En contestación, ahora que tengo algo de tiempo a Martín Ant , desde luego, no pretendo cuestionar a Don Federico Suárez Verdaguer sobre la categoría de su trabajo como historiador, ni nada parecido. Yo no soy más que un simple aficionado a la lectura, y sería comparar un minúsculo grano de arena, con la inmensidad del universo. Pero me permito la libertad de opinar, si se me permite, y sinceramente, una figura perteneciente al Opus Dei, a la que aprecio en doble manera, primero, porque era valenciano, tierra de mis antepasados, y segundo, porque fue primer Decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra, mi tierra. En su vasta tarea de historiador ha sido un escrupuloso y fiel recopilador de datos y narrador de hechos y acontecimientos. En este sentido, habría que decir que fue un historiador positivista, para quien lo que no está en los documentos o de lo que no hay pruebas, no está en el mundo, y también ejerció durante muchos años del rey Juan Carlos, y aquí está la cuestión, y es que su valoración o, digamos interpretación de determinadas cuestiones monográficas relativas a temas político-sociales del periodo que nos ocupa, es a mi parecer, defensora a ultranza de una interpretación muy conservadora, casi reaccionaria y profundamente antiliberal de los sucesos acontecidos en España aprincipios del siglo XIX. Su versión no considero que sea del todo imparcial, ya que a mi entender, en buena medida se manifiesta heredera de la tradición antiliberal del siglo XIX.
Podría estar catalogado como perteneciente a la corriente historiográfica del moderantismo, y pienso que denosta demasiado tanto a la Ilustración como a la Revolución, por llamarla de alguna manera, al periodo constitucional de 1812. Se empeñó en presentar a esta última de una forma demasiado incipiente como un producto del azar histórico ya que, y según su criterio, y en parte, también lo es el mío si se aprecia a lo largo del artículo, ni enlazaba con la tradición, ni fue requerida por el pueblo, el cual no deseaba cambios y mucho menos que se sustituyera no ya el orden, si no más bien el desorden monárquico, que es lo que creo bajo mi punto de vista que estaba ocurriendo, por una institución política de nuevo cuño, que a mi entender, también enjuicio como desorden. Esto, Don Federico, lo hace de una forma tozuda, en mi opinión, que casa a la perfección con un cierto sanchopancismo español, partidario de profesar una fe ciega y sin quebraderos de cabeza y a su vez, repetir hábitos perennes de un pasado que precisamente, poco dieron de positivo en la gloriosa Historia de España.
Mi intención es dar un punto de vista más desde una doble visión que de un ángulo cerrado, y es lo que pretendo explicar a lo largo y ancho del documento es precisamente una cosa, que fue lo que en su momento podría ser la necesidad de un cambio, y la otra, que fue el desastre no ya de la monarquía fernandina, si no también del liberalismo de la época. Ahora se pueden dar todos y cada uno de los vítores que crean convenientes a las manifestaciones que de una u otra manera, solapan las opiniones que pretendo exponer, pero pienso que antes de enjuiciar, es más conveniente saber escuchar hasta el final. Luego...opinen lo que crean conveniente.
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