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Tema: Males hereditarios de la Revolución francesa: el nacionalismo

  1. #1
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    Males hereditarios de la Revolución francesa: el nacionalismo



    Males hereditarios de la Revolución francesa: el nacionalismo (I)



    El nacionalismo es la ideología o actitud derivada de lo que se ha llamado el derecho de autodeterminación de los pueblos. Éste puede definirse como la capacidad y el derecho que tiene cada pueblo a constituirse en un Estado soberano. De la literalidad de esta definición se desprende el carácter irrenunciable; es decir, del mismo modo que una persona no debería poder disponer de su libertad entregándose a la esclavitud, tampoco un pueblo puede renunciar a este derecho para siempre. En la práctica, no obstante, claramente no se interpreta así, como un derecho-deber. Sería más correcto, pues, definirlo como el derecho que tiene un pueblo para decidir si quiere constituirse en Estado soberano.

    A primera vista se intuye la historicidad del concepto: al ser dependiente a su vez de los conceptos “pueblo” y “Estado”, que cobran su significado actual con la Revolución francesa –como ahora se verá–, es evidente que el nacionalismo es herencia de la misma. Quedará por cuestionarse, acto seguido, su maldad.

    1. Estado y Pueblo

    El Estado al que toda nación tiene derecho a acceder es, discúlpese la obviedad, el Estado. Es decir, el Estado moderno (aquí el adjetivo “moderno” es calificativo, no determinativo; es decir, incide sobre un atributo del objeto al que se refiere, no sirve para diferenciarlo de otros objetos que tengan el mismo nombre). Aunque comparta la denominación “Estado” con anteriores encarnaciones de la comunidad política, constituye una realidad completamente nueva desde su nacimiento con la Revolución francesa. Brevemente, para entendernos, puede caracterizarse como el Estado que es artefacto, frente a la politicidad natural; que es neutral, frente a la ortodoxia; y que es particularista, frente al universalismo. [1] Para nuestro presente objeto conviene destacar el particularismo o la exclusividad, que como se verá tiene fundamental incidencia en la maldad del nacionalismo.

    Cuando se intenta abordar el concepto de pueblo o nación, uno se encuentra con infinidad de definiciones. ¿Cuál es el carácter constitutivo de un pueblo? ¿Es un elemento objetivo, como la lengua, la cultura, la raza? Si es así, ¿cuál? ¿O se trata más bien de algo subjetivo, una voluntad de pertenencia? Es inútil ahondar sobre cada opción, pues desde esta óptica resulta un problema irresoluble. Nadie que haya intentado defender un criterio único ha conseguido convencer a los demás. El problema estriba en un planteamiento erróneo que parte de la idea de la exclusividad de los pueblos, idea sobre la que se apoya la exclusividad del moderno Estado-nación. Cuando se cree haber encontrado un criterio que engloba a todo un pueblo y a nadie más que él, irremediablemente la realidad no tarda en desmentirlo. Y esto es así porque la idea de homogeneidad y exclusividad de los pueblos no es algo que pertenezca a la realidad. Es evidente que los pueblos no son categorías estancas, de forma que donde acaba uno empieza otro. Existen distintos niveles y grados de identidad y comunidad, relacionados también con desigual intensidad en diversas extensiones territoriales. Véanse, paradigmáticamente, los Balcanes, y las consecuencias que el principio de autodeterminación nacional ha tenido en este territorio desde la caída del Imperio austrohúngaro, que en gran medida lo rechazaba.

    Beato Carlos I y IV, último reinante Emperador de Austria y Rey de Hungría, expulsado en 1918
    El elemento nacional es un criterio pésimo para fundar entidades políticas y delimitar sus fronteras. Sólo la Revolución francesa, aprovechando una coyuntura histórica favorable (el reforzado Estado post-westfaliano), convirtió en doctrina política y sociológica esta vinculación necesaria entre nación y Estado. Basta una mirada a la historia –el Sacro Imperio Romano germánico y la Monarquía hispánica foral, por ejemplo– para darse cuenta de que la nación (lugar de nacimiento, sin connotaciones políticas, en su significado original) no había de corresponderse necesariamente con la comunidad política para lograr una armoniosa convivencia. Estos dos ejemplos son doblemente significativos porque llevan a intuir no sólo que la doctrina nacionalista sea falsa y ficticia, sino que además su creación respondió a unos intereses minuciosamente calculados. La España foral y el Imperio destacan por las limitaciones que el poder político central encontraba en las distintas partes integrantes del conjunto. En España, las Cortes y fueros de los reinos; en el Imperio, el poder de los príncipes electores, vasallos no obstante del emperador. Estas limitaciones tenían su razón de ser en la diversidad histórica, jurídica e identitaria de cada parte constitutiva, cada una de las cuales mantenía una autonomía originaria –no delegada del poder central– y por ello no se sentía amenazada, sino más bien enaltecida, por la labor de cohesión que ejercía el poder superior. En otras palabras, la autonomía y subsidiariedad piramidal eran el requisito indispensable para que la separación entre nación y forma política fuese ampliamente bienvenida, para que los pueblos aceptasen unir su suerte políticamente con otros sin temor de perder su identidad. Esto iba acompañado del convencimiento de que cada poder estaba ordenado a la consecución de sus propios fines, y por tanto limitado por ellos, de forma claramente opuesta al carácter absoluto y único de la moderna doctrina de la soberanía. Los poderes locales inferiores, tanto como los superiores, se movían en su propia esfera: mientras que lo superior no interfierera abusivamente en lo inferior, prestarles lealtad no suponía ningún problema. No se trataba de someterse o renunciar a algo que se tenía, sino de dar a cada orden lo debido de acuerdo con su naturaleza.

    Jerarquía del Sacro Imperio, culminando en el Emperador rodeado por los siete originales Príncipes-electores
    A raíz de esta correlación que antes de la modernidad existía entre las formas políticas multi-nacionales (imperio español) o parcialmente nacionales (república de Florencia) y la autonomía subsidiaria, en seguida aparece una sugerente reflexión: una Revolución que pretendía destruir las sociedades intermedias y crear un despótico vínculo directo entre el Estado y el individuo encontró el medio perfecto de hacerlo postulando la inseparabilidad entre Estado y nación, proclamando el exclusivismo de los pueblos que subyace en el nacionalismo para instaurar un Estado particularista frente a la universalidad de la Cristiandad.



    Jerarquía de la modernidad: individuos y Estado
    Pious dio el Víctor.

  2. #2
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    Re: Males hereditarios de la Revolución francesa: el nacionalismo



    Males hereditarios de la Revolución francesa: el nacionalismo (II)


    La ikurriña: como la cruz gamada en la Alemania nazi, la
    bandera de un partido (PNV) se convierte en la oficial de un territorio
    2. Maldad e imposibilidad

    Si esta herencia de la Revolución constituye un mal o no, lo dejo a la consideración del lector. Un vistazo a los libros de Historia contemporánea y a los periódicos basta para señalar las consecuencias que el nacionalismo ha legado y previsiblemente seguirá legando mientras no se cuestione el pretendido derecho de autodeterminación de los pueblos. Basta considerar los actuales fenómenos disgregadores (p.e. separatismo vasco o catalán) e integradores (p.e. Unión Europea) para comprender la irresolubilidad del problema: el exclusivismo nacional exige la creación de un Estado propio a la vez que repudia formas políticas más complejas. Según esta lógica, ser catalán y español a la vez es un absurdo, pues p { margin-bottom: 0.08in; }la nacionalidad sólo cobra sentido en tanto en cuanto vinculada a un Estado, y si reclama para sí un Estado no puede estar subsumido debajo de otro, si se respeta la idea de la soberanía. Ni los nacionalistas catalanes ni los nacionalistas españoles, ambos infectados de la doctrina revolucionaria, pueden consentir esta doble afección. Los primeros ven en ese españolismo una capitulación a un Estado al que no pueden pertenecer (y si a veces pueden contentarse con mera autonomía es por malminorismo político y medias tintas, compromiso de una ideología que por definición no puede aceptar otra cosa que la independencia). Los segundos no pueden aceptar la catalanidad fuera de un sentido administrativo o provincial: si se empleara en un sentido auténticamente nacional verían en ello una amenaza para el Estado español constituido, precisamente porque ellos tampoco conciben la nación separada del Estado. Esta polarización es perfectamente comprensible: ambos comparten la doctrina nacionalista, pero difieren en su apreciación de quién constituye un pueblo.

    Abrazo de Vergara Éste es el irremediable problema que atenaza a España desde que los revolucionarios la convirtieran en Estado liberal. Un problema consustancial al liberalismo, que curiosamente nunca existió en la Monarquía hispánica federativa que se mantuvo hasta el convenio de Vergara de 1839. ¿Cómo es posible este contraste tan pronunciado en tan poco tiempo? Porque el nacionalismo no es el fruto de un largo proceso histórico, sino el triunfo de una doctrina. Porque si se reconoce la realidad del proceso asociativo humano (manifestado con especial evidencia en el carácter federativo de la historia de las Españas) como hizo la España pre-revolucionaria y la Europa pre-protestante, una doble afección y lealtad hacia la nación y el poder político es algo perfectamente natural y en absoluto conflictivo, pues cada cual persigue sus propios fines y es autónomo para su consecución, según el principio de subsidiariedad.


    Dejaré a cada cual que valore el nacionalismo como un bien o un mal, pero yo me contentaré con calificarlo de imposible: la plena realización del ideal nacionalista, donde cada nación tenga su Estado, no está siendo frenada por las grandes potencias del satus quo, sino sobre todo por su misma imposibilidad lógica. Pues, como ya se ha dicho, la concepción exclusivista de los pueblos que necesita el nacionalismo no se corresponde con la realidad, con la naturaleza variada del fenómeno asociativo ascendente. Así, es imposible que se encuentre un criterio veraz para delimitar al pueblo que ha de formar un Estado, ya que, en palabras de Franciso Elías de Tejada, los pueblos no son naciones, son tradiciones:

    "El lenguaje actual emplea el vocablo nación para distinguir los pueblos, defininiendo a la nación por rasgos físicos o como expresiones de la voluntad: la geografía, la raza, el idioma, el plebiscito cotidianamente renovado...
    Frente a estas explicaciones, la tradición define a los pueblos como historia acumulada, considerando dichos factores físicos en la medida en que hayan repercutido en la trayectoria histórica por lo que son: mas nunca como elementos válidos por sí, directa y exclusivamente." [1]
    Mapa lingüístico de Europa en 1914



    3. El espejismo del voto



    Establecida ya la imposibilidad lógica del nacionalismo, concluyo haciendo una observación sobre su operatividad práctica, que resumo en esta afirmación: el derecho a la autodeterminación de los pueblos no es un motor que subyace detrás de la política nacional e internacional, sino que es una teoría (falsa) que se utiliza como legitimación a posteriori de actos que tienen por causa motriz algo bien distinto. Es decir, que la política no está al servicio del principio de autodeterminación, sino que este principio está al servicio de la política.

    Kuwait: defendido en dos guerras
    contra Iraq por el Reino Unido y EEUU,
    ¿celo por la autodeterminación o acceso
    marítimo al Golfo?
    Considérese, por ejemplo, cómo sólo se reconoce este pretendido derecho en tanto en cuanto se instrumentalice mediante una referendum o plebiscito. Una votación jamás será fiel reflejo de la realidad, pues recoge la voluntad de los vivos presentes olvidando los pasados y futuros que, muy especialmente al tratar la votación sobre la existencia o no de una nación, deben ser tenidos en cuenta, pues la perpetuación y continuidad en el tiempo es probablemente el elemento vertebral del hecho sociológico poblacional. Tampoco es siquiera fiel reflejo de la opinión de los presentes, que fácilmente puede cambiar y ser tan legítima en un momento que en otro: si efectivamente la autodeterminación se basa en la voluntad de los votantes, el instrumento destinado a medirla debe ser sensible a estos cambios en el tiempo. Si Escocia convoca un referéndum para independizarse del Reino Unido, falla, y al año siguiente se convoca otro, ¿qué ha de impedir que se convoquen año tras año hasta que funcione? Y una vez que funciona, según esa misma lógica, la Escocia independiente debería seguir convocando referenda con la misma periodicidad por si quiere volver a reintegrarse en el Reino Unido.


    Y lo que es aún más palmario (que si Dios quiere tendremos ocasión de tratar en el futuro): una votación es un instrumento que puede tener muy diversos resultados según cómo la preparen las autoridades constituidas, únicas que pueden convocarla. Tanto el momento en que la votación ha de tener lugar, como las opciones que en ella se ofrecen, y aún la elección de palabras para enunciar las proposiciones, son elementos maleables que, manejados hábilmente por unos pocos que tienen el poder legal de hacerlo, pueden determinar con cierta previsibilidad el resultado. De esta forma, toda votación deja de ser una expresión de voluntad del conjunto para pasar a ser, en realidad, un instrumento legitimador de medidas políticas preconcebidas. La democracia viene a ser, así, el poder de la ingeniería constitucional.

    Plebiscito (trucado) de anexión a Italia, en la película El Gatopardo: durantela unificación italiana fue corriente convocar plebiscitos (cuya validez algunos ponen en duda) en las ciudades ya conquistadas por las armas garibaldinas y saboyardas.
    (Primera parte)
    --------
    [1] Francisco Elías de Tejada y Spínola, Rafael Gambra Ciudad, Francisco Puy Muñoz, ¿Qué es el carlismo?, 1971, ap. 61-62.

    Firmus et Rusticus
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  3. #3
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    Re: Males hereditarios de la Revolución francesa: el nacionalismo

    la Monarquía hispánica federativa que se mantuvo hasta el convenio de Vergara de 1839.
    ¿¿??

  4. #4
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    Re: Males hereditarios de la Revolución francesa: el nacionalismo

    Estas limitaciones tenían su razón de ser en la diversidad histórica, jurídica e identitaria de cada parte constitutiva, cada una de las cuales mantenía una autonomía originaria –no delegada del poder central– y por ello no se sentía amenazada, sino más bien enaltecida, por la labor de cohesión que ejercía el poder superior. En otras palabras, la autonomía y subsidiariedad piramidal eran el requisito indispensable para que la separación entre nación y forma política fuese ampliamente bienvenida, para que los pueblos aceptasen unir su suerte políticamente con otros sin temor de perder su identidad. Esto iba acompañado del convencimiento de que cada poder estaba ordenado a la consecución de sus propios fines, y por tanto limitado por ellos, de forma claramente opuesta al carácter absoluto y único de la moderna doctrina de la soberanía. Los poderes locales inferiores, tanto como los superiores, se movían en su propia esfera: mientras que lo superior no interfierera abusivamente en lo inferior, prestarles lealtad no suponía ningún problema. No se trataba de someterse o renunciar a algo que se tenía, sino de dar a cada orden lo debido de acuerdo con su naturaleza.
    Esto debería matizarse mucho. Se está dando aquí una visión muy sesgada de la historia y de sus instituciones para dar justificación a una ‘teoría de la subsidiariedad política’ (que es mucho más moderna que la época que aquí trata).

    Hay otros componentes “de facto”, que en la Historia de España cooperaron a mantener el antiguo status de los territorios forales. Y no es el menor de ellos la utilización por la nobleza local de sus privilegios, usando como pantalla las instituciones (el poder que conllevaban los cargos políticos) y las antiguas leyes del territorio en cuestión; resumiendo, el respeto por el rey a los privilegios de las noblezas locales de los territorios forales, que en Castilla habían quedado aniquilados con los Reyes Católicos; pero no así en Aragón. Situación que los Austrias mantuvieron; pero que los Borbones restringieron.

    Francia, más trabajada por las teorías absolutistas, acabó de un vuelco con el antiguo Régimen, trasladando el poder absoluto del monarca al pueblo, en 1789. Pero en España el caso era más complicado, precisamente por que la influencia del absolutismo había sido mucho menor y aun en el XIX quedaban vestigios del Antiguo Régimen (aristocratismo, conservadurismo, poder eclesial) a pesar del liberalismo oficialmente imperante. Eso acarreaba, en el fondo, un liberalismo débil, que a la larga acabó minado por los chantajes de los nacionalismos periféricos, crecidos a su vez, por la debilidad del poder central.

    Posteriormente, con el liberalismo imperante (a finales del XIX), el derecho al gobierno local pasó a ser reclamado por los representantes de la soberanía popular de los territorios forales, mezclando astutamente churras con merinas (por supuesto jamás pedían aquellos fueros vascos y costums medievales catalanas): es decir pedían lisa y llanamente el derecho a mandar allí en exclusiva y hacer leyes a su capricho, imitando al liberalismo madrileño y español, que tanto odiaban. Lo que por fin han acabado logrando sin trabas desde 1978.
    Última edición por ALACRAN; 14/09/2011 a las 14:43

  5. #5
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    Re: Males hereditarios de la Revolución francesa: el nacionalismo

    Creo que hay evidencias suficientes en la historia para que no se establezca una relación de causa-efecto exclusiva entre liberalismo y nacionalismo o entre este y cualquier doctrina política pos-revolucionaria.

    No que el liberalismo no tenga potenciado los nacionalismos europeos, los del tipo disgregador como los ocurridos en el imperio austro-húngaro o los del agregador como en Alemania o Italia, principalmente después de la llamada "Primavera de los Pueblos". Claro que sí y el texto del forero Firmus et Rusticus (se le echa de menos) lo describe muy bien. Pero el nacionalismo no es algo nacido de la revolución.

    Los nacionalismos pueden surgir donde quiere que los lazos entre un poder soberano instalado y el pueblo a él sujeto se aflojen. Históricamente lo mesmo es decir en las monarquías cuya lealtad del pueblo a su rey ha sido disminuida - por injusticia y mal-gobierno, por caciquismo o por caciquismo sobre injusticia o mal-gobierno.

    El cacique oportunista es una figura inseparable del surgimiento del nacionalismo. Por eso casi todas las naciones tienen "founding fathers" y no solamente las pos-revolucionarias. La única diferencia entre unas y otras es que antes de la revolución al cacique le tocaba legitimar una deriva dinástica que producía una nación y después de la revolución tendría que producir una nación para legitimar una deriva dinástica o mas comúnmente el nacimiento de una república independiente.

    Véase el ejemplo de Portugal. Antes de Afonso Henriques no había país. Es más: no había portugueses. En el condado portucalense del siglo XII vivían clero y nobleza leales al rey de Castilla y León, con sus gentes. Gallegos y leoneses todos, los apellidos de los portugueses actuales lo siguen siendo. La ambición de un segundo-hijo borgoñés y de unos pocos cortesanos suyos rompieron los lazos entre el soberano y sus súbditos del ponente peninsular . Es un caso de nacionalismo pre-revolucionario.

    La verdad es que casi nueve siglos pasados a los portugueses nos parece que Portugal siempre existió y existirá. Nadie nos preguntó se queríamos construir con otros reinos, condados y señorios hermanos una patria llamada España o quedarnos a parte de ella. Ahora la pregunta ya no hace sentido. El tiempo ya la contestó. Pero en verdad Portugal fue generado y nació en 5 de octubre de 1143. Tiene una fecha de nacimiento y hasta un padre que lo ha registrado. Es una nación.
    res eodem modo conservatur quo generantur
    SAGRADA HISPÂNIA
    HISPANIS OMNIS SVMVS

  6. #6
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    Re: Males hereditarios de la Revolución francesa: el nacionalismo

    Hyeronimus: muy amable por colgar las entradas, me alegro de que gusten.


    ALACRAN: Sobre lo primero: con federativa quiero decir que era una unión de pueblos, si se quiere, hecha desde abajo. Unidos por la Monarquía unas veces por unión dinástica, otras por conquista, pero siempre respetando las particularidades jurídicas, institucionales o identitarias. Respetando los cuerpos intermedios, por entender que la Corona ocupaba la cúpula de un tejido político de asociaciones dentro de asociaciones. Y esto a través de un proceso histórico tradicional en el sentido literal, no con una decisión puntual en plebiscito. Nada que ver con el federalismo moderno, si a eso te referías.


    Y lo segundo: mi intención no era hacer una exposición histórica, ni mucho menos, donde siempre se puede y se debe matizar y profundizar. Quería trazar un esquema conceptual para mostrar que una nación (culturalmente hablando) puede no tener Estado y ser todo lo feliz y libre y demás que se quiera. Pero no creo que sea una visión sesgada. Las ideas de subsidiariedad y cuerpos intermedios son formulaciones recientes, pero surgen como explicación de una realidad anterior. No son construcciones lógicas, son una formulación racional de unos principios que se daban por sentados, dirigida a un mundo que los había abandonado. La subsidiariedad, aunque no se llamase así, era un hecho. No sé si sería porque se creía bueno, o porque los reyes no tenían poder para centralizar todo lo que quisieran, allí entra la historia para valorar y matizar móviles e intenciones. Por lo demás, estoy de acuerdo con las consideraciones históricas.


    Hola de nuevo, Irmão: en esta entrada por nacionalismo he entendido aquella ideología que declara que un pueblo o nación tiene derecho a constituirse en Estado, por el hecho mismo de ser nación. Pero es verdad como dices que siempre ha habido patriotismo fabricado, e incluso que las naciones (en un sentido cultural no político) a veces se forman por impulso de intereses políticos.


    Puede parecer que el nacionalismo aparece junto a la Revolución francesa por circunstancias coyunturales, ya que en Francia existía un colectivo suficientemente homogéneo para que no se produjera una reacción de incredulidad cuando dijeron que Estado=nación. Pero no deja de ser mentira, y cuando esta ideología con pretensión de universalidad se exporta a otros lugares menos homogéneos, pasa lo que pasa.


    Yo entiendo que liberalismo y nacionalismo sí van aparejados en la teoría, no como causa-efecto sino como dos caras de la misma moneda. Lo veo así:


    El individuo es soberano (liberalismo) y por contrato se establece en sociedad (en nación), y en virtud de ese contrato el colectivo pasa a detentar la soberanía. Para que esta sociedad o nación tenga sentido y llegue a la plenitud de su razón de ser, tiene que poder ejercitar esa soberanía siendo un Estado. Negar la soberanía a la nación viene a significar negársela al individuo, y eso es radicalmente anti-liberal.


    Muchas gracias por los comentarios. Un saludo amistoso a todos.
    Pious dio el Víctor.

    -Firmus et Rusticus-


    http://firmusetrusticus.blogspot.com/

    "Haciendo no una revolución en sentido contrario, sino lo contrario de la Revolución"

  7. #7
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    Re: Males hereditarios de la Revolución francesa: el nacionalismo

    ALACRAN: Sobre lo primero: con federativa quiero decir que era una unión de pueblos, si se quiere, hecha desde abajo. Unidos por la Monarquía unas veces por unión dinástica, otras por conquista, pero siempre respetando las particularidades jurídicas, institucionales o identitarias.
    Es que las “particularidades jurídicas e institucionales” que esos pueblos tuvieron se las habían dado unos reyes anteriores. No hay particularidades sin un rey que las haya dado. No olvidemos que si la costumbre tenía validez en las zonas forales era porque un rey así lo reconocía ... y en definitiva, porque le daba la gana.

    Y cuando llegó el Derecho Común a Castilla y Aragón en el siglo XIII, el rey de Aragón lo admitió en sus territorios aun siendo de origen extranjero, y aun así siguió llamándose foral. (Es decir, cambió el antiguo derecho de p.e. Cataluña como un calcetín, pero seguía llamándose foral solo porque era propio de Cataluña). Luego lo de menos era que fuese antiguo o popular sino que era el aplicado en tal territorio "foral" y punto.) Al final del proceso, "foral" significaba solo derecho peculiar de tal reino, pero no popular ni basado en la costumbre. Ojo.

    Y aquí viene el misterio: ¿Por qué aquí siempre sólo se hace hincapié en las leyes que separan a españoles y no en las que los unieron, que incluso son anteriores, como en el caso visigodo?
    ¿Por qué aquí solo defiende a un rey si separó un pueblo hispano dándole leyes particulares... pero no si le da leyes comunes a otros pueblos hispanos, como Alfonso X el Sabio o Felipe V?
    Misterio...

    - Más. Tu esquema (y el de tantos esquemas similares enviados al foro) parece partir en el fondo de un prejuicio que diríamos pro-demócrata: de que el pueblo (“los pueblos”) es bueno y lo que el pueblo quiere está bien... pero que el liberalismo maleó al pueblo. Si los pueblos tienen
    Los que no somos demócratas, en cambio, no lo vemos así, no nos gusta que nos mande el pueblo como tal. Si el rey y los sabios y teólogos daban leyes mejores, fenomenal.

    - Estás resumiendo la Historia de España en función del antiliberalismo y por ello paradójicamente utilizas los mismos conceptos (pueblo, asociaciones, federación, soberanía...) que el liberalismo; sólo que usados en clave antiliberal.

    -La España política medieval y del Antiguo Régimen no era “monarquia y cuerpos intermedios”, era como en toda Europa: rey, nobleza y clero (generalmente enfrentados entre sí y velando por sus respectivos privilegios). Y el papel del pueblo era solo ser espectador. Que conste que a mí como antidemócrata que soy, eso me parece muy bien. Lo digo en serio. Sólo es el papel de la nobleza el que no me gusta.

    - Y por otra parte no se puede meter en el mismo saco en estos esquemas a Castilla con Aragón, que tuvieron una evolución política opuesta hasta el siglo XVIII.

    Todo esto lo digo porque las explicaciones que das convencen al que previamente ya está predispuesto a admitirlas... pero no a un imparcial que se asome a estas páginas y menos si tiene nociones claras de la evolución histórico-política de España. Pongo sobre aviso.

  8. #8
    Avatar de Reke_Ride
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    Re: Males hereditarios de la Revolución francesa: el nacionalismo

    Cita Iniciado por Firmus Ver mensaje
    El individuo es soberano (liberalismo) y por contrato se establece en sociedad (en nación), y en virtud de ese contrato el colectivo pasa a detentar la soberanía. Para que esta sociedad o nación tenga sentido y llegue a la plenitud de su razón de ser, tiene que poder ejercitar esa soberanía siendo un Estado. Negar la soberanía a la nación viene a significar negársela al individuo, y eso es radicalmente anti-liberal.
    Suscribo

    En cualquier caso hablar de nacionalismo pre-revolucionario sigue sin convecerme en demasía.
    Última edición por Reke_Ride; 15/09/2011 a las 20:50
    "De ciertas empresas podría decirse que es mejor emprenderlas que rechazarlas, aunque el fin se anuncie sombrío"






  9. #9
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    Re: Males hereditarios de la Revolución francesa: el nacionalismo

    Estimado ALACRAN,


    Y aquí viene el misterio: ¿or qué aquí siempre sólo se hace hincapié en las leyes que separan a españoles y no en las que los unieron, que incluso son anteriores, como en el caso visigodo?
    ¿Por qué aquí solo defiende a un rey si separó un pueblo hispano dándole leyes particulares... pero no si le da leyes comunes a otros pueblos hispanos, como Alfonso X el Sabio o Felipe V?
    Por supuesto, no tengo nada contra Alfonso X y Felipe V. Todo lo contrario. Considero a Felipe V sobradamente digno de sus antecesores. Sé que lo dices sobre el foro en general, pero ya de paso lo digo. Pero tampoco tengo nada en contra de los reyes que dieron leyes particulares. No veo en la uniformidad jurídica un factor de “unión” o “separación” entre los españoles. Me parece natural que situaciones diferentes se rijan por normas diferentes. Se me viene a la cabeza la famosa frase de Vázquez de Mella, que cito no por pedantería sino porque yo no lo podría decir mejor:
    entonces la Patria estaba formada en lo interior de las conciencias por una unidad de creencias que vosotros habéis roto, y se podía en lo externo aflojar los lazos sin peligro de separación alguna [...] pero si los lazos internos se rompen, si la unidad de creencias desaparece y la unidad moral se quebranta, no bastan todos los lazos externos para mantener la cohesión: entonces llega la época de los grandes centralismos que buscan la unidad externa, la uniformidad en todo. Y es que los hombres no pueden estar unidos más que por los cuerpos o por las almas; y cuando está roto el lazo de las almas, hay que apretar más, para que no se separen del todo, el lazo de los cuerpos.”


    Más. Tu esquema (y el de tantos esquemas similares enviados al foro) parece partir en el fondo de un prejuicio que diríamos pro-demócrata: de que el pueblo (“los pueblos”) es bueno y lo que el pueblo quiere está bien...
    No creo haber dicho eso nunca, y siento que se pueda interpretar así. Cuando he empleado el término “los pueblos” lo he hecho en un sentido cultural, sociológico, sin significado político y menos connotaciones “democráticas”. Creo haberlo usado sólo para sugerir que nunca son entes perfectamente delimitables, como suponen los nacionalismos al crear “Estados” a partir de “naciones”. Quizá esta frase pueda ser ambigua: “para que los pueblos aceptasen unir su suerte políticamente con otros sin temor de perder su identidad.” No me refiero, naturalmente, a una aceptación en referéndum ni en un parlamento. Tampoco entiendo que “los pueblos” sean solo el “tercer estado”: me refiero a la agrupación humana en sentido completo, con sus jerarquías y modo de regirse.


    Estás resumiendo la Historia de España en función del antiliberalismo y por ello paradójicamente utilizas los mismos conceptos (pueblo, asociaciones, federación, soberanía...) que el liberalismo; sólo que usados en clave antiliberal.
    Las mismas palabras, pero no los mismos conceptos. Tengo que usar las palabras si quiero mantener el texto lo más claro y breve que pueda. Pero procuro aclarar antes cuándo los uso en su sentido liberal, y cuándo como propios, y el significado que yo les doy. También es verdad que el liberalismo ha impregnado el lenguaje y ha corrompido el significado original de muchos de esos términos, sólo faltaría que le cediese el monopolio.


    La España política medieval y del Antiguo Régimen no era “monarquia y cuerpos intermedios”, era como en toda Europa: rey, nobleza y clero (generalmente enfrentados entre sí y velando por sus respectivos privilegios). Y el papel del pueblo era solo ser espectador.”
    Con cuerpo intermedio no quiero decir asamblea popular ni reunión de vecinos. Digo simplemente que el poder central tenía límites en instituciones externas, como no lo tiene ahora.
    Pious dio el Víctor.

    -Firmus et Rusticus-


    http://firmusetrusticus.blogspot.com/

    "Haciendo no una revolución en sentido contrario, sino lo contrario de la Revolución"

  10. #10
    Avatar de Reke_Ride
    Reke_Ride está desconectado Contrarrevolucionario
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    Re: Males hereditarios de la Revolución francesa: el nacionalismo

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Cita Iniciado por Firmus Ver mensaje
    Considero a Felipe V sobradamente digno de sus antecesores.
    En algunos aspectos se podría matizar (y no me refiero al tema foral, sino moral...me ha salido un pareado).
    "De ciertas empresas podría decirse que es mejor emprenderlas que rechazarlas, aunque el fin se anuncie sombrío"






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