Males hereditarios de la Revolución francesa: el nacionalismo (II)
La ikurriña: como la cruz gamada en la Alemania nazi, la
bandera de un partido (PNV) se convierte en la oficial de un territorio
2. Maldad e imposibilidad
Si esta herencia de la Revolución constituye un mal o no, lo dejo a la consideración del lector. Un vistazo a los libros de Historia contemporánea y a los periódicos basta para señalar las consecuencias que el nacionalismo ha legado y previsiblemente seguirá legando mientras no se cuestione el pretendido derecho de autodeterminación de los pueblos. Basta considerar los actuales fenómenos disgregadores (p.e. separatismo vasco o catalán) e integradores (p.e. Unión Europea) para comprender la irresolubilidad del problema: el exclusivismo nacional exige la creación de un Estado propio a la vez que repudia formas políticas más complejas. Según esta lógica, ser catalán y español a la vez es un absurdo, pues p { margin-bottom: 0.08in; }la nacionalidad sólo cobra sentido en tanto en cuanto vinculada a un Estado, y si reclama para sí un Estado no puede estar subsumido debajo de otro, si se respeta la idea de la soberanía. Ni los nacionalistas catalanes ni los nacionalistas españoles, ambos infectados de la doctrina revolucionaria, pueden consentir esta doble afección. Los primeros ven en ese españolismo una capitulación a un Estado al que no pueden pertenecer (y si a veces pueden contentarse con mera autonomía es por malminorismo político y medias tintas, compromiso de una ideología que por definición no puede aceptar otra cosa que la independencia). Los segundos no pueden aceptar la catalanidad fuera de un sentido administrativo o provincial: si se empleara en un sentido auténticamente nacional verían en ello una amenaza para el Estado español constituido, precisamente porque ellos tampoco conciben la nación separada del Estado. Esta polarización es perfectamente comprensible: ambos comparten la doctrina nacionalista, pero difieren en su apreciación de quién constituye un pueblo.
Abrazo de Vergara Éste es el irremediable problema que atenaza a España desde que los revolucionarios la convirtieran en Estado liberal. Un problema consustancial al liberalismo, que curiosamente nunca existió en la Monarquía hispánica federativa que se mantuvo hasta el convenio de Vergara de 1839. ¿Cómo es posible este contraste tan pronunciado en tan poco tiempo? Porque el nacionalismo no es el fruto de un largo proceso histórico, sino el triunfo de una doctrina. Porque si se reconoce la realidad del proceso asociativo humano (manifestado con especial evidencia en el carácter federativo de la historia de las Españas) como hizo la España pre-revolucionaria y la Europa pre-protestante, una doble afección y lealtad hacia la nación y el poder político es algo perfectamente natural y en absoluto conflictivo, pues cada cual persigue sus propios fines y es autónomo para su consecución, según el principio de subsidiariedad.
Dejaré a cada cual que valore el nacionalismo como un bien o un mal, pero yo me contentaré con calificarlo de imposible: la plena realización del ideal nacionalista, donde cada nación tenga su Estado, no está siendo frenada por las grandes potencias del satus quo, sino sobre todo por su misma imposibilidad lógica. Pues, como ya se ha dicho, la concepción exclusivista de los pueblos que necesita el nacionalismo no se corresponde con la realidad, con la naturaleza variada del fenómeno asociativo ascendente. Así, es imposible que se encuentre un criterio veraz para delimitar al pueblo que ha de formar un Estado, ya que, en palabras de Franciso Elías de Tejada, los pueblos no son naciones, son tradiciones:
"El lenguaje actual emplea el vocablo nación para distinguir los pueblos, defininiendo a la nación por rasgos físicos o como expresiones de la voluntad: la geografía, la raza, el idioma, el plebiscito cotidianamente renovado...
Frente a estas explicaciones, la tradición define a los pueblos como historia acumulada, considerando dichos factores físicos en la medida en que hayan repercutido en la trayectoria histórica por lo que son: mas nunca como elementos válidos por sí, directa y exclusivamente." [1]
Mapa lingüístico de Europa en 1914
Establecida ya la imposibilidad lógica del nacionalismo, concluyo haciendo una observación sobre su operatividad práctica, que resumo en esta afirmación: el derecho a la autodeterminación de los pueblos no es un motor que subyace detrás de la política nacional e internacional, sino que es una teoría (falsa) que se utiliza como legitimación a posteriori de actos que tienen por causa motriz algo bien distinto. Es decir, que la política no está al servicio del principio de autodeterminación, sino que este principio está al servicio de la política.
Kuwait: defendido en dos guerras
contra Iraq por el Reino Unido y EEUU,
¿celo por la autodeterminación o acceso
marítimo al Golfo?
Considérese, por ejemplo, cómo sólo se reconoce este pretendido derecho en tanto en cuanto se instrumentalice mediante una referendum o plebiscito. Una votación jamás será fiel reflejo de la realidad, pues recoge la voluntad de los vivos presentes olvidando los pasados y futuros que, muy especialmente al tratar la votación sobre la existencia o no de una nación, deben ser tenidos en cuenta, pues la perpetuación y continuidad en el tiempo es probablemente el elemento vertebral del hecho sociológico poblacional. Tampoco es siquiera fiel reflejo de la opinión de los presentes, que fácilmente puede cambiar y ser tan legítima en un momento que en otro: si efectivamente la autodeterminación se basa en la voluntad de los votantes, el instrumento destinado a medirla debe ser sensible a estos cambios en el tiempo. Si Escocia convoca un referéndum para independizarse del Reino Unido, falla, y al año siguiente se convoca otro, ¿qué ha de impedir que se convoquen año tras año hasta que funcione? Y una vez que funciona, según esa misma lógica, la Escocia independiente debería seguir convocando referenda con la misma periodicidad por si quiere volver a reintegrarse en el Reino Unido.
Y lo que es aún más palmario (que si Dios quiere tendremos ocasión de tratar en el futuro): una votación es un instrumento que puede tener muy diversos resultados según cómo la preparen las autoridades constituidas, únicas que pueden convocarla. Tanto el momento en que la votación ha de tener lugar, como las opciones que en ella se ofrecen, y aún la elección de palabras para enunciar las proposiciones, son elementos maleables que, manejados hábilmente por unos pocos que tienen el poder legal de hacerlo, pueden determinar con cierta previsibilidad el resultado. De esta forma, toda votación deja de ser una expresión de voluntad del conjunto para pasar a ser, en realidad, un instrumento legitimador de medidas políticas preconcebidas. La democracia viene a ser, así, el poder de la ingeniería constitucional.
Plebiscito (trucado) de anexión a Italia, en la película El Gatopardo: durantela unificación italiana fue corriente convocar plebiscitos (cuya validez algunos ponen en duda) en las ciudades ya conquistadas por las armas garibaldinas y saboyardas.
(Primera parte)
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[1] Francisco Elías de Tejada y Spínola, Rafael Gambra Ciudad, Francisco Puy Muñoz, ¿Qué es el carlismo?, 1971, ap. 61-62.
Firmus et Rusticus
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