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Tema: Hacia una política de Encarnación (Frederick D. Wilhelmsen)

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  1. #1
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
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    Re: Hacia una política de Encarnación (Frederick D. Wilhelmsen)

    El artículo es de 1973 y, ciertamente, el autor denotaba bastante optimismo con respecto a la nueva era tecnológica electrónica.

    No comparto en su totalidad todas las partes de este estudio, pero sí estoy de acuerdo con esa idea general que subraya de que la tecnología no tiene por qué ser algo malo en sí mismo (a los que defienden el carácter intrínsecamente malo de las innovaciones técnicas, Wilhelmsen los llama en el artículo personas de mentalidad integrista, o que ceden a la tentación integrista).

    Personalmente, este tema me interesa mucho porque está muy relacionado con el del funcionamiento de la economía, y con su relación con el sistema financiero.

    Desgraciadamente no le puedo informar sobre autores o trabajos que hayan tocado este asunto de la tecnología, porque, o bien no los hay (o son muy escasos), o bien yo todavía por lo menos no he podido estudiar o investigar lo suficiente para encontrarlos. Quiero decir que, en la mayoría de los casos, los españoles tradicionales suelen enjuiciar negativamente los adelantos tecnológicos de la época moderna-contemporánea, como si fueran casi algo malo en sí mismos, y suelen pregonar una especie de mentalidad de tipo "distributista", que resulta insuficiente a la hora de abordar el verdadero alcance de la tecnología, y su posible uso, aprovechamiento y desarrollo en un sentido positivo. Es decir, el hecho de que algo "nuevo" se haya podido desarrollar de una forma evidentemente mala (era industrial, era electrónica, etc...) no quiere decir que esas nuevas técnicas o inventos no pudieran utilizarse (re-utilizarse) de una forma correcta y buena.

    Wilhelmsen pone de relieve la falta de "neutralismo" de la tecnología, en el sentido en el que usted señala. Pero, por otro lado, (en crítica con el integrismo) también defiende, en realidad, la neutralidad de la tecnología, en el sentido de que, en sí misma, no es ni buena ni mala, sino que depende de cómo se la vaya a utilizar; es decir, ¿la tecnología se utilizará como ayuda para liberar más a las personas de numerosas cargas y dependencias, y para favorecer sus vidas; o, por el contrario, será utilizada para esclavizarlas más? ¿La tecnología es algo malo en sí mismo, y lo mejor sería volver a la forma de vida de la era preindustrial; o, por el contrario, se podrían integrar perfectamente a escala humana todas las nuevas tecnologías, ayudando así a la creación de un clima y ambiente político-social-espiritual semejante al que informaba a la Cristiandad, pero de manera renovadoramente actualizada al día de hoy?

  2. #2
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    Re: Hacia una política de Encarnación (Frederick D. Wilhelmsen)

    Martin, según lo veo yo, Wilhelmsen es contrario a esa idea tan extendida de que la tecnología no es buena ni mala en sí misma, sino que todo depende de cómo se use. Es cierto que a lo largo del escrito planea cierto optimismo con respecto a las posibilidades de las nuevas tecnologías, así como una crítica a los "integristas". Sin embargo, él considera que los integristas, dentro de su error, enfocan mejor la cuestión que los neutralistas:

    Las tecnologías son, sin lugar a duda, instrumentos que pueden ser bien o pobremente utilizados: el buen contenido en la TV es presumiblemente mejor que el mal contenido; las pistolas utilizadas para disparar a criminales son mejores que las pistolas en manos de criminales que disparan a la gente inocente. Esto no es filosofía; es simplemente sentido común.

    Pero las tecnologías, de manera más profunda, cambian a los hombres, y los cambian más aún significativamente hasta el punto de que no saben que están siendo cambiados. El rechazo integrista nos muestra, al menos desde una convicción emocional, que las tecnologías hacen algo a los hombres; el “neutralismo” tecnológico ni siquiera llega a ver tan lejos.
    La confusión puede partir del primer párrafo. Parece que ahí esté diciendo que las tecnologías no son buenas ni malas, pero en realidad ese párrafo es una especie de concesión al adversario que sirve de introducción al pensamiento marcado en negrita, que de manera significativa se inicia con una conjunción adversativa. Es la frase que se inicia con el pero la que expresa su verdadero pensamiento acerca de la cuestión tecnológica. A continuación, dice que el integrista enfoca mejor la cuestión que el neutralista, pues el primero al menos es capaz de ver que las tecnologías tienen efectos sobre los hombres y, por tanto, no son neutrales.

    Este otro párrafo de Wilhelmsen lo deja más claro:

    Las tecnologías no son instrumentos neutrales, como las herramientas que están echadas sobre la mesa de trabajo en el garaje; más que instrumentos, las tecnologías son lo que esos instrumentos hacen a los hombres; el modo en que los alteran en las formas más profundas y sutiles.
    Estoy muy de acuerdo con esa idea de Wilhelmsen. Las tecnologías tienen un profundo impacto en el hombre y en la sociedad, por lo que no se puede decir que sean neutrales. En algunas tecnologías ya están implícitos ciertos usos perversos de los que no será posible escapar por muy virtuosos que seamos. En la actualidad, los grandes cambios en la moral y las costumbres vienen determinados por la tecnología mucho más que por la política.

    A esta consideración de Wilhelmsen añado cierto pesimismo, aunque sin perder la esperanza. Al contrario que él, pienso que de la primacía de la imagen y la hipercomunicación electrónica se van a derivar consecuencias nefastas para el cristianismo y para las tradiciones. No es posible aplicar el cuatrilema Dios-Patria-Fueros-Rey en la sociedad que están diseñado los tecnócratas, y las tradiciones están condenadas a desaparecer en esta aldea global que surge de la implantación de ciertas tecnologías. La situación es más delicada por cuanto que en el tradicionalismo español, que es desde donde se debería plantear una respuesta, no se tiene conciencia del problema, o al menos no me consta. Es por eso que le pedía orientación bibliográfica. Si pasa por sus manos algún texto de esos que se pudieran calificar de "integristas", no dude en comunicármelo.
    Última edición por Kontrapoder; 06/03/2016 a las 00:21
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  3. #3
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
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    Re: Hacia una política de Encarnación (Frederick D. Wilhelmsen)

    Reitero que no me adhiero a todo lo que aparece en este estudio de Wilhelmsen; más bien lo tomo "a beneficio de inventario", para recalcar una idea que ya empecé a expresar y defender hace tiempo en otro hilo.

    Wilhelmsen afirma en este trabajo que, mientras la tecnología mecánica de la era industrial (siglos XVIII y XIX) favorecía tendencias de concentración, centralización o gigantismo, la nueva era eléctrica de la segunda mitad del siglo XX parecía presentar un nuevo tipo de tecnología que supuestamente había de favorecer tendencias de desconcentración, descentralización y tribalismo o "pequeñismo", y consideraba que esa tecnología (a diferencia de la de la era anterior) sería más proclive a una restauración del antiguo espíritu de la Cristiandad en la comunidad política.

    Yo lo que afirmo (corrigiendo a Wilhelmsen) es que ni la tecnología de la era industrial es, per se, favorecedora de tendencias centralistas, esclavizadoras o anticristianas (aunque en la práctica así haya sido), ni la tecnología eléctrica o electrónica favorece, per se, tendencias descentralizadoras, liberadoras o procristianas (como también, desgraciadamente, hemos podido comprobar por la experiencia, y que ha anulado esas expectativas optimistas que Wilhelmsen tenía con la nueva tecnología).

    Mi enfoque del caso es más bien, predominantemente, desde un punto de vista económico-social (en relación, sobre todo, con el defectuosísimo sistema financiero que tenemos hoy día). La cuestión que planteo es si la tecnología es algo que puede ayudarnos a establecer una condiciones sociales favorecedoras del florecimiento y desarrollo natural y cristiano de la persona humana, o, por el contrario, hemos de pensar que la tecnología siempre, per se, favorecerá unas condiciones o ambiente completamente bloqueador u obstruccionista de ese susodicho florecimiento (mentalidad pesimista esta última a la que estaríamos tentados a darle nuestro asentimiento por el hecho de que ésa ha sido la forma con la que se han aplicado e institucionalizado las tecnologías e innovaciones técnicas establecidas desde el siglo XVIII o Revolución Industrial, hasta hoy).

    Intentando complacer de algún modo su petición de bibliografía, por ahora sólo me viene a la mente en cuanto a personas que hayan tratado este tema incidentalmente, la de Juan Vallet de Goytisolo, en sus dos clásicos: Sociedad de Masas y Derecho (1969), e Ideología, Praxis y Mito de la Tecnocracia (1975).
    Última edición por Martin Ant; 06/03/2016 a las 13:14
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  4. #4
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    Re: Hacia una política de Encarnación (Frederick D. Wilhelmsen)

    Creo que esta frase es de resaltar:

    A menos que el hombre estudie las estructuras tecnológicas, y las estudie comprensivamente como objetos dignos del más alto nivel de atención filosófica, no podrá seriamente estudiar la política de Encarnación.
    Sin un profundo conocimiento de como las nuevas tecnologías llevaron a la aparición de nuevas formas organizativas en la sociedad, lo que a su vez llevó a nuevas costumbres y luego a nuevas formulaciones ideológicas no podremos cortar de raíz la Revolución. Lo vuelvo a repetir: sin un conocimiento profundísimo de las causas segundas, las naturales, se hace improbable el triunfo de La Causa.
    Una tecnología en si misma, abandonada, dejada del contacto humano obviamente es neutra psicológicamente y sociológicamente hablando, pero en cuento interactuamos con esa tecnología produce consecuencias al individuo y a toda la sociedad. Estas consecuencias dependen de como reaccione cada mente a esta nueva tecnología no de manera aislada con respecto a las respuestas mentales y comportamentuales del resto de personas, sino en red, y de los sucesivos cambios institucionales, sociales que su uso reiterado en el tiempo provoque. La aparición de la adolescencia como edad y grupo a parte se achaca, en buena medida, a la aparición de las radios portatiles que permitian a los jóvenes escuchar individualmente música (y a las aparición de las motos). El deseo de diferenciación con respecto a los padres estaba ahí antes de la aparición de la radio pero la aparición de ésta canalizó en un nuevo sentido esta tendencia. La Revolución Sexual de los 60 tuvo entre sus muchas causas entrelazadas, retroalimentadas...el desarrollo de un tratamiento para la sifilis en los 50 (leer: The Wages of Sin: How the Discovery of Penicillin Reshaped Modern Sexuality - Springer ). La pérdida de la religiosidad y del sentido sacro en el hombre (en todo el planeta) está muy correlacionado con el PIB y con el desarrollo de la medicina. El liberalismo se puede ver de hecho como una patología psico social producto de la opulencia, lo lejos que ha dejado la muerte y el dolor la medicina moderna y la soberbia humana que de manera subconsciente produce en nuestra mente los avances científicos.
    Ahora bien no hay que pensar que las tecnologías determinan de manera inexorable el estado social actual. Son inumerables las causas segundas que interactuan para dar cada resultado social. Desde la genética particular de cada individuo (y el stock genético medio de los distintos grupos humanos, que varía con los siglos bastante) que produce unas estructuras cerebrales particulares y luego mentales (mediadas estas por el ambiente y el libre albedrío) hasta las leyes, memes sociales, que está haciendo el país más poderoso del planeta, clima...
    Sobre esto yo siempre me he preguntado que cosas una contra revolución (realmente cualquier sociedad) no podría dar la espalda. La básica es el conocimiento científico técnico EN ABSTRACTO. Es decir el conocimiento como tal. Otra cosa es la realización práctica de ese conocimiento. Un ejemplo: la Televisión. El conocimiento nos puede llevar a la experimentación tecnológica en laboratorios donde creamos una televisión, lo cual retroalimenta nuevos conocimientos y perfecciona las teorías, pero de ahí a comercializar en libre mercado un producto para cuya explotación visual luego se permite entrar a empresas privadas nombradas a dedo, hay una gran diferencia. Y no digamos ya de esto a encima permitir productos audiovisuales que sensualicen y acudan a los instintos primarios de la sociedad.
    Y no se puede dar la espalda al conocimiento porque si hace, otro pais que no lo haga se desarrollará militarmente y la defensa de nuestro país sería imposible (teniendo en cuenta que antes de eso ya es harto difícil generar un cambio psico social tal que evite que la gente imite al pais percibido como más poderoso que uno mismo. Bután parece ser de las pocas excepciones del mundo)
    Resumiendo creo que estas son las dos cuestiones importantes
    1-En el ámbito empírico/positivo/científico: Entender el tejido causal socio material.
    2-Una vez modelizado éste, una vez conocidas las consecuencias de cada tecnología, llega la parte práctica. ¿Cómo y de que manera se debe hacer realidad ese conocimiento científico-técnico?
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  5. #5
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    Re: Hacia una política de Encarnación (Frederick D. Wilhelmsen)

    Aquí dejo otro artículo relacionado con el tema, de Jesús Evaristo Casariego (que presenta una visión más bien pesimista).

    -----------------------------


    Fuente: Iglesia-Mundo, 1ª quincena Mayo 1979. Página 19.



    LA ENERGÍA NUCLEAR, POSIBLE CASTIGO A UNA SOCIEDAD ENSOBERBECIDA Y PEDANTE QUE HA JUBILADO A DIOS

    Estaba yo en Berlín (era estudiante) en 1934 cuando oí hablar por primera vez de ciertas trascendentalísimas y misteriosas investigaciones y manipulaciones que se estaban llevando a cabo en el campo de la nueva física. Un amigo y compañero, universitario alemán, me explicó algo de aquello, que yo no entendía bien. Me habló de algo así como de las posibilidades de descubrir una energía tan poderosa que fuese capaz de aniquilar la Humanidad y destruir el planeta que la sustenta.

    A mí me pareció entonces todo aquello como las lucubraciones de un joven científico exaltado e incluso influido por la literatura de Verne y de Wells; algo así como de ciencia-ficción. No le hice mayor caso, pero sí recuerdo que charlamos, con toda la audacia y pedantería de nuestros pocos años, sobre las repercusiones de tales descubrimientos en el campo de la moral y de la ética.

    Ha pasado desde entonces casi medio siglo, lleno de Historia y de acontecimientos asombrosos. Mi amigo de 1934 murió en el frente de Rusia, defendiendo a Europa. Aquellos rumores que circulaban misteriosamente entre algunos estudiantes y científicos de la Universidad berlinesa, son ahora una realidad probada y comprobada, con los 300.000 muertos de Hiroshima de hace más de treinta años y los ensayos espectaculares de las llamadas bombas atómicas y de hidrógeno, que se repiten todos los años. El empleo de tales potentísimos destructores en la futura guerra parece también otra realidad fuera de duda. Es, incluso, muy posible que la propaganda exagere todo eso, pero la existencia de la nueva energía y sus asoladoras cualidades son una amenaza bien cierta, entera, innegable, que se cierne sobre la Humanidad. Y ello me hace pensar que aquellas conversaciones juveniles de hace casi medio siglo tengan ahora un cierto interés aleccionador. Procuraré resumirlas.


    CAMBIOS TRASCENDENTALES EN LA VIDA FÍSICA DE LOS HOMBRES

    Hubo en la Historia un momento de candorosa ingenuidad. Fue en los tiempos de nuestros bisabuelos, cuando la técnica comenzaba a realizar la más rápida y honda transformación de costumbres y formas de vivir que ha experimentado la sociedad humana. Hasta entonces, primeros años del siglo XIX, las gentes habían vivido su existencia cotidiana casi de igual manera que sus antepasados. Sólo se conocía una técnica estacionada de carros, molinos y veleros. El hombre era un elemento más –el primero– entre los misterios y las fuerzas naturales que le rodeaban. Transcurrían las centurias y aún los milenios, sin que fundamentalmente cambiasen las cosas. La logística de Napoleón no difería mucho de la de Aníbal; la batalla de Lepanto tuvo grandes semejanzas tácticas en la de Salamina, dos mil años atrás; la vida en una granja en tiempos de Carlos III se parecía bastante a la existencia en una alquería en la época de Leovigildo; la fragata «Pizarro», que llevó a Humboldt desde La Coruña a Venezuela en 1799, tardó aproximadamente los mismo que las carabelas y las naos de los días del Descubrimiento. Se hacían las cosas como se habían hecho siempre, según frase tópica de entonces.

    Pero por aquellos años, hace ahora más de siglo y medio, empezaron a ocurrir extraños sucesos que llenaron de asombro a las gentes. Fue posible navegar sin viento y sin remos, correr a través de los campos sin mulas ni caballos, enviar la escritura de un sitio a otro con la rapidez del rayo, hacer llama sin humo y luz sin llama, curar sin dolor y vencer la sepsia.

    Un formidable sacudimiento afectaba a la vida toda de los pueblos, y dentro de una misma generación, se pasó de las formas de vida de la Antigüedad y el Medievo a las de la Edad técnica y científica. Todos los días se descubrían nuevas maravillas. Y los hombres se llenaban de admiración y orgullo al ver cómo de golpe (la inmensa mayoría desconocía las génesis científicas de aquellos adelantos) se dominaba la Naturaleza, se descubrían sus leyes, se explotaban sus secretos y se los beneficiaba para comodidad y servicio de los humanos. En cierto modo, el hombre empezaba a reinar sobre los elementos. Eran los tiempos de los enlevitados caballeros que lloraban de emoción y escribían largos poemas a las locomotoras de vapor, las fragatas de hélice, el telégrafo eléctrico y la luz de gas.

    Y una parte importante de la humanidad occidental decidió que Dios estaba ya viejo y no era necesario; que el «mundo» podía «marchar» sin Él. La religión podía tolerarse como una creencia u «opinión» privada, pero sin ningún poder público y social. Era la hora de «jubilar a Dios».


    UNA «RELIGIÓN» RACIONALISTA Y «CIENTÍFICA». LA JUBILACIÓN DE DIOS

    Pero un cambio tan brusco y tan profundo en la vida intelectual y material no se hace, ciertamente, sin grandes repercusiones en el espíritu colectivo. Los hombres de entonces abandonaron muchas viejas supersticiones, y las creencias y los dogmas fueron discutidos y negados por la crítica racionalista. Nació entonces aquella especie de «Religión de la Ciencia», de la que se sacó el mito del Bien por la Pedagogía y el Progreso, y fueron muchos los que creyeron, ingenua y firmemente, que todo conduciría a la perfección y a la felicidad de las criaturas. El «mundo marcha», decía perogrullescamente Pelletan.

    Y siguió marchando durante casi un siglo. Las ciencias físico-matemáticas y la técnica hicieron posible el asombroso perfeccionamiento de los ingenios mecánicos. Hoy día vivimos rodeados de prodigios, tanto que, a fuerza de verlos, no les damos ya importancia y nos parecen tan naturales como las fuentes y los árboles que surgen de la tierra; dando vuelta a una llave «oímos» la voz de Buenos Aires; «vemos» en una pequeña pantalla hogareña la llegada de un barco a El Callao; «vamos» en siete horas de Madrid a La Habana; «sabemos» descomponer la materia y aprovechamos y utilizamos inmensos recursos de la Naturaleza que no fueron ni entrevistos por nuestros antepasados.

    Pero con todo eso, lo cierto es que el hombre no llegó a poseer la felicidad soñada. Las criaturas de nuestros días son tan infelices como las de todos los tiempos. El dolor, un dolor espantoso, atenaza a estas horas a pueblos enteros, que padecen, entre todas las torturas morales y físicas imaginables, hambre y sed de pan y de justicia. En esta hora tremenda, en esta encrucijada de la Historia, la Humanidad, dolorida, llena de dudas y temores para lo porvenir, se pregunta, indecisa y acongojada: ¿A dónde vamos a parar? ¿A dónde nos lleva la «marcha» del perogrullesco Pelletan? ¿Hemos ganado algo con jubilar a Dios?

    Gozamos, es verdad, de la posibilidad de una civilización técnica casi perfecta, como nunca se había podido imaginar. Pero el hombre vulgar, ensoberbecido, endiosado ante las consecuencias de una ciencia sólo poseída por minorías de alta estirpe humana, cree que va camino de la perfección, cree que llegará a convertir en esclavas de su voluntad todas las fuerzas naturales para ponerlas a su servicio. Y ese endiosamiento, esa curiosidad, esa soberbia, es muy posible que lleven en sí mismo un castigo terrible. El hombre, dominador de las distancias y de los abismos, conductor de la energía del rayo y del fuego, ¿podrá llegar a elaborar un instrumento con el que sea capaz de destruirse a sí mismo, de romper el equilibrio y hacer inhabitable la tierra que le sostiene?

    Los diabólicos ingenios que se llaman la bomba atómica y la bomba de hidrógeno, pueden ser la iniciación de la última etapa de una técnica dominada por la razón ensoberbecida. El artefacto pavoroso que en unos segundos destruyó 300.000 seres humanos en Hiroshima, tal vez pueda, dentro de algunos años, destruir treinta, o trescientos, o tres mil millones. La bomba atómica y la de hidrógeno pueden ser a la apocalíptica máquina lo que fue la marmita de Papin –juguete de física recreativa– a las superpotentes locomotoras de hace pocos años, ya retiradas por «anticuadas».

    ¿Es posible que un pequeño trozo del proceso del perfeccionamiento técnico sea lo que ya le queda por recorrer a la Humanidad hacia el fin absoluto? ¿Llegarán los frutos de la técnica a unas consecuencias que no puedan ser dominados por el hombre y le arrollen, como el torrente arrolla al insensato que le abre la esclusa? ¿Cabe pensar en un bíblico Diluvio de fuego (ahí está el texto del Apocalipsis) provocado por el hombre, ahíto de ciencia, que sea, al mismo tiempo, castigo de la Naturaleza a los que han querido dominarla, violarla y explotar sus infinitas posibilidades para convertirlas en medios de sus ambiciones y sus odios? ¿No es peligrosísimo ese desequilibrio entre un inmenso progreso científico y técnico y un estado moral que fundamentalmente no ha cambiado en miles de años?

    Las respuestas a estos interrogantes constituyen, quiérase o no, el mayor problema que tiene planteado la Humanidad en nuestros días. Y bien merece la pena que todos los hombres, sin distingos de partidos ni de procedencias, mediten sobre ellos con la mente serena, el corazón en la mano y los ojos puestos en el Todopoderoso que han pretendido jubilar.


    J. E. CASARIEGO
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  6. #6
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    Re: Hacia una política de Encarnación (Frederick D. Wilhelmsen)

    Excelente el artículo de Jesús Evaristo Casariego. Éste es el tradicionalismo que echaba de menos.

    También hay que tener en cuenta que la energía nuclear, incluso en sus usos civiles, es incompatible la descentralización que propugna el carlismo. Por su peligrosidad, la energía nuclear requiere de un Estado centralizado al máximo, con poderes excepcionales para que el plutonio no acabe en manos de indeseables.
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  7. #7
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    Re: Hacia una política de Encarnación (Frederick D. Wilhelmsen)

    Estimado Kontra,

    No haría falta un estado centralizado, sino que la energía nuclear estuviera controlado de manera centralizada. En los demás aspectos sociales no haría falta centralismo. Osease, lo mismo que las minas antaño: Regalías de la Corona. La explotación nuclear sería un derecho real exclusivo y ya.
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  8. #8
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    Re: Hacia una política de Encarnación (Frederick D. Wilhelmsen)

    También hay que tener en cuenta que la energía nuclear, incluso en sus usos civiles, es incompatible la descentralización que propugna el carlismo. Por su peligrosidad, la energía nuclear requiere de un Estado centralizado al máximo, con poderes excepcionales para que el plutonio no acabe en manos de indeseables.
    C. H. Douglas solía distinguir entre política y administración, como elementos propios de cualquier asociación económica (llámese empresa, negocio o como se quiera llamar). Con la palabra política hacía referencia a la consecución de un objetivo práctico determinado, mientras que con la palabra administración se refería al aspecto técnico para la consecución de dicho objetivo.

    Pues bien, en lo que se refiere a la administración en toda asociación productiva o empresa, para poder funcionar correctamente, había de ser siempre centralizada y, de hecho, siempre ha funcionado de manera centralizada.

    En cambio, la política, por el contrario, siempre había de ser descentralizada.

    Por ejemplo, en una empresa regida por el contrato de sociedad (es decir, no hay relación de patrono y empleados, sino que todos son socios en la empresa) la política u objetivo a conseguir en la empresa vendrá fijado por todos los socios, es decir, se trata de un objetivo que se fija de manera descentralizada. Pero, una vez fijado el objetivo a conseguir, la consecución práctica del mismo habrá de realizarse de manera centralizada, porque ésa es la única forma práctica y realista de poder conseguirlo.

    Evidentemente, para poder hablar de una política fijada descentralizadamente, es indispensable que los socios gocen de libertad de asociación (o, en sentido negativo, de libertad para disociarse, incluso al punto de que su disociación pudiera poner en jaque o hiciera inviable la consecución práctica de una determinada política).

    Pues bien, trasladando estas ideas al ejemplo concreto de la energía nuclear (por ejemplo la empresa o emprendimiento productivo en la consecución de una bomba atómica por parte de una sociedad, a la que consideraremos a efectos prácticos como una empresa productiva general), tendríamos que establecer esa doble distinción: descentralización política y centralización administrativa. Es decir, la política u objetivo en la construcción de una bomba atómica dependería de la libre voluntad de la población; pero si afirmaran querer construirla, ésta tendría lugar de una manera centralizada, porque ésa es la única forma de poder construirla efectivamente (la existencia de descentralización administrativa produciría anarquía y caos y la construcción quedaría inmediatamente paralizada).

    La clave está, pues, en esa descentralización de la política; y en una sociedad con una economía que lleve adjunto un sistema financiero, esa libertad e independencia efectivas para poder asociarse (o disociarse) respecto a un proyecto productivo determinado (en este ejemplo, la construcción de una bomba atómica), viene establecido por la libertad e independencia financiera de las personas que conforman esa sociedad. Es decir, la forma efectiva que tienen las personas de una sociedad de decir sí o no a una determinada empresa o proyecto productivo (en el seno de una sociedad que lleve adjunta a su economía un sistema financiero) viene dada por su propia libertad efectiva de asociación o disociación, y esta libertad concreta sólo la puede tener si goza de esa previa libertad e independencia efectiva financiera.

    Y esta es la forma en la que funciona una sociedad tradicional, en la que existen y se ejercen las libertades e independencias efectivas por parte de los miembros de la comunidad política (es indiferente que esa independencia y libertad efectivas se ejerzan gracias a una extendida red de propiedad rurales, como ocurría antes de la Revolución, o que se ejerza gracias a una suficiencia de rentas financieras, tal y como podría hacerse hoy día sin necesidad de retornar a una sociedad rural).

    La alternativa, que ya hemos visto por la experiencia, es la del Estado, es decir, la de una estructura política todopoderosa y centralista, en la que la participación de sus miembros en determinados proyectos productivos (como, por ejemplo, el de la bomba atómica) se realiza por coerción, ya sea directa (como en los Estados totalitarios burdos o crasos), o ya sea indirecta por medio del sistema financiero (que es el caso extendido en los Estados democráticos occidentales), que crea unas condiciones de necesidad en donde la población se ve obligada a aceptar colaborar o participar con su trabajo o servicios en dicha empresa productiva (sin cuya colaboración no podría tener lugar).

    Entiéndaseme lo que quiero decir. La cuestión no está en que las personas de esa sociedad estén bien o mal pagadas por su participación en una empresa productiva (por ejemplo, la construcción de la bomba atómica). Las rentas financieras percibidas podrían ser muy buenas. La cuestión está en si esas personas han tenido opción o no de colaborar en esa empresa productiva, es decir, si han tenido o no libertad efectiva de asociación. La cuestión está en si un sistema financiero puede favorecer unas condiciones que permitan a los miembros de la comunidad ejercer sus libertades e independencias efectivas (condiciones indispensables para una descentralización política), o, por el contrario, ese mismo sistema financiero favorece unas condiciones de centralización desde el punto de vista político, en virtud del cual, la consecución de cualquier empresa productiva (o de cualquier tipo) no dependerá o descansará, en última instancia, de manera efectiva, en la comunidad política (aceptando participar o no en dicha empresa), sino en el gobernante de turno que se haga con las riendas del Estado, es decir, del sistema político centralizado.

    Dicho, con otras palabras; la existencia del Estado (sistema político propio de la Revolución contemporánea) depende para su efectividad de la previa existencia de una sociedad que haya perdido por completo su libertad efectiva de asociación, es decir, sus libertades e independencias efectivas.
    Última edición por Martin Ant; 15/03/2016 a las 12:57

  9. #9
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    Re: Hacia una política de Encarnación (Frederick D. Wilhelmsen)

    Otro artículo de tono pesimista con respecto a la tecnología, al estilo del de Casariego. Esta vez por parte de Sebastián Iturbe, uno de los colaboradores de la revista tradicionalista Misión.

    ---------------------------



    Fuente: Misión, Número 329, 2 Febrero 1946. Página 10.





    ROBINSON, sin herederos


    Por S. Iturbe



    Ya desaparecieron las restricciones eléctricas, importante pesadilla de una época en la que otras varias contrariedades agobian a los hombres. La anchura y la profundidad de la pasada guerra han suscitado circunstancias duras, en medio de las cuales la humanidad se desenvuelve con notorios apuros. El panorama general del mundo revela ahora bien claramente que la civilización pende de un hilo sutil. Se repite a diario por toda clase de personas que otra guerra de proporciones semejantes a la última arruinaría definitivamente a la civilización. Quizá ese pronóstico sea exagerado. Pero, de todas suertes, parece innegable que esta civilización materialista, llena de asombrosos progresos mecánicos, es un artificio, cuya marcha puede ser detenida en cuanto fallen sus resortes materiales. Entonces todo queda empantanado, o cuando menos en una situación de funcionamiento precario y torpe, lo cual parece a las gentes desdicha sin remedio.

    El tipo de vida creado en lo últimos decenios deja al hombre, si las cañas se tornan lanzas, con menos defensas que jamás estuvo. Su actual existencia es como la de un paralítico a quien llevan y traen ingeniosos aparatos. Al aflojarse un tornillo o agarrotarse una rueda el hombre se ve inmóvil, sin iniciativa ni modo de valerse. En realidad es que los adelantos le han ido dejando inerme.

    Lamentaciones corrientes de nuestros días, y en un país como el nuestro, cuya situación es más ventajosa que la de casi todo el resto del mundo, son las concernientes a que no funciona el ascensor, a la dificultad de encontrar un “taxi”, a que la luz faltaba a tales horas o a esta o la otra deficiencia en el servicio de los restaurantes. Que el teléfono no esté a punto y que nos traigan el periódico con retraso, son tragedias terribles. Es que sin teléfono, sin diario, sin coche, sin luz eléctrica y sin mesa puesta en todas las esquinas nos hallamos perdidos. Henos aquí más inútiles y menos sufridos que las generaciones pasadas, y en un ambiente de actividades supeditado a las contingencias materiales hasta tal punto que toda contrariedad de esa índole nos parece irremediable desamparo.

    Se gastó la luz de la inteligencia en construir instrumentos maravillosos que nos sirviesen para comodidad, reposo y placer. Así necesitaríamos menos esfuerzo diario y personal. Oprimir un botón y tener al punto iluminada la casa entera o hacer muy bien sentado, en pocas horas, un viaje en el que antaño se empleaban semanas de ajetreo e incomodidades, son hechos usuales ya, en cuya ejecución no consumimos el músculo y la mente. Subir las escaleras sin fatiga y como por arte mágico u oír que una cajita de cuentos de hadas nos narra en una sosegada habitación de nuestra vivienda lo que dicen y cantan en todos los países del mundo, tampoco nos exige grandes sudores.

    La mayor holgura y desahogo producidos en los últimos tiempos se apoya en que nos lo den hecho todo. Nos envuelve una muchedumbre de medios artificiales para nuestra vida y la de relación. Pero si el complicado mecanismo se paraliza o se rompe, quedamos desvalidos como un infante. Nos consideramos muy vivos y despiertos, cuando en verdad en muchos aspectos padecemos de atrofia y nos encontramos sumidos en sopor.

    Hasta que irrumpe una gran crisis en el mundo. Y entonces cesa el encantamiento que producían los ruidos de la gran maquinaria. A tal punto el hombre se desvela para averiguar que sin teléfono y sin radio no puede vivir, para clamar que es horroroso no encontrar plaza en el tren cuando quiere y para convencerse de que ya no es capaz de subir por las escaleras. Esto en nuestros climas. Qué se dirá y se pensará a estas horas por los hombres de las inmensas tierras asoladas por una guerra espantosa, reducidos a escalofriantes extremos de miseria, es cosa que escapa a toda ponderación.

    Robinson no ha dejado descendencia y casi nos parece el mayor personaje de la fábula. Y el hombre actual, que apagó en gran parte las lámparas del espíritu y se entregó afanosamente a la mecanización, con ambas cosas se ha deshumanizado y se ve capitidisminuído. Creó resortes fuera de sí y dejó enmohecer los suyos.
    Kontrapoder dio el Víctor.

  10. #10
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    Re: Hacia una política de Encarnación (Frederick D. Wilhelmsen)

    En respuesta a la petición de Kontrapoder sobre autores tradicionales que han abordado de manera específica el tema de la tecnología, he podido encontrar, por ahora, el libro Sociología y Teología de la técnica, del católico tradicionalista Martín Brugarola, S. J.

    A continuación reproduzco el índice y la introducción de este libro, publicado en 1967.

    -----------------------------------------------------------------------------------------------------

    Fuente: Sociología y Teología de la técnica, Martín Brugarola S.J., B.A.C., 1967. 618 páginas.



    INDICE GENERAL




    BIBLIOGRAFIA


    INTRODUCCIÓN


    PARTE I.– Sociología de la técnica

    CAPITULO I.– La técnica en el período preindustrial

    1. La naturaleza y la técnica.
    2. La técnica en la prehistoria.
    3. La técnica en la prohohistoria.
    4. La técnica en Grecia.
    5. La técnica en Alejandría.
    6. La técnica en Roma.
    7. La técnica en la Edad Media.
    8. En los albores de la revolución industrial.
    9. Características de las técnicas tradicionales.


    CAPÍTULO II.– La técnica en la primera revolución industrial.

    1. Hacia la revolución industrial.
    2. Utensilios y máquinas.
    3. El carbón y el hierro.
    4. La industria textil.
    5. La imprenta.
    6. Las líneas de comunicación.
    7. Las industrias químicas.
    8. Progresos en la agricultura.
    9. La conquista de la energía y de la velocidad.


    CAPÍTULO III.– Causas de la revolución técnica.

    1. La aceleración en el progreso técnico.
    2. Algunas causas remotas.
    3. El progreso científico.
    4. La conjunción de cinco fenómenos.
    5. La guerra y el progreso técnico.


    CAPÍTULO IV.– La técnica en la segunda revolución industrial.

    1. Hacia la segunda revolución industrial.
    2. Los progresos en la industria.
    3. Los progresos en la agricultura.
    4. Energía atómica, isótopos y radiaciones.
    5. Nuevas energías.
    6. Las naves espaciales.
    7. El advenimiento de la automación.
    8. La integración.
    9. La retroacción.
    10. Los calculadores.
    11. La aplicación actual y futura de la automación.
    12. La cibernética y la vida.


    CAPÍTULO V.– Amplitud del fenómeno técnico.

    1. Variedad de técnicas.
    2. La magia como técnica espiritual.
    3. Las técnicas de los romanos.
    4. Las técnicas sobre el hombre.
    5. Las técnicas económicas.
    6. Las técnicas del Estado.


    CAPÍTULO VI.– Caracteres de la técnica moderna.

    1. Creación de un ambiente artificial.
    2. La racionalidad.
    3. La eficacia.
    4. El autocrecimiento.
    5. La unicidad.
    6. La uniformidad.
    7. La universalidad.
    8. La autonomía.


    CAPÍTULO VII.– El progreso técnico.

    1. Evolución humana y progreso técnico.
    2. El progreso técnico como fenómeno nuevo.
    3. Tendencias del progreso técnico.
    4. Obstáculos al progreso técnico.
    5. Progreso técnico y civilización.
    6. Progreso técnico y poder del hombre.
    7. Progreso técnico y aumento de la población.


    CAPÍTULO VIII.– Relaciones entre la ciencia y la técnica.

    1. Semejanzas entre la ciencia y la técnica.
    2. Diferencias entre la ciencia y la técnica.
    3. Influencia de la ciencia en la técnica.
    4. Influencia de la técnica en la ciencia.


    CAPÍTULO IX.– Esencia y definición de la técnica.



    PARTE II.– Repercusiones de la técnica en la vida humana.

    CAPÍTULO X.– Degradación de las condiciones materiales de la vida.

    1. Advenimiento del proletariado.
    2. Degradación del trabajo.
    3. Degradación del ambiente.
    4. Las emanaciones radiactivas.
    5. Degradación del suelo y de la vida.
    6. Degradación de la alimentación.
    7. Degradación de la salud corporal.


    CAPÍTULO XI.– Deshumanización.

    1. Progreso técnico y proceso de despersonalización.
    2. Deshumanización por la máquina.
    3. Deshumanización por el trabajo parcelario.
    4. Estructura deshumanizadora de la empresa.
    5. La evasión.
    6. Degradación de los ocios.
    7. Degradación de la salud mental.
    8. Degradación de la actividad intelectual.
    9. Desequilibrio cultural.
    10. Deshumanización del arte.
    11. Decadencia moral.
    12. Decadencia religiosa.


    CAPÍTULO XII.– Desintegración social.

    1. La concentración urbana.
    2. La masificación.
    3. La decadencia de las comunidades naturales.
    4. La dislocación familiar.
    5. La desintegración de las comunidades nacionales.
    6. La degeneración de la política.
    7. La técnica y la guerra.


    CAPÍTULO XIII.– Transformaciones económicas.

    1. El crecimiento económico.
    2. El aumento de producción y de la productividad.
    3. Concentración de capitales.
    4. Tendencias monopolistas.
    5. Transformación de la propiedad.
    6. Situación de las empresas pequeñas y medias.
    7. Transformaciones técnicas en las empresas.
    8. Intervención del Estado.


    CAPÍTULO XIV.– Transformaciones profesionales.

    1. Reducción de mano de obra y de trabajadores cualificados.
    2. Especialistas y especializados.
    3. Tendencias sobre el aprendizaje.
    4. Modificación de las cualificaciones técnicas.
    5. Perspectivas sobre la enseñanza técnica.
    6. Reclasificación profesional.
    7. Modificaciones en los sectores profesionales.
    8. Repercusiones sobre el sindicalismo.


    CAPÍTULO XV.– Transformaciones laborales.

    1. Retribución del trabajo.
    2. Duración del trabajo.
    3. Seguridad e higiene del trabajo.
    4. Seguridad social.
    5. Repercusiones sobre el empleo.
    6. El factor humano en el trabajo.


    CAPÍTULO XVI.– Repercusiones positivas en la vida humana.

    1. Ventajas del progreso técnico.
    2. Elevación del nivel de vida.
    3. Difusión de la cultura.
    4. Difusión del arte.
    5. Contacto con la naturaleza.
    6. Aportaciones positivas a la moral y a la religión.


    CAPÍTULO XVII.– Difusión de la solidaridad.

    1. Proceso de individualización y de descentralización.
    2. Solidaridad en las invenciones e investigaciones.
    3. Solidaridad entre sabios y técnicos.
    4. Solidaridad familiar.
    5. Solidaridad en la empresa.
    6. Solidaridad obrera.
    7. Solidaridad en los agricultores y en el pueblo.
    8. Solidaridad mundial.


    CAPÍTULO XVIII.– Tipos humanos del mundo técnico.

    1. La mentalidad.
    2. El técnico.
    3. El “homo oeconomicus”.
    4. El mando intermedio.
    5. El proletario.
    6. El cualificado.
    7. El empleado.
    8. El marxista.
    9. El tecnócrata.



    PARTE III.– Teología de la técnica.

    CAPÍTULO XIX.– Materia y vida.

    1. Materia y energía.
    2. La vida.
    3. Creación y evolución.
    4. Origen del hombre.
    5. A gloria de Dios.


    CAPÍTULO XX.– La actividad técnica.

    1. La actividad técnica como perfeccionamiento del hombre.
    2. La actividad técnica como colaboradora de Dios.
    3. La actividad técnica como dominio del mundo.
    4. La actividad técnica como perfeccionadora del mundo.


    CAPÍTULO XXI.– Los fines de la técnica.

    1. Los designios de Dios sobre la técnica.
    2. La actuación de los fines últimos de la técnica por el hombre.
    3. Subordinación de los fines inmediatos de la técnica a los últimos.
    4. Responsabilidades ante el progreso técnico.
    5. Doctrina pontificia sobre los fines de la técnica.


    CAPÍTULO XXII.– Moral y técnica.

    1. Subordinación de la técnica a la moral.
    2. Eficacia, autonomía técnica y moral.
    3. Prudencia y técnica.
    4. Progreso técnico y progreso moral.


    CAPÍTULO XXIII.– Ambivalencia de la técnica.

    1. Ambigüedad de la técnica.
    2. Pesimistas y optimistas.
    3. Pensamientos de Pío XII sobre la ambivalencia de la técnica.


    CAPÍTULO XXIV.– Pecado y técnica.

    1. Pecado original y técnica.
    2. Erección de la técnica como último fin.
    3. Los pecados técnicos.


    CAPÍTULO XXV.– Cristología y técnica.

    1. Encarnación y técnica.
    2. Redención y técnica.
    3. Sacramentos y técnica.
    4. Liturgia y técnica.


    CAPÍTULO XXVI.– Escatología y técnica.

    1. Cristología y escatología.
    2. Interpretaciones escatológicas.
    3. Sentido escatológico del esfuerzo técnico.


    CAPÍTULO XXVII.– La Iglesia y la técnica.

    1. Religión y técnica.
    2. Integración de la técnica en el catolicismo.


    CAPÍTULO XXVIII.– Espíritu técnico y religión.

    1. Concepción profana del mundo.
    2. Secularización de la actividad técnica.
    3. Exaltación del poder técnico.
    4. Dificultades del espíritu técnico para su apertura religiosa.
    5. Mentalidad del alumno técnico.
    6. Diagnosis pontificia sobre el espíritu técnico.


    CAPÍTULO XXIX.– Espiritualidad y técnica.

    1. Hacia una espiritualización de la profesión técnica.
    2. En el sentido de la creación.
    3. Actividad técnica y mundo sobrenatural.
    4. Espiritualidad y eficacia.
    5. Actividad técnica y esperanza.
    6. La oración en un mundo técnico.
    7. Grandeza y humildad de la técnica.
    8. El sacrificio en un mundo técnico.
    9. La caridad en un mundo técnico.


    CAPÍTULO XXX.– Apostolado y técnica.

    1. Cristianización de las técnicas por los laicos.
    2. Síntesis entre ciencia, técnica y religión.
    3. Los grupos de apostolado.
    4. La conquista del mundo para Jesucristo.


    CAPÍTULO XXXI.– Educación y técnica.

    1. Necesidad de formación humana y religiosa de la juventud técnica.
    2. Jalones de una formación humanista.
    3. Humanización del aprendizaje en la empresa.
    4. Jalones de una formación religiosa.
    5. Actividad creadora en la enseñanza en general.


    CAPÍTULO XXXII.– Humanización de la vida y del trabajo.

    1. Humanización de la vida.
    2. Humanización del trabajo y de la empresa.
    3. Humanización del trabajo parcelario.
    4. Actitudes humanas en las innovaciones técnicas.
    5. Contribución de las ciencias humanas.


    INDICE DE AUTORES





    ---------------------------------------------

    Fuente: Sociología y Teología de la técnica, páginas 3 – 5.


    INTRODUCCIÓN

    Este libro ha salido de una mirada de simpatía hacia una de las actividades temporales del hombre que en nuestros tiempos se ha desarrollado de una manera extraordinaria y que promete en el futuro una mayor expansión todavía: la actividad técnica; y esta simpatía, naturalmente, ha ido acompañada de una admiración por las proezas que los hombres han realizado y van realizando en la naturaleza combinando materia y energía para producir instrumentos técnicos, que con su presencia y con su influencia invaden todas las esferas de la vida humana.

    No nos ha bastado la observación benevolente de las actividades técnicas de los hombres y de los resultados que han producido. Hace años, con afán y con la misma simpatía, hemos ido leyendo libros y artículos de revistas en que los estudiosos de los diversos aspectos de la técnica han consignado el fruto de sus investigaciones y de sus reflexiones.

    Luego se nos ocurrió sistematizar todas estas experiencias y reflexiones, tan llenas de complejidad y de variados aspectos, en un conjunto orgánico que facilitase la serena contemplación de este sector tan importante de la vida humana. Ciertamente hubiera bastado para satisfacer este anhelo contentarse con la sistematización del contenido humano y social de la técnica y de sus influencias. Ello solo habría justificado el que quien no es especialista en la técnica se haya atrevido a inmiscuirse y a penetrar en este mundo técnico, pues no consideramos ajeno a nuestro amor y a nuestro estudio lo humano y lo social dondequiera se encuentre. Por eso no se encontrarán en este libro disquisiciones técnicas, sino que del fenómeno técnico se harán solamente las síntesis imprescindibles con elementos procurados por los especialistas para captar mejor su contenido humano y social.

    Mas por razón de nuestra misión sacerdotal y apostólica no pudimos contentarnos con el estudio de los aspectos humanos y sociales de la técnica: hicimos un esfuerzo por interpretar la mirada que al mundo técnico dirige el mismo Dios, autor de la materia y de la energía, del hombre y de las capacidades con que el hombre las transforma para hacerlas servir a sus necesidades, y por explicar las influencias que en este mundo cada vez más saturado de técnica ejerce el Verbo encarnado, Jesucristo, que vino a restaurar todas las cosas. ¿Acaso los hombres no han de santificar y cristianizar sus actividades técnicas y no han de hacer servir la técnica a la gloria de Dios, a la expansión de la Iglesia, a su perfección moral y a su destino eterno? He aquí el aspecto teológico de este estudio, en el que también hemos sido ayudados por eminentes autores que se han dado a proyectar su saber teológico sobre este mundo tan interesante y moderno.

    Con ello queda esbozada la orientación de este libro.

    En la primera parte, de contenido especialmente histórico-sociológico, se describen las diversas etapas históricas y la amplitud de la técnica, las causas del progreso técnico, las características y las relaciones más generales de este fenómeno, para terminar con la exposición de los intentos que se han hecho para dar una definición de la esencia de la técnica.

    La segunda parte tiene también un contenido esencialmente sociológico, pero a la vez profundamente humano y social: estudia las repercusiones negativas y positivas de la técnica en todos los ámbitos de la vida humana y social, como asimismo las profundas transformaciones que en el orden económico, profesional y laboral ha operado la técnica también con contenido humano, para acabar con la descripción de los tipos humanos psicológicos surgidos en el mundo técnico moderno.

    La teología de la técnica es el tema de la tercera parte. Se proyectan los principios de la teología natural, moral, dogmática, ascética y pastoral sobre el fenómeno técnico y sobre las actividades técnicas, sin que se haya descuidado, como preámbulo a la espiritualidad y a la pastoral de la técnica, el análisis del espíritu técnico en su vertiente religiosa. Esta parte queda sobre todo enriquecida con la aportación de textos de los Sumos Pontífices y del concilio Vaticano II, que en estos últimos tiempos, desde su elevada atalaya, han enjuiciado el fenómeno y el espíritu técnico a la luz de los principios imperecederos del cristianismo.

    Repetimos: este trabajo no lo hubiéramos podido realizar sin haber sido llevados de la mano por los numerosos autores que han estudiado los diversos aspectos de la técnica. A todos los hemos procurado citar al pie de página, y en la bibliografía se encontrarán referencias más completas de sus libros. De los autores más citados hemos recabado el conveniente permiso, y a ellos nuestro agradecimiento, como también a todos aquellos de cuyos estudios nos hemos aprovechado y que desearíamos no haber olvidado en las oportunas citas. En especial, agradecemos a la Editorial Labor la utilización que nos ha permitido hacer del libro de Jacques Ellul El siglo XX y la técnica para la primera parte de nuestra obra, como se irá consignando, y a la Editorial Juventud el permiso que nos ha concedido de entresacar datos para nuestros primeros capítulos del libro de Pierre Rousseau Histoire des Techniques et des Inventions, que próximamente va a publicar en su edición española.
    Kontrapoder dio el Víctor.

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