9. QUEJAS DE LOS MASONES SOBRE LA PREPONDERANCIA JUDÍA EN LAS LOGIAS.
En 1862, un masón berlinés hizo editar un folleto de ocho páginas, quejándose de la preponderancia que los judíos tenían en las logias. Bajo el título «Signo de los tiempos», señalaba el peligroso carácter de las elecciones berlinesas de 28 de abril y 6 de mayo del mencionado año. «Un elemento —decía— ha aflorando a la superficie y ha ejercido una peligrosa influencia, disolvente en todos los sentidos: el judío. Los judíos están a la cabeza con sus escritos, palabras y acciones; son jefes y agentes principales en todas las empresas revolucionarias, hasta en la construcción de barricadas. Bien claro se ha visto esto en Berlín, en 1848. ¿Cómo es posible que en Berlín hayan sido elegidos 217 electores especiales judíos, y que, en dos distritos, hayan sido elegidos sólo judíos con exclusión de cualquier otro candidato cristiano?
Este estado de cosas iba a empeorar desde entonces. Los judíos formaban la mayoría de la Corporación municipal, de modo que Berlín podía ser llamado, con justicia, la capital de los judíos.
En la Prensa, los judíos hablan del «pueblo» y de «la nación», como si sólo hubiese judíos y los cristianos no existiesen. La explicación de tal hecho pueden darla los masones agitadores que, según el Hermano Lamartine, originaron las revoluciones de 1789, 1830, 1848, etc. etc., declaración confirmada por el Hermano Garnier Pagés, ministro de la República, que declaró públicamente, en 1848, que «la revolución francesa de 1848 constituía el triunfo de los principios de la liga masónica»; que Francia había recibido la iniciación masónica, y que 40.000 masones habían prometido su ayuda para concluir la obra gloriosa del establecimiento de la República, destinada a extenderse por toda Europa y, al fin, sobre toda la faz de la tierra».
El colmo de todo esto es el poder político y revolucionario de los judíos, según las palabras de J. Weil, jefe de los masones judíos, que decía en un informe secreto: «Ejercemos una poderosa influencia sobre los movimientos de nuestro tiempo y del progreso de la civilización hacia la republicanización de los pueblos». Otro jefe masónico, el judío Louis Boerne, decía, también en un escrito secreto: «Hemos sacudido con mano poderosa los pilares sobre los que se asienta el viejo edificio, hasta hacerles gemir».
Mendizábal, también judío, alma de la revolución española de 1820, llevó a cabo la toma de Oporto y Lisboa y, en 1838, realizando, mediante su influencia masónica, la revolución en España, llegando a primer Ministro.
El judío Mendizábal, había prometido como ministro, restaurar las precarias finanzas de España, pero, en un corto espacio de tiempo, el resultado de sus manipulaciones fué un terrible aumento de la Deuda nacional, y una gran disminución de la renta, en tanto que él y sus amigos amasaban inmensas fortunas. La venta de más de 900 instituciones cristianas, religiosas y de caridad, que las cortes habían declarado propiedad nacional a instigación de los judíos, les proporcionó magnífica ocasión para el fabuloso aumento de sus fortunas personales. Del mismo modo, fueron tratados los bienes eclesiásticos. La burla impudente de los sentimientos religiosos y nacionales, llegó hasta el punto de que la querida de Mendizábal se atrevió a lucir en público un magnífico collar que hasta poco tiempo antes había servido de adorno a una imagen dé la Santa Virgen María, en una de las iglesias de Madrid.
El masón berlinés de que hacíamos mención al principio continuaba diciendo: «El peligro para el trono y el altar, amenazados por el poder de los judíos, ha llegado a su punto máximo, y ya es tiempo de dar la voz de alarma, según acaban de hacer los jefes de la Masonería alemana, al decir; «Los judíos han comprendido que el «arte real» (el arte masónico) era un medio capital para establecer sólidamente su propio reino esotérico... El peligro amenaza, no solamente a la Masonería, nuestra Orden, sino a los Estados en general... Los judíos encuentran en las logias múltiples ocasiones para practicar su archiconocido sistema de corrupción, sembrando la confusión en muchos asuntos... Si se tiene presente el papel que jugaron los judíos en los crímenes de la Revolución francesa y en la usurpación corsa; si se tiene en cuenta la obstinada creencia de los judíos en un futuro Reinado israelita sobre todo el universo y su influencia sobre gran número de ministros de Estado, se advertirá cuan peligrosa puede ser su actividad en los asuntos masónicos. El pueblo judío forma una casta en oposición hostil a toda la raza humana, y el Dios de Israel no ha elegido más que a un pueblo, al que todos los demás han de servir de «escabel».
«Considerad que entre los 17 millones de habitantes de la Prusia, no hay más de 600.000 judíos; considerad con qué ardor convulsivo trabaja esta nación, de vivacidad oriental e irreprimible, para lograr por todos los medios subvertir el Estado; por ocupar, incluso mediante dinero, los establecimientos de enseñanza superior y monopolizar en su favor los puestos del Gobierno; considerad asimismo el insuperable horror de estos mercaderes del dinero por todo trabajo manual; observad la opresión que nuestros artesanos sufren por causa de la especulación y usura de los judíos, y preguntaos entonces cual debe ser el peso de las cadenas que han aherrojado, por obra de ellos, a aquellos de nuestros compatriotas que ganan el pan con el sudor de su frente.
«El judío rehúsa fundirse con la masa del pueblo; sólo lo hace con la clase noble, pues pretenden convertirse en la nobleza oriental de Alemania. Quieren ejercer manifiesto dominio sobre nosotros como presidentes, ministros, gobernadores, oficiales, mayores, pero jamás consentir en figurar entre las filas de los obreros.
«Existe en Alemania una alianza secreta con formas masónicas, situada bajo el mando de jefes desconocidos, que trabajan con fines no masónicos. Los miembros de esta alianza son casi todos judíos; trabajan en grados y sistemas, con ritos y símbolos cristianos solamente en apariencia
«¡No desdeñéis nuestra advertencia en este momento de peligro! No se trata de calumnias ridículas, en las que sólo creería el pueblo iletrado, sino de un fraude inaudito y desvergonzado, en el que se abusa de las cosas más sagradas. Estos criminales no se esconden en las tinieblas, sino que se muestran a pleno día, como nuestros hermanos y se jactan públicamente de la protección y fraternidad de los príncipes alemanes».
Es un masón a quien acabamos de escuchar. Se queja amargamente de que los judíos forman una Masonería en la Masonería, del mismo modo que ésta forma un Estado dentro del Estado.
«Añadid a esto —continúa el masón berlinés— que hoy los masones recibimos en todas nuestras logias a los judíos, mientras que existen logias judías en las que no se recibe a ningún cristiano, bajo pretexto alguno. En Londres, donde se halla el verdadero hogar de la revolución, hay dos logias judías cuyo umbral no ha sido atravesado por un cristiano. Allí es donde se concentran, y de donde parten los hilos de todas las revoluciones, desde allí se dirigen las demás logias. Allí se encuentran los «superiores secretos», de suerte que casi todos los revolucionarios cristianos no son más que muñecos ciegos en manos de los judíos.
«Durante la feria anual de Leipzig, funciona permanentemente una logia judía, que jamás abre sus puertas a un cristiano. En las logias judías de Francfort y Hamburgo no se admiten más que emisarios de otras logias.
«La conferencia masónica de Bayreuth de 1873 se pronunció en favor de la admisión de los judíos, pero la Gran Logia berlinesa «Los Tres Globos» continuó poniendo dificultades. En abril de 1874, se sometió a todos los Maestres dependientes de la Gran Logia, la cuestión de la admisión de los judíos; la votación se resolvió con 1390 votos a favor, y 1395 en contra.
El periódico masónico Bauh'tte del 6 de junio del mismo año, furioso contra tal mayoría negativa, calificaba a sus componentes de «obscurantistas masónicos». Y, añadía: «Esta exclusión oficial de una gran familia masónica es una medida dura y poco fraternal, una negación de idea fundamental del arte real, una herejía en la Masonería y un anacronismo».
Pero, al fin, los judíos tendrán acceso a todas las logias. Son lo bastante hábiles para saber unir las ventajas de la Masonería y las propias de su raza. El fin de la Masonería —el imperio del mundo— es idéntico al de la raza, cuyo futuro Rey formular esta promesa: «Todos los pueblos de la tierra te adorarán, y se te someterán todas las naciones» 31.
Su Mesías no es, sin embargo, un individuo, sino su raza entera dominando, por medio de la Masonería, a todo el universo.
En Europa guardan con celo el secreto sobre la existencia y número de sus logias, pero en América son menos reservados. Bajo el nombre de Bnaï Brith (Hijos de la Alianza), su confederación masónica consigue admisión en todas las logias, primera ventaja para ellas, a la que se ha de agregar la inaccesibilidad en que mantienen las logias de carácter exclusivamente judío, de las que en el último tercio del siglo XIX había ya más de 210. La número 1 se fundó en Nueva York en 1843, y cuenta con más de 200 miembros Hace 20 años el número de judíos americanos masones se elevaba a 18.000.
Carlile, una de las mayores autoridades masónicas, dice: (pág. 86). «La Masonería de la Gran Logia es, en la actualidad, enteramente judía».
La «Gaceta de la Cruz», órgano principal de los conservadores prusianos, dedicó, del 29 de junio al 3 de julio de 1875, una serie de artículos en los que se demostraba que los principales ministros de los gobiernos alemán y prusiano, sin exceptuar al príncipe de Bismarck, estaban en manos de los reyes judíos de la Bolsa, y que los banqueros judíos eran quienes, de manera práctica, gobernaban Prusia y Alemania. Esto hizo decir al judío Gutzkow: «Los verdaderos fundadores del nuevo Imperio alemán son los judíos; judíos son los adelantados en todas las ciencias, la prensa, la escena y la política».
M. Stamm escribió en 1860 un libro sobre este tema, en el que se prueba que «el reino de la libertad universal sobre la tierra será fundado por los judíos. En el mismo año, Sammter publicó en el Volsblait una larga carta para demostrar que «los judíos ocuparán muy pronto el lugar de la nobleza cristiana; la aristocracia caduca debe perder su puesto en esta época de luz y de libertad universales, a la que tan próximos estamos. ¿No comprendéis —escribe — el verdadero sentido de la promesa hecha por el Señor Dios Sabaoth a nuestro padre Abraham?, promesa que se ha de cumplir con seguridad, la de que un día todas las naciones de la tierra sometidas a Israel. ¿Creéis que Dios se refería a una monarquía universal, con Israel como rey? ¡Oh, no! Dios dispersó a los judíos sobre toda la superficie del globo, a fin de que constituyesen una especie de fermento, entre todas las razas, y al cabo, como elegidos que son, extendiesen su dominación sobre ellas».
No es probable que la terrible opresión sufrida por las naciones cristianas de Europa, que se ven empobrecidas por la usura y la avaricia de los judíos, y se quejan de ver las riquezas nacionales acumuladas en manos de los grandes banqueros, se calme con esporádicos levantamientos antisemitas., Las monarquías cuyos cimientos no están aún pulverizados por el martillo masónico, y cuyas dinastías no están aún reducidas al nivel de los masones descamisados, descalzos y con los ojos vendados, se coaligarán contra la secta monstruosa, y harán pedazos las filas de los anarquistas. El propio Carlile, masón furioso, dice, aterrado de la suerte de la humanidad entre las manos de los judíos: «Cuando los legisladores vuelvan a ocuparse de las sociedades secretas, harán bien en no hacer una excepción en favor de la Masonería».
El privilegio del secreto está legalmente acordado a los masones en Inglaterra, Francia, Alemania, y, creemos, en todos los países. El hecho de que todas las revoluciones salgan del fondo de las logias, sería inexplicable si no supiéramos, que, con la momentánea excepción de Bélgica, los ministerios de todos los países se hallan en manos de masones dirigidos, en el fondo, por los judíos.
Lo que hemos expuesto parece suficiente para desvelar uno de los grandes misterios de la Masonería. ¿Quiénes son sus rectores secretos? La respuesta es clara: los judíos.
31. Salm. LXXI
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