entonces era el diario madrileño “La Esperanza”, que había dirigido y prestigiado contra viento y marea, inconcebiblemente, el benemérito don Pedro de la Hoz. Y “El Papelito” dio el salto a la palestra en marzo del 68, no como semanario carlista, sino como “periódico para reír y para llorar”. A ver lo que pasaba…

Y pasó que fue un éxito. Redondo. Tanto, que después del “Número-Muestra”, que es el primero de la colección, el siguiente del tomo es el 11, y faltarán también el 12 y el 14, y el 18 y el 19, y los que sean. Cosa que hace pensar cómo el viejo carlista que los coleccionó con tan meticuloso esmero, y que no vivía en Madrid, el abuelo del actual propietario y padre de un ilustre periodista de “El Siglo Futuro”, no pudo hacerse entonces, hace más de cien años, con esos números que faltan.