Las pretensiones independentistas tanto en Cataluña, como en el País Vasco, son engrosadas con el artificio del lenguaje que emplean. Por ejemplo, cuando hablan de Cataluña ésta es una nación y para referirse al resto de España lo hacen llamándola Estado. Pues, en base a esta lógica ilógica, podemos decir que Cataluña es una región de la nación española. Pero ellos, hábilmente adoctrinados, o sea, amaestrados, saben que con ello lo que hacen es privar a España de algo como es su propia esencia. España es una patria común; España es una nación en el doble sentido de ser un lugar en el que se nace -sentido latino o romano-, y el lugar común de los españoles donde éstos ejercen su soberanía -sentido revolucionario surgido a raíz de la revolución de 1789 en Francia-. Pero lo que hacen es limitar España en un intento de disminuirla precisamente en la pretensión a la que aspiran: su Estado.

Es decir, ellos se autoproclaman como nación, cuando jamás lo han sido; como patria, cuando no pasa de patria chica poblada por un sesenta por ciento de gentes españolas procedentes de todos los puntos cardinales y reclaman la estatalidad, mientras con un argumento contrario niegan al resto su realidad. De sobra saben lo que si es España, pero la cuestión no reside en que esto sea como un matrimonio mal avenido que busca un divorcio y, a causa de ello, no reconocen aspecto positivo o virtud alguna en la otra parte. En estos casos que, por puro interés, engordan con Galicia, el pretendido nacionalismo valencianista que cabe en un taxi, y otras astracanadas varias, lo cierto es que es una mano la que quiere independizarse o un pie o, si se me apura, el dedo gordo el que quiere ser independiente. Y no se cae en la cuenta de que un órgano seccionado del cuerpo va a la basura si o si en pocas horas. Y todo ello, además, en medio de un discurso engordado hablando en nombre del pueblo catalán o el pueblo vasco que, en cualquiera de ambos casos son mucho más numerosos y de opiniones diversas, que lo que dicen representar estos representantes de pacotilla.

Así las cosas, y ya que nosotros somos el pueblo español que habitamos en una patria común y formamos la nación española, tenemos el deber moral de exigir al gobierno que cumpla con el deber legal de convocar ese referéndum al que todos tenemos derecho.