JUAN MANUEL DE PRADA
HE aquí uno de los rasgos más distintivos de nuestra época. «Decoro» es palabra desprestigiada en el uso común, una de tantas palabras sobre las que el progresismo contemporáneo ha arrojado una carga peyorativa, despojándolas de su significado originario: una persona decorosa ya no es la que inspira respeto, por adecuar su comportamiento y aspecto a su condición, sino una persona mojigata, pudibunda, retrógrada, escrupulosa en el cumplimiento de convenciones que la modernidad repudia. De modo que, para que no la tachen de tal, la pobre gente abducida se ha propuesto perder el decoro, que es tanto como perder el respeto por uno mismo, pues sólo quien ha perdido el respeto por uno mismo se cree incapaz de inspirarlo. Y, naturalmente, cuando alguien se pierde el respeto a sí mismo necesita, para consolarse, perdérselo también a los demás; y así se instaura el reinado de la chabacanería, donde la falta de decoro se convierte en regla de supervivencia generalizada. Y donde la persona decorosa se convierte automáticamente en diana de escarnio; de tal modo que, para pasar inadvertida, ha de avenirse a ser indecorosa, como cualquier hijo de vecino.
La pérdida generalizada del decoro, que es síntoma elocuente de decrepitud social, se expresa de las formas más variadas y repelentes, todas ellas caracterizadas por el rasgo de la fatuidad, esa especie de risueña complacencia de quienes pretenden que se les respete cuando han perdido el respeto por sí mismos. Y una de las expresiones más sobrecogedoras de esta pérdida generalizada del decoro, que en verano alcanza cúspides pavorosas, afecta al atuendo. El gran Martinmorales solía endulzarnos los meses estivales con viñetas en las que satirizaba esta relajación de los hábitos indumentarios; últimamente lo hace menos, hastiado de predicar en el desierto. Cuando Martinmorales comenzó a denunciar esta lacra, que ejemplificaba en el uso de pantalones cortos por varones adultos, la pérdida del decoro indumentario parecía circunscrita a lugares de veraneo; han pasado apenas unos años y la plaga del pantalón corto -como la más infecta aún de las chanclas- se ha extendido por doquier.
Basta salir a la calle en cualquier ciudad española para tropezarse con hordas que se pasean rozagantes exhibiendo unas pantorrillas satisfechamente pelambrosas, o lo que todavía resulta más estragador para el buen gusto: despojadas de su pelambre por el roce de las perneras del pantalón largo y de los calcetines que las han cubierto durante el invierno. Pero el repeluzno que provoca la contemplación de tales canillas -salpimentadas a veces de granitos, escocidas de ronchones, hasta visitadas por alguna culebreante variz- es apenas reseñable comparado con la náusea que despierta la contemplación de esos pinreles calzados -es un decir- en unas chanclas de goma, también denominadas «flip-flop», onomatopeya que trata de describir el sonido grimosillo que producen al andar. A nadie se le escapa que los pies son una de las partes más comprometidas de la anatomía humana, más propensas a callosidades y malformaciones (hay dedos de pie que parecen percebes de roca); la chancla de goma agrava ese espectáculo generalmente sórdido, porque es un calzado que, al no incorporar sujeción en el talón muestra la transpiración de la planta del pie, convertida ya en mugre (que en algunos casos podríamos calificar de «arqueológica», dada su densidad). Pero la chabacanería ambiental pretende que aceptemos tales adefesios indumentarios (no nos referiremos, por piedad, a esos top reventones que estrangulan las mollas de la tripa a tantas jamonas) con risueña complacencia; es la complacencia de quienes han perdido el decoro, que es tanto como perder el respeto por uno mismo.
http://www.abc.es/20090810/opinion-firm ... 90810.html
Espero que este ensayo de Prada no haya sido publicado ya en el foro.
"El vivir que es perdurable
no se gana con estados
mundanales,
ni con vida deleitable
en que moran los pecados
infernales;
mas los buenos religiosos
gánanlo con oraciones
y con lloros;
los caballeros famosos,
con trabajos y aflicciones
contra moros".
http://fidesibera.blogspot.com/
Nadie lo había colgado, pues es seguro que me acordaría perfectamente. Como siempre atinado, certero, preciso y de verbo fácil. Hoy impera la España cañi de la horteridad, la chabacanería en todo no sólo en la indumentaria, lo cutre y lo soez es moneda de curso legal, y lo que no resulta así es que es pijo.
Expresión de mentecatos y bellacos que sólo saben balbucear, que destrozan la lengua más rica en significados y entonaciones que hay en el mundo, cambiándola por guturalidades que más que palabras parecen eructos . Expresión que nos informa de la indigente envidia de quien la pronuncia, ignorante de su significado verdadero y de sus sinónimos: "pisaverde", "lechuguino", "petimetre", "gomoso". Y que peculiarmente incluye a los mismos "mugrosos" que la pronuncian con desprecio:
"PIJO": individuo joven, en ocasiones adinerado, que sigue las modas".
Y es que lo que no dice Juan Manuel de PRADA es que las chanclas han de ser de Marca, las camisetas han de estar bien serigrafiadas a la moda, los pantalones cortos y semicortos (longitud por la pantorrilla y con cinchas colgantes por los lados) han de pertenecer a cierta tendencia. Hoy un pijo lo mismo lo es el más atildadito de los cursis o "snobs" ("sine nobilitas"), que el más desarraigado macarra con su "chupa" a cuestas.
Hace treinta y tantos años, no había horterilla sin transistor, hoy no hay personaje-masa de esta sociedad que se precie sin su cámara compacta digital siempre presta para todo, ni sin su "MP3" colgando de las orejas. Y para finalizar este somero repaso por la cutrería nacional, no se pueden pasar por alto dos expresiones de culto de lo que fueron "barbarie" primero, para pasar a ser símbolos de esclavitud después: "los tatuajes" y lo que hoy se conoce como "piercing".
Lo excelso, lo sublime, la más elemental de las sencilleces como signo de elegancia natural, de saber ser y estar, todo ha sido sustituido por las nuevas hordas del salvajismo actual. No cabe duda de que esta es una cultura moribunda dentro de un marasmo precursor de la hecatombe final.
"He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.
<<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>
Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.
Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."
En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47
Nada sin Dios
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