La tercera caída.
Uno de los apócrifo cristianos más antiguos es el llamado La cueva de los tesoros (Ciudad Nueva, Madrid, 2004). Escrito a comienzos del siglo III, narra las genealogías o completa de alguna manera el relato del Génesis. Allí se narra que cuando nuestros padres Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso, vivían con su descendencia en lo alto de una montaña ubicada en las estribaciones del Edén. Caín y los suyos, en cambio, habitaban en la llanura. Todos los patriarcas, de Adán en adelante, antes de morir, reunían a sus hijos y les hacían prometer que nunca descenderían a la llanura ni se mezclarían con los hijos de Caín.
Algunas generaciones más tarde, los cainitas comenzaron a fabricar instrumentos musicales y se volcaron a la fornicación. “No tenían jefe ni guía, sino que únicamente comer, beber, la gula, la embriaguez, la música, los bailes, el juego diabólico y la risa, todo lo que satisfacía a los demonios, como el sonido de la pasión de los hombres deseando a las mujeres era su única ocupación” (p. 109). El ruido de las risotadas y la algarabía de los cainitas llegó a oídos de los hijos de Set, es decir, de los que permanecían en la montaña santa. Y algunos de ellos quisieron bajar a ver qué ocurría. A pesar de las advertencias y súplicas del patriarca Yérad, “Cien hombres gigantes descendieron. Bajaron y contemplaron a las hijas de Caín de hermoso aspecto, que sin pudor les tendían las manos. El fuego del deseo prendió en los hijos de Set, y las hijas de Caín al ver la belleza de los hombres se arrojaron sobre ellos como aves de rapiña. Profanaron sus cuerpos y los hijos de Set destruyeron sus almas a causa de la fornicación con las hijas de Caín. Cuando después de caer quisieron subir a la santa montaña, sucedió que las piedras de la montaña se convirtieron en fuego ardiente. Dios no permitió que subieran a aquella montaña santa…” (p. 110).
Este episodio se conocía en la sabiduría de los Padres como la “segunda caída”; la primera había sido la de Adán y Eva. Y este descenso provocó que todos los hijos de Set —es decir, nuestros antepasados—, tuvieran que abandonar las estribaciones del paraíso. “Salieron descendiendo de aquella santa montaña afligidos con gran dolor. Elevaron sus ojos hacia el Paraíso, se lamentaron y lloraron con pena…” (p. 118). Y es así que nosotros hemos venido a vivir en este “valle de lágrimas”, en esta tierra de dolor y aflicciones.
Según este texto apócrifo, entonces, la causa de la segunda caída fue la fornicación. Y lo que yo me pregunto si no será también la causa de la tercera y definitiva caída de la humanidad, y del clero. (“La tercera es la vencida”).
No quiero extenderme demasiado sobre esta cuestión porque, como dice San Pablo, de estos temas “mejor ni se hable entre vosotros”. Sin embargo, creo que algunas reflexiones pueden hacerse:
1. Juan Manuel de Prada, de un modo insistente y muy claro en los últimos meses ha escrito en diversos medios sobre el peligro subterráneo de la pornografía. Sus artículos pueden encontrarse fácilmente en Internet. En uno de ellos, aparecido en el ABC, dice: “La pornografía es hogaño el «soma» que alivia la vida mostrenca y bajuna de la chusma; y quienes apacientan a la chusma saben cuán importante es el acceso libre a la pornografía para garantizar su alienación. Saben que el instinto sexual, sometido a constantes estímulos, se adueña de la voluntad del hombre y lo induce a comportamientos que destruyen su vida y la de quienes le rodean. Porque el consumo de pornografía provoca, aunque no se quiera reconocer, adicción. Y la adicción acaba traduciéndose en graves problemas de conducta que devastan la vida afectiva y familiar. E, inevitablemente, el adicto a la pornografía necesita ir intensificando sus estímulos, necesita recurrir a materiales pornográficos cada vez más explícitos y perversos, para obtener la misma excitación sexual del principio. A medida que se produce esta escalada, sobreviene su insensibilización: las fantasías sexuales que antes percibía como repulsivas o monstruosas poco a poco se van convirtiendo en algo aceptable, cotidiano, gustoso. Las aberraciones que antes le producían un repeluzno excitan cada vez más su curiosidad, van siendo asimiladas, legitimadas por la conciencia, que para entonces es ya incapaz de guiarse por otro criterio que no sea la satisfacción de los apetitos (conciencia roussoniana, convertida en un puro «instinto del alma»). El adicto a la pornografía siente la creciente necesidad de poner en práctica las aberraciones que ha conocido a través de la pornografía;…”.
En resumen, la pornografía es no solamente una forma de esclavitud demoníaca sino que termina siendo el “soma” —en referencia al mágico remedio de Un mundo feliz de Huxley—, o el modo de alienación del hombre contemporáneo. Es decir, sin la pornografía, el mundo de hoy no resistiría porque es en ella donde encuentran refugio los hombres y mujeres a fin de escapar del inconfesable horror de la existencia actual. Y no creo que sea una exageración lo que digo, siguiendo a de Prada. El hombre contemporáneo no tiene alma; la cambió por la pantalla de su celular o de su ordenador. Su interioridad se trasladó a la pantalla, y esta alienación inhumana, que los convierten en esclavos a merced no solamente de sus vicios y tendencias sino de los demonios, encuentra su mejor y más poderosa expresión en la pornografía.
2. No se trata de abominar de este mundo moderno y de idealizar el pasado. La fornicación siempre fue un vicio recurrente de la humanidad e igualmente adictivo y peligroso, pero es un vicio que necesita disparadores que hasta hace algunas décadas, era difíciles de hallar y, en todo caso, eran de “baja intensidad”. Jorge Isaac, en su novela María, narra que el gran disparador de la fornicación de los adolescentes del valle del Cauca en la segunda mitad del siglo XIX, era reunirse cuando llegaba la diligencia que venía de las grandes ciudades para ver descender a las mujeres cuyos vestido se levantaban lo suficiente como para pispear el empeine de sus pies o incluso un poco más arriba. Hoy, un niño de diez años, tiene en sus manos un celular en el que puede ver de continuado, no solo la blanca pantorrilla de alguna señorita sino las perversiones más aberrantes. La intensidad de las imágenes o estímulos, repercute en la intensidad de la adicción.
Según estadísticas que menciona de Prada, el 30% de las visitas a Internet corresponde a sitios de pornografía, lo cual en pocas palabras significa que una gran parte de la humanidad se encuentra esclavizada de este vicio, sin saberlo, y festejando con música y risotadas, como lo hacían los hijos de Caín.
3. Hablando con sacerdotes que ejercen su ministerio en diversas partes del mundo, me han comentado lo extendida que está la adicción entre los católicos, incluso entre los católicos “nuestros”, de aquellos que intentan llevar una vida piadosa. Y frente a esto no puedo más que renovar mi afirmación acerca del enorme daño que la Compañía de Jesús provocó a la Iglesia, pues fueron ellos, los jesuitas, a los que más tarde se unieron los ultramontanos, los que construyeron una etiqueta con el nombre jansenismo que comenzaron a pegar a todos aquellos que cuestionaban sus doctrinas particularmente laxas en cuestiones morales. Es de lectura imprescindible el artículo publicado recientemente por el blog Magnificat sobre el tema y recomiendo también la lectura del libro de Marguerite Tollemache, Los jansenistas franceses (Las Cuarenta, Buenos Aires, 2014). En definitiva, muchos de los que se autoperciben como tradicionalistas o buenos conservadores, con tal de no ser jansenistas, se permiten frecuentes “pecados de caballero”, no tienen reparo alguno en asistir a balnearios públicos a contemplar y ser contemplados en sus desnudeces, ni organizar fiestas de boda que son tan paganas y lascivas como la de cualquier hombre del mundo, o de utilizar continuamente lenguaje soez o frases de doble, o único, sentido. Todo sea para no caer en el jansenismo; y, mientras tanto, se pasean por las cornisas del vicio y de la esclavitud.
En resumen, quiero decir que en muchos ámbitos del catolicismo tradicional, con la excusa de no caer en el jansenismo, y porque es más fácil y populista por cierto, nunca se marcaron con suficiente intensidad las advertencias necesarias para evitar despeñarse en el lodazal de la pornografía. Y aquí debo hacer yo un mea culpa porque creo que los obispos y laicos españoles de hace algunas décadas a los que critiqué en un post publicado en octubre de 2011, tenían razón en decir y exigir lo que decían y mandaban.
Como dice el salmo (42, 7), Abyssus abyssum vocat, “Una sima llama a otra sima”… Y nadie mejor que Leonardo Castellani para explicar con una fábula el peligro y el horror de esta sima. Aquí pueden leer “El fango”, de su libro Camperas.
¡Nos libre Dios de internarnos en la cañada!
The Wanderer: La tercera caída
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