El fenómeno del nacionalcatolicismo o del Estado confesional religioso es un síntoma o efecto más del "derecho" nuevo contemporáneo, fundador del Estado contemporáneo.
Como del Estado, por definición, no puede escapar ningún ámbito social, resulta lógico que también la Iglesia y sus instituciones (en tanto que cuerpos sociales básicos integrantes de la comunidad) caigan también dentro de la órbita del Estado. Ahora bien, como resulta que una vinculación jurídica de la Iglesia y sus instituciones adyacentes con respecto al Estado implicaría una situación de cisma, se creó
a partir del comienzo de la época isabelina ese
modus vivendi entre la Iglesia y el Estado en virtud del cual, si bien la Iglesia no quedaba
de iure sometida al Estado, sí quedaba
de facto totalmente subordinada, considerándose a todos los efectos prácticos como un órgano más del Estado (algo así como le ocurre a la "iglesia" anglicana en el Reino Unido).
Los legitimistas españoles lucharon desde el principio contra semejante barbaridad, e instaban a los obispos a rebelarse contra los representantes máximos de los regímenes revolucionarios de turno, pero desgraciadamente las órdenes llegadas desde Roma dejaban bien claro al Episcopado español la obligación de aceptar ese
status quo, y la consiguiente colaboración con los susodichos representantes máximos (por supuesto, hubo algunas excepciones en el episcopado que respaldaron a los legitimistas: Cardenal Caixal, Cardenal Monescillo, Cardenal Segura, etc..., siendo por desgracia normalmente neutralizados desde Roma).
Después del Vaticano II, parecía que ese
modus vivendi (subordinación
de facto al Estado) iba a terminar; se iba a cumplir por fin el sueño de los legitimistas españoles de tener a su lado al Episcopado español en rebelión contra los representantes del poder político revolucionario del momento pero... ¡ay!, esa rebelión del episcopado en pro de su legítima independencia ya no se hacía desde los postulados de la tradición política española, sino desde los postulados del progresismo, postulados que venían a envenenar y tergiversar lo que había sido siempre una causa justa tradicional.
Entonces se da el caso curioso de que en el actual Estado se han ido eliminando los factores que habían ido determinando esa consideración
de facto de la Iglesia como órgano del Estado (juramento de fidelidad al Estado, "lista eclesiástica", presentación de obispos, etc...) desde la época del régimen moderado isabelino... y, sin embargo, asistimos actualmente a la subordinación y colaboración de ese mismo episcopado con los representantes del Estado.
Se podría, pues, denominar
nacionalcatolicismo relativo a la situación de la Iglesia en los regímenes revolucionarios del Estado isabelino, alfonsino y franquista (en tanto en cuanto la relación de subordinación de la Iglesia al Estado estaba gobernada por ese
modus vivendi antes señalado y por los factores que lo hacían posible).
En cambio, pienso que se puede denominar
nacionalcatolicismo absoluto a la situación del Estado actual en el que vivimos, pues se supone que los obispos españoles ya no están atados por esos lazos que caracterizaban el
modus vivendi de los periodos revolucionarios anteriores (isabelismo, alfonsismo, franquismo), sino que se puede decir que la subordinación del episcopado a las autoridades revolucionarias del actual régimen es sincera y total, lo cual es aún todavía peor, y de ahí que yo lo califique con el adjetivo de "absoluta" (en contraposición a las etapas revolucionarias anteriores).
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